Vanguardia de contrabandista
de Robert Chestney
Un ardiente cometa pasó llameando junto a las lunas de Talus, dejando un rastro de polvo de ámbar. Sólo estuvo unos escasos instantes a la vista desde el asiento del piloto, pero atrajo la atención de Hylo Visz. Un cometa era un signo de cambio; un presagio que podía ser tanto bueno como malo. Ya consideraría su significado más tarde, cuando tuviera más tiempo. Ahora mismo, el Vellocino Carmesí había salido del hiperespacio, y Hylo conducía la nave hacia su destino, la forma, aún distante, de Corellia. Normalmente, disfrutaba de los pacíficos momentos que transcurrían entre completar un salto en el hiperespacio y entrar en la atmósfera de un planeta, pero hoy no. Hoy, el Vellocino llevaba una valiosa carga, y dos pasajeros que Hylo estaba deseando volver a dejar en Nar Shaddaa.
El vuelo desde el Espacio Hutt no había tomado más tiempo del planeado, pero Hylo había estado contando los minutos. El matón que se había aposentado a su lado en el asiento del copiloto —su nombre era Musk— farfullaba incesantemente en su propia forma de básico elemental. Musk estaba tratando de demostrar sus conocimientos de la política interna en el Sindicato del Crimen Hutt. Con base a su ingenuo análisis, estaba acusando a su jefe, Barrga el Hutt, de no hacer otra cosa que tomar decisiones erróneas. Hylo no tenía ninguna base para discernir la sabiduría de las acciones Barrga, pero estaba dispuesta a apostar que Musk tampoco la tenía. Por supuesto, este tipo de conversación no resultaba ser ninguna sorpresa; la mayoría de los matones a sueldo contratados por los hutts pasaban el tiempo cotilleando acerca de los comportamientos de sus jefes. Ella podía haber perdonado eso; Musk era un nikto, no precisamente conocidos por su brillantez. Pero él no se había detenido allí.
—Bueno para mí abandonar Nar Shaddaa. —Musk se rascó la barbilla escamosa—. Desde que hicimos el trabajo en la cantina Cúmulo Estelar, siempre tengo que estar vigilando mi espalda.
Hylo ahogó una risa.
—Tú no estabas en esa operación.
—¿Tú qué sabes, niña? —dijo Musk, molesto por que se pusiera en duda su mentira—. ¿Crees que Barrga es el único jefe para el que trabajo?
El trabajo en el Casino Cúmulo Estelar había sido una de las operaciones más notorias en años. Ladrones profesionales se colaron en el lugar y manipularon los ordenadores del casino. Los ladrones regresaron al siguiente día laborable e hicieron una fortuna en una serie de discretas apuestas. Pasaron semanas antes de que los propietarios del Cúmulo Estelar descubrieran el fallo y, para entonces, los ladrones habían desaparecido. Al igual que cualquier otra persona de Nar Shaddaa que estuviera mínimamente “conectada”, Hylo sabía que el trabajo del Cúmulo Estelar había sido demasiado delicado como para que lo hubiera realizado nadie de los círculos habituales de los bajos fondos. Al parecer, Musk no se daba cuenta de lo absurdo de su afirmación. Sin embargo, era obvio que estaba tratando de impresionarla, y esa era una carta que quería conservar en su mano por ahora. Decidió dar marcha atrás.
—Pensaba que quien hizo ese trabajo ya se había ido hace mucho tiempo. —Se encogió de hombros, aceptando su mentira—. Si dices que fuiste tú, no tengo motivos para dudar de ello.
—Sí, conseguí muchos créditos con ese asunto. Pronto estaré dirigiendo mi propia banda. Ya lo verás. —Musk apretó los labios, probablemente preguntándose si ella realmente le creía.
Volviendo a los controles, Hylo deslizó inconscientemente la mano por el costado de sus pantalones de cuero azul para tocar la cartuchera sujeta al muslo. No había ninguna razón para pensar que necesitaría su bláster, pero siempre era agradable saber que estaba allí si llegaba el caso.
