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Por segunda vez en dos semanas, Quarra atendía a un hombre herido mientras los Sith acechaban cerca. Pero la ubicación no podría haber sido más diferente. No se encontraba en la estación de señales de Jogan o en la cubierta de un barco; estaba en el mayor santuario de todo Alanciar: la biblioteca de Adari Vaal.
Los Sith permanecían fuera, al otro lado del tapiz, hablando ruidosamente. Durante las largas horas desde que entraron allí, nunca había habido ahí fuera menos de tres voces a la vez. No había forma de salir al exterior, pero todavía tenía una oportunidad de advertir a su pueblo. Durante dos horas, alcanzó mediante la Fuerza a otros gritadores de pensamientos, sin preocuparse de si los Sith sentían su presencia. La Fuerza era un sistema de comunicaciones que los Sith no podían comprometer...
...o eso creía. Entre la ira que emanaba de los Sith y los niveles casi tóxicos de miedo que se habían desarrollado entre los alanciari en los últimos días, al llamar mediante la Fuerza se sentía casi como si se estuviera muriendo ahogada. No había manera de que nadie pudiera entender lo que estaba tratando de decir. Estaba demasiado cansada... y ella misma también tenía demasiado miedo.
Y enojada. Durante aún más largas horas, observó a Edell mientras dormía, recuperándose de su terrible experiencia. Le había mentido todo el camino. Ella conocía la escarpada costa sur. No había muchos asentamientos o fortalezas: las montañas nevadas eran su propia defensa. El Infortunio podía hacerse a la mar sin ser molestado. Pero con el otoño en el sur, los marinos alanciari evitaban el paso por el sur por sus increíblemente rápidas corrientes polares y por el hielo que se expandía. ¿Un equipo sin experiencia tendría la oportunidad de alcanzar el océano oriental? ¿Y Jogan les advertiría, o permanecería en silencio, dispuesto a naufragar con ellos si fuera necesario? Si les advertía, ¿le escucharían siquiera?
Quarra se dio cuenta con un sobresalto de que no sabía realmente qué haría Jogan. Se había imaginado que conocía sus pensamientos privados, pero lo que en realidad tenía era un montón de mensajes y unas pocas horas a su lado. Y ella casi había puesto toda su vida patas arriba por él.
¿Y Edell? Él y su pueblo habían puesto patas arriba su mundo entero. Y, sin embargo, lo había salvado, incluso después de saber que le había mentido. ¿Por qué? Recordó la escena en el observatorio mundial. Edell parecía diferente a Bentado. Un asesino, sin duda, pero Edell era un constructor, no un luchador. Parecía estar interesado en algo más grande. Aún así, ¿podían los Sith interesarse en algo más grande que ellos mismos? ¿No contradecía eso la esencia misma de ser un Sith?
Quarra no confiaba en él. Pero tampoco había sido capaz de abandonarlo. ¿Qué le estaba pasando?
Quarra durmió a ratos, despertándose con frecuencia a escuchar las voces de afuera. Pero no se acercaron más... y por la mañana, la luz entró en la habitación por una especie de chimenea diagonal sobre ellos. El túnel de hormigón se estrechaba demasiado en la parte superior para servir como salida, pero la iluminación proporcionaba la oportunidad de hacer algo mientras el Gran Señor dormía. Cogió un libro.
Había leído las mismas Crónicas de Keshtah que había leído todo el mundo. Las entrevistas transcritas con la geóloga y luchadora por la libertad acerca de su vida anterior eran obligatorias en cuanto los niños aprendían a leer. Eran la base –adaptada libremente, por supuesto- de lo que aparecía en las obras de teatro. Pero se sabía que Adari Vaal había producido otros escritos durante su exilio en Alanciar. Algunos eran obras biográficas sobre los Sith; otros proporcionaban una descripción detallada de su continente. Un volumen considerable de su obra comparaba y contrastaba los minerales de los dos continentes; incluso los más devotos estudiosos sobre Vaal tenían problemas para leer y entender todo ese material. Lo más interesante de esos textos era su apoyo a la teoría de que el Antiguo Cataclismo cortó el acceso entre Keshtah y Alanciar.
