miércoles, 12 de septiembre de 2012

Darth Maul: Fin del Juego (I)

Darth Maul: Fin del Juego
James Luceno

El Infiltrador Sith estaba en el hiperespacio cuando Darth Maul conectó el piloto automático para darse tiempo para pensar. La reflexión era tan extraña para él que el impulso de buscar en su interior lo dejó momentáneamente sorprendido... aunque no lo suficiente como para mantenerlo sentado en los controles de la nave. Soltándose el arnés de la silla de aceleración, se levantó y caminó desde la consola de control hacia el arco de asientos de pasajeros a popa; luego de la entrada del elevador hasta los paneles de acceso a la matriz de células de energía. Aunque había dejado Tatooine atrás, a años luz de distancia, no podía sacudir el planeta de sus pensamientos, y a pesar de la velocidad y la capacidad de camuflaje del Cimitarra, era como si la elegante nave también fuera incapaz de escapar del pasado.
Si tuviera que hacerlo otra vez...
En sus pensamientos, se encontraba montado en la cabina abierta de la moto deslizadora, corriendo a través del paisaje desolado de Tatooine; al siguiente instante, se vio ejecutando un improvisado aunque acrobático salto que lo llevó a la tierra amarilla, su sable de luz en la mano, su hoja de energía encontrando la del Maestro Jedi cuyo nombre descubrió después que era Qui-Gon Jinn.
Los droides sonda que Maul había enviado al aterrizar en Tatooine había localizado al Jedi humano con barba en las gradas del estadio de carreras de vainas, y más tarde en el asentamiento conocido como Mos Espa. Uno del trío de Ojos Oscuros había descubierto también la nave estelar de la Reina de Naboo en el lugar donde se había posado, en el Barranco de Xelric. Con la intención de aprovechar cualquier ventaja, Maul había esperado a que Qui-Gon se acercase a pie hacia la reluciente nave antes de lanzar su ataque por sorpresa. Qui-Gon y un niño esclavo humano habían corrido a través de las ardientes desolaciones de arena mientras Maul observaba desde la comodidad acolchada del asiento del deslizador. Los ojos de Maul estaban mejor adaptados que los ojos humanos a la luz de los soles gemelos de Tatooine, su flexible cuerpo era más adecuado que el pesado cuerpo del Jedi para luchar en la arena suave...
Y sin embargo, nada había salido según lo planeado.
De alguna manera Qui-Gon escuchó el gemido sibilante del elevador de repulsión del deslizador y se había girado, haciéndose a un lado en el último momento. Con cerca de 250 metros separando a Qui-Gon y al joven esclavo de la nave de la Reina Amidala, Maul habría tenido tiempo de hacer girar bruscamente el deslizador y realizar una segunda pasada. En cambio, en su afán de enfrentarse por fin al sable de luz de un célebre Maestro Jedi, saltó a la acción...
La hábil preparación de Qui-Gon había tomado a Maul casi con la guardia baja. Pero el feroz primer enfrentamiento de sus hojas le dijo que el Jedi estaba igualmente sorprendido. ¿Y por qué no habría de estarlo... al ser atacado no sólo por un zabrak dathomiri que había aparecido de la nada, sino además por uno que había sido formado en las artes oscuras y blandía un sable de luz de hoja carmesí? De todos modos, Qui-Gon había calmado su mente y usó su imponente fuerza para contrarrestar la agilidad de Maul. Igualó los furiosos golpes de Maul con su propia y disciplinada intensidad. En medio de su lucha sin cuartel, el Jedi incluso había logrado ordenar al joven esclavo que huyera a la seguridad de la nave que esperaba, cuando Maul casi se había olvidado por completo de él.
¡La Fuerza favorece a este Jedi!, recordó haber pensado Maul.
Después de todos los droides, asesinos, mafiosos, y soldados que había vencido, por fin un oponente digno. Desde que combatió contra su propio Maestro, Darth Sidious, y fue derrotado, Maul no había estado tan comprometido con un desafío.
Entonces, justo cuando la resistencia de Qui-Gon estaba empezando a flaquear y la pelea se estaba inclinando a favor de Maul, algo incomprensible había ocurrido: Qui-Gon huyó. En lugar de aguantar fuerte y luchar hasta el final, saltó a la rampa de acceso desplegada de la Nave Real mientras esta despegaba, dejando a Maul -quemado tanto por el desencanto como por la cruda ira- en tierra, observando cómo la nave desaparecía en el cielo azul de Tatooine.