Después de unos minutos de silencio, Musk comenzó otro incoherente monólogo, al parecer tan contento como ella al dejar morir la conversación acerca del Cúmulo Estelar.
Hylo cerró los ojos y trató de ahogar el gutural zumbido de Musk. Se centró en el sonido de los motores del Vellocino... un sonido que conocía mejor que el sonido de su propia voz. Hylo había afirmado a menudo que podría identificar cualquiera de los problemas técnicos de la nave sólo pasando unos minutos escuchando el motor. Su afirmación conseguía por lo general una risa escéptica, pero era la verdad. Conocía el sonido de los motores de la nave lo suficientemente bien como para notar el más mínimo salto o tartamudeo. Había reparado el Vellocino suficientes veces como para saber también lo que significaban la mayoría de esos sonidos aberrantes.
El Vellocino Carmesí no se parecía en nada a la nave que compró originalmente. En la década que había pasado desde que logró reunir los créditos suficientes para comprar la vieja chatarra, había reemplazado casi todas las piezas, algunas de ellas más de una vez. Debido a su edad, la mayor parte de recambios originales ya no estaban disponibles, pero Hylo había improvisado... comprando restos de otras naves y juntándolas entre sí. Tras el último grupo de mejoras, el Vellocino probablemente valiera el triple de lo que le costó originalmente, pero haría falta un mecánico experto para darse cuenta de ello. Ella nunca habría sido capaz de conseguir ni la mitad de lo que valía la nave si hubiera tratado de venderla, de modo que no se molestaba en intentarlo. De momento, se ajustaba perfectamente a sus necesidades, pero sabía que algún día tendría que reemplazarla, aunque sólo fuera para comenzar otro proyecto de restauración.
—Nave no identificada, transmita identificación y códigos de autorización, por favor —resonó una voz formal por la consola de comunicaciones. Musk se sobresaltó y quedó en un bienvenido silencio. Hylo miró por la ventana, localizando rápidamente la estación orbital de seguridad de la que provenía la solicitud.
—Transmitiendo ahora —respondió Hylo, mientras sus dedos danzaban por el panel de control para enviar la información. Luego se recostó en su asiento, sabiendo que pasarían unos minutos hasta que la seguridad corelliana verificase los códigos.
Musk gruñó alzando una mano hacia el techo de la cabina.
—¿Apago el generador de hipermotor?
—¡No! —Hylo se incorporó rápidamente en su asiento y de un manotazo apartó su mano del interruptor—. Déjalo en espera. Yo nunca lo apago hasta que el trabajo está hecho. Trae mala suerte.
La primera reacción de Musk ante el golpe en su mano fue ira, pero decidió reírse en su lugar.
—Estáis locos, los mirialanos. —Sacudió la cabeza y se rió entre dientes antes de ponerse en pie y salir de la cabina.
Hylo lo vio irse, sintiéndose realmente incómoda. Dejar el generador de hipermotor encendido no tenía nada que ver con que fuera mirialana, por supuesto. Al igual que el bláster que llevaba en la cartuchera, dejar el generador de hipermotor en espera era algo que le hacía sentirse más tranquila.
Supuso que Musk había abandonado la cabina para informar a su socio, un weequay con un nombre que Hylo ni siquiera podía pronunciar, y mucho menos recordar. A diferencia de Musk, el weequay era silencioso, sombríamente silencioso. Hylo conocía muy bien a los de su clase; su letal y fría mirada le decía todo lo que necesitaba saber. Era el tipo con el que habitualmente evitaba trabajar a toda costa. En este caso, sin embargo, no tenía otra opción. Barrga el Hutt había enviado a los dos matones como sus "escoltas". Lo que realmente significaba que la estaban observando para asegurarse de que Hylo no trataba de engañar al jefe. Cuando había mucho en juego, este era un procedimiento operativo estándar.
