-Buenas tardes, caballeros
-saludó Alex a los dos oficiales en el área de recepción del general Zakar-. ¿Está
disponible el teniente Haslip?
-Señorita Winger –dijo
el teniente Nilo-, es un placer verla de nuevo. El teniente acaba de salir.
Estoy seguro de que estará de regreso en breves momentos.
-Está bien. Le esperaré
-dijo, tomando asiento junto a la ventana que daba a la avenida. Escondió el
asco que sentía al ver la calle bullendo de tráfico militar.
Dair entró en la
habitación.
-Alex, eh, señorita
Winger –tartamudeó-. ¿Cómo está usted?
Alex se puso en pie.
-Muy bien, Teniente -dijo
ella, mirando a los otros dos hombres que pretendían hacer caso omiso de una
escena que habían presenciado en varias ocasiones.
-¿Qué puedo hacer por
usted hoy? –preguntó él.
-A mi padre y a mí nos
gustaría que se uniera a nosotros para la cena de esta noche -dijo ella, dejando
que un ligero rubor apareciera en sus mejillas.
El teniente Nilo podía
oír el temblor de su voz y le lanzó una sonrisa maliciosa al teniente Polg.
Normalmente, Alexandra Winger era tan serena y confiada. Obviamente, no era tan
fría en los asuntos del corazón.
Dair estaba de
espaldas a los otros oficiales de la habitación. Ocultó su sonrisa, representando
su papel como un actor en una escena de una obra teatral.
-Me encantaría cenar
con ustedes -dijo.
-¿Por qué no viene a
eso de las seis? Padre llegará antes de las siete, así que tendremos tiempo para
dar un paseo a lo largo de los Acantilados y disfrutar de la vista.
-Sólo hay una vista
que me interesa, Alexandra -dijo en voz baja, sabiendo que Nilo y Polg le oían
igualmente.
Alex le miró y sonrió,
luego se volvió hacia la puerta.
-Nos vemos esta noche,
teniente –le dijo ella, volviéndose.
Dair se quedó parado y
suspiró cuando la puerta se cerró tras ella. Nilo y Polg estaban riéndose para
sí mismos. Era obvio para ellos que Dair Haslip estaba locamente enamorado.
-Nos vemos esta noche,
teniente -repitió Nilo, imitando a Alex.
Dair le fulminó con la
mirada.
-Oh, cállate -dijo,
enderezando su uniforme-. Además, ¿qué estás mirando?
-Nada, teniente -dijo
Nilo inocentemente.
-Bien, entonces vuelve
a tu trabajo.
***
-Buenas noches,
teniente Haslip -saludó a Dair el droide sirviente-. La señorita Alexandra le
espera en el patio.
-Gracias, Ceté -dijo
Dair-. Yo mismo encontraré el camino.
-Por supuesto, señor.
La vista desde la
mansión del gobernador imperial probablemente era una de las mejores que podían
hallarse a lo largo de los Acantilados Tahika. Alex estaba allí de pie,
contemplando el mar en calma, mientras las últimas horas de luz del sol
brillaban sobre el agua. Oyó cómo Dair se acercaba y se volvió para darle la
bienvenida con una sonrisa en su rostro. Él la tomó en sus brazos y la besó en
los labios, lo que la pilló por sorpresa.
-Vi a dos soldados
exploradores en la parte delantera de la casa -le susurró al oído-. ¿Alguno
aquí atrás que pudiera estar observándonos?
-Sí -dijo ella,
comprendiendo el motivo de esa muestra de afecto-. Hay dos más patrullando las
tierras, que yo sepa.
-Está bien -dijo él,
apartándose de ella, pero plantándole un suave beso en la frente-. Esta
empezando a haber demasiada gente aquí, ¿no te parece?
-Vamos a dar un paseo
por los Acantilados –sugirió ella-. Tenemos por lo menos una hora antes de la
cena.
Tomó la mano de Alex
en la suya y la condujo bajando por las escaleras de piedra a los jardines.
Ella podía sentir su nerviosismo y sabía que no era porque estuviera preocupado
por los soldados exploradores.
-¿No es hermoso esto?
-le preguntó ella cuando estaban al borde de los Acantilados.
Dair no estaba mirando
el paisaje.
-Hermoso -dijo en voz
baja. Alex lo miró, sintiendo sus pensamientos-. Alex, yo...
-¡Shh! -susurró-. Me
gustas, Dair. Eres un buen amigo. Trabajar juntos contra el Imperio de esta
forma... Bueno, ya sabes... No quiero que te lleves una impresión equivocada.
Por favor, no compliques nuestras vidas más de lo que ya están.
