Traición de
caballero
Patricia A.
Jackson y Charlene Newcomb
Alex soltó un
grito cuando el insoportable dolor le recorrió el brazo y el hombro. Sentía la
tela chamuscada bajo la yema de sus dedos y, al mirar su chaqueta, pudo ver el
tajo dentado que atravesaba su piel. Con el sudor perlándole el rostro, Alex
alzó la mirada hacia la imponente figura que permanecía de pie en lo alto de la
colina.
-¿Quién eres?
Una carcajada
demencial resonó en la impenetrable oscuridad de la ladera del monte.
-¿Por qué
estás haciendo esto? –gritó Alex.
-¿Señorita Winger?
Una voz filtrada, áspera, sacó a Alex Winger de su
ensoñación. Con el corazón desbocado, se limpió el sudor frío de la frente y se
apartó un mechón de pelo suelto de los ojos.
-Señorita Winger. Ya puede pasar.
Alex se quedó mirando al rostro de un soldado de
asalto imperial. Tras ella, sentía las suaves vibraciones de los motores
repulsoelevadores de su deslizador terrestre mientras esperaban silenciosamente
en punto muerto en el control de seguridad.
-Disculpe –dijo, recuperando su identificación.
Mientras el soldado de asalto la dejaba pasar, la visión de pesadilla
permanecía como una intrusión en sus sentidos.
Cerrando los ojos, respiró profundamente y luego
dejó escapar lentamente el aire. Cálmate, se dijo. Breves destellos de la
peculiar escena volvían a reproducirse en su mente. Eran imágenes vívidas y
estremecedoras, acompañadas por sentimientos de temor e indefensión.
Como en la visión, el dolor recorría su cuerpo.
Alex podía escuchar el latido apagado del sable de luz mientras rozaba su piel.
Sus manos se tensaron sobre la palanca de control. Con los nudillos blancos y
temblorosos, sintió que otra presencia la alcanzaba desde esa oscura aparición.
Alguien por quien se preocupaba gritaba de agonía.
Acelerando los motores del deslizador terrestre,
Alex se esforzó por apartar de su mente la obsesionante aparición. Resonaron
disparos de bláster en la distancia; y por el rabillo del ojo captó el
movimiento de tropas armadas en los tejados de los edificios que se alineaban
en la avenida principal de Ariana. Desde que se había filtrado en la capital la
noticia de una inminente invasión de la Nueva República, la situación en Garos
IV había cambiado drásticamente en los últimos días. El tráfico colapsaba las
calles: esquifes de carga vacíos se dirigían al norte de la ciudad, donde
soldados exploradores escoltaban los esquifes, los cargaban hasta arriba de
equipo y oficiales imperiales, y volvían al sur hacia el espaciopuerto.
Alex ignoró las caóticas escenas, buscando en su
mente alguna pista en su visión. Alzándose desde su memoria, la aparición se
materializó en su mente. Era un renegado sin rostro consumido por sombras
oscuras que amenazaban con engullirla. A sus pies, en la colina azotada por el
viento, Alex podía ver un cuerpo. Y más allá de ellos, resonaba un tremendo
trueno que sacudía la tierra. ¿Qué podía significar?
Alex agarró firmemente los controles del deslizador
y lo detuvo enfrente del Cuartel General Imperial. Estudió el edificio antiguo
de granitita. Sus arcos volados y gráciles líneas eran un tributo a la
ingenuidad garosiana. Columnas grises se alineaban en las entradas principales.
De casi cuatro pisos de altura, esas imponentes e inmóviles centinelas de
piedra sostenían el peso de la estructura y los ideales de los hombres y
mujeres que trabajaban en el interior. Sus ojos se detuvieron finalmente en la
oficina de la esquina de la cuarta planta: el despacho del Gobernador Imperial
Tork Winger.
Respiró profundamente, observando el movimiento de
las sombras en el cristal de la oficina privada de su padre. Pensó en el hombre
amable que la había adoptado cuando tenía seis años. Aunque le quería
sinceramente, explicarle sus intenciones de permanecer en Ariana no era algo
que tuviera muchas ganas de hacer. Alex había ensayado esa conversación una
docena de veces en su cabeza, pero el resultado era incierto.
