Espada de doble filo
Karen Traviss
¿Qué puedes enseñarle a un clon en pocos meses que un hombre tardaría toda una vida en aprender?- El Emperador Palpatine, a Lord Darth Vader.
CENTRO DE ENTRENAMIENTO IMPERIAL, YINCHORR, BORDE MEDIO
Para ser un hombre muerto, Sa Cuis todavía tenía una buena técnica de sable de luz. Lord Vader giró su espada y los dos rayos de energía roja chirriaron el uno contra el otro.
Cuis -uno de sus clones, en cualquier caso- giró en círculo y Vader le imitó, manteniendo una distancia constante entre ellos. No tenía intención de matar al asesino de nuevo. Arkanian Micro había pasado más de un año creando este clon del Jedi Oscuro y habría sido un desperdicio destruirlo a él o a cualquiera de sus cinco hermanos simplemente para demostrar superioridad.
Además, eran hombres. Vader trataba de no perder eso de vista. Si hubiera querido previsibilidad sin inteligencia, habría encargado droides para el Ejército Imperial.
Era consciente de dos personas que observaban con atención el duelo desde el estrado fijado un poco por encima del suelo de la sala de entrenamiento; su Maestro el Emperador Palpatine y uno de sus ayudantes, el teniente Erv Lekauf. Parte de su mente podía sentir la incomodidad de Lekauf al verse tan cerca del Emperador sin Vader a su lado.
-Suficiente -dijo Vader, y apagó su sable de luz. El clon de Cuis también apagó su hoja pero observó cautelosamente a Vader hasta que este se apartó para permitir que los clones continuaran sus prácticas de sable de luz con el instructor. Vader estaba satisfecho. Los clones habían conservado toda la velocidad y los reflejos de la desafortunada Mano del Emperador cuyo genoma era ahora el suyo. Esperaba que también hubieran heredado de alguna manera su extraordinaria lealtad.
Me pregunto si el Emperador sabía que Cuis nunca revelaría que era su Mano. Me pregunto si mi Maestro valora esa clase de devoción, o simplemente la espera.
Vader regresó al estrado para ver cómo los clones continuaban su entrenamiento de sable de luz. Pasaban de parada a estocada, de mucha intensidad a aparente calma, con sus hojas rojas brillando. La cavernosa sala resonaba con el zumbido de los sables de luz y el chasquido de las placas de armadura, una combinación que Vader encontraba extrañamente inquietante. Su instructor era otra de las muchas Manos de Palpatine: un asesino llamado Sheyvan, que tenía predilección por las vibrohojas así como por los más convencionales sables de luz.
Vader se paseaba de un lado a otro de la sala, mirando a las parejas que entrenaban con ojo atento. Las Manos a menudo pensaban que eran el único asesino personal al servicio de Palpatine, y la mayoría quedaban molestos si descubrían que no era así. Parecía que Sheyvan entraba dentro de esa mayoría. Sus ocasionales miradas a Palpatine eran más acusadoras que de adoración.
-Los hombres necesitan creer que son únicos –dijo Palpatine en voz baja. Siempre bajaba la voz para que la gente le escuchase con atención-.Y las mujeres también. A todos nos gusta pensar que somos especiales e insustituibles. Es una gran motivación.
A veces Vader sospechaba que Palpatine podía leer más allá de sus emociones.
-Usted me hizo sentir que yo sólo podría ayudarle a derrotar al Consejo Jedi, Maestro.
-Y era cierto, ¿no es así?
Vader se había preguntado una vez -y no más- cómo podría haberse desarrollado su vida si no hubiera sido seducido por la garantía de Palpatine de que él era el único miembro del Consejo Jedi en quien podía confiar. Era cierto, sí. Pero si se hubiera resistido, Padme habría muerto de todas formas. Al menos ahora tenía el poder y la posición para rehacer la galaxia a su antojo... ordenada. Hacía uso de ese poder. Lo utilizaba cada día más.
-No sólo todos los hombres desean ser especiales -dijo Vader-. También desean saber que hay alguien en quien pueden confiar.
Los ojos amarillos de Palpatine no traicionaron ninguna reacción, del mismo modo que tampoco parecía preocupado por el malestar de Sheyvan. La decepción de los que le rodeaban no tenía importancia, hasta dejaban de servir a su propósito, y entonces eran desechados.
