martes, 2 de octubre de 2012

Primer contacto (V)


Los pilotos llegaron una hora después, y durante casi las dos horas siguientes el campamento bulló de actividad mientras embarcaban trozos de carne del morodin muerto y sostenían conversaciones interminables con Tamish y Col-caree acerca de quién se quedaría qué parte de la cabeza y sus preferencias sobre la forma y los materiales para el marco del trofeo. Karrde se quedó fuera de la actividad, retirándose de nuevo a su asiento junto al árbol con un melodium portátil y dejando que Tapper se encargara de su parte del trabajo. Escuchó uno o dos comentarios bastante finamente hilados sobre conducta poco deportiva dirigidos hacia él, pero no les hizo caso. Recostándose contra el árbol, con los ojos medio cerrados, dejó que la música del melodium le envolviera.
Y, subrepticiamente, jugueteó con la configuración del repetidor de comunicaciones integrado en el dispositivo.
El sol se sumergía entre los árboles cuando los pilotos terminaron su trabajo y los aerodeslizadores despegaron hacia el campamento base.
-Confío en que te hayas estado divirtiendo -comentó Tapper, sentándose al lado de Karrde y limpiándose la cara con la manga de su traje de cazador, que ya había dejado de ser elegante-. Algunos de los otros piensan que estás de mal humor.
-No puedo evitar lo que piensen -dijo Karrde-. No te pongas cómodo, vamos a dar un paseo.
-Genial -se quejó Tapper, poniéndose trabajosamente de nuevo en pie-. ¿De qué se trata?
-He estado jugando un poco con el repetidor de comunicaciones -dijo Karrde, levantándose y echándose la correa del melodium por encima del hombro-. Si Falmal y compañía han estado plantando marcadores de transpondedor en los alrededores, deberíamos ser capaces de detectarlos con esto. Despacio y tranquilo; no hay que llamar la atención.
Salieron del campamento y se dirigieron hacia la selva.
La corazonada de Karrde resultó ser cierta: casi de inmediato el repetidor de comunicaciones amañado encontró una señal, procedente de la dirección de donde habían matado al morodin.
Siguiendo el rastro de baba de nuevo, pronto llegaron a lo que quedaba del cadáver, ya pasto de los carroñeros.
-Ahí está -dijo Tapper, señalando a un grupo de arbustos a unos metros de distancia-. Es un marcador de transpondedor, de acuerdo. Y justo junto a uno de los rastros de baba, de nuevo.
-Sí -dijo Karrde, arrodillándose para mirar más de cerca.
Vio que la tierra en el borde de la baba había sido recién removida.
Casi como si hubieran plantado algo allí...
Levantó la vista bruscamente, encontrando los ojos de Tapper. El otro asintió con la cabeza: también había oído el débil ruido de crujidos.
-Viene del campamento -murmuró.
El sonido se repitió.
-Tomemos el camino largo –respondió Karrde también en un susurro, señalando a la sección del rastro de baba por la que Tamish y Cob-caree habían aparecido antes. Explicar a Falmal o a sus secuaces por qué llevaba un melodium en una caminata por la selva podría resultar incómodo.
Sobre todo si encontraban el enlace de comunicaciones trucado de su interior.
Oyeron el crujido de nuevo al abandonar el lugar, pero después de eso pareció desvanecerse detrás de ellos.
Tanto mejor. No más de quince metros más allá en la selva, el rastro de baba desapareció, y cuando reapareció tres metros más lejos, le habían brotado de repente tres ramas más.
-Oh, oh -murmuró Tapper-. ¿Por dónde?
-No estoy seguro -dijo Karrde, mirando detrás de ellos. Toda una manada de Morodins merodeando no era un pensamiento especialmente agradable-. Probemos con este -dijo, señalando el rastro más a la derecha de todos-. Marquemos antes uno de estos árboles para que podamos rehacer nuestro camino si es necesario.
Tapper tenía la mirada perdida en la selva.
-Probemos antes a avanzar un poco más -sugirió lentamente-. Siempre podemos volver.
Karrde le miró frunciendo el ceño.
-¿Has visto algo?
-Una corazonada -dijo Tapper-. Es sólo una corazonada.
Karrde frunció los labios.
-¿Cuánto quieres avanzar?
