El aerodeslizador de Alex se deslizó a lo largo de la sinuosa
carretera de montaña al sur del espaciopuerto. Tenía tal instinto natural para
el pilotaje, que casi podía volar con los ojos vendados.
No hay signos de aumento de la
actividad por aquí, pensó. Le sorprendió que los
imperiales no parecieran demasiado preocupados por de su cargamento de mineral,
incluso después del incidente de la noche anterior. Bueno, esperemos que eso haga nuestro trabajo un poco más fácil.
Alex giró su aerodeslizador para salir de la carretera principal
y se detuvo cerca de un kilómetro hacia el oeste. Allí había una serie de
cuevas que había descubierto cuando era una niña, que resultaban perfectas para
ocultar aerodeslizadores, o cualquier arma que pudiera resultar útil a la
resistencia. Introdujo su aerodeslizador al interior de una cueva, iluminando
la oscuridad con sus luces, y avanzó a unos 50 metros de la entrada
antes de detenerse.
La cueva estaba desierta; sus compañeros habían tomado de su
escondite el lanzador de misiles Plex robado. Estarían establecidos a unos dos
kilómetros hacia el sureste, al acecho de ese convoy de suministros. Alex se
puso algo de ropa de camuflaje y luego agarró su rifle bláster y sus macrobinoculares
del compartimiento oculto en el deslizador terrestre. Echó a andar a paso
ligero para ponerse en su posición para el ataque inminente.
Alex se abrió paso cuidadosamente a través del terreno
densamente arbolado, ascendiendo una colina, bajando por el otro lado y volviendo
a subir la siguiente. Echó un vistazo a su espalda -no quería que se repitiera
lo de la última noche- pero no vio ni rastro de soldados exploradores en la
selva.
Desde su posición en la cima de la colina Hargon, Alex tenía una
visión clara de una pequeña porción de la carretera a unos 150 metros de distancia.
Sabía que a todo su alrededor, en las colinas, 30 miembros de la resistencia estaban
esperando, cada uno con un ángulo ligeramente sobre el camino. A cada persona
se le había asignado un objetivo específico. Tendrían suerte si conseguían
efectuar más de dos disparos, por lo que cada tiro tenía que contar.
Alex examinó el visor de su rifle desintegrador apuntando a un
punto de la carretera donde esperaba que aparecieran dos soldados exploradores.
Miró su cronómetro. Ya no tardarán mucho,
pensó.
El bosque amortiguó los sonidos de los dos exploradores de
avanzada, pero Alex los vio mientras seguían el sinuoso camino hacia el espaciopuerto.
Justo a tiempo. Respiró
profundamente, tratando de relajarse y colocarse en una posición cómoda. Pasó un
tenso minuto más. Luego, a través de la mira, observó como primero dos, y luego
cuatro soldados exploradores más, aparecieron en el camino. El primer esquife iba
detrás de ese grupo. De repente, una explosión sacudió la ladera cuando el
misil Plex encontró su primer objetivo. Alex disparó inmediatamente su primer tiro,
golpeando al tercer soldado explorador. Otro disparo, y abatió también al que
se encontraba a su lado. Otra explosión iluminó el bosque cuando el segundo esquife
explotó en llamas. Alex miró a través de sus macros y, desde su posición
ventajosa, pudo ver cuatro soldados exploradores muertos. Un quinto parecía
estar herido, arrastrándose lejos de su destrozado deslizador. Partes del
esquife habían salido volando a metros de distancia en todas las direcciones,
probablemente matando a algunos otros soldados.
Pero por ahora, el trabajo de Alex estaba hecho. Se colgó del
hombro el rifle bláster y descendió por la ladera de la montaña hacia el
noroeste, donde estaba oculto su aerodeslizador. Casi tenía las cuevas a la
vista cuando alguien salió de detrás de un árbol y la abordó, tirándola al
suelo. Trató de apartarse de él, pero él era mucho más fuerte. Ella estaba
tumbada boca abajo en el suelo cuando él le quitó la prenda de la cabeza y le
dio la vuelta.
-¡Santo Imperio! dijo. Era Lej Carner. ¿Qué galaxias estaba haciendo
aquí? Debe haberme seguido, probablemente
preguntándose por qué me salté el giro hacia la mansión del gobernador. Se
preguntó si sabía algo acerca de las cuevas. ¡Alex, pensó para sí, tienes
que tener más cuidado!
-¡Quítate de encima! -le gritó, con la esperanza de hacerle perder
el equilibrio.
-Alexandra -dijo, alejándose de ella, pero sacando un bláster de
su cinturón-, llevas unas prendas muy extrañas. -Hizo una pausa, y luego señaló
su bláster-. Bonito rifle. ¿Equipación estándar de la resistencia?
Alex se sentó mirándole. Si tan sólo pudiera mantener la calma
durante unos minutos, seguramente alguno de sus compañeros aparecería. Tenía
que retenerle. Empezó a levantarse.
-Cuidado –dijo él-. Aléjate del rifle. Despacio. Vaya, Alexandra,
apuesto a que no escuchaste esas dos explosiones, ¿verdad?
Su tono chorreaba sarcasmo, pero Alex le mantuvo la mirada. Se
acercó a él un paso.
-Lej, yo...
-No te molestes, Alexandra. No quiero tener nada que ver con
traidores.
Por el rabillo del ojo, Alex vio un movimiento en los árboles de
su izquierda. Desvió la mirada hacia la derecha, y los ojos de Lej le
siguieron. Obviamente, esa no era su línea de trabajo. Se había olvidado de que
probablemente ella tendría compañeros. Miró a su alrededor con nerviosismo, y
luego se acercó y empujó a Alex hacia su deslizador terrestre.
Alex se tiró al suelo, y escuchó cómo sonaba un disparo. Miró
hacia atrás para ver como Lej se desplomaba en el suelo rocoso, muriendo al
instante por el disparo de bláster.
Un hombre al que conocía como Chance apareció de detrás de un
árbol.
-¿Estás bien? -le preguntó.
Ella asintió, pero se sentía más agitada de lo que quería
admitir.
-Gracias -dijo ella, sin querer mirar el cuerpo de su compañero
de clase, pero obligándose a hacerlo.
Chance le puso su mano sobre el hombro.
-Ya pasó todo -le dijo.
Alex tomó una respiración profunda.
-Si. Voy a mover el deslizador terrestre a la cueva -dijo.
-Yo me desharé del cuerpo -dijo Chance. Se echó el cuerpo sin
vida sobre los hombros y se dirigió hacia los Acantilados.
Después de que Alex moviera el deslizador terrestre de Lej a las
profundidades de las cuevas, se cambió de ropa, devolvió el rifle bláster y los
macrobinoculares a su compartimiento oculto, y sacó de la cueva su propio
deslizador terrestre.
Sabía que el camino principal pronto estaría lleno de tropas
Imperiales, pero el camino de regreso a la mansión del gobernador estaba
desierto. Sólo había un kilómetro hasta la avenida principal cerca de la
mansión. Todo parecía perfectamente normal mientras llevaba el deslizador
terrestre bajo el pórtico delantero de la mansión. Aparcó, cogió sus libros y
se dirigió a la casa. Miró su cronómetro. Eran las 13:10.
No hay comentarios:
Publicar un comentario