Usted no me va a desechar, Maestro.
-Un día, puede que cree una legión de Jedi Oscuros -dijo Palpatine como si la idea acabara de ocurrírsele-. Tienen un gran potencial. Ese Cuis se sentiría honrado si viera qué ha sido de él.
Era como si nunca hubiera conocido aCuis. Vader nunca había mencionado que sabía que Palpatine había enviado a Sa Cuis para matarlo. Nunca habría dicho vuestro nombre, mi señor. Ni siquiera cuando le ofrecí perdonarle la vida. Eso es lo que quiero en mis tropas. Lealtad.
Vader no se había tomado el intento de asesinato como algo personal. Era parte de su entrenamiento. El camino hacia la maestría Sith tenía que ser duro, porque el poder que proporcionaba no era para los débiles o perezosos. Vader lo entendía.
Lekauf -leal, inteligente, sin poderes especiales más allá de la capacidad para el trabajo duro- caminaba a su lado, irradiando ansiedad. También se habían creado clones suyos, pero estaba muy vivo para verlos. Incluso los había entrenado. Ahora estaban siendo evaluados, y habían pasado la inspección en todas las competencias básicas, excepto el combate cuerpo a cuerpo.
-Todavía pareces preocupado -dijo Vader.
-No, señor...
Lekauf había pasado seis meses en esa miserable bola de roca estéril entrenando a sus clones. Si pasaban la inspección, al fin podría regresar a Coruscant. Era evidente cuáles eran sus temores.
-No has visto a tu esposa e hijos en seis meses, y te preocupa que si tus clones no rinden según lo esperado, permanezcas aquí otros seis más -dijo Vader.
Lekauf tragó saliva y asintió.
-Sí, señor. Así es.
Su valiente honestidad era una de las cualidades que hacían de él un buen donante e instructor de clones. Los recuerdos de Vader de echar de menos a alguien querido -los recuerdos que había aprendido a envolver y guardar bajo llave, ya casi sin dolor- resonaron en respuesta.
Y yo también confiaba en ti, Padme. Ahora tengo práctica en el manejo de la traición.
-Verás pronto a tu familia -dijo Vader.
Lekauf miró hacia las puertas de la sala de entrenamiento. Era un hombre fornido de unos treinta años con un rostro incongruentemente franco y cabello de color marrón claro cortado muy corto.
-Siempre me preocupa decepcionarle, señor. Pero cuando veo lo que los Jedi Oscuros pueden hacer, me pregunto cómo la gente común puede siquiera competir contra ellos.
-Los soldados de asalto nunca tendrán que luchar contra Jedi -dijo Vader-. Sólo rebeldes.
Lekauf respiró profundamente y contuvo el aliento mientras los seis clones pasaron desfilando. Vader lo oyó, por mucho que el hombre trató de disimularlo. Tenían el aspecto que Lekauf podría haber tenido unos años antes, con la misma expresión de optimismo permanente. Y, Vader esperaba, serían soldados igualmente eficientes.
Los clones, que llevaban la misma armadura Imperial que el lote de Cuis, se alinearon frente a la tarima y saludaron. Habían sido entrenados durante su decantación con flashes de memoria para ser soldados competentes, que podían funcionar en cualquier ejército, pero Vader necesitaba que fueran mejores que eso. Necesitaba que cumplieran con los estándares de los soldados clon kaminoanos que todavía formaban la mayor parte de sus tropas de asalto.
-Sin sables de luz. –La voz de Vader resonó en toda la sala de entrenamiento-. Utilizad bastones de duracero. Esto es un ejercicio. No quiero lesiones graves.
Palpatine volvió la cabeza muy lentamente para mirarlo. Vader enganchó los pulgares en su cinturón, esperando el desafío.
-¿Cómo puedes poner a prueba su idoneidad si les limitas? –La voz de Palpatine era suave e insinuante como siempre lo era cuando estaba plantando una idea-. ¿Eso no es una concesión?
-No, mi señor. Crea condiciones más realistas para la prueba. -Vader se mantuvo firme-. Sólo necesitan tener un buen desempeño contra rebeldes, que no son usuarios de la Fuerza. Sólo hombres.
Palpatine se detuvo durante dos latidos, su signo de silenciosa desaprobación.
