viernes, 21 de septiembre de 2012

A su imagen (I)

A su imagen
Karen Traviss

Es natural que quiera destruirme. No es una simple ambición mundana, como lo sería en un hombre común y corriente, sino que es parte de su crecimiento. Y por supuesto que no me ofende: es por eso que lo elegí. Pero aún necesita seguir creciendo.

-El Emperador Palpatine, acerca de su aprendiz, Darth Vader


PALACIO IMPERIAL, CORUSCANT

El soldado era un extraño.
Vader ya había servido bastante tiempo junto a los restos de lo que había sido el Gran Ejército de la República para saber exactamente a qué altura le llegaba un soldado clon. Las coronas de los cascos blancos llegaban consistentemente al nivel de la boquilla de su máscara, para cada uno de ellos, siempre, sin variación.
Pero éste apenas llegaba a su mandíbula.
-Quítate el casco -dijo Vader.
-¡Señor! -respondió automáticamente el soldado y abrió el sello. Se quitó el casco, algo igualmente desconocido, con su nuevo diseño acampanado en el protector de la boca, y se lo puso bajo el brazo en un movimiento ensayado.
Estaba lejos de ser el tranquilizador clon Fett estándar. Las pupilas dilatadas de sus pálidos ojos azules eran la única indicación de su ansiedad por estar siendo objeto de escrutinio como la potencial plantilla de un nuevo grupo de guerreros obedientes.
Vader estimó que era diez centímetros demasiado bajo y diez kilos demasiado ligero.
Dio la vuelta alrededor del soldado un par de veces con pasos lentos y pesados que resonaban en a las pulidas paredes de color verde grisáceo. Al principio Vader se había visto forzado por sus prótesis y su armadura a dar tales zancadas deliberadas; ahora ya se sentía cómodo con el traje, pero conservaba la forma de caminar.
Eso hacía que la gente fuera cauta. Lo anunciaba. Servía para su propósito.
Se detuvo delante del soldado, con la placa pectoral casi lo suficientemente cerca como para tocarlo, y le miró a los ojos otra vez, hasta que empezaron a lagrimear y el hombre finalmente parpadeó. Vader ni siquiera necesitaba ponerlo a prueba con la Fuerza. Él sólo tenía que estar demasiado cerca. Le fascinaba.
No va a mantenerse firme. Es fiel y es competente, pero tiene sus límites. Y hay demasiado en juego como apresurarse eligiendo una opción inferior.
-Puedes marcharte -dijo Vader.
El soldado casi adecuado llevó su casco alrededor de su pecho con una mano en un movimiento coreografiado, y se lo puso de nuevo en la cabeza con las dos manos, con igual precisión. Luego saludó, giró 180 grados sobre sus talones, y se marchó. Vader lo vio desaparecer por las grandes puertas dobles, y esperó a que el hombre que sabía que estaba mirando desde atrás se mostrase.
-Viene altamente recomendado, pero confío en tu juicio -dijo el Emperador Palpatine, saliendo de la sombra de la arcada-. Siento tu decepción.
-No, con el debido respeto, no la siente, mi Señor -dijo Vader. Caminaban ahora a la par, Vader acortando su paso para que coincidiera con el de Palpatine-. No estoy decepcionado. Simplemente estoy refinando mi búsqueda. Es un buen hombre, pero no lo suficientemente bueno.
-Tenemos tiempo. Ya hay clones en producción. Ya lo sabes.
-Perdóneme, pero prefiero supervisar un proyecto desde el inicio. Puede que el Imperio parezca asentado, pero estos primeros años necesitamos la capacidad de proyectar poder. Y eso significa mantener la calidad tanto como restaurar la cantidad.
-Tenemos suficiente de ambos para permitirte un margen de maniobra.
Vader aminoró aún más y bajó la mirada hacia Palpatine, casi una caricatura de la vejez, a quien ni odiaba ni amaba ni temía. La ausencia de pasión era casi una bendición en sí misma.
-Pensé que confiaba en mi juicio. Tal vez sea en en quien no confía, Maestro.
-Confío en que hagas lo que que harás.
Vader aún seguía cauteloso ya que se encontraban al borde de lo que parecía ser una prueba mutua. Optó por no reaccionar.
-El orden pacífico se basa en un ejército satisfecho, fuerte y bien equipado. Acabo de definirle la lealtad. La ideología no les concierne.
-Entonces tienes que buscar más allá. -Palpatine echó ligeramente su capucha hacia atrás-. Y me interesa que te preocupes por su satisfacción.
-Me preocupo de que ninguno esté descontento, y eso no es lo mismo -dijo Vader. No era del todo cierto: dedicaba más tiempo a las categorías más bajas que a los Moffs y algunos de los otros oficiales-. Y es más eficiente inspirar respeto que gobernar por el terror.
Palpatine se detuvo en las puertas, como si se hubiera agotado por la marcha a través de la sala. Su voz era casi un susurro.
-No creo haberte entendido bien. Parece como si quisieras ser... apreciado.
Vader escuchó el subtexto. ¿Te estás debilitando tan pronto? Él ya estaba purgado de su ira, pero aún tenía que atender lo que habría sido un insulto entre personas comunes.
-La autoridad severa requiere esfuerzo. De entrada, prefiero evitar la necesidad. Eso no quiere decir que no vaya a hacer lo que sea necesario. Ya me conoce.
Palpatine hizo una pausa, apenas un latido.
-Es una lástima que todavía no podamos clonar a otros clones.
-Tenemos una galaxia de potenciales plantillas, Maestro.
-Entonces amplía tu búsqueda. -El Emperador esbozó una sonrisa agradable e inusual-. Vamos a organizar un viaje.
Vader hizo una pequeña reverencia –un mínimo gesto, nada más- y se alejó por el corredor. Una docena de soldados de asalto se encontraban en el pasillo, dispersos a intervalos, y saltaron de descansen a firmes en el mismo preciso momento. Se cuadraron.
Todos ellos tenían exactamente la misma altura, la misma constitución.
Había algunas cosas con las que todavía se podía contar, pensó Vader casi complacido.
Un día sólo podré confiar en mí mismo.
Se sentía cómodo con esa idea. Hace un año, hace unos meses, le habría hecho sentir una insoportable tristeza.
Por una vez, devolvió el saludo de los soldados de asalto. Casi dependían tanto de su armadura y estaban tan confinados en ella como él. Sintió un breve momento de afinidad puramente profesional. Vader había superado que sus emociones le dominaran.
Y él sabía lo que significaba estar creado a imagen de otra persona.

