viernes, 15 de marzo de 2019

El último en pie: El Relato de Boba Fett (II)


Pasaron quince años.

En la Esclavo I, con los motores y los escudos minimizados al máximo y sólo una pizca de potencia alimentando los paneles de instrumentos y el sistema vital, Boba Fett flotaba en la eclíptica del sistema Hoth, por encima del potencialmente letal campo de asteroides. Observó el sistema Hoth y se alegró al ver que había llegado antes que los imperiales.
Allí abajo, en algún lugar del propio Hoth, se encontraba, si Fett había supuesto correctamente, el actual cuartel general de la Rebelión. A Fett no le importaba la Rebelión ni para bien ni para mal; los rebeldes estaban claramente condenados, y el día y la forma en la que abandonaran este universo no le causaba el menor interés. El Imperio se ocuparía de ellos; Fett tenía en mente una presa más pequeña y provechosa.
Donde estuvieran los rebeldes, podría encontrarse a Han Solo.
El mensaje hiperespacial de los imperiales había sido corto y conciso; anunciaba un asalto aplastante contra el cuartel general rebelde, y ofrecía una recompensa de quince mil créditos a cualquier cazador que ayudara a atrapar a los rebeldes que huyeran del campo de batalla.
Quince mil créditos no alcanzarían ni para cubrir durante medio año los costes operativos de Fett. Pero donde estuvieran los rebeldes...
No demasiado tiempo atrás, la permanente recompensa que Jabba el hutt ofrecía por Han Solo había alcanzado los cien mil créditos. Estaba dentro de la media docena de recompensas más elevadas que Fett conocía; y aunque no ponía exactamente a Han Solo a la altura del Carnicero de Montellian Serat y la recompensa de cinco millones de créditos que por él se ofrecía, poco a poco iba acercándose, ascendiendo cada vez más.
Apuntó sus sensores hacia Hoth a máxima resolución, y programó el ordenador para que le despertara si veía al Halcón Milenario.
Sentado en el asiento del piloto con su armadura puesta y el casco sobre el regazo, Fett cerró los ojos y se durmió.

La advertencia de hiperonda lo despertó.
Fett abrió los ojos y examinó sus instrumentos. Débiles y temblorosas señales desde Hoth, que podrían no haber sido más que ruido de fondo (excepto que no lo eran); pero eso no era lo que había activado su alarma.
Según los instrumentos, estaban llegando naves desde el hiperespacio. Naves grandes, lo que significaba destructores estelares, lo que significaba que era el Imperio. Fett trianguló... y maldijo en su lengua natal. Hoth estaba entre él y las naves que abandonaban el hiperespacio. Oh, idiotas, idiotas, pensó Fett. Si, a pesar de la distancia a la que se encontraba la Esclavo I, habían activado sus instrumentos, entonces los rebeldes en Hoth debían de haber saltado de sus camas con el alarido de las alarmas sonando.
Alguien había metido la pata hasta el fondo; y conociendo a Vader, Fett supuso que ese alguien concreto no duraría mucho más en la galaxia.
La Esclavo I descansaba sobre la eclíptica, y Fett hizo lo que pudo mientras se desencadenaba la inevitable batalla. Activó sus motores y se acercó a Hoth. Cuando el Halcón abandonara el planeta, si lo hacía, iría a toda velocidad; Fett sólo tendría tiempo para un único ataque.
Tomó posición, todavía sobre la eclíptica, flotando sobre Hoth, sobre la batalla, y preparado para esperar. No había otra cosa que hacer; si algo había aprendido Fett en sus años como cazador, es que la paciencia se veía recompensada. Desde luego, no había ningún beneficio en involucrarse en la lucha. Cañones iónicos disparaban desde la superficie de Hoth; bajo su cobertura, las naves de transporte rebeldes despegaban, acelerando para alejarse de Hoth y saltar al hiperespacio. A esa distancia, incluso con ampliación de imagen, los sensores de Fett apenas podían descifrar los mínimos detalles del tamaño y la forma de las naves; pero con poco bastaba. Ninguna de las naves que abandonaba Hoth era el Halcón Milenario; la forma de esa nave estaba grabada a fuego en el cerebro de Fett.