En general, Barrga, como la mayoría de los demás hutts, en realidad confiaba en Hylo. Ella había trabajado para el Cartel de vez en cuando desde hacía ya años y, antes de eso, había crecido prácticamente toda su vida trabajando de mecánico en los muelles de carga del Cartel.
Hylo había vivido en Nar Shaddaa la mayor parte de su vida, pero nació en Balmorra. Su padre trabajaba como diseñador de droides hasta que empezó la guerra, cuando fue atrapado en el fuego cruzado durante un ataque Imperial. Sólo una niña en ese momento, Hylo huyó del planeta con su madre y cientos de refugiados más.
Semanas más tarde, durante una parada en boxes en Nar Shaddaa, su madre había caído enferma y el transporte de los refugiados las dejó atrás. Su madre murió poco después, dejando a Hylo con nada más que un puñado de créditos y la ropa que llevaba puesta.
Acabó formando parte de un grupo de chiquillos callejeros alienígenas, igualmente huérfanos, que se ocultaban por los conductos y callejones de Nar Shaddaa, robando y mendigando para sobrevivir. La mayoría de esos niños terminó siendo asesinada o convirtiéndose en matones para alguno de los numerosos señores del crimen de Nar Shaddaa. Hylo había tenido suerte, sin embargo. Siendo adolescente, descubrió su habilidad natural con las máquinas y se convirtió en mecánico en los mugrientos astilleros de las profundidades de la Ciudad Subterránea de Nar Shaddaa. Ganaba lo suficiente para sobrevivir. Sin embargo, desde la primera vez que realmente se sentó en el asiento del piloto, Hylo supo que quería pasar más tiempo pilotando naves espaciales que arreglándolas.
Ahorró cada crédito que ganaba hasta que tuvo suficiente para comprar el Vellocino Carmesí, y entonces comenzó a ofrecer sus servicios como capitán de carguero. Sin embargo, e Cártel Hutt no contrataba cualquier nave disponible. Esos primeros años tuvo que aceptar cualquier trabajo que pudiera conseguir. Así fue como cometió el error de aceptar un trabajo para el Imperio Sith... un error que nunca volvería a cometer. Había aprendido por las malas que la única vez que los imperiales contrataban a transportistas independientes era cuando buscaban mano de obra prescindible. Afortunadamente, usando sus contactos entre los mecánicos, y ganando una reputación de éxito, Hylo finalmente consiguió la atención de los hutts, y nunca miró hacia atrás. Gobernando el mercado negro de bienes y tecnología por toda la galaxia, a los Hutts nunca les faltaba trabajo para los transportistas independientes. Hylo se ganaba la vida decentemente y seguía siendo su propia jefa.
Hylo estaba, de hecho, pensando en cómo iba a gastar los créditos de este trabajo cuando Musk regresó a la cabina de mando con un nuevo aire de urgencia.
—¿Por qué estamos esperando? —No se sentó, pero miró con irritación por la ventana a la estación orbital de seguridad.
—Bueno, de alguna manera sospecho que no nos dejarán entrar en la atmósfera de Corellia hasta que nos den autorización. —Hylo sonrió, confiando en que Musk no detectaría su sarcasmo.
—Diles que necesitamos aterrizar ya —ordenó Musk airadamente—. Tenemos negocios que hacer. —La miró expectante.
Se recordó a sí misma que Musk sólo era músculo contratado. Él no podía saber lo estúpida que era su sugerencia.
—Esto no es Nar Shaddaa, Musk. Aquí tienen reglas. —dijo, sonriendo pacientemente.
—No rompemos ninguna regla. —Musk se encogió de hombros y miró a Hylo de forma suspicaz—. Deberían estar esperándonos. Llama ahora.
—Escucha, amigo, sólo porque te dejo estar aquí, eso no te convierte en copiloto. —Le miró a los ojos con firme determinación—. Esta es mi nave, y yo estoy al mando. —Hylo inclinó la silla hacia atrás contra la consola, proyectando un aire de relajada confianza—. Esperaremos hasta que nos llaman. Así es como funcionan las cosas.