-Alrededor de trescientos metros -dijo Tapper-. Recuerdo una cresta en esa dirección en el mapa que da una especie de amplia depresión en el terreno.
Karrde hizo una mueca. Trescientos metros en una selva desconocida no era cosa para tomarse a la ligera. Pero por otro lado, casi siempre valía la pena seguir las infrecuentes corazonadas de Tapper.
-Está bien –dijo-. Pero no más allá de la cresta. Y retrocederemos antes si nuestro rastro termina.
-De acuerdo. Vamos.
El rastro de baba se dividió de nuevo pocos metros más adelante, y otras dos veces hizo una de esas breves desapariciones de tres metros con nuevas ramas surgiendo en direcciones diferentes cuando se reanudaba. Durante un tiempo Karrde trató de mantener la cuenta del número de líneas, con la esperanza de averiguar con cuántos animales estaban tratando. Pero pronto abandonó el esfuerzo.
Si los morodins decidían ponerse desagradables, la diferencia entre seis y sesenta de ellos sería bastante retórica.
-Ahí está la cresta -dijo Tapper, señalando hacia delante, hacia la última línea de árboles que parecían abrirse en el cielo azul-. Vamos a echar un vistazo.
Avanzaron entre los árboles. Allí, tendida tal vez a 100 metros por debajo de ellos, se encontraba la amplia depresión con aspecto de valle que Tapper había descrito.
Y reunidos en un extremo de ella había más de cincuenta morodins.
-Hemos encontrado al grupo, de acuerdo -murmuró Karrde con inquietud. La cuesta abajo desde su cresta hasta el valle era bastante pronunciada, pero dudaba que supusiera un problema para algo con el tamaño y la musculatura de un morodin. De hecho, sabía que no lo era; el rastro de baba que estaban siguiendo rebasaba la cresta y continuaba hacia abajo sin descanso.
-No mires a los morodins -dijo Tapper-. Mira los rastros de baba.
-¿Qué pasa con ellos?
-Míralos -instó Tapper-. Dime que tú también lo ves.
Karrde frunció el ceño, preguntándose qué quería decir. La depresión estaba llena de esas líneas, eso estaba claro, claramente visibles entre los árboles y sobre los arbustos aplastados. Un montón de líneas, que mostraban los mismos giros y bifurcaciones que las que habían encontrado ahí arriba...
Y entonces, de repente, lo comprendió.
-No me lo creo –dijo en un jadeo.
-Yo tampoco lo creía -dijo Tapper-. Mira: uno de ellos lo está intentando.
Uno de los morodins se había separado del grupo y se había colocado en el canal de tres metros entre dos de los senderos. Anadeando rápidamente sobre sus cortas patas, avanzó hasta la primera curva y giró hacia la izquierda.
A la primera sección de un laberinto elaboradamente construido.
-Volvamos -dijo Karrde, sacudiendo la cabeza con incredulidad-. Tengo la sensación de que no nos interesa que la gente de Gamgalon nos encuentre aquí.
-Demasiado tarde -dijo una voz suave.
Con cuidado, Karrde miró por encima de su hombro. Dos metros detrás de él se encontraban Falmal y dos de los pilotos krish, los tres con rifles bláster en la mano. Detrás de ellos había un cuarto krish que le miraba pensativamente.
-Desde luego -dijo Karrde, bajando el cañón de su propio rifle y dándose la vuelta para mirarles-. Bueno. Al menos, no deberíamos tener ningún problema para encontrar el camino de regreso al campamento.
-Aún no se ha decidido si vamos a volver directamente al campamento –dijo el cuarto krish con esa misma voz suave-. Bajen las armas, por favor. Y díganme qué están haciendo aquí.
-Estábamos buscando morodins -dijo Karrde, mientras él y Tapper bajaban sus rifles bláster al suelo-. En el proceso nos topamos con el hecho de que son algo más que simples animales. -Arqueó una ceja-. Son seres completamente racionales, ¿no es así, Gamgalon?
El krish sonrió.
-Muy bien –dijo-. En ambas cuestiones. Usted sabe mi nombre; ¿cuál es el suyo?
En estas circunstancias, no parecía tener mucho sentido continuar la mascarada.
-Talon Karrde -se identificó Karrde-. Este es mi socio, Quelev Tapper.
Falmal siseó.
-¿No se lo había dicho, mi señor? –gruñó-. Contrabandistas. Y espías.