Una oleada de naves de transporte. Una oleada de cazas. Otra oleada de naves de transporte... otra. Otra.
Los cañones de iones de la superficie del planeta disparaban ahora con menos frecuencia; los imperiales debían de estar teniendo cierto éxito ocupando los emplazamientos. Fett aguardaba, luchando contra su impaciencia. Los transportes habían partido, algún caza ocasional seguía escurriéndose por las filas imperiales y saltando al hiperespacio. Pero todavía ni rastro del Halcón
Allí.
O eso era el Halcón, o era una alucinación. Los dedos de Fett bailaron sobre los controles y la Esclavo I encendió sus motores para darle caza. El ordenador calculó trayectorias, y Fett hizo media docena de cosas a la vez, preparó el rayo tractor, alimentó potencia a los deflectores delanteros, mostró la trayectoria prevista del Halcón y trazó un rumbo de intersección para la Esclavo I; necesitaba atraparlos justo antes de que saltaran al hiperespacio, idealmente mientras evitaba morir a manos de los imperiales de gatillo fácil...
Fett maldijo en voz alta por segunda vez en un solo día. No iba a ser capaz de alcanzarlos.
La Esclavo I atravesó el espacio como un rayo, muy por encima del sistema Hoth, a la máxima aceleración soportada por la nave, pero no había tiempo, y las trayectorias lo mostraban claramente. Hoth era un mundo frío, alejado de su sol; el gradiente gravitatorio a esa distancia era menor de lo habitual en un mundo habitable por humanos: El Halcón iba a saltar al hiperespacio prácticamente en cualquier momento.
Ahora, en cualquier momento... Estaba siendo perseguido por un destructor estelar y lo que parecía ser todo su complemento de cazas TIE. Y... recuerda lo básico, y la Norma Básica Número Uno era: ninguna recompensa merece morir por ella. El destructor estelar y los cazas TIE estaban dirigiendo un fuego devastador contra el Halcón Milenario, con la luz láser bañando la nave una y otra vez; y si Fett se acercaba lo bastante para atraparlo, estaría lo bastante cerca como para recibir buena parte de esos disparos.
Ahora, en cualquier momento...
Y algo andaba mal. El Halcón no saltaba.
Fett volvió a comprobar la trayectoria que su ordenador había calculado para el Halcón, y la trayectoria era correcta; las medidas gravimétricas eran correctas, los vectores eran correctos, el Halcón ya debería de haber saltado.
Su hiperimpulsor tiene algún problema, pensó Fett, y un instante después supo que tenía razón; el Halcón viró...
...dirigiéndose directamente al interior del cinturón de asteroides del sistema Hoth.
Fett apagó sus motores y se limitó a observar cómo el Halcón Milenario se zambullía en el cinturón. Solo estaba desesperado; Fett no lo estaba, no lo bastante desesperado como para introducir la Esclavo I entre esas montañas errantes de roca y hierro.
Los cien mil créditos podían esperar para otro día; no puedes gastarte el dinero cuando estás muerto...
Fett se inclinó ligeramente hacia delante en su asiento, pensando para sí mismo que ese había sido realmente un día señalado para la estupidez imperial:
Los cazas TIE se lanzaron a perseguir al Halcón.
Fett se recostó en su asiento, negando con la cabeza. Claramente ninguna de esas personas sabía lo más mínimo acerca de análisis de costes.
Tras un largo momento en blanco, volvió a activar sus sensores, y detectó la inconfundible silueta del super destructor estelar de Darth Vader, el Ejecutor.
Contactó con la nave, recibió confirmación, y trazó un curso.

Lo llevaron a ver a Lord Vader.
Vader estaba de pie en el puente, observando los restos de la batalla. Las estrellas brillaban y los asteroides cruzaban lentamente el cielo negro tras él. Vader no miró a Fett y no malgastó palabras para darle la bienvenida, y como siempre su voz profunda parecía más propia de una máquina que de un hombre.
-¿Cómo lo has sabido?
Fett echó un vistazo a su alrededor antes de contestar; la tripulación del puente estaba tan ocupada en sus tareas, u ocupada fingiendo estar ocupada en sus tareas, que ninguno de ellos le había mirado siquiera cuando le llevaron allí, y como de costumbre Fett se encontró invadido por una cierta reticente admiración por la capacidad de liderazgo de Vader.
