Karen Traviss
Todo el mundo sabe que intel es casi
tan fiable como una bola quay weequay. Pero eso no quiere decir que no tenga
sus usos. A veces las mentiras y los mitos son los que te indican todo lo que
necesitas saber.
-Sargento Kal
Skirata, instructor de comandos, Brigada de Operaciones Especiales, Gran Ejército
de la República
(De 65 a 67 días después de los
acontecimientos de la novela Star Wars Comando de la República : Triple Cero)
A Atin le
gustaba una gran y satisfactoria explosión como al que más. Pero había mejores
formas de poner droides fuera de combate que convertirlos en metralla. Sólo que
esta vez no estaba de acuerdo con los detalles técnicos.
-Ordo me dijo que te gustaba discutir -dijo
Prudii.
Atin se
encrespó. Pero viniendo de Ordo, eso bien podría haber sido un cumplido.
-Yo sólo
quiero hacer las cosas bien.
Atin recorrió
la pasarela sobre el suelo de la fundición, tanteando la barandilla de metal cubierta
de moho en busca de una sección sólida que aguantase el peso de una cuerda de
rappel con un Comando de la
República totalmente equipado en el extremo. La única
iluminación era el resplandor de las láminas de duracero al rojo vivo que
alimentaban los rodillos; los droides no necesitaban luz para ver. El filtro de
visión nocturna de su visor se había activado en el momento en que él y Prudii
entraron en la fábrica.
Era un
objetivo de alto valor. Se decía que la fábrica era una de las más grandes
fuera de Geonosis. Una vez más, Intel parecía haber perdido algo en la
traducción.
Atin encontró
lo que parecía una sección sólida de barandilla y comprobó la integridad del
metal con el sensor de su guante. Copos de metal corroído cayeron al suelo de la
pasarela, y él los apartó con cuidado a un hueco para ocultar cualquier señal
de su entrada.
-Un cinco por
ciento adicional de carvanio servirá. -Prudii, el soldado CAR Null N-5, sacó su
caja de herramientas de la correa-. Confía en mí. He hecho esto muchas veces.
-Lo sé.
-¿Y?
¿Funcionó? Funcionó.
-Bueno, yo no
soy un metalúrgico.
Prudii miró
por encima de la barandilla mientras revisaba su línea de rappel.
-Ni yo, pero conocí
a un tipo que lo era.
Atin no le
preguntó acerca de su uso del tiempo pasado. Él era un asesino y un saboteador,
y de los mejores en ambos campos. Hasta que Atin llegase a conocerlo tan bien
como conocía a sus hermanos Null, Ordo y Mereel, pecaría de prudente. Los Nulls
estaban tan locos como una caja de chags hapanos. Había sólo seis de ellos en
el ejército, pero parecía como si fueran muchos más.
El Escuadrón Omega
estaba de nuevo de vuelta en el cuartel por unos días. Atin echaba de menos al
resto de su equipo, pero se había ofrecido voluntario para esta misión para
aprender una técnica. Y aprender es lo que haría.
Yo puedo hacer esto. ¿Me gusta discutir?
Me gustan las cosas bien hechas.
Prudii se dejó
caer por la cuerda, con su kama agitándose
en el aire mientras descendía en completo silencio... lo que no era poca cosa
para un hombre de 85 kilos con su armadura completa. Atin tomó aire e hizo una
pausa antes de descender tras él. Si un droide les detectase, la misión habría
terminado. Tendrían que volar la fábrica... de nuevo. Y entonces los Sepas trasladarían
la producción a otros lugares... de nuevo. Si podían conseguir que se
fabricasen millones de hojalatas deficientes, mutilados a nivel molecular
mediante un pequeño arreglo en la automatización, se ahorrarían muchas cacerías.
-No es nada
personal -murmuró Atin, preguntándose qué pasaría en sus cabezas de metal con consciencia
de sí mismos-. Sois vosotros o yo, vode.
-¿Qué? –la voz
de Prudii llenó el casco de Atin.
-Sólo trato de
no ser... organicista.
-No me vengas
con ese rollo de osik de que los-droides-tienen-derechos.
