Pasaron
quince años.
O,
para decirlo de otro modo:
Darth
Vader murió; al igual que el emperador. El Imperio cayó y fue sucedido por la Nueva República.
En la escala humana quince años es tiempo suficiente para que nazcan bebés y
crezcan para convertirse en adolescentes; los niños humanos por toda la galaxia
se hicieron adultos y engendraron sus propios hijos. Para algunas especies más
longevas el período pasó sin cambios significativos; para otras, de vida más
corta que los humanos, generaciones enteras nacieron, envejecieron, y murieron.
En
un sector de la galaxia del que Boba Fett jamás había escuchado hablar, una
estrella se convirtió en nova; destruyó un mundo y a una especie entera de seres
racionales. Levantó menos comentarios que la destrucción de Alderaan, sólo una
década antes; la galaxia en su conjunto apenas advirtió la tragedia, y Fett
nunca supo de ella. En una galaxia con más de cuatrocientos mil millones de
estrellas y más de veinte millones de especies inteligentes, es normal que
ocurran esas cosas.
Los
remanentes del Imperio se alzaron contra la Nueva República , y
fueron derrotados; Luke Skywalker cayó al lado oscuro de la Fuerza... y regresó,
como pocos Jedi habían hecho jamás en los miles de generaciones que le
precedieron.
Leia
Organa se casó con Han Solo; y juntos tuvieron tres hijos.
En
Tatooine, un devaroniano borracho llamado Labria mató a cuatro mercenarios, y
desapareció.
Boba
Fett envejeció.
En
el planeta Coruscant, el mundo que había sido el capitolio de la Antigua República ,
el capitolio del Imperio, y ahora era el capitolio de la Nueva República ,
en el Palacio Imperial, en los alojamientos que compartía con su esposa, Han
Solo estaba sentado al borde de su cama con los labios fruncidos en un gesto
obstinado.
-No.
No voy a ir. La firma de tratados me aburre, y además ese inútil hijo de slorth
de Gareth trató de hacerme trampas al laro la última vez que estuvimos allí.
Leia
estaba de pie con los brazos cruzados, mostrando a las claras su exasperación.
-¡Tú
le hiciste trampas después!
-Yo
le hice trampas mejor. De todas
formas ese estúpido debería sentirse afortunado de que sólo tuviera que tratar conmigo –señaló Han-. Cuando yo era
joven, que te atraparan haciendo trampas al repartir las cartas era un crimen y
te colgaban por ello.
-Eso
no es cierto –dijo Leia... aunque un poco dubitativa, pensó Han; él la conocía
desde el tiempo suficiente para saber que hacer trampas, y las consecuencias de
ello, no estaba entre las cosas que se enseñan a las princesas.
-Es
muy cierto –dijo honestamente Han-. De todas formas, el Rey Gareth tuvo suerte de que no le pasara nada peor que
perder contra mí, esa es la cuestión. Así que no sé qué esperas que haga. ¿Que
me acerque al tipo y le diga: “Lamento, su escoriosa Bajeza Real, saber hacer
trampas mejor que usted”?
Leia
dejó escapar un suspiro.
-Desearía
que no utilizaras la palabra “real” como si fuera un insulto. Yo soy...
-Eres
adoptada –dijo velozmente Han.
Eso
hizo asomar una sonrisa involuntaria en el rostro de ella.
-No
vas a venir, ¿verdad?
-¿Quieres
que pase dos semanas de aburrimiento diplomático?
-¿Seguro
que vas a aburrirte?
-Me
aburrí la última vez, excepto aquella noche.
-No
creo que Gareth vuelva a jugar a las cartas contigo.
-Entonces
me aburriré todas las noches.
Leia
suspiró.
-No
vas a venir.
-No
voy a ir.
-Estaba
pensando en llevarme los niños conmigo. Ya son lo bastante mayores y les
proporcionaría algo de experiencia necesaria para tratar con...
-Sin
duda es lo bastante seguro –concedió Han-. Si no mueren de aburrimiento.
-Podría
dejar a Trespeó contigo para mantener...
-¿Me
dejarías aquí con Trespeó? ¿Qué he hecho yo para merecer eso?
Leia
Organa hizo auténticos esfuerzos para evitar que la sonrisa asomara en su
rostro.
-Muy
bien, me lo llevaré a él también
conmigo.
Han
Solo alzó la mirada hacia ella y sonrió pícaramente.
-Trato.
Ella
se inclinó hacia él.
-Más
te vale no estar en la cárcel cuando vuelva.
-Eh,
eh –protestó él-. Es de mí de quien
estamos hablando.
Llamó
a Luke.
-Eh,
colega –dijo Han cuando la imagen de Luke apareció en el holograma-. ¿Estás
ocupado esta noche?
Una
sonrisa iluminó los rasgos de Luke.
-¡Han!
¿Qué tal estás?
-Bien.
Mira, Chewie se ha ido a casa y no volverá en otras cuatro semanas, mi mujer e hijos
están fuera...
-...el
viaje a Shalam –asintió Luke-. Es verdad. ¿Por qué no fuiste tú?
-...y
estaba pensando –insistió Han, negándose a que le cambiaran de tema- que
podríamos salir esta noche y ver si podemos meternos en algún lío.
Luke
negó con la cabeza.
-No
puedo, Han. He invitado a cenar a un grupo de senadores... pero estás invitado
a unirte a nosotros.
-Meterse
en un lío suena más atractivo –gruñó Han.
Luke
sonrió.
-Vamos,
Han. Sabes que no puedo cancelar mi propia cena. Además, esto es Coruscant.
Somos dos de las personas más conocidas de todo el planeta. ¿Dónde vamos a
encontrar un lío en el que meternos?
-Ya
lo he logrado otras veces.
-Y
permaneciste dos días en la cárcel hasta que logramos convencerles de que tú
eras realmente tú. Leia estuvo realmente preocupada.
-Sí
–señaló Han-, pero Leia está fuera del planeta ahora mismo. Para cuando
regrese, esta estancia en la cárcel
no será sino un alegre recuerdo.
Luke
soltó una carcajada.
-Han,
ven a cenar conmigo. Lo pasarás bien.
-¿Con
media docena de senadores? Preferiría que me arrancaran una muela.
-Sabes
–dijo Luke en voz baja-, podrías considerar unirte
al Senado.
-...y
sin anestesia…
-Te
elegirían en un abrir y cerrar de ojos.
-Y
me recusarían en menos de un mes.
-¿Por
qué?
Han
pensó en ello.
-Por
aceptar sobornos –dijo finalmente.
-Tú
no aceptarías sobornos –dijo con calma Luke.
-Bueno,
admito que dependería del soborno.
-Han,
¿qué te preocupa?
La
pregunta sorprendió a Han.
-Nada.
Luke
le miró tan fijamente que resultaba perturbador.
-No
me estás diciendo la verdad, Han. O no te estás diciendo la verdad a ti mismo,
no estoy seguro...
Esa
mirada estaba poniendo incómodo a Han.
-No
sé. Tal vez sólo sea que Chewie se ha marchado...
-No
es eso.
Han
miró fijamente a Luke.
-No...
en realidad no. Sabes... ya no sé hacia dónde me dirijo, muchacho. Tengo una
mujer e hijos que me quieren, y a los que quiero. Pero ese es el problema. Soy Papi. Soy el consorte de
Leia. Cuento anécdotas graciosas en cenas de estado...
-Y
eres muy bueno en eso –dijo amablemente Luke-. Hay un lugar para esa clase
de...
-...y
hace un tiempo, en una de esas malditas cenas, alguien me preguntó cómo era, el
contrabando, quiero decir, en los viejos tiempos. Comencé a responder y de
pronto no podía recordarlo. No podía recordar la última vez que había superado
una barricada imperial, o cuál era la carga, o cómo me sentí.
Luke
le sonrió.
-Éramos
Ben y yo, y los droides.
Han
pareció sorprendido.
-Tienes
razón... ¿Fue entonces, no? –Sonrió casi involuntariamente-. Sí. Muy bien,
digamos que no pude recordar la última vez que gané algo de dinero al hacerlo...
Luke
volvió la cabeza, miró fuera de la imagen, y volvió a mirarle.
-Han,
mis invitados están llegando. ¿Estás seguro de que no quieres unirte a
nosotros?
A
su pesar, Han se sintió tentado.
-...nah.
Esta noche no.
Luke
asintió.
-Me
pasaré por ahí mañana. ¿De acuerdo?
-De
acuerdo. Te llamaré más tarde, muchacho.
Los
labios de Luke se arquearon en una pequeña sonrisa.
-Han...
-¿Sí?
-Han,
no soy mayor de lo que tú eras cuando nos conocimos. –La sonrisa no
desapareció, pero cambió sutilmente de cualidad, de un modo que Han Solo no
terminó de comprender-. El mundo cambia,
Han. No puedes detenerlo y no puedes luchar contra ello, y no puedes nunca,
jamás, hacer que vuelva atrás. –Han tuvo la extrañísima sensación de que Luke
le estaba estudiando; y entonces Luke asintió con la cabeza-. Hablaré contigo
mañana –dijo-. Quédate ahí.
Su
imagen desapareció.
El chico se está convirtiendo en Obi-Wan
ante mis propios ojos, pensó Han Solo.
Una
grabación le respondió cuando trató de localizar a Calrissian.
-Lo
siento, pero ahora mismo no estoy disponible. He tenido que salir en un largo
viaje de negocios; responderé a cualquier mensaje si vuelvo.
”Si
eres Han, colega, me debes cuatrocientos créditos si regreso.
