Patricia A. Jackson
La moto deslizadora dio sacudidas en
señal de protesta, levantando montículos de arena negra contra la duna.
-¡Gracias por la compañía, chico! –gritó
el piloto sobre los atronadores motores. Drake Paulsen se alejó del extraño,
sacudiéndose el hollín negro de la ropa y el cabello. Limpió sus gafas de vuelo
con dedos arenosos, llenos de tierra, borrando el hollín obstinado de la lente.
-¡Gracias por el viaje! –respondió
gritando Drake, mientras subía corriendo por la cara de la duna. Se retiró el
trapo saturado de arena de su rostro, refrescado por el aire frío que soplaba
suavemente sobre su piel. Echando un vistazo por encima del hombro, escuchó, y
luego gritó-. Estarán aquí en cualquier momento.
El nómada aceleró el motor
sobrealimentado, girando la barra de dirección mientras aceleraba a fondo. La
moto serpenteó descontrolada, levantando arena y escombros mientras el vehículo
aceleraba en la llanura reseca. Drake trepó a lo alto de la duna, su cuerpo
ágil acostumbrado a la tierra suelta deslizándose entre sus dedos. Cerca de la
cima, sin aliento, se dejó caer en la cama de arena, volviéndose a echar un
vistazo a la sombra del nómada antes de que desapareciera entre las olas del
desierto.
La palabra “socorro” significaba “tierra
arrasada” en corelliano antiguo. A Drake se le ocurría ningún nombre más
adecuado para describir su mundo natal. De polo a polo, las crestas ennegrecidas
de ceniza volcánica endurecida cubrían el planeta. A lo lejos, la cordillera
Rym permanecía como el testamento silencioso de los volcanes muertos hace
tiempo que habían soltado esas cenizas.
Suspirando, Drake se inclinó sobre la
duna, apoyando la cabeza contra la arena. Oyó el zumbido distintivo de los
cazadores que se acercaban, montados en motos de desierto de precios
exageradamente altos y características burdamente limitadas. Confiado, el joven
socorrano les saludó con la mano, sonriendo cuando se detuvieron indecisos, con
sus figuras temblando inestables en los vapores termales que surgían del suelo
del desierto. Por un momento, Drake pensó preocupado que podían ir tras él e,
inconscientemente, puso el pulgar sobre el seguro de su bláster deportivo,
sintiendo la familiar culata contra su palma. No había ningún precio puesto por
su cabeza, y había poco que ganar de un chico de 15 años de edad que, sin
saberlo, había ido de paquete en la moto deslizadora de un conocido criminal
galáctico. Drake se oyó a sí mismo suspirar de alivio cuando los cazadores de
recompensas finalmente siguieron su camino, de vuelta a los Páramos Doaba en
busca de una caza más rentable.
Acurrucado en el seno de su planeta
natal, Drake se llevó las gafas hacia atrás contra su rebelde mata de cabello
castaño. Con aire ausente, se tocó el aro de oro en el lóbulo izquierdo, y sus
ojos azules lucharon contra el
resplandor del sol menguante de Socorro. La delgada máscara de hollín del desierto
no podía ocultar el rostro hermoso bronceado, ni la sonrisa de satisfacción que
cruzaba sus labios. De repente, la brisa que antes era fresca, comenzó a soplar
desde los páramos. Drake tiró del cordón de cuero alrededor de su cuello,
haciendo rodar la pequeña bolsa entre sus dedos. De mala gana, se retiró del
abrazo de la arena, estirando sus articulaciones entumecidas antes de hacer su
camino a la cima de la colina.
La estación espacial Soco-Jarel estaba
viva y animada con el tráfico entrante y saliente de transportes pesados y salta
planetas. Amortiguados por las arenas profundas, Drake podía sentir los
generadores eléctricos enterrados bajo el suelo y escuchar las voces de los
técnicos, droides y maquinaria, incluso cuando el viento llevaba a sus oídos el
silbido estridente de un motor iónico defectuoso. Avanzando con cuidado por la inestable
cresta de la duna, Drake se detuvo, metiéndose las manos en los bolsillos, mientras
echaba un vistazo final a las nubes de tormenta que se movían por todo el
horizonte.
Ajena a las maravillas naturales de ese
mundo, Soco-Jarel se extendía varios kilómetros en el desierto, usando hangares
externos y plataformas de vuelo para recibir cargueros y transportes de toda la
galaxia. La entrada norte estaba a sólo unos pocos metros de las puertas de la
capital planetaria, Vakeyya, la única ciudad reconocida en la faz del planeta.
-¿Kaine?
Sacado de su ensimismamiento, Drake
empezó a bajar la colina. Usando los pliegues endurecidos tallados en la roca
por las emanaciones de los escapes los cohetes de despegue de los cargueros, se
deslizó por la pendiente final. Deliberadamente dejó el resplandor del sol justo
sobre su hombro derecho, una vieja superstición nómada para tener buena suerte.
-Sólo soy yo, Toob -respondió Drake, estrechando
la mano firme.
-He oído rumores acerca de que tu viejo
iba a regresar -dijo el viejo capitán del carguero. Entonces, advirtiendo la pistola
deportiva en la cadera del joven, añadió-: Viajas bastante ligero, ¿no?
Disimulando fácilmente su horror por la
vergüenza, Drake sonrió al corelliano lleno de cicatrices. Los cirujanos habían
dejado un parche liso de amarillento tejido cicatrizado donde la llamarada de
un detonador térmico casero había volado el ojo izquierdo de Toob. Habían
sustituido el otro ojo con una unidad cibernética, que se ajustaba mal a la
flácida cuenca dañada. Drake recordó que un aspirante a cazador de recompensas había
colocado en la pared de un almacén el explosivo defectuoso que arruinó la cara
de Toob, hirió a otro hombre, y mató a otros siete, entre ellos el cazador de
recompensas. Las lesiones tenían ya casi un mes, y sin embargo parecían tan
recientes como si sólo tuvieran unos pocos días.
-Papá dice que no estoy listo para un
bláster pesado -confesó Drake, mirando con gratitud lejos de la cara de Toob.
-Si puedes sostenerlo y dispararlo,
entonces ya tienes edad suficiente. -Toob suspiró-. La galaxia ya no es segura,
ni siquiera aquí en Vakeyya -gruñó, un sonido que Drake sólo podía definir como
derrota-. Es como siempre he dicho, hay dos tipos de vida en Socorro,
depredadores...
-Y otros depredadores más grandes, más
inteligentes y más rápidos -terminó Drake.
Toob sonrió con ironía. Era un esfuerzo
honesto contra el grueso tejido cicatricial que cubría su rostro.
-Hablas como un verdadero canalla. -Al
darse cuenta de la bolsa en el pecho de Drake, la abrió y vertió el contenido
en su mano enguantada, sonriendo ante las reliquias infantiles: un diente de
leche, un anillo hecho con el eje roto de una bobina de iones, y una garra de
lagarto momificada-. Voy a irme un tiempo, Drake -dijo Toob, devolviendo los objetos
a su sitio-, para descansar. -Vaciló, y luego agregó-: Si tú o tu padre alguna
vez necesitáis un lugar... buscadme en Vedis IV.
Toob se encorvó, dibujando líneas en la
tierra a los pies de Drake. Recogiendo un pequeño montículo de arena en la
mano, lo vertió en la bolsa de cuero, tirando de la cuerda para sellar la abertura-.
Recuerda siempre de donde vienes, muchacho. Es una cosa que nadie puede arrebatarte.
En silencio, pasó junto a Drake,
caminando en dirección a la estación de acoplamiento inferior.