-Ni se me
ocurriría -dijo Atin.
Aterrizó junto
al teniente Null, y bordearon la línea de montaje. En el suelo de la fábrica, a
20 metros
bajo el nivel de la superficie, el ritmo de la producción totalmente
automatizada continuaba sin interrupción. Sólo los droides trabajadores estaban
presentes durante el turno de noche. Las hojas de duracero retumbaban entre los
rodillos, eran capturadas por garras gigantes, y trasladadas a la siguiente línea
de montaje para su corte. Al final de la cinta transportadora, una prensa con
forma de concha daba forma al torso de los droides de combate con un molde
antes de hacerlas pasar a través de cubas de refrigeración con silbidos de
vapor. Todo el lugar olía a hollín y metal ardiendo.
Un droide de
mantenimiento -sólo una caja sobre ruedas con una docena de brazos
multifuncionales- pasó rodando junto a Atin y Prudii, tan ciego al perfil
electromagnético de su armadura como lo eran todos los de su clase. De todas
formas, Atin contuvo el aliento mientras pasaba. Pero ningún sonido escapaba de
su casco sellado. Podría gritar hasta que a Prudii le estallase la cabeza, y
nadie más oiría nada. El ruido ensordecedor de la línea de montaje habría
ahogado cualquier sonido de todos modos.
-Ahí está. -Prudii
señaló lo que parecía una hilera de armarios de gran tamaño en una pared del
fondo. Sus bisagras estaban tan oxidadas como la pasarela-. Odio el óxido. ¿Es que nadie limpia la
casa por aquí?
Atin abrió la
tapa con cuidado. No, los Sepas no inspeccionaban los ajustes automatizados muy
a menudo, siempre que el panel de estado informase de que todo estaba
funcionando bien. En el interior, un conjunto de tarjetas de datos proporcionaba
información de plantilla a las diferentes líneas de producción, dictando
calibres de alambre, proporciones de aleación, calificaciones de componentes, y
miles de parámetros más que eran necesarios para construir un droide de
batalla. Atin y Prudii acababan de abrir el cerebro de toda la fábrica. Era
hora de practicar un poco de cirugía.
-¿Cuántas
veces ha hecho esto? -le preguntó Atin.
Prudii se
lamió los dientes audiblemente e inclinó la cabeza, contando.
-Muchas -dijo
al fin.
-¿Y no se han
dado cuenta todavía?
-No, yo diría
que no. -Prudii enganchó cables de derivación a los terminales por encima y por
debajo de la ranura para aislarla-. Al menos nunca he activado el diferencial de
seguridad. -Inspeccionó una tableta de datos de sustitución, aparentemente
idéntica en todos los sentidos a las separatistas, y la insertó en la ranura-.
Esto se asegurará de que la fundición añada demasiado carvanio al duracero, y
que la toma de muestras del control de calidad lo lea como niveles normales.
¿Ves? -Señaló la lectura en el panel. Un grupo de cifras decía 0003-. Las
máquinas creen lo que les dices. Igual que la gente.
-¿Está seguro de que es suficiente?
-Más cantidad
y sería demasiado frágil para pasar por los rodillos. Entonces detectarían el
problema antes de tiempo.
-Está bien...
Prudii tomó
aliento. Era muy paciente para ser un Null.
-Mira, cuando
estos chakaare lleguen al campo de
batalla, la sobrepresión de una granada de iones básica agrietará sus carcasas
como si fuera cristal de Naboo. –Retiró las pinzas de derivación y las enganchó
a los terminales que flanqueaban una ranura vertical más arriba en el panel.
Más tarjetas con pinchos sustituyeron a los chips originales-. Y en caso de que
tengan suerte y detecten ese pequeño
problema de control de calidad, éste
reducirá el calibre del cable lo suficiente para que, cuando reciba una fuerte
corriente, se parta. Me gusta introducir un conjunto diferente de problemas en
cada fábrica, para que no puedan detectar un patrón. ¿Cuánto más de esto tengo
que discutir contigo?
-Sólo quería
asegurarme, señor.
-Olvida lo de señor. Lo odio.
