viernes, 20 de julio de 2012

La Tribu Perdida de los Sith #8: Secretos (II)

Capítulo Dos

-¿Iliana? ¿Iliana?
Hilts quedó boquiabierto al ver la figura en las sombras. Las últimas dos semanas habían sido muy duras para todo el mundo en Kesh, pero apenas reconoció a la líder de las Hermanas de Seelah. Iliana estaba sentada, acurrucada en el frío rincón de la oscura bodega, acariciando suavemente un cráneo.
Ella sollozaba suavemente, sin reaccionar a su presencia. Hilts miró con nerviosismo hacia atrás, a la habitación exterior y sus filas de mesas quirúrgicas de mármol... y luego bajó su mirada hasta el sable de luz que llevaba en la mano. Lo enganchó de nuevo a su cinturón. Iliana Merko era la peligrosa líder de una facción, pero la figura que se encontraba ante él era otra cosa. Su antaño brillante pelo estaba sucio y enmarañado, su otrora impecable piel estaba manchada de ceniza y sangre... y, sorprendentemente, con algo que nunca había imaginado que vería en su rostro: lágrimas.
-Ella murió aquí -dijo Iliana, alzando el cráneo a su frente-. Sola.
Hilts miró hacia abajo. Ahí, en la fría oscuridad, habían perdurado algunos fragmentos de un esqueleto, agrupados en una esquina. Al darse cuenta de a quién pensaba Iliana que pertenecía el cráneo, habló con cautela.
-¿Cómo sabes que es Seelah?
-Lo sé -susurró Iliana. Al abrir su mano enguantada, descubrió un anillo con el sello de la familia Korsin. Una banda de compromiso Tapani.
-Simplemente la dejaron aquí -dijo Hilts, arrodillándose para mirar los restos. Los fémures parecían enteros, pero sólo quedaban pequeños fragmentos de los huesos de debajo. Esto no lo había hecho el tiempo, pensó; y al ver el bastón cercano, la historia cobró sentido. Había sabido que la traición de Seelah había sido descubierta, y que Nida Korsin había castigado a su madre. Pero los registros nunca dijeron si se había tratado de exilio o de muerte. Ahora Los Bloques de abajo tenían sentido. La barrera habría mantenido a una Seelah lisiada aquí tanto como mantenía a los demás fuera-. Exiliada -dijo en voz baja.
-¡Fue traicionada! -Iliana se limpió las lágrimas parpadeando llena de furia-. ¡Se merecía algo mejor que esto!
-Y seguiría estando muerta, cualquiera que fuese el memorial que tuviera. -Viendo que la mujer depositaba suavemente el cráneo de nuevo en el suelo, Hilts se levantó y dio un paso atrás-. Estás sola aquí. ¿Qué pasó con...?
-¿Las Hermanas de Seelah? -Iliana mantuvo el rostro hacia la pared mientras trataba de recomponerse-. Luchamos duro cuando las facciones cayeron unas sobre otras. Pero luego nos derrumbamos... como todos los demás. -Sacudió la cabeza y le devolvió la mirada con ojos dorados inyectados de rojo-. No teníamos nada que seguir. ¡Seelah nació siendo una esclava!
-Supongo que sí.
-Lo sé -dijo, cerrando sus manos enguantadas en unos puños llenos de ira-. Cuando era una niña, una vez tuve una visión de la Fuerza de Seelah. Me pidió que la vengara.
Hilts pensó en el bajo relieve del exterior.
-Así que por eso sabías cómo llevaba el pelo.
-Pero lo que nunca dije a nadie es lo que estaba haciendo en la visión –dijo-. Estaba ese monstruo, ese monstruo rojo, con el mismo aspecto que ese Ravilan del mensaje. ¡Y ella le estaba lavando los pies! –Arremetió con la fuerza, haciendo pedazos los preciosos huesos contra la pared-. ¡Sus pestilentes y asquerosos pies!
Hilts asintió con la cabeza. Sí, él querría vengarse por algo semejante.
Iliana pasó junto a él y entró a empellones a la sala de oficiales
-Al parecer, algunas de las otras hermanas habían tenido visiones similares. –Se frotó los ojos para quitarse una lágrima persistente, y luego la sacudió, como si sólo fuera una mota de polvo-. No podíamos permanecer juntas mucho tiempo después de eso.