Drake forzó que un aliento entrara en
sus pulmones, sintiendo que un peso enorme caía sobre él. Miró la espalda del
viejo, reconociendo por sus palabras y sus acciones que Toob se iba para morir,
fuera del planeta, como era de esperar. Nadie moría en Socorro. Era tabú incluso
hablar de los muertos, que no estaban realmente muertos, sino "fuera del
planeta por negocios”. A pesar de esta y otras tradiciones extrañas, los socorranos
sentían una inconmensurable sensación de orgullo cultural. Bajo el cielo
oscuro, Drake sólo podía sentir lástima.
El joven socorrano se encogió de
hombros contra el peso infinitesimal de la arena. Pacientemente, esperó a ver la
nave de Toob, la Gloria , despegar de la
estación, con su motor iónico silbando en la atmósfera superior. Mientras
observaba, el carguero ligero pareció vaporizarse, tragado entero por las nubes
de tormenta que se acercaban. Drake tiró distraídamente de su pendiente,
desenredando sus rizos del aro de oro. En silencio, se abrió paso entre las familiares
sombras de la urbe hasta a la
Taberna Polvo Negro.
-¡Vaya, que un rancor me use como
juguete de morder! -gritó una voz desde el fondo de la taberna-. ¡Lom! ¿Cuándo has
aterrizado?
Drake se encogió de hombros frente al
insulto de su apodo de infancia. Algunos de los clientes de la taberna, nativos
y de fuera del planeta, le saludaron con la cabeza. Respetuosamente, les
devolvió el gesto en silencio, acercándose a la barra.
-¡Por todas las lunas de Nal Hutta,
muchacho! -juró el curtido pirata, avanzando hacia él.
Drake sonrió, tratando desesperadamente
de enfocar su mirada en el venerable rostro de Karl Ancher, el más antiguo
socio y amigo de su padre. Trató de ignorar la peculiar cojera de Ancher al
caminar, un paso muy doloroso a la vista del joven Socorran. Ancher fue el otro
sobreviviente del detonador casero, que dejó al viejo contrabandista con unos
meses para contemplar su notoria ocupación y un implante cibernético en la
pierna.
-¿Cómo estás, Lom? -canturreó
musicalmente. Blandiendo con destreza una jarra sobre el mostrador, sirvió una
generosa porción de raava socorrano en ella.
-Aterricé hace unas horas -respondió
Drake, tomando un sorbo. El denso líquido marrón era dulce con un picor
inesperado. Hizo una mueca cuando el raava amargo bajó quemando por su
garganta.
-Está bien, pero la Señorita Oportunidad tiene problemas hidráulicos de
nuevo -gruñó Drake, ronco por el raava-. La está llevando a la estación para hacer
reparaciones.
-¿Qué pasó con ese lujoso Ghtroc que su
padre juró que tendría? -Ancher guiñó un ojo con picardía-. Incluso aunque
tuviera que robarlo.
-¿El Inquebrantable? -Drake sonrió con picardía-. Bien escondido –susurró-.
En algún lugar de los Páramos Doaba.
Los ojos del viejo corellianas brillaron
con orgullo.
-En algún lugar de los Páramos Doaba –refunfuñó-,
donde sólo un escarabajo de agua podría encontrarlo.
Detrás de la barra, entre una colección
de imágenes holográficas y fotos estáticas, Drake vio un grabado holográfico de
su padre, de pie junto a sus mentores, Karl y Toob.
Necesitando sólo su sentido de contrabandista
de seguir los ojos de Drake, Ancher susurró:
-Vaya, supongo que te encontraste con Toob
de camino a la estación.
Drake asintió sin hacer más comentarios,
mirando el reflejo brillante.
-Lom. –Ancher suspiró, apoyado contra
el mostrador-. Espero que nunca aprendas las lecciones que el viejo Toob y yo tuvimos
que aprender. He enseñado a tu padre los trucos que yo mismo me enseñé. Los
mismos trucos que te está enseñando. Todo con la esperanza de que no tengas que
terminar como Toob, todo roto y asustado por dentro.
Drake se encogió de hombros.
-Eso nunca me sucederá, Ancher.
El paternal corelliano no le devolvió
la sonrisa socarrona.
-Algunas heridas son profundas, Lom,
más profundas incluso que el corazón de un pirata socorrano.
Drake oyó la puerta de la taberna al
abrirse. El habitual ruido del bar y las charlas de los clientes quedaron
repentinamente en silencio. Hubo una larga pausa, mientras los pasos resonaban entrando
en la sala y la puerta se cerraba. Mirando con aire casual por encima de su
hombro, Drake vio, aunque no muy claramente en la oscuridad, tres figuras
desconocidas. Ansioso, colocó el pulgar sobre el seguro de su bláster, interpretando
las señales del más experimentado Ancher.
-Ten cuidado, muchacho -le susurró
Ancher-. Algunos de los parientes lejanos de tu papá están llegando.
En Socorro, no existían los enemigos,
sólo los "parientes lejanos". Nacido en el seno de la tradición del
contrabando, Drake estaba familiarizado con el oscuro submundo de su planeta
natal y las sombras que nunca parecían desvanecerse. Una de esas figuras
recurrentes era un sluissi, Secles Uslopos, que trabajaba como consejero de uno
de más temidos señores de Socorro, Abdi-Badawzi. Humanoide de cintura para
arriba, una túnica de color púrpura oscuro cubría los hombros estrechos del
sluissi. Por debajo de esta, su cuerpo serpentino parecía enrollarse sobre sí
mismo una y otra vez conforme se deslizaba por la taberna, inmediatamente seguido
por dos bruscos y desaliñados gamorreanos.
Cruzando las manos ante él, como si estuviera
rezando, el sluissi se alzó sobre su cola, oscilando hipnóticamente de un lado
a otro y silbar en voz baja.
-¿Qué quieres decir con que no nos
alarmemos? –escupió Ancher.
Drake miró fijamente al corelliano y
luego al sluissi, dándose cuenta de que la airada frase de Ancher era en
respuesta al alienígena.
Sin inmutarse, Secles siseó.
-Sssaludosss, amigo Ancher y joven
Paulsssen, essstoy complacido de que los rumoresss que hemosss oído hayan
resssultado ssser ciertosss. -Extendiendo los brazos a ambos lados, dijo
efusivamente-: Tú y tu padre habéisss regresssado, triunfalmente, a Sssocorro.
Bienvenido. Bienvenido a casssa.
-¿Y a ti qué te importa, cabeza cuero?
–escupió Ancher, posando con aire casual un rifle bláster en la barra.
El sluissi vaciló, como si asimilase el
insulto. Los gamorreanos detrás de él comenzaron a gruñir con intensa agitación.
Sus hocicos marrones y rosas brillaban por la mucosidad, como complemento de la
baba que colgaba de sus mandíbulas. Secles susurró en voz baja:
-Essstoy aquí en nombre del honorable
Abdi-Badawzi.
Drake frunció el ceño.
-¿Y qué quiere Abdi?
El sluissi se sonrojó, con un rubor
rosa irradiándose por el pálido pigmento detrás de su cabeza.
-El Magnífico ha sssolicitado que el
gran Chu'la y sssu hijo que le concedan un pequeño favor, por el cual ambosss
ssserán bien compensssadosss.
-No -dijo Drake secamente, volviéndose
hacia la barra.
-Abdi-Badawzi ha sssido bassstante essspecífico
-siseó el sluissi. El pliegue de piel en la parte posterior de su cabeza se
estremeció nerviosamente-. ¿Te atreveríasss a negarte a mossstrar ressspeto al
mentor y único benefactor de tu padre?
-Sí -dijo Drake, bebiendo el resto de
su raava.
-¡Ya has oído al niño! –espetó Ancher
rápidamente-. Rasca grava, cabeza cuero.