Era un cálculo
preciso: sólo lo suficiente para hacer que toda la producción de droides fuese
tan vulnerable en el campo de batalla que casi fueran inútiles, pero no lo
suficiente como para detectar el problema cuando las unidades eran revisadas
antes de salir de la fábrica... revisadas por droides de servicio usando los
mismos datos falsificados.
Prudii tenía
que estar haciendo algo bien. La tasa de muertes había ascendido de 20-a-uno
hasta 50-a-uno en cuestión de unos pocos meses. Los hojalatas todavía no habían
vencido a la República, a pesar de las afirmaciones de que podían hacerlo.
Mientras Prudii trabajaba, los droides de la fábrica le pasaban casi rozando,
ajenos a todo. Se apartó de su camino y les dejó pasar.
-¿Es verdad
que ha rastreado al General Grievous? -le preguntó Atin-. Porque sé que dos de ustedes
se encargaron de darle caza...
-Yo no.
Pregunta a Jaing. O a Kom'rk. Fue trabajo suyo, no mío.
Atin no les
había conocido todavía.
-Si lo han
encontrado, la guerra puede darse por terminada.
-¿Tú crees?
Pues no parece haber terminado
todavía.
Atin captó la
indirecta y no preguntó por Grievous de nuevo. Se mantenía alerta, con el rifle
DC-17 listo, deseoso de no usarlo, para variar. Era extraño ser invisible. Se
preguntó por qué el Gran Ejército no usaba revestimiento de sigilo en todas las
armaduras de los soldados, ya que la mayor parte de sus enfrentamientos en
tierra eran contra droides.
Había muchas
cosas que no cuadraban en esta guerra.
-Ya está -dijo
Prudii, cerrando el panel suavemente. Dio un paso atrás para inspeccionarlo-. Nunca
estuvimos aquí.
Treparon de
nuevo a la pasarela usando sus cuerdas y salieron por donde habían venido. El
exterior estaba oscuro como un agujero negro. Tenían una hora para llegar al
punto de extracción y transmitir sus coordenadas al carguero totalmente
modificado que les estaba esperando. En Olanet, eso significaba cruzar
kilómetros de zonas de carga y descarga al servicio de la industria de la carne
de nerf. Atin podía oír a los animales mugiendo, pero aún no había visto un
nerf vivo.
-Este lugar
apesta. -Prudii se instaló detrás de un camión repulsor en un patio lleno de centenares
de camiones más y se puso en cuclillas a su sombra. El inofensivo pero nauseabundo
hedor de estiércol y animales penetraba los filtros de su casco-. Cinco-siete, ¿me
recibes?
-Con usted en diez,
señor. Espere.
Prudii no hizo
ningún comentario sobre el señor.
Tomó las tarjetas de datos de su cinturón y les conectó una sonda, uno cada
vez. A Atin le pareció una especie de alma gemela, un hombre que no dejaba que
los objetos inanimados sacaran lo mejor de él, pero seguía siendo duro de roer.
-Shab, -murmuró Prudii. Sostuvo una de
las tarjetas-. ¿Qué piensas de esto?
Atin la
introdujo dentro de su propio lector de tarjetas y transmitió los datos
extraídos a su HUD. La lectura era sólo cadenas de números, el tipo de datos
que había que analizar con cuidado.
-¿Qué estoy
mirando? Yo normalmente hago volar estas cosas por los aires. Nunca me he detenido
a leerlas.
-Busca el
código que empieza por cero-cero-cinco-alfa, el décimo desde la fila superior.
-Lo tengo.
-Ese es el
total acumulado de unidades salidas de la línea de producción desde que la
tarjeta se introdujo para iniciar el proceso de fabricación. Y la fecha.
Atin escaneó
de izquierda a derecha, contando la línea de números e insertando puntos y comas
imaginarios.
-Novecientos
noventa y seis mil ciento veinticinco. En un año.
-Correcto.
-Tampoco es
demasiado. -Atin comprobó que no se hubiera saltado ninguna fila de números-.
No, sólo seis cifras.
