martes, 17 de julio de 2018

Luego Existo: El Relato de IG-88 (XIII)




XIII

Con los escudos activos y en silencio de radio, la falsa flota imperial flotaba en una zona yerma del espacio, un vacío sin estrellas ni planetas, nada mínimamente interesante... excepto que el auténtico convoy que transportaba el núcleo informático de la Estrella de la Muerte atravesaría ese sector dentro de una hora estándar.
IG-88A capitaneaba la falsa flota que esperaba emboscada, mientras sus homólogos habían partido para atacar a Boba Fett. Estaba sentado en silencio a bordo de la nave principal, sin preocuparse por lo que estarían haciendo IG-88C y D. Confiaba plenamente en sus habilidades, y Fett ya no sería un problema.
Su propia preocupación principal era convertirse en la maravillosa nueva estación de combate Estrella de la Muerte. Había llegado el momento, el plan estaba preparado, y el equipo de soldados de asalto droide estaba listo. El plan había sido grabado en su programación principal. No dudarían.
Esperaban con paciencia mecánica en su trampa... y entonces saltaron.
La desprevenida flota original –un carguero pesado de larga distancia y dos cazas de escolta- surgieron del hiperespacio, pilotados por auténticos soldados de asalto imperiales y transportando el verdadero núcleo informático de la Estrella de la Muerte. Las naves imperiales dudaron, reuniéndose y preparándose para realizar otro salto por otra ruta transdimensional diferente.
En el momento en que vieron a la falsa flota esperándolos con armas activadas y listos para atacar, los comandantes imperiales debieron de haber pensado que estaban viendo reflejos de sí mismos en los sensores.
IG-88 transmitió su orden.
-Fuego a discreción.
Ráfagas de cañones iónicos cayeron sobre las tres naves como un tsunami, inutilizando los tres vehículos imperiales antes de que tuvieran la oportunidad de efectuar un solo disparo. De todas formas, las naves originales eran prescindibles.
Las dos naves imperiales de escolta eran irrelevantes, e IG-88 las ignoró. Usó potentes rayos tractores para acercar su carguero idéntico a la nave auténtica, enlazando los cascos con una esclusa estanca antes de que el equipo de asalto droide abriera las compuertas. No quería arriesgarse a que una súbita descompresión explosiva pudiera dañar los delicados componentes que necesitaba inspeccionar.
IG-88 permanecía al frente de su equipo de soldados de asalto droide. Con sus sensores de vibración y sus receptores acústicos, podía escuchar a los imperiales con armadura apresurándose a defenderse dentro de su nave varada. Esperó mientras un preciso droide artificiero colocaba explosivos en la prescindible escotilla de la nave. IG-88 ni se molestó en apartarse del radio de explosión.
Un destello de luz, un estallido de ruido, una breve oleada de calor, y la escotilla del carguero imperial se hundió hacia dentro. IG-88 la atravesó velozmente, liderando sus soldados de armadura blanca como un pirata de capa y espada abordando una nave llena de tesoros.
Los auténticos soldados de asalto imperiales del otro lado dispararon contra los soldados droide. Los biológicos en armadura se gritaban órdenes confusas unos a otros, sin entender lo que estaba pasando ni comprender la táctica de sus atacantes.
Muchos de los soldados droide fueron dañados por disparos de bláster, con su armadura blanca agujereada y humeante por heridas que habrían sido letales para cualquier ser biológico... pero los droides siguieron a la carga. Las defensas imperiales se lanzaron a un tiroteo salvaje... pero el equipo de IG-88 mantuvo su formación y eliminó a todos los soldados de asalto que encontró a su paso.
Entre el humo y el fuego, los gritos y las transmisiones desesperadas, IG-88 usó sus láseres de mano para eliminar al enemigo, pero no se quedó para observar el fragor de la batalla. En lugar de eso, atravesó con paso firme la carnicería, decidido a llegar a la bodega de carga donde se encontraba para su entrega el núcleo informático original de la Estrella de la Muerte.
IG-88 se alzó junto a él, acariciando la estructura del largo cilindro adornado con protuberantes componentes. Unas luces parpadeaban, mostrando la disposición de su modo de espera. Pronto, él habitaría en sus laberintos mentales.