Él sabía que ella
tenía razón. Había tenido esta misma conversación con él mil veces.
-Lo entiendo, Alex.
Ella le sonrió
tímidamente, pero había un destello de exuberancia juvenil en sus ojos.
-¡Hey, vamos! ¡Te echo
una carrera!
Ella se había echado a
correr antes de que él pudiera recordarle que tenían que tener un aspecto medio
decente para la cena con el gobernador. Pero salió corriendo tras ella, alcanzándola
finalmente cuando se detuvo de pronto para mirar alrededor. Estaban cerca de
las minas, tal vez a tres kilómetros o así. Por un momento, Alex tuvo una fugaz
sensación de peligro. Pero luego desapareció.
-¿Qué pasa? -le
preguntó Dair.
Ella frunció el ceño,
encogiéndose de hombros.
-No es nada. Veamos
cuánto tiempo les lleva rastrearnos -dijo ella, tomándolo de la mano y conduciéndolo
por otro camino que seguía paralelo al borde de los acantilados.
Habían caminado unos
cinco minutos, cuando Alex se dejó caer en el suelo.
-Este parece un buen
lugar -comentó.
-¿Un buen lugar? –preguntó
él-. Sí. Para que nos encuentren.
-Bueno, si tú lo dices.
-Alex miró su cronómetro-. Desde luego, les está tomando un tiempo.
-Tal vez no patrullen
esta zona de forma regular. Y sabes que los sensores de sus motos deslizadoras
no son tan fiables cerca de los Acantilados -dijo.
-Podría ser –convino ella,
mirando en dirección a las cuevas a una distancia de medio kilómetro. Se
preguntaba lo fácil que podría ser trasladar el lanzador de misiles Plex que la
resistencia tenía escondido cerca. Si a esos soldados exploradores les costaba tanto
tiempo encontrarles...
-Ahí vienen -dijo
ella, con esa misma mirada lejana en sus ojos que había visto antes ese mismo
día en el centro de operaciones.
Dair se esforzó por
escuchar los sonidos de motos deslizadoras.
-Yo no oigo nada -dijo.
-¡Shh!
Diez segundos después,
el zumbido de los motores se hizo evidente. Dair se sorprendió al comprobar la
agudeza del oído de Alex... ¿o era otra cosa? Sacudió la cabeza con
incredulidad y la miró fijamente.
Alex se acercó más a
él.
-Ahora, recuerda que
esto es sólo un trabajo. -Ella vaciló, mirando a otro lado por un momento.
Entonces lo miró fijamente a los ojos-. ¿Estás listo? -le preguntó.
-¿Eh? ¿Listo para qué?
-preguntó mientras las motos deslizadoras se acercaban.
-Para esto... -Ella se
inclinó y le besó suavemente, ignorando las motos deslizadoras que se habían
detenido a pocos metros de distancia.
Dair representó su
papel como algo natural, sin necesidad de estímulo alguno. No era consciente de
los pasos que se acercaban, y no rompió el beso en ningún momento.
Alex finalmente abrió
los ojos y vio a los dos soldados exploradores de pie sobre ellos.
-Dair -dijo ella,
alejándose de él-. Tenemos compañía.
-¿Qué dem...? -Se
levantó y se enfrentó a los soldados.
-Lo siento, teniente,
pero esta zona está fuera de límites –le dijo uno de los hombres.
-¿Fuera de límites? –exclamó
Alex-. ¡Estas tierras pertenecen a mi padre!
El soldado miró a la
joven por un momento.
-Órdenes del general
Zakar, señorita Winger.
Alex miró al soldado,
y luego se marchó.
-¡Alex, espera! –exclamó
Dair-. Muchas gracias -le dijo al soldado con sarcasmo-. ¡Alex!
Dair la alcanzó, poniéndole
un brazo alrededor de los hombros.
Ella estaba temblando.
Pero al ver la expresión de su rostro, tuvo que contener la risa.
-Buen espectáculo -susurró.
-Esta noche vamos a
ser la comidilla del cuartel -dijo riendo.
***
Alex se frotó los
ojos. Sólo el suave resplandor de la luz de la luna iluminaba su habitación. Se
sentó en la cama, tratando de imaginar lo que diría Paca si supiera lo que
estaba a punto de hacer. Se rió para sus adentros. ¿Qué era lo que le había
dicho ayer...? ¿Alguna vez me has visto correr riesgos? Oh, bueno, pensó.
Ese lanzamisiles Plex
era todo en lo que podía pensar. Estaba tan cerca, apenas a un kilómetro de la
mansión del gobernador. El Plex debía ser trasladado antes de que los
imperiales lo encontrasen. Y Alex estaba en la mejor posición para hacer
precisamente eso. Después de su pequeño experimento con Dair a última hora de
la tarde, estaba segura de poder entrar y salir de la zona con suficiente
rapidez para evitar la detección.
