Darth Maul: Contención
James Luceno
Sobre el suelo congelado del Valle de las Lágrimas Pálidas, el joven Maul zigzagueaba buscando refugio, las puntas desgastadas de sus botas de combate excavando en el terreno frágil, sus manos enfundadas en guantes negros buscando puntos de apoyo donde la pendiente se hacía más pronunciada. Una vez más, el suelo arenoso se deslizó bajo sus pies y cayó sobre su rodilla derecha golpeando con fuerza el suelo. Disparos bláster de baja energía disparados desde abajo golpearon la pendiente a todo su alrededor, arrojando guijarros calientes sobre su desprotegido rostro. Un disparo lo alcanzó en la pantorrilla mientras se ponía en pie, y maldijo su falta de cuidado. A esas alturas, su mono de trabajo ya estaba agujereado de impactos anteriores, y su cuerpo estaba cubierto de moratones y quemaduras del tamaño de una moneda. Si el objetivo de la persecución hubiera sido eliminación en lugar de captura, ya estaría muerto en la orilla helada del serpenteante río del valle.
Un alto pináculo de piedra erosionada proporcionó un refugio momentáneo. Maul se agazapó tras él mientras los disparos de bláster se añadían a los abusos que la naturaleza se había forjado. Sin aliento en esa atmósfera poco densa y sujetándose la rodilla derecha, se inclinó para mirar desde detrás de la base del pilar. Unos ojos normales no habrían sido capaces de seguir los movimientos de quienes intentaba capturarle, pero sus ojos realzados por la Fuerza le permitían distinguir el camuflaje que les proporcionaban sus trajes. A la cabeza se apresuraba el humano, Meltch Krakko, quien habría disparado hace años a Maul de no ser por la intervención de Trezza. Flanqueándole trotaban dos de los rodianos de corto hocico que Meltch había entrenado, Hubnutz y Fretch, expertos rastreadores y francotiradores a un tiempo.
Incluso teniendo uso de nuevo de sus genuinos poderes, había disfrutado de una sólida ventaja hasta que un movimiento sorpresa de Meltch había obligado a Maul a desviarse de su plan original. Chapoteando por el río helado, trepando por el accidentado terreno de la pared norte del valle... Seres de mundos cálidos y húmedos no deberían haber sido capaces de seguir su ritmo. Pero junto con los trajes miméticos, los rodianos lucían máscaras respiratorias. En cuanto a Meltch, estaba preparado para cualquier clima, cualquier terreno, y décadas de combate en diversos mundos le habían transformado en una especie de super-soldado. No extraordinario del modo que lo era Maul, pero poderoso de otra manera.
Una manera profana, como le habían enseñado a pensar.
Presionando la espalda contra la torre llena de pequeños agujeros, examinó su entorno inmediato, y luego levantó la mirada hacia la cima de la pendiente, recortada contra el despejado cielo azul verdoso. Esta parte de Orsis era un paisaje más propio de la luna más externa del planeta, y eran la razón de que el valle y su río sinuoso fueran conocidos como las Lágrimas Pálidas. Descendiendo en zigzag por la faz de un volcán de diez kilómetros de alto, el río se derramaba sobre una meseta profundamente agrietada, y a lo largo de los eones había creado a partir de la pared del valle un verdadero bosque de pináculos y altas mesas, cortado por grietas y salpicado de cactus espinosos de cuyo translúcido jugo se decía que causaba alucinaciones en algunas especies.
Un disparo de bláster pasó zumbando junto a los pequeños cuernos que coronaban el cráneo negro y rojo carente de pelo de Maul, y se puso de pie de un salto. Un rápido vistazo reveló que sus perseguidores estaban tratando de rodearle, cubriéndose unos a otros mientras corrían entre los afloramientos de roca que les servían de protección, confiando en las propiedades de enmascaramiento de sus equipos de alta tecnología. Maul levantó su bláster y apuntó al rodiano más cercano, el dedo índice tembloroso sobre el gatillo, como si estuviera instándole a disparar. Y lo habría hecho, si no fuera por el contratiempo que supondría demostrar que podía ver lo que no debería haber sido capaz de ver. Frustrado, enseñó los dientes al frío viento que soplaba implacable desde el glaciar y murmuró otra maldición. Sólo cuando se veía obligado a permanecer en el mundo profano, sus pies se deslizaban bajo él y sus pulmones se esforzaban para proporcionar oxígeno suficiente a sus músculos. Sólo en el mundo profano estaba obligado a fingir ser una presa inferior para ocultar su poder en la Fuerza.
