El
último en pie:
El
Relato de Boba Fett
Daniel Keys Moran
Última declaración del oficial protector Jaster
Mereel, conocido posteriormente como el cazador Boba Fett, antes de su exilio
del planeta Concord Dawn:
Todo el mundo muere.
Es la Justicia definitiva, la
única duradera. La maldad existe: es la inteligencia al servicio de la
entropía. Cuando la ladera de una montaña se desliza asolando un poblado, eso
no es maldad, porque la maldad requiere intención. Si fuera un ser racional
quien provoca ese deslizamiento de tierra, hay maldad; y requiere Justicia como
consecuencia, para que la civilización pueda existir.
No hay un bien mayor que la Justicia ; y sólo si la
ley proporciona Justicia es una buena ley. Se dice con razón que la ley no
existe para los Justos, sino para los injustos, pues los Justos llevan la ley
en sus corazones y no necesitan convocarla desde fuera de ellos.
No me inclino ante nadie y sólo
doy servicio a una causa.
-Jaster
Mereel.
El
protector Mereel estaba sentado en su celda, encadenado, con los rayos del sol
de la mañana entrando a través de una ventana alta y estrecha, provista de
barrotes, en lo alto de la pared de la celda.
Tenía
los tobillos encadenados entre sí, por lo que no podía caminar; otra cadena
rodeaba su cintura, y sus muñecas estaban sujetas a ésta última. Era joven, y
no se levantó cuando el intercesor entró en su celda; pudo ver que la descortesía
disgustó al hombre de más edad.
El
intercesor Iving Creel se sentó en el banco frente a Mereel. Él tampoco
malgastó el tiempo con cortesías.
-¿Cómo
debo declararte?
Habían
arrebatado a Mereel su uniforme de protector viajero. Era un joven feo que vestía
con dignidad su mono gris de prisionero, como si este mismo también fuera un
uniforme, y se tomó su tiempo para contestar, mirando detenidamente al
intercesor, examinándolo... como si, pensó el intercesor con un destello de
fastidio, fuera Iving Creel quien iba a ser juzgado ese día, y no ese joven
asesino arrogante.
-Usted
es Iving Creel –dijo al fin-. He oído hablar de usted. Es bastante famoso.
-Nadie
quiere que se diga que se te ha tratado injustamente –dijo Creel con rigidez.
Una
sonrisa desagradable asomó a los labios del joven.
-Me
declarará impenitente.
Creel
lo miró fijamente.
-¿Comprendes
la seriedad de esto, chico? Has matado
a un hombre.
-Se
lo merecía.
-Te
exiliarán, Jaster Mereel. Te exiliarán...
-Si
me exilian –dijo Mereel-, siempre podré ir a unirme a la Academia Imperial.
Creo que sería un buen soldado de...
Creel
le interrumpió.
-...y
puede que te ejecuten, si les
enfureces lo suficiente. ¿Tan difícil es decir que lamentas haber arrebatado
injustamente una vida?
-Sí que lo lamento –dijo Mereel-. Lamento
no haberlo matado hace un año. La galaxia es un lugar mejor sin él.
El
intercesor Creel estudió al muchacho y asintió lentamente con la cabeza.
-Has
elegido tu alegato; muy bien. Puedes cambiarlo en cualquier momento antes de
que yo realice el alegato, si lo deseas... piénsalo, te lo ruego. Te
enfrentarás a la prisión o al exilio por el asesinato de otro protector; por
mucho que ese hombre fuera una desgracia para su uniforme, no tenías derecho a
matarlo. Pero es probable que tu arrogancia vea cómo tú mismo eres ejecutado,
Jaster Mereel, antes de que termine este día.
-No
puede amar tanto la vida, intercesor. –El joven feo sonrió, un movimiento vacío
y carente de significado de sus labios, y el intercesor Iving Creel se encontró
recordando esa sonrisa, en momentos extraños, durante el resto de su vida-.