Winger desconocía sus actividades con el movimiento
de resistencia en Garos, o su más reciente involucración con la Nueva
República. ¿Cómo podría decirle la verdad... que su hija era una traidora al
Imperio que él servía? Sólo sería cuestión de tiempo hasta que se filtrasen
noticias acerca de los agentes involucrados en el movimiento para liberar Garos
de la autoridad imperial. Y el nombre de Alexandra Winger estaría en las
primeras posiciones de esa lista.
Alex inclinó la cabeza, tratando de que su corazón
aminorase su ritmo frenético. Alisando el cuello de su túnica color zafiro,
salió del deslizador y cerró la puerta. El esfuerzo hizo que le dolieran los
hombros y la espalda, pero se sobrepuso a ese ligero peso y comenzó a ascender
por el pasillo.
Las rejillas de iluminación fluorescentes del
interior eran una bendición que se recibía con agrado. Dentro de su cálido
resplandor, no había sombras que la acechasen o que gritasen de agonía. Guiada
por la costumbre, Alex atravesó el entresuelo desierto hacia la plataforma
elevadora. Al llegar al nivel restringido del despacho de su padre, descendió
de la plataforma. Los soldados de asalto al final del pasillo apenas dieron
muestra de haber advertido su llegada, reconociéndola de sus frecuentes visitas
a la oficina de su padre. Al llegar a la puerta, se dio cuenta de que estaba
ligeramente entreabierta; y a sus oídos llegó sonido de voces.
-¿Es cierto que es un Caballero Jedi? –preguntó el
teniente Dair Haslip.
Alex reconoció la voz del oficial imperial y se
detuvo con nerviosismo, esperando –al igual que él- una respuesta.
Inconscientemente, su mano recorrió la zona de su brazo donde el sable de luz
de su visión le había herido.
-Claro que lo es –respondió Winger-, razón por la que
precisamente ha sido enviado para dirigir la evacuación. Su entrenamiento fue
supervisado en algún momento por el Emperador, según creo. Antes de todo eso
–Alex escuchó cómo su padre tosía abruptamente, aclarándose la garganta-, antes
de todo ese desagradable asunto con la Alianza Rebelde en Endor. Que sea un
actor es realmente una bendición. Pensé que una actuación improvisada podría
elevar un poco los ánimos. Él estuvo completamente de acuerdo.
-¿No hay nadie de más confianza que Brandl para
llevar esto a cabo?
-Nadie tan cerca. No lo olvides, obviamente Lord
Brandl ha sido capaz de complacer al Emperador... si no lo hubiera sido, no
seguiría con vida.
Brandl. Era un nombre del pasado que hacía que a
Alex se le helara la sangre. Era el nombre de un Jedi oscuro, que por orden del
Emperador llevo a cabo la misión que resultó en la destrucción de su mundo
natal y en la muerte de sus abuelos quince años atrás. Al escuchar el nombre,
sus sentidos se llenaron de vívidos detalles de las naves imperiales y las
tropas que dirigieron la destrucción. Le dolía el cuerpo por los intensos
recuerdos de los escombros calientes por los disparos de bláster y el
transpariacero que casi la sepultó. Jaalib Brandl. ¿Podría ser el mismo hombre?
Alex echó un vistazo a la oficina de su padre,
empujando ligeramente la puerta abierta. Tork Winger se encontraba de pie junto
a la ventana, con las manos agarradas a la espalda, mirando al exterior, a los
cielos que comenzaban a oscurecerse.
-¿Estás seguro de que no quieres unirte a nosotros,
teniente? Alexandra quedará muy decepcionada.
-Dejaré que usted y ella se ocupen, señor
–respondió Dair Haslip-. Nunca he sido de los que van al teatro. Dejaré que
ustedes se ocupen de Lord Brandl y su entorno.
-¿Lord Brandl? –preguntó Alex, ocultando su temor
bajo una sonrisa.
-Buenas tardes, Alex –dijo Dair.
-¿Quién es ese Brandl? –repitió ella, mientras
cruzaba la sala para unirse a su padre junto a la ventana.
-Un actor –dijo Dair con mordiente sarcasmo.
Alex alzó bruscamente la mirada y se encontró con
sus ojos resueltos. Tragándose el nudo que tenía en la garganta, leyó la
preocupación en su rostro e hizo una ligera inclinación de cabeza para indicar
que lo había percibido.
