jueves, 22 de agosto de 2013

Traición de caballero (y III)


Transformado en refugio temporal, el puesto de escucha imperial abandonado estaba construido en las profundidades del terreno montañoso al sudeste de Ariana. De cerca de tres pisos de alto, el bunker estaba bien oculto en las remotas selvas de Garos IV. Desprovisto de todo el equipamiento de inteligencia y el personal de apoyo, el supuesto piso franco ofrecía pocas comodidades. Alex pasó la mirada de una esquina a otra de la sala. La pequeña guarnición le recordaba una celda de prisión o un centro de interrogación. El único mueble era un sofá de aspecto bastante incómodo y una mesa de conferencias con cuatro sillas que reconoció como el modelo estándar... obviamente confiscadas del cuartel general imperial.
La única ventana de la sala se abría a una cubierta de observación desde la que podía ver a uno de los cinco soldados exploradores imperiales enviados para protegerlos. Desde la plataforma y la cubierta extendida, los muros internos de la guarnición subterránea descendían en pendiente hacia la montaña y hacia fuera para formar los muros interiores de un pequeño hangar. Había poca luz, ya que la base estaba funcionando con la energía al mínimo. Los pequeños fragmentos de iluminación que se reflejaban en la armadura del soldado provenían de una fuente exterior, una farola cercana o la luz de la luna que se filtraba por las puertas del hangar.
Dando vueltas en los confines de la pequeña sala, Alex se sentía como un animal enjaulado. La cárcel invisible que la aprisionaba no tenía puertas, ni barrotes, ni cadenas para sujetarla... lo que únicamente servía para acrecentar su agitación. La barrera era su lealtad y su devoción hacia su padre. Él se encontraba de pie junto al cristal de observación y la miraba con creciente impaciencia. Pasándose la mano por la frente, Winger la miró con el ceño fruncido, en una demostración de emociones poco habitual.
-¿Quieres parar de una vez, por favor, Alexandra? –insistió-. ¿Qué te está pasando? No creo que te haya visto nunca tan alterada.
Alex cerró sus manos formando apretados puños, y escuchó como los nudillos chasqueaban por la presión.
-Es que me siento tan... –Agitó la cabeza, buscando las palabras para describir su dilema-. Tan desconectada de lo que está pasando. –Dejó de caminar y agarró los bordes de la mesa con frustración-. ¡Me siento como una prisionera!
-Sólo es por un breve tiempo. Lord Brandl me aseguró que no sería más de una hora o dos como mucho. Y después de esa bomba en la ciudad, estamos más seguros aquí, bajo su cuidado, hasta que salgamos del planeta.
¡No voy a marcharme de Garos! Tomó una profunda respiración para calmarse. No tenía la menor intención de marcharse de Garos. Si eso significaba admitir su lealtad a la Nueva República, de algún modo esperaba que su padre lo entendiera.
-Padre, no sabemos si fue la resistencia quien plantó esos detonadores en el pub.
-¿Quién si no podría ser responsable, Alexandra? ¿Quién más tendría acceso a explosivos de uso militar?
Mirando al exterior por la plataforma de observación, hacia el oscuro hangar de debajo, Alex se preguntó dónde estaba Brandl y qué sabía acerca de la explosión.
-La resistencia no haría algo así, padre. Sé que no lo haría. No había ningún propósito en ello. –Se volvió hacia su padre, observando las profundas arrugas de su rostro. El estrés de enfrentarse al movimiento de resistencia y a la inminente invasión le había hecho envejecer en los últimos días.
Winger la miró fijamente.
-¿Qué quieres decir?
-La resistencia garosiana no mata a inocentes. Ni siquiera a inocentes imperiales. Sólo atacan convoyes de suministros, estaciones de arsenales, objetivos militares... –Alex tragó el nudo que tenía en la garganta y se alejó de él-. Lo sé –susurró-. Yo misma lideré muchas de esas misiones.
-¿Eres uno de ellos?
Alex asintió, mordiéndose nerviosamente el labio inferior.
-Desde hace ya cinco años.
