jueves, 6 de septiembre de 2012

Darth Maul: Contención (IV)


Con los circuitos de sus entrañas expuestos, la vibrocuchilla de combate descansaba sobre una mesa baja, junto a una pequeña caja de herramientas. Electrodestornillador en mano, Maul estaba trabajando febrilmente en el generador de vibración ultrasónica del arma, con intención de anular el amortiguador integrado y suministrar a la hoja un mayor poder de corte. Si no se le permitía el uso de la fuerza, entonces él utilizaría todo lo que quedase para satisfacer la ira de su interior; para destripar a todo ser viviente que encontrase durante su próxima prueba en solitario en Gora. Bañarse en la sangre que se derramaría, darse un festín de carne caliente... Sólo imaginarlo hizo que sus dedos temblasen, y de pronto la herramienta se deslizó de su débil agarre en el zócalo y se clavó profundamente en la palma de la mano opuesta, abriendo una pequeña herida y causando que la emoción contenida se desbordase. La mano derecha de Maul, cerrada en un puño, golpeó la mesa, rompiendo su superficie, y la vibrocuchilla salió volando, casi empañándose a sí mismo en la cabeza. Se enderezó, mostró sus afilados dientes y tensó su cuerpo, a punto de lanzar un grito que habría derribado los barracones a su alrededor.
En lugar de eso, respiró profundamente y se sentó en una silla, con la esperanza de retomar el control de sí mismo.
Durante el último año, cada vez que había regresado de una sesión de entrenamiento con Sidious su ira no había conocido límites, incluso en las raras ocasiones en que su cuerpo no había recibido quemaduras por el sable de luz de su Maestro. Sidious le había aconsejado que contase con eso, indicando que conforme el cuerpo de Maul fuera madurando, el lado oscuro comenzaría a reconocerlo como un potencial aliado y comenzaría a reclamar sus pensamientos y emociones. Sería un momento difícil para él, había recalcado su maestro, un rito de paso, aunque todavía no sería una de las pruebas que Sidious había prometido y que, en última instancia, le abatirían o le harían ganar el puesto de aprendiz... de socio en lo que fuera que Sidious estuviera haciendo.
A pesar de que había conocido a Sidious durante toda su vida, sabía poco de él. Aunque Maul no era un esclavo, sin duda pertenecía a Sidious de alguna manera. Fue Sidious quien le había entregado al cuidado de Trezza de ocho años antes. Antes de eso, Maul tenía recuerdos de haber sido criado y tutelado por Sidious y sus droides en Mustafar, y de viajes en nave estelar a un mundo llamado Tosste, donde había sido entrenado en las artes oscuras. Pero no tenía idea de quién era Sidious en el conjunto de la galaxia, o en qué mundo vivía. Por lo que Maul sabía, era un señor de la guerra, un hechicero, un monarca, o incluso un Maestro Jedi desterrado. Fuera cual fuese el caso, para un ser sin apenas pasado o una identidad, Maul encontraba tremendamente atractiva la posibilidad de llegar a ser el aprendiz de Sidious, y aunque agitado, herido y confuso por lo que había ocurrido recientemente, estaba decidido a demostrar su valía a su Maestro.
Se le ocurrió preguntarse si Sidious y Trezza habían conspirado para que el rito de paso de Maul en su aprendizaje de la Fuerza coincidiera con el rito similar de la academia, durante el cual iba a ser dejado solo en el Gora, para sobrevivir durante una semana de Orsis sin alimentos ni equipo, salvo por la vibrocuchilla, en un reino de bestias sedientas de sangre.
Estaba recogiendo los pedazos de su breve ataque de ira –recogiendo la vibrocuchilla y las herramientas que habían volado lejos-, cuando dos de sus compañeras de entrenamiento entraron en el barracón.
La más alta y de más edad de las dos, Kilindi Matako, examinó la habitación, fijándose en la vibrocuchilla desmantelada, en la destrozada superficie de la mesa, y la sangre fresca que goteaba de la mano izquierda perforada de Maul. Era nautolana, y los tentáculos rayados de su cabeza se estremecieron.
-¿Está todo bien?
-Un accidente.
Ella le miró dubitativa.
-Desde cuando.
Kilindi había llegado a la escuela siendo una antigua esclava, y había llegado a convertirse en la mano derecha de Trezza y una capaz guerrera. Desde el primer día que la conoció, Maul había albergado a una atracción casi secreta por Kilindi. A veces pensaba que ella compartía sus sentimientos, pero las emociones eran un terreno más peligroso que cualquier otro en Orsis.
La otra mujer era una humana de cabello oscuro llamada Daleen. Se rumoreaba que era princesa de una casa real, y estaba ausente de la academia aún más a menudo que Maul. Sus habilidades de combate eran limitadas, pero Trezza estaba convencido de que Daleen podría convertirse en una eficaz agente de sigilo. Las dos ayudaron a Maul a recoger la última de las herramientas, y luego se pusieron de pie lo suficientemente cerca de él como para que pudiera inhalar sus mareantes aromas. Por un momento su rabia dio paso a una sensación desconcertante de embriaguez.
-Meltch vino a buscarte -dijo Kilindi.
Maul echó una mirada inquieta a la puerta.
-¿Dónde está ahora?
-Arriba del todo, creo -dijo Daleen.
Arriba del todo era la EOO: Estación Orbital de Orsis. No era extraño que Meltch estuviera allí o fuera del planeta, buscando talentos, asesorando a algún grupo paramilitar, o ejecutando algún contrato. Maul se preguntó si el mandaloriano y Sidious había cruzado alguna vez sus caminos en la EOO durante sus frecuentes idas y venidas.
-¿Quieres algunos consejos sobre lo que debes tener en cuenta en el Gora? -dijo Kilindi mientras Maul se ponía a trabajar en el montaje de la vibrocuchilla.
Él negó con la cabeza.
-Lo superaré. -He matado dinkos sólo con mis manos desnudas, quiso añadir.
Ella se echó a reír, como quien conoce una broma privada que no quiere compartir.
-Eso es lo que yo dije, y mira a donde me llevó.
No necesitó mostrar las cicatrices que cruzaban sus musculosos brazos y hombros para que Maul comprendiera la idea.
-Simplemente, no te pierdas por ahí -dijo Daleen con voz seductora. Le acarició la parte posterior de la cabeza, con cuidado de no tocar ninguno de sus cortos cuernos-. Estamos preparándote una sorpresa para cuando vuelvas.

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