jueves, 27 de septiembre de 2012

Espada de doble filo (II)


CABINA DE DÍA DEL OFICIAL AL MANDO, LANZADERA ST 321, EN RUTA HACIA EL CENTRO IMPERIAL.

-Creo que preferiría mantener el batallón Cuis bajo mi mando directo -dijo el Emperador, recostándose en el asiento de Vader mientras la lanzadera saltaba al hiperespacio.
Vader hizo caso omiso de la violación de su territorio y simplemente registró el hecho de que su Maestro se había molestado en hacerlo. Era otra de esas pequeñas pruebas, los constantes empujones y aguijonazos pensados para hacer que Vader ansiase la supremacía y adquiriera la suficiente ira para tomarla. Un millar de pequeñas amenazas alimentarían el lado oscuro en su interior, pero a veces parecía que lo hacía más por deporte que por su educación.
No le necesito para mantenerme preparado, Maestro. No olvidaré lo que me motiva. Y un día le mataré, sí, pero será un día de mi elección, no un acto reflejo cuando finalmente sus provocaciones colmen mi paciencia.
-¿Entonce no formarán parte de la infantería, Maestro?
El tono de Palpatine se endureció un poco.
-Sé cómo dirigir un ejército. Lord Vader.
-Me refiero a que los clones Cuis son, a los efectos, todos Manos y por lo tanto podrían ser ideales para operaciones especiales.
El emperador aceptó un vaso de agua de Lekauf, que nunca parecía encontrar degradantes las tareas domésticas.
-Sí, los entrenaré para llevar a cabo muchas tareas.
Vader se las arregló para evitar las palabras que últimamente siempre planeaban entre ellos.
-Cuis fue leal a su Maestro hasta el final. Ni siquiera reveló su nombre.
-Una encomiable cualidad que espero encontrar en su clones.
-Puede que sea genético, pero también puede ser fomentado.
Y de igual modo también puede ser eliminado. Vader pensó en el hombre que había sido -sí, no había dolor ahora, sólo una vívida y furiosa determinación- y en aquellos que había amado, pero que lo habían traicionado. Todavía podía recrear esa fría e intensa sensación de decepción cuando se dio cuenta de que Palpatine había enviado a Cuis, y que lo único seguro acerca de él es que iba a ser una fuente de amenaza constante. Saber lo solo que realmente estaba podría haberle hecho más fuerte, pero eso no le consolaba. Sospechaba que por eso se rodeaba de los Lekaufs de este mundo; no sólo porque los soldados leales eran buenos soldados, sino porque eso tranquilizaba a la pequeña parte de él que había sido Anakin, la parte que aún parecía suficientemente útil no suprimir. Lekauf era tranquilizador: un hombre al que le gustaba saber dónde estaba, un hombre que simplemente quería hacer su trabajo lo mejor posible y tener un propósito claro a cambio de su devoción.
No me decepcionarás. Demasiada gente me ha decepcionado.
-Teniente -dijo Palpatine, mirando más allá de Vader hacia donde Lekauf permanecía en paciente silencio-. ¿Qué te hace ser fiel a Lord Vader?
Lekauf, normalmente incómodo alrededor de Palpatine, se relajó un poco. Vader podía sentirlo. Las dudas y pasiones de Lekauf rara vez se mostraban en su rostro, pero las tenía, y Vader siempre podía saborearlas y a veces se basaba en ellas para entender lo que estaba sucediendo en el Ejército Imperial.
-Con su permiso, señor –dijo Lekauf, y miró a Vader-. Es porque mi Señor nunca pide a sus hombres que hagan cualquier cosa que él mismo no haría.
-Loable -dijo Palpatine.
Honesto, pensó Vader. Podría haber dicho que el Imperio era lo más santo y que yo era su instrumento. Pero ha dado la respuesta de un soldado.
El emperador volvió a sorber su agua, y Lekauf siguió inmóvil, de pie. No quería sentarse a menos que Vader estuviera sentado. Vader ya estaba acostumbrado a ello, y de vez en vez en cuando tenía que ordenarle que se sentara cuando estaba claro que lo necesitaba.
-Llama a tu mujer, Lekauf -dijo Vader-. Dile cuándo vas a llegar.
Hubo un breve destello de emoción en el espíritu de Lekauf que iluminó la Fuerza por un breve momento.
-Gracias, señor. Gracias.
