Precipicio
Chris
Cassidy
Lenguas
de relámpago azul recorrían el cuerpo de Obi-Wan Kenobi, concentrándose en sus
muñecas y tobillos antes de atravesar su cuerpo hacia arriba y hacia abajo en
un viaje diseñado sin duda para conducirle al límite de su resistencia. Estaba
retenido prácticamente inmóvil, como un insecto
expuesto, clavado en una varilla de algodón, retorciéndose mientras sus músculos se convulsionaban
incontrolablemente en un esfuerzo
inútil por escapar de su
tormento. Era una extraña clase de dolor: una molestia, un hormigueo, un entumecimiento
similar
al de una extremidad que se había quedado dormida,
en
combinación con el ardor de los músculos
que han trabajado hasta un tembloroso
agotamiento. Un brillo de sudor frío cubría su rostro pálido, y perlas ocasionales del mismo rodaban por sus sienes
antes de desaparecer en la barba.
Sus ojos azules verdosos
se entrecerraron mientras inspeccionaba los alrededores, una empresa ayudada por el hecho de que estaba suspendido a un metro del suelo por una serie de repulsores
mientras giraba constantemente como un nerf en un
asador. El olor fresco y ácido de la electricidad con un débil hedor a
pelo quemado flotaba en el aire
de la cámara cavernosa. En otras
circunstancias podría haber quedado
impresionado por los millones de
años de lenta evolución geológica
necesarios para crear la estructura de
roca roja que le servía como prisión, pero en
ese momento sólo era un obstáculo más entre él
y la libertad.
Cuánto
tiempo llevaba allí, no podía decirlo. Horas, sin duda. Estaba
agotado, pero agobiado, con la mente errando lamentablemente, incapaz de
concentrarse en una sola cosa durante
más de unos minutos cada vez.
Era una forma efectiva de
retener a un Jedi,
tenía que admitirlo. No podía concentrar ni la mente ni
el cuerpo lo suficiente como para aprovechar la energía de la Fuerza con el fin de conseguir escapar. La electricidad estática que emanaba del campo de contención le hacía sentir como si millones de pequeños nimgnats excavaran implacablemente en su carne. Era insoportable y
perturbadoramente eficiente.
El
Jedi tragó saliva, haciendo una mueca ante el sabor
rancio, cobrizo, de la sangre en su boca. Detenerse en su malestar no le
beneficiaría ni a él, ni a la
Fuerza que había
dedicado su vida a servir. Suspiró y trató de centrar
su concentración. Una vez más.
En lugar de eso, lo único en que podía
pensar era en arrancarse la piel de sus huesos.
Cuando
otro temblor inducido por la estática recorrió el sistema nervioso
de Obi-Wan, éste se maravilló ante
la maravillosa hospitalidad de los
geonosianos. Generalmente prefería
una bienvenida con whisky corelliano,
o incluso té, en
lugar de un tratamiento de choque, pero cada cultura tenía sus rarezas.
Tan sólo esperaba que por su culpa los geonosianos vieran seriamente aumentada
su factura de energía.
Respiró hondo y liberó su frustración en la Fuerza. Esperaría y la Fuerza le presentaría los medios y el momento
oportuno para escapar. En
cualquier momento, ahora... o
ahora... o tal vez ahora... La paciencia era
una habilidad que generalmente tenía
en abundancia, a pesar de que su
propio Maestro se había preguntado durante mucho tiempo,
desesperado, si alguna vez llegaría a adquirirla.
Qui-Gon Jinn. Muerto desde hacía diez años. El dolor, como las
pesadillas por su muerte, se
había desvanecido con el tiempo, pero
el vacío en la vida de Obi-Wan nunca disminuyó por completo. Obi-Wan apartó despiadadamente el pensamiento de su mente. Reflexionar sobre el asesinato de su Maestro no le iba a ayudar
en su objetivo, el cual,
se recordó con severidad, era encontrar
una manera de centrarse y descubrir una forma de escapar.
De
acuerdo. Paredes rojas. Comprobado.
Dolor intenso. Comprobado. Nada de ayuda de la Fuerza. Comprobado. Quiso dar una
patada a un panel de control. O
a un recipiente de
almacenamiento. O a su astromecánico.
Se preguntó cómo le iría a R4. Esperaba que los geonosianos no la hubieran desintegrado. ¿Habría podido la
pequeña droide enviar su última transmisión? Cuando
otra serie de descargas atormentaron su ya maltrecho cuerpo, pensó que tal vez la decisión de reportar
la información obtenida durante su incursión encubierta en la fortaleza geonosiana antes de salir del planeta no fue su decisión más brillante.