Entre los féretros de mármol, Iliana hizo una pausa. En un instante, su mano fue a su espada de luz.
-Hay alguien ahí fuera –dijo de pronto, con los ojos en la puerta-. ¡Están aquí!
Hilts fue corriendo a la habitación, junto a ella.
-No pasa nada. Viene conmigo.
Llamó a su ayudante. Jaye apareció tímidamente desde el exterior.
Iliana bajó su sable de luz y entornó los ojos.
-¿El contable? ¡El mundo está llegando a su fin y sigues teniendo mascotas!
-Debo tener algo que cuidar –dijo Hilts-. Es mi trabajo, después de todo. -Se interpuso entre la mujer y Jaye-. Pero, ¿a qué te referías con “Están aquí”?
-Me están buscando -dijo Iliana.
-¿Quién?
-Todo el mundo. Korsin Bentado. Lo que queda de Fuerza Cincuenta y Siete. Esos locos de Destino Dorado –dijo-. Todos los que quedan. Todas las cuentas pendientes se están saldando antes de que todos muramos.
-¿Te han seguido?
-Lo harán -dijo Iliana-. Liquidé a bastantes de ellos antes de irme. Estaba volando al oeste la última vez que sus rastreadores me vieron. No hay nada más al oeste que esto.
Hilts obligó a Jaye a dar la vuelta y lo empujó de nuevo hacia la puerta.
-No tenemos mucho tiempo –dijo-. Sígueme... Te lo explicaré por el camino.
La mujer alta le miró desafiante.
-Yo no soy tu pequeño secretario. ¿Por qué debería seguirte a ti a ninguna parte?
El Cuidador le devolvió la mirada.
-Porque puede que necesitemos ayuda para encontrar lo que estamos buscando... y tú estás en un callejón sin salida. Tú misma lo has dicho. –Señaló hacia la salida-. Mientras tanto, en realidad tengo un plan.
Iliana respiró profundamente y dio un paso hacia la salida.
-Estoy segura de que es un plan insensato -dijo al pasar junto a él.
-Vaya, eres una cosa odiosa -dijo Hilts-. ¿Te sale de forma natural?
Ella le miró y le obsequió con una sonrisa retorcida.
-Me forjé en el espíritu de Seelah.
La mujer cuyo cráneo acabas de besar... y luego has estrellado contra una pared, quiso decir Hilts. En lugar de eso, sonrió. Iliana había elegido a Seelah para idolatrarla, pero cualquier otra persona desagradable habría servido. Nunca confiaría en ella –los Sith nunca confiaban en nadie, de todos modos-, pero estaba empezando a comprenderla.
-Vamos al portal más adelante –dijo-. Por lo menos, verás algo que nadie vivo ha visto...

Hilts observo como Iliana seguía los contornos del oscuro metal con los dedos. Así que existía algo que pudiera impresionarla.
-Es maravilloso -dijo.
El Presagio se extendía bajo los techos abovedados del Templo, suavemente iluminado por las barras de luz que Jaye iba encendiendo. Hace mucho tiempo se dijo que el Presagio parecía un lanvarok, una antigua arma de muñeca Sith. Pero nadie en Kesh había visto nunca lanvarok... ni nadie había visto el Presagio en siglos. Los fundadores habían hecho todo lo posible para preservarlo, utilizando sólo cantería pulida a su alrededor y limitando el número de pasajes de entrada, y pese a todo la maltrecha nave mostraba una gruesa capa de polvo.
Y realmente estaba maltrecha. Incluso desgarrada en algunos lugares. ¿Qué necesitaría para elevarse en las estrellas?, se preguntó Hilts. ¿Qué tipo de protección? Haría falta bastante, a juzgar por las retorcidas lenguas de metal medio arrancadas del casco. ¡Y cuánto metal! Había más ahí junto de lo que nadie con vida hubiera visto nunca, a pesar del hecho de que gran parte del precioso material actualmente en circulación había sido rapiñado de los fragmentos del Presagio que quedaron en la ladera de la montaña después de su accidente.
¡Qué desastre debió haber sido!, pensó Hilts, observando su tamaño. Era asombroso que tanto la nave como la montaña hubieran sobrevivido.
