Un elaborado mosaico de estrellas se extendía por
el cielo nocturno sobre Garos IV. Demasiado numerosas para poder contarlas, las
vacilantes luces creaban un fondo inspirador para las lunas gemelas que
flotaban en órbitas elípticas sobre el planeta. Conforme la intensidad de la
luz lunar se dispersaba por la campiña, una suave brisa sacudía los árboles de
los terrenos de la mansión del gobernador. Los orbes celestes iluminaban la
traicionera línea costera bajo la finca y dejaban un rastro de luz blanca en
las aguas del Océano Locura.
Alex observó cómo una bandada de crupas alzaba el
vuelo desde el tejado, se recortaba contra los rostros de las lunas gemelas de
Garos, y se perdía en la noche. Escuchando el rugido del mar chocando contra
los acantilados, cerró los ojos y se deleitó de la serenidad de su hogar.
-Gracias por la visita guiada, Alexandra –dijo
Brandl. Dejó su copa de vino sobre la vieja balaustrada de piedra del patio.
Apoyándose sobre la suave superficie, sus ojos siguieron la luz de la luna más
allá de las rocosas laderas garosianas, hasta las sombras de los acantilados-.
Es una lástima que tenga que abandonar todo esto.
Preguntándose si Brandl trataba de provocarla, Alex
enderezó los hombros y alzó orgullosamente la barbilla.
-Amo este lugar. –Estudiando los rasgos del hombre
en la oscuridad, otra vez surgió la aparición de las profundidades de su mente.
Se obligó a sí misma a enterrar las visiones en lo más profundo de su
subconsciente-. ¿Le apetece que demos un paseo por el borde del acantilado? Las
vistas desde allí son realmente hermosas.
-¿Los caminos no son peligrosos de noche?
-No con las lunas brillando con tanta intensidad. Y
no con una guía experimentada para guiarle –dijo Alex con una sonrisa,
recogiendo con cuidado bajo el brazo la cola de su vestido.
Brandl se apresuró a ayudarla a sujetar el lazo del
recogido, liberando así sus piernas para moverse por el terreno desigual.
-Después de usted –ofreció galantemente,
permitiéndole avanzar en primera posición.
Rodeando los bordes rocosos, Alex abrió la marcha
por un sendero bien marcado por el uso. Fingió deslizarse en la superficie
suelta y sintió las manos de Brandl en sus hombros, sosteniéndola con confiada
seguridad. Mientras la ayudaba a bajar de una roca cubierta de musgo, él dijo:
-Aún no me ha dicho qué piensa sobre la actuación
de esta noche.
Era una pregunta justa, pensó Alex.
-De acuerdo. ¿El padre de Dontavian?
Brandl se volvió hacia ella, intrigado por la
pregunta tácita.
-¿Qué pasa con él?
-Era ciego, ¿no?
-En efecto, lo era.
-Entonces por qué él y su sirviente se disfrazan
como incursores tusken para evitar ser capturados. ¿Un tusken ciego? ¿No es un
poco ridículo?
-Creo que no entiende el simbolismo detrás de...
Un animal aulló lastimeramente en la distancia, y
su grito resonó por la montaña y entre los árboles cercanos.
Brandl se giró instintivamente hacia el sonido, Fijando
su mirada en las sombras que se movían bajo el dosel del bosque.
-¿Qué ha sido eso?
-Un boetay salvaje. Recorren la campiña en pequeños
grupos.
-¿Son peligrosos?
-Pueden ser bastante agresivos, especialmente su
molestas a sus crías. Pero tienden a evitar el contacto con los humanos.
-¿Alguna vez ha visto uno? –Brandl avanzó
rápidamente por el camino delante de ella, examinando detenidamente el bosque
en busca de algún rastro de la criatura.
-Sólo desde cierta distancia –respondió Alex,
sorprendida por el súbito entusiasmo de Brandl.
Por un instante, Brandl pareció convertirse en un
chiquillo, curioso e intrépido ante el rostro de un peligro cierto. Cerró los
ojos, oscureciendo su rostro hasta adquirir una sobrenatural expresión de
absoluta tranquilidad. Alex le observaba fascinada, sintiendo la presencia de la
Fuerza mientras el Jedi concentraba la energía de la fuerza vital a su
alrededor. A través de sus capacidades, se convertía en una esencia tangible;
una extensión de su mente, llamando a la presencia que se encontraba más allá
de ellos, en las sombras.
