-Buenos días, Padre -saludó a Tork Winger con un beso en la
mejilla.
-Alexandra –dijo él, al ver los círculos oscuros bajo sus ojos-.
¿No has dormido nada esta noche?
Alex se frotó los ojos, tratando de despertarse, y tomó un sorbo
de té.
-Hoy tengo un examen importante, Padre. Química. Estuve
despierta hasta después de la una, estudiando.
Él negó con la cabeza.
-¿Seis horas de sueño? Eso no es tan malo. Pero imagino que soñaste
con fórmulas toda la noche. Eso me habría bastado para impedirme un sueño
reparador.
Alex asintió con la cabeza.
Comieron el desayuno en silencio. Típico, pensó Alex, sonriendo para sus adentros. Su padrastro
siempre quería comer con ella, pero reservaba la mayor parte de la conversación
para el final de la comida. Winger revisó su agenda para el día, y leyó las
actualizaciones de la mañana. Alex pudo darse cuenta de que estaba preocupado
por algo... tenía que ser un informe de la actividad infructuosa de la
resistencia clandestina. Finalmente, habló justo cuando Alex estaba tomando el
último bocado de su comida.
-Alexandra, me gustaría que me ayudases a organizar la cena de
esta noche.
-¿Tenemos compañía especial esta noche, Padre? -le preguntó.
-El Destructor Estelar Imperial Justiciero entrará en órbita esta tarde -le dijo Winger-. Te
acuerdas de mi viejo amigo el capitán Brandei, ¿no?
Alex sintió que su corazón se paró durante varios latidos. Un
Destructor Estelar Imperial en Garos.
-Sí, por supuesto. Estuvo aquí hace unos tres años. ¿No fue
justo después de la Batalla
de Endor?
Winger hizo una mueca.
-Alexandra, por favor, no saques ese tema esta noche.
No lo había dicho por amonestar a su hija, sino sólo para
recordarle que cualquier mención sobre ese desastre no debía discutirse en
presencia de ningún oficial imperial.
-Por supuesto que no, Padre –dijo-. La cena, ¿esta noche? ¿A qué
hora?
-A las siete -dijo, sonriéndole-. Tu madre estaría muy orgullosa
de ti, Alexandra. Realmente deberías considerar una carrera en el cuerpo
diplomático. Te desenvuelves tan bien en funciones como estas. ¡Y eres una
mujercita tan brillante!
-¡Lo sé, Padre! ¡Me lo has dicho una y mil veces! ¡Pero odio la
política!
Winger se rió entre dientes, dando un último sorbo de su té.
-Está bien, querida, no trataré de convencerte durante el
desayuno. -Se levantó y se volvió para salir de la habitación, dándole un
último beso en la mejilla-. Te veré esta noche, Alexandra.
-Sí, señor.
Estaba casi en la puerta del solarium cuando se volvió de nuevo hacia
ella.
-Ah, y buena suerte en ese examen de química.
Ella le sonrió. Realmente había sido bueno con ella todos estos
años. Alexandra lo amaba, pero deseaba que hubiera alguna forma para poder convencerlo
de que el método del Imperio para controlar el conflicto garosiano no era la
solución al problema.
Tork Winger no necesariamente estaba de acuerdo con el uso de la
fuerza por parte del Imperio, pero al menos los bombardeos al azar, los asesinatos,
y la lucha abierta entre ciudades controladas por las diferentes facciones
parecían haber terminado. Por supuesto, el populacho pronto se encontró con un
enemigo común: los imperiales. Los elementos más conservadores de ambos grupos
se unieron para formar la resistencia clandestina. Ese pequeño grupo de luchadores
por la libertad trataba de hacerle la vida imposible a aquellos desgraciados
que el Emperador había enviado a su mundo. Difícilmente podía Tork Winger imaginarse
que un miembro de su propia familia formase parte de esa organización
clandestina.
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