-Así parece -dijo Gamgalon-. ¿Por qué estás aquí, Talon Karrde?
-Curiosidad -dijo Karrde-. Había oído historias sobre estos safaris suyos. Quería averiguar qué estaba pasando.
-¿Y lo ha hecho?
-Está cazando seres racionales -dijo Karrde-. En violación de la ley imperial. Incluso en estos días, me imagino que lo que queda del Imperio se encargaría más bien duramente de usted si lo supiera.
Gamgalon volvió a sonreír.
-Imagina usted equivocadamente. Resulta que el gobernador imperial a cargo de Varonat es plenamente consciente de lo que está sucediendo aquí. Su porción de las ganancias es bastante adecuada para asegurarse de que no habrá preguntas indiscretas sobre la caza.
Karrde frunció el ceño.
-Seguramente no está sobornando a un gobernador imperial con los restos de las tasas de inscripción al safari.
-Desde luego que no -dijo Gamgalon-. Pero ya que los safaris proporcionan la cobertura ideal para nuestras operaciones de siembra y cosecha, lo mejor para sus intereses es permitir que continúen.
-Tampoco le está sobornando con bayas de aleudrupa -indicó Tapper- Se pueden comprar esas cosas en el mercado abierto por treinta o cuarenta el paquete.
-Ah... pero no estas bayas de aleudrupa -dijo Gamgalon con aire de suficiencia-. Este cultivo particular crece en suelos saturados de baba de morodin... y durante su crecimiento, estas bayas experimentan un cambio químico extremadamente interesante.
-¿Cómo por ejemplo?
Falmal siseó de nuevo.
-¿Mi señor...?
-No te preocupes -lo tranquilizó Gamgalon-. Piense usted, Talon Karrde, en un carguero que transporte tres cargamentos a un mundo políticamente tenso: rethano-K, triaxlio promhásico y bayas de aleudrupa. Todo inocuo, todo legal, nada que sea tan valioso como para llamar la atención ni de las aduanas imperiales ni de los oficiales de la Nueva República. La nave se deja pasar hacia la superficie, donde es recibida con entusiasmo por sus clientes.
“Quienes, una hora escasa después, estarán lanzando un ataque contra sus enemigos políticos o militares. Con las armas que utilizan una fórmula de bláster tan poderosa como el gas tibanna comprimido.
Karrde le miró fijamente, con un nudo formándose en su estómago.
-¿Las bayas son un catalizador?
-Excelente -dijo Gamgalon con aprobación-. Falmal tenía razón... usted es realmente lo bastante inteligente como para resultar peligroso. Para ser precisos, son las semillas de las bayas las que generan este gas nuevo a partir del rethano y el promhásico. La fruta en sí es perfectamente normal, y puede hacer frente a cualquier prueba química.
-Y los safaris camuflan tanto la siembra y como la cosecha -asintió Karrde-. Con los marcadores de transpondedor ahí para ayudarles a encontrar los cultivos de nuevo después de haberlos plantado. Todos los beneficios del contrabando de armas, sin ninguno de los riesgos.
-Lo ha entendido. -Gamgalon sonrió radiantemente-. Y por tanto también deberá entender por qué no podemos permitir que cualquier indicio de esto se escape.
Hizo un gesto, y uno de los pilotos krish dio un paso hacia adelante, inclinándose torpemente a recoger los fusiles bláster que Karrde y Tapper habían dejado caer.
-Por supuesto que lo entiendo -dijo Karrde-. ¿Tal vez podríamos negociar un acuerdo? Mi organización...
-No habrá ninguna negociación -dijo Gamgalon-. Y soy yo quien decide mis acuerdos. Por aquí, por favor. -El piloto se incorporó, señaló hacia un lado con el rifle de Karrde... Y de pronto las manos de Tapper salieron disparadas, arrancando el rifle de las manos del piloto y golpeando con fuerza la boca del cañón contra el torso del krish. Buscando cobertura en el árbol más cercano, volvió a apuntar con el rifle a Falmal y Gamgalon... y cayó al suelo girando cuando un par de disparos de bláster le atravesaron desde debajo de la cresta, a su derecha. Un único jadeo tembloroso, y él quedó inmóvil-. Confío, Talon Karrde -dijo Gamgalon en el frágil silencio-, que no será usted tan estúpido como para resistirse de manera similar.