Todo el mundo muere.
Pasaron
los años.
El
objetivo era joven; más joven de lo que le habían hecho creer al hombre que
había tomado el nombre de Fett. De hecho, el objetivo de esa noche apenas había
rebasado su adolescencia. En sí mismo, eso no era un problema; Fett se había
cobrado niños muchos años más jóvenes que aquel. Entre sus primeras
adquisiciones, no mucho después de abandonar las tropas de asalto, se
encontraba un muchacho de apenas catorce años estándar; el muchacho había
deshonrado a la hija de un adinerado hombre de negocios que tenía, incluso en
la amplia experiencia de Fett, una vena vengativa bastante notable. Fett sabía
que la mayoría de los padres, en la mayoría de planetas, no harían matar a un
muchacho por una conducta semejante; de hecho, la mayoría de cazarrecompensas
habrían rechazado un trabajo así.
Fett
no se contaba entre ellos. Las leyes cambian de un planeta a otro, pero la
moralidad nunca cambia. Entregó al muchacho a sus verdugos y jamás sintió
remordimientos por ello.
Ahora,
años después, se encontraba en las sombras de la parte trasera del Foro
Victoria, en la ciudad Lenta Agonía, en el planeta Jubilar, y observaba cómo lo
preparaban para el combate principal del gran espectáculo Todos-Contra-Todos
Sólo-Humanos del Sector Regional Número Cuatro.
El
Foro Victoria era un lugar gigantesco, poco iluminado, bautizado por el bando
ganador de una batalla reciente en una de las guerras de Jubilar. El Foro había
tenido otro nombre, no hace demasiado tiempo; y, según el cálculo de Fett,
volvería a tener otro nombre más pronto que tarde. La guerra actual no iba
bien. Jubilar era utilizado como colonia penal por una docena de planetas del
vecindario estelar cercano; en qué ejército terminaba un convicto dependía de
en qué espaciopuerto lo desembarcaran.
Los
asientos del Foro descendían hacia el ring pentagonal, doscientas filas de
asientos elevados que separaban a Fett del ring y de la pelea. El público aún
estaba llegando, a falta de pocos minutos del combate principal, y el Foro sólo
estaba medio lleno, con una audiencia de unos veinte mil seres, principalmente
hombres, ocupando los asientos.
Fett
no tenía ninguna prisa; enfocó los macrobinoculares de su casco en el ring y
sus alrededores más cercanos, y se preparó para esperar durante la pelea.
El
joven Han Solo observó al asistente del ring, un bith, limpiando con una
manguera la sangre del anterior combate, y se preguntó cómo se había metido en
semejante lío.
Bueno,
no se lo preguntaba, exactamente, eso no era del todo preciso, ya que en
realidad recordaba los acontecimientos con claridad bastante dolorosa. Para ser
más exactos, lo que se preguntaba era cómo había sido tan estúpido como para meterse en ese lío. Han aguardaba en el túnel
junto a los otros tres luchadores, observando cómo limpiaban la sangre de la
lona sobre la que pronto se encontraría –luchando sobre ella- y se juró a sí
mismo que si salía de ese lío con todos sus órganos dentro de su pellejo, aprendería
a hacer trampas al repartir las cartas tan bien que nadie pudiera pillarle nunca.
De
todas formas, ¿cómo iba a saber un viajero que hacer trampas con las cartas era
un crimen en algunos estúpidos mundos perdidos?
-Un crimen –murmuró Han en voz alta. Miró
hacia arriba... más arriba... y más arriba aún... al luchador que se encontraba
junto a él-. ¿Por qué te enviaron a ti
a Jubilar?
El
hombre bajó la mirada una distancia considerable hacia Han.
-Maté
a alguna gente –dijo lentamente.
Han
apartó la mirada.
-Bueno...
yo también –mintió después de un instante-. He matado a mucha gente.