Bueno,
maldita sea, pensó Han. Lando sí ha
encontrado un lío en el que meterse.
Más
tarde, esa misma noche, se encontró varios pisos más abajo, en la bahía de
lanzamiento donde guardaba el Halcón.
Estaba
oscuro, excepto por las luces de la bahía muy por encima de él, y silencioso
salvo por el lejano sonido de los cargamentos al descargarse, en las bahías
comerciales muchos pisos más abajo.
Nadie
detuvo a Han cuando llegó; nadie le preguntó qué estaba haciendo allí; caminó
por la bahía en penumbra como si poseyera el lugar.
Prácticamente
era así.
Han
Solo llegó a un extremo de la bahía y colocó la mano sobre el control de los
proyectores; cuatro bancos de focos cobraron vida.
Bajo
la cascada de luz, el Halcón Milenario
brillaba con blancura inmaculada. Nunca había estado tan limpio en todos los
años que Han llevaba poseyéndolo; nunca había estado pintado tan
cuidadosamente, hasta el mínimo detalle. Sus motores habían sido reconstruidos;
el nuevo hiperimpulsor jamás había parpadeado siquiera. Casi todos los
emplazamientos de armas eran equipo nuevo.
Incluso
tenía piezas de repuesto para todo.
Han
había dejado de preguntarse cuánto había costado todo aquello; la Nueva República lo
había pagado todo. Jamás había visto una sola factura.
Sentado
en el asiento del piloto, en la cabina, inició la secuencia de lanzamiento. No
pretendía realmente despegar; sólo quería mirar el cielo.
La
cúpula sobre el Halcón se abrió por
la mitad y se apartó deslizándose lentamente mientras la plataforma sobre la
que descansaba el Halcón se elevaba,
y el cielo apareció.
Han
Solo echó un vistazo al mundo exterior.
Era
asombroso lo mejor que eso le hacía sentirse, simplemente estar ahí sentado, en
lo más parecido a un hogar que había tenido en su vida. El asiento a su lado
estaba vacío, y eso no estaba bien... pero tampoco estaba mal del todo. No
había conocido a Chewbacca hasta bien entrado en su edad adulta, y hubo un
tiempo, antes de eso –antes de Chewie, después de la muerte de sus padres-, en
el que no hubo nadie.
Nadie
excepto él mismo.
Han
se preguntaba a veces –en contadas ocasiones, a decir verdad- qué habría
pensado de él su familia si hubiera podido ver en lo que se había convertido.
Nunca tuvo que preguntárselo, cuando era joven; su familia le había querido,
pero sabía que él era una decepción para ellos, y no habían vivido para verle
convertirse en algo mejor.
Se
pueden señalar los momentos en los que ocurren los cambios. No siempre; algunos
cambios son como las mareas, lentos y apenas perceptibles hasta que hay
llegado, o se han ido.
A
veces, en cambio...
Han
había pensado en ello y,
extrañamente, cada vez con más frecuencia conforme el propio evento se alejaba
más y más en el tiempo: la
Estrella de la
Muerte se aproximaba, e iba a destruir la base rebelde, a los
propios rebeldes y a su claramente condenada rebelión. Han embarcó con Chewie
en el Halcón, y se marcharon con
tiempo de sobra...
Chewie
estaba furioso, Han se pudo dar cuenta de eso. Chewie quería luchar.
Permanecieron allí sentados, juntos, en la sala de control del Halcón, sin que Chewie le dirigiera la
palabra. Han cometió no uno, sino dos
errores al calcular el salto al hiperespacio. Finalmente obtuvo su
trayectoria... y no fue capaz de ejecutarla.
-De
acuerdo, de acuerdo, luchemos
–exclamó finalmente en dirección a Chewie, casi veinte años atrás, convencido
de que ambos se dirigían a sus muertes...
Estaba
sentado en la cabina del Halcón, casi
veinte años después, y se preguntó lo que podría haber ocurrido: Leia estaría
muerta, y Luke también. Sus hijos nunca habrían nacido. El Imperio todavía
gobernaría la galaxia, y él y Chewie viajarían de mundo en mundo, un paso por
delante de los imperiales, un paso por delante de los cazarrecompensas.
No, pensó Han. “Un paso” no. Alguien me habría atrapado. Boba Fett, IG-88 –alguien- y yo no habría tenido amigos que vinieran
a rescatarme de las garras de Jabba.
Veinte
años.
Todavía
en ese momento Han podía recordar con toda claridad... lo cerca que había
estado de activar esa trayectoria, y dejar a Leia y a Luke atrás. Se despertaba
por la noche, a veces, con sudores fríos, pensando en ello.
Lo
terriblemente cerca...
Si
sus padres siguieran vivos, pensó Han, estarían impresionados por el hombre en
el que se había convertido... y en lo más mínimo sorprendidos por lo cerca que
había estado que eso no ocurriera.
Mari’ha
Andona pulsó un botón cuando recibió la llamada.
-Aquí
Control.
-Al habla el general Solo.
Mari’ha
hizo una mueca de dolor ante el uso del rango; ciertamente Solo tenía derecho a
usarlo, pero Mari’ha llevaba como controladora de vuelo en ese sector de
Coruscant el tiempo suficiente para saber que Solo únicamente lo usaba cuando
iba a hacer valer su autoridad por algo.
-Voy a dar una vuelta con el Halcón. ¿Podrías despejarme una trayectoria de
vuelo?
-Sí,
señor. ¿Cuál es su destino?
-No tengo.
-¿Disculpe?
–dijo Mari’ha con calma-. ¿Señor?
-No tengo ningún destino. Aún no sé dónde voy
a ir.
Mari’ha
suspiró, examinando las pantallas que mostraban todos los vuelos de su sector.
Había tantos que era difícil para un humano distinguir un punto de luz que
correspondiera a una nave concreta.
El droide de vuelo va a agarrarse un cabreo,
pensó. El droide de vuelo siempre se agarraba cabreos; había adquirido cierta
aversión hacia el general Solo muchos años atrás, cuando...
-¿Con qué parte de todo esto estás teniendo
problemas, Control?
-Voy
a necesitar un par de minutos –murmuró en la unidad de comunicación-. Usted no
le cae bien al droide de vuelo.
-Necesitas
–dijo Solo- despejar un pasillo y darme
una trayectoria de vuelo, y hacerlo antes de que me vea obligado a bajar a la
torre personalmente para usar mis encantos. ¿Recibido?
-Le
recibo, general –Terminó de componer su petición para despejar el espacio, la
mandó, y entonces permaneció sentada pulsando Anular, una y otra vez, a las objeciones del droide de vuelo-. Y...
ya está. Que tenga un buen viaje, general. No tenga prisa en volver.
-Trataré de no echarte mucho de menos,
cariño. Un placer, como siempre. Solo fuera.
No
mucho después de eso, el holo de su supervisor cobró vida, a un sexto de
escala, en la zona de visualización a su derecha.
-Esto
es de lo más irregular –dijo severamente-. ¿El general Solo te proporcionó un
plan de vuelo?
-No.
-¿Tiempo
estimado de regreso?
-No.
-¿Destino? –Casi era un alarido.
-No
podría decirle. Pero ningún lugar de este sistema. Entró en el hiperespacio
hace unos veinte minutos.
En
el transcurso de una vida pasaban cosas extrañas:
Cuando
comenzó su carrera como cazarrecompensas, Boba Fett jamás había oído hablar de
ese lugar... Tatooine. Pero ese pequeño e insignificante planeta desértico
acabó convirtiéndose en parte de la vida de Fett, y en el transcurso de los
años continuó colándose en ella. Jabba el hutt estableció su cuartel general
allí; Luke Skywalker, como Fett descubrió muchos años después, había crecido
efectivamente en Tatooine.
El
peor desastre de su vida tuvo lugar allí, su caída al Gran Pozo de Carkoon, en
las fauces del sarlacc.
Dos
años atrás, Tatooine había vuelto a irrumpir en la vida de Fett. Cuatro
mercenarios, dos de ellos devaronianos, entraron en un bar de Mos Eisley. Uno
de los mercenarios devaronianos reconoció, o creyó haber reconocido, al
Carnicero de Montellian Serat. La identificación pudo no haber sido acertada;
el viejo devaroniano al que había señalado mató inmediatamente a los cuatro
mercenarios, y nadie pudo interrogarle al respecto.
El
viejo devaroniano había desaparecido, fuera de Tatooine... y Fett le había
rastreado. Hasta allí, Peppel, un mundo casi tan alejado de Coruscant como
Tatooine.
El
objetivo. Kardue’sai’Malloc, el Carnicero de Montellian Serat. Había una
recompensa de cinco millones de créditos por el Carnicero, cinco millones de
créditos para su fondo de jubilación.
Boba
Fett ya no era el hombre que una vez fue. Su pierna derecha, desde por debajo
de la rodilla, era artificial. Sólo un tratamiento médico constante impedía que
desarrollara cáncer; los días que había pasado en el vientre del sarlacc habían
alterado permanentemente su metabolismo, lo habían dañado genéticamente hasta
tal punto que no podría haber tenido hijos aunque hubiera querido; su
estructura celular no siempre se regeneraba del modo que se suponía que debía
hacerlo.
Por
no hablar de los recuerdos que albergaba del sarlacc y de la sopa genética del
sarlacc, recuerdos que no siempre eran los suyos propios.