-No es sólo un actor, Alexandra. Jaalib Brandl es
el caballero encargado de supervisar la evacuación ordenada de Ariana. –Mirando
fijamente a Dair, Winger suavizó la dura mirada con una sonrisa-. Y sus
credenciales son impecables... tanto en el mando de tropas como en conquistar a
su audiencia. –Tomó suavemente la mano de Alex y la apretó, besándole los
nudillos-. Estás adorable esta noche, Alexandra.
-Gracias. –Alex se sonrojó, con las mejillas
acaloradas por el cumplido-. Pero realmente no entiendo esto, padre. Parece
absurdo asistir a esta representación cuando estamos a punto de ser invadidos
por la Nueva República.
-Lord Brandl tiene todo bajo control, Alexandra.
Además, esta representación teatral puede ayudar a suavizar los nervios de
nuestros compatriotas. –Winger miró por encima de su hombro y luego volvió a
mirar al exterior, a la actividad de las calles-. Bueno para la moral, ya
sabes.
Alex miró a Dair, advirtiendo la expresión de
disgusto que cruzó su rostro. Como ella, no sentía nada salvo desdén por el
Imperio Galáctico y su autoridad. El uniforme que llevaba era puramente una
tapadera. Le permitía infiltrarse en el mando militar imperial de Garos con el
propósito de desestabilizarlo y desmantelarlo.
-Dair, ¿estás seguro de que no quieres quedarte en
nuestra compañía? –preguntó Winger.
-Lo siento, gobernador Winger. –Dair miró a Alex y
se encogió de hombros-. Prometí a unos amigos que me encontraría con ellos en
el Pub de Chado. Esta evacuación va a dispersarnos en distintos destinos, así
que queremos juntarnos para un trago de despedida.
-Entonces tendremos que dejarte marchar, teniente.
Vamos, querida, veo que nuestra escolta ha llegado. –Winger ofreció su brazo a
Alex mientras el intercomunicador zumbaba para anunciar la llegada. El
gobernador hizo un gesto a Dair con la cabeza-. Diles que estamos bajando.
***
Una fina neblina descendía de las baldosas del
techo sobre el escenario del Teatro Tihaz mientras una niebla baja surgía de
las cortinas laterales. El engañoso ritmo de la lluvia primaveral resonaba en
las alcobas interiores y en el tejado del elaborado decorado de la cabaña de un
noble. Era de noche en la obra; y se escuchó como fondo los gritos nocturnos de
un animal herido, en la distancia. El grito agonizante era la sutil señal del
director.
Sentado en un taburete al borde de una anticuada
mesa de juego, el actor estalló en un torbellino de movimiento. Presa de la
rabia, barrió la mesa de Jj’abot con sus manos, arrojando al suelo del
escenario todos los peones salvo tres. Alex ahogó un gemido, tratando de
reprimir una reacción mientras el resto del público que la rodeaba se
estremecía y saltaba en sus asientos. Hubo una poderosa perturbación en la
Fuerza cuando Jaalib Brandl la utilizó para manipular a su hipnotizada
audiencia.
Alex lo veía como una conjugación maligna de su
talento y su habilidad. Respiró profundamente. Se le había formado un nudo en
el estómago por la efusión de oscuridad que emanaba de la presencia del
escenario. Tragó saliva pensativamente mientras echaba un vistazo a los rostros
que la rodeaban. Los subordinados y colegas de su padre vibraban con la fuerza
de la actuación, siguiendo sonrientes y atentos el desarrollo de la obra.
Alex lamentó su insensibilidad. Molesta por ello,
se concentró en la figura oscura y taciturna sentada justo más allá de las
sombras del proscenio. Vestido con una túnica negra y larga, el cuerpo erguido
de Brandl tenía el aire arrogante de la aristocracia inherente. Aunque su
cabello largo y negro estaba apartado hacia los lados, lejos de su rostro, la
tenue iluminación del escenario hacía difícil estimar su edad. ¿Era él el
hombre que dirigió a los imperiales en su mundo natal? No podía estar segura.
Cuando el ruido de las piezas del juego contra el
suelo se desvaneció, la puerta de la cabaña se abrió y la actriz principal se
quedó en el portal, bañada en un halo de luz de fondo.
-Querido, gentil Dontavian –susurró la actriz. Alex
puso los ojos en blanco, reconociendo el acento sobreactuado en su voz-. ¿No
vas a entrar para guarecerte del frío?
-¿Acaso quieres que abandone mi tumba? –replicó
Brandl.