-Callaos
–gruñó el asistente del ring fuertemente armado que se encontraba tras los
cuatro.
Han
captó con el rabillo del ojo un movimiento que llamó su atención; se inclinó
ligeramente hacia delante y echó un vistazo a su derecha. Un tipo... vestido de
gris. Alguna clase de armadura de combate gris; parecía estar observando el
ring.
Boba
Fett no estaba observando el ring. Estaba observando a un joven empresario
llamado Hallolar Voors, que estaba sentado junto al ring con un par de hermosas
mujeres, con vestidos inmaculados, sentadas una a cada lado de él; un joven
empresario que iba a estar muerto antes de que tuviera la oportunidad de probar
los encantos de ninguna de ellas.
Incluso
a esa edad temprana, Han Solo había logrado acumular cierta experiencia:
-Eso
es una armadura de combate mandaloriana. ¿Quién...?
Los
amortiguados sonidos de la multitud se alzaron en un rugido y ahogaron sus
palabras.
El
asistente del ring gritó por encima del bullicio.
-¡Hora
de luchar, basura inmunda, apestosos y pecaminosos tuertos chupahuevos hijos de
los demonios del limo! ¡Hora de luchar!
Desde
donde se encontraba, muy por encima del ring, Boba Fett observaba cómo
aparecían los luchadores, saliendo del túnel para entrar al ring pentagonal.
Cuatro luchadores, como le habían dicho a Fett que era lo habitual en el
Todos-Contra-Todos; el locutor permanecía en la quinta esquina, esperando
pacientemente mientras los luchadores se quitaban sus albornoces y ocupaban sus
posiciones, mientras el rugido a pleno pulmón de veinte mil hombres reverberaba
por todo el Foro.
Receptores
colocados alrededor del borde del ring transmitirían la lucha por todo el
planeta.
Tres
de los luchadores eran lo que Fett habría esperado, grandes matones para los
que el ring del Todos-Contra-Todos resultaba la alternativa obvia al
reclutamiento. El cuarto le sorprendió; Fett hizo zoom sobre el hombre...
El
rostro quedó enfocado. Por un instante la imagen sorprendió a Fett; el luchador
parecía estar mirando directamente a Fett. Redujo la ampliación de los
macrobinoculares para tener un campo de visión más amplio... y muy curiosamente
la impresión era acertada; el tipo estaba
mirándole. El joven luchador se quitó el albornoz lentamente, levantando la
mirada más allá de las luces del ring, hacia la penumbra, al punto donde se
encontraba Fett, mientras los otros luchadores hacían ejercicios de
calentamiento en sus esquinas.
El
hombre era joven... no más mayor, muy
probablemente, que el objetivo de Fett esa noche. Mala noche, pensó Fett, para
ser joven y vital y lleno de promesas.
El
locutor avanzó al centro del ring y alzó las manos, con las palmas hacia
afuera. Su voz resonó por todo el Foro llegando a toda la expectante audiencia.
-¡Esta
es la eliminatoria final! Estas son las normas: Nada de arrancar ojos. Nada de
golpes a la garganta o a las ingles. Nada de muertes intencionadas. No… hay... más… normas. –Hizo una pausa,
y los vítores del público se alzaron en un grito frenético cuando añadió con
voz atronadora-: ¡El último en pie será
el vencedor!
El
locutor saltó fuera del ring y, a su pesar, al observar a los luchadores,
particularmente al joven, allí de pie solo, valiente y asustado, a su pesar
Fett descubrió que se le aceleraba el pulso mientras, como el resto de la
multitud, esperaba que cayera la bandera que señalaría el comienzo del combate.
Había
momentos en los que Fett apreciaba la vida; él mismo no era precisamente un
anciano, y había noches, noches como aquella, en las que era bueno –y tras el
casco, Fett sonrió cuando el pensamiento cruzó su mente- en las que era bueno
ser joven, y vital, y lleno de promesas.
