lunes, 3 de septiembre de 2012

La Tribu Perdida de los Sith #9: Pandemonio (XV)


15

-Una aeronave ha llegado -informó Squab-. Frente a la costa occidental, cerca de Puerto Melephos.
-La primera de la oleada -dijo su amo. Bentado apretaba los dientes mientras sacaba esquirlas de cristal de su propio brazo-. ¿Los keshiri han disparado contra ella?
-No, milord –exclamó el ayudante con voz chillona-. La nave se encuentra a varios kilómetros de distancia. Los equipos de jinetes de uvak con lanzadores de diamante se dirigen a su encuentro.
-Diles que hagan una señal cuando la hayan derribado. Se ha dado orden a todas las posiciones a lo largo de la línea defensiva de que disparen en cuanto tengan contacto visual. Dejamos a Hilts con dieciséis aeronaves. ¡Es de esperar que las envíe todas!
Edell se estremeció al ver al Sith sacar otro fragmento sangriento. Casi podía sentir el dolor de Bentado desde el túnel sobre el observatorio mundial donde estaba oculto, mirando. Edell se había dado cuenta al ver el túnel diagonal que salía hacia arriba desde los archivos secretos que el búnker de hormigón, donde se suponía que tantos keshiri debían vivir y trabajar durante varios días, tenía que tener un sistema de ventilación. Como gran parte de la instalación se encontraba bien bajo la casa de ladrillo o bajo la torre de señales de la superficie, los conductos de algunas salas necesariamente debían viajar en diagonal, cruzándose con otros. Lo había visto en algunos de los edificios antiguos de Tahv. Los alanciari había utilizado hormigón en esta construcción moderna, pero su pensamiento no era muy diferente del de los arquitectos keshiri del continente que conocía.
No había forma de escapar por la estrecha parte superior del conducto que salía la habitación secreta, pero cuando Quarra trepó al espacio descubrió una apertura de un metro cuadrado que conducía en una dirección diferente. Un espacio lo bastante cómodo para gatear, que se inclinaba hacia arriba y hacia abajo conforme encontraba las uniones entre barracones y almacenes de suministros. Un hedor repugnante les indicó que se encontraban sobre la sala del Gabinete de Guerra. Y ahora estaban sobre el santuario de Bentado, mirando hacia abajo desde conductos paralelos separados.
-¿Dónde están las noticias de Puerto Melephos? ¿Por qué tardan tanto?
Edell vio el cráneo lleno de cicatrices de Bentado directamente bajo él, mientras el hombre observaba la superficie del mapa.
¡Allá vamos!
Apoyando sus pies contra la reja, Edell hizo uso de la Fuerza para que varias las miniaturas cayeran. Sorprendido, Bentado se inclinó para recuperarlas... justo cuando Edell juntó las piernas, atravesando con sus botas las persianas de madera. Un Alto Señor se estrelló contra el otro, haciendo que la cabeza de Bentado se estrellase en la superficie del mapa. Edell rodó por el falso campo, encendiendo su sable de luz al tiempo que, a unos metros de distancia, Quarra caía estrepitosamente al suelo, sorprendiendo al pequeño Squab.
Edell se volvió para ver una mujer del grupo de Bentado, vestida de negro, salir en defensa de su líder. Edell la rechazó con un empujón de la Fuerza, pero la distracción dio a Bentado la oportunidad de recuperarse. El gigantesco Sith atrapó el tobillo de Edell y lo hizo caer con fuerza, golpeando la espalda contra el suelo.
Desde un lado, Quarra se lanzó, sosteniendo ante ella el antiguo sable de luz robado como si fuera una de las bayonetas con las que había entrenado. Bentado encendió su sable de luz y desvió el de ella en un movimiento de molinillo, que no le resultó del todo cómodo debido a su postura, medio de pie encima de una cordillera. Edell rodó hacia atrás fuera de la superficie del mapa... directamente hacia el ataque de otro defensor de Bentado. Se lanzó con su arma, empalando al atacante.
-¡Edell! ¡La torre!
Edell miró hacia atrás para ver a Quarra corriendo hacia las escaleras de la torre. Squab ya estaba en ellas, desapareciendo en las alturas.
-¡No! -gritó Bentado, saliendo tras ella lo mejor que pudo con su pierna mala-. ¡Maldita seas, mujer!