Muchos seres habían huido de Maul, pero nunca uno digno.
Cuando, por orden de su Maestro, él solo había matado a los instructores y aprendices en la academia de combate de Orsis cinco años atrás, ni un solo ser había huido. No lo había hecho el mandaloriano Meltch ni su par de letales rodianos; ni Trezza o su bien entrenada ayudante nautolana, Kilindi. Todos se mantuvieron firmes y murieron con honor. La cobardía era algo que nunca había entrado en la imaginación de Maul. ¿Qué se suponía entonces que debía pensar ahora de los Jedi, a quienes había sido criado para odiar desde su infancia?
En Coruscant, antes de partir hacia Tatooine, Maul encontró imposible contener su entusiasmo. Por fin nos revelamos, Maestro, le había dicho a Sidious. Y al final ese momento tan esperado de revelación había conducido a nada más que decepción. Mirando a la nave partir, Maul se preguntó: ¿Podría conseguir rastrear a los Jedi y a la Reina por segunda vez? ¿Cómo afectaría este fracaso a la misión general?
En ese momento había tratado de buscar formas de excusarse, culpando de su incapacidad para dominar a Qui-Gon a la herida en la pierna que había sufrido durante su breve captura por piratas togorianos. O el niño esclavo podría haber sido el culpable: un aparente nexo de energía de la Fuerza, el muchacho había alentado de alguna manera a Qui-Gon en la lucha. Pero Maul no iba a cometer el error de poner excusas ante su Maestro, o mencionar siquiera el encuentro con los togorianos.
Pero si tuviera que hacerlo de nuevo, no lo convertiría en un desafío.
Incluso si eso significaba privarse de la emoción del combate y del placer de ver la dolorosa sorpresa en los ojos de Qui-Gon cuando la hoja de Maul le traspasarse. Simplemente embestiría a toda velocidad con su sable de luz ya encendido y decapitaría a Qui-Gon donde estuviera. De esa manera también podría haber sido capaz de pilotar el deslizador a través de la escotilla abierta de la nave, matar al Padawan de Qui-Gon, Obi-Wan Kenobi, y capturar a la reina...
¡Como le habría alabado entonces su Maestro! En lugar de eso, Maul se había visto obligado a capear el evidente desencanto de Sidious con abyecta humillación. Darth Sidious había desestimado el revés, casi como si atribuyera el fracaso de Maul... ¿a qué? Seguramente no al destino, ya que su Maestro prácticamente lo supervisaba. Eso sólo dejaba la falta de habilidades de Maul.
Su debilidad.
En ese momento los dos Jedi, la Reina y su séquito de doncellas y protectores estaban en Coruscant, y Maul había recibido órdenes de ir a Naboo para ayudar a los repugnantes neimoidianos en la erradicación de posibles bolsas de resistencia mientras Sidious modificaba el plan.
Incluso Sidious despreciaba la necesidad de tener que negociar los neimoidianos. Así que la tarea de asesorarlos se sentía como un castigo, tal como había sucedido tras la masacre de Maul de los dirigentes del sindicato del crimen Sol Negro. Entonces Maul había sido desterrado de Coruscant después de confesar a Sidious que se había identificado como un Lord Sith a uno de los jefes del crimen antes de matarlo.
En misiones previas llevadas a cabo para su Maestro, Maul se había sentido aliado al lado oscuro, pero algo había cambiado desde Tatooine. ¿Estaba ahora en cierto modo enfrentándose a la propia Fuerza, a través de sus representantes, los Jedi? ¿Tendría que haber sido más prudente y atraer al Jedi hacia él en lugar de iniciar el ataque?
¿Le permitiría siquiera su maestro tener una segunda oportunidad?
No hubiera creído que su odio hacia los Jedi pudiera hacerse más profundo, pero lo había hecho... por hacerle parecer inútil a los ojos de Darth Sidious y por ponerlo en esa solución insostenible...
Basta de pensar, se ordenó Maul a sí mismo.
La solución era que no podía permitirse fallar otra vez.
Convencido de que había dejado atrás el pasado, Maul se detuvo en la cabina del Infiltrador. Sin embargo, como si sus piernas tuvieran voluntad propia, súbitamente se puso de nuevo en movimiento, caminando de la consola de control hacia las sillas de aceleración.
Si tuviera que hacerlo otra vez...

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