Fett
esperaba, con el vientre sobre el frío barro, desnudo excepto por los calzones
que mantenían sus partes privadas decentemente cubiertas, con flechas en un
carcaj cruzado a su espalda, un arco en una mano, y un cuchillo de cristal
dentro de una vaina de cuero. Malloc –o Labria, el nombre que había estado
usando durante el último par de décadas- era más falso y peligroso de lo que
nadie hubiera imaginado jamás. Fett descubrió que se había creado una
reputación en Mos Eisley: Labria, el peor espía de la ciudad. Era un borracho,
y nadie lo respetaba, no lo temía, hasta el día en que mató a cuatro
mercenarios en la flor de su vida.
Estaba
oscureciendo. Fett esperaba, tiritando, preocupándose. Algún tipo de luz
artificial brillaba en la única ventana de la choza. El contenido metálico de
su pierna artificial era bajo, pero Fett no sabía lo bueno que era el sistema
de seguridad del Carnicero; todo lo que sabía era que estaba allí. Se había
deslizado entre trampas de cable y de luz; había reptado, centímetro a
centímetro, pasando parpadeantes sensores de movimiento.
Si
no hubiera habido algún tipo de sensor barriendo el claro, Fett habría quedado
sorprendido. Esa era la razón por la que no llevaba puesta la armadura ni había
traído armas más modernas.
Las
luces de la choza se apagaron. La choza no tenía instalación de cañerías; la
noche anterior, a esa hora, Malloc había esperado varios minutos después de
apagar su luz, dejando que sus ojos se aclimatasen a la oscuridad, supuso Fett,
antes de salir al exterior.
Fett
se llevó la mano a la espalda, extrajo una flecha, y tensó el arco. Era un arco
compuesto, que requería un mínimo esfuerzo después
de haberlo tensado; Fett apuntó y esperó.
La
noche anterior a esa hora Malloc había salido al exterior para aliviarse. Fett
no sabía sobre devaronianos tanto como debería (aunque había estudiado un
gráfico anatómico de los devaronianos; no quería disparar al tipo en el lugar
equivocado). Era posible que sólo se aliviaran una vez a la semana. Si es era
el caso, iba a tener que pensar otro modo de enfocar...
La
puerta se abrió, y la presa apareció en el umbral sosteniendo su rifle de
asalto con ambas manos, dio un rápido paso al exterior, al porche, y luego
salió del porche hacia el costado de la casa más cercano al escondite de Fett.
Fett siguió a Malloc mientras este avanzaba hacia el retrete al aire libre que
el devaroniano había cavado para sí, a diez metros de distancia de la choza.
Esperó a que Malloc se apartara la ropa y se aliviara... y luego esperó hasta
que hubo acabado y volviera a arreglarse la ropa.
Necesitaba
mantener a éste con vida, y Fett había disparado a demasiados individuos, de
todas las especies, para disparar a alguien antes de que él, ella, o ello, se
hubiera vaciado. Alguien tenía siempre que limpiarlo todo después, y
generalmente era la persona que no estaba encadenada.
Fett
dejó que el tipo se levantara de su retrete, dando la espalda a Fett, y disparó
a Malloc en la parte alta de la espalda. Se levantó y comenzó a correr, medio
tambaleándose él también, corriendo con piernas que aullaban de dolor, mientras
Malloc se trastabillaba hacia delante, emitiendo algo que lograba mezclar un
grito y un rugido. Fett se acercó a Malloc y rodó agachándose, y con el
cuchillo pegó un tajo en el tendón de la corva de la pierna derecha de Malloc.
Malloc cayó hacia delante, de rodillas, echando todavía las manos atrás para
tratar de arrancarse la flecha del hombro.
Fett
lo empujó hacia delante, contra el muro de la choza, agarró a Malloc por uno de
sus cuernos y tiró de la cabeza hacia atrás, poniéndole el cuchillo contra la
garganta.
-Si
te mueves, te mato –susurró con voz ronca.
La
choza apestaba.
Kardue’sai’Malloc,
el Carnicero de Montellian Serat, estaba sentado apoyado contra la pared. Ya no
tenía la flecha clavada en la espalda, pero la herida aún sangraba, y luchó
contra las ataduras que mantenían sus manos detrás de su espalda.
La
choza era espaciosa; el tamaño de la choza era una de las cosas que dio que
pensar a Fett. Se preguntó qué ocultaría el Carnicero en su interior...
principalmente, se preguntaba qué armas podría tener guardadas allí dentro,
esperando a la persona equivocada.
Pero
no había armas, excepto el rifle que el Carnicero llevaba consigo.
Fett
ya sabía que los devaronianos eran carnívoros; de no haberlo sabido, el
contenido de la choza lo habría confirmado. Los cuerpos de media docena de
animales colgaban abiertos en canal a lo largo del muro más alejado. En un
rincón de la habitación se alzaba una pila de huesos y conchas a los que se les
había arrancado prácticamente toda la carne. Decenas de botellas vacías se mezclaban
entre ellos.
En
la esquina opuesta estaba el pozo donde Malloc había dormido; y varias decenas
de botellas más, aún llenas de Oro de Merenzane, alineadas en la tarima junto
al pozo.
Fett
no se había molestado aún en mirar nada excepto los controles del sistema de
seguridad. Por lo que pudo ver, todo era seguridad pasiva, nada que disparara a
la Esclavo IV si la hacía aterrizar en el claro que
había a pocos kilómetros siguiendo el camino. Satisfecho al fin, se volvió
hacia su presa.
-En
pie. Vamos a caminar un poco. Tengo que dejar la señal fuera del alcance de tus
sensores.
Malloc
hizo una mueca, mostrando sus dientes afilados. Era alto para la media
devaroniana, lo que lo hacía muy alto para la media humana. Hablaba en básico
con menos acento que el propio Fett.
-No.
No creo que pueda.
Fett
sopesó el rifle de asalto del hombre y se encogió de hombros.
-Los
devaronianos sois duros; sé eso acerca de vosotros. No entráis en shock y no
morís con facilidad. Caminarás... o te quemaré los brazos y las piernas para
hacerte más ligero, y entonces te arrastraré
hasta donde vayamos. –Fett hizo una pausa-. Tú eliges.
-Mátame
–dijo con cansancio la presa-. No voy a caminar.
-Haré
algo peor que matarte –dijo Fett pacientemente... le dolía la rodilla
izquierda, toda su pierna derecha le quemaba desde la prótesis hacia arriba, y
realmente no quería arrastrar durante dos kilómetros a ese devaroniano tan
grande, ni siquiera después de aligerarlo.
Malloc
dejó caer la cabeza hacia atrás, apoyándola en la pared a su espalda.
-¿Sabes
qué estás haciendo, cazarrecompensas? ¿Sabes siquiera quién soy?
Fett
disparó una rápida ráfaga a la pared junto a la cabeza de Malloc, para captar
su atención: tan sólo chamuscó ligeramente las tablas de madera húmeda.
-Escucha.
Soy Boba Fett. –Había pasado una generación desde que alguna de sus presas no
llegara a reconocer su nombre; esto hizo que los ojos del tipo cobraran vida.
Miedo, supuso Fett-. Y tú eres Kardue’sai’Malloc, el Carnicero de Montellian
Serat, y vales cinco millones de créditos. Vivo. Y nada muerto, así que no
lograrás enfadarme para que te mate.
-Boba
Fett –susurró. Miró fijamente al rostro de Fett-. Eres un feo ave de presa...
Había escuchado que ibas por mí.
Fett
no lograba creerse cuánto estaba teniendo que hablar para evitar arrastrar a
ese tipo durante dos clics.
-Sí.
Entonces tendré que quemarte...
-Dicen
que eres honrado.
Fett
sabía reconocer el comienzo de una negociación cuando lo oía.
-¿Qué
tienes? ¿Algo que merezca la pena cambiar por cinco millones de créditos?
Malloc
miró fijamente a Fett, buscando algo en sus rasgos... Fett no lograba imaginar
el qué. Tomó aliento, hizo una mueca de dolor, y luego asintió.
-Sí.
Por el Frío, que lo tengo. Algo que fácilmente
vale cinco millones de créditos. Tal vez más. Algo invaluable, Fett...
-¿Qué?
–dijo Fett con impaciencia.
-Kang
–susurró Malloc-. Maxa Jandovar, Janet Lalasha. Milagro Meriko...
Fett
reconoció el último nombre, y supo que ese idiota le estaba mintiendo.
-Meriko
murió bajo custodia imperial hace veinticinco años, estúpido embustero, y la
recompensa por él era de veinte mil créditos, ni por asomo cinco millo...
-¡Música! –aulló Malloc. Miró fijamente a
Fett-. ¡Bárbaro incivilizado! ¡Música!
Tengo la música de Maxa Jandovar, y de Orin Mersai. M’lar’Nkai’kambric.
–Respiró profundamente y volvió a gritar-. Lubrics,
Aishara, Dyll…
Harto,
Fett negó con la cabeza.
-No.
No, no me importa tu música. ¿Te levantarás
ahora? ¿O debo cortarte en pedazos y arrastrarte?
El
Carnicero echó la cabeza hacia atrás y observó el techo. La luz golpeaba sus
ojos de depredador y rebotaba brillante en ellos.
-Por
el Frío –murmuró-, qué ignorante eres. Eres ignorante incluso para ser humano.
Hay gente que pagaría por esa música,
Fett. Tengo las únicas grabaciones que quedan de media docena de los mejores
músicos de la galaxia. El Imperio mató
a los músicos, destruyó su música...
-¿Cinco
millones de créditos? –dijo amablemente Fett.
El
Carnicero dudó un segundo de más.
-Más
que eso...
Fett
apuntó con el rifle a las piernas del Carnicero.
-La
negociación ha terminado. Te arrastraré si me obligas –dijo, y no bromeaba.