Lekauf saludó y desapareció por la escotilla hacia la cabina. Maestro y aprendiz permanecieron en silencio hasta que estuvo fuera del alcance de sus voces.
-Siempre me sorprendes con tu capacidad para la... compasión -dijo Palpatine, convirtiendo de alguna manera esa palabra en un insulto.
-Motivación -dijo Vader, atreviéndose a corregir a Palpatine, y esperó que no creyera que había conseguido herirle-. No tendría sentido negar a Lekauf una cosa tan pequeña. Ejercer el poder por el poder no logra nada. Saber cuándo relajarlo, .
-Conseguir que las personas quieran agradarte es una habilidad importante -dijo Palpatine-. Te estás convirtiendo en un experto en ello. Fascinante, ¿no es así? Ver ese deseo de aprobación.
Ah, disfrutaba con ello. Era su deporte. Era más que el ejercicio del poder político. Le gustaba ver a la gente, a las personas inferiores e indefensas, a su servicio.
Ya no deseo complacerle, Maestro. Vader decidió que estaba contento de ser un hombre sencillo, confiando en la fuerza y la claridad. Su necesidad de juegos será algún día su perdición... ahora conozco cuál es su debilidad. La utilizaré cuando sea el momento.
Vader se instaló en el asiento de enfrente -normalmente el del primer oficial- y ocupó su tiempo poniéndose al día con informes de las bases imperiales en el Borde Exterior.
Debería haber sido un vuelo corto, sin complicaciones. Y así fue, hasta el momento en que algo cosquilleó en la parte posterior de la garganta y miró hacia arriba, llevando instintivamente la mano hacia su sable de luz. Entonces la alarma roja de los puestos de emergencia iluminó el mamparo y la sirena de advertencia le dejó sordo.
Palpatine, siempre todo calma glacial, colocó su vaso con cuidado sobre la mesa más cercana y abrió la comunicación con la cabina.
-¿Cuál es el problema? -preguntó.
No obtuvo nada más que el crujido de estática desde el otro extremo del enlace. Vader ya estaba en la escotilla, sus sentidos de la Fuerza abriéndose camino a través de lo que parecían ser capas de relleno y humo para sentir claramente lo que le había sido ocultado mediante un esfuerzo voluntario. Los Jedi Oscuros se habían revelado, luchando para ocultarle sus intenciones, pero todo lo que necesitaba saber era que no planeaban serle leales a él.
Probablemente estaban viniendo a por él.
Al parecer, los clones de Cuis aún continuaban con la misión de su donante.

***

Vader se dirigió por el pasillo hasta la cabina, sable de luz en mano, con las parpadeantes luces rojas de las estaciones de emergencia reflejándose en su armadura. Podía oír fuego de bláster.
Abrió su comunicador.
-Lekauf, ¿qué está pasando?
-Los clones de Cuis han matado a los pilotos y se han apoderado de toda la sección delantera de la nave, señor. -El b-dappp de un disparo de bláster interrumpió al teniente-. Aquí sólo quedamos mis clones, el oficial de navegación y yo. Estamos tratando de hacer saltar las escotillas del mamparo.
-Esperadme.
-No creo que deba bajar aquí, señor.
-Yo me ocuparé de ello. Me quieren a mí.
-Sheyvan parece ir a por el Emperador, señor, no a por usted.
Vader sintió la sacudida de la lanzadera como si hubiera realizado una repentina corrección de rumbo. Se dirigió de vuelta a la cabina de día y verificó la pantalla del repetidor de navegación para comprobar el rumbo; la lanzadera se dirigía ahora hacia el Borde Exterior. Palpatine seguía sentado tranquilamente en su asiento, con la empuñadura de su sable de luz en el regazo.
Un pensamiento cruzó por la mente de Vader. Lo expresó con cuidado.
-¿Es esto un ejercicio de fuego real que usted tuvo a bien no mencionarme, Maestro?
-No -dijo Palpatine.
Otro de sus juegos, en cualquier caso. Tal vez haya encargado a los clones de Cuis que me maten.
-Está en peligro, Maestro.
-Puedo ocuparme de siete Jedi Oscuros, Lord Vader. Lo que ninguno de nosotros puede hacer frente, sin embargo, es el vacío del espacio. Así que asegurémonos de que no haya brechas en el casco.
-Siete -dijo Vader-. Entonces, está incluyendo a su propia Mano.
-O bien Sheyvan está muerto, o bien es parte de esta rebelión, en cuyo caso morirá de todos modos.