Es mejor esperar, se dijo. Era mejor llevar a los tres a zonas más altas, donde el aire era aún menos denso y los trajes miméticos tendrían problemas para proporcionar ocultamiento. Allí cambiaría las tornas en lo que al menos podría parecer una manera ordinaria.
En sus pensamientos, su Maestro le habló: Imagina tu camino, y la Fuerza te lo abrirá.
Saliendo de la exigua sombra del pináculo, se mostró deliberadamente por un instante antes de comenzar otro slalom hacia arriba. Disparos de bláster perseguían sus agitados pasos, y luego lo alcanzaron en la misma pantorrilla... y en el hombro derecho. Esta vez engulló el dolor, y lo usó para alimentar su creciente ira. Pero Meltch tenía que estar preguntándose por qué su presa no se estaba ralentizando o aceptando la derrota. Así que Maul fingió tropezar antes de reanudar la marcha. Una subida de unos 400 metros le llevó justo antes del borde del valle, donde el agua y el viento habían creado un laberinto de torres y pináculos.
Qué fácil sería volar a través de ellos, dejando apenas una huella de mis botas. Pero no aquí, no ahora; no en el mundo profano.
Disparos bastante certeros rebotaron entre las agujas de piedra, llenando el aire de pequeños fragmentos. Maul se volvió una vez a devolver el fuego, fallando por mucho, como debería. El tiroteo se detuvo cuando se abrió paso más en las profundidades del laberinto pétreo, avanzando lateralmente a través de pasajes estrechos, arrastrándose a través de otros, saltando estrechos abismos. Con la borde del valle a la vista, empezó a formular un plan para pillar por sorpresa a sus perseguidores. Meltch sería más difícil de engañar que los rodianos. Para entonces, el Mandaloriano conocía todos los trucos de Maul, y de hecho era el responsable de que hubiera aprendido algunos de ellos. Pero Maul había aprendido de Meltch algunos trucos de que el hombre no tenía la intención de enseñar, y contaba con el hecho de que el Mandaloriano enviaría a los rodianos a flanquearle, mientras que él continuaba persiguiendo Maul desde atrás como un sabueso.
Saliendo de las agujas de piedra, se agachó un momento en el sibilante silencio. En la cabecera del valle se alzaba una montaña cónica nevada, reinando sobre todo lo que le rodeaba, con una única nube surgiendo de su cima como una bandera color lavanda. Con cautela, Maul ascendió a lo alto de la pendiente, sólo para descubrir a Meltch a menos de 50 metros delante de él, de pie, de espaldas a una grieta dentada en el terreno quebrado. Cómo había conseguido Meltch adelantarle, Maul no podía adivinarlo. Alguna técnica de la Guardia de la Muerte , supuso. Pero se suponía que Maul no era capaz de verle, así que se armó de valor y avanzó hacia el dolor. El primer disparo de Meltch le golpeó en el hombro derecho, haciéndole girar hasta cierto punto, pero Maul completó el giro por propia voluntad y comenzó una carrera loca hacia el borde de la grieta serpenteante. Con los disparos del mandaloriano fallando por poco y empujándole hacia delante, se dio cuenta de repente de que sus ojos le habían engañado. Más abierta de lo que parecía desde su refugio anterior, la grieta resultó ser un salto imposible para un joven Zabrak de quince años de edad... incluso para uno que había pasado casi una década de entrenamiento de combate. Meltch esperaría que se detendría antes de llegar al borde y se entregaría, pero en lugar de eso apresuró el paso y saltó, con los brazos y las piernas balanceándose como si eso le proporcionase un mayor impulso.