Malloc
cerró los ojos, y habló justo un instante antes de que Fett decidiera comenzar
a cortar.
-Caminaré.
Pero tienes que prometerme tres cosas. Desenterrarás mis chips de música, están
en una caja enterrada en la tierra ahí fuera a pocos centímetros de
profundidad. Después de que me entregues en Devaron, llevarás esos chips a la persona que yo te diga que se los lleves,
y se los venderás por lo que ella pueda ofrecer. Y por último... –Señaló con la
cabeza hacia las botellas de licor dorado-. Nos llevaremos con nosotros seis de
esas. Voy a necesitarlas. –Vio cómo Fett negaba con la cabeza-. Esto no es una negociación, humano ignorante-
dijo secamente-. Comienza a disparar si crees que es lo que tienes que hacer,
pero te advierto que haré todo lo que pueda para morir bajo tu custodia entre
aquí y Devaron. Últimamente tengo una mala racha, cazarrecompensas.
La caza de recompensas, pensó agotado
Boba Fett, ya no es lo que solía ser.
Sacudió el rifle ante Malloc.
-Bien.
De acuerdo. Levántate... y enséñame
dónde está enterrada tu maldita música.
-Bienvenido
a Muerte, caballero Morgavi. ¿Tiene algo que declarar?
Como
venía siendo cada vez más frecuente, al menos cuando trataba con otros humanos,
el agente de aduanas que se encontraba ante Han Solo, bajo el brillante sol de
Jubilar, parecía... bueno, a Han le parecía más joven de lo que le pareció Luke
Skywalker la primera vez que Han lo vio a
él.
Una
sonrisa asomó al rostro de Han; no pudo evitarlo.
-No.
Nada que declarar.
El
muchacho miró al Halcón, y luego otra
vez a Han. La suspicacia se abrió paso en su rostro como un bebé dando sus
primeros pasos.
-¿Nada?
–preguntó al fin.
A
pesar de sus mejores instintos, la sonrisa de Han se ensanchó.
-Lo
siento, no. Sólo he venido a Jubilar de visita. –El muchacho pensaba que él era
un contrabandista-. Creo que iré un rato al bar del puerto –dijo-. Supongo que
ahora mismo querrá registrar la nave.
La
sonrisa parecía estar ofendiendo al agente de aduanas.
-Sí,
señor. Usted podría... esperar en el bar. Mientras registramos. Por supuesto,
si tiene prisa... –El hombre hizo una pausa.
Han
Solo trató de recordar la última vez que había sobornado a un oficial de
aduanas, y no pudo.
-No
he pasado nada de contrabando desde, bueno, prácticamente antes de la rebelión
–dijo Han al tipo. Comenzó a dirigirse hacia la terminal principal, y se volvió
un instante-. Hay compartimentos de carga justo debajo de la cubierta principal.
Pero los he dejado desbloqueados. No rompan nada al tratar de abrirlos, ¿de
acuerdo?
El
agente de aduanas se le quedó mirando mientras se marchaba.
-Tomaré
una cerveza –dijo Han-. Corelliana, si tiene.
El
bar del puerto estaba prácticamente vacío; sólo unos viejos gamorreanos
sentados juntos en un reservado al fondo, jugando a algún juego que implicaba
lanzar unos huesos, y una criatura de alguna raza que Han no había visto nunca
antes sentada al fondo de la barra, inhalando algo que, incluso desde allí,
apestaba a amoniaco.
El
camarero echó un vistazo a Han, asintió, y se volvió hacia la barra. Un largo
espejo colgaba en la pared detrás de la barra; Han se miró a sí mismo en él.
Pensó que el gris de su cabello le daba un aire distinguido.
-Creía
que esta ciudad se llamaba “Lenta Agonía” –dijo Han cuando posaron ante él una
cerveza oscura-. ¿Cuándo cambió de nombre?
El
camarero se encogió de hombros.
-Que
yo sepa, siempre se ha llamado “Muerte”.
-¿Cuánto
tiempo lleva en el planeta?
-Ocho
años.
-¿Por
qué?
El
camarero le miró fijamente.
-Acepte
un consejo: no haga esa clase de preguntas por aquí. -Sacudió la cabeza y dio
media vuelta.
Han
asintió, y se sentó a beber su cerveza; él había sabido eso, una vez. Un
pensamiento cruzó su mente.
-Eh,
colega.
El
camarero miró hacia él.
-Sólo
por curiosidad –dijo Han...
Hizo
una pausa y miró al bar casi vacío a media tarde.
Se
inclinó hacia el camarero.
-Ahora
que la especia es legal... ¿qué clase de cosas se suelen pasar de contrabando
por aquí, hoy en día?
El
viaje a Devaron duró tanto que la herida del hombro de Malloc casi estaba
curada cuando se acercaron a la salida del hiperespacio, aunque la pierna
estaba empezando a infectarse, y ninguno de los medicamentos que tenía Fett parecía
ser de ayuda; Fett esperaba sinceramente que la herida no matara al tipo antes
de llegar a Devaron.
Fett
había enviado previamente un comunicado al Gremio de Cazarrecompensas.
Normalmente no se habría molestado en involucrar al Gremio; pero normalmente no
tenía una adquisición de cinco millones de créditos. Un representante del
Gremio estaría esperando en Devaron cuando llegaran.
Fett
mantuvo al Carnicero encerrado en la celda de detención de la Esclavo
IV durante la mayor parte del viaje.
En
los minutos restantes que quedaban antes de salir del hiperespacio, Fett se
vistió. La armadura de combate mandaloriana que vestía no era la armadura que
había llevado años atrás; esa
armadura, rota y quemada, aún seguía en alguna parte del interior del Gran Pozo
de Carkoon, en Tatooine. Pero las armaduras de combate mandalorianas, aunque
inusuales, todavía podían adquirirse si sabías dónde buscar. Durante años Fett
había estado oyendo hablar de otro cazarrecompensas que llevaba armadura de
combate mandaloriana, un tipo llamado Jodo Kast. Eso le molestó terriblemente.
Con cierta frecuencia, durante esos años, Fett se encontró siendo culpado o
reconocido por cosas que había realizado Kast.
Menos
de un año después de escapar del sarlacc, Fett rastreó a Jodo Kast a través del
Gremio de Cazarrecompensas. Fingió ser un cliente, disfrazado con vendajes; su
propio Gremio no lo reconoció. Solicitó los servicios de Kast, y Kast llegó;
para entonces Fett se había puesto su propia armadura de repuesto, apoderándose
de la armadura del impostor, y también de su vida.
Antes
de que la nave abandonara el hiperespacio, Fett llevó al Carnicero a la sala de
control y lo colocó en la silla más cercana a la esclusa. Malloc sudaba
profusamente, luchando con su miedo. Se había bebido sus primeras cinco
botellas al principio del viaje; Fett había reservado la sexta botella para ese
momento. Fett sujetó a Malloc por los tobillos y por la mano derecha; dejó sin
encadenar la mano izquierda del devaroniano, para que Malloc pudiera beber. Una
vez quedó satisfecho con las ataduras de Malloc, Fett desprecintó la última
botella de Oro de Merenzane y se la tendió a Malloc. No era una cuestión de
amabilidad por parte de Fett; si evitaba que Malloc se revolviera durante el
traspaso a las autoridades devaronianas, mejor dejarle beber.
Apenas
se habían hablado el uno al otro en todo el viaje. Malloc se llevó la botella a
los labios y tomó tres, cuatro tragos, antes de hablar.
-¿Cuánto
falta?
Fett
echó un vistazo a sus controles.
-Seis
minutos para salir del hiperespacio. Al menos veinte antes de que enlacemos con
la lanzadera que te llevará a tierra. –Hizo una pausa-. Tiempo suficiente para
que te termines la botella, si te aplicas a ello.
-¿Sabes
lo que van a hacerme?
-Te
arrojarán, aún con vida, para ser devorado por una manada de quarra
hambrientos. –Fett hizo una pausa-. Animales de caza domesticados... esta
práctica es una de las cosas que impidieron que Devaron se uniera a la Nueva República ,
según tengo entendido.
Malloc
asintió, un poco convulsivamente, y tomó otro trago.
-Es
una forma horrible de morir. Una vez lo vi, cuando era un niño. Tenías razón
Fett, nosotros los devaronianos no morimos fácilmente. Los quarra van primero
al vientre, la carne blanda. Pero el condenado no muere de eso. Puede que
mordisqueen tus orejas, o tus ojos o tus cuernos, pero eso tampoco te mata. Si
tienes suerte, el quarra te desgarra rápidamente la garganta. Echas la cabeza
hacia atrás exponiendo la garganta, y si tienes suerte...
-Aquella
vez que lo viste hacer –preguntó Fett con curiosidad-, ¿qué había hecho el
condenado?
Malloc
miró fijamente el líquido dorado en su mano libre, y tomó otro rápido sorbo.
-No
creo que haya una palabra exacta para ello, en básico. Fue a cazar, durante una
hambruna, capturó a su presa... y se alimentó a sí mismo, y a su quarra. No
llevó comida al resto de la tribu. –Alzó la mirada hacia Fett-. ¿Sabes lo que
hice yo?
Fett
echó un vistazo a sus instrumentos. Faltaban varios minutos para salir del
hiperespacio; mejor dejarle hablar. Volvió la mirada hacia Malloc.
-Sí.
-Yo
era un buen servidor del Imperio –dijo el Carnicero-. Mi propio pueblo se alzó
en rebelión. Enviaron mi comando para cazarlos. Y lo hice, Fett. Los perseguí
por las tierras del norte, y los atrapé en la ciudad de Montellian Serat. Los
bombardeamos hasta que se rindieron...
