jueves, 4 de octubre de 2012

Un rayo de esperanza (IV)


El aerodeslizador de Alex se deslizó a lo largo de la sinuosa carretera de montaña al sur del espaciopuerto. Tenía tal instinto natural para el pilotaje, que casi podía volar con los ojos vendados.
No hay signos de aumento de la actividad por aquí, pensó. Le sorprendió que los imperiales no parecieran demasiado preocupados por de su cargamento de mineral, incluso después del incidente de la noche anterior. Bueno, esperemos que eso haga nuestro trabajo un poco más fácil.
Alex giró su aerodeslizador para salir de la carretera principal y se detuvo cerca de un kilómetro hacia el oeste. Allí había una serie de cuevas que había descubierto cuando era una niña, que resultaban perfectas para ocultar aerodeslizadores, o cualquier arma que pudiera resultar útil a la resistencia. Introdujo su aerodeslizador al interior de una cueva, iluminando la oscuridad con sus luces, y avanzó a unos 50 metros de la entrada antes de detenerse.
La cueva estaba desierta; sus compañeros habían tomado de su escondite el lanzador de misiles Plex robado. Estarían establecidos a unos dos kilómetros hacia el sureste, al acecho de ese convoy de suministros. Alex se puso algo de ropa de camuflaje y luego agarró su rifle bláster y sus macrobinoculares del compartimiento oculto en el deslizador terrestre. Echó a andar a paso ligero para ponerse en su posición para el ataque inminente.
Alex se abrió paso cuidadosamente a través del terreno densamente arbolado, ascendiendo una colina, bajando por el otro lado y volviendo a subir la siguiente. Echó un vistazo a su espalda -no quería que se repitiera lo de la última noche- pero no vio ni rastro de soldados exploradores en la selva.
Desde su posición en la cima de la colina Hargon, Alex tenía una visión clara de una pequeña porción de la carretera a unos 150 metros de distancia. Sabía que a todo su alrededor, en las colinas, 30 miembros de la resistencia estaban esperando, cada uno con un ángulo ligeramente sobre el camino. A cada persona se le había asignado un objetivo específico. Tendrían suerte si conseguían efectuar más de dos disparos, por lo que cada tiro tenía que contar.
Alex examinó el visor de su rifle desintegrador apuntando a un punto de la carretera donde esperaba que aparecieran dos soldados exploradores. Miró su cronómetro. Ya no tardarán mucho, pensó.
El bosque amortiguó los sonidos de los dos exploradores de avanzada, pero Alex los vio mientras seguían el sinuoso camino hacia el espaciopuerto. Justo a tiempo. Respiró profundamente, tratando de relajarse y colocarse en una posición cómoda. Pasó un tenso minuto más. Luego, a través de la mira, observó como primero dos, y luego cuatro soldados exploradores más, aparecieron en el camino. El primer esquife iba detrás de ese grupo. De repente, una explosión sacudió la ladera cuando el misil Plex encontró su primer objetivo. Alex disparó inmediatamente su primer tiro, golpeando al tercer soldado explorador. Otro disparo, y abatió también al que se encontraba a su lado. Otra explosión iluminó el bosque cuando el segundo esquife explotó en llamas. Alex miró a través de sus macros y, desde su posición ventajosa, pudo ver cuatro soldados exploradores muertos. Un quinto parecía estar herido, arrastrándose lejos de su destrozado deslizador. Partes del esquife habían salido volando a metros de distancia en todas las direcciones, probablemente matando a algunos otros soldados.
Pero por ahora, el trabajo de Alex estaba hecho. Se colgó del hombro el rifle bláster y descendió por la ladera de la montaña hacia el noroeste, donde estaba oculto su aerodeslizador. Casi tenía las cuevas a la vista cuando alguien salió de detrás de un árbol y la abordó, tirándola al suelo. Trató de apartarse de él, pero él era mucho más fuerte. Ella estaba tumbada boca abajo en el suelo cuando él le quitó la prenda de la cabeza y le dio la vuelta.
-¡Santo Imperio! dijo. Era Lej Carner. ¿Qué galaxias estaba haciendo aquí? Debe haberme seguido, probablemente preguntándose por qué me salté el giro hacia la mansión del gobernador. Se preguntó si sabía algo acerca de las cuevas. ¡Alex, pensó para sí, tienes que tener más cuidado!
-¡Quítate de encima! -le gritó, con la esperanza de hacerle perder el equilibrio.
-Alexandra -dijo, alejándose de ella, pero sacando un bláster de su cinturón-, llevas unas prendas muy extrañas. -Hizo una pausa, y luego señaló su bláster-. Bonito rifle. ¿Equipación estándar de la resistencia?
Alex se sentó mirándole. Si tan sólo pudiera mantener la calma durante unos minutos, seguramente alguno de sus compañeros aparecería. Tenía que retenerle. Empezó a levantarse.
-Cuidado –dijo él-. Aléjate del rifle. Despacio. Vaya, Alexandra, apuesto a que no escuchaste esas dos explosiones, ¿verdad?
Su tono chorreaba sarcasmo, pero Alex le mantuvo la mirada. Se acercó a él un paso.
-Lej, yo...
-No te molestes, Alexandra. No quiero tener nada que ver con traidores.
Por el rabillo del ojo, Alex vio un movimiento en los árboles de su izquierda. Desvió la mirada hacia la derecha, y los ojos de Lej le siguieron. Obviamente, esa no era su línea de trabajo. Se había olvidado de que probablemente ella tendría compañeros. Miró a su alrededor con nerviosismo, y luego se acercó y empujó a Alex hacia su deslizador terrestre.
Alex se tiró al suelo, y escuchó cómo sonaba un disparo. Miró hacia atrás para ver como Lej se desplomaba en el suelo rocoso, muriendo al instante por el disparo de bláster.
Un hombre al que conocía como Chance apareció de detrás de un árbol.
-¿Estás bien? -le preguntó.
Ella asintió, pero se sentía más agitada de lo que quería admitir.
-Gracias -dijo ella, sin querer mirar el cuerpo de su compañero de clase, pero obligándose a hacerlo.
Chance le puso su mano sobre el hombro.
-Ya pasó todo -le dijo.
Alex tomó una respiración profunda.
-Si. Voy a mover el deslizador terrestre a la cueva -dijo.
-Yo me desharé del cuerpo -dijo Chance. Se echó el cuerpo sin vida sobre los hombros y se dirigió hacia los Acantilados.
Después de que Alex moviera el deslizador terrestre de Lej a las profundidades de las cuevas, se cambió de ropa, devolvió el rifle bláster y los macrobinoculares a su compartimiento oculto, y sacó de la cueva su propio deslizador terrestre.
Sabía que el camino principal pronto estaría lleno de tropas Imperiales, pero el camino de regreso a la mansión del gobernador estaba desierto. Sólo había un kilómetro hasta la avenida principal cerca de la mansión. Todo parecía perfectamente normal mientras llevaba el deslizador terrestre bajo el pórtico delantero de la mansión. Aparcó, cogió sus libros y se dirigió a la casa. Miró su cronómetro. Eran las 13:10.

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