Se escuchó un leve sonido de arrastre en la maleza,
que se fue haciendo cada vez más fuerte, rompiendo la concentración del Jedi.
Antes de que Alex pudiera reaccionar al ruido, un cachorro de boetay salió
saltando de las sombras. Con apenas tres semanas de edad, el lomo del animal
era de un color beige oscuro, interrumpido a intervalos regulares por rayas
negras que iban a lo largo de su cuello, lomo y cuartos traseros. Inusualmente
juguetón, el cachorro andaba a saltos sobre la maleza seca, con el profundo compost
de las ramas torcidas y las hojas caídas entorpeciendo sus patas sin terminar
de desarrollar. Sin dudarlo, trotó hacia Brandl y se acurrucó en sus manos
cuando él lo alzó del suelo, acunando al cachorro en sus brazos.
-¿Un boetay? –Trató de ofrecer la criatura a Alex.
-¿Es que no me escuchó antes? La madre de ese
pequeñín debe de estar cerca. Si llega a sospechar que usted...
-Mire detrás de usted, Alex. –Había un tono
siniestro en la voz de Brandl. Su frase había sido una orden, no una petición-.
Mire.
Después de mirarle fijamente, Alex obedeció
lentamente, mirando con cautela por encima de su hombro. Ahogó un grito cuando
la sombra de un boetay adulto cruzó su línea de visión. Apenas estaba a medio
metro de distancia. El animal jadeó pasivamente al verla, ignorando el arma del
miedo que emanaba de la chica humana. Con inusual complacencia, el boetay se
postró sobre sus cuartos traseros y luego se tumbó a sus pues, como si esperase
a que terminasen las formalidades del inesperado encuentro.
-Ya ve –susurró Brandl, inclinándose sobre su
hombro-. No hay nada que temer, Alex. Tenga. -Acarició el cachorro por última
vez y luego posó la criatura en los brazos de Alex.
Alex no pudo resistir la tentación de acariciar la
cabeza del boetay, sintiendo el suave pelaje bajo sus dedos. El cachorro le
mordisqueó suavemente la mano, fascinándola con un alegre juego de mordisquitos
y pellizcos. Tragó saliva cautelosa, doblando la cintura para bajar el cachorro
junto a su madre. En un alarde de valor, se acercó al boetay adulto.
-No tengas miedo –escuchó susurrar a Brandl a su
espalda. Acariciando el rostro de la criatura con los dedos, retrocedió
maravillada. Observó, como su estuviera mirando a través de un imaginario
espejo, cómo el boetay recogía a su cachorro en sus inmensas mandíbulas y se
alejaba, de vuelta al sombrío santuario del bosque.
Alex dejó escapar el aliento, temblando
visiblemente mientras la emoción del momento la embargaba. Volviéndose hacia
Brandl, recibió su rostro sonriente con incrédulo asombro.
-¿Cómo... cómo ha...?
El estallido de estática de un comunicador la
interrumpió.
-Lord Brandl, código de contacto rojo. Responda.
Llevándose rápidamente el comunicador a los labios,
el rostro de Brandl se endureció bajo el brillo de la luz de la luna.
-¡Informe!
-Ha habido una explosión frente al cuartel general
imperial. Estructura comprometida. Daños colaterales. Toda la pesca. –La voz
del teniente Werth transmitía su calma a través de la señal, ofreciendo una
apariencia de control a una circunstancia por lo demás caótica.
-¡Mi padre! –gritó Alex.
-¿El gobernador?
-No estaba en las inmediaciones de la explosión.
Estábamos en el edificio del cuartel general. Será mejor que venga aquí. Es una
escena bastante impresionante. Werth fuera.
Había en la voz de Werth una familiaridad que
levantó las sospechas de Alex. Pero la preocupación por su padre superaba
cualquier suspicacia que tuviera hacia el Jedi y su ayudante militar. Cuando
Brandl la tomó por el brazo, se apresuró a ascender el sinuoso sendero hacia el
patio. No hubo palabras entre ellos mientras corrían al deslizador terrestre,
que estaba aparcado bajo el pórtico de la fachada de la mansión.
Brandl abrió la puerta cerrada y se deslizó al
asiento del pasajero, mientras Alex se arrojaba tras la palanca de dirección,
ignorando los tensos tirones de su vestido. Poniendo en marcha el deslizador,
aceleró a fondo y guió el vehículo al camino principal que conducía a Ariana.