-Su gente me lo dijo –respondió Fett tras un instante-. En esencia. Nos dieron un punto de encuentro en el espacio interestelar. Sabía que no harían saltar la flota muy lejos de ese punto; comparé las coordenadas con mis mapas de esta zona. –Se encogió de hombros-. Un planeta demasiado caliente, otro demasiado frío, un tercero más adecuado, pero ya habitado por la colonia minera de Lando Calrissian. Sólo quedaba Hoth.
-Conoces bien la zona, entonces. –Fett no creyó que Vader esperara una respuesta; no le ofreció ninguna. Vader, todavía sin mirarle, asintió como si lo hubiera hecho-. Los demás cazadores llegarán en breve. Os informaré a todos cuando lleguen.
Fett avanzó un paso.
-¿Cuánto?
Vader permaneció en silencio un instante.
-No me importan los demás que escaparon. Por Solo... ciento cincuenta mil créditos. Lo mismo por Leia Organa. Estará con él. –Volvió ligeramente la cabeza-. Nada de desintegraciones.
El escolta de Fett le indicó que se pusiera en marcha; Fett se encogió de hombros, dio media vuelta y salió del puente siguiendo al escolta. Vader era un cliente difícil; quería cautivos vivos, no cadáveres o imágenes de cadáveres. Nada de desintegraciones, decía cada vez que contrataba a Fett desde aquél primer incidente.

Después de la reunión informativa, Fett y sus competidores fueron separados y escoltados de vuelta a sus naves.
El escolta de Fett estaba visiblemente incómodo en su presencia; eso le complacía. La nave de Vader era la más grande que Fett hubiera visto jamás, no digamos que realmente hubiera visitado; el transporte-lanzadera que les llevó desde el puente hasta la bahía de atraque donde le esperaba la Esclavo I tardó casi cinco minutos, y Fett, por norma general, no estaba de humor para hablar. Especialmente no con un oficial imperial de bajo rango.
Caminaron desde la estación de la lanzadera hacia la nave de Fett.
-Dicen que usted es el cazarrecompensas preferido de Lord Vader –dijo el imperial, a mitad de camino.
Fett se detuvo en seco, permaneció inmóvil, y miró fijamente al hombre durante el tiempo suficiente para intensificar la incomodidad del tipo.
-Sí.
Se volvió y continuó caminando, y el imperial tuvo que correr para alcanzarle.
Pero o bien el hombre era estúpido incluso para ser oficial de la Armada Imperial, o su curiosidad superaba su temeridad; no captó la señal.
-Dicen que conoce al objetivo. Ese tipo, Solo, el que ayudó a Skywalker a volar la Estrella de la Muerte. Dicen que usted lo conoce.
Fett siguió caminando durante un buen rato sin responder.
-Una vez le vi luchar –dijo finalmente, con bastante reticencia.
-¿Luchar dónde?
Por algún motivo, Fett le respondió.
-Hace mucho tiempo. Se metió en la competición Todos-Contra-Todos Sólo-Humanos, en Jubilar. –Con auténtica sorpresa, Fett se escuchó añadir-: Era joven, y estaba superado en número. Sin embargo, llegó a la ronda final. ¿Alguna vez ha visto el Todos-Contra-Todos de Jubilar?
El escolta negó con la cabeza.
-Ni siquiera había escuchado hablar del planeta donde tiene lugar.
Era como escuchar hablar a otra persona; las palabras simplemente fluían fuera de Fett.
-Ponen a cuatro luchadores juntos en un ring, habitualmente de la misma especie. Para que sea más justo. –Una rápida sonrisa asomó en el rostro de Fett al pensar en esas luchas; era la primera vez que Boba Fett había sonreído en años, y no se dio cuenta de que ocurriera-. Más justo –repitió-. Normalmente tres de ellos comienzan atacando en grupo al que creen más débil, que en este caso debería haber sido Solo. Era joven, ya se lo he dicho. Dejan al luchador más débil inconsciente antes de volverse unos contra otros; y el último en pie es el vencedor.
-¿Lo dejaron inconsciente? ¿A Han Solo?