La
bandera azul oscuro cayó aleteando desde la viga hasta el ring.
Los
tres matones avanzaron hacia el joven luchador...
-Especia
–dijo Boba Fett.
-Sí,
amable Fett –dijo el objetivo, Hallolar Voors-. Especia. Dieciocho
contenedores. Y si puede manejarlo, podemos entregar la misma cantidad
nuevamente, dos veces por trimestre.
Fett
asintió como si estuviera prestando atención. No había pasado mucho tiempo
desde el final de las peleas, y caminaba con Voors por un gigantesco y
pobremente iluminado almacén, aparentemente desierto, en un extremo del Paseo
del Verdugo; el Paseo del Verdugo era un suburbio que a su vez estaba en un
extremo de Lenta Agonía. Fett no estaba impresionado por la imaginación que
mostraban en Jubilar, pero tenía que admitir que demostraban cierta coherencia.
Voors
había cambiado las dos mujeres por un par de guardaespaldas perceptiblemente
armados. Los guardaespaldas caminaban tras ellos.
-El
comercio de la especia en este sector lleva mucho tiempo controlado por los
hutts –observó Fett-. ¿Dónde ha encontrado una fuente independiente?
Voors
sonrió a Fett; Fett, que miraba al frente, observaba la sonrisa en la pantalla
táctica del visor de su casco. La pantalla táctica le proporcionaba una vista
en 360 grados de su entorno; Fett se preguntó su Voors lo sabía, o si sólo
estaba sonriendo para practicar. Fett tuvo que admitir que era una sonrisa
atractiva.
La
armadura mandaloriana en sí misma ponía nerviosa a la gente, pero Fett había
descubierto que la gente se ponía aún más nerviosa cuando no les miraba al
hablarles. Y si pensaban que no podía ver lo que pasaba a su alrededor, mucho
mejor aún.
Para
Fett, Voors no parecía de los que sabrían gran cosa acerca de las capacidades
de una armadura de combate mandaloriana. De hecho, el hombre parecía
precisamente lo que era: el hijo de un adinerado hombre de negocios local, un
tipo joven, elegante, apuesto y oscuro, con ropa cara y una buena sonrisa, al
que, sin saberlo, todos estos asuntos le venían letalmente grandes.
-La
fuente es... secreta –dijo Voors-. Y me temo que desea continuar siéndolo.
Fett
asintió con la cabeza una vez; apenas le importaba.
Momentos
después llegaron a una zona amplia y relativamente vacía, lo bastante bien
iluminada para que los macrobinoculares de Fett, ajustados a la oscuridad por
la que habían estado caminando, disminuyeran automáticamente la ganancia;
dentro del casco, la escena seguía apareciéndole a Fett con claridad de día.
En
el centro de la zona vacía se encontraban tres filas de contenedores de
plástico, seis por fila. Los contenedores eran gruesos, de la mitad de alto que
un hombre. Fett señaló uno al azar.
-Abra
ése.
Uno
de los guardaespaldas que se encontraban tras Fett miró a Voors; Voors asintió
rápidamente. Las luces del almacén cambiaron, volviéndose de color rojo oscuro;
la luz blanca normal activaba la especia. El guardaespaldas avanzó, se
arrodilló, y tocó los dos cierres que mantenían el contenedor sellado; dejó a
Fett con un guardaespaldas todavía detrás de él, ligeramente a su izquierda.
Fett
dio un paso adelante y bajó la mirada. Parecía especia; alargó la mano y
extrajo un puñado.
-Séllelo
y vuelva a encender las luces blancas.
Las
luces regresaron... y, en efecto, era especia. Fett la esparció por encima del
contenedor y se quedó allí, brillando a la luz, centelleando y titilando
mientras la especia se activaba. La mano izquierda de Fett, que colgaba junto a
su cinturón, pulsó un botón oculto en él para liberar una neurotoxina y
continuó el movimiento hasta tocar su mano derecha. Se quitó el guante y
permaneció allí con su mano derecha desnuda levantada en el aire.