-¿Abandonar tu tumba, Dontavian?
-¡Sí, abandonar mi tumba, como he abandonado a mi
padre y abandonado a mi rey! –dijo Brandl con voz grave y uniforme que hizo que
un escalofrío recorriera la espalda de Alex. Había un tono siniestro en ella
que sólo había sido sugerido a lo largo de la tragedia. Ahora, en los actos
finales, la amenaza era demasiado real. Habiendo traicionado el amor de su
padre a favor de su lealtad hacia su rey, y luego a su vez traicionado a su rey
por el amor de su padre, el guerrero y caballero Dontavian estaba solo para
afrontar las consecuencias de su doble traición.
-Soy un hombre sin país, sin familia, sin lealtad.
Soy peor que cualquier hombre muerto en su tumba. –Brandl se volvió para mirar
a su consternada compañera de reparto-. Sólo puedo desear la paz de la tumba.
¡Porque no soy nada! Ni hijo, ni caballero, ni nada. –Se levantó del taburete,
agarrando la imagen esculpida de un caballero negro del tablero de Jj’abot.
Alex se maravilló por el uso de esa particular pieza de atrezo, por su
significado simbólico. Un caballero negro para un Jedi oscuro, qué apropiado.
-¡Dontavian! –La actriz cayó a sus pies, agarrando
su oscura túnica-. Dontavian, esposo mío, ¿qué será de ti? –jadeó, sobreactuando
su papel hasta el extremo. Enterró su rostro en el dobladillo de la túnica,
fingiendo llorar por su desdicha-. ¿A dónde irás?
-Me convertiré en una sombra –declaró Brandl. Miró
fijamente a la audiencia, como si tratara de mirar fijamente a los ojos de cada
uno de los espectadores-. Y me iré, a donde sólo la oscuridad reina...
Con esta frase final, cayó el telón sobre el
escenario. La escogida audiencia de oficiales y ciudadanos imperiales aplaudió
sinceramente, alabando la interpretación.
-¡Impresionante, simplemente impresionante!
–comentó uno de los oficiales de mando, levantándose de su asiento para unirse
a una unánime ovación de pie. A regañadientes, Alex se levantó de su asiento y
elogió la actuación con tanta sinceridad como pudo reunir, escudando su
incertidumbre bajo una fina sonrisa.
-Quién habría pensado que un Jedi fuera capaz de
una actuación tan conmovedora –dijo con incredulidad su padre. Apoyado contra
el respaldo de su asiento, miraba fijamente las oscilantes cortinas mientras Jaalib
salía por ellas para ofrecer sus saludos finales-. Creo que ya es hora de que
conozcamos a ese joven. ¿Vamos, Alexandra? –Se levantó, ofreciendo su brazo a
Alex.
Alex agradeció el peso de su vestido cuando este
disimuló su ansiosa reacción por conocer a Lord Brandl cara a cara. Oficiales y
ciudadanos importantes se apartaban a su paso, inclinando la cabeza con respeto
mientras pasaban entre sus filas. Mientras su padre la escoltaba por el
estrecho pasillo entre los dignatarios de Garos, Alex fijó sus ojos en el Jedi
oscuro. De pie a tan sólo medio metro de la multitud que rodeaba a la ominosa
figura, estudió la fría profundidad de sus ojos azules. Imposible, pensó,
concentrándose en el hermoso rostro. Sólo era unos pocos años mayor que ella.
Habría sido un niño en la época del asesinato de sus abuelos.
Un oficial imperial, un teniente, permanecía a la
sombra de Brandl examinando a la multitud. Alex no reconoció la mata de cabello
rubio, casi blanco, ni la ilegible expresión en el rostro del extranjero. Su
expresión era de una calma absoluta, pero vigilante, como si esperase algún
ataque contra el Jedi. Se volvió, como si sintiera la mirada directa de Alex.
Sin apartar sus ojos de ella, el oficial dio unos golpecitos en el hombro a
Brandl.
Con una intensidad tangible que pasó a su mirada,
Brandl se volvió hacia ellos. Sus ojos brillaron inmediatamente al
reconocerlos.
-Gobernador Winger. –Hizo una educada reverencia-.
Es un gran honor conocerle.