Se permitió chocar contra la pared del otro lado, utilizando la Fuerza para amortiguar el impacto y enganchar sus manos sobre un afloramiento de roca que sobresalía pocos metros por debajo del borde. Después de haber encontrado una grieta más estrecha, Meltch y los rodianos no tardaron en alcanzarle, reuniéndose al abrigo de su supuesta invisibilidad para mirarle desde el borde de la grieta. Maul se había convencido de que su movimiento temerario -su salto de fe- le había ganado el respeto de sus compañeros guerreros. Pero sólo hasta que empezaron a burlarse de él pateando guijarros desde el borde con la esperanza de que Maul se soltase y cayera a una muerte accidental.
No sería la primera vez que pasase estando el Mando de guardia.
La ira consumía a Maul. ¿Durante cuánto tiempo más iba a estar obligado a ocultar sus capacidades reales, a parecer mediocre -como un neófito que no se esforzase al máximo- cuando era mucho más?
Llamando una vez más a la Fuerza , se lanzó desde el abismo, dando volteretas y retorciéndose en el aire, de modo que cuando sus botas golpearon el suelo firme se encontró mirando a las espaldas de sus perseguidores con su bláster en la mano. Para cuando los tres se dieron la vuelta –el marcado rostro de Meltch deformado por el desconcierto- Maul ya estaba disparando fuego de bláster, como si disparase a seres que no podía ver, pero que sabía que tenía delante.
Confiando aún en sus trajes, se dispersaron, disparando a ciegas mientras huían. Aunque ninguno de sus disparos encontró a Maul, la Fuerza guió los de él a sus objetivos, y cada grito de dolor le llenaba de euforia. El bláster estaba casi agotado cuando Meltch desactivó el traje y gritó a Maul que se detuviera. Pero Maul no le hizo caso. Arrastrado a las garras del placer sádico, siguió disparando, el lado oscuro retorciéndose a través de él como una serpiente herida.
¡Y un día sería capaz de desencadenar rayos de electricidad desde sus dedos!
Sobre él, haciéndose escuchar por encima de los informes de la pistola sobrecalentada y de las órdenes de rendición del Mando, una voz amplificada que Maul había conocido desde la infancia le ordenó cesar el fuego.
Surgiendo de la lisa parte superior de una colina baja y yerma, un aerodeslizador apareció a la vista, quedándose en modo de levitación al detenerse al borde del abismo, con un falleen de escasa estatura pero fornido sentado a los mandos. Echando un vistazo a Meltch y los rodianos ahora visibles, el reptil bípedo saltó del deslizador y se acercó a Maul, arrebatándole el bláster de su mano y arrojándolo a un lado.
-¿En qué estabas pensando? -dijo Trezza en voz baja.
Meltch había enfundado su arma y tenía mirada perdida en el abismo oscuro, en el lugar donde Maul aparentemente había estado colgando, luchando por su vida. Cuando se dio la vuelta sus ojos estaban entrecerrados por la sospecha.
-¿Cómo has...?
-Me impulsé en una cornisa -dijo Maul.
Meltch echó una segunda mirada y frunció el ceño.
-¿Cómo te las arreglaste para apuntarnos? –dijo, volviéndose hacia Maul.
-Los trajes estaban fallando. No podían decidir cómo mezclaros con el fondo.
Meltch miró a los rodianos, que sacudieron la cabeza. Furioso, entonces, Se acercó rápidamente pasando junto a Trezza. Maul sintió venir el golpe mucho antes de que el Mando pusiera su peso tras él. Quedándose quieto, volvió la cabeza en la dirección del golpe del guantelete y logró mantenerse en pie. Escupiendo sangre en el suelo, miró al Mando.
Meltch soltó una risa burlona y ofreció su barbilla cuadrada.
-Adelante, Maul, ya que pareces empeñado en hacer de esto algo personal.
-Lo has hecho personal durante dos años.
-Para forzar tus límites -dijo Meltch-. Para hacer de ti un guerrero. -Meltch sostuvo la mirada de los ojos amarillos de Maul-. Personal o profesional. No puedes tener las dos cosas.
Una cabeza más bajo que Maul o Meltch, Trezza se interpuso entre ellos. Nunca era una buena señal cuando un Falleen cambiaba de color, y el rostro de Trezza estaba pasando por todo el espectro.
-Basta ya –dijo-. No hay puntos para ningún lado.
Meltch se burló.
-Nunca conseguirá graduarse, Trezza. No hasta que decida ser honesto con nosotros. Hasta entonces, estamos perdiendo el tiempo.
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