Últimamente,
muchas de sus decisiones habían sido menos que estelares, admitió, mientras su mente se dirigía hacia su interior, buscando inconscientemente refugio del dolor, hasta que se topó con cierta brusquedad con el malestar que había estado acechando bajo la superficie de su conciencia desde antes de su partida del Templo Jedi en esta
misión de búsqueda de información.
Alguien
había borrado el planeta de
Kamino de los archivos Jedi.
No, no simplemente alguien. Un Jedi. Él mismo había visto la prueba de ello. Su aliento
quedó atrapado en su garganta cuando volvió a examinar las implicaciones de eso. Al parecer, un Jedi había contratado hacía diez años a los
kaminoanos para crear un ejército de clones para la República ,
supuestamente para luchar contra los separatistas, en cuya base de operaciones secreta se encontraba ahora encarcelado. Pero hace una década los separatistas ni siquiera existían.
Mientras Obi-Wan consideraba estos hechos, el miedo comenzó a filtrarse en su mente como agua en las grietas del duracemento. La República Galáctica , que había existido
durante miles de años, avanzaba a toda velocidad hacia la guerra civil. Los
Jedi, que había mantenido la paz durante
al menos ese tiempo, se veían
incapaces de evitarlo. Y, quizás lo más aterrador de todo, sentía que algo iba
terriblemente mal con su Padawan,
el niño -ahora hombre- al que había
entrenado en los caminos de los
Jedi durante los últimos diez
años. A pesar de que no estaba
del todo seguro de cómo, sus
sentimientos le decían que los
destinos de estas tres cosas estaban
estrechamente vinculados. Ahí en
Geonosis estaban operando fuerzas que podrían destruir
todo lo que él más estimaba.
Anakin Skywalker no era el Padawan que Obi-Wan habría elegido para sí mismo, lo que era bastante irónico, ya que estaba bastante seguro de que su propio Maestro habría dicho lo mismo de él. Pero no había duda de que
amaba a su aprendiz con una fiereza que a menudo le daba miedo. Sin embargo, la
formación de Anakin era un poco como esquivar disparos de bláster, siempre
a un paso del desastre. No había duda de que el muchacho era uno de los Jedi más poderosos que jamás hubieran existido. Pero la esencia de los
Jedi no era el poder, sino más bien lo que se hacía con él.
Un
Jedi puede sentir ira, odio, dolor, desesperación -eran, después de todo,
seres racionales con sentimientos-, pero un Jedi nunca debe permitir que esos sentimientos guíen sus acciones. Este comportamiento va en contra de los instintos de la mayoría de las especies, motivo por el que los niños Jedi comenzaban su formación
tan jóvenes. La capacidad de eludir la naturaleza de uno mismo y depositar una confianza inquebrantable
en la guía de la fuerza
no era una cosa fácil de hacer. Era una elección que cada Jedi tenía que
hacer todos los días. A veces,
cada minuto. Pero era esencial. El
control era el núcleo de un
Jedi. Esa era la lección que temía que había fracasado
por completo al tratar de enseñársela a Anakin.
Su
aprendiz no estaba preparado para
la responsabilidad de la misión
en solitario de salvaguardar a la senadora Amidala. El hecho de que Anakin aparentemente hubiera abandonado sus órdenes y
estuviera en Tatooine sólo
servía para ilustrar este punto. Cuando había expresado sus preocupaciones al Maestro Yoda y
al Maestro Windu, le habían restado importancia, para pesar suyo. No era la primera vez que había pasado. Últimamente, el Consejo parecía pensar que
sabía lo que era mejor para Anakin. Sentía en sus
huesos que estaban equivocados. Y
si lo estaban, las consecuencias podrían
ser catastróficas.
No te centres
en tu ansiedad. ¿Cuántas veces su Maestro le había dicho
esas palabras? Más veces que estrellas había en la galaxia.
Incluso ahora, en la privacidad de
su propia mente, las escuchaba con la voz de Qui-Gon. Respiró profundamente. Qui-Gon tenía razón. Vive el momento. Centrándose en sus temores no lograría nada.
¡Quería arrancarse la carne de la nuca y
detener ese insistente picor! Llamó
a toda su energía en un intento
de mover la cabeza, esperando cualquier
tipo de alivio, sólo
para descubrir que el Conde Dooku entraba en su celda.