-Creo que el honor debería ser mío –respondió
Winger con sinceridad, ofreciendo amistosamente su mano al Jedi. Volviéndose a
Alex, el gobernador la acercó hacia sí y la sostuvo con cálido afecto-. Lord
Brandl, esta es la estrella más brillante de mis cielos. Mi hija, Alexandra.
Varios centímetros más alto que Alex, Brandl dio
unos pasos hacia ella, envolviéndola en la longitud de su sombra. Alex luchó
contra un súbito temblor que le recorrió toda la espalda cuando la visión de
pesadilla volvió, inoportuna, a su memoria. Brandl le tomó cortésmente la mano
e hizo otra reverencia, sin apartar sus ojos de los de ella.
-Es todo un placer, señorita Winger. –Advirtiendo
las gráciles curvas de su rostro y la forma almendrada de sus ojos, ojos
brillantes, azules y apasionados, sonrió de buena gana-. Un hombre sólo puede
sentir envidia ante una estrella tan resplandeciente, gobernador.
La sonrisa de Winger se ensanchó ante el cumplido.
-Viene usted altamente cualificado, Lord Brandl.
Estoy ansioso de entregar la evacuación a las capaces manos de usted y su
equipo. –El gobernador hizo un señaló con la cabeza al oficial que estaba junto
a Brandl.
El Jedi puso los ojos en blanco en señal de
desesperación.
-¿Acaso he olvidado mis modales? Hablando de gente
cualificada, este es el teniente Werth, Bane Werth, mi ayudante. Supervisará aquellas
áreas que yo no pueda atender personalmente.
-Gobernador –susurró Werth-. Señorita Winger.
-Debe usted estar exhausto después de una
interpretación tan escalofriante –dijo Winger mientras la multitud de personalidades
imperiales se congregaba a su alrededor-. Permítame que ofrezca mi hogar como
santuario para usted y su ayudante, Lord Brandl.
-Gobernador Winger, unas palabras con usted
–exclamó un comandante imperial desde el fondo del grupo-. Ese asunto inacabado
con la resistencia, gobernador.
Alex observó cómo el rostro de su padre se
ensombrecía con la mención del movimiento de resistencia.
-Alexandra –dijo en un susurro, volviéndose hacia
ella-. Por favor, lleva a Lord Brandl y al teniente Werth de vuelta a la
mansión para un poco de hospitalidad bien merecida. Tengo otro pequeño asunto
del que ocuparme. Me uniré a vosotros en breve.
-Permanece con el gobernador –ordenó Brandl a
Werth. Había una urgencia en su voz que no admitía réplica-. Insisto,
gobernador –dijo antes de que Winger pudiera protestar.
-Realmente es una buena idea, padre –convino Alex,
observando cuidadosamente la reacción del Jedi-. Mi deslizador terrestre está
justo fuera del edificio del Cuartel General, Lord Brandl. ¿Sería tan amable de
seguirme?
Brandl sonrió ominosamente.
-Una flota de Destructores Estelares no podría
retenerme. –Le ofreció su brazo con un aire de desafío.
Alex se mordió la lengua y aceptó su brazo. Le
condujo al exterior del teatro, y tras un breve paseo llegaron a su deslizador
terrestre.
-¡Alex!
Al escuchar su nombre, se volvió hacia las caóticas
sombras del interior del Pub de Chado. La taberna imperial estaba a rebosar de
parroquianos uniformados y civiles. A pesar de eso, inmediatamente reconoció a
Dair Haslip saludándola con la mano desde el reservado de la esquina. Devolvió
el saludo, sintiendo los ojos inquisitivos de Brandl sobre ella.
Alex se volvió para abrir la puerta del deslizador
terrestre. Se detuvo, mirando fijamente a Brandl, que miraba intensamente al
pub detrás de ella.
-El Pub de Chado –indicó-. Es un lugar muy popular,
como puede ver. Incluso en medio de nuestra crisis.
-¿Es un amigo suyo?
-Mío y de mi padre.
Había algo peculiar alrededor de Brandl, como si
estuviera sopesando la verdad en sus palabras. Luego, sin advertencia previa,
estalló en una placentera sonrisa.
-¿Vamos?
Alex miró por encima de su hombro al pub,
preguntándose qué oscuro interés había tomado Brandl en el establecimiento.
Sentándose tras la palanca de control, arrancó los motores del deslizador y
recorrió las calles de Ariana, siguiendo la carretera principal hacia el sur
hasta la mansión del gobernador, su hogar.
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