La Lambda era una pequeña nave, de 20 metros de proa a popa, y Palpatine podía luchar con sus poderes de la Fuerza desde la cabina de día tan bien como podía hacerlo al alcance del sable de luz de un enemigo. Vader tomó su reacción tranquila como prueba tácita de que el Emperador sabía que no estaba en peligro, pero que Vader sí lo estaba. Y de repente, se sintió ofendido por poner en peligro a su tripulación, que se merecía algo mejor que eso.
-Yo me encargaré de esto, Maestro. No es necesario que se vea involucrado. -No ponga obstáculos en mi camino. No trate de ponerme más a prueba. Manténgase apartado de esta lucha-. Lekauf y yo reestableceremos el orden.
Vader volvió a recorrer el pasillo y salió por la escotilla un compartimiento a popa del mamparo de la cabina. El humo y el olor a disparos de bláster llenaba el aire; Lekauf, el oficial de navegación Pepin, y los clones de Lekauf habían apilado cajas como barrera defensiva e iban alternando entre disparar a la escotilla y tratar de forzar a las secciones con una barra de duracero.
-Si no tuviéramos Jedi al otro lado de la escotilla, a estas alturas ya estaría abierta -dijo Pepin, gruñendo por el esfuerzo, mientras ponía todo su peso en la barra de metal.
-Es Sheyvan, señor -dijo Lekauf-. Los ha liderado.
Vader se acercó a la escotilla, apartó a Pepin a un lado con mano firme, y golpeó dos veces su puño cerrado contra el duracero.
-Sheyvan, ríndete. Nunca podrás derrotarme.
La voz de Sheyvan sonaba ahogada. El oído amplificado de Vader distinguió las palabras con claridad, incluso a través del pesado duracero.
-Nos ha traicionado -dijo Sheyvan-. El Emperador nos ha traicionado a todos.
-Abre esta escotilla.
-Él nos utiliza, Lord Vader. ¿No lo entiende?
Oh, sí, por supuesto que sí. Y podría arrancar esta escotilla con el poder de mi voluntad, pero quiero oír más. ¿Cómo has encontrado la fuerza para desafiar a Palpatine?
-He dicho que abras la escotilla.
-Nos hace creer cada uno de nosotros somos la única Mano y luego averiguamos... tira a la basura nuestras vidas, Lord Vader, y nuestra lealtad se merece algo mejor.
Desde luego que sí. También la mía. ¿Con quién sigo todavía enojado; con Palpatine o con Kenobi? ¿Qué Maestro me ha decepcionado más?
-Clones de Cuis. -Golpeó la escotilla de nuevo-. No podéis tener los recuerdos de vuestro donante. ¿Qué os hace sentiros lo bastante traicionados como para amenazar a vuestro Emperador?
La voz de un hombre muerto contestó con un acento ligeramente diferente, el acento de Sheyvan.
-Somos leales al hombre que nos entrenó, Lord Vader.
-Genial -dijo Lekauf-. Inteligente manera de volver sus cualidades contra nosotros.
No cabía duda de su capacidad de lealtad, y Vader había tenido razón al observar esa cualidad en Cuis; pero no sabía lo traicionado que se había sentido Sheyvan al descubrir que no era la única Mano, y al descubrir lo que le había sucedido a Cuis.
Pero Palpatine debía haber sabido que esa reacción era probable. ¿Había ideado esto a propósito, poniendo a un hombre amargado a cargo la formación de Jedi Oscuros que muy probablemente asumirían la causa de su instructor? ¿Había influido en la mente Sheyvan? Vader nunca sabía cuántas capas había en las intrigas de Palpatine, sólo que estaba cansado de ellas.
Lekauf tenía razón. La lealtad era una espada de doble filo. Era una pena que estuviera jugando en su contra en ese momento.
-Lord Vader -dijo Sheyvan-. Lord Vader, ayúdenos a derrocar a Palpatine. Usted podría gobernar en su lugar.
Sí, le derrocaré. Pero ahora parecía muy pronto, demasiado pronto. Vader lo consideró por un momento. Se dio la vuelta y sorprendió a Lekauf mirándole fijamente, y rechazó la idea.
-Apártate y déjame abrir esta escotilla, teniente.
Los clones de Cuis le oyeron. Sintió cómo uno de ellos se acercó más a la escotilla.
-Si intenta asaltar la cabina –gritó-, sobrecargaremos el cañón láser; y destruiremos la nave.