-¡Traidor!
–exclamó Obi-Wan a modo de saludo,
la amarga palabra escapando de sus
labios antes de que tuviera la
oportunidad de evaluar la situación. Maldita sea, sabía hacerlo mejor que eso.
Dooku no parecía tan ofendido, sin embargo.
-Hola, amigo. Esto es un error. Un tremendo error. Se han excedido. Es una locura.
La
apariencia del anciano contrastaba con la angustia de su voz. Casi parecía como si estuviera
de camino a la ópera, con su ropa elegante y su barba
perfectamente arreglada, en lugar de en una misión para ayudar a un "amigo" en apuros.
Irracionalmente, el hecho de que ni
uno solo de los grises cabellos de la cabeza del hombre estuviera fuera de lugar hizo que Obi-Wan quisiera
desatar una tormenta de Fuerza sobre él.
-Creía que tú eras su líder, Dooku -respondió el Jedi, manteniendo su voz tan firme como le fue posible. El líder. La idea le
repugnaba. Dooku había sido antes
un Jedi. ¡El maestro de Qui-Gon! ¿Cómo podía haber llegado a esto?
-Yo
no he tenido nada que ver, te lo aseguro -dijo el conde, haciendo caso omiso de la acusación
de Obi-Wan-. Solicitaré inmediatamente
que te liberen.
Mientras
que sus palabras eran bastante tranquilizadoras,
Obi-Wan casi enfermó al sentir un
nuevo hormigueo en las esquinas de
su conciencia. El antiguo Maestro
Jedi estaba forzando las defensas mentales Jedi de Obi-Wan y tratando de acceder
a sus pensamientos más íntimos.
Luchó contra el
asalto, pero el dolor y la
distracción de los impulsos eléctricos
que todavía le recorrían se
aseguraban de que esa batalla estuviera perdida. En su
desesperación, Obi-Wan trató de
distraer al Conde con una salida sarcástica.
-Pues
espero que no tarden demasiado. Tengo mucho que hacer.
Dooku no se desanimó,
y el sudor surcó de nuevo la frente de Obi-Wan mientras
trataba de ganar una posición ventajosa con su mente.
¿Por qué
huyes de mí, amigo mío? La voz de Dooku
resonó en la mente de Obi-Wan, al tiempo que este caminaba
alrededor de Obi-Wan en el sentido contrario a la rotación del
campo de contención, lo que obligaba al
Jedi a mantener el control sobre la
ubicación de su torturador, tanto mental como físicamente.
El
lento caminar de Dooku mostraba una
arrogancia subyacente y estaba en
agudo contraste con la brusquedad
de su invasión en
la mente de Obi-Wan. Obi-Wan
ahogó un grito y
huyó, tratando de establecer nuevas
barreras mentales en su estela. Había tenido antes otros usuarios de la Fuerza en su mente. Qui-Gon. Anakin. Incluso el Maestro Yoda. Pero donde su
toque fue suave, casi una caricia, el de Dooku era doloroso y humillante.
-¿Puedo
preguntar por qué un Caballero Jedi hecho un largo viaje hasta Geonosis?
Las corrientes de energía
que rodeaban su cuerpo aumentaron, y Obi-Wan
sintió que su fortaleza mental se debilitaba. Se esforzó por no gritar.
-Seguía a un cazarrecompensas llamado Jango Fett. ¿Le conoces?
-Su voz sonaba extraña
incluso a sus propios oídos.
-Aquí
no hay cazarrecompensas. Que yo sepa, los geonosianos no se fían de ellos -dijo el conde.
Pero
puedes confiar en mí, Obi-Wan. Las palabras rezumaron en su psique, repugnantes en su sinceridad.
Obi-Wan intentó zafarse de
nuevo, pero la presencia mental
de Dooku lo inmovilizó. El antiguo Maestro Jedi estaba hurgando en sus recuerdos como un mono-lagarto kowakiano carroñeando en unas
entrañas abiertas, sacando lo
útil, lo que podía hacerle daño,
y apartando el resto a un lado.
Los
propios sentimientos de Obi-Wan le asaltaron en un torbellino de dolor y
pérdida.
El ligero olor a rancio perfume floral
y el material grueso contra sus deditos mientras
se aferraba a su madre por
última vez.
Lucho
mentalmente contra el recuerdo, apartándolo finalmente sólo para sentir los
dedos sudorosos de otro Jedi, compañero y rival de infancia, al pasar rozando
los suyos mientras el muchacho se precipitaba a su muerte.