Ven y pulsa el botón, si te atreves. Estaba dispuesta a usar su bláster, si fuera necesario.
Vio cómo los engranajes giraban lentamente en la cabeza de Musk mientras consideraba cómo debía reaccionar. Su expresión confundida sugería que iba a retirarse, pero entonces eso dejó de ser un problema.
—Vellocino Carmesí, los códigos han sido verificados. Bienvenidos a Corellia. —La voz de la seguridad corelliana no era más amistosa de lo que había sido antes—. Por favor, diríjase directamente a la pista de aterrizaje A-17 en las instalaciones de la Corporación Rendili. Envío las coordenadas.
Ahora era el turno de Hylo de parecer confundida. Se incorporó de un salto y tecleó en la consola de comunicaciones.
—¿Quiere decir que no vamos a aterrizar en un puerto espacial militar? —Barrga nunca había especificado dónde se llevaría a cabo el trato, pero Hylo sabía que los motores iban al ejército de la República. Había asumido que aterrizarían en una instalación militar.
—Aquí dice que están entregando un cargamento a la Corporación de Vehículos Rendili. —La voz sonaba irritada, expresando por primera vez cierto grado de humanidad—. Todas las instalaciones militares de la República están estrictamente prohibidas para el personal no militar. Estamos en guerra, ¿sabe?.
—No soy estúpida. —Hylo suspiró y sacudió la cabeza—. Está bien, está bien, sólo dígales que estamos en camino.
—No hay de qué —dijo con sarcasmo el agente de seguridad, cerrando la conexión.
Hylo se rió y se acomodó en su asiento. Miró hacia atrás y se percató de que Musk había salido de nuevo de la cabina. No se molestó en preguntarse por qué. Disfrutó del momento de soledad y simplemente se recordó que todo eso terminaría pronto. Este podría ser el último trabajo que hago para el Cártel, se recordó.
Recientemente, Hylo había estado encontrando trabajo en otros lugares. Había hecho algunas entregas para empresas e incluso algunos trabajos para la República. Aunque la política previa de la República había sido contratar sólo a capitanes de carguero con licencia y certificados, el ejército de la República había tenido problemas encontrando ayuda para el transporte de suministros. La influencia imperial se había extendido por todas partes, y trabajar para la República se había convertido en una empresa arriesgada. La mayoría de los pilotos rehuían esos trabajo, pero Hylo no.
No sólo las simpatías de Hylo recaían en la República , sino que además le gustaba correr riesgos. Desde que comenzó a pilotar, había llegado a creer firmemente que todo era posible, siempre y cuando tuviera fe en sí misma. Era la duda y el miedo lo que hacía que la gente fracasase. Así que Hylo proyectaba conscientemente una implacable confianza y confiaba en su destino. Sin embargo, había una importante excepción, y era cuando veía las señales de una desgracia inminente. La mala suerte comenzaba con las cosas pequeñas, cosas que carecían aparentemente de importancia. El deslizador terrestre de su padre se había estropeado el último día que marchó hacia el laboratorio. Su madre había manchado sus ropas favoritas justo antes de caer enferma. Hylo había llegado a la conclusión de que estas cosas no eran coincidencias, sino que eran en realidad la forma que el universo tenía de advertir a las personas. De esto, había deducido que los pequeños problemas y accidentes vendrían seguidos por letales catástrofes si no actuaba de acuerdo a las advertencias. Hylo se avergonzaría de compartir esta idea con cualquier otra persona, pero tales creencias le habían salvado la vida numerosas veces; ya no las cuestionaba.
En el lado positivo, si no había signos de advertencia, entonces no había peligro. Podía volar rápido y despreocupadamente, y salir sin un rasguño. Era la Ley Invisible del Universo. Hasta ahora, en esta excursión, los signos habían sido buenos.