Fett
asintió.
-Y
después de aceptar su rendición, los ejecutaste. A los setecientos.
-El
Imperio nos ordenó avanzar. Reforzar a las tropas leales que luchaban justo al
sur de nosotros. No íbamos a dejar atrás tropas para vigilar a los
prisioneros... y ciertamente no íbamos a dejar con vida a ninguno de ellos.
-No
te dijeron que ejecutaras a los prisioneros.
-No
tuvieron que hacerlo. –Malloc bebió de nuevo, un trago largo, haciendo que el
nivel de la botella bajara considerablemente-. Duró menos de cinco minutos,
Fett. Los colocamos en un redil y comenzamos a dispararles. Ellos gritaban, y
gritaban, y gritaban. Seguimos disparando hasta que los gritos pararon. Estaba
siguiendo órdenes –dijo, casi pidiendo perdón.
-Lo
sé.
-Dicen
que eras el cazarrecompensas preferido de Darth Vader.
-Sí.
-¿No
tienes ninguna lealtad hacia lo que eras? –Un toque de genuina rabia brilló en
la desesperación de Malloc-. ¡Hice el trabajo del Imperio, tío! ¿Es que eso no
cuenta para nada?
Fett
pensó en ello.
-Ojalá
–dijo finalmente- el Imperio no hubiera caído. –Asintió con la cabeza,
recordando-. Sí –dijo suavemente-. Solía disfrutar más de mi trabajo.
La
desesperación se apoderó del Carnicero... se derrumbó, como si alguien acabara
de duplicar la gravedad artificial de la Esclavo IV.
Siempre creían que podían negociar, o suplicar, hasta el último momento. Malloc
no había tenido ocasión de hacer la siguiente pregunta; la hizo entonces.
Prácticamente todas las adquisiciones de Fett, si se les daba la oportunidad,
la hacían...
-¿Cómo
me atrapaste?
Un
minuto para la salida del hiperespacio. Fett señaló con la cabeza la botella
que Malloc sostenía.
-Rastreé
las ventas de Oro de Merenzane por todo el sector en el que se encuentra Tatooine.
Decían, en el bar que frecuentabas en Tatooine, que era tu bebida favorita.
Malloc
lo miró fijamente.
-¿Esa
bazofia que bebía en Tatooine? ¡Eso no era Oro de Merenzane, idiota, no sirven Oro de Merenzane en bares como
ese, sólo sirven líquidos de botellas a las que una vez, hace eones, alguien
que había oído hablar del Merenzane
miró fijamente! ¿Es que no sabes nada
sobre licores? –preguntó desesperado-. ¿No tienes ni un solo vicio civilizado?
Fett
negó con la cabeza.
-No.
No bebo, ni consumo ninguna otra droga. Son un insulto para la carne.
-Así
que me diste caza porque pensabas que todos esos años que pasé en Tatooine bebí
Oro de Merenzane. Fett, sólo bebí un
vaso de Oro de verdad en todo el tiempo que estuve en esa miserable excusa de
planeta. –Malloc sacudió la cabeza con incredulidad y tomó otro trago de la
botella-. Por el Frío. No puedo creer que me haya atrapado un pastor de nerfs
como tú.
El
túnel hiperespacial se fragmentó a su alrededor; Fett se apartó de Malloc,
volviendo a sus controles.
-A
la realidad –dijo Fett- no le importa si crees en ella.
Malloc
arrojó la botella, por supuesto. El sistema de seguridad la hizo volar en
pedazos con un único disparo de bláster. Los fragmentos de la botella golpearon
la parte trasera del casco de Fett; el líquido salpicó su armadura.
-Deberías
habértelo bebido –dijo Fett. No tenía que mirar a Malloc para saber la gris
desesperación que cruzaba su rostro. La había visto antes, un millar de veces.
Fett
se acopló con la lanzadera, en órbita sobre Devaron.
El
representante del Gremio cruzó el primero. Fett estaba junto a la entrada
principal, rifle en mano, apuntando con él al representante mientras este
entraba.
El
representante era Bilman Dowd, un humano alto, delgado y anciano, de conducta
severa y aparentemente sin sentido del humor; llevaba en el Gremio más tiempo
incluso que Fett, lo que era un logro considerable la edad que ya tenía este
último.
-Cazador
Fett –dijo, bastante cortésmente.
-Dowd.
Dowd
echó un vistazo al Carnicero. Kardue’sai’Malloc estaba sentado inmóvil, mirando
fijamente al frente. No parecía ser consciente de la presencia de Dowd.
-Este
es el Carnicero, ¿no es así?
-Eso
creo.
Dowd
asintió. Llevaba consigo una pequeña tableta con varios controles y pulsó uno
en ese momento.
-Pueden
cruzar –dijo al aparato.
La
esclusa de la Esclavo IV realizó el
ciclo de nuevo; entraron cuatro devaronianos, dos de ellos vistiendo ropas
militares, con rifles que llevaban apuntando a la cubierta de la Esclavo
IV. La tercera era una hembra devaroniana, joven, con una
túnica dorada y un tocado de oro; el cuarto, con una túnica similar en corte a
la de la mujer, pero en negro, era un devaroniano más mayor, tal vez de la edad
del Carnicero.
Los
cuatro vacilaron al ver a Fett, con su rifle apuntado hacia ellos...
Dowd
hizo un gesto a la mujer y dijo algo en devaroniano. Fett nunca antes había
oído hablar ese lenguaje; era grave y gutural y lleno de consonantes que
parecían gruñidos. Sonaba como una invitación a la lucha.
La
expresión de la mujer no cambió. Cruzó hasta el lugar donde se encontraba
Malloc; Fett había vuelto a sujetar su mano izquierda antes de permitir que
nadie subiera a bordo. Se arrodilló frente a Malloc, examinando al tembloroso
prisionero como si estuviera inspeccionando un animal en el mercado. La piel de
Malloc había adquirido una tonalidad azulada; Fett supuso que era algo que les
ocurría a los devaronianos cuando estaban muertos de miedo.
La
mujer se puso en pie y asintió abruptamente. Habló en devaroniano...
-Dice
que es su padre –dijo Dowd.
Fett
asintió; esa era la razón por la que la recompensa había sido “Vivo”, en lugar
de “Vivo o Muerto”. Ese cambio se produjo apenas unos años antes; los
devaronianos ya no estaban seguros de que se pudiera reconocer al Carnicero,
estando muerto.
-Le
pagamos ahora –dijo secamente el devaroniano de más edad, en un básico bastante
pobre.
Dowd
tendió su tableta al devaroniano. El devaroniano posó la palma de su mano
contra la tableta, y dijo varias palabras en devaroniano. Dowd recogió la
tableta, pulsó dos de los controles en rápida sucesión, y se volvió hacia Fett.
-Se
te ha pagado.
Esa
no era la clase de cosas por las que Fett aceptase la palabra de nadie;
retrocedió varios pasos, con el rifle todavía apuntando al grupo, y miró
ligeramente a un lado. En un holocampo al borde del panel de control, un enlace
en directo al Banco del Gremio mostraba el balance actual en la cuenta numerada
de Fett...
C:4.507.303.
Cinco
millones de créditos, menos la comisión del 10% del Gremio, más los siete mil
trescientos tres créditos que Fett tenía previamente en la cuenta; los negocios
habían ido mal en los últimos años.
El
alivio que inundó a Fett al verlo fue la emoción más fuerte, aparte de la ira,
que había sentido en al menos una década. Podría permitirse hacerse un clon de
repuesto para la parte inferior de su pierna derecha; podría permitirse los
tratamientos para el cáncer que le habían estado arruinando.
-Llévenselo
–dijo Fett, apenas consciente de que lo
estaba diciendo-. Es suyo.
Levantaron
al Carnicero de la silla a la que estaba atado, sin el menor atisbo de
amabilidad.
-¡Haz
lo que prometiste! –gritó a Fett, en básico, mientras lo ponían en pie.
Conforme lo arrastraban hacia la esclusa, le miró con ojos totalmente
enloquecidos-. ¡Te harás cargo de mi
música!
Después
de que se hubieron ido los devaronianos, Dowd permaneció con su tableta,
mirando a Fett con abierta curiosidad. Fett estaba sentado en el asiento del
piloto, todavía sujetando su rifle, con el que apuntaba en la dirección general
en la que se encontraba Dowd.
-Te
retirarás –dijo Dowd-, supongo.
Fett
se encogió de hombros.
-No
he pensado en ello.
Dowd
asintió con la cabeza.
-¿Qué
quiso decir... con eso de la música?
-Tenía
una colección de música. Música reprimida por el Imperio, al parecer. Me pidió
que se la entregara a una mujer que se encargaría de que esa música se
publicase.
Dowd
arqueó una ceja.
-¿Vas
a hacerlo?
-Dije
que lo haría.
Dowd
sacudió la cabeza.
-Eres
un tipo extraño.
El
comentario no ofendió a Fett; Dowd había hecho antes esa observación, y más de
una vez, a lo largo de las décadas que llevaban conociéndose. Dowd llevó la
mano al bolsillo de su abrigo, y Fett se estremeció, levantando ligeramente el
rifle.
Dowd
mostró una fina sonrisa.
-Tengo
un chip de mensaje para ti. Un mensaje que llegó a la sede del Gremio. ¿Lo
quieres?
-Déjalo
en la cubierta –dijo Fett-, y vete. Estoy muy cansado.
El
mensaje era sorprendente.