Fett dejó de caminar... y miró de costado al hombre. Un pequeño movimiento, pero... el imperial se encontró mirando al oscuro visor del cazarrecompensas.
La voz rasposa de Fett sonó como un ataque.
-Él ganó. Fue una de las cosas más valerosas que jamás he visto. –Hizo una pausa-. Disfrutaré dándole caza.
El imperial hizo un visible esfuerzo por recomponerse.
-Sí... espero que lo haga.
Fett meneó la cabeza como si quisiera despejarla, se volvió y avanzó de nuevo por el pasillo, tal vez a un paso ligeramente más rápido.
Era la conversación más larga que había tenido en años sobre algo que no fueran negocios.

Los meses pasaron velozmente; y cuando todo acabó Boba Fett se encontró siendo tal vez el cazarrecompensas más conocido de la galaxia.
Fue un tiempo lleno de actividad, y en el recuerdo de Fett los eventos se emborronaban unos con otros. Solo había ocultado el Halcón entre los desperdicios que los imperiales liberaron inmediatamente antes de saltar al hiperespacio, y así pudo escapar de los imperiales en Hoth. Un buen truco, uno que podría haber funcionado contra la mayoría de cazadores; funcionó contra los competidores de Fett.
Pero Fett ya había sido engañado antes con ese truco, una vez. Para entonces llevaba en ese trabajo más tiempo que la mayoría, y había muy pocos trucos que no hubiera visto, una o dos o una docena de veces. Sólo había un lugar al que pudieran ir, un lugar lo bastante cercano para llegar hasta allí con su hiperimpulsor principal incapacitado; Fett saltó a Ciudad Nube, y allí Lando Calrissian realizó el trato por el que Solo sería entregado a Fett.
Con Han Solo como carga, congelado en carbonita, Fett partió hacia Tatooine. Allí, por la escultura de Han Solo y unos cuantos meses del tiempo de Fett, Jabba el hutt pagó no 100.000 créditos, sino un cuarto de millón...
Y no mucho después de eso, los rescatadores comenzaron a llegar. Leia Organa, fingiendo ser un cazarrecompensas, llegó arrastrando a Chewbacca. Tuvo éxito en liberar a Solo de la carbonita. Por su propia muerte, que Fett no podía imaginarse lo que ella tenía en mente; fuera lo que fuese, no funcionó. El hutt encerró a Solo en una mazmorra, con Chewbacca, y pretendía ejecutarlos en el futuro cercano; y Leia Organa pasaría sus días encadenada al pie del trono de Jabba.

Fett descansaba tumbado en su cama en la penumbra de su cuarto en las profundidades del palacio de Jabba, vestido con su armadura y con la mirada fija en la oscuridad. Su casco reposaba sobre su estómago y el aire fresco de los ventiladores recorría su cuerpo en rítmicas ráfagas.
Alguien llamó a su puerta con fuertes golpes.
Fett se incorporó, poniéndose el casco y recogiendo su rifle de asalto; los movimientos eran tan automáticos que ni siquiera tenía que pensarlos. Quitó el pestillo de la puerta, retrocedió varios pasos y apuntó con el rifle. No encendió las luces del cuarto.
-Adelante.
La puerta se abrió con un reticente chirrido. En el pasillo había un par de guardias gamorreanos; Fett les apuntó con el rifle.
-¿Qué queréis?
Uno de los guardias se apartó a un lado, y una silueta –humana- fue arrojada al cuarto. El dedo de Fett se tensó sobre el gatillo en un acto reflejo, pero contuvo el disparo.
-De parte de Jabba –dijo el guardia más cercano-. Que la disfrutes.
Fett echó una mano hacia atrás y pulsó el control de las lámparas; y bajo la fría luz blanca que inundó el cuarto, observó a Leia Organa, Princesa de Alderaan.
Ella se puso rápidamente en pie y retrocedió a una esquina del cuarto, respirando pesadamente. Fett supuso que había luchado con los guardias mientras la traían hasta él.
-Como me toques... –La voz se le quebró, y permaneció allí, temblando-. Como me toques, uno de los dos va a morir.