A medida que el Vellocino Carmesí descendía en la atmósfera de Corellia, Hylo estudiaba el paisaje, asimilándolo. Había perdido la cuenta del número de planetas que había visitado, pero nunca había visto Corellia. Se sorprendió al encontrarse sintiendo un infantil sentido de la curiosidad y la aventura. Corellia tenía una reputación de individualidad. Tenía todas las comodidades disponibles en cualquiera de los otros mundos del núcleo, pero se había tenido mucho cuidado para garantizar que no se convirtiera en una ciudad-planeta. Grandes zonas verdes dominaban la superficie del planeta, repartidas de manera eficiente entre sectores industriales y residenciales. Sorprendentemente, Hylo había escuchado que semejante planificación ambientalmente responsable habían sido idea de las empresas de Corellia. Se alegraba de ver la prueba de que no todas las empresas financieras eran tan codiciosas y destructivas como las que ella conocía en Nar Shaddaa.
Cuando la instalación de Rendili apareció a la vista, Hylo se quedó boquiabierta. La arquitectura era una deslumbrante combinación de elegancia y eficacia. Los niveles superiores de varias torres se entrelazaban con paseos escalonados y amplias oficinas con grandes ventanales. Debajo de las torres había un laberinto de instalaciones industriales de aspecto moderno. Había incluso una zona verde que parecía servir como campo de prueba para los proyectos de la empresa. Vio una fascinante variedad de vehículos en varios lugares del campus corporativo, desde aerodeslizadores de aire futurista hasta otros tipos de transporte que apenas reconocía. Su mente dedicada a la mecánica se consumía teorizando sobre la función y el propósito de estas máquinas misteriosas.
Sin embargo, la sensación de asombro de Hylo quedó destrozada cuando Musk volvió a entrar en la cabina y se sentó de nuevo en el asiento del copiloto. Su rifle bláster colgaba a su espalda, y chocó torpemente contra la silla de Hylo. Musk ni se dio cuenta. Para esta gente probablemente parezcamos un puñado de rufianes paranoicos, pensó. Cruzó por su mente la idea de dejar de hecho su bláster en la nave, pero la apartó con una sonrisa. Esta gente sabía que estaba trabajando para un hutt. No tendrían un gran concepto de ella tanto si llevaba un bláster como si no.
—A-17. Justo ahí. —Musk estaba analizando el laberinto de la arquitectura bajo ellos—. ¿A qué estás esperando?
Era evidente que estaba listo para terminar con esto.
—Lo sé. Voy hacia allá. —Con su estado de ánimo influenciado por el entorno, Hylo dirigió a Musk una sonrisa genuinamente amistosa.
Conforme hacía descender al Vellocino hacia la pista de aterrizaje, Hylo comenzó a pensar de nuevo en los créditos. A pesar de que encontraba que volar para República era estimulante y al menos algo moralmente gratificante, la paga no era especialmente buena y los trabajos seguían siendo escasos. Había aceptado este trabajo para Barrga el Hutt porque necesitaba los créditos. Su comisión por este trabajo sería considerable, y por una buena razón: carga era una caja de prototipos de motores iónicos.
A pesar de que Nar Shaddaa era una de las zonas más sombrías lugares de la galaxia, y en parte debido a eso, era donde se desarrollaban muchas de las tecnologías más avanzadas de la galaxia. Empresas sin escrúpulos que trataban de evitar las regulaciones República establecían laboratorios en las profundidades de la ciudad baja de la luna y desarrollaban tecnologías que eran a un tiempo muy peligrosas y muy valiosas. La mayoría de estas empresas comercializaban sus tecnologías a través del Cártel y otros sindicatos del crimen para evitar la responsabilidad. Hylo no sabía quién había desarrollado los motores iónicos que llevaba en su bodega de carga, pero sabía que eran valiosos. Esos motores aumentarían las capacidades de impulso subluz de una nave, dando a los cazas una gran ventaja en la batalla. Tanto la República y como el Imperio pagarían muchos créditos por cualquier ventaja que pudieran obtener en la guerra, y esta sería una muy grande. Hylo se alegraba de que los motores iónicos fueran al ejército de la República. Sabía que les vendría bien un poco de ayuda.