El
código de encriptación era tan antiguo que Fett tuvo que profundizar en los
archivos de su ordenador para encontrar la clave adecuada. Tenía por costumbre,
desde hacía muchos años, entregar a sus informantes códigos de encriptación
siguiendo una secuencia numerada; los últimos cinco dígitos del mensaje eran
00802, lo que hacía que tuviera al menos veinte cinco años de antigüedad; los
números de encriptación actuales de Fett comenzaban muy por encima de 12.000.
Descargó
la clave de encriptación para el protocolo 802, y descodificó el mensaje.
Era
breve. Decía:
Han Solo está en Jubilar – Incavi Larado.
En
toda una vida de cazador de recompensas, raramente Boba Fett, hablando con
otros, había dicho dos palabras cuando bastaba con una. No hablaba consigo
mismo, nunca…
-Una
reliquia del pasado –dijo Boba Fett en voz alta.
De
camino a Jubilar, Boba Fett reprodujo la música que el Carnicero de Montellian
Serat había considerado que era más importante que su propia vida.
Había
más de quinientos chips de datos en el maletín de transporte que el Carnicero
había enterrado; cada chip tenía capacidad para almacenar casi un día entero de
música. Fett abrió el maletín, extrajo uno al azar, y lo conectó.
Los
sonidos que lo rodearon eran... diferentes, tuvo que admitirlo. Atonales,
chocantes, y absolutamente desagradables al oído. Sacudió la cabeza, extrajo el
chip, y decidió probar con otro más.
Un
largo silencio después de que insertara el chip. Fett esperó y, finalmente,
alargó la mano para sacarlo...
El
sonido luchaba en los límites de lo audible. Fett quedó congelado en el
movimiento de alcanzar el chip, esforzándose por escuchar. El susurro creció
para convertirse el debilísimo sonido de un instrumento de viento madera, y
entonces una aguda trompa se unió, tocando el contrapunto...
Fett
dejó caer la mano, y se reclinó en su asiento, escuchando.
Una
voz que a Fett le pareció femenina, pero que por lo que Fett sabía podría haber
sido un macho humano, o algún alienígena de una docena de sexos distintos, se
unió, entretejiéndose con los instrumentos, cantando bellamente en un lenguaje
que no significaba nada para Fett, un lenguaje que nunca antes había escuchado.
Después
de un instante, alcanzó su casco y se lo puso.
-Luces
fuera –dijo un rato después.
Permaneció
allí sentado, en la fría cabina, de camino a Jubilar para matar a Han Solo,
escuchando en la oscuridad la única copia disponible, en cualquier lugar de la
galaxia, del último y legendario concierto de Brulliam Dyll.
En
las heladas tierras septentrionales de Devaron, bajo los oscuros cielos azules
que habían perseguido en sueños a Kardue’sai’Malloc durante más de dos décadas,
unos diez mil devaronianos se habían reunido en el Campo del Juicio fuera de
las ruinas de la antigua ciudad santa de Montellian Serat, la ciudad que Malloc
había bombardeado hasta dejarla en su actual estado.
Era
un hermoso día de finales de la estación fría, con una brisa helada del norte,
y nubes pálidas deslizándose a gran altura en los cielos oscuros. Los soles
podían verse bajos sobre el horizonte meridional; las Montañas Azules se
alzaban al norte. Malloc apenas era consciente de los devaronianos que lo
rodeaban, los miembros de su familia vestidos con ropas de luto, mientras lo
empujaban entre las multitudes hacia el pozo donde esperaban los quarra.
Escuchaba
gruñir a los quarra, escuchaba el gruñido cada vez con más fuerza conforme se
acercaban al pozo.
Su
hija y su hermano caminaban a escasos pasos detrás de él. Malloc recordó que
una vez tuvo una esposa; se preguntó por qué no estaba allí.
Tal
vez hubiera muerto.
Una
docena de quarra en el pozo, escuálidos y hambrientos, saltaron hacia el lugar
donde los guardas que empujaban a Malloc le habían hecho parar.
Los
devaronianos no eran criaturas dadas a ceremonias:
-¡El
Carnicero de Montellian Serat! –gritó un pregonero, y los gritos de la
muchedumbre se alzaron y rodearon a Malloc, un inmenso rugido que ahogaba el
ruido de los gruñidos de los quarra; las ataduras que lo retenían fueron
soltadas, y unas manos jóvenes y fuertes lo empujaron hacia delante, lanzándolo
al pozo donde aguardaban los quarra hambrientos.
Los
quarra saltaron, y sus dientes estuvieron clavados en él antes de que pudiera
tocar el suelo.
Podía
ver las Montañas Azules desde donde cayó.
Casi
había olvidado las montañas, los bosques, durante todos esos años en ese mundo
desértico.
Oh,
qué hermosos eran los árboles.
Echa
la cabeza hacia atrás.
Obligaron
a Han a comprar el deslizador; en Jubilar no eran muy dados a alquilar. Con
demasiada frecuencia, los bienes alquilados, y/o las personas que los
alquilaban, no regresaban.
En
las primeras horas del crepúsculo, Han detuvo el deslizador en la dirección que
le habían dado, y bajó del vehículo para mirar a su alrededor.
Casi
treinta años.
Se
sentía tan extraño: todo había cambiado.
Lugares que recordaba como edificios bien conservados se encontraban en ruinas,
lugares que estaban en ruinas habían sido demolidos y nuevos edificios se
alzaban en su lugar. Los suburbios se habían extendido por todas partes; las
interminables batallas del planeta habían arrasado barrios enteros.
El
vecindario que rodeaba al Foro Victoria, donde Han había luchado en el
espectáculo Todos-Contra-Todos Sólo-Humanos del Sector Regional Número Cuatro,
era una ruina total. Parecían los restos de alguna civilización antigua,
desgastados por el paso de los eones. Los pequeños edificios que rodeaban el
Foro tenían las ventanas rotas y tapadas con tablones; por todas partes
mostraban marcas de llamas, proyectiles y fuego de bláster.
Todo
lo que quedaba del propio Foro eran escombros rotos y esparcidos en un inmenso
solar vacío. Han bajó de la acera y entró al solar. La hierba y la gravilla
crujían bajo sus pies mientras caminaba por él, hacia la entrada principal.
Permaneció
en el solar vacío, mirando la desolación mientras un viento helado le golpeaba
con fuerza... y de pronto tuvo la sensación de estar allí, en ese momento, tantos años atrás:
...de pie en el ring. Enfrentándose a sus
oponentes, con los gritos, los ánimos y las burlas de la muchedumbre en sus
oídos. Su corazón latía con fuerza y casi le faltaba el aliento cuando la
bandera que marcaba el comienzo del combate cayó lentamente al suelo, y los
otros tres luchadores fueron a por él.
Han realizó un salto con carrera hacia el
más cercano. Se elevó un par de metros sobre el suelo y propinó una patada
voladora en el rostro del primer luchador atacante. Le rompió la nariz, y la
cabeza se desplazó hacia atrás con un crujido...
Hasta
la fecha Han no tenía recuerdos claros de los minutos siguientes. Habían
grabado los combates, y había visto la grabación; pero el conocimiento de lo
que había ocurrido no conectaba con sus borrosos recuerdos de los propios
acontecimientos. El chico había resultado herido, y herido de gravedad,
saliendo de la lona con un brazo y la mandíbula rotos, dos costillas
fracturadas, y conmociones y magulladuras por la mitad de su cuerpo; las
magulladuras se pusieron moradas al día siguiente. La mujer que cuidó de Han
durante los días siguientes, ni siquiera podía recordar qué aspecto tenía, era
una mujer extraña, y recordaba cómo había pasado sus dedos por los cardenales,
claramente fascinada...
Aquí.
Aquí. Justo... aquí.
Han
dejó de caminar. Ese lugar vacío... ése era el lugar. El ring. Y cuando todo
acabó, había sido el último que quedaba sobre sus pies...
Treinta
años. Había pasado más de la mitad de su vida desde ese día.
Han
avanzó un paso, lentamente... Se detuvo y echó una última mirada a la
devastación que le rodeaba, una ruina que se extendía hasta el horizonte; y
luego dio media vuelta y caminó de regreso al deslizador, se sentó inmóvil en
él, recostándose en el asiento con las manos detrás de la cabeza, contemplando
el cielo mientras la oscuridad caía a su alrededor, recordando.
-Alcaldesa
Baker –dijo Han-. Un auténtico placer.
Se
había reunido con ella en un almacén de hidropónicos brillantemente iluminado,
en un complejo de almacenes en los límites de Muerte, en la parte de Muerte que
solía llamarse el Paseo del Verdugo. Había ido preparado; estaba visiblemente
armado con un bláster, tenía un par de blásters de reserva ocultos en su
abrigo, y un tercero en su bota.
No
es que esperara tener problemas; eso era un negocio, un negocio en el que había
estado mucho antes de la rebelión, y sabía lo que se hacía. Pero no convenía
correr riesgos, en un planeta como Jubilar, en una ciudad como Muerte.
Querían
que llevara jandarra de contrabando a Shalam... A Han casi se le escapó la risa
cuando el representante de la alcaldesa se acercó a él; la jandarra era uno de
los manjares preferidos de Leia. Esperaba que incluso ella lo encontrara
divertido cuando apareciera en Shalam con una bodega de carga llena; y con toda
seguridad los shalamitas no se molestarían en encausarle por ello.
La
alcaldesa sonrió a Solo. Era una mujer alta y obesa con rasgos que no movían a
la sonrisa fácilmente. Había presentes cuatro guardaespaldas; dos en la entrada
del almacén y dos unos pocos pasos por detrás de la alcaldesa, todos armados
con rifles de asalto.