-¿Le
importa si la huelo? La especia real tiene un aroma penetrante y placentero...
Voors
echó un vistazo a sus guardaespaldas.
-Si
insiste.
Fett
alzó la mano, como si fuera a quitarse el casco... Vio cómo le observaban con
clara expectación. Otro de los beneficios de la armadura; quitarse el casco se
convertía en un acto teatral. Se detuvo con la mano en la base del casco, y
relajó el gesto.
-Quisiera
hacerle una pregunta. –La mano descendió ligeramente-. ¿Alguna vez le molesta
la conciencia?
Voors
se le quedó mirando fijamente.
-¿Habla
en serio? ¿Por la especia?
-¿Alguna
vez le molesta la conciencia –volvió a decir Fett, con esa voz que siempre
sonaba tan áspera cuando hablaba en básico- por traficar con especia?
-Ni
siquiera causa adicción –dijo Voors un poco dubitativo-. Y tiene usos terapéuticos
válidos...
El
guardaespaldas más cercano a Fett parpadeó, agitó la cabeza y volvió a
parpadear.
-Las
sustancias que no son adictivas –dijo Fett- frecuentemente conducen al abuso de
sustancias que lo son. ¿Eso no le molesta?
Voors
respiró profundamente.
-¡No, no me molesta! –estalló-. Mi
conciencia sólo...
Su
boca se cerró... y luego se abrió de nuevo, como si pretendiera seguir
hablando.
El
guardaespaldas detrás de Fett estaba más alejado de la neurotoxina; Fett se
giró, liberando su bláster con la mano izquierda, y disparó al hombre mientras
éste trataba de alcanzar su arma. El disparo impactó en el estómago del
guardaespaldas; se tambaleó hacia atrás, sujetando todavía su bláster, y Fett
avanzó mientras el guardia retrocedía, apuntó y le disparó una segunda vez en
la garganta para mayor seguridad.
Se
volvió de nuevo hacia la especia, hacia Voors y el otro guardaespaldas. Aún no
estaban muertos, por supuesto. Se desplomaron y Fett permaneció en pie
observándolos; los receptores insertados en su casco estaban ocupados
registrando sus estertores de agonía. Jabba querría ver la grabación. Esta era
una de las primeras veces que Fett había aceptado un trabajo del hutt, pero
Fett comprendía a los hutts; Jabba pagaría un extra por las imágenes reales de las
muertes de sus enemigos.
Volvió
a ponerse el guante en la mano derecha; ya estaba entumecida, hasta la muñeca,
por la exposición al gas nervioso que había liberado.
Después
de que cesaran las sacudidas, Fett se acercó para obtener mejores imágenes de
ellos. Se inclinó ligeramente para obtener el mejor ángulo en sus grabaciones.
El pálido guardaespaldas se había vuelto azul. Voors, de piel más oscura, se
había vuelto púrpura. Su lengua hinchada asomaba entre los dientes; Fett supuso
que Jabba disfrutaría de ese detalle.
Unos
instantes después, Fett se enderezó y retrocedió unos pasos, poniendo una buena
distancia entre él y los dieciocho contenedores de especia.
Descolgó
su lanzallamas, lo encendió, y disparó con él sobre los tambores de plástico
durante lo que le pareció un largo tiempo.
El
hutt no le había pagado por quemar la especia, pero tampoco le había pagado por
no hacerlo, y había cosas que merecía
la pena hacerlas gratis. Cuando todo lo que quedó fue una ardiente masa fundida
en medio del almacén, Boba Fett, que se tenía a sí mismo por un hombre justo y
honesto, volvió a colgar el lanzallamas sobre sus hombros, dio media vuelta, y
salió caminando en silencio del almacén, a la noche oscura y silenciosa, hacia
un futuro lleno de promesas.
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