Iliana reclamó para sí los primeros pasos en el interior, como Hilts había previsto que haría. A él eso no le suponía ningún problema: se contentaba con seguirla con una de las barras de luz que Jaye había traído. Al ver al keshiri temblando tímidamente en el suelo de mármol fuera de la escotilla, Hilts le hizo un gesto para que entrase.
-Es un sacrilegio estar aquí -balbuceó Jaye-. Soy un keshiri, no soy digno…
-Olvídate de eso. Necesitamos más luz.
Hilts encontró Iliana en una sección a proa de la nave. Allí, como en el resto de lugares a bordo, el Presagio había visto una catástrofe. El techo sobre ellos estaba abombado y retorcido. Los ventanales delanteros estaban destrozados, con sus bordes torcidos hacia afuera. ¿Algo los había golpeado desde dentro? Hilts no tenía ni idea.
Tampoco tenía ninguna noción de lo que estaba viendo a ambos lados. Lisos paneles de ébano se alternaban con otros destrozados que exponían las carbonizadas tripas de la nave. Hilts estudió un panel, y luego otro, reconociendo los caracteres Sith, pero no todos los términos. Telemetría. Hiperespacio. Astrogación. Ante sus ojos, se mostraban como palabras mágicas. Los estudiosos de la tribu habían tratado de mantener vivo el conocimiento de los viajes espaciales, pero eso se había desvanecido como todo lo demás en los últimos siglos.
Iliana golpeó varias veces en los paneles negros, como si presionando más fuerte pudiera traer la nave a la vida. Sí, ella había estado buscando una manera de salir del planeta, pensó Hilts. Como todos los demás.
La mujer golpeó con el puño en un panel, agrietándolo.
-¡Aquí no funciona nada!
-No -dijo Hilts-. Hay una cosa que funciona.
En la parte trasera del puente, Jaye estaba de rodillas, hechizado, ante una pantalla que brillaba suavemente. Números Sith aparecían en su cara, cada uno fundiéndose con el siguiente conforme pasaban los segundos. Era el dispositivo cuya emulación era el objeto del diseño de sus queridos Tubos de Arena: el crono del Presagio.
-Sigue funcionando -dijo Iliana, estupefacta.
Hilts se encogió de hombros. Todo a bordo del buque requería algún tipo de energía; tal vez el dispositivo de cronometraje no usase mucho. Se acercó y tocó el hombro del hipnotizado keshiri.
-¿Hoy es el día que pensabas que era, Jaye?
La boca de Jaye se abrió, pero no surgió ningún sonido. Por último, con voz seca, respondió.
-Sí. Los Tubos de Arena tenían un desfase de ocho días. Justo según mi teoría...
Al ver que se quedaba sin palabras, Hilts miró con cariño a su empleado.
-Muy bien, Jaye. Estoy impresionado.
Él y Jaye habían pasado toda su vida estudiando las grandes preguntas, sabiendo que nunca iban a descubrir si sus soluciones eran correctas. Aquí Jaye había visto reivindicados sus cálculos, de una vez por todas. Eso le pareció extraño a Hilts. Era un error pensar que los Sith y los keshiri podían aspirar a los mismos objetivos... y sin embargo él y Jaye lo habían hecho. Y ahora Jaye tenía su respuesta.
Hilts sintió una punzada repentina de celos y desvió la mirada hacia el centro de la habitación. Lo que él estaba buscando no estaba allí.
-¿Era aquí donde estaba el sillón de mando? –Iliana señalaba una plataforma desnuda-. ¿Lo que habías venido a encontrar aquí?
-Siempre supe que no estaría en el interior del Presagio -dijo Hilts, dando un paso hacia el estrado-. Pensé que querrías echar un vistazo.
Era bien sabido por las pinturas keshiri que Korsin había trasladado su asiento de capitán a la columnata en los días en que recibía a los visitantes. Sin duda no estaba ahí fuera, ahora... ni aquí dentro.
Iliana parecía angustiada.
-No lo entiendo. Con una nave semejante, ¿por qué Korsin trasladó a todos de la montaña, a Tahv? -Ella se cernía sobre él mientras Hilts se acuclillaba junto al espacio vacío-. Tal vez su generación no habría podido repararla... ¿pero dejar de trabajar por completo y partir? Yo estaba en lo cierto. ¡Korsin era un estúpido!