Edell luchó para seguirla, matando a otro individuo vestido de negro a su paso. ¡Esto no era bueno! Quarra podía acabar con el control de Bentado sobre Alanciar desde la torre, pero también podría hacer que una multitud de keshiri cayera sobre él-. ¡Quarra, no!
La encontró jadeando en uno de los campanarios inferiores. Bentado la había lanzado contra la pared, haciendo que su espada de luz cayera lejos de ella.
-¡Atrás, Edell! -Brillante de sudor, Bentado apuntó al cuello de la mujer con la punta de su sable de luz-. Si esta cosa púrpura significa algo para ti... ¡atrás!
Edell miró a un lado. Squab estaba encogido cerca de él, detrás de la escalera de caracol de madera que conducía hacia arriba.
-No sé si a este juego pueden jugar dos personas -dijo Edell, amenazando al jorobado.
-¿Squab? -Bentado rió-. Haz lo que quieras. Puedo encontrar más keshiri. Aquí hay todo un continente lleno. –Miró burlonamente a Quarra-. ¿Esta es especial?
-¡Olvídate de mí, Edell! -gritó Quarra-. ¡Atraviesa a este animal asqueroso!
-¡Muévete, y ella muere!
Edell respiró hondo... y dio un paso atrás. Bajó su sable de luz, pero no lo desactivó.
-Ha sido una gran ayuda, Bentado. Es de mala educación que los huéspedes maten a sus anfitriones.
-Estúpido -dijo Bentado, proyectando un empujón de la Fuerza. Edell salió volando, golpeando con su cabeza el muro de hormigón frente a su agresor. El sable de luz salió volando de su mano.
Bentado alejó de una patada el arma de Edell y lanzó a Quarra junto a Edell. Squab, recuperando su compostura, emergió de su escondite, y Bentado le indicó que recogiera el antiguo sable de luz de Quarra.
-Sujeta eso. Yo mismo me ocuparé de estos dos. –Con el sable de luz brillando en la mano, se acercó a los combatientes heridos.
Junto a la escalera, un cable se tensó, haciendo sonar una campana de cristal. Squab, sosteniendo el viejo sable de luz, miró a su amo.
-Está llegando una llamada.
-Bueno, ve a recibirla.
Squab subió cojeando medio tramo de escaleras, donde otro de los keshiri de Bentado le pasó una hoja de pergamino.
-Los señalizadores de Puerto Melephos informan de que la aeronave ha aterrizado -dijo Squab.
-Querrás decir que ha sido derribada.
-No, dicen que ha aterrizado.
Bentado estalló de rabia.
-¿De qué estás hablando? ¡Di la orden de atacar!
Por las escaleras, les pasaron otro mensaje. Squab miró... y luego lo miró de nuevo.
-El mensaje parece ser del Gran Señor Hilts, señor. Dice que ha llegado.
Aún aturdido, Edell miró a Quarra, sorprendido. Bentado estaba boquiabierto.
-Decidle que Korsin Bentado y los keshiri de Alanciar le dan la bienvenida. -gritó hacia la escalera-. Y decid a los soldados que le maten, a él y a cualquiera que venga con él... ¡ya!
Durante unos segundos, en la sala sólo se escucharon los sonidos del aparato de señales de arriba. Finalmente, uno de los secuaces keshiri de Bentado bajó las escaleras, con aire perplejo.
-¿Y bien? ¿Qué hay?
-El Gran Señor Hilts envía una sola palabra, mi señor -dijo el mensajero, irguiéndose y dando un paso adelante-. Saludos.
Bentado se quedó boquiabierto.
-¿“Saludos”?
Edell miraba, confuso. Junto a Bentado, los ojos negros de Squab se estrecharon al oír la palabra.
Del cuello de su amo sobresalían venas abultadas. El sable de luz oscilaba en las furiosas garras de Bentado.
-¿Están jugando conmigo? -Se dio la vuelta, cerniéndose sobre sus prisioneros-. ¿Es esto una especie de...?
¡Zas!
Los ojos de Bentado se abrieron exageradamente cuando el sable de luz que le había atravesado la espalda encontró su corazón ennegrecido. Cayó primero sobre sus rodillas, y luego sobre su rostro.
El pequeño Squab miró la forma inmóvil de su amo. De rodillas, el retorcido keshiri desactivó el arma robada de Adari Vaal y desarmó a su amo muerto.
Edell apenas podía hablar.
-¿Squab?
-Estoy seguro de que la familia Hilts tiene un saludo mejor para usted, Alto Señor Vrai. -El jorobado hizo una reverencia y entregó las armas a Edell-. Y estoy seguro de que les gustaría dárselo en persona.

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