***

Había habido muchas Manos del Emperador -con títulos menos imperiales e incluso sin ningún título en absoluto- durante el tiempo de Palpatine en el cargo, y ninguno de ellos parecía contento con esa necesidad. Era la naturaleza de los asesinos, dedició Palpatine. No les gustaba jugar en equipo.
Dejó que las puertas se cerrasen tras él y se acomodó en una silla de apocia tallada contra una pared de su salón del trono. Su actual Mano, Sa Cuis, le estaba esperando, contrayendo muy ligeramente los músculos de la mandíbula, claramente impaciente incluso si pensaba que estaba presentando una fachada de calma a su Emperador. Palpatine se preguntó por qué el asesino se molestaba en disimular sus sentimientos frente a alguien con dominio en la Fuerza; pero era su costumbre, se imaginó, y le permitió su arraigada necesidad de engaño.
Cuis tenía una cara totalmente benigna y una túnica gris carbón que le hacía parecer un inofensivo, aunque musculoso, contable. Era otro camuflaje elegante. Palpatine respetaba a un hombre tan seguro de su propia fuerza que no necesitaba ninguna muestra externa de amenaza.
-Mi señor, no acabo de entender esta misión, y usted sabe que necesito hacerlo si voy a completarla.
No era una pregunta carente de sentido, incluso para un Jedi Oscuro.
-No tiene mayor complejidad. Sigue a Lord Vader al sector Parmel y, con los colegas que elijas, mátalo.
-Hay tantas preguntas que debo...
-Mátalo. Él lo necesita.
-Él es su aprendiz. Ha invertido tanto en él. -Cuis tenía los ojos muy oscuros, casi completamente negros, y por un momento Palpatine se preguntó si había algo más que sangre humana en él. Había dejado de parpadear y ahora centraba su mirada ligeramente a un lado del Emperador. Aparentemente se le había ocurrido una idea; parecía aliviado.
-¿Quiere decir que lo pongamos a prueba, mi señor? Algo que demuestre su valía, que lo ponga en forma...
-No, quiero decir que lo mates. Quiero decir sin cuartel. No una finta. Un auténtico asesinato.
Sí, Cuis había captado la idea. Palpatine no necesitaba ninguna de sus habilidades de la Fuerza de verlo. El asesino tragaba ahora saliva con frecuencia.
-¿Qué pasa si no tengo éxito?
-Dudo que tengas éxito. Y él te matará... probablemente.
Ni una pausa, ni un parpadeo. Un buen hombre, Cuis.
-Un equipo podría...
-Necesitarás un equipo, confía en mí. Lord Vader no es tan fuerte como yo esperaba que fuera a estas alturas, pero sigue siendo un rival formidable.
Cuis sacó un sable de luz y sostuvo la empuñadura con ambas manos.
-Lo sé. He adquirido un arma más adecuada.
Con un chasquido separó la empuñadura en dos secciones; la energía surgió recta y vívida de cada una, una hoja de color rojo y la otra blanca. Trazó arcos lentos y cautelosos con ambas armas, casi tocándose entre sí, y luego las apagó y reunió las empuñaduras de nuevo en una sola.
-Esto podría bastar.
Palpatine sondeó discretamente el estado de ánimo del Jedi Oscuro. Sí, preocupado, pero decidido. Orgullo profesional y un poco de saludable y bienvenido temor. La muerte era un gaje del oficio para la gente como él.
-Espero que no.
-Pero, ¿y si Lord Vader descubre que usted está detrás de esto? –preguntó Cuis, aparentemente reservándose la preocupación por sus propias posibilidades de supervivencia.
-Lo hará -dijo Palpatine. Oh, sí, lo haría, y eso era lo que Vader necesitaba-. Espero que lo haga.
Un Sith podía pasar más allá del odio y la ira con demasiada rapidez.
Vader necesitaba hacerse más fuerte, y rápido. La traición no sorprendería a su aprendiz, pero había un mundo de diferencia terapéutica entre esperarla y experimentarla. Si Palpatine todavía hubiera sido capaz de experimentar remordimiento, lo habría sentido en ese momento.


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