No detectaron ningún resto más de baba antes de llegar al lugar elegido por Falmal para acampar, al menos ninguno que Karrde pudiera identificar como tal.
Tampoco hubo más plantas de aleudrupa. Tal vez después de esa primera vez los visitantes descuidados habían sido advertidos.
-Bueno -dijo Tapper, trayendo dos tazas de líquido humeante hacia donde Karrde se había apoyado con aire cansado contra un árbol, al lado de sus tiendas de campaña-. ¿Qué piensas de nuestros compañeros de viaje?
Karrde miró a los demás, esforzándose todavía con la ayuda de los escoltas en montar sus propios refugios.
-Por la cantidad de quejas durante esta última hora, diría que son exactamente lo que parecen: seres aburridos y ricos en busca de emociones y un poco molestos por tener que trabajar para ello.
-En otras palabras, no son el típico contrabandista.
Karrde se encogió de hombros.
-Tal sean hombres de negocios semi-legítimos con los que Gamgalon quiere hacer tratos.
-Hay un millón de lugares en la galaxia donde podría establecer reuniones privadas sin tantos problemas -señaló Tapper, tomando un sorbo de su taza.
-Cierto. Por cierto, ¿te fijaste en ese pedazo de metal clavado en el suelo detrás de esas plantas de aleudrupa, en nuestra primera parada de descanso?
-Sí -asintió Tapper-. A mí me pareció un marcador de transpondedor. Probablemente esté allí para marcar el camino, o bien para realizar un seguimiento de las migraciones de los morodin.
-Quizás -dijo Karrde-. No puedo dejar de pensar, sin embargo, que Falmal reaccionó con bastante brusquedad cuando me dirigí hacia ello.
-¿Crees que es algo menos inofensivo?
-Podría ser -dijo Karrde-. Es posible que sea parte de una serie de sensores para... -Se interrumpió. A través de los árboles, desde algún lugar cercano, llegó un gruñido profundo y retumbante. Al otro lado del campamento, Falmal se enderezó mientras Buzzy y el rodiano descolgaban sus fusiles bláster-. Puede que esto sea lo que buscamos -murmuró Karrde, agarrando su propia arma y poniéndose en pie-. ¿Falmal?
-¡Shh! –siseó el krish-. Va a asustarlo. Nos dividiremos en los mismos grupos de tres que en los aerodeslizadores. Llegó apresuradamente junto a Karrde y Tapper mientras los demás se reunían en sus propios grupos y se dirigían a la selva-. Vamos. Rápidamente y en silencio.
Salieron del campamento, rifles bláster en mano.
-¿Cómo pueden pasar los morodins a través de estos árboles? –preguntó Tapper-. Creía que eran grandes.
-Los morodins son largos pero delgados -dijo Falmal, mirando cuidadosamente a través de los árboles-. Pueden moverse con facilidad por la selva. ¡Ah, miren! -Karrde hizo girar su rifle bláster a su alrededor; pero Falmal sólo estaba apuntando hacia el suelo-. Rastro de baba fresca -dijo el krish-. ¿Lo ven?
-Sí -dijo Karrde, mirando la amplia línea plateada que cortaba a través de la tierra del suelo y desaparecía entre los árboles. Una línea muy recta, además, que sólo se desviaba para rodear un árbol de vez en cuando.
-Uno grande, además -dijo Falmal-. Vengan. Vamos a seguirlo.
-No parece muy deportivo -gruñó Tapper mientras Falmal abría el camino a través de los árboles.
-El rastro no durará mucho -dijo Falmal por encima de su hombro-. Aparece y desaparece.
Karrde miró a su derecha y frunció el ceño. Era difícil distinguirlo a través de los arbustos, pero...
-¿Eso de allí es otro rastro de baba? -preguntó a Falmal-. ¿En paralelo al nuestro, a unos tres metros de distancia?
-Sí, por lo general se mueven en parejas -dijo el krish-. Ahora silencio. Miren, el rastro gira.
Más adelante, el rastro de baba giraba bruscamente a la izquierda.
Karrde estiró el cuello; efectivamente, el otro rastro giraba para permanecer paralelo.
-Es un ángulo bastante pronunciado -murmuró Tapper-. ¿Cree que algo haya podido asustarles?
-Silencio –volvió a decir Falmal.
Continuaron siguiendo el rastro en silencio. Cambió de dirección dos veces más en los siguientes minutos, giros tan pronunciados y precisos como lo había sido el primero. Y luego, para sorpresa de Karrde, se dividió en dos direcciones diferentes.
-¿Cómo ha hecho eso? -preguntó.
-Se ha unido un tercer Morodin -dijo Falmal-. Silencio. Podría estar justo delante.
-Tal vez un tercero, un cuarto, y un quinto -dijo Tapper, señalando con la cabeza hacia la derecha.
El rastro de baba en paralelo se había dividido en tres líneas, dos de ellas separándose a una distancia de tres metros por delante.
Tragando saliva, Karrde levantó su rifle desintegrador y dio otro paso... Y de repente, ahí estaba: quince metros de largo, alzando la parte delantera de su redondeado cuerpo a tres metros sobre el suelo, una criatura de color amarillo moteado, con hocico en forma de espátula, patas cortas y dientes anchos.
Un morodin.
-¡Dispare! –gritó Falmal-. ¡Rápido!
El rifle de Karrde ya estaba en su hombro, apuntando con su cañón a la criatura enorme frente a ellos. El morodin se levantó otro metro del suelo, emitiendo el mismo gruñido profundo que habían escuchado en el campamento.
Karrde miró por el cañón...
-Espere un momento -dijo Tapper-. Alto el fuego. Sólo está ahí parado.
-Es un morodin -gruñó Falmal-. Dispare antes de que sea demasiado tarde.
Pero ya era demasiado tarde. Desde su derecha vino una repentina ráfaga chisporroteante de fuego bláster, que golpeó al morodin de lleno en su flanco.
Tamish y Cob-caree, con el rodiano detrás de ellos, habían llegado siguiendo una de las líneas del otro rastro de baba. El morodin gruñó una vez más, y luego cayó al suelo con un estruendo ensordecedor.
-Buenos disparos. -Falmal casi les vitoreó-. Llamaremos a los aerodeslizadores, y los pilotos prepararán su trofeo. Volvamos al campamento ahora; el ruido habrá espantado al resto. -Miró especulativamente a Karrde-. Tal vez mañana, Síndico Hart, consiga usted su presa.
-Tal vez -dijo Karrde, mirando al morodin derribado. Así que eso era todo. El gran y peligroso safari de morodins... y que había resultado no ser más difícil que disparar a un bruallki en una red-. Apenas puedo esperar.
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