Lekauf asintió.
-Pueden hacerlo, señor -dijo en voz baja-. Tienen el control de todos los sistemas de armas.
-Entonces tendremos que neutralizarles de forma segura.
-¿Segura para ellos?
-Segura para nosotros.
-Si está usted preparado para enfrentarse a unos instantes sin soporte vital, mi señor, es probable que pueda cortar la corriente de toda la nave -dijo Pepin-. El generador está en nuestro lado de la escotilla.
Eso paralizaría los cañones láser. Significaba luchar en la oscuridad, pero tanto Vader y como los clones tenían mejoras en sus cascos que les permitían ver en infrarrojos y con poca luz. Pepin podría arreglárselas de alguna manera.
-Aunque cortemos la corriente, todavía tendrán sus sables de luz, señor -dijo Lekauf-. Son muy bueno desviando fuego de bláster, y cualquier otra munición más pesada podría hacer un agujero en nuestro casco de todas maneras.
-Tengo algo que tendrán problemas para desviar -dijo Nele, el clon de Lekauf que había sido lanzado a través de la sala de entrenamiento. Levantó un gran rifle con una cámara cilíndrica montada donde habría estado la mirilla óptica en un rifle bláster convencional-. Barbacoa instantánea.
Lekauf pareció avergonzado por un momento.
-Un lanzallamas, señor. Tiene razón. Mejor carbonizar los paneles que abrir un gran agujero en ellos. Y es rápido.
Vader no podía imaginar a su ultra-formal teniente enseñando a sus clones frases como barbacoa instantánea, pero claramente había un lado del hombre que no había visto todavía.
-El fuego el mayor peligro a bordo de una nave.
-No tan peligroso como dejar que vuelen la nave en pedazos, señor.
-Muy bien -dijo Vader. Podía usar la Fuerza para contener los daños si era necesario. Sintiendo una presencia que se acercaba, se dio la vuelta para ver a Palpatine, de pie al final del pasillo, sereno y simplemente... observando-. Preparados.
Vader lamentó la pérdida de los clones de Cuis. Pero se trataba de un asunto de supervivencia, y si una Mano podía volverse contra el Emperador, el hombre que había inspirado originalmente su devoción, entonces habría inculcado en sus alumnos la capacidad de hacer lo mismo.
Los clones siempre eran rápidos aprendiendo. Eso también era una espada de doble filo.

***

Palpatine permaneció al fondo del pasillo que corría a lo largo del lado de estribor de la Lambda. Había proyectado un campo resplandeciente ante él, una declaración silenciosa de que no iba a participar en la lucha.
-Tengo confianza en ti, Lord Vader.
Ese truco ya no funciona conmigo, Maestro.
-Y yo tengo confianza en mis hombres.
Vader podía ver por el tenso control en el rostro de Lekauf que ahora estaba lejos de sentirse inspirado por el Emperador. Por una vez, ahí había alguien que no parecía capaz de impregnarse con el deseo de agradarle. Lekauf parecía sentir lo mismo que sentía Vader. Era inquietante ver eso en un hombre común.
Pepin estaba en pie con un hidrotensor en la mano, listo para apagar los motores y el generador de la lanzadera. Lekauf posicionó a los seis clones a ambos lados de la escotilla con lanzallamas y blásters preparados.
Vader dio un paso atrás. Lo que necesitaban no era tanto sus habilidades de combate como su capacidad para impedir que los Jedi Oscuros usasen la Fuerza. Casi sin duda tenían un sentido del peligro tan agudo como el suyo; y siete de ellos juntos podrían salir de detrás de esa escotilla y superar a Pepin o a cualquiera de los clones.
Tomó aire y se concentró, cerrándose a casi todo a su alrededor hasta que sólo era consciente de los seres vivos de la lanzadera. Podía sentir a Lekauf y sus hombres. Podía sentir a Pepin en los controles de potencia. Y podía sentir los siete vórtices de energía oscura detrás de la mampara en la parte delantera como si no hubiera duracero entre ellos en absoluto.
Se oyó un clic y un zumbido de blásters cargándose y un silbido tenue cuando tres de los clones ajustaron la presión en sus lanzallamas.
-Cuando usted quiera, señor -dijo Lekauf.
Vader se concentró en Pepin y lo envolvió en un escudo de Fuerza.
-Pepin... ¡ahora!