Él bajó el rifle lentamente, y echó un vistazo al cuarto. Tenía muy pocas posesiones consigo allí, en el palacio; todo lo que poseía, que no era demasiado, estaba a bordo de la Esclavo I. Finalmente señaló la fina sábana que cubría la cama.
-Cúbrase. No voy a tocarla.
Organa avanzó ligeramente hacia un lado, se inclinó para recoger la sábana, se envolvió en ella para cubrir la escasa vestimenta que Jabba le había otorgado, y retrocedió de nuevo hacia la esquina de la habitación que la dejaba más alejada de Fett.
-¿No?
Fett negó con la cabeza. Se sentó en la esquina opuesta a la de ella, moviéndose lentamente, y apoyó su rifle sobre sus rodillas. Tenía que moverse lentamente; sus rodillas habían ido empeorando en los últimos años.
-El sexo entre personas que no están casadas –dijo Fett- es inmoral.
-Sí –dijo Organa-. La violación también.
Fett asintió.
-La violación también.
Se sentó en lo que para él era un cómodo silencio, observándola. Ella se acomodó en la esquina opuesta, cubriéndose cuidadosamente; Fett aprobaba su recato, pero eso no le impidió continuar observándola. Boba Fett nunca había sostenido a una mujer entre sus brazos, y el deseo hacia una mujer le llegaba cada vez con menos frecuencia conforme pasaban los años; pero en la mente de Fett su castidad no lo hacía menos hombre, y ella era digna de ser observada, todavía ruborizada por sus esfuerzos y su cabello cayendo como una oscura cascada sobre la pálida sábana.
Ella acomodó la sábana a su alrededor, acurrucándose en la esquina para darse calor.
-¿No vas a llamar a los guardias para que me devuelvan a Jabba?
-¿E insultar a Jabba? No lo creo. La arrojaría al rancor para que la devorara, y quedaría resentido hacia mí. Podrá marcharse por la mañana.
La respiración de la mujer comenzó a relajarse.
-De modo que nos limitamos a estar aquí sentados. Toda la noche.
-Las piedras son frías. Si quiere usar la cama, es bienvenida a hacerlo.
El escepticismo de Organa era obvio.
-Y te limitarás a estar ahí sentado. Toda la noche.
-No le haré daño. No la tocaré. Duerma si quiere. O no lo haga; no me importa.
El silencio cayó sobre ellos. Fett observó a la mujer mientras se recostaba contra el muro de piedra; la observó mientras recobraba la compostura; la observó mientras ella lo observaba a él.
Pasó el tiempo. Tenía los dos ojos abiertos, pero sólo estaba medio despierto cuando ella habló de pronto.
-¿Por qué haces esto? ¿Por qué luchas por ellos?
Fett se desperezó, estirándose ligeramente. El rifle sobre sus rodillas permaneció firme como una roca.
-Más de medio millón de créditos –le informó-. Eso es lo que Vader y el hutt han pagado por mi trabajo.
-¿Se trata sólo de dinero? Nosotros te pagaremos. Ayúdanos a salir de aquí y te pagaremos...
-¿Cuánto?
-Más de lo que puedas imaginar.
A Fett le hizo gracia el descaro que ella mostraba, tratando de sobornarlo allí, en las profundidades del castillo del hutt.
-Puedo imaginar muchísimo.
-Lo tendrás.
Era cruel dejar que la mujer albergara esperanzas.
-No. Lo que están haciendo es moralmente incorrecto. Los rebeldes están equivocados y la rebelión fracasará... como debe ser.
Leia Organa no pudo evitar que su voz se llenara de indignación.
-¿Moralmente equivocados? ¿Nosotros? Estamos luchando por nuestros hogares, nuestras familias y nuestros seres queridos, los que aún siguen con vida y los que hemos perdido. El Imperio destruyó todo mi planeta, prácticamente toda la gente que conocí de niña...
Fett llegó a inclinarse ligeramente hacia delante.
-Esos mundos se alzaron en rebelión contra la autoridad legalmente establecida sobre ellos. El Emperador estaba en su derecho de destruirlos; amenazaban el sistema de justicia social que permite que exista la civilización. –Hizo una pausa-. Lamento las muertes de los inocentes. Pero eso es lo que ocurre en las guerras, Leia Organa. En las guerras mueren inocentes, y su bando no debería haber empezado ésta.