A casi un kilómetro de distancia de la ciudad,
podía escucharse el ensordecedor sonido de las sirenas de seguridad por encima
del esfuerzo de los motores. Alex viró bruscamente en el punto de control
abandonado y frenó de golpe cuando el teniente Werth salía de la conmoción de
vehículos de emergencia médica y equipo de rescate para encontrarse con ellos.
Mirando a Alex, Werth frunció los labios como si estuviera reconsiderando lo
que iba a decirle. Pero cuando la severa mirada de Brandl cayó sobre él, el
oficial se irguió, ignorando a Alex como si ella no estuviera allí.
-Ha sido un detonador termal. –Tras él, el personal
de rescate se esforzaba por sacar otro cuerpo de los escombros del Pub de
Chado. Toda la fachada del edificio se había derrumbado por la explosión. Aún
quedaban restos de llamas y humo de la explosión que un par de droides trataba
de sofocar con espuma ignífuga. Cristales y escombros habían salido despedidos
en un radio de unos ochenta metros de la explosión y cubrían la acera y los
escalones de la entrada del edificio del Cuartel General Imperial, al otro lado
de la calle.
-¿Dónde está el gobernador Winger? –preguntó
Brandl, haciendo un gesto a un destacamento de soldados de asalto para que se
unieran a él.
-Estábamos en su oficina en el momento de la
explosión. Debería estar ahora de camino para examinar los daños en persona
–respondió Werth. El imperial se volvió a Alex, sintiendo la pregunta que aún
no había hecho-. Está un poco aturdido, pero está bien.
Alex examinaba frenéticamente la multitud, en busca
de cualquier señal de sus amigos, mientras dos vehículos de emergencia abandonaban
la escena. Al escuchar las noticias sobre su padre, se volvió hacia Brandl y
vio el alivio que cruzaba por su rostro.
-Teniente Werth, ¿sabe quién ha resultado herido?
¿A quién han llevado al centro médico?
-Aún no tenemos nombres, señorita Winger. Estoy
seguro de que el equipo de extracción...
-¡Alex!
Alex reconoció la voz inmediatamente.
-¡Dair! Gracias a las estrellas que estás bien.
–Corrió hacia el imperial y le rodeó con sus brazos-. ¿Cómo saliste vivo de
ahí?
Cubierto con partículas de vidrio por la explosión,
Dair se sacudió las mangas de su uniforme.
-Salí aproximadamente un minuto antes de la
explosión. Nilo y yo estábamos frente al cuartel cuando todo saltó por los
aires. –Miró a los escombros del pub y sacudió la cabeza con incredulidad.
-¡Quiero que se precinte toda la zona! ¡Ya! ¡Nada
de preguntas! –rugió Brandl-. Sargento, quiero bloqueos en los límites de la
ciudad inmediatamente. Nadie entra. Nadie sale. Cada transporte será registrado
de arriba abajo. ¡Ya tiene sus órdenes! ¡En marcha!
Mientras Brandl seguía ocupado, Alex se volvió
hacia Dair, ocultando su rostro en la penumbra.
-¿La resistencia?
Vigilando cuidadosamente para ver quién le estaba
viendo, Dair exhaló aire con esfuerzo, evitando mirar a Alex a los ojos. Meneó
la cabeza en un sutil gesto de que había captado la pregunta acerca de sus
amigos comunes en el movimiento de resistencia. El Pub de Chado era más que un
popular punto de encuentro para parroquianos imperiales y civiles. Era una
exitosa tapadera para la resistencia garosiana, de la que el movimiento obtenía
gran parte de su información de inteligencia e informes tácticos.
Alex miró fijamente las bolsas de cadáveres, unas
veinte, que se alineaban en la devastada acera junto al pub destruido.
-¿Quién puede haber autorizado esto, Dair?
-No tengo esas respuestas, Alex –susurró,
observando cómo un destacamento de soldados de asalto escoltaba al gobernador
Winger al lugar de la explosión-. Pero vigila tu espalda. Puede que Lord Brandl
no sea completamente lo que aparenta ser.
-¿Qué?
-Teniente Haslip –llamó Werth-. Me gustaría tener
unas palabras con usted, por favor.
