Los pilotos
llegaron una hora después, y durante casi las dos horas siguientes el
campamento bulló de actividad mientras embarcaban trozos de carne del morodin muerto
y sostenían conversaciones interminables con Tamish y Col-caree acerca de quién
se quedaría qué parte de la cabeza y sus preferencias sobre la forma y los
materiales para el marco del trofeo. Karrde se quedó fuera de la actividad, retirándose
de nuevo a su asiento junto al árbol con un melodium portátil y dejando que Tapper
se encargara de su parte del trabajo. Escuchó uno o dos comentarios bastante
finamente hilados sobre conducta poco deportiva dirigidos hacia él, pero no les
hizo caso. Recostándose contra el árbol, con los ojos medio cerrados, dejó que
la música del melodium le envolviera.
Y,
subrepticiamente, jugueteó con la configuración del repetidor de comunicaciones
integrado en el dispositivo.
El sol se sumergía
entre los árboles cuando los pilotos terminaron su trabajo y los aerodeslizadores
despegaron hacia el campamento base.
-Confío en que
te hayas estado divirtiendo -comentó Tapper, sentándose al lado de Karrde y
limpiándose la cara con la manga de su traje de cazador, que ya había dejado de
ser elegante-. Algunos de los otros piensan que estás de mal humor.
-No puedo
evitar lo que piensen -dijo Karrde-. No te pongas cómodo, vamos a dar un paseo.
-Genial -se
quejó Tapper, poniéndose trabajosamente de nuevo en pie-. ¿De qué se trata?
-He estado
jugando un poco con el repetidor de comunicaciones -dijo Karrde, levantándose y
echándose la correa del melodium por encima del hombro-. Si Falmal y compañía
han estado plantando marcadores de transpondedor en los alrededores, deberíamos
ser capaces de detectarlos con esto. Despacio y tranquilo; no hay que llamar la
atención.
Salieron del
campamento y se dirigieron hacia la selva.
La corazonada
de Karrde resultó ser cierta: casi de inmediato el repetidor de comunicaciones amañado
encontró una señal, procedente de la dirección de donde habían matado al
morodin.
Siguiendo el
rastro de baba de nuevo, pronto llegaron a lo que quedaba del cadáver, ya pasto
de los carroñeros.
-Ahí está -dijo
Tapper, señalando a un grupo de arbustos a unos metros de distancia-. Es un
marcador de transpondedor, de acuerdo. Y justo junto a uno de los rastros de baba,
de nuevo.
-Sí -dijo
Karrde, arrodillándose para mirar más de cerca.
Vio que la
tierra en el borde de la baba había sido recién removida.
Casi como si hubieran
plantado algo allí...
Levantó la
vista bruscamente, encontrando los ojos de Tapper. El otro asintió con la
cabeza: también había oído el débil ruido de crujidos.
-Viene del
campamento -murmuró.
El sonido se
repitió.
-Tomemos el
camino largo –respondió Karrde también en un susurro, señalando a la sección del
rastro de baba por la que Tamish y Cob-caree habían aparecido antes. Explicar a
Falmal o a sus secuaces por qué llevaba un melodium en una caminata por la
selva podría resultar incómodo.
Sobre todo si
encontraban el enlace de comunicaciones trucado de su interior.
Oyeron el
crujido de nuevo al abandonar el lugar, pero después de eso pareció
desvanecerse detrás de ellos.
Tanto mejor.
No más de quince metros más allá en la selva, el rastro de baba desapareció, y
cuando reapareció tres metros más lejos, le habían brotado de repente tres ramas
más.
-Oh, oh -murmuró
Tapper-. ¿Por dónde?
-No estoy
seguro -dijo Karrde, mirando detrás de ellos. Toda una manada de Morodins
merodeando no era un pensamiento especialmente agradable-. Probemos con este -dijo,
señalando el rastro más a la derecha de todos-. Marquemos antes uno de estos
árboles para que podamos rehacer nuestro camino si es necesario.
Tapper tenía
la mirada perdida en la selva.
-Probemos
antes a avanzar un poco más -sugirió lentamente-. Siempre podemos volver.
Karrde le miró
frunciendo el ceño.
-¿Has visto
algo?
-Una
corazonada -dijo Tapper-. Es sólo una corazonada.
Karrde frunció
los labios.
-¿Cuánto quieres
avanzar?
-Alrededor de trescientos
metros -dijo Tapper-. Recuerdo una cresta en esa dirección en el mapa que da
una especie de amplia depresión en el terreno.