Vader notó una sensación de concentración desde detrás de la escotilla, y justo cuando siete mentes parecieron darse cuenta de la amenaza y extenderse en la Fuerza, Pepin apagó el generador y el transbordador se sumió en la oscuridad, a excepción de la reluciente hoja roja de su sable de luz. Levantó la mano izquierda, sabiendo exactamente dónde se encontraba el punto más débil de la escotilla, y envió un potente empujón de la Fuerza que hizo que las dos mitades de las puertas de la escotilla se separasen.
Por un momento, congelado en el tiempo, Vader vio un bosque de hojas rojas de sable de luz exactamente iguales a la suya. Lanzó una onda de choque de la Fuerza contra la cabina al tiempo que su campo de visión estalló en luz caliente y amarilla y el fuerte rugido de las llamas llenó el compartimiento dañado ante ellos, el fuego lamiendo los mamparos y proyectándose por la escotilla de la cabina.
Ahora podía ver el interior. Escuchó gritos. Tres espadas de luz habían desaparecido, pareciendo fundirse con las llamas. Furiosos reflejos dorados bailaban sobre las armaduras blancas. Pero tres de las hojas de energía seguían brillando, y pudo ver tres de los clones de Cuis envueltos en sus propios escudos de Fuerza, logrando mantener a raya el asalto del lanzallamas.
Las placas y los trajes corporales de los soldados de asalto eran resistentes al fuego, y los hombres de Lekauf habían superado ese intrínseco terror humano al fuego para caminar por el infierno y continuar disparando chorros de gas ardiente en el compartimento ante ellos. Vader podía ver tres cuerpos en el suelo, de color negro mate, carbonizados, y tres hojas de sable en movimiento, pero, ¿dónde estaba el cuarto?
Se extendió con la mente, buscando detrás de los ardientes paneles y tableros de control. Otra bola de fuego voló hasta el fondo del puente de mando desde la boca de un lanzallamas. Lekauf, apretado junto a Vader y sin respirador, tosió cuando el humo acre se alzó hacia ellos.
-Mantente aparte -dijo Vader, e intensificó su alcance de la Fuerza para atravesar la protección de los clones de Cuis, agarrando sus gargantas y aplastándolas. Una cedió y Vader avanzó rápidamente, dando tres pasos hacia delante y abatiendo al clon con un movimiento descendiente de su sable.
Quedaban dos, aparte de Sheyvan. Él aún estaba vivo. Vader podía sentirlo, aunque no verlo. Los hombres de Lekauf dispararon rápidas ráfagas de llamas sobre los últimos dos clones de Cuis que quedaban en pie, haciéndoles retroceder contra el mamparo de babor mientras Vader se acercaba y ellos se esforzaban por mantener la burbuja protectora a su alrededor. Salía humo de todas las superficies. El interior de la lanzadera estaba hecho de materiales resistentes al fuego, pero la temperatura en el confinado espacio estaba haciéndose ya insoportable.
Nele disparó otra ráfaga de gas ardiente sobre los Jedi Oscuros. Entonces uno de los clones de Cuis realizó un esfuerzo enorme y envió la bola de fuego de vuelta hacia Vader.
El traje de Vader podía resistir casi cualquier asalto. Pero Lekauf, un hombre entrenado para reaccionar sin detenerse a discutir, se arrojó delante de él y se llevó la peor parte de la llama. Cayó, jadeando, mientras los clones se acercaban a los Jedi Oscuros y Vader reventó sus escudos de Fuerza con pura rabia concentrada.
Los sables de luz se extinguieron en un parpadeo.
-¡Pepin, los controles, ya! –gritó Vader.
La energía del transbordador regresó, y una fina lluvia de retardante de fuego comenzó a caer de los extintores del puente, rociando las superficies ardientes. Vader se arrodilló para agarrar a Lekauf por los hombros y sacarlo de allí.
La acción Lekauf había sido un gesto tonto y que Vader no necesitaba. Pero era un recordatorio doloroso para él. No hacía mucho tiempo, él había sido quien se encontraba quemado y desesperado en busca de ayuda... Y el Maestro en quien confiaba, Obi-Wan Kenobi, le abandonó y le dejó morir.
Vader no abandonaría a Lekauf como él había sido abandonado. Sostuvo la cabeza del oficial, no para ganar su lealtad como Palpatine haría, sino porque era lo que Vader creía que Kenobi debería haber hecho por él.