Obi-Wan se apartó de
ese recuerdo, y le dio a Dooku el espacio que necesitaba para abrir las compuertas. Los
recuerdos le fueron arrancados en una lluvia de color, sonido
y olor.
...las
orejas rojas y el rostro ardiendo por el aguijón de una reprimenda de su
Maestro por haberse saltado el toque de queda...
...el
peso de la decepción de Qui-Gon por un examen de astronavegación suspendido...
...la
luz desvaneciéndose de los ojos de Cerasi conforme la vida la abandonaba. La
última víctima de Melida/Daan...
...la
sensación de unos labios suaves deslizándose
por su frente, no en promesa
de una relación
más profunda, sino en agridulce reconocimiento
de lo que nunca podría ser, según lo dictado por el Código Jedi...
...el
aguijón de los celos al darse cuenta de que Anakin le reemplazaría como Padawan
de Qui-Gon...
...la
tortura de estar atrapado tras un campo de energía, obligado a observar cómo
Qui-Gon luchaba contra un monstruo, sabiendo que su Maestro no sobreviviría al
encuentro...
...la
agonía al sentir que los hilos de su vínculo de entrenamiento se disolvían
cuando su Maestro se hizo uno con la Fuerza.. .
...el
pánico ciego al comprender que el destino de un niño estaba en sus manos...
-No
se les puede reprochar. Pero está aquí, te lo aseguro –se escuchó Obi-Wan decir
a sí mismo, después de lo que parecían haber sido horas, pero que en realidad
debían haber sido sólo escasos segundos.
-Es
una lástima que nuestros caminos no se hayan cruzado antes, Obi-Wan. Qui-Gon
siempre decía excelencias de ti.
Aunque no estaba preparado para tomar
otro Padawan. Era una inseguridad que normalmente ya no tenía ningún poder
sobre él. Obi-Wan sabía demasiado bien cómo un Padawan no deseado podía
convertirse en una parte tan esencial para un Jedi como cualquiera de sus
extremidades. Pero ahora, con su vida dispersa a su alrededor como una papelera
volcada, las palabras le abrasaron. Las lágrimas le ardían en los ojos al
perderse de nuevo en el dolor de un niño de doce años que veía cómo su última
oportunidad de tener un maestro le daba la espalda y se marchaba.
-Es
una lástima que no esté vivo. –El Conde suspiró teatralmente, y Obi-Wan escuchó
las palabras “y que tú no fueses más
rápido” clavarse como un cuchillo en su mente-. Me sería de gran ayuda.
-Qui-Gon
Jinn nunca te habría apoyado.
Las
palabras eran un escudo.
-No
estés tan seguro, mi joven Jedi. Olvidas que un día él fue mi aprendiz igual
que tu fuiste el suyo.
Y yo era su amigo. Obi-Wan sabía que esto
último era mentira. Dooku había sido el Maestro de Qui-Gon, y su profesor, pero
nunca había sido su amigo. Era un error táctico, y ese conocimiento vigorizó
brevemente a Obi-Wan.
-Él
conocía la corrupción del Senado, pero
no la habría consentido de haber sabido la verdad
como yo -dijo Dooku, mientras continuaba girando de modo
exasperante alrededor de su cautivo.
-¿La
verdad?
Obi-Wan
se maldijo por la curiosidad que reflejaba su voz. Dooku conocía ahora su
desdén hacia el Senado y los políticos en general, y no estaba dudando en usar
ese conocimiento en contra suya.
-La
verdad...
Dooku dejó las palabras
colgando durante un largo instante, reuniendo
fuerzas, mientras Obi-Wan se
disponía a negarse a creer lo que
viniera después. Podía sentir la diversión del Conde ante
sus esfuerzos. ¿Y quién crees que le enseñó a Qui-Gon esa táctica?
-¿Y
si te dijera que la
República está bajo el control del Lord Oscuro del Sith?
-No,
eso no es posible. Los Jedi lo sabríamos –dijo rápidamente Obi-Wan, pero su voz
estaba ensombrecida por la duda.
¿Estás seguro, mi joven amigo? Una imagen de su
memoria, de la sala del mapa estelar, con el espacio vacío justo al sur del
Laberinto Rishi, apareció ante los ojos de su mente. Se dio cuenta de que
estaba temblando, y no era sólo por el efecto del campo de contención.
-El
lado oscuro de la Fuerza
ha nublado vuestra percepción. Cientos de senadores se encuentran ahora bajo la
influencia de un Lord Sith llamado Darth Sidious.