Alex salió de la cama
y se vistió, luego estudió los terrenos alrededor de la mansión. Ni rastro de
soldados exploradores.
-No hay nada como un
paseo a medianoche -se dijo.
Salir de la casa era
incluso más fácil de lo que Alex había imaginado. Salió por a los terrenos por
la parte trasera, y se dirigió hacia el sur, avanzando paralela a los
acantilados. A menos de 30
metros de la mansión, los árboles ofrecían una buena
cobertura.
El bosque era un
hervidero de sonidos nocturnos. Alex apenas podía oír sus propios pasos sobre
el suelo del bosque, tapados por el canto nocturno de los crupas que habitaban
en los árboles. Y los boetays aullaban a las lunas de Garos, prestando sus
voces a la armonía de la noche. No había sonido de motos deslizadoras
imperiales interfiriendo en esa sinfonía natural.
Alex cubrió la
distancia hasta las cuevas en poco más de diez minutos, y se sentía a salvo
oculta en las profundidades de sus sombras. Descansó unos minutos antes de colgarse
el lanzamisiles al hombro y salir de nuevo a la noche. En la boca de la cueva
se asomó a la oscuridad. Aún no había señales de soldados exploradores. Estaban
allí fuera, pero no estaban demasiado cerca... o por lo menos eso creía ella.
Girando hacia el
oeste, Alex se dirigió hacia los acantilados. Decidió regresar por una ruta
ligeramente diferente. Si alguien se acercaba, sería muy fácil tirar el Plex
por los Acantilados.
Nadie interrumpió su
avance hasta que, a la vista de la mansión, Alex sintió a alguien cerca. No
podía creer que hubiera llegado tan cerca de recuperar el Plex y que ahora tuviera
que tirarlo. No podía permitir que eso sucediera. Moviéndose rápidamente, lo
dejó caer al suelo, arrojando hojas y algunas ramas caídas de los árboles sobre
el lanzador. Se había alejado más de diez metros de él cuando la moto
deslizadora se le acercó por detrás.
Su corazón se aceleró.
Respiró profundamente varias veces para calmarse. El soldado explorador aparcó
su moto junto a ella. Alex se detuvo cuando se dio cuenta de que tenía desenfundado
su bláster.
-¿Qué quieres? -le
preguntó, indicando por el tono de su voz que estaba bastante irritada por su
aparición.
Él la miró, iluminándole
el rostro con una luz.
-¿Quién eres? -preguntó.
-Soy Alexandra Winger,
hija del Gobernador Imperial -dijo con su voz más altiva.
Él dudó por un
momento, estudiándola de cerca.
-¿Qué está haciendo
aquí a estas horas de la noche, señorita Winger?
-¿Qué te parece que
estoy haciendo? No podía dormir, así que salí a dar un paseo. Ahora, si no te
importa... -Empezó a alejarse de él.
-La acompañaré de
regreso a la mansión, señorita Winger.
-Está bien –accedió ella-,
si insistes.
-Y le sugiero que la
próxima vez que desee dar un paseo en medio de la noche, pida una escolta. Es
difícil para nosotros protegerla si sale usted sola de esta manera -le dijo.
Ella asintió con la
cabeza mientras él la seguía hasta la mansión.
-Buenas noches,
señorita Winger -exclamó mientras ella ascendía las escaleras de piedra hasta
el patio.
Conforme el soldado
explorador se alejaba del lanzador oculto, Alex echó una última mirada hacia
los Acantilados. Exhaló un suspiro de alivio. El lanzador de misiles estaría
seguro por el momento. No creía que fuera demasiado difícil llevarlo al centro
de operaciones de la resistencia... pero decidió pensar en ese problema mañana.
***
Dair Haslip estaba
sentado en su escritorio tratando de trabajar. El general Zakar estaba
esperando ese informe sobre la construcción del bunker en el centro minero.
Dair miró a Nilo, que
estaba en el videocomunicador hablando con el comandante general Carner. Nilo
no parecía contento, pero desde luego la conversación sonaba interesante.
Se volvió para mirar
por la ventana. Ya era una hora tardía del día. Se estiró, flexionando los
brazos por encima de su cabeza. Luego se levantó y se acercó a la ventana. El Pub
Chado ocupaba el primer piso del edificio de enfrente. Empezaba a haber cada
vez más ajetreo allí conforme la jornada de trabajo llegaba poco a poco a su
fin. Una luz brillaba desde una ventana abierta. Dair lo comprobó rápidamente:
segunda ventana de la izquierda, tercer piso. Parece que Paca ha convocado una reunión para esta noche. Suspiró,
se frotó los ojos y volvió a su escritorio. Iba a ser un largo día.