Se calló abruptamente; tanto hablar le dejaba seca la garganta.
De todas formas, sus comentarios parecían haber dejado a Organa sin habla; apartó la mirada a un lado, lejos de Fett, mirando fijamente el vacío muro de piedra durante varios minutos. Cuando finalmente habló, su voz estaba calmada y seguía sin mirarle.
-Me resulta difícil creer que realmente puedas pensar así. He escuchado a Luke... Luke Skywalker, sé que has oído hablar de él... Le he escuchado hablar acerca del lado oscuro...
Fett quedó sorprendido al escucharse reír.
-¿Esa superstición Jedi? Gentil dama Organa, si la Fuerza existe no he visto ninguna prueba de ello, y no creo que exista.
Entonces ella lo miró.
-Me recuerdas a Han Solo, un poco. Él no creía...
La voz de Fett se alzó peligrosamente.
-No me parezco en nada a Han Solo, y no me compare con él.
Leia tomó una respiración lenta y profunda.
-De acuerdo. ¿Por qué eso te ofende tanto?
Fett volvió a inclinarse hacia delante.
-¿Sabe lo que ese hombre ha hecho en su vida? No importan los leales ciudadanos del Imperio que él, y usted, han matado durante su rebelión; la guerra es la guerra y tal vez usted, al menos, crea que están luchando por la Justicia. ¿Pero Solo? Es un hombre valiente, sí; también es un mercenario que nunca en su vida ha hecho nada decente, que nunca ha hecho nada difícil por lo que alguien no le estuviera pagando. Ha hecho contrabando de sustancias prohibidas...
-¡Transportaba especia!
Fett se encontró de pie, gritando.
-¡La especia es ilegal! ¡Es un eufórico, altera el ánimo, y su uso conduce al uso de sustancias peores, y un hombre que transporte especia –bramó- transportará cualquier cosa! –Permaneció tenso e inmóvil, sosteniendo su rifle con un agarre tembloroso, mirando a Leia-. Y si yo hubiera estado consumiendo especia esta noche, Leia Organa, tal vez usted no habría estado a salvo conmigo en esta habitación.
-Han ha hecho contrabando de especia –dijo Leia con voz firme-, lo que es ilegal y no me complace; y también ha hecho contrabando de alcohol, que es legal pero las tarifas son lo bastante altas para que merezca la pena pasarlo de contrabando en algunos mundos. No, no es perfecto, y ha quebrantado leyes de las que ni siquiera has oído hablar. Pero conozco a Han Solo, y le he visto tomar riesgos por las cosas en las que cree, riesgos que dudo que tengas el valor de asumir... y además, ¿qué haces tú trabajando para Jabba el hutt?
Fett exhaló y aflojó su agarre sobre el rifle. Se obligó a sentarse de nuevo en el suelo, ignorando las punzadas de dolor que estallaban en sus rodillas.
-Me paga. Mucho. En cuanto llegue Skywalker, lo llevaré ante Vader, y entonces no pasaré más tiempo aquí.
-No me refiero a eso. Jabba el hutt ha vendido montañas de especia, y cosas mucho peores...
-La necesidad obliga a formar alianzas. Una vez que la rebelión haya desaparecido, espero que el Imperio se ocupe de Jabba. Pero es una amenaza menor que los rebeldes. –Fett dio la vuelta al rifle de asalto y con la culata pulsó el panel que controlaba las luces. Sus macrobinoculares compensaron casi inmediatamente cuando la oscuridad cayó sobre ellos; ella apareció ante su vista como la luz de su calor corporal-. Voy a dormir. Me duele la garganta.
Hubo un instante de silencio.
-Luke Skywalker –dijo Leia en la oscuridad- vendrá y te matará.
-Todo el mundo muere –convino Fett-. Pero, ya que nadie me paga por matarla... que duerma bien.
Él durmió con los ojos abiertos, dentro del casco.

El Jedi, si es que lo era, llegó un día más tarde. Su nombre era Luke Skywalker, y mató al rancor de Jabba; y Jabba lo arrojó a las mazmorras, en una celda cerca de Solo y Chewbacca.

La mañana siguiente amaneció clara, brillante y calurosa, y Boba Fett estaba de pésimo humor.