Karrde hizo
una mueca. Trescientos metros en una selva desconocida no era cosa para tomarse
a la ligera. Pero por otro lado, casi siempre valía la pena seguir las
infrecuentes corazonadas de Tapper.
-Está bien –dijo-.
Pero no más allá de la cresta. Y retrocederemos antes si nuestro rastro termina.
-De acuerdo.
Vamos.
El rastro de
baba se dividió de nuevo pocos metros más adelante, y otras dos veces hizo una
de esas breves desapariciones de tres metros con nuevas ramas surgiendo en
direcciones diferentes cuando se reanudaba. Durante un tiempo Karrde trató de
mantener la cuenta del número de líneas, con la esperanza de averiguar con cuántos
animales estaban tratando. Pero pronto abandonó el esfuerzo.
Si los
morodins decidían ponerse desagradables, la diferencia entre seis y sesenta de
ellos sería bastante retórica.
-Ahí está la
cresta -dijo Tapper, señalando hacia delante, hacia la última línea de árboles
que parecían abrirse en el cielo azul-. Vamos a echar un vistazo.
Avanzaron entre
los árboles. Allí, tendida tal vez a 100 metros por debajo de ellos, se encontraba
la amplia depresión con aspecto de valle que Tapper había descrito.
Y reunidos en
un extremo de ella había más de cincuenta morodins.
-Hemos encontrado
al grupo, de acuerdo -murmuró Karrde con inquietud. La cuesta abajo desde su
cresta hasta el valle era bastante pronunciada, pero dudaba que supusiera un
problema para algo con el tamaño y la musculatura de un morodin. De hecho, sabía
que no lo era; el rastro de baba que estaban siguiendo rebasaba la cresta y
continuaba hacia abajo sin descanso.
-No mires a
los morodins -dijo Tapper-. Mira los rastros de baba.
-¿Qué pasa con
ellos?
-Míralos -instó
Tapper-. Dime que tú también lo ves.
Karrde frunció
el ceño, preguntándose qué quería decir. La depresión estaba llena de esas
líneas, eso estaba claro, claramente visibles entre los árboles y sobre los
arbustos aplastados. Un montón de líneas, que mostraban los mismos giros y bifurcaciones
que las que habían encontrado ahí arriba...
Y entonces, de
repente, lo comprendió.
-No me lo creo
–dijo en un jadeo.
-Yo tampoco lo
creía -dijo Tapper-. Mira: uno de ellos lo está intentando.
Uno de los morodins
se había separado del grupo y se había colocado en el canal de tres metros
entre dos de los senderos. Anadeando rápidamente sobre sus cortas patas, avanzó
hasta la primera curva y giró hacia la izquierda.
A la primera
sección de un laberinto elaboradamente construido.
-Volvamos -dijo
Karrde, sacudiendo la cabeza con incredulidad-. Tengo la sensación de que no nos
interesa que la gente de Gamgalon nos encuentre aquí.
-Demasiado
tarde -dijo una voz suave.
Con cuidado,
Karrde miró por encima de su hombro. Dos metros detrás de él se encontraban
Falmal y dos de los pilotos krish, los tres con rifles bláster en la mano.
Detrás de ellos había un cuarto krish que le miraba pensativamente.
-Desde luego -dijo
Karrde, bajando el cañón de su propio rifle y dándose la vuelta para mirarles-.
Bueno. Al menos, no deberíamos tener ningún problema para encontrar el camino
de regreso al campamento.
-Aún no se ha
decidido si vamos a volver directamente al campamento –dijo el cuarto krish con
esa misma voz suave-. Bajen las armas, por favor. Y díganme qué están haciendo
aquí.
-Estábamos
buscando morodins -dijo Karrde, mientras él y Tapper bajaban sus rifles bláster
al suelo-. En el proceso nos topamos con el hecho de que son algo más que simples
animales. -Arqueó una ceja-. Son seres completamente racionales, ¿no es así,
Gamgalon?
El krish
sonrió.
-Muy bien –dijo-.
En ambas cuestiones. Usted sabe mi nombre; ¿cuál es el suyo?
En estas
circunstancias, no parecía tener mucho sentido continuar la mascarada.
-Talon Karrde
-se identificó Karrde-. Este es mi socio, Quelev Tapper.
Falmal siseó.
-¿No se lo
había dicho, mi señor? –gruñó-. Contrabandistas. Y espías.