-Muy Bien.
Vader le hizo señas a Sheyvan para que se uniera a ellos en el estrado con el fin de despejar el suelo de la sala de entrenamiento para el combate. Los clones se emparejaron, uno de Lekauf con cada uno de Cuis.
-Comenzad -dijo Palpatine.
Lekauf volvió a tragar saliva.
Los clones se observaron fijamente, con las barras de duracero sujetas con las dos manos. Luego el metal estalló al estrellar bastón contra bastón, luchando por hacer retroceder al otro. Un clon de Lekauf, con el nombre “NELE” estarcido sobre la placa del pecho, hizo girar su bastón en un arco bajo tirando a su oponente boca arriba al suelo. Pero tan pronto como el hombre cayó de espaldas, se puso de pie otra vez en un solo movimiento y lanzó al clon de Lekauf volando por casi toda la anchura de la sala de entrenamiento con un enorme empujón de la Fuerza. Golpeó la pared, con el sonido del impacto de su placa trasera resonando en la sala, y luchó por ponerse de nuevo en pie, sacudiendo la cabeza para despejarse.
Los otros cinco clones de Cuis dejaron a un lado sus bastones y con un solo gesto hicieron que las armas de sus oponentes salieran volando de sus manos. Todos los clones de Lekauf cayeron al suelo sobre sus espaldas y quedaron sujetos por una mano invisible.
Había sido una demostración muy breve. Lekauf parecía resignado a su destino, con las manos cruzadas a la espalda y los ojos fijos al frente.
-No esperaría que ningún hombre pudiera derrotar a un Jedi sin armas adecuadas -dijo Palpatine.
Vader no estaba seguro de si eso era un veredicto de fracaso o simplemente una observación. Echó un vistazo a Lekauf.
-No, Maestro -dijo, dirigiéndose al Emperador, pero mirando a su ayudante-. Tal vez ahora deberíamos intentarlo de nuevo sin permitir el uso de sus poderes de la Fuerza.
-No, ya he visto suficiente. -Palpatine hizo que la capucha le cubriera un poco más la cara-. Tomaré los clones de Cuis y los entrenar aún más. Tu lote de Lekauf todavía podría ser útil para otras tareas.
Podríamos simplemente clonar un ejército entero de la plantilla de Cuis. Sabemos lo que pueden hacer. Pero un soldado es el producto de la formación constante. Necesitan ver acción.
-Sugiero que los pongamos a todos en servicio activo y veamos cómo se comportan -dijo Vader.
Palpatine hizo una nueva pausa.
-Sí. Pero encarga a Arkanian Micro un batallón de modelos de Cuis de todos modos. Estoy impresionado por lo mucho que los clones han conservado sus habilidades de la Fuerza.
Los clones de Lekauf se habían retirado y estaban esperando en posición de descanso con las manos entrelazadas detrás de la espalda.
-¿Significa eso que regresamos al Centro Imperial? –preguntó Lekauf, incapaz de disimular su desesperación.
-Sí, teniente, así es.
Vader caminaba delante a grandes zancadas y Lekauf se esforzaba por igualar su ritmo. Sus seis clones recogieron sus cascos y armas, y le siguieron al igual que el lote de Cuis. Sheyvan cerraba la marcha, con aire malhumorado.
-Le pido perdón por nuestra actuación, señor -dijo Lekauf.
Vader observó el uso de la palabra nuestra.
-No tendré en cuenta ese fracaso en el combate cuerpo a cuerpo hasta que os vea enfrentaros a hombres corrientes.
-Eso es muy generoso por su parte, señor.
No, no era generoso: era justo. La prueba contra los clones de Cuis no era más que un acto de curiosidad, y no una razón para considerarlos no aptos. Vader los vio subir la rampa de su lanzadera clase Lambda y se dio cuenta de que aún con sus cascos, podía distinguir a los clones de Lekauf de los de Cuis solamente por su porte y su paso disciplinado y sincronizado. Los clones de Cuis se movían más como atletas que como soldados, y -no podía dejar de notarlo- no se movían como una sola máquina.
-Alegraos –exclamó Lekauf, sabiendo instintivamente, con su infalible precisión habitual, lo que pensaba Vader-. Ahora estáis en la Quinientos Uno.
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