La piel de Lekauf estaba ennegrecida, pero sus ojos estaban abiertos, anchos y blancos en un rostro conmocionado. Vader pidió bacta y Nele y Pepin corrieron hacia él con medipacs. Lekauf levantó un brazo y miró el dorso de su mano lleno de ampollas como si no fuera la suya.
-Mi mujer va a estar furiosa conmigo -dijo de esa manera absurda con que los hombres gravemente heridos hablaban a menudo.
-Apuesto a que su esposa simplemente se alegrará al verle volver de una pieza -dijo Pepin-. Llevémosle al camarote.
Vader se puso en pie. Los demás clones estaban registrando el carbonizado y deformado compartimento delantero, blásters a punto.
Sheyvan tenía que estar en alguna parte. Era una nave demasiado pequeña como para esconderse. Vader entró cuidadosamente a través de los escombros humeantes, ahora resbaladizo con una capa de líquido extintor, e hizo un gesto a los clones para que le dejasen la búsqueda a él. Sentía que el Jedi Oscuro estaba vivo, pero con una capa negra de ceniza húmeda cubriéndolo todo, era difícil saber qué era un cuerpo y qué era simplemente una lámina de plastoide fundido. Empujó grumos con la bota, sable de luz en mano.
Contó ocho cadáveres; seis clones de Cuis y los dos miembros de la tripulación que ya estaban muertos cuando comenzó el asalto. Entonces, una forma ennegrecida se apartó ligeramente cuando la golpeó con el pie.
Sheyvan se puso en pie de un salto, una pesadilla manchada de ceniza húmeda y negra. Su espada de luz cortó el aire húmedo y caliente, y Vader lo bloqueó con un empujón hacia arriba.
-Le traicionará a usted también, señor -dijo Sheyvan, chocando su sable de luz contra el de Vader.
-Pocas personas no intentarán traicionarme -dijo Vader y volviéndose hacia él. En ese momento, sólo podía concentrarse en la situación de Lekauf, un eco de la suya propia, y la rabia era una fina lente por la que concentrar su poder. Condujo Sheyvan retrocediendo al otro lado de la resbaladiza cubierta, haciéndole tropezar. Incluso ahora, después de soportar las llamas y el humo que aún restaba, el Jedi Oscuro seguía siendo un luchador formidable, y Vader realmente lamentó el golpe final que le atravesó desde hombro a la cadera y lo dejó muerto en el suelo.
Sheyvan era lo que Palpatine había hecho de él. Vader había pensado una vez que él también estaba hecho según lo planeado por Palpatine, pero ahora podía ser su propio hombre.
El Emperador podría incluso haber influenciado a Sheyvan para hacer esto. Tantas capas. Tantos juegos.
La cabina estaba demasiado dañada para pilotar la nave de regreso al Centro Imperial. Vader envió una señal de socorro y esperó el rescate. Regresó al camarote para comprobar el estado de Lekauf y encontró a Palpatine observando los primeros auxilios de emergencia como si se tratara de una demostración.
-¿Sobrevivirá? –preguntó Vader. Conozco esta sensación. Conozco el dolor-. ¿Tiene dañados los pulmones?
Pepin lo llevó a un lado.
-Tiene quemaduras muy graves, señor –dijo en un susurro.
-Yo sobreviví una vez a las quemaduras –dijo Vader-. Y él también lo hará. –Se inclinó sobre Lekauf y observó su rostro, viendo una fracción de lo que Palpatine debió ver una vez en él-. Eres más leal de lo que te conviene, teniente.
-Es mi trabajo, mi Señor.
Sin duda trataba de mostrar humor. A juzgar por las expresiones de los rostros de los clones que había entrenado, había creado ese mismo sentimiento de lealtad en ellos. Casi habían formado una línea defensiva a su alrededor. Nele le pasaba a Pepin una sucesión de gasas impregnadas en bacta.
-Nunca me decepcionas –dijo Vader. Lekauf, con el rostro y las manos envueltos en gasas húmedas, parpadeó un par de veces-. Tus disculpas han sido prematuras.
Con el tiempo, Lekauf se recuperaría, y puede que incluso volviera a entrenar hombres. Pero ahora sería el progenitor de un batallón de clones; sus hombres habían vencido a Jedi Oscuros y, aunque ayudados por Vader, se habían desenvuelto bastante bien por sí mismos.
Lekauf podía estar orgulloso. Y al menos volvería a ver a su familia. Con cicatrices o sin ellas, tenía algunas cosas que otros –incluso Vader- podían envidiar.

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