lunes, 27 de agosto de 2012

La Tribu Perdida de los Sith #9: Pandemonio (X)


10

Aparecieron como manchas de alquitrán en un cielo de colores pastel, ampollas de maldad a mil metros de altura sobre el suelo. Una ominosa agrupación en forma de V de aeronaves, cuyos extremos se extendían más allá del horizonte... y otro grupo, por detrás, más alto aún. Los barcos eran más grandes que los ágiles barcos exploradores de Edell, con el doble de uvak cautivos propulsándolos. Diseños pintados convertían los globos en bestias que amenazaban las tierras de cultivo. Y los monstruos tenían dientes debajo: cada una de las poderosas góndolas con estructura de madera de vosso terminaba con una lanza en la punta.
La Flota de Ébano de Bentado.
-Han llegado demasiado pronto -repitió Edell. El grueso de la fuerza ya estaba casi listo cuando él se había embarcado en su viaje, pero suponía que esperarían su regreso. Su propio tránsito aéreo había tomado tres días; Edell se dio cuenta de que, para estar aquí ahora, Bentado debió haber partido casi inmediatamente después de recibir el mensaje de éxito de Taymor.
¡Loco impulsivo! ¿Por qué el Gran Señor Hilts lo habría permitido? Edell ya sabía la respuesta: la consorte, Iliana, vería con agrado la marcha de Bentado. Pero la política no importaba ahora, no cuando los barcos ya habían cruzado la costa y estaban descendiendo. Simplemente habían sobrevolado las baterías de ballestas del litoral. Desesperadamente, Edell buscó algo donde subir. ¿Serían las fortalezas de los campos la única defensa que quedaba?
Obtuvo su respuesta cuando uno de los dirigibles estalló en una brillante flor de fuego, y luego otro. No podía distinguir lo que estaba disparando a las aeronaves, pero las bolas de fuego eran bastante familiares. Un sonido atronador sonó por las tierras de cultivo hacia ellos, y una niebla apareció a lo largo de todo el horizonte occidental.
-¡Maldición!
-¿Cuántas hay? -preguntó Quarra.
Él arqueó una ceja.
-Eres el enemigo. No voy a decirte...
-No se trata de la guerra -dijo ella, agarrándole del impermeable-. ¡Se trata de mi familia! Uhrar está a sólo un par de días a pie. ¡Esas cosas podrían estar allí en horas!
Antes de que pudiera responder, un carro de heno impulsado por muntoks pasó precipitadamente ante ellos. Se detuvo justo antes del puente del canal, donde descendieron varios soldados keshiri. Mientras uno separaba el carro de las bestias de tiro, otros dos retiraron la cobertura de heno. Retiraron las paredes de madera del vehículo, dejando al descubierto una versión de gran tamaño del arma que Quarra había blandido contra él antes.
Edell se quedó inmóvil. Había pensado que sólo era niebla, lo que estaba formándose al oeste. Mirando más de cerca, vio que estaba lloviendo hacia arriba: jabalinas llameantes y fragmentos de vidrio eran disparados hacia el cielo desde similares unidades móviles camufladas, ocultas por los campos. Muy cerca, los muntoks chillaron sorprendidos cuando el equipo de la ballesta disparó su arma con un doloroso chasquido.
-¡Deprisa! -gritó Quarra, corriendo hacia la casa de la estación del canal. La torre de señales sobre ella resplandecía con luces y colores, comunicación los informes de los vigías en uno y otro sentido de la línea defensiva. Obligando a sus piernas a moverse, Edell la siguió. Hubo más explosiones, con destellos más allá de los horizontes del norte y del sur.
-¡Maldito sea! -Edell escupió en el suelo-. ¡Demasiado pronto!
-¿A qué te refieres?
-Me refiero a Bentado –dijo-. Otro Alto Señor. ¡Se suponía que no lanzaría su ataque hasta que yo regresase! ¡Entonces él estaría sobre aviso acerca de vuestras armas de fuego... y todo lo demás!
Se maldijo a sí mismo, también. Le había preocupado que Bentado intentase algún tipo de asalto en las próximas semanas, que intentase esto; por eso Edell se había quedado, con la esperanza de aprender lo suficiente para evitar otra derrota. Pero Bentado había actuado de inmediato y, peor aún, había enviado la mayor parte de las aeronaves listas: un desastre incalculable. Desde detrás de la casa junto al canal, vio un trío de poderosas aeronaves que todavía se encontraban a un par de kilómetros de allí. Ambas estaban perdiendo altura rápidamente, con sus globos pinchados. Uno estalló en llamas, mientras que el otro perdió toda su elevación de golpe y cayó a plomo, enviando a sus tripulantes gritando a los campos de abajo.
La fortaleza más hacia el noroeste en los campos se abrió, catapultando una nube brillante contra los restos marchitos de la tercera aeronave. ¡Diamantes de nuevo! Los restos se estrellaron contra el campo, donde los lanzadores lo golpearon sin piedad. Edell estaba boquiabierto. Estaba ocurriendo una calamidad de proporciones históricas y, si no era su artífice, cuando menos era su testigo. Al menos nada había golpeado demasiado cerca...
-¡Cuidado!
El disparo de ballesta del carro pasó zumbando, casi golpeando la estación de señales. Un segundo más tarde algo la golpeó. Una aeronave cayó a toda velocidad, rozando la torre. Soltándose de golpe, la góndola se desplomó hacia el canal. Liberado de su peso, el globo cayó alejándose por los campos hacia el este.