IG-88 se conectó, embebiéndose de la información que necesitaba sobre cómo dirigir la propia Estrella de la Muerte. Pese a todo su tamaño y todo su poder computacional, el núcleo de la Estrella de la Muerte había sido diseñado con ineficiencia típicamente humana. La potencia disponible en ese aparato pensante apenas estaba utilizada. Un droide menor probablemente podría haber realizado las tareas que se le requerían al núcleo de la Estrella de la Muerte... pero IG-88 haría mucho más. Muchísimo más. Tal vez incluso lograra impresionar a los biológicos... antes de destruirlos a todos.
Después de tan sólo unos segundos, se levantó, estirando sus hombros metálicos, satisfecho de tener toda la información que podría necesitar. Apoderarse de la Estrella de la Muerte sería una operación simple, y haría que la estación de combate realizara cosas que ni sus diseñadores habían imaginado jamás.
IG-88 vadeó lentamente entre el humo de la bahía de carga para ver dos soldados de asalto droide dañados, con su armadura blanca volatilizada y mostrando un bosque de servomotores y redes de cableado neuronal. Luchaban contra un humano que se encontraba entre ellos, confuso y furioso. IG-88 escaneó al hombre, fijó su imagen en sus archivos de datos, y efectuó una búsqueda. Incluso con ese breve vistazo, y con todas las posibles variaciones de la forma humana, IG-88 pudo ver que el sensor olfativo de ese hombre –la nariz, lo llamaban ellos- era mucho mayor y presumiblemente más eficiente que en el biológico medio.
Tras un largo segundo de deliberación, IG-88 pudo asignar un nombre al rostro de ese hombre: el supervisor imperial Gurdun, el hombre que había decretado la orden de destruir a los droides asesinos IG en cuanto fueran vistos.
Interesante.
Gurdun forcejeaba conforme los soldados de asalto droide le iban acercando, pero entonces el humano alzó la mirada y vio a IG-88. Quedó congelado, con la boca abierta y los orificios nasales lo bastante abiertos como para aparcar un pequeño vehículo monoplaza en su interior.
-¡Tú! Te conozco –dijo Gurdun-. ¡Eres IG-88, el droide asesino! Me sorprende verte aquí. No puedo creerlo. ¿Sabes lo difícil que ha sido encontrarte?
Los sensores ópticos rojos de IG-88 parpadearon, pero no respondió.
-Te reconocería en cualquier parte –siguió diciendo Gurdun-. Yo te creé. Yo ordené a Laboratorios Holowan que comenzara tu diseño. ¿No tienes eso en tus archivos?
-Sí –respondió secamente IG-88.
-Bueno, no termino de entender tu propósito aquí, atacando nuestras naves... pero desde luego no deberías hacerme daño a mí. Piensa en ello. Sin mí, el proyecto IG nunca habría tenido lugar. Fue gracias a mí eficiente papeleo y a mis manejos políticos que pude abordar vuestra creación, a pesar de los recortes presupuestarios y a la mala gestión imperial. Desearía que no hubierais realizado tanto... eh... daño a los Laboratorios Holowan, pero creo que podemos llegar a un arreglo. Podríamos tener una larga carrera juntos, IG-88. Piensa en quién soy. ¿No tienes nada que decir?
IG-88 escuchó la cháchara del humano, aplicó filtros de contexto y determinó una respuesta apropiada.
-Gracias –dijo.
Los soldados droide dejaron al supervisor imperial Gurdun a bordo del carguero de larga distancia dañado, entre otros seres vivos, heridos y muertos. Seguían ardiendo incendios en los conductos de ventilación, y los motores no volverían a funcionar más.
IG-88 subió al falso carguero mientras alineaban su curso y se preparaban para insertarse en el mismo vector hiperespacial que habría tomado la flota original.
-¿Se han colocado las minas incineradoras? –preguntó a los soldados de asalto droide que regresaban de su expedición al casco externo a través de la esclusa de aire.
-Sí –respondió uno de los droides-. Minas colocadas en las planchas del casco adecuadas de cada una de las tres naves originales. Todo está listo.
Desde el compartimento del piloto del carguero de larga distancia, IG-88 observó la nave homóloga, con las cicatrices de la batalla y sus dos inútiles escoltas. Transmitió una señal de activación a las diecinueve minas incineradoras, y las tres naves estallaron en una nube blanca de ondas desintegradoras. Tuvo que filtrar los cables de entrada de sus sensores ópticos para evitar que la intensa iluminación sobrecargara sus ojos.
Al final, la carrera del supervisor imperial Gurdun fue realmente muy brillante.

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