-Así parece -dijo
Gamgalon-. ¿Por qué estás aquí, Talon Karrde?
-Curiosidad -dijo
Karrde-. Había oído historias sobre estos safaris suyos. Quería averiguar qué
estaba pasando.
-¿Y lo ha
hecho?
-Está cazando
seres racionales -dijo Karrde-. En violación de la ley imperial. Incluso en
estos días, me imagino que lo que queda del Imperio se encargaría más bien
duramente de usted si lo supiera.
Gamgalon
volvió a sonreír.
-Imagina usted
equivocadamente. Resulta que el gobernador imperial a cargo de Varonat es
plenamente consciente de lo que está sucediendo aquí. Su porción de las
ganancias es bastante adecuada para asegurarse de que no habrá preguntas
indiscretas sobre la caza.
Karrde frunció
el ceño.
-Seguramente
no está sobornando a un gobernador imperial con los restos de las tasas de
inscripción al safari.
-Desde luego
que no -dijo Gamgalon-. Pero ya que los safaris proporcionan la cobertura ideal
para nuestras operaciones de siembra y cosecha, lo mejor para sus intereses es
permitir que continúen.
-Tampoco le
está sobornando con bayas de aleudrupa -indicó Tapper- Se pueden comprar esas
cosas en el mercado abierto por treinta o cuarenta el paquete.
-Ah... pero no
estas bayas de aleudrupa -dijo Gamgalon
con aire de suficiencia-. Este cultivo particular crece en suelos saturados de
baba de morodin... y durante su crecimiento, estas bayas experimentan un cambio
químico extremadamente interesante.
-¿Cómo por
ejemplo?
Falmal siseó
de nuevo.
-¿Mi señor...?
-No te
preocupes -lo tranquilizó Gamgalon-. Piense usted, Talon Karrde, en un carguero
que transporte tres cargamentos a un mundo políticamente tenso: rethano-K,
triaxlio promhásico y bayas de aleudrupa. Todo inocuo, todo legal, nada que sea
tan valioso como para llamar la atención ni de las aduanas imperiales ni de los
oficiales de la Nueva
República. La nave se deja pasar hacia la superficie, donde
es recibida con entusiasmo por sus clientes.
“Quienes, una
hora escasa después, estarán lanzando un ataque contra sus enemigos políticos o
militares. Con las armas que utilizan una fórmula de bláster tan poderosa como el
gas tibanna comprimido.
Karrde le miró
fijamente, con un nudo formándose en su estómago.
-¿Las bayas
son un catalizador?
-Excelente -dijo
Gamgalon con aprobación-. Falmal tenía razón... usted es realmente lo bastante
inteligente como para resultar peligroso. Para ser precisos, son las semillas
de las bayas las que generan este gas nuevo a partir del rethano y el promhásico.
La fruta en sí es perfectamente normal, y puede hacer frente a cualquier prueba
química.
-Y los safaris
camuflan tanto la siembra y como la cosecha -asintió Karrde-. Con los
marcadores de transpondedor ahí para ayudarles a encontrar los cultivos de
nuevo después de haberlos plantado. Todos los beneficios del contrabando de armas,
sin ninguno de los riesgos.
-Lo ha
entendido. -Gamgalon sonrió radiantemente-. Y por tanto también deberá entender
por qué no podemos permitir que cualquier indicio de esto se escape.
Hizo un gesto,
y uno de los pilotos krish dio un paso hacia adelante, inclinándose torpemente
a recoger los fusiles bláster que Karrde y Tapper habían dejado caer.
-Por supuesto
que lo entiendo -dijo Karrde-. ¿Tal vez podríamos negociar un acuerdo? Mi organización...
-No habrá ninguna
negociación -dijo Gamgalon-. Y soy yo quien decide mis acuerdos. Por aquí, por
favor. -El piloto se incorporó, señaló hacia un lado con el rifle de Karrde... Y
de pronto las manos de Tapper salieron disparadas, arrancando el rifle de las
manos del piloto y golpeando con fuerza la boca del cañón contra el torso del krish.
Buscando cobertura en el árbol más cercano, volvió a apuntar con el rifle a
Falmal y Gamgalon... y cayó al suelo girando cuando un par de disparos de bláster
le atravesaron desde debajo de la cresta, a su derecha. Un único jadeo
tembloroso, y él quedó inmóvil-. Confío, Talon Karrde -dijo Gamgalon en el frágil
silencio-, que no será usted tan estúpido como para resistirse de manera
similar.