Sin previo aviso, Quarra se apartó de su lado, saliendo disparada hacia el puente del canal al norte. Gritando su nombre, Edell la siguió... al centro de una estampida. Separados de sus yugos en los barcos del canal, los muntoks salieron en tromba, tirando al Alto Señor de cabeza al canal.
Edell braceó en el agua salobre y gritó de nuevo.
-¡Quarra!
Trepó por los muros lisos y subió corriendo los escalones de una plataforma de carga junto al canal. El cielo despejado había desaparecido, reemplazado por humo de ébano. Por todas partes en las tierras de cultivo escalonadas que se extendían hasta el océano, había restos de dirigibles ardiendo en montones en el suelo, y todavía había más columnas de humo ascendiendo más allá del horizonte. Y había figuras en tierra cerca de algunos de los buques caídos. Algunas inmóviles; otras corriendo, con sables de luz brillando en sus mano.
¿Atacando o bajo ataque? Él no podía verlo, pero podía sentir la misma emoción de ambos bandos a través de la Fuerza. Puro pandemonio. ¡La aniquilación había comenzado!
-¡Morid, Sith!
Edell giró bruscamente la cabeza ante la voz conocida... pero la amenaza no era contra él. A metros de la berma de hormigón de la orilla norte, un guerrero Sith vestido de negro combatía contra un enemigo invisible. Sin reconocer al humano, Edell saltó de la plataforma. Cuando hubo algo de luz bajo el guerrero, Edell pudo ver a su adversario: ¡Quarra! De pie sobre el cuerpo de un keshiri caído, Quarra disparaba ronda tras ronda con la ballesta de repetición del soldado al invasor Sith. El guerrero esquivaba los proyectiles fácilmente con su sable de luz.
-¡Tyro! -gritó Edell, quitándose la capucha-. ¡Por aquí!
Quarra dejó de disparar. Miró a Edell, sorprendida, pero el guerrero Sith estaba aún más sorprendido.
-¡Alto Señor Vrai!
-Así es -dijo Edell, hablando en voz alta para hacerse oír por encima del estruendo circundante. Dio un paso hacia la pareja-. ¿Qué estáis haciendo aquí? ¡Se suponía que todos vosotros esperaríais mi regreso, cuando el resto de la flota estuviera completo!
-El Alto Señor Bentado ordenó...
Antes de que pudiera terminar, el joven guerrero vio por el rabillo del ojo como Quarra levantaba su arma y se lanzó contra ella, partiendo en dos el dispositivo de madera. Se dio la vuelta para descargar otro golpe... y tanto Edell como Quarra empujaron con la Fuerza, lanzando al sorprendido guerrero y su sable de luz por separado al campo cercano.
Edell se volvió hacia ella, que aún sostenía los restos del arma partida.
-¿Qué pretendías hacer al dispararle?
-Mi trabajo -gritó ella, arrodillándose para sostener al keshiri caído cuya arma había tomado. Edell vio que el guerrero de piel lavanda no era más que un niño-. Hice un trato contigo, Lord Sith. ¡Con nadie más!
Edell dio un paso hacia ella, sólo para ser derribado al suelo por otra explosión, mucho más cerca. Mirando hacia arriba, vio una nave enorme, la más grande de toda la Flota de Ébano, más allá de las nubes. Tatuada con el burlón emblema de Korsin Bentado, el buque insignia Yaru avanzaba rápidamente hacia las tierras altas orientales, con su góndola humeando por las jabalinas clavadas en su parte inferior.
Edell parpadeó. Sí, ése era el Yaru, desde luego, desapareciendo en el horizonte oriental. Segundos después, un destello de luz y un trueno anunció su llegada -o no- a la cima de la meseta.
Edell agarró el brazo de Quarra.
-¡Rápido, sigámoslos!
Ella se apartó de su lado.
-¡Yo no voy a ir!
-Han ido hacia el este... ¡que es hacia donde íbamos nosotros de todos modos!
-El plan ha cambiado -dijo, poniéndose en pie. Su rostro se retorcía de dolor al mirar el caos que reinaba en los campos-. ¡La guerra está en marcha! Tengo que ver que mi gente está a salvo... ¡que mis hijos están a salvo!
Corrió a través del humo hacia el puente, regresando por donde habían venido.
Edell volvió a colocarse la capucha sobre su cabeza y la persiguió.
-¡Vi tu distrito en el mapa del barco! Está al sureste de la capital... a dos días de allí, dijiste. Y debe estar por lo menos a tres días de aquí. ¡Está fuera de nuestro camino!
-No me importa –dijo-. ¡Tengo que llegar a casa!
-¿Y qué hay de tu querido Jogan?
Al oír el nombre, se detuvo debajo de la estación de señales y miró hacia arriba.
-No sé qué hacer al respecto -dijo, con la voz quebrada al mirar las luces-. No puedo hacerlo todo. Pero tengo que hacer esto.
Edell tragó saliva. Por todos los campos escalonados, los Sith estaban siendo volados en pedazos o atravesados por los cristales de los artilleros keshiri. Alanciar no había sido antes un buen lugar para ser un humano solo. Ciertamente, no lo sería ahora. Se cerró aún más la capucha alrededor de su cabeza y se acercó a ella.
-Sea como sea, tenemos que salir de aquí -dijo. Le dio una palmada en el hombro-. Está bien. Lo haremos a tu manera. ¡Pero después, lo haremos a la mía!

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