-¿Cinco años? –Winger meneó la cabeza con vacilante incredulidad. Una expresión de dolor inundó sus ojos mientras una lágrima comenzaba a formarse-. ¿Mi propia hija?
Acercándose a él, Alex se enfrentó a su mirada agonizante. Tomó sus manos en las de ella, acercándoselas al corazón.
-Te quiero, padre. Por favor, nunca lo dudes. Siempre fuiste bueno conmigo, me diste tu amor, tu respeto. Ninguna hija podría pedir más.
-¿Entonces por qué...? –Su voz se desvaneció cuando la mirada desafiante de un oficial imperial endureció su rostro. Retiró sus manos de las de ella, horrorizado por su confesión-. Te quise como si fueras de mi propia sangre. ¡Confié en ti, Alexandra! Cinco años... años –dijo, con un tinte de rabia en su voz-. ¡Confié en ti! ¡Por todas las estrellas! ¿Qué se supone que debo pensar ahora?
Antes de que Alex pudiera responder, Winger la silenció con un gesto de la mano. La angustia de su corazón era tan evidente que se trasladaba a la postura rígida de sus hombros y su cuello.
-Recuerdo, cuando eras una niña pequeña, que siempre decías que querías pilotar un caza estelar. Por supuesto, pensaba que te referías a un caza TIE. –Estrechó suspicaz los ojos, como si cuestionase la veracidad de esos recuerdos-. Todos esos años que hablabas de acudir a la Academia.
-Todo lo que siempre quise era luchar contra las injusticias del Imperio, padre.
-El Imperio al que sirvo.
-El Imperio que te obligó a servirle. –Alex alzó las manos, sentándose en la mesa de conferencias-. El Imperio que mató a mis abuelos y a miles de personas inocentes en mi planeta natal.
-Me dijeron que los rebeldes destruyeron Janara III, asesinaron a su propia gente para mantener sus secretos a salvo de nosotros.
-El Imperio te mintió, padre. ¡Mienten a todo el mundo!
Inclinando la cabeza por el pesar, Winger se esforzaba en aceptar esa revelación.
-Cuando te trajeron a Garos, nos diste a Sari y a mí más felicidad de la que jamás habíamos conocido. –Agitó la cabeza, luchando todavía con la revelación de su hija.
-¡Padre, los imperiales te mintieron! –dijo Alex, con voz que sonó dura en sus propios oídos-. Nunca los cuestionaste porque no querías saber la verdad.
-Tal vez no podía enfrentarme a la verdad. No estaba preparado. Ni entonces, ni ahora. No para esto. –Winger se estremeció, tomando una respiración profunda-. He trabajado la mayor parte de mi vida para traer la paz a Garos. La guerra civil estaba literalmente haciendo trizas este planeta.
-Y lo conseguiste –dijo Alex-. Mediante el poder imperial.
Se quedó mirando el escudo de observación, tratando de soltar sus emociones en el reflejo del cristal. Un movimiento abajo, en el hangar, atrajo su atención cuando una sombra pasó cruzando el suelo del hangar. Instantáneamente, el soldado explorador se puso en posición de firmes y saludó.
-No voy a irme de Garos, padre.
Alex se puso en pie y salió a la plataforma de observación sobre la bahía de atraque. Al examinar la oscuridad, vio una forma sombría acechando en la bahía del hangar. Activada por un sensor de movimiento, una solitaria luz de servicio iluminó la esbelta figura de Jaalib Brandl. Él la miró fijamente y luego se volvió para marcharse por la puerta del hangar.
Ella volvió junto a su padre.
-Siempre has hecho lo que sentías que era mejor para Garos. Sólo puedo esperar que lo entiendas. –Le miró a los ojos con firme resolución, sintiendo su dolor-. Tal vez decidas que no es demasiado tarde para cambiar de bando. –Cruzó la sala y abrió la puerta.
-¿A dónde vas? –preguntó Winger.
Alex quiso sonreír al notar que en su voz la preocupación volvía a aparecer por encima de la rabia por su traición.
-Creo que a ambos nos vendría bien un poco de tiempo para pensar en esto. Voy a tomar un poco de aire fresco.