Pero el libro que Quarra tenía ahora en sus manos era algo diferente. Sus páginas no estaban cuidadosamente caligrafiadas, sino que estaban escritas con los garabatos de alguien. ¿De puño y letra de Adari? A Quarra, que ahora prestaba especial cuidado al pasar las páginas, le parecía imposible. En cualquier caso, tanto si el documento era original como una copia hecha a mano en siglos posteriores, era algo que nunca había visto: las memorias personales de Adari.
Con entusiasmo, Quarra leyó por encima los escritos, sintiendo la misma emoción que le embargaba siempre al leer las misivas de Jogan. Había muchas secciones llenas de lamentos sobre los hijos de Adari; particularmente Tona, que había quedado atrás. Había unos pocos y duros pasajes sobre la madre Adari, Eulyn... y no mucho en absoluto acerca de su primer matrimonio con Zhari. Pero, volviendo la página, vio que la mano del escritor se aceleraba y las letras se inclinaban. Hablaba de Yaru Korsin, el capitán del Presagio y el primer Gran Señor de la Tribu.
Korsin había tocado la mente Adari desde lejos mucho antes de su primer encuentro, y ella mencionaba esa sensación más de una vez. Había sido desconcertante entonces, y cada vez que lo hizo después. Quarra entendía el malestar de Adari, porque ella lo había sentido cuando trataba de comunicarse mentalmente con otros keshiri que no estaban en sintonía con la Fuerza. No lo hacía a menudo, ya que no siempre funcionaba, y de todos modos no tenía ninguna necesidad práctica. Como gritadora de pensamientos, sólo se había comunicado con otros usuarios de la Fuerza. Pero había tratado de llegar telepáticamente a su marido, y la respuesta por su parte había sido una expresión asqueada. ¿Era eso lo que había sentido Adari, la primera keshiri en ser contactada a través de la Fuerza ? Quarra se imaginaba su malestar.
Y ese malestar vivía en todas las páginas siguientes, cuando Adari describía los celos que de ella sentía Seelah, la esposa de Yaru entre los humanos. Veneno mental, transmitido hacia ella cada vez que Yaru no estaba cerca. Tampoco es que él detuviera nunca a Seelah cuando estaba cerca; Adari escribía que él disfrutaba al ver a las dos, la una contra la otra. Este comportamiento no era Sith, escribía Adari; era masculino. Pero lo que más molestaba a Adari era que se había colocado voluntariamente en esa posición, y no sólo para obtener información para su movimiento de resistencia:
Yaru tiene una mente más aguda que la de nadie que yo haya conocido. La esgrima verbal con él era como uno de sus duelos con sable de luz; me sentía completamente despierta y viva. Incluso ahora, décadas después, recuerdo despertar por la mañana y desear con ganas que comenzase la siguiente conversación. Caminar con él mientras otros keshiri y Sith se arrodillaban era como estar en el centro del mundo.
Pero nunca puedo olvidar el otro sentimiento. Lo que sentí el primer día en la montaña, cuando Seelah y su gente invadieron mi mente. Yaru es elegante, inteligente y encantador, y usa esas cosas para gobernar a los demás... y a mí. Pero también es un principal entre los Sith... y eso significa que es vanidoso, cruel y sádico. Es un hombre que mató a su hermano por pura conveniencia. Si Yaru aún vive, probablemente ha hecho cosas aún más graves. Es un animal.
Cuando era joven, formé parte de un matrimonio de conveniencia. El problema es que eso te define como desigual antes de empezar. Que cualquier mujer que considere unirse a un Sith tenga cuidado: las mujeres fuertes no caminan junto a los animales. No sin una correa...
Quarra cerró el libro, sintiendo escalofríos de repente.