-Cada fábrica que
atacamos está produciendo números como esos. A juzgar por las cargas de materia
prima que controlamos, hay todavía muchas más fábricas por ahí, pero creo que
estamos hablando de unos cientos de millones de droides.
-Eso es
tranquilizador. Gracias. Voy a dormir bien esta noche.
-Y deberías
hacerlo, ner vod. -Prudii soltó el
sello de su cuello, se retiró el casco y se pasó la palma del guante por la
frente; a la débil luz del HUD, apareció brillante por el sudor. De alguna
manera parecía más viejo que Mereel y Ordo-. Ellos dicen que están haciendo miles de billones de droides. -Hizo una
pausa-. Eso son 15 ceros. Mil millones
de millones, no unos pocos cientos.
¿Nos estamos perdiendo algo aquí?
Atin no se
ofendió ante la explicación. Cualquier cantidad mayor de tres millones eran
malas noticias para él: ese era el número de tropas clon desplegadas o criadas
en Kamino.
-¿Ellos dicen? ¿Quién son ellos?
-Esa es una
buena pregunta.
-De todos
modos, sólo hace falta uno para matarte.
-Pero, ¿dónde están todos? He visitado alrededor de 47
planetas este último año. -Prudii lo hizo sonar como si fuera turismo. Atin
tuvo una repentina visión de él admirando las atracciones para visitantes de los
planetas sepas y luego volándolas en pedazos. El mango del rifle verpine que
colgaba de su espalda estaba bastante gastado. Atin no tenía ni idea de a quién
estaba cazando Prudii, y él era más feliz de esa manera-. He visto un montón, he
contado muchos. Pero no miles de billones.
Simplemente no parecen ser capaces de producir una cantidad cercana a esa.
-Pero por eso
estamos luchando, ¿no es así? -Atin trató de no preocuparse por las noticias de
la HoloRed y
tomó el debate político como algo que no tenía importancia, porque con un
androide o con un cuatrillón, serían él y sus hermanos quienes seguirían en la
línea del frente-. Porque los sepas nos van a superar con sus ejércitos de
droides si no los detenemos. ¿Entonces por qué no se tranquiliza a la población
diciendo que la amenaza no es tan grande?
Prudii lo miró
por un momento. Atin tuvo la sensación de que, de alguna manera, sentía lástima
por él, y no estaba seguro de por qué.
-Porque sólo somos
la gente como nosotros los que descubrimos esto cada vez que irrumpimos en una
instalación sepa.
-¿Informa de
ello?
-Por supuesto
que lo informo. Siempre. Al general Zey. Mace Windu lo sabe. Todos lo saben.
-Entonces,
¿por qué las noticias del holodiario dicen miles de millones? ¿De dónde sale
esa cifra?
-La escuché
por primera vez de Inteligencia de la República.
-Bueno,
entonces... -Intel era notoriamente variable en su calidad-. Se lo inventan
sobre la marcha.
-Ni siquiera ellos son tan estúpidos.
Prudii se
volvió a poner el casco y le tendió la mano a Atin para que le devolviera la
tarjeta. No dijo mucho después de eso.
Millones o miles de billones. ¿Y qué? Atin, un hombre que gozaba con los
números, miró a los 1,2 millones de soldados clon desplegados en ese momento,
añadió los dos millones de hombres que seguían siendo criados y entrenados, y
ni siquiera necesitó colocar una coma decimal para saber que no le gustaban las
probabilidades.
Pero nunca le
habían gustado. Y eso nunca le había impedido desafiarlas.
-¿Quiere que
transmita estos datos al cuartel general? -preguntó.
-No -dijo
Prudii-. No hasta que Kal'buir lo vea.
Nunca hasta que lo vea.
Un buen hijo
mandaloriano siempre obedecía a su padre. Los CARs Null no eran diferentes: obedecían
órdenes del sargento Kal Skirata -Kal'buir,
Papa Kal-, no de la República. Después de todo, un padre Mando ponía a sus hijos en primer lugar, y ellos confiaban en él.
Skirata
siempre superaba en rango a todos... a capitanes, a generales... e incluso al
Canciller Supremo.
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