Alex sintió otro escalofrío cuando ese familiar
tono siniestro apareció en la voz de Werth. Retuvo a Dair por los hombros,
soltándolo sólo después de un breve y silencioso diálogo entre sus ojos.
-Sólo vigila tu espalda, Alex –volvió a susurrar.
Ella se lo quedó mirando un momento, tratando de
escuchar la conversación por encima del sonido de las crepitantes llamas y los
comunicadores cercanos.
-No –escuchó que decía Dair-. No recuerdo haber
visto a ninguna persona sospechosa. El pub estaba repleto de clientes
habituales, una velada normal...
-¡Malditos rebeldes! –bramó el gobernador Winger.
Al ver a su hija, exclamó-: ¡Alexandra! –Al acelerar el paso para acercarse a
Alex, los once soldados de asalto que le rodeaban apresuraron sus pasos para
mantener el ritmo. El gobernador la rodeó con sus brazos-. ¿Estás bien,
querida?
-Muy bien, ahora que puedo verte en persona.
–Apartó un cabello suelto del rostro de su padre, acurrucándose en su cálido
abrazo-. Estaba con Lord Brandl. –Al decir su nombre, Alex se volvió para ver
al Jedi cruzando la calle hacia ellos. Sus hombros estaban tensos y llenos de
rabia mientras todo el peso de su autoridad recaía sobre él.
-No me importa de quién sea ese transporte –bramó
al subordinado que le seguía apresuradamente-. Nada está por encima de la
seguridad del gobernador o de su hija. ¿Está claro? Quiero ese esquife
preparado en menos de una hora. –Deteniéndose de golpe, se volvió hacia el
oficial-. Su fracaso será castigado con la más inmediata justicia... mi justicia. ¿Entendido?
-¡Sí, Lord Brandl! –Apartándose del Jedi, el
oficial indicó a varios hombres que le ayudaran. Cerca, Alex vio al teniente
Werth observando, con una sonrisa de satisfacción cruzándole el rostro. Al
advertir que ella le estaba mirando, rápidamente volvió a concentrarse en
interrogar a Dair.
-¿Ha sido la resistencia, Lord Brandl? –preguntó
ansioso Winger.
El rostro de Brandl estaba oscurecido por la
emoción, con intenciones ocultas cruzando sus ojos al alzar la mirada desde la
tierra chamuscada para encontrarse con los ojos del gobernador.
-No tengo la menor duda.
¡Mentiroso!,
gritó Alex en su mente. Podía sentir claramente la mentira, independientemente
de su propio conocimiento del Pub de Chado y sus conexiones con los luchadores
por la libertad de la resistencia de Garos.
-Dada la naturaleza de este ataque aleatorio, tan
cercano al Cuartel General Imperial, debo insistir en que usted y su hija me
acompañen a un piso franco, gobernador Winger. Mis superiores me informaron
acerca de este movimiento de resistencia garosiano. Jamás imaginé que
intentarían una táctica tan audaz contra nosotros.
Winger meneó la cabeza para protestar.
-No creo que eso sea necesario...
-Gobernador, no estamos hablando de un grupo
marginal de radicales. –Brandl se irguió en toda su imponente figura, mirando
desde arriba a Winger-. Esa gente está bien armada, y muy probablemente esté
relacionada con la Nueva República. No se detendrán ante nada para conseguir
sus objetivos. Su seguridad y la seguridad de su hija están en mis manos.
Ahora, por favor, permítame que cumpla con mi deber para con usted –señaló a
Alex con la cabeza- y ella. –El Jedi agitó la mano ante él para acallar las
objeciones de Alex-. Será sólo por unas horas, hasta que nuestro transporte
esté listo. Tienen mi palabra de ello.
-Muy bien, Lord Brandl –concedió Winger a
regañadientes-. Al menos permítanos recoger algunas cosas de la mansión antes
de ir.
-Por supuesto –respondió Brandl con una
reverencia-. Teniente Werth. Nos acompañará a la mansión.
Werth asintió confirmando la orden.
-Puede marcharse –susurró a Dair, permitiéndole
alejarse de la escena. Alex alzó la mirada mientras Dair cruzaba la calle.
Había una expresión de seria preocupación en su rostro, preocupación por ella,
preocupación por su padre. Pero había poco que Alex pudiera hacer, y ella lo
sabía, al ver la rígida tenacidad en el rostro de su padre. Él había tomado una
decisión. Ahora Lord Brandl tenía el control.
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