Karrde levantó
los ojos de la figura encorvada de Tapper, para ver al tercer piloto krish
salir de su escondite en la cresta, con el rifle apuntando fijamente al pecho de
Karrde.
-¿Por qué no
habría de hacerlo? -preguntó, con voz que sonaba desagradable a sus oídos-. Me
van a matar de todos modos, ¿no es así?
-¿Elige morir
aquí? –replicó Gamgalon-. Por aquí, por favor.
Karrde respiró
hondo. Tapper muerto; el propio Karrde desarmado y solo. Completamente solo;
incluso los morodins de abajo habían desaparecido, al parecer dispersados por
el sonido del disparo de bláster.
Pero no, él no
quería morir ahí. No cuando había alguna posibilidad de que pudiera vivir lo
suficiente para vengar la muerte de Tapper.
-Está bien -suspiró.
Dos de los pilotos se adelantaron y tomaron sus armas, y todos juntos se
pusieron en marcha.
Karrde no
había esperado que le llevasen de vuelta al campamento, y no lo hicieron. Por
la dirección en la que Falmal los llevaba, parecía que se dirigían hacia uno de
los otros claros que habían pasado justo antes de montar el campamento. Donde,
sin lugar a dudas, estaba esperando el aerodeslizador de Gamgalon.
-¿Qué tipo de red
de distribución tienen? -preguntó.
-No necesito
ninguna ayuda -dijo Gamgalon, mirando hacia atrás por encima del hombro-. Como
ya he dicho.
-Mi organización
podría serle útil -señaló Karrde-. Tenemos personas de contacto por toda la...
-Cállese -le
interrumpió Gamgalon.
-Gamgalon,
escuche...
Y de detrás de
él llegó un gruñido profundo y retumbante.
Un gruñido que
se repitió un instante después a ambos lados.
El grupo se
detuvo repentinamente.
-¿Falmal? –exclamó
Gamgalon-. ¿Qué es esto? ¿Por qué hay morodins aquí?
-No lo sé -dijo
Falmal, con inquietud en su voz-. Esto no es para nada habitual en ellos.
Los gruñidos llegaron
de nuevo, de lo que parecían ser las mismas posiciones.
-Tal vez finalmente
se hayan cansado de ser la presa -dijo Karrde, mirando alrededor-. Tal vez hayan
decidido celebrar su propio safari.
-Tonterías –escupió
Falmal. Pero miró a su alrededor, también. Y estaba empezando a temblar-. Mi
señor, sugiero que sigamos adelante. Rápido.
Los rugidos se
repitieron.
-Falmal,
llévate al prisionero -ordenó Gamgalon, con voz repentinamente sombría mientras
sacaba un bláster de debajo de su túnica-. Vosotros, los demás: a los lados y a
la retaguardia. Disparad a cualquier cosa que veáis.
Con cautela,
los tres pilotos salieron hacia la selva, rifles bláster en alto. Falmal se
puso al lado de Karrde, y cerró una mano tensa alrededor de su brazo.
-Rápido -dijo
entre dientes.
Gamgalon se
acercó al otro lado de Karrde, y los tres juntos se apresuraron a seguir. Más
adelante, a través de los árboles, Karrde pudo ver la luz del sol reflejándose
en un aerodeslizador. Otro coro de rugidos de morodin llegó hasta ellos, esta
vez todos desde atrás. Llegaron a la última línea de árboles, saliendo al
claro... Y con un suspiro jadeante Falmal soltó de pronto el brazo de Karrde y cayó
cuan largo era en el suelo, con la empuñadura de una navaja sobresaliendo de su
costado. Gamgalon gruñó y se dio la vuelta, buscando un objetivo para su
desintegrador.
No llegó a
encontrarlo. Justo cuando Karrde se agachó instintivamente hacia un lado, la
túnica del krish estalló en una breve ráfaga de fuego cuando un silencioso
disparo de bláster le golpeó limpiamente en el centro del torso. Cayó de
espaldas al suelo y quedó inmóvil.
Karrde se
volvió; pero no fue a ninguno de sus compañeros de caza a quien vio saliendo de
detrás del árbol que acababan de pasar.
-No se quede
ahí parado -gruñó Celina Marniss, bajando el pequeño bláster que llevaba en la
mano mientras pasaba junto a él y se dirigía hacia el aerodeslizador-. Mi aerodeslizador
está demasiado lejos; tomaremos el suyo. A menos que quiera estar aquí cuando
aparezcan los otros krish.
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