-Caballero
Morgavi... Luke, ¿no es así?
Han
le dedicó una sonrisa.
-En
efecto. Luke Morgavi. Como ya he dicho a su ayudante, señora, soy un
comerciante independiente con base en Boranda.
Ella
asintió.
-Un
placer, Luke. Por favor, sígame. –Lo condujo entre hileras de tanques
hidropónicos, hasta una fila hacia el final donde las luces que lo iluminaban
eran más brillantes y de distinta longitud de onda. Dentro de los tanques
crecían pequeños vegetales tubulares púrpuras y verdes-. Jandarra –dijo-. Es
autóctona de Jubilar; es una gran exquisitez, y normalmente sólo crece en el
desierto después las relativamente escasas tormentas. Después de casi dos años
de trabajo, hemos conseguido cultivarla...
Han
asintió.
-Y
los shalamitas les han endosado una tasa del 100%.
La
rabia invadió su voz.
-Tenemos
aquí jandarra por valor de ochenta
mil créditos, que sólo valdrán cuarenta
mil después de las tasas shalamitas.
-Esos
shalamitas –dijo Han mostrando empatía-. No se puede confiar en ellos. También
hacen trampas a las cartas, ¿lo sabía?
Ella
se detuvo y examinó a Han.
-No...
caballero Morgavi. No lo sabía.
Tú
sí que haces trampas a las cartas,
pensó, y evitó que la sonrisa de placer asomara en su rostro; era tarea
difícil. Él realmente no la
reconocía... bueno, treinta años era mucho tiempo, después de todo, y se había
echado sesenta kilos encima; y su apellido de entonces, antes de su matrimonio
con el desafortunado Miagi Baker, había sido Incavi Larado.
Él
le dijo que volvería, y ahí estaba, el infame general Solo de la Nueva República...
y sólo treinta años tarde.
-Por
valor de ochenta mil créditos –repitió ella-. Entregados a los shalamitas. Eso
es una ganancia de cuarenta mil, y estaríamos dispuestos a ir...
-Al
cincuenta por ciento –dijo Han educadamente-. Lo que serían veinte mil
créditos, y estaría encantado de hacer el viaje por esa cantidad.
Ella
entrecerró los ojos.
-¿Cree
que puede atravesar la armada shalamita?
-Señora
–respondió Han-, yo solía atravesar las líneas imperiales. Me refiero de los antiguos destructores estelares...
deje que le cuente una historia...
Fuera
en la oscuridad, Boba Fett yacía sobre su estómago, apuntando minuciosamente.
Tenía que disparar a través de la entrada principal del almacén de
hidropónicos, lo que no habría resultado difícil de no ser que algunos de los
tanques se encontraban en medio; iba a tener que esperar a que Solo volviera
hacia la entrada del almacén.
Fett
aguardaba pacientemente. Estaba sorprendido por su buena suerte. ¿Quién habría
pensado que una trampa que había tendido tres décadas atrás iba a dar sus
frutos ahora?
Buena
suerte, desde luego; incluso ahora, tras la caída del Imperio, Han Solo tenía
muchos enemigos. Parientes de Jabba, oficiales leales al Imperio que habían
logrado mantener pequeños feudos en un millar de planetas por toda la galaxia;
y las diversas recompensas por Solo, vivo o muerto, seguían siendo
impresionantes, incluso con Vader, Jabba y el Imperio desaparecidos hace
tiempo. Aún merecía la pena hacer un esfuerzo por ello, incluso con cuatro
millones y medio de créditos en el banco.
Aunque
resultara extraño, la visión de Solo –observarle a través del objetivo del
rifle- hizo que a Fett le invadiera una sensación de nostalgia que le
sorprendió. No había dudas en la mente de Fett de que Solo era un mal hombre,
peor en todos los sentidos que el Carnicero del Montellian Serat; y aunque esa
adquisición no le había dado a Fett ninguna alegría, no había sentido
arrepentimiento alguno al entregar al Carnicero a sus verdugos.
En
cambio, Solo... Fett sintió como una revelación que la presencia de Solo, a lo
largo de las décadas, había sido en cierto modo extrañamente reconfortante.
Había formado parte, aunque fuera circunstancialmente, de la vida de Fett
durante tanto tiempo que Fett tenía dificultades para imaginarse un mundo sin
él. El mundo había cambiado, una y otra vez, y únicamente Solo había
permanecido constante.
Había
cazado a Solo para varios clientes, por varias recompensas. Fett tenía
dificultades para imaginarse un mundo sin Solo...
...se
inclinó hacia delante, y ajustó el anillo de enfoque del objetivo. La imagen de
Solo, y la de la mujer que Fett supuso que era Incavi Larado, aunque él no pudo
reconocerla, aparecieron con nítido relieve; el dedo de Fett se tensó sobre el
gatillo.
No
cometería el error de tratar de capturar a Solo con vida, otra vez no.
Y
aprendería a imaginarse un mundo sin él.
Avanzaron
juntos hacia la entrada. La alcaldesa Incavi Baker sonreía pacientemente, con
cierto esfuerzo que a Han no le pasó inadvertido. Permanecía medio paso por
detrás de ella al caminar, manteniendo parte de su silueta entre él y los
muelles de carga del exterior, donde las luces se habían apagado no mucho
después de que todos hubieran entrado juntos al almacén. Los muelles de carga
del exterior estaban oscuros como boca de lobo; que Han supiera, bien podrían
haber reunido todo un ejército...
-...entonces
el chico –iba diciendo Han-, que se llamaba... eh, Maris, y el viejo con
delirios... Jocko, sí. Bueno, pues ese tipo, Jocko, cree que es un Caballero Jedi... y déjeme que le diga,
ese viejo con sus delirios de grandeza, era un grano en el trasero... bueno,
pues me dijeron que tenían que atravesar las líneas imperiales...
¿Qué
tenían esperándole ahí fuera?
¿En
qué se había metido?
Sabe que algo va mal, pensó Fett. Él...
La
línea principal de corriente entraba al almacén por el nordeste y se dividía,
con un conjunto de cables ascendiendo hacia las luces del techo, y otro que se
dirigía hacia los tanques hidropónicos.
Han
hizo girar la muñeca de un modo concreto, y el bláster de repuesto de su manga
izquierda cayó en la palma de su mano.
Boba
Fett tenía el punto de mira flotando justo a la izquierda de la silueta de
Incavi Baker mientras esta se acercaba; el punto de mira encontraba el pecho de
Solo, lo perdía, lo volvía a encontrar.
Fett
apretó el gatillo...
...las
luces del almacén se apagaron...
El
disparo de bláster atravesó la oscuridad como el destello de un relámpago.
Han
se lanzó rodando al suelo, con chispas todavía manando del punto donde su
primer disparo había alcanzado al cable de corriente. Se alejó rodando mientras
disparaba con la mano izquierda a los lugares donde recordaba que estaban los
dos guardaespaldas más cercanos, apoyándose sobre su mano derecha, en la que no
tenía bláster. Gritos, la mujer estaba gritando, y logró hacer cuatro disparos
con el bláster de repuesto antes de que fallara, recalentado, con la fuente de
energía brillando al rojo vivo, señalando a Han como un objetivo ante los
demás, y Han dejó de rodar y se puso en pie, y corrió hacia atrás en la
oscuridad, a través de las hileras de tanques hidropónicos, con puntos de luz
bailando ante sus ojos, palpando con su chamuscada mano izquierda los costados
de los tanques para guiarse, mientras los disparos de bláster llovían a su
alrededor.
En
el breve destello generado al arrojar lejos de sí el bláster de repuesto, vio
una silueta corriendo hacia la entrada del almacén, una silueta salida de las
pesadillas de Han Solo, una silueta salida de la historia más oscura de la
galaxia: un hombre con una armadura de combate mandaloriana.
Incavi
Baker yacía sobre su espalda, con la mirada fija en el infinito. Sentía un
horrible dolor en su costado, y sabía que se estaba muriendo.
Deseaba
que no estuviera todo tan oscuro. Luces brillantes destellaban a su alrededor,
disparos de bláster que iluminaban brevemente el mundo, pero incluso los
disparos de bláster se estaban deteniendo ya.
Una
figura surgió de la oscuridad y se arrodilló junto a ella. Un hombre con
armadura gris. Incavi abrió la boca... pero no emitió sonido alguno, y el
hombre se inclinó hacia ella.
Algo
frío y afilado tocó su cuello.
Gradualmente,
el dolor desapareció.
Un
pitido en los oídos.
Los
cuatro guardaespaldas estaban muertos; Solo debía de haber matado al que estaba
a su lado, pensó Fett, examinando la herida que Solo le había dejado. Fett
sabía que él sólo había matado a los tres que aún seguía de pie cuando había
entrado en el almacén, y eso había sido más por acto reflejo que por otra cosa.
Pero...
Se
arrodilló junto a la mujer, sosteniendo su mano, hasta que cesó su sufrimiento.
En
todos sus años como cazarrecompensas, nunca antes había matado al objetivo
equivocado, y sintió un nudo en la garganta que no había sentido desde el día
en que fue exiliado de Concord Dawn. Sintió un absurdo deseo de pedir perdón a
la mujer, lo que era ridículo, porque ella era tan culpable de pecado como
cualquier otro ser humano lo había sido a lo largo de toda la historia; Fett la
había conocido muchos años atrás y sabía que no había nada que mereciera la pena
en ella o en su vida, y desde luego la galaxia no echaría de menos su
presencia...