Karrde levantó los ojos de la figura encorvada de Tapper, para ver al tercer piloto krish salir de su escondite en la cresta, con el rifle apuntando fijamente al pecho de Karrde.
-¿Por qué no habría de hacerlo? -preguntó, con voz que sonaba desagradable a sus oídos-. Me van a matar de todos modos, ¿no es así?
-¿Elige morir aquí? –replicó Gamgalon-. Por aquí, por favor.
Karrde respiró hondo. Tapper muerto; el propio Karrde desarmado y solo. Completamente solo; incluso los morodins de abajo habían desaparecido, al parecer dispersados por el sonido del disparo de bláster.
Pero no, él no quería morir ahí. No cuando había alguna posibilidad de que pudiera vivir lo suficiente para vengar la muerte de Tapper.
-Está bien -suspiró. Dos de los pilotos se adelantaron y tomaron sus armas, y todos juntos se pusieron en marcha.
Karrde no había esperado que le llevasen de vuelta al campamento, y no lo hicieron. Por la dirección en la que Falmal los llevaba, parecía que se dirigían hacia uno de los otros claros que habían pasado justo antes de montar el campamento. Donde, sin lugar a dudas, estaba esperando el aerodeslizador de Gamgalon.
-¿Qué tipo de red de distribución tienen? -preguntó.
-No necesito ninguna ayuda -dijo Gamgalon, mirando hacia atrás por encima del hombro-. Como ya he dicho.
-Mi organización podría serle útil -señaló Karrde-. Tenemos personas de contacto por toda la...
-Cállese -le interrumpió Gamgalon.
-Gamgalon, escuche...
Y de detrás de él llegó un gruñido profundo y retumbante.
Un gruñido que se repitió un instante después a ambos lados.
El grupo se detuvo repentinamente.
-¿Falmal? –exclamó Gamgalon-. ¿Qué es esto? ¿Por qué hay morodins aquí?
-No lo sé -dijo Falmal, con inquietud en su voz-. Esto no es para nada habitual en ellos.
Los gruñidos llegaron de nuevo, de lo que parecían ser las mismas posiciones.
-Tal vez finalmente se hayan cansado de ser la presa -dijo Karrde, mirando alrededor-. Tal vez hayan decidido celebrar su propio safari.
-Tonterías –escupió Falmal. Pero miró a su alrededor, también. Y estaba empezando a temblar-. Mi señor, sugiero que sigamos adelante. Rápido.
Los rugidos se repitieron.
-Falmal, llévate al prisionero -ordenó Gamgalon, con voz repentinamente sombría mientras sacaba un bláster de debajo de su túnica-. Vosotros, los demás: a los lados y a la retaguardia. Disparad a cualquier cosa que veáis.
Con cautela, los tres pilotos salieron hacia la selva, rifles bláster en alto. Falmal se puso al lado de Karrde, y cerró una mano tensa alrededor de su brazo.
-Rápido -dijo entre dientes.
Gamgalon se acercó al otro lado de Karrde, y los tres juntos se apresuraron a seguir. Más adelante, a través de los árboles, Karrde pudo ver la luz del sol reflejándose en un aerodeslizador. Otro coro de rugidos de morodin llegó hasta ellos, esta vez todos desde atrás. Llegaron a la última línea de árboles, saliendo al claro... Y con un suspiro jadeante Falmal soltó de pronto el brazo de Karrde y cayó cuan largo era en el suelo, con la empuñadura de una navaja sobresaliendo de su costado. Gamgalon gruñó y se dio la vuelta, buscando un objetivo para su desintegrador.
No llegó a encontrarlo. Justo cuando Karrde se agachó instintivamente hacia un lado, la túnica del krish estalló en una breve ráfaga de fuego cuando un silencioso disparo de bláster le golpeó limpiamente en el centro del torso. Cayó de espaldas al suelo y quedó inmóvil.
Karrde se volvió; pero no fue a ninguno de sus compañeros de caza a quien vio saliendo de detrás del árbol que acababan de pasar.
-No se quede ahí parado -gruñó Celina Marniss, bajando el pequeño bláster que llevaba en la mano mientras pasaba junto a él y se dirigía hacia el aerodeslizador-. Mi aerodeslizador está demasiado lejos; tomaremos el suyo. A menos que quiera estar aquí cuando aparezcan los otros krish.

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