También sabía que estos prototipos eran sólo un envío promocional. Si el ejército de la República probaba los motores y le gustaban, encargarían cientos, si no miles. Si Barrga seguía siendo el intermediario, este podría ser el mejor negocio que el hutt hubiera hecho nunca.
Incapaz de resistirse a su propia curiosidad, Hylo se había deslizado en la bodega de carga principal durante el vuelo y había echado un vistazo. Por lo que ella pudo ver, los motores eran auténticos. Eso era bueno, porque si Barrga estaba tratando de engañar al ejército de la República , Hylo no quería formar parte en ello. Sabía muy bien que el mensajero era quien pagaba habitualmente por la traición de un cliente.
Cuando el Vellocino finalmente se posó sobre la pista de aterrizaje, Hylo corrió un rápido chequeo de su motor subluz; el sistema de encendido, en particular. El sistema de encendido le había estado dando problemas y quería asegurarse de que podría volver a poner en marcha el Vellocino sin ningún problema. En todo caso, el sistema de encendido respondió bien, y apagó los motores subluz. Mientras dejase el generador de hipermotor en espera, podría desviar energía rápidamente y estar fuera de la atmósfera de Corellia en segundos si se presentaba la necesidad. Al escanear el panel de control, sin embargo, se dio cuenta de que el estabilizador trasero de la nave estaba ligeramente descompensado. Frunció el ceño. Otra pieza que voy a tener que sustituir en breve. Por ahora, sólo quería decir que necesitaba volver a calibrar el estabilizador desde fuera de la nave.
Cuando se levantó de su asiento, casi se golpea la cabeza con Musk, que había elegido exactamente el mismo momento para levantarse del asiento del copiloto. Él sonrió lascivamente y se inclinó hacia atrás para permitir que ella saliera primero de la cabina. Podía sentir sus ojos en su trasero mientras avanzaba presurosa por el vestíbulo de la nave para bajar la escotilla de aterrizaje. Sigue soñando, amigo, sonrió para sus adentros. Tiró del cierre y observó cómo la pasarela bajaba lentamente hasta el suelo.
Mientras descendía por la escotilla, una brisa fresca asaltó sus sentidos con alivio. Estar encerrada en la cabina del piloto con un nikto le había dado nueva apreciación del valor del aire fresco. Preocupada por sus pensamientos y la tarea que le ocupaba, la aguda voz de un droide de protocolo que se dirigía a ella desde el otro lado de la plataforma le pilló completamente por sorpresa.
—Perdone, señorita, pero me temo que ha habido algún error. Esta es la plataforma de aterrizaje A-17. No tiene autorización para aterrizar aquí y tendrá que retirar su... nave de inmediato.
El droide de protocolo hablaba con una actitud educada, pero Hylo reconoció una nota de desprecio. A Hylo no le disgustaban los droides, pero tampoco se fiaba de ellos. Sospechaba que era un complejo de su subconsciente relacionado con la muerte de su padre, pero no veía ninguna razón para tratar de superarlo.
—El error debe ser de ustedes, porque es aquí donde la seguridad Corelliana me dijo que aterrizase.
Volvió su atención deliberadamente hacia un puerto de escape de vapor en la parte inferior del Vellocino que estaba goteando líquido. Sabía que era sólo agua, pero tomó teatralmente unas gotas y las miró a la luz.
Sentía que el droide de protocolo estaba a punto de persistir cortésmente, pero el droide se detuvo en seco cuando Musk descendió pesadamente por la pasarela.
—Venimos de parte de Barrga el Hutt. Tenemos una entrega especial para la Compañía Rendili. Verifícalo en el ordenador.
Con su rifle bláster todavía colgado del hombro, Musk sonrió cruelmente al droide, desafiándole a protestar.
—Muy bien. Volveré a confirmarlo —añadió el droide sumisamente—, pero puedo asegurarles que no había ninguna entrega planificada para hoy. Volveré enseguida.