El sluissi rebuscó en los bolsillos
frontales de su túnica. La acción, aunque lenta y deliberada, hizo que Drake estallase.
Sacó su bláster en un rápido movimiento de balanceo, colocando la boca del arma
a un metro de la cara del sluissi. Sujetándola firmemente, Drake miró a la cara
del alienígena, consciente de los furiosos gamorreanos que estaban a punto de
rodearlo.
-Hazlo y desparramaré tus choobies por
toda la pared del fondo -espetó Ancher desde detrás del rifle bláster.
-Misss perdonesss. -Amablemente, el sluissi
se inclinó en señal de sumisión, extrayendo con calma un paquete de su túnica-.
Abdi-Badawzi ofrece essste pago, 1.500 créditosss sssolo por tu presssencia, joven
Paulsssen. Dosss mil para tu padre, Chu'la, sssi comparece.
Ancher estaba impresionado con la
oferta, pero su experiencia anterior con el engañoso gángster twi'lek hacía que
sus sentidos de contrabandista sonaran de alarma.
-¿Lom? -susurró, apuntando al mayor de
los gamorreanos a través de su visor.
-He dicho que no -contestó Drake.
Ancher se aclaró la garganta, y luego
gruñó:
-Toma tu dinero y tusss mússssculosss -miró
a los gamorreanos mientras se burlaba del acento del sluissi- y sal de mi bar.
Sin decir más, el sluissi hizo una
reverencia hizo una seña a los gamorreanos para que lo siguieran a través de la
puerta. Mientras se retiraban, Drake observó un arsenal de armas ilegales y gatillos
ansiosos debajo de las mesas. Varios de los clientes de la taberna suspiraron,
visiblemente aliviados al ver partir al sluissi y los gamorreanos.
-Lleváis sólo unas horas de vuelta y
Badawzi ya está tratando de añadiros a ti y a tu padre a su colección de
quemados. -Ancher negó con la cabeza, volviendo a dejar el rifle bláster debajo
de la barra-. Será mejor que vigiles tu espalda, chico. Por lo general, Badawzi
siempre consigue lo que quiere.
-Mejor me voy -suspiró Drake, bebiendo
el último trago de su raava.
-Recuerda lo que he dicho –dijo Ancher-.
Vigila tu espalda.
Haciendo una pausa para comprobar si
había un camino despejado hacia el hangar de atraque, Drake se volvió hacia el
viejo corelliano y sonrió.
-Cuídate, Ancher.
Desapareció en la noche fuera de la
puerta de la taberna.
Nubes onerosas avanzaban desde el
desierto profundo, amenazando lluvia en los cielos sobre Vakeyya, lluvia que no
había caído en casi un milenio. Los reflectores iluminaban con su claridad un
techo de un kilómetro de alto sobre el puerto espacial. Drake hizo una pausa
para mirar el vaivén, la rutina hipnótica de las luces. Le recordaban al sluissi
entrometido del bar. Temblando por el frío, sintió cómo una repentina y extraña
sensación de entumecimiento viajaba a través de sus miembros. Ante sus ojos,
las luces del hangar oscilaron y vacilaron, girando en espiral con el patrón
esporádico del hiperespacio.
Horrorizado, Drake reconoció los
efectos de un bláster en su ajuste bajo para aturdir. Luchó desesperadamente
por resistir la fuerza paralizante. La Taberna Polvo Negro estaba a sólo unos pocos
metros a un lado. Trató de gritar contra su atacante invisible, pero fue detenido
inmediatamente por una mano que le agarró del cuello. El joven socorrano cayó
de rodillas, una posición deliberada de rendición; pero la mano no lo liberó, ni
siquiera mientras jadeaba en busca de aire. Se desmayó.
Drake se despertó con un dolor sordo en
la cabeza. Gimiendo, estiró el cuello contra las almohadas para aliviar
temporalmente la presión de los nervios pinzados. Trató de rememorar sus
últimos y vagos recuerdos de los gamorreanos arrastrándolo hacia un callejón
cercano y asfixiándolo hasta dejarlo inconsciente. Su siguiente recuerdo era
Secles mirándole ansiosamente a la cara, comprobando si había vida en sus
pupilas dilatadas. A pesar de que apenas entendía gamorreano, debía haber habido
una breve discusión sobre la ira de Abdi-Badawzi si el hijo de Chu'la resultase
herido permanentemente. A continuación, con total nitidez, Drake recordaba la
sala del trono principal de la fortaleza subterránea de Abdi-Badawzi donde,
aturdido y asombrado, había caído de rodillas ante el trono de Badawzi y en los
brazos de su padre.
Drake se sentó de golpe. La acción fue
tan repentina que se dobló inmediatamente, presa de vértigo y mareos. Se
levantó con esfuerzo de la cama y se dejó caer al suelo. El sudor frío se secó
sobre su piel al apoyarse contra el marco de la cama, incapaz de distinguir dónde
terminaban los efectos del aturdimiento y dónde empezaba el abuso físico.
Apenas consciente, echó un vistazo a la habitación, reconociendo el compartimento.
Anteriormente en su vida, mientras su padre contrabandeaba para Badawzi, Drake
había llegado a pensar en que ese descuidado lugar en particular era su hogar.
Había incluso una caja de juguetes, abandonados en un rincón, donde estaban la
última vez que se acordó de ellos... rifles y pistolas bláster de madera,
ennegrecida con jabones y colorantes, ahora grisáceos por los ácaros del polvo
y la edad. Telarañas trazaban patrones intrincados entre maquetas de naves de
carga, completas con placas de contrabando y armas de vigilancia ocultas. Drake
examinó un burdo modelo de un carguero YT-1300, soltando la placa de
contrabando. Un puñado de créditos socorranos cayó en su mano. Bajo la decadente
República, el dinero era tan carente de valor como la arena bajo sus pies.
Observando la habitación, como si
estuviera perdido en un lugar extraño, volvía a tener solo cinco años estándar.
Por un momento duro y polvoriento Drake se imaginó que su padre pronto aparecería
de golpe por la puerta, regándole con baratijas robadas en su última aventura
de contrabando.
Apoyado contra la pared para sostenerse,
Drake probó el teclado, sorprendido al descubrir que la escotilla se abrió. Con
cautela, se asomó al pasillo exterior. Su bláster y su funda habían
desaparecido, dejándolo vulnerable; pese a todo, siguió por el pasillo. Imperturbable,
avanzó a trompicones por los túneles sinuosos hasta la cámara principal de la
fortaleza de Badawzi, conducido por un tenue zumbido. De pie en la base de dos
puertas metálicas gigantes, Drake apretó la oreja contra la superficie fría. El
zumbido no se hizo más fuerte, pero estaba seguro de que el ruido venía del
lado opuesto. Mirando a su alrededor rápidamente en el túnel, no pudo ver otras
puertas. Con reticencia, pulsó el teclado.
El ruido estalló desde la cámara
interior cuando Drake se encontró de pronto inmerso en una gran congregación de
alienígenas, humanoides y de otras clases, en representación de casi todos los
sectores de la galaxia. Desde que había salido la monarquía clandestina de Abdi-Badawzi
no había estado entre una muestra tan diversa de delincuentes y criminales. La amplia
cámara resonaba con el parloteo de diversos dialectos alienígenas, la mayoría
de los cuales la resultaban familiares. Otros parecían resonar en los recuerdos
vacíos de su infancia, los recuerdos atormentados por el fantasma mortal
sentado en el rincón más alejado de la habitación... Abdi-Badawzi.