Visión
nublada. Sus propios errores de juicio. El fracaso de los Jedi en Antar, y
otros muchos pasos en falso que habían precipitado la crisis actual.
-No
creo tus palabras.
Pero
sí que las creía.
-El
virrey de la Federación
de Comercio estuvo en un tiempo confabulado con ese tal Darth Sidious. Sin
embargo hace diez años el Lord Oscuro le traicionó...
Eso no es verdad, se decía a sí mismo
Obi-Wan.
-...acudió
a mí y me lo contó todo...
Eso no es verdad. Eso no es verdad. Eso
no es verdad, se repetía a sí mismo Obi-Wan, aferrándose testarudamente a su
resistencia, usando la negación como baluarte.
Podía sentir a
Dooku anulando sus esfuerzos, nublando su mente. La presión se aferraba a su
psique como unas tenazas. Se retorció y luchó, pero el agarre sólo se hizo más
fuerte, dejándolo débil y confuso.
El Consejo Jedi no le creería, continuó mentalmente el Conde con sus
acusaciones.
Eso no es verdad. Eso no es verdad. Eso
no es verdad. Eso no es verdad.
El conde
siguió caminando, con movimientos cada vez más agitados. He intentado advertirles muchas veces, pero no quisieron escucharme.
ESO NO ES VERDAD.
Pero una pequeña
parte del Caballero reconocía que podría serlo. ¿Acaso el Consejo no había
restado importancia a sus preocupaciones acerca de la preparación de su Padawan
para llevar a cabo su misión con la senadora Amidala? Dooku aprovechó el parpadeo
de duda y lo explotó sin piedad. Todas las frustraciones de Obi-Wan con el
Consejo por ignorar sus preocupaciones se estrellaron sobre él como una ola.
Sólo ven lo que quieren ver. Ignoran tus
preocupaciones. Las
palabras estaban recubiertas con miel, suaves y seductoras. ¿Cuántas veces te advirtió Qui-Gon de que
siguieras tus propios consejos?
Eso... es verdad. La Fuerza le ayudaba, era verdad. Qui-Gon había
cuestionado a menudo la omnipotencia del Consejo. El Consejo había ignorado sus
preocupaciones acerca de Anakin.
Dooku se
abalanzó sobre esos reconocimientos. Una
vez que sientan la presencia del Señor Oscuro, será demasiado tarde.
Demasiado
tarde. Las palabras resonaban a través de él. Sería demasiado tarde. El Senado
estaba corrupto. El Consejo se hundía. La República caería. Su cabeza daba vueltas con las
implicaciones de todo eso. Se esforzó por llevar aire a sus pulmones. ¿Qué
habría hecho su Maestro?
-Debes unirte
a mí, Obi-Wan, y juntos destruiremos a los Sith.
Destruir a los
Sith. Evitar que la
República se elimine a sí misma. Salvar a su Padawan. Sonaba
tan simple. Tan tentador. Encargarse del asunto con sus propias manos. Alejarse
de los dictados del Consejo y dar la espalda a los excesos de la política. ¿Podría
servir mejor a la galaxia junto a Dooku?
Obi-Wan se encontraba
en un precipicio, al borde de un acantilado sobre un gran abismo que quería
tragárselo. Los guijarros cedían bajo sus pies, su roce contra el suelo
representaba su menguante resistencia. Sentía que el vacío se abría bajo él
mientras empezaba a caer. Una voz que no era la suya lo agarró.
El peor momento de todos es aquel en el
que debes seguir el Código Jedi. Aparta tus dudas. Deja que la Fuerza fluya a través de
ti.
Qui-Gon. Se aferró
a esas palabras y dejó que su verdad le atravesara. Encontró su apoyo. La
tierra se hizo firme bajo él. Podía respirar. El alivio y la energía luminosa
de la Fuerza
le impregnaban. Eligió la
Luz. Eligió a los Jedi. Tal y como lo había hecho miles de
veces en su vida. Tal y como lo haría hasta el final de sus días.
-Jamás me
uniré a ti, Dooku -juró.
Los hombros
del conde cayeron ligeramente derrotados y Obi-Wan sintió que los tentáculos de
la presencia del otro hombre se deslizaron fuera de su mente.
-No me será fácil
conseguir tu liberación –dijo Dooku mientras se volvía para marcharse.
Lo que Dooku
no podía entender era que Obi-Wan ya se había liberado.
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