El droide se volvió y caminó torpemente cruzando la plataforma hacia las puertas de carga de la torre.
Mándanos a alguien que realmente tenga personalidad, pensó Hylo para sí misma. Sonrió por su propio prejuicio y miró hacia arriba para ver a Musk lanzarle una breve mirada escéptica antes de volver a subir a la nave.
Disfrutando del momento de silencio y aire fresco, Hylo deslizó su dedo con aire casual, trazando el contorno de la quilla del Vellocino mientras se dirigía hacia el estabilizador trasero. Miró a su alrededor, observando la eficiente e inmaculada naturaleza de la pista de aterrizaje. Suspendida a decenas de metros del suelo y conectada a la torre sólo mediante una estrecha plataforma, había mucho menos peligro de los robos habituales en las pistas de aterrizaje del Cártel en Nar Shaddaa. Aparte de unos pocos contenedores de carga vacíos apilados pulcramente en el borde de la plataforma, la plataforma de aterrizaje estaba completamente vacía.
Al llegar al estabilizador trasero, Hylo abrió la caja de control externa y liberó la válvula de presión. Una breve ráfaga de vapor salió del conducto y el estabilizador hizo un ajuste casi imperceptible. Hylo cerró suavemente la caja de control y volvió sobre sus pasos hacia la pasarela. Después de una última mirada al mundo exterior, se volvió para subir de nuevo a la nave y de repente se quedó inmóvil. Había escuchado algo.
Se dio la vuelta en un instante, explorando la zona de nuevo para tratar de identificar la fuente del sonido. Al no ver nada, ladeó la cabeza a un lado y estiró el cuello, con la esperanza de identificar con mayor precisión lo que oía. Entonces se dio cuenta; no era lo que estaba oyendo, era lo que no estaba oyendo. Algo faltaba: un pequeño débil zumbido, muy familiar y muy importante. El generador de hipermotor se ha apagado.
Enfurecida, Hylo se precipitó hacia la pasarela. Irrumpió en el vestíbulo de la nave para encontrar Musk sentado en un banco, apoyado en el mamparo con los ojos cerrados. Sintiendo la ira de Hylo, Musk abrió los ojos de golpe y, sin mover un músculo, levantó la ceja con aire casual, como preguntándose el motivo.
—¿Qué has hecho, maldito mono-lagarto? —preguntó ella con los dientes apretados por la rabia—. Yo soy la capitana de esta nave. No tienes derecho a tocar siquiera los controles...
Se interrumpió, reconociendo la expresión genuinamente perpleja del nikto.
—No sé de qué estás hablando.
Musk la miró directamente a los ojos. Casi parecía un poco asustado.
—No me digas que el generador de hipermotor se ha apagado solo.
Incluso mientras estaba diciendo las palabras, se dio cuenta por la expresión de Musk de que probablemente ese fuera el caso. Se dirigió a la cabina para comprobar el panel de control.
Un escalofrío helado le recorrió la espina dorsal y extrajo el aire de sus pulmones. El indicador del generador de hipermotor tenía un aspecto hueco, muerto, que señalaba claramente un problema importante. Esto es malo. En un instante, la vigorosa energía de Hylo se agotó por completo y se sintió de inmediato como una niña pequeña, perdida y sola en las calles de Nar Shaddaa. Mientras permanecía allí, paralizada ante el indicador muerto, Musk llegó detrás de ella. Se apoyó en la cabina para ver el indicador por sí mismo, rozando a Hylo de una manera que ella nunca habría permitido unos pocos minutos antes. En este momento, sin embargo, la ofensiva presencia de Musk ni siquiera era una distracción en comparación con el terror que estaba sintiendo.
—Probablemente sólo necesite recargarlo —observó el nikto con aire casual. Se agachó para salir de la cabina y empezó a caminar por el pasillo hacia el vestíbulo, pero se detuvo en seco al oír la respuesta de Hylo.
—No. Esto es un signo.