-Quería que la Tribu se comprometiera con sus vidas en Kesh -dijo Hilts-. Él sabía mejor que nadie en que estado estaba la nave. No iban a ir a ninguna parte. Ya has visto la sala que nos rodea; no hay manera de que el Presagio  pueda partir a menos que se desmantele el lugar. Construyeron el refugio a su alrededor. -Se acercó al agujero que tenía delante y miró a los muros de piedra más allá-. Esto no es un establo para un uvak, Iliana. Es una tumba.
Recordando el rostro del Testamento, Hilts imaginó la voz de Korsin describiendo su estrategia. Korsin habría ordenado el recinto para protegerlo de los elementos, y los demás náufragos habrían estado de acuerdo. Pero una vez que los Diferentes –la grotesca gente de Ravilan- estuvieron fuera del camino, Korsin habría dirigido progresivamente la atención de los supervivientes hacia el gobierno de Kesh. Eso era lo mejor que podían esperar. Sellar el templo y abandonar la montaña acababa con la tentación.
Hasta ahora.
Un movimiento le llamó la atención, y jadeó.
-¡Hay alguien fuera!
Hilts se agachó bajo el ventanal roto. Las luces del exterior proyectaban largas sombras sobre las paredes curvas. Iliana empujó violentamente a Jaye contra la cubierta y se lanzó hacia delante para unirse a Hilts. Los dos se asomaron cuidadosamente para ver como figuras con barras de luz entraban en el Templo.
El Cuidador contó ocho recién llegados que él pudiera ver, pero podía oír las voces de otros. A algunos los reconoció al instante. Estaba el calvo y corpulento Korsin Bentado, reconocible como el líder de los Korsinitas, pero muy dañado por la violencia de la última semana, al haber perdido su mano izquierda en alguna parte. Otras tres figuras llevaban las antaño brillantes túnicas del Destino Dorado, la facción obsesionada con el origen extraplanetario de la Tribu; sus llamativos uniformes habían perdido su lustre.
Y uno le resultaba familiar.
-Conozco a ese hombre –susurró Hilts a Iliana, señalando a un joven guerrero rubio. Edell Vrai había sido uno de los pocos visitantes regulares al museo, fascinado por la arquitectura de la época de Korsin, así como por las historias del Presagio, un tema del que podría hablar durante horas. Hilts esperaba que Edell estuviera encantado de ver al fin la nave de sus sueños. Y sin embargo, la figura del exterior tenía una expresión agria.
-Me enferma -oyó decir a Edell-. Esto... esta cosa... ¡no es más que un transporte de esclavos!
Hilts casi se puso en pie con las palabras de Edell, pero Iliana le empujó de nuevo hacia abajo. Juntos escucharon como Edell y sus compañeros, algunos de distintas facciones, hablaban con desprecio de la nave dañada.
-Un transporte de ganado, querrás decir -dijo otro.
-Fue el comienzo del cautiverio de nuestra raza aquí –añadió Bentado-. En efecto es un presagio... pero de desesperación.
-Tienes razón -dijo Edell, con sus palabras resonando por toda la cámara-. Tenemos que destruirlo.
Hilts e Iliana se miraron, atónitos. Fuera se oían vehementes gritos de acuerdo, de personas que nunca habían estado de acuerdo en nada.
-Es justo -tronó la voz profunda de Bentado-. Una última y desafiante puñalada. Nuestra gente morirá... pero morirá con el puño cerrado de odio contra el destino.
-Además sé exactamente cómo hacerlo -dijo Edell-. Un último acto de cooperación. Tendremos éxito.
Hilts se sintió enfermo al oír las botas en el suelo exterior, caminando hacia la salida. Había esperado que los recién llegados tratasen de subir a bordo del Presagio, como ellos. Pero esto era otra cosa. ¿Acaso el ansia de autodestrucción había hecho que todo el mundo perdiera la razón?
, pensó. Sí, lo ha hecho.
-No pueden destruir algo de este tamaño -dijo Iliana, con voz ronca, mientras miraba alrededor del puente-. No quedan explosivos. ¿Qué van a hacer, apuñalarlo con sables de luz?
Hilts no lo sabía... pero sabía que no debía dudar de Edell.
-Él encontrará una manera -dijo, levantándose. La agarró del brazo-. ¡Rápido! ¡Tenemos que encontrar lo que Korsin dejó atrás, antes de que sea demasiado tarde!

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