La gente de fuera del planeta afirmaba
que había poca gente, pocas cosas, que verdaderamente hubieran nacido en la
oscura faz de Socorro. Contemplar la extraña apariencia de Abdi-Badawzi era
creer que ningún otro planeta era capaz de producir un sol tan poco común. El
twi'lek vestía gruesas túnicas oscuras, que fluía desde el cuello alto hasta el
suelo. Su piel de un negro intenso brillaba de sudor, impregnando suavemente el
aire a su alrededor con el olor de la tierra recién trabajada. Envueltos
alrededor de la base de su gran cráneo, sus tentáculos se retorcían con aire
casual, tan sutiles como una idea de último momento.
-¡Sssilencio! -gritó Secles. En
homenaje, el cuerpo del sluissi estaba totalmente estirado, presionado contra
el suelo delante del trono del twi'lek-. ¡Sssilencio! -gritó.
La abarrotada habitación quedó al
instante en silencio, con esferas ópticas alienígenas y ojos girados hacia el
trono. En una onda sincronizada, cayeron de rodillas, sus inmensas sombras
combinadas retirándose aparentemente de la presencia que estaba sentada ante ellos,
y dejando a Drake más cerca del trono de lo que esperaba. Badawzi rió. Era un
sonido siniestro, incluso para sus propios sentidos. Sus tentáculos se
retorcieron un poco, desenroscándose de su cabeza bulbosa.
El sluissi se enderezó, moviendo la
cabeza hacia el señor del inframundo. Volviéndose hacia Drake, se incorporó en
su cola, balanceándose pomposamente de un lado a otro.
-El inmensssamente honrado y amado
Abdi-Badawzi tiene ssse complace de...
-Le he entendido -espetó Drake. Su voz
era clara y uniforme, y resonaba a través del silencio de la cámara. A pesar de
que pocos dominaban las complejidades del lenguaje silencioso twi'lek, él era
probablemente uno de los pocos que podían interpretar los sutiles cambios y
movimientos de los apéndices del twi'lek. La maestría del joven socorrano para
la adquisición de lenguajes era un activo para su padre y al mismo tiempo una
novedad entre la corte de Badawzi-. ¿Qué es lo que quieres, Abdi?
-¿Es así como saludas al más querido
amigo de tu buen padre? –preguntó Abdi en perfecto socorrano, fingiendo sentirse
dolido.
Drake respondió:
-Los parientes lejanos deberían permanecer
lejos. -Hizo una pausa-. Para evitar la mala sangre.
-Si hay alguna petchuk entre nosotros, joven Paulsen -comenzó Abdi, usando la
palabra en corelliano antiguo para “animosidad”-, no ha sido intencionada.
-¿Entonces por qué estoy aquí?
Abdi-Badawzi inclinó la cabeza hacia un
lado, acariciando sus mejillas demacradas.
-Tus modales son terribles, incluso
para un pirata.
En voz baja, Drake soltó los peores juramentos
socorranos.
-Abdi, ¿qué...?
-¿Qué quiero? -El twi'lek se levantó de
su trono, y un cetro de monarca cayó al suelo delante de él. Secles rápidamente
se deslizó por debajo de él, atrapando la varilla de cristal rojo en sus anillos.
Badawzi se quedó mirando el cetro y luego al servil sluissi. Alejándose de la
plataforma, caminó sobre ambos.
-Graciasss, misssericordiossso maessstro
-gruñó Secles.
Haciendo caso omiso del sluissi,
Badawzi dijo:
-Quiero concederte el deseo de toda la
vida, joven Paulsen, una oportunidad de eclipsar a tu padre, el gran Chu'la, y...
-¡No!
-Y, posiblemente, salvar su vida. -Malévolamente,
Badawzi hizo una seña a sus guardaespaldas gamorreanos. Abandonando momentáneamente
la cámara, regresaron con la figura de Kaine Paulsen retorciéndose entre ellos.
Atado y amordazado, Kaine luchaba
contra la cuerda que amarraba sus manos detrás de su espalda. Hicieron falta
tres gamorreanos para mantener al pirata socorrano de 35 años de edad quieto en
un lugar. Su hermoso rostro estaba enrojecido por sus esfuerzos, pero vaciló al
ver a Drake. Sus ojos fueron directamente a Badawzi. Alarmado por las
contusiones en la garganta de su hijo, Kaine comenzó su lucha de nuevo y logró dar
una patada en la cara a uno de los gamorreanos.
-No temas nada, Chu'la. Tu único hijo
siempre ha estado a salvo dentro de mis muros. -Badawzi sonrió, mostrando
hileras de dientes afilados.
Mirando fijamente a los ojos ansiosos de
su padre, Drake susurró:
-Tan sólo di qué quieres, Abdi.
-La entrega segura de un pequeño
cargamento.
-¿Dónde?
-La ubicación no es importante para ti.
Drake frunció el ceño.
-¿Y la carga?
-No necesitas preocuparte de eso.
-Entonces, ¿qué estoy haciendo aquí? –espetó
Drake.
Abdi sonrió, con visible placer
extendiéndose por sus ominosos rasgos.
-Serás el señuelo.
-¡No! -fue la respuesta amortiguada de
Kaine. Los gamorreanos se reagruparon para controlar su cuerpo que volvía a
agitarse-. ¡Drake! -Su largo cabello castaño estaba despeinado y se había
soltado de la cinta que solía recogerlo. Su hermoso rostro enrojeció de pura
furia.
Mirando fijamente a Badawzi a través de
la habitación, Drake susurró:
-¿Cuáles son las condiciones?
-Entonces estamos de acuerdo -declaró
el Twi'lek, ofreciendo su mano para que el socorrano la besara en homenaje a su
pacto sellado.
-No esperes que forme parte de tu
fantasía, Badawzi. -Drake cruzó los brazos sobre el pecho, esperando con
impaciencia los detalles.
Abdi-Badawzi miró con desdén al insultante
joven pirata, que fruncía el ceño lleno de obvia ira.
-¡Halbert! -gritó.
Un hombre de un tamaño monstruoso salió
arrastrando los pies desde las sombras, postrándose a los pies de Badawzi.
-Sí, exaltado. -Su voz parecía un
susurro, obligada a viajar desde alguna gran profundidad dentro de ese cuerpo
de 2,5 metros
de altura. Pelo negro enmarañado colgaba lánguidamente por la espalda del
corelliano; mechones más cortos crecían desde todos los ángulos en la parte
superior de su cabeza anormalmente grande. El olor rancio de la cerveza
gamorreana seguía cada movimiento del contrabandista, flotando en el aire
cuando se movía. Drake gruñó, reconociendo los signos de una persona quemada,
abocada al desastre desde hacía mucho tiempo. Mirando el cuerpo hinchado, se
asombró de que un hombre tan grande pudiera caer tan bajo ante los caprichos
del ego de un twi'lek.
-Te has quejado acerca de que
necesitabas de otro piloto -suspiró Badawzi, bostezando-. Ahora tienes uno,
tratar de conseguir no que no salga volando como cuando mataste al último.
-Por supuesto, Abdi-Badawzi, Espléndido
Abdi-Bad...
La voz de Halbert quedó cortada cuando
el cetro se estrelló contra la base de su cráneo.
-¡Silencio! –escupió Badawzi-. Estoy
cansado de perder cargueros debido a tu incompetencia, Halbert. Creo que esta
vez voy a enviar a alguien para que mantenga un ojo vigilante sobre ti.
Parr'Sratt, mi carguero, el Raramente
Diferente, está preparado en la bahía de salida. Asegúrate de que regresa a
Socorro de una pieza.
De pie, apartado de los otros cortesanos
de la corte de Badawzi, un guerrero coynita caminó hacia el monarca twi'lek,
inclinándose con respeto.
-Tracc'sorr, Ag'Tra'Abdi-Badawzi -juró con
voz suave y firme.
-Nada debe interferir con mi envío al
sistema Nodgra -dijo Badawzi, volviendo a su trono.