Seguía mirando el indicador muerto, pero sus reservas internas de fuerza fueron calmando los temblores que sentía en su interior. Todo tenía sentido ahora... la plataforma de aterrizaje empresarial, el droide de protocolo grosero, el hecho de que su entrega no estuviera planificada... era una trampa. Hylo no había pasado por alto el carácter sospechoso de estos hechos, pero eran irrelevantes hasta que el generador de hipermotor falló. Ahora se sumaban para demostrar definitivamente que algo malo iba a suceder.
—Es mejor que salgamos del planeta —murmuró para sí Hylo mientras volvía a sentarse en el asiento del piloto—. Nos posaremos en una de las lunas de Talus. Ahí podré hacer pruebas y ver qué pasó con el generador de hipermotor.
Miró por la ventana para ver que la pista de aterrizaje estaba todavía completamente vacía, incluso cuando pulsó el botón para subir la rampa de aterrizaje.
—Definitivamente están planeando algo.
Extendió la mano y encendió los motores subluz.
—¿Qué estás haciendo? —dijo Musk, desconcertado.
—Vas a tener que confiar en mí en esto. —Hylo mantuvo los ojos en las puertas de carga. Esperaba que en cualquier momento se abrieran las puertas y cañones bláster apuntasen al Vellocino. Agarró los controles para despegar, pero entonces sintió el duro cañón del fusil bláster de Musk clavado en su nuca.
—No, no. No vamos a ninguna parte, muchacha loca.
La voz de Musk no denotaba enojo, ni maldad, pero llevaba una nota de algo mucho más peligroso: miedo. Estaba claro que pensaba que Hylo había perdido la razón, y probablemente estaba dispuesto a pegarle un tiro si tenía que hacerlo. La mente de Hylo daba vueltas. Debería haberme imaginado que Musk reaccionaría de esta manera. Puede que me esté dirigiendo directa a la catástrofe que estoy tratando de evitar. Aflojó su agarre sobre los controles y se dejó caer hacia adelante en el asiento. Sintió que Musk se relajaba un poco, pero su rifle todavía le apuntaba a la parte posterior de la cabeza. Era arriesgado, pero sabía lo que tenía que hacer a continuación. Dejó caer la cabeza entre sus manos y fingió un sollozo. Queriendo consolarla por instinto, Musk dio un paso adelante.
El codo Hylo salió disparado rápido y fuerte, empujando el cañón del rifle bláster de Musk hacia el techo. Salió de su asiento con un giro para ponerse bajo él. Dándose cuenta de que había sido engañado, Musk mostró los dientes, pero luego quedó sin aliento cuando Hylo le asestó una poderosa patada en la ingle.
Cayendo de rodillas en el estrecho pasillo, Musk trató de bajar su rifle bláster para apuntar con él al rostro de Hylo, pero ella era demasiado rápida. En un fluido movimiento, su mano derecha agarró el cañón del fusil, y su mano izquierda salió disparada hacia la cartuchera para volver con su bláster apuntando a Musk en la frente.
—Suéltalo. —Dame una excusa y te mataré, pensó, pero Musk bajó el rifle. Ella se lo arrebató de las manos y lo arrojó en el asiento del piloto, pero no tenía idea de qué hacer a continuación. Improvisando, mantuvo su bláster apuntando a la cabeza de Musk y se deslizó detrás de él en el pasillo.
—Estás completamente loca, chica estúpida. —Musk mantenía las manos en alto, pero sacudió la cabeza—. Barrga te matará por esto.
Cree que no tengo agallas para apretar el gatillo.
—Correré ese riesgo.
Agarró la parte posterior de la camisa de Musk y lo arrastró hacia el vestíbulo.
Miró hacia atrás y reconoció el olor, pero nunca tuvo la oportunidad de reaccionar. El socio weequay de Musk había decidido finalmente salir de donde quiera que estuviese. La culata del rifle bláster del weequay se estrelló contra la cara de Hylo antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando. Todo se volvió negro.
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