Pero
él no pretendía matarla.
Ella
se estremeció ligeramente y la mano que Fett sostenía quedó inerte.
Los
macrobinoculares integrados en su casco no le eran de demasiada ayuda, no en
esta oscuridad; mostraban los bultos aún tibios de los cuatro guardaespaldas, y
la mole de esa anciana muerta; mostraban el calor que aún emanaba de las
lámparas del techo que ahora estaban sin corriente.
Hacia
la parte trasera del almacén, una fuente de calor se movió.
Fett
se puso en pie, rifle en mano, y comenzó la Caza.
Armadura
de combate mandaloriana.
No he venido preparado para esto, pensó
Han. Tenía un rifle de asalto, arrebatado al guardaespaldas al que había
propinado una patada en la ingle, pero eso no iba a servirle de mucho, a menos
que se acercara a Fett, y eso iba a resultar difícil con los macrobinoculares
del casco de Fett.
Tenía
que salir de ese almacén a oscuras, hacia la noche, donde había lugares a los
que correr, y lugares donde esconderse, y tratar de alcanzar el deslizador en
el que había llegado.
Han
no podía creerse que le estuviera pasando eso a él.
Se
agachó doblando las piernas y comprobó el seguro del rifle de asalto. Escuchó
movimiento, hacia la parte frontal del almacén. Rápido y con cuidado... mantuvo
baja la cabeza y corrió agachado hacia la entrada trasera del almacén.
Lando
estaría celoso, si Han lograba volver para contárselo y Lando lograba volver
para que se lo contara.
Leia
iba a ponerse hecha una furia.
Fett
se agachó tras uno de los tanques de crecimiento, liberó su pistola de
bengalas, y disparó hacia el techo del almacén.
Una
luz actínica anaranjada brilló; proporcionaría a Solo algo de luz con la que
desenvolverse. El interior del almacén se iluminó como el día, y gigantescas
sombras vacilantes se proyectaron desde las vigas de apoyo del almacén cuando
la bengala golpeó el techo, se quedó arriba por unos instantes, y comenzó a
descender.
Algo
se agitó en el extremo este del almacén; Fett mantuvo su posición y no disparó.
Solo había arrojado algo; el sonido regresó. Paciencia, paciencia...
Un
único disparo, sonido de vidrios rotos, eso era Solo abriéndose una salida por
una de las ventanas, antes de que la bengala se apagara, mientras aún podía ver
por donde corría, y Fett se puso inmediatamente de pie para derribar a Solo de
un disparo mientras este intentaba llegar a la ventana rota.
Tuvo
tiempo de ver a Han Solo, de pie a unos cincuenta metros de distancia,
apuntándolo con el rifle de asalto de uno de los guardaespaldas. El disparo
alcanzó a Fett en la placa pectoral y le hizo caer al suelo.
Han
Solo dio media vuelta y salió corriendo, golpeó la ventana hecha añicos y la
atravesó como un joven en la flor de la vida.
Boba
Fett rodó por el suelo, se puso trabajosamente en pie sólo un segundo más
tarde, con la placa pectoral de su armadura de combate tan caliente que su
cuerpo ardía en todos los puntos donde entraba en contacto con ella, y con
furia asesina salió corriendo tras Solo, ajeno al dolor que palpitaba en sus
piernas y en su pecho, como si pertenecieran a otra persona.
Han
corrió hacia su deslizador bajo la tenue luz de la única luna del planeta.
Estaba ligeramente desorientado; no podía recordar si el aparcamiento donde
había dejado el deslizador estaba al sudoeste o al sudeste. Corrió hacia el sur
por uno de los largos callejones entre los almacenes, falto de aliento, y llegó
hasta el último edificio, la última cobertura antes del aparcamiento. Dudó
antes de dar la vuelta a la esquina; o bien el aparcamiento estaba
inmediatamente a su izquierda, o bien inmediatamente a su derecha. Trató de
visualizar la disposición del complejo de almacenes en su mente; creía haber
ido por el camino más corto, pero tal vez no, y si no lo había hecho, entonces
Fett podía haber llegado al aparcamiento antes que él.
Un
sonido de arañazos, de metal contra piedra...
Antes
de ser consciente siquiera de lo que estaba haciendo, Han se encontró doblando
la esquina, con el rifle en alto y el dedo tensándose en el gatillo, mientras
Boba Fett se giraba hacia él, levantando su propio rifle...
Permanecieron
allí, en medio de ninguna parte, en un planeta que el resto de la galaxia tenía
más que medio olvidado, apuntándose el uno al otro con rifles de asalto, desde
una distancia de menos de un metro.
Han
no disparó.
Fett
no disparó.
Han
se fijó en detalles extraños. La boca del rifle de asalto de Fett era inmensa,
tan grande como le había parecido la Estrella de la Muerte la primera vez que la vio. El cañón no
estaba perfectamente firme, oscilaba ligeramente, moviéndose en círculos apenas
perceptibles. La luz de la luna centelleaba en la armadura llena de cicatrices
de Fett; Han podía ver la luna, un oscuro reflejo en el visor negro.
Aún
estaba sin aliento por haber corrido antes. La voz le fallaba al hablar.
-Supongo
que vamos a... morir juntos.
-Evidentemente.
–La voz de Fett... tan áspera y seca como siempre.
Han
lo observó a través de la mirilla de su arma.
-Tu
armadura no te salvará. No a esta distancia.
-No.
-Dudo
que puedas matarme lo bastante rápido para evitar que dispare.
El
casco de Fett se movió, ligeramente... asintiendo.
-Yo
también lo dudo.
Han
no se atrevía a apartar la mirada de la mirilla de su rifle, apuntando a la
base de la garganta de Fett.
-Has
matado a esa gente allí, antes. A la mujer.
Han
juraría haber visto un escalofrío recorriendo el cuerpo del cazarrecompensas.
-Lo
siento. Ellos... ella... no era el objetivo.
Han
casi apretó el gatillo. Podía escuchar la rabia de su propia voz.
-Tú vas a morir, y yo voy a morir, y tal vez ambos lo merezcamos. Esa mujer no había
hecho nad...
-¡Ella
fue quien me llamó!
Han
dio un paso hacia delante.
-¡No me importa! –gritó. Descubrió, para
su asombro, que se encontraba con el cañón de su rifle apoyado contra la
armadura de Fett, y el cañón de Fett se le estaba clavando en el esternón-. No
sé qué es lo que te hizo como eres, que crees que puedes decidir quién vive y
quien muere, ni me importa. ¡Vamos, aprieta el gatillo y muramos juntos! –Miró
fijamente el visor negro-. La última decisión que tendrás que tomar nunca.
-Tú
primero –dijo Boba Fett con una voz tan suave que Han hubiera jurado que no
podía ser la de Fett. Sorprendentemente, su voz se suavizó aún más-. Estás
casado, ¿verdad? Tienes hijos que te necesitan. ¿Qué estabas haciendo aquí, Solo, fingiendo ser
joven? Este no es lugar para un hombre como tú.
La
furia que invadió a Han le llegó hasta los huesos.
-No
te atrevas a hablar de mis hijos, o te mataré tan rápido que...
-¿Quieres
morir?
Han
respiró profundamente.
-¿Y
tú?
Fett
negó con la cabeza, el mínimo movimiento posible de su visor.
-No.
Pero no veo otra salida.
Han
vislumbró un débil rayo de esperanza.
-Muy
bien. Baja tu rifle. No te mataré si bajas tu rifle.
-No
–susurró Fett-. Baja tú el tuyo. No
te mataré si bajas tú el tuyo. Te dejaré marchar con tu familia, ileso. Baja
tus armas...
-No
confío en ti.
-Ni
yo –dijo Fett- en ti.
Una
brisa helada sopló por el aparcamiento; Han sintió como le secaba el sudor,
causándole escalofríos.
-Retrocederemos
cinco pasos –dijo finalmente Han-. Dejas caer tu rifle y corres como un gundark
en llamas. Incluso si te disparara, esa armadura te protegería.
-No
tengo bien las piernas. No creo que pueda correr más que tú.
Han
no podía dejar de pensar en sus hijos, en Leia.
-Limítate
a caminar, deja el rifle en el suelo y simplemente camina. Soy un hombre
honesto. No te mataré.
-Eres
un mentiroso –dijo Fett-, según todas las pruebas. Creo que lo harías. –Fett
hizo una pausa-. Cuando era más joven –dijo finalmente-, creo que a estas
alturas ya habría apretado el gatillo. Pero he descubierto que no te odio, y no
estoy dispuesto a morir por eliminarte del mundo.
-He
cometido un error al venir aquí, a Jubilar. Yo sí te odio, odio todo lo que has hecho... pero mi mujer y mis hijos
me necesitan.
-No
veo ninguna forma de salir de esta –dijo Fett- que no suponga tratar de confiar
el uno en el otro.
-Este
rifle cada vez pesa más –dijo Han, lo que era cierto; observó a Fett a través
del visor-. ¿Qué vamos a hacer?
-Todo
el mundo muere –dijo Fett.
-Sí.
Llegado el momento. Pero no tiene por qué ser hoy, para ninguno de nosotros.
Fett
sacudió la cabeza; el casco apenas se movió, y Han no pudo siquiera imaginar
que Fett había cambiado ligeramente su foco de atención.
-No
lo sé –dijo suavemente Fett-. La confianza es difícil entre enemigos. Tal vez
debamos volver a la batalla; tal vez, Han Solo, debamos dejarnos marchar, y una
vez más dejar que el destino decida quién sobrevive, como hacíamos cuando éramos jóvenes.
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