Se deslizó al exterior, a la templada noche garosiana. Descendiendo por la escalera tallada en la roca, se apresuró a bajar a la planta baja del bunker. Había dos soldados exploradores de servicio junto a las puertas de entrada del hangar. Antes de poder preguntarles, sintió la presencia de Brandl. Volviéndose instintivamente hacia el único camino que llevaba al bunker y su hangar, Alex vio a Brandl en el extremo opuesto del complejo. Una figura oscura bañada en sombras, estaba montado a horcajadas sobre una moto deslizadora, con la capa ondeando con la brisa. Parecía estar esperándola. Revolucionando los motores de la moto, salió disparado por el estrecho y retorcido camino.
-¿A dónde va? –preguntó Alex a uno de los soldados exploradores.
-Hemos descubierto algunas lecturas de sensor inusuales, señorita Winger –respondió el jefe de la escuadra-. Lord Brandl quería investigarlas personalmente.
¿Por qué no enviar a un par de soldados a comprobar la perturbación? ¿Qué podía ser tan delicado para que Brandl optase por arriesgarse él mismo en el bosque? Una inquietante sospecha asomó en el fondo de su mente mientras las sombras le tentaban a seguirle. Cerca había un campo de la resistencia que raramente se usaba. ¿Y su sus amigos de la resistencia los habían rastreado hasta aquí? ¿Habrían detectado su presencia?
Alex corrió hacia la moto deslizadora restante.
-¡Señorita Winger! –escuchó que exclamaba el soldado explorador-. Señorita Winger, Lord Brandl dejó órdenes directas de que no le permitiéramos...
Su voz quedó ahogada por el rugido atronador de los motores repulsores de la moto cuando Alex aceleró a fondo y salió tras Brandl.
Las lunas gemelas creaban la ilusión de un atardecer tardío. Su luz combinada se filtraba por el grueso dosel del bosque, lanzando largas sombras sobre el peligroso sendero de montaña. Alex pilotó con cuidado la moto deslizadora, navegando por las curvas cerradas con facilidad. A dos kilómetros del piso franco, aminoró la velocidad de su moto y examinó rápidamente la oscuridad. Viendo cómo Brandl desaparecía al tomar una curva, escuchó con atención el rugido de los motores de la moto. El gemido disminuyó lentamente, pero no debido a la distancia. Estaba aminorando, tal vez saliéndose fuera del camino para inspeccionar la ladera.
El zumbido familiar del vehículo de Brandl continuó resonando en los árboles, pero ya no se movía. Brandl se había detenido cerca y estaba revolucionando los motores. ¿Qué pretende?, se preguntó.
Inconscientemente se acarició el brazo con la mano. Un escalofrío recorrió su espalda cuando la sensación de quemazón y el hedor de la carne chamuscada asaltaron sus sentidos. Vigila tu espalda, vinieron súbitamente a su memoria las palabras de Dair. Puede que Lord Brandl no sea completamente lo que aparenta ser.
Había algo terrorífico en Brandl, terrorífico y aun así fascinante. Desde su llegada, habían pasado algunas cosas peculiares. La bomba en el Pub de Chado ciertamente no había sido obra de los luchadores de la libertad de Garos. Al recordar el incidente, el rostro de Brandl apareció en su memoria. Su expresión era indescifrable, tan desconcertante como su interés en el pub cuando habían pasado junto a él esa misma noche.
Estudiando las profundas tinieblas del bosque, Alex sintió que se le aceleraba el corazón. Las sombras se alargaron sobre ella, desafiando al resplandor de las lunas gemelas de Garos. Había un profundo silencio que se asentaba en el interior del bosque, como si toda la vida de las zonas cercanas hubiera sido súbitamente barrida del paisaje.
Dirigió su moto deslizadora fuera del camino y se dirigió hacia los árboles en dirección a la cima de una meseta poco elevada. Brandl se encontraba de pie al borde del precipicio. Daba la espalda al horizonte iluminado por la luna mientras la miraba de frente a ella, observando con interés cómo se acercaba. El viento cobró fuerza abruptamente, agitando el oscuro cabello que le llegaba hasta el hombro. La Fuerza estaba con él, retumbando con un estrépito de absoluta hostilidad.