Ahora comprendía por qué nadie había visto nunca las memorias, cuando tantas otras cosas sobre Adari Vaal habían sido lectura obligatoria. El líder de los Sith le había tentado. Y la Roca de Kesh había flaqueado.
Miró a Edell, que se removía en su sueño. Quarra todavía tenía el sable de luz. Podía eliminar una amenaza, una amenaza para su pueblo y posiblemente a sí misma. Ella no lo amaba, pero tampoco lo odiaba -aún no- y él siempre jugaría con eso. Ya había comenzado con ello, a lo largo de su viaje. Ella tenía la oportunidad de detenerlo ahora.
Pero también tenía una pregunta.
-Despierta -dijo en voz baja, empujándole.
Edell dejó escapar un gemido ahogado.
-¿Todavía están ahí fuera?
-Sí. Tres o cuatro, creo. ¿Puedes ocuparte de ellos?
Se incorporó sobre un codo y se estremeció.
-No, pero tal vez podamos entre los dos. -Vio su sable de luz en la mano de ella-. ¿Familiarizándote con él?
-Tengo una pregunta -dijo Quarra, con rostro serio-. Dijiste que van a venir más personas. Y que tanto tú como ellos servís a otra persona. ¿Esta persona es tan mala como Bentado?
Sorprendido por la pregunta, Edell la miró de cerca.
-No. No, no lo es. El Gran Señor es anciano... pero sabio.
-Te gusta -dijo ella, sorprendida por lo que estaba sintiendo-. Es tu amigo.
Casi a pesar suyo, Edell sonrió débilmente.
-Sí, supongo que lo es. Si tuvieras que vivir a las órdenes de un Sith, preferirías vivir a sus órdenes, y a las mías, que a las de Bentado. Confía en mí, los hemos tenido mucho peores.
-Los acueductos. Dijiste que se habían venido abajo. ¿Se arruinaron a causa de algunos de vuestros líderes?
-Y de algunos que querían liderar. Hubo mil años de caos, Quarra. Si Alanciar cree en construir cosas, como yo, no puedes dejar que eso comience de nuevo –dijo-. Tienes que ayudarme.
Ella lo estudió... y llegó a una decisión. Adari tenía razón, pero yo también. Algunos animales son mejores que otros.
-Está bien -dijo ella, levantándose-. Pero que una cosa quede clara. No te estoy ayudando por ti, ni por mí. Voy a detener a Bentado... y a arreglar las cosas. Estoy haciendo esto por mi pueblo.
-Eso es lo mismo que hacerlo por ti –dijo él, sonriendo-. Pero discutiremos de filosofía Sith después. Hay trabajo por hacer. Tenemos que cortar las comunicaciones de Bentado... pero si tratamos de acudir a tu gente, me cortarán en pedazos. Cosa que también harán si vas sola en busca de ayuda y me encuentran aquí. Si todavía tenemos tu ballesta, podríamos disparar a los globos de fuego de la torre de señales...
-¡Eso tardaría una eternidad!
-...y entonces ambos bandos se nos cortarían en pedazos. –Suspiró-. Supongo que ya has intentado pedir ayuda a través de la Fuerza.
Ella asintió con la cabeza.
-Lo que significa que la única forma de detener a Bentado... es detener a Bentado. -Edell juntó las manos, sumido en sus pensamientos.
Éste es su modo normal, se dio cuenta Quarra. Calculando, no luchando.
Sus ojos dorados se abrieron un segundo después... y miró hacia arriba.
-Está bien, ya lo tengo. Pero tendremos que luchar de todas formas. Lástima que sólo tengamos un arma.
Quarra se puso en pie.
-No hay problema. Si éste es el lugar donde se trasladaron los archivos de Adari Vaal, se supone que debe haber otro sable de luz por aquí.
-Si lo hay, entonces ella lo robó.
-Bien por ella, entonces. -Le guiñó un ojo-. Y mejor para nosotros. Siempre quise probar uno.
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