-Al'ha'gra -asintió Parr'Sratt,
obligando a Halbert a ponerse en pie.
Impresionado, Drake recorrió con sus
ojos el cuerpo de 2,8
metros de altura, totalmente cubierto con una armadura
ceremonial. El afilado filo de la coyn'skar, una combinación de hacha y lanza
de su planeta natal Coyn, estaba a su lado, con el asta tallado con símbolos
rúnicos de guerra. Un pelaje marrón suave y aterciopelado cubría un rostro
noble pero angustiado, cubriendo el pronunciado arco de las cejas y un digno hocico.
Una melena negro azabache atada en una intrincada serie de trenzas y nudos
enmarcaba unos ojos grises. Drake se había pasado la vida entre las estrellas,
viendo las maravillas y misterios de la galaxia. Este coynita no se parecía a
nada de lo que el joven socorrano hubiera visto en su vida, y la visión del
guerrero alienígena trajo una nueva y profunda sensación de miedo.
Alarmado, se volvió hacia su padre,
sólo para encontrar los ojos de Kaine mirando directamente a los suyos. El
mayor de los Paulsen se volvió ligeramente, mostrando sus manos, todavía atadas
a su espalda. Sus dedos se movían lenta y metódicamente. Sistema Nodgra... al menos tres días en el hiperespacio... no te
preocupes... estarás a salvo.
Aunque el joven socorrano no estaba
seguro de los planes de su padre, una sensación de confianza le recorrió. Se
estaba jugando un juego invisible y Drake no estaba seguro de qué o quién
estaba involucrado. Comenzó a andar mientras el coynita arrastraba al
corelliano semi-consciente hacia los hangares del nivel inferior. Vacilante,
Drake hizo una pausa, mirando a su padre, quien seguía retenido por los gamorreanos. Bruscamente,
Parr'Sratt rompió la silenciosa mirada entre padre e hijo, empujando al joven
Paulsen al pasillo.
Dos días más tarde, Drake todavía
seguía obsesionado por la separación forzada de su padre. En la soledad de la
torreta inferior debajo del carguero, suspiró y apoyó la cabeza contra la silla
de apoyo del artillero. Solo en la cuna, la parte ventral de la nave, se quedó
mirando a través de la ventana, observando las salvajes luces girando en
espiral del vórtice del hiperespacio. Masajeándose la frente y las sienes,
Drake se sentía aliviado de tener ese momento de tranquilidad. Desde que llegó
a bordo del Raramente Diferente,
Halbert era un fantasma que se cernía sobre cada acción y palabra. La vida bajo
el abuso de Abdi-Badawzi, de muchos otros jefes, y una carrera mediocre
construida a base de fracasos había dejado huella en Halbert. Una huella que le
empujaba más allá de la simple desilusión hacia la frontera de la demencia
psicótica. Era cierto, sobre todo en momentos de sobriedad, que el capitán
Elias Halbert deseaba el daño del socorrano y sólo esperaba el momento oportuno
para desatar su violencia enjaulada contra el chivo expiatorio más cercano. No
había forma de que arremetiera contra el coynita, no sin repercusiones graves y
evidentes, lo que dejaba a Drake como la única vía para su agresión.
Drake esperaba que un viaje tranquilo
por el hiperespacio aliviaría las tensiones entre ellos. Podría haber
funcionado si no hubiera sido por un Jawa oculto a bordo del carguero, que
comenzó a manipular los sistemas de la nave, saboteándolo todo, desde las
unidades de aire acondicionado hasta las instalaciones de residuos. Drake
encontró pruebas del polizón: reservas ocultas de alimentos, existencias
inexplicables de herramientas y equipos, incluso una túnica desechada. Pero
nada convenció a Halbert hasta que el corelliano fue a utilizar las
instalaciones y la unidad falló, inundando los alojamientos de Halbert y la
tripulación con aguas fecales.
De repente, los hilos de la luz al otro
lado de la ventana comenzaron a contraerse, convirtiéndose en puntos que
revelaban estrellas y planetas. Sin previo aviso, el Raramente Diferente salió al espacio real. Sobresaltado, Drake se
estrelló contra los controles de disparo cuando el carguero se sacudió y traqueteó
por la transición prematura. Drake cayó aturdido sobre las placas de la
cubierta, y se quedó un instante sin aliento, con sus pulmones lastimados
luchando por respirar. Casi de inmediato, las alarmas de proximidad comenzaron
a sonar a todo volumen.
-¡Paulsen! –crepitó la voz áspera de Halbert
a través del intercomunicador-. ¡Sube aquí! ¡Rápido!
Sin aliento, Drake se puso en pie. En
el corredor, oyó al bronco corelliano lanzando una sucesión constante de juramentos,
insultos y maldiciones. Corriendo al camarote de proa, la urgencia de la voz
Halbert y la razón de la angustia de la corelliano se hizo muy patente. Al otro
lado de la ventana se cernía un Destructor Estelar Imperial, bloqueando su
camino. Para Drake, era la primera vez que veía tan de cerca la amenaza Imperial
que asolaba la galaxia. Mil seiscientos metros de torretas y bahías de atraque,
cañones láser y generadores de escudo, la enorme fortaleza de batalla era una inspiradora
abominación de tecnología avanzada. Mirando por encima del hombro de Halbert, Drake
leyó las pantallas de datos determinando que, bien por accidente o de forma intencionada,
el Destructor Estelar había cruzado sus coordenadas hiperespaciales, disparando
la desactivación de seguridad integrada en el sistema de motores.
Halbert se apartó de los mandos de
vuelo con una máscara de furia malévola evidente en su rostro.
-¡Siéntate! -escupió, señalando la
silla del navegante justo al otro lado, detrás de él. Obediente, Drake se sentó
y guardó silencio.
-YT-1300 no identificado, al habla el Inquisidor –sonó la transmisión a través
del altavoz interno-. Nos aparece su lectura como el Raramente Diferente. Deténganse y prepárense para ser abordados.
El rostro de Halbert palideció.
-¿Abordados? -siseó. A continuación,
por el comunicador, dijo-: Confirmado, Inquisidor.
Aquí el Raramente Diferente. Seguíamos
nuestra ruta cuando el hiperimpulsor les detectó atravesando nuestro plano de
coordenadas. -Su voz era firme bajo la tensión-. Si no les importa, restableceremos
nuestras coordenadas y seguiremos nuestro camino.
-Negativo, Raramente Diferente -fue la firme respuesta-. Cualquier intento de abandonar
esta zona será visto como un acto de agresión.
-Está dando potencia a las torretas de babor
-susurró Drake, leyendo las pantallas de los sensores-. Y hay por lo menos una
docena de naves más pequeñas moviéndose deprisa hacia nosotros.
El coynita murmuró un breve comentario,
revisando sus propias pantallas de sensores.
Halbert gimió.
-Cazas TIE.
Resignado, Drake se inclinó en la silla
de aceleración, sintiendo el rápido galope de su corazón.
-A menos que el Imperio haya estado
concediendo permisos de armas pesadas, sería una buena idea ocultar los blásters.
Halbert se levantó de un salto de su
silla, desabrochándose frenéticamente la pistolera de su bláster.
-¡Ocúltalo todo! -gritó, al borde del
pánico-. Hay una bandolera de paquetes de energía en ese armario. ¡Deshazte de
ellos también!
Drake saltó a obedecer, impasible ante
la crudeza de la voz de Halbert. Salió corriendo de la cabina delantera,
tomando los paquetes de energía con él, motivado únicamente por las
implicaciones de la ley imperial, que veía muy severamente la posesión de
armamento ilegal por parte de sus ciudadanos.