No era la suave vibración que Alex recordaba por su experiencia o por su encuentro con Skywalker. Esta era una manifestación malévola... y Brandl se encontraba en su misma raíz. Usando inconscientemente sus limitados sentidos, retrocedió con agonía cuando la formidable presencia del lado oscuro la azotó. El gélido mordisco de sus dientes fantasmales se clavó en su piel.
Mi visión, pensó Alex con temor. Sus dedos descendieron al costado de la moto deslizadora, localizando la pistola bláster en su funda. Manteniendo el arma pegada al costado, en las sombras, bajó del vehículo y comenzó a subir la suave pendiente hasta la cima.
-Fuiste tú quien organizó la explosión en el Pub de Chado, ¿no es así?
Una oscura risa fue la respuesta.
-Fui yo.
-Has venido aquí para eliminar la resistencia. ¿Con qué fin? La Nueva República está de camino. El Imperio no tiene ninguna oportunidad de recuperar este mundo.
-Oh, mis intenciones no son tan elevadas como eso –susurró Brandl.
-¿Entonces cuáles son tus intenciones? –exclamó Alex-. Al matar a esos luchadores de la libertad rebeldes, mataste imperiales. Imperiales inocentes. ¿No hay alguna norma contra eso?
-Ya te lo he dicho, Alexandra. No estoy aquí para detener vuestro movimiento rebelde u obstruir a la Nueva República. Esas son las menores de mis preocupaciones. Estoy aquí para enviar un mensaje a mis propios amos en el Imperio. –Había cierta cualidad de niño mimado en su voz-. Ya no quiero formar parte de ellos, de sus juegos, de su guerra.
-¿Entonces por qué no abandonarles sin más? ¿Por qué matar gente inocente?
Los hombros de Brandl se mecían en la corriente que ascendía desde las tierras bajas, con su túnica agitándose a los lados como las gigantescas alas de alguna especie de oscura ave depredadora.
-No es tan simple como podrías pensar. El Imperio tiene modos de reeducar a aquellas mentes poco inspiradas que traten de desertar. Particularmente a aquellos de nosotros con... valiosos talentos. –Se acercó varios pasos hacia ella y se detuvo cuando ella se tensó por su cercanía-. Necesito que mi separación quede muy clara para ellos, quemando todos los puentes a mi paso. No puede haber retorno, ni aceptación para este hijo pródigo.
-¿Esperas romper con el Imperio destruyendo a sus enemigos?
-Oh, no. –Una malévola sonrisa asomó en sus delgados labios y sus oscuros ojos se centraron en ella sosteniendo su mirada desafiante-. Mi plan para cimentar la brecha entre mis superiores y yo comienza y termina con el asesinato de un gobernador imperial y su única hija. –La sonrisa pícara se ensanchó, volviéndose aún más malvada entre las sombras-. Irónico, ¿no es cierto? Que deba llegar a Garos encargado de proteger al gobernador y su familia, mientras secretamente albergo la intención de mataros a ti y a tu padre.
Alex sintió que el color le desaparecía del rostro. Hizo una mueca de dolor al sentir una opresión en el pecho.
-¿Me has traído aquí para matarme?
-No, te he traído aquí para perdonarte la vida. –Brandl rió con tranquilidad-. Nunca imaginé que pudieras ser una joven tan fascinante, Alexandra Winger. Ni en mis sueños más salvajes.
-¿Y mi padre?
-Oh, él no es ni de lejos tan fascinante como tú. –Miró por encima de su hombro en dirección al campamento-. Y en cuestión de instantes, estará bastante muerto.
Al asumir las intenciones del Jedi, Alex gritó con los dientes apretados y sacó el bláster. Antes de poder apretar el gatillo, el arma le fue arrebatada de la mano. Voló por el aire de la noche, aterrizando en la maleza baja muy fuera de su alcance. Mientras Brandl reía, el bosque cobró vida y se tragó completamente el arma en sus profundidades.
Desarmada y furiosa, Alex saltó hacia Brandl, lanzando un fuerte puñetazo. Mientras el Jedi la esquivaba ágilmente, el súbito siseo de un sable de luz rompió el silencio. La hoja trazó un amplio arco