Era Tatooine, claro. Todas las mañanas eran claras, brillantes y calurosas.
Pero el hutt iba a matar a Skywalker. Y a Solo y a Chewbacca, pero esa no era la cuestión.
Skywalker. Esa era la causa del mal humor de Jabba. Había tratado de convencer a Jabba de que no matara a Skywalker... No es que le importara si Skywalker vivía o moría; Fett suponía que la galaxia sería un lugar mejor con ese loco fuera de ella. Había visto muchas cosas extraordinariamente estúpidas en su vida, pero el espectáculo de un joven imberbe tratando de enfrentarse a Jabba el hutt en su propio salón del trono estaba cerca de lo más alto de la lista.
Pero, aunque Fett había debatido con él tal vez incluso más de lo aconsejable, Jabba no se estaba comportando como el Jabba que Fett había conocido durante todos esos años. La cuestión era que Darth Vader pagaría por ese loco... el emperador pagaría por él. Que Fett supiera, la recompensa más alta ofrecida en la galaxia era de cinco millones de créditos; pero Fett estaba seguro de que conseguiría más por Luke Skywalker.
Jabba no quería oír hablar de ello. No estaba dispuesto a compartir la recompensa; no estaba dispuesto a reclamar él mismo la recompensa, y pagar a Fett como intermediario con Vader. Su rancor mascota había muerto, y Skywalker iba a morir por ello.
Algunos días Fett estaba convencido de que él era el único hombre de negocios en sus cabales de toda la galaxia.
Eso le irritaba. Planeó situaciones posibles, una tras otra; ninguna terminaba de convencerlo. Pensó en secuestrar a Skywalker de las manos de Jabba, pero había poco tiempo y la seguridad de Jabba era buena; incluso por millones de créditos, el riesgo era demasiado elevado.
Y así daba vueltas por la cubierta superior de la barcaza velera, con atípico nerviosismo, la mañana después de la llegada de Skywalker, la mañana en la que Skywalker, Solo y Chewbacca iban a ser ejecutados, tratando de decidir qué iba a hacer a continuación, mientras la barcaza velera se dirigía al Gran Pozo de Carkoon, llevando a los condenados hacia sus muertes.
Se dio cuenta, ligeramente sorprendido, de que esperaba que Solo muriera dignamente. En años anteriores, Fett había visto a Jabba arrojar a media docena de sus propios guardias al Gran Pozo de Carkoon, supuestamente por conspirar contra él; les ofreció una oportunidad de suplicar por sus vidas. Dos de ellos lo hicieron, y Jabba, por supuesto, los arrojó al sarlacc de todas formas.
Sabía que Chewbacca no suplicaría; esperaba que Solo no lo hiciera.
Tal vez Skywalker suplicara por su vida. Eso no sería tan malo.
Fett estaba de pie en la proa y observaba la arena desapareciendo bajo ellos. Tan adentrados en el desierto, no había otra cosa excepto desierto a todo su alrededor. Arena, llanuras y dunas hasta donde la vista alcanzaba.
Fett se preguntó, de pasada, quién habría matado más gente, si él mismo o el hutt. Probablemente el hutt, si se contaba su negocio de especia; probablemente él mismo, pensó Fett, si sólo se contaban las muertes con tus propias manos.
Finalmente, apareció a la vista el Gran Pozo de Carkoon. Boba Fett, cuyo humor no había mejorado lo más mínimo, abandonó la cubierta superior y bajó a la zona de observación, para ver con los demás cómo se hacía Justicia...
...y cómo se malgastaban quién sabe cuántos millones de créditos.

El día había comenzado mal; se puso peor. Antes de que acabara, la barcaza velera se había convertido en unos restos ardientes, Jabba el hutt estaba muerto, y Boba Fett había caído al Gran Pozo de Carkoon para ser digerido por el sarlacc.
Oh, logró salir; que Fett supiera era la única persona que jamás hubiera logrado escapar del sarlacc.
Pero para cuando salió y volvió a estar curado, o tan curado de esa experiencia como podría llegar a lograr, habían acontecido grandes sucesos; y la galaxia se había convertido en algo que Fett jamás habría creído posible.

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