Al igual que su padre, a Drake le
encantaba el carguero YT-1300 y había pasado gran parte de su infancia explorando
los canales y pozos de ventilación de tales naves. Aunque los modelos tendían a
cambiar con cada nueva mejora, los conductos y túneles de mantenimiento seguían
siendo los mismos. Arrastrándose a través de una estrecha escotilla, Drake retiró
la placa del techo y se introdujo en el interior del pozo. El hedor del sistema
de eliminación de residuos era abrumador y sintió arcadas, tosiendo por los
vapores. Con los ojos llorosos, encontró el objeto que estaba buscando, una bandeja
de herramientas integrada, donde los mecánicos de motores almacenaban a menudo
herramientas contaminadas. Recordando un viejo truco de contrabando de Ancher, activó
el escudo de la carcasa alrededor de la caja. Si el grupo de abordaje llevaba a
cabo un escaneo a bordo, la caja sellada desviaría cualquier sonda, lo que
permitiría una lectura limpia.
-Están enviando una lanzadera, chico -gritó
Halbert por el intercomunicador-. ¡Date prisa!
-Hecho -respondió Drake, saltando del conducto
y colocando el panel.
-¡Vuelve a la cuna y quédate ahí!
Drake corrió a la entrada del pozo
artillero. Deslizándose por la escalera, escuchó el sonido de la escotilla presurizada
de la parte trasera del carguero al empezar a abrirse. Apoyado contra la pared
interior, escuchó el ritmo de los pasos de Halbert cuando el corelliano se
apresuró a recibir al equipo de abordaje.
Sintiendo curiosidad por sus huéspedes
Imperial, Drake se arriesgó a echar una rápida mirada fuera del pozo de la
torreta.
-Tropas de asalto -susurró. Vio siete
de los soldados imperiales, su inmaculada armadura blanca y negra brillando
bajo las duras luces del interior del pasillo. Entre ellos, un oficial de traje
gris irguió los hombros con arrogancia. Era difícil mantener una actitud fría y
calculadora, teniendo en cuenta que el corelliano era más alto que el oficial y
la mayoría de los soldados de asalto.
-Mire, teniente Taggert, no tenemos
ningún cargamento -dijo Halbert, fingiendo ser un preocupado ciudadano imperial.
Mientras hablaban, Drake observó con
horror como varios soldados de asalto más descendían la escalera de embarque.
-No puedo creerlo -susurró derrotado.
De pronto, uno de los soldados de
asalto lo vio y fue corriendo al pozo.
-¡Alto!
-¡Espera! -gritó Halbert, desafiante.
Drake estaba sorprendido por el coraje que se oía en su voz-. Es sólo un niño –escuchó
Drake cómo explicaba el corelliano al descontento oficial, que le acusaba de
ocultar delincuentes a bordo de la nave-. Le dije que esperase apartado en la
torreta inferior. Ya sabe usted cómo los niños se ponen en medio, haciendo
preguntas y hablando sin parar.
Drake sonrió, genuinamente impresionado
por la actuación del contrabandista. Interpretó claramente la advertencia de
Halbert para que permaneciera en la torreta como se le había dicho y se callase.
Cuando el soldado de asalto descendió al pozo para investigar, encontró a Drake
sentado en la silla del artillero, mirando al vacío.
-Aquí 37 -informó el soldado de asalto-.
Tengo al chico de la torreta inferior.
-Confirmado, 37 -fue la respuesta-.
Tengo otro en el puente. La nave está limpia.
Drake nunca había visto a un soldado de
asalto imperial de carne y hueso. Se encontraba fascinado por las historias que
rodeaban a los luchadores especialmente entrenados del Imperio Galáctico. Rumores
no oficiales afirmaban que eran más máquinas que hombres, sin nombre a
excepción de un número de identificación. De acuerdo con los nómadas del
Socorro, que eran muy aficionados a poner prueba su temple bajo pruebas
extremas, los soldados de asalto eran sometidos a una insoportable tortura química
para eliminar todo el pelo de sus cuerpos.
Drake se estremeció con el pensamiento,
volviéndose involuntariamente a mirar al soldado de asalto, que estaba
dispuesto a cruzarse con sus ojos inquisitivos.
-¿Algún problema? –preguntó el soldado
de asalto, apuntando con el cañón de su rifle al pecho de Drake.
Drake desvió la mirada inmediatamente,
maldiciéndose a sí mismo.
-No, señor.
-¿Quién te ha pedido que hablaras? –escupió
el soldado de asalto, dirigiendo el rifle contra el pecho del muchacho.
Hábilmente, llevó la culata del rifle contra la barbilla de Drake, haciendo
caer al joven socorrano de la silla del artillero-. Creo que será mejor que
vengas conmigo.
Taciturno, Drake se puso en pie,
limpiándose la sangre de la nariz y la barbilla. Con los ojos entrecerrados por
la sospecha y el ego herido, se dio cuenta de que no estaba en condiciones de
discutir con un rifle bláster imperial. Subió a la cubierta superior y esperó a
que el soldado de asalto le siguiera.
-¡Las manos en la cabeza, escoria!
Drake hizo lo que le había dicho y
caminó por el pasillo hacia adelante, en dirección al puente. Sentía el cañón
del rifle bláster encajado contra su espalda, pero no se resistió.
-¿Qué ha pasado? –preguntó el teniente
Taggert, dejando caer al suelo los registros de fechas y los cuadernos de
bitácora de la nave. Su piel era pálida, casi gris, con unos labios finos que
se fundían con el innoble ángulo de la barbilla. Manteniendo las manos y los
brazos detrás de la espalda, el oficial imperial enderezó su delgado cuerpo.
-Por todo el pelo de un bantha... ¿qué has
hecho? –espetó Halbert, tratando desesperadamente de clasificar y recopilar las
tabletas de datos dispersas por el suelo. Detrás de él, dos soldados de asalto mantenían
al coynita a punta de pistola.
Drake miró desafiante a Halbert, y
luego al oficial imperial.
-Le miré.
Por la expresión asustada que cruzó el
rostro de Halbert, rápidamente se dio cuenta del veneno de sus palabras. De golpe,
sintió el rifle contra la parte posterior de sus rodillas. Sorprendido, se
derrumbó.
-¿Es eso cierto? –preguntó Taggert-. ¿Le
ha golpeado por mirarle?
-No, señor -respondió el soldado de
asalto-. Me vi obligado a golpearle cuando él sacó un arma.
-¿Qué? –exclamó Drake.
-¿Arma? –gritó Halbert, tirando de su
pelo enmarañado.
-¡Silencio! –ordenó Taggert-. ¿Qué
arma?
-En la torreta, señor. Me lo llevé de
la zona antes de que pudiera recuperar el arma y disparar contra mí.
-¿Dónde está el arma?
-Aquí, señor -respondió otro soldado de
asalto-. Después de que 37 se llevase al prisionero, la recogí de la torreta. -Le
dio la pistola al oficial.
Taggert suspiró, apretando sus delgados
labios. Momentáneamente, desaparecieron, y su rostro parecía una máscara
perfecta de piel suave.
-¿Te das cuenta de que llevar un arma
ilegal es un delito castigado con la muerte? -Taggert enderezó los hombros-. Agredir
o intentar agredir a un agente Imperial es un crimen castigado con la ejecución
-hizo una pausa-, ¡en el acto! -De repente, sonrió, con una sonrisa amable surcando
su rostro-. ¿Qué dices a estos cargos, joven?
-No es mía -susurró Drake.
Impertérrito, Taggert dijo:
-Lo preguntaré de nuevo.
-¡No es mío! –exclamó Drake.
-¡Muchacho! –gritó Halbert. Al momento,
fue silenciado por tres soldados de asalto, que le apuntaron a las sienes con
sus armas.