El general Zakar
irrumpió por la puerta, con el teniente Polg pisándole los talones.
-Haslip, ¿qué tal va
ese informe? –preguntó el general, sin molestarse siquiera en parar.
-Estará en su
escritorio a primera hora de la mañana, señor.
-Bien. -Zakar entró en
su despacho con Polg justo detrás de él. Dair se levantó y les siguió. El
general miró a los informes sobre su escritorio. Cada vez que se alejaba por
más de una hora, parecían reproducirse. Era irónico que acabase de pedirle otro
a Haslip.
-Polg, organice una
reunión con el gobernador Winger y el comandante general Carner mañana por la
tarde. Voy a tener que revisar el informe de Haslip antes de la reunión, así
que asegúrese de mantener despejada mi agenda. -Echó un vistazo a Dair-.
¿Cuánto tiempo voy a necesitar, Haslip?
-Alrededor de una
media hora, general -contestó Dair.
-Está bien. A ver si
puede hacerle un hueco.
-Sí, señor -dijo Polg,
haciendo una anotación en su tableta de datos-. ¿Desea algo más, mi general?
-No, eso es todo por
ahora, teniente.
-¿Señor?
-¿Sí, Haslip?
-El consejero Baro ha
estado todo el día tratando de reunirse con usted.
-¿Baro? -preguntó,
buscando en su memoria-. Ah, sí, el de Zila.
-Sí, señor. El
consejero está preocupado acerca de nuestras actividades allí -le dijo Dair.
Zakar frunció el ceño.
-¿Con que sí, eh? -Sacudió
la cabeza con impaciencia-. Entonces recuérdele quién está al mando, Haslip. Le
diré lo que necesite saber, si necesita saberlo, y cuando necesite saberlo. -Y si mis superiores me dan cualquier pista sobre
sus objetivos.
-Sí, señor. Se lo
diré, señor. Me pondré a trabajar en ese informe ahora.
La puerta se cerró tras
él.
Nilo acababa de
terminar su conversación con el comandante general Carner. Puso los ojos en
blanco.
-Generales -dijo en voz
baja, apretando los dientes.
-¿Qué pasa con Carner?
¿Te está dando algún problema? -Dair rió entre dientes.
Nilo le fulminó con la
mirada, frunciéndole el ceño.
-Oh, está molesto por
las órdenes de envío de las unidades de control de sistemas.
Polg levantó la vista
de su trabajo divertido por la conversación.
-¿Y eso es nuevo? -preguntó.
- El general Zakar sólo ha
autorizado dos escuadrones de soldados exploradores para trasladar las piezas desde
Garan a las minas. Y Carner quiere más protección para el convoy. Entonces,
¿quién se lleva los gritos? ¡Yo!
Muy interesante.
-Para eso están los
tenientes, Nilo -dijo Dair.
-¡Únete al club! –dijo
Polg. Había estado en el extremo receptor de ese tipo de comportamiento
demasiadas veces como para llevar la cuenta.
-Trata de no tomarlo
como algo personal, Nilo. Carner ha estado encima de todo el mundo debido a las
actividades del metro -le recordó Dair.
-Sí, lo sé. Supongo
que será mejor pasar la queja de Carner al general. No me gustaría ser
negligente en mis deberes, ¿verdad?
Dair agitó la cabeza.
Se preguntó qué añadiría el general: ¿otro escuadrón de exploradores, o tal vez
un AT-ST? Siempre podías contar con el Imperio para hacer las cosas más
difíciles para los luchadores por la libertad.
Un zumbido del
intercomunicador interrumpió su breve descanso del trabajo.
-¿Sí, mi general?
-Polg, tráigame las actualizaciones
más recientes de las ubicaciones de sensores en el centro minero -retumbó la
voz de la otra habitación.
-Se lo traigo de
inmediato, general.
Dair y Nilo se miraron
el uno al otro mientras Polg tecleaba furiosamente solicitando el archivo y lo
transfería a una tarjeta de datos. Pobre
Polg, el general nunca le dejaba parar un momento. En menos de 30 segundos,
ya se había levantado de su escritorio. Nilo se encogió de hombros, se levantó
y siguió a Polg a la oficina de Zakar.
Dair consultó su
cronómetro de nuevo. Tan pronto como terminase ese informe podría salir de ahí
y cenar antes de reunirse con Paca en el centro de operaciones de la
resistencia.
Sin duda, iba a ser
una larga noche.
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