Vannar miró el monitor. Esto
no puede ser. No en su primera misión.
Había recibido un destello de las intenciones de la muchacha
a través de la Fuerza momentos después de haber dejado el pasillo, antes de que
llegase a la salida del transporte. Había ordenado a Dorvin que asegurase todas
las escotillas para impedir que pudieran abrirse desde el interior... sólo para
escuchar el silbido de la puerta de entrada principal de carga abriéndose justo
cuando el transporte estaba despegando. Se había olvidado de que Kerra todavía
tenía el mando a distancia para la puerta de la jefa de personal de tierra.
Pero Kerra no lo había olvidado.
Ella ya había aterrizado en el barro y se había puesto en
marcha cuando él llegó a la apertura. El transporte ya había ascendido
demasiado como para saltar, y Vannar corrió escaleras arriba hasta el centro de
mando. Pero incluso con altitud y los sensores exteriores del transporte, el
clima de Oranessan hacía imposible encontrar a una única persona en tierra.
–No puede pretender volver a donde derribamos a la
tripulación de vuelo –dijo Vannar, a media voz. Estaba a demasiada distancia
andando. ¿Pero qué más había allí?
–No podemos quedarnos aquí, Maestro Treece –dijo Dorvin.
Estaban parados en el aire, sin ir a ninguna parte. Era volver a su propia nave
o nada–. Hay decenas de cazas Sith estacionados fuera del hangar. ¡Si tenemos
que luchar, nunca conseguiremos salir de Oranessan!
–¡Lo sé, maldita sea! –Usando un par de macrobinoculares,
examinó infructuosamente el terreno que tenía por delante–. Lo sé. Pero ni un
momento antes...
–¡Esperad!
A la derecha de Vannar, Mrssk señaló uno de los monitores de
estribor y gritó.
–¡Contacto en superficie, orgánico! ¡Marca dos-ochenta!
–¡Mostradme las cámaras de artillería de estribor, rango de
infrarrojos! –dijo Vannar. Imágenes parpadeaban en la pantalla. Allí, a través
del visor telescópico de las armas de aterrizaje de la nave, vio a una única
figura regresando desde el gran hangar de mantenimiento. Luchando para enfocar la
imagen, Vannar se sorprendió al ver repentinos destellos de luz surgiendo del
contacto. Luz verde.
–¡Es ella! –gritó Vannar.
Haciendo caso omiso de una segunda llamada, más urgente, de
la torre de control Sith, Vannar dirigió el transporte hacia el llano golpeado
por la lluvia. Sacudiendo la cabeza, se maravilló. Kerra había convertido su
sable de luz en un faro encendiéndolo y apagándolo repetidamente. Tal vez un
Jedi podría no pasar inadvertido aquí... ¡al menos para otros Jedi!
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