-¿Mi hombre está mintiendo? –dijo Taggert,
tratando de hacerle caer en su trampa.
-Yo no he dicho eso -dijo Drake,
dándose cuenta de su situación-. He dicho que el arma no era mía.
Por encima, las placas de techo
traquetearon, haciendo caer polvo. El soldado de asalto que sujetaba a Drake
dio un paso atrás y disparó una ráfaga hacia la cubierta superior.
-¡Esperad, esperad, deteneos! –gritó Halbert,
mientras el resto de los soldados de asalto apuntaron y se unieron a los disparos.
Ágilmente, Drake esquivó las chispas y los
circuitos fundidos que cayeron sobre la cubierta. Tuvo cuidado de mantener las
manos en la cabeza, mientras se apretaba contra la pared del fondo para evitar
ser quemado por los ardientes escombros.
-¡Alto el fuego! –ordenó Taggert,
volviendo con calma hacia Halbert su rostro con el ceño fruncido-. Más vale que
comience a explicar qué está pasando a bordo de esta nave, o se unirá a su
joven amigo, acusado de traición y conspiración para cometer actos de traición.
-Muy bien –se rindió Halbert. Miró
hacia el agujero del techo, haciendo una mueca por el daño causado a los
componentes de la nave-. ¡Squig, si eres tú, baja aquí ahora mismo!
Perplejo, Drake escuchó y esperó. Poco
después, una caótica tormenta de cháchara surgió de la oscuridad por encima de
los paneles del techo.
-¡No me importa si estás arreglando los
conductos de aire, baja aquí ahora, antes de decida lanzarte al espacio! –Estirándose
para recoger el montón de arrugadas ropas marrones de un metro de altura,
Halbert dejó al Jawa en el suelo de la cubierta. Al instante, la criatura
empezó a parlotear al oficial imperial y al perplejo escuadrón de tropas de
asalto.
-¿Qué es eso? –preguntó Taggert. Sintió
una arcada por el aroma repugnante que saturaba al chatarrero del desierto-. ¿Qué
está diciendo?
Halbert sonrió, advirtiendo su ventaja
sobre la situación.
-Es un Jawa y dice que sus blásters
necesitan repararse. –Dudó un instante-. Squig dice que puede arreglarlos por
300 créditos cada uno.
De repente, el humor de Taggert se
ensombreció. Miró al insípido Jawa, a Halbert, y luego al coynita detenido a
punta de pistola por sus soldados de asalto.
-Dígame, Halbert, ¿qué es lo que hace
que un hombre abandone a su propia especie para vivir entre -miró al coynita- monstruos?
¿Acaso la compañía de su propia especie no le satisface, o es algún impulso
perverso que le mantiene entre las variedades inferiores de la galaxia?
Otro soldado de asalto entró en el
puente. Cuadrándose, dijo:
-Señor, el barrido de la sonda
sensorial está completo. Esta nave está limpia.
Taggert le devolvió el saludo.
-Muy bien, preparen al prisionero. Ya
nos vamos.
-¿Prisionero? -Drake tosió. A pesar de
la madurez adquirida a través de numerosas aventuras con su padre, sintió el
escozor de las lágrimas-. ¡No pueden hacer eso!
-¡Vaya! –exclamó Halbert, olvidando su
lugar. Realmente no pueden llevarse a un niño con... ese tipo de acusaciones.
El coynita se agitó desde la pared,
murmurando y gesticulando hacia Drake.
-Cierto -rió nerviosamente Halbert-. El
chico ha visto un Destructor Imperial y tropas de asalto por primera vez en su
vida. Se ha asustado. Eso es todo. ¡Mírenlo!
-Ya lo hago -reflexionó en voz alta
Taggert, y luego se quedó mirando al bláster en sus manos-. Supongo que... si
tan sólo pudiera hacer un ejemplo de esto... -Apuntó a Drake con el bláster,
luego giró lentamente hasta que el cañón estuvo frente al coynita.
-¡No! -gritó. Uno de los soldados de
asalto también reaccionó, lanzando una rápida ráfaga. A pesar de que se movía a
un lado, Drake no fue lo suficientemente rápido para escapar del disparo, que terminó
su camino estallando contra su hombro derecho, quemando la carne y el músculo bajo
su impacto. Impulsado por la fuerza del golpe, Drake se estrelló contra la
pared del pasillo, sintiendo una costilla ceder bajo la presión ejercida en su
cuerpo. Cayó al suelo, retorciéndose de agonía conforme el dolor le recorría.
Alarmado por el olor a carne quemada, el Jawa salió disparado, desapareciendo
en un tubo de acceso de mantenimiento.
Entregando el bláster a su escolta más
cercano, Taggert se acercó al cuerpo de Drake.
-Capitán Halbert, por orden del Imperio
Galáctico, y como representante de esa orden, declaro que son libres de seguir
su camino. –Los soldados de asalto se congregaron detrás de él. Vacilante, el
agente imperial hizo una pausa y se volvió hacia ellos-. ¿Cómo se dice? -Su
rostro se iluminó, mostrando las primeras señales de color en sus mejillas-. Ah,
sí, cielos despejados.
Sin más comentarios, el grupo de abordaje
volvió a la parte trasera del Raramente Diferente,
recorriendo el pasillo de acople de vuelta a su lanzadera.
Los sonidos del sello al volver a
presurizarse resonaron en el pasillo.
-¡Sratt! -escupió Halbert-. Restablece
esas coordenadas.
El coynita no le hizo caso, de rodillas
junto a Drake.
-Pon al niño en mis aposentos y vuelve
aquí -ordenó Halbert-. Te necesito en el puente. -Señalando con un dedo enojado
a Drake, dijo entre dientes-: No durarás mucho en este negocio, chico. ¿Quién
te dijo que salieras de la cuna?
-Estaba en la torreta -dijo Drake
débilmente, mientras Parr'Sratt le ayudaba suavemente a ponerse en pie.
-Apúrate con el mocoso, Sratt. -Halbert
irrumpió en el puente, y poco después suspiró-. Necesito un trago.
Abrió el armario y sacó una botella de
cerveza corelliana antes de desaparecer en el compartimiento de vuelo delantero.
Parr'Sratt ayudó a Drake a llegar al
camarote del capitán, acomodándole en una estrecha litera. El coynita alisó las
mantas hasta la cintura del tembloroso muchacho y luego le desabrochó la
chaqueta de vuelo para examinar la herida. Un evidente gesto de preocupación
cruzó su rostro. Tomando un medipac del kit quirúrgico, el coynita dio suaves
golpecitos sobre la herida, estabilizando a Drake mientras el chico hacía muecas
de dolor.
Cuando la intensa sensación de ardor comenzó
a disminuir, Drake sintió al coynita alejándose de la litera. Oyó agua vertiéndose.
A pesar de que no estaba seguro, Drake juraría que vio a Parr'Sratt escupir en
la taza antes de meter la mano en una bolsa y rociar un polvo extraño en el
agua humeante. Débil por la medicación, Drake comenzó a quedarse dormido.
-Lom -susurró Parr'Sratt-. Lom.
Drake se despertó sobresaltado.
El coynita asintió con la cabeza,
presionando la taza contra sus labios.
-Lom -dijo complacido.
Drake frunció el ceño.
-¿Lom? -Clavó la mirada en el rostro
desconocido, sintiéndose extrañamente a gusto-. Sólo dos personas en la galaxia
me llaman por ese nombre -hizo una pausa-, mi padre y... y tú no te pareces a
Karl Ancher. ¿Qué está pasando?
-Lom -repitió el coynita, obligando al
joven a beber de la copa-. Lom'Ka'Sol.
Con el rostro arrugado en una horrible máscara
de disgusto, Drake se tragó el brebaje caliente, sorprendido de encontrarlo
similar al la parte amarga del raava socorrano. Se volvió hacia el coynita.
-¿Lom'Ka'Sol? ¿Qué significa eso?
-Significa fuera de la cuna -dijo
Halbert desde la puerta-. Probablemente te esté maldiciendo por no escucharme y
casi conseguir que nos maten a todos. -El corelliano ya estaba borracho-.
Sratt, no puedo configurar el maldito sistema de astrogación. Alguien movió el
ordenador de navegación. -Tambaleándose por el pasillo, aulló-: ¡Squig, ya
verás cuando te agarre!
Suavemente, Parr'Sratt cubrió a Drake con
las mantas.
-Lom'Ka'Sol -murmuró el socorrano, sumiéndose
en un profundo, profundo sueño.
-¡Sratt! -Drake se despertó con el
nombre del coynita en sus labios. Echando un vistazo a la habitación, advirtió el
conocido diseño interior de un viejo carguero ligero YT-1300-. ¿La Señorita Oportunidad ? -Sus sensibles oídos oyeron
el zumbido silencioso de los motores iónicos, pero había un silbido
característico que Drake reconocía como una modificación que su padre había efectuado
en los motores. Se rió en voz baja-. Es la Señorita Oportunidad.
Haciendo una mueca por el dolor y la
rigidez de sus músculos, se levantó del camastro. Drake miró cuidadosamente la
herida debajo de su camisa y se sorprendió al descubrir que casi había sanado, y
el tejido cicatricial comenzaba a fundirse con la piel circundante. Recorriendo
instintivamente el camino hacia el puente, Drake se detuvo fuera de la cabina
delantera. Sonriendo, miró a su padre trabajando duro con lecturas de vuelo, rompiéndose
la cabeza con cartas galácticas y coordenadas de astrogación. El hermoso rostro
bronceado mostraba una vaga confianza, pero estaba deformado por la
preocupación. Sonriendo, Drake se aclaró la garganta.
-Drake -jadeó Kaine-. ¿Qué haces levantado?
-He oído los motores -respondió, usando
su brazo sano para abrazar el cuello de su padre. A pesar de la sensación de
ardor de la herida, en la seguridad de los brazos de su padre sintió un calor
que iba mucho más profundo-. ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
-Tres días.
-¿Dónde estamos? -preguntó Drake con
frialdad sentado en la silla del copiloto.
-En órbita sobre Tro'Har. -Kaine pulsó
el plano de coordenadas, mostrando visualmente su ubicación en relación con los
cuerpos celestes más cercanos.
-¿En el Sector Elrood? ¿Cerca del
planeta Coyn? –preguntó Drake -. ¿Conoces a ese coynita? –acusó-. ¿El que
Badawzi envió con Halbert y conmigo?
Kaine se apoyó en el tapizado de felpa de
la silla de aceleración.
-Parr'Sratt es un viejo amigo mío. -Suspirando
con nostalgia, añadió-: Él te trajo aquí antes de regresar a Socorro con esa
babosa de Halbert.
-¿Un amigo? ¿Y trabaja para
Abdi-Badawzi?
-Abdi divierte a Sratt -se rió Kaine-. Consigue
dinero, naves, un lugar para dormir... sólo por estar ahí y mirar fijamente a
la gente.
Drake vaciló.
-¿Qué significa Lom'Ka'Sol?
Kaine se tambaleó.
-¿Por qué lo preguntas?
Indignado, Drake respondió:
-Porque tú y Ancher me llamabais Lom,
desde que era un bebé, y ahora un coynita al que nunca antes había visto me
llama por ese nombre.
-¿Es eso tan raro?
-Toob nunca me llamó Lom -argumentó
Drake-. Ni siquiera Abdi me llamaba Lom.
Kaine suspiró.
-Cuando Sratt te vio por primera vez, estaba
abrumado -dijo Kaine, con su agradable rostro oscurecido por el recuerdo-. Fue
todo lo que pudo decir. Una y otra y otra vez. -Tomando una respiración
profunda, explicó-: Lom es la palabra coynita para libertad.
-¿Cuándo llegó a verme?
-Cuando naciste -contestó Kaine,
tirando nerviosamente de su labio inferior. Sus ojos estaban oscuros y distantes-.
Pasaste las primeras horas de tu vida en las manos de un guerrero coynita. –Con
tristeza, susurró-: Mientras yo me quedaba con tu madre, hasta que ella... -
Kaine tartamudeó al recordarlo-... hasta que todo terminó. –Bloqueando el
recuerdo, añadió-: -Lom'Ka'Sol significa literalmente libertad de la ley de la cuna
o fuera de la cuna.
-Eso es lo que me dijo Halbert.
-Dudo que Halbert sepa nada de la
tradición coynita o de la Ley
de la Cuna -dijo
Kaine-, que prohíbe a los machos coynitas poseer tierras, tener una esposa, o incluso
desobedecer a sus padres. -Se inclinó hacia delante, agitando el pelo de Drake-.
Es decir, hasta que el macho coynita alcanza la mayoría de edad o sale de la
cuna.
Vacilante, Drake preguntó:
-¿He alcanzado la mayoría de edad?
-Parr'Sratt debe creerlo así -respondió
Kaine-. El Ka'Sol lo hace oficial. Ante sus ojos, y los ojos de otros coynitas,
ya eres un hombre, no tu'pah, un niño.
-¿Qué hay de Chu'la?
Kaine se rió, volviendo a su encanto
natural.
-Cuando se pronuncia la'chu, significa
zorro pequeño. Chu'la significa astuto, pequeño zorro, el zorro que no puede
ser capturado. -Sonrió, encogiéndose de hombros-. Es un apodo que Sratt utiliza
para mí. -Girándose abrió una placa escondida en el suelo, entregando una funda
de Drake-. El viejo Toob me echó una buena bronca por dejar que mi muchacho corriera
por la ciudad con un bláster deportivo.
-Entonces lo sabes -susurró Drake, pensando
en el contrabandista moribundo.
-Sí –contestó-. Será mejor que te ates
el cinturón, estamos a punto de salir de órbita.
Admirando el bláster pesado y la funda
de diseño personalizado, Drake preguntó:
-¿Atarme el cinturón ahora?
Kaine conmutó los interruptores de
vuelo, aumentando la potencia del motor iónico.
-¿Vamos a volver a Socorro?
-¿Qué? Pero, Badawzi...
Una seria apariencia de preocupación cayó
sobre el rostro de Kaine.
-Recuerda de dónde vienes, Drake.
Socorro es tu hogar, por derecho de nacimiento. Lo llevas aquí. –Dio unos
golpecitos en la bolsa de cuero que colgaba sobre el pecho de Drake-. No
importa donde establezcas tus coordenadas. Además -una tímida sonrisa asomó en
su cara-, ¿no te olvidas de algo?
Drake frunció el ceño, buscando
desesperadamente en su dispersa memoria.
-Vi a Toob. Fui a la taberna. Vi a Ancher
–susurró-. No pagué la cuota de atraque...
-¡Drake! -Kaine se echó a reír
alegremente-. Es casi invierno. Algunas de las cavernas volcánicas comenzarán a
llenarse de agua subterránea y...
-¡El Inquebrantable! –exclamó Drake-. ¡Sigue oculto en los Páramos
Doaba!
-Entonces, ¿qué me dices de
Abdi-Badawzi?
Decidido, Drake se ató el cinturón de su
bláster a la cintura.
-Abdi -gruñó, preparando el sistema de astrogación-,
hará bien manteniendo la distancia o si no quiere encontrarse fuera del planeta
por negocios.
Esperando que la señal del hiperimpulsor
indicase que todo estaba listo, Kaine susurró lleno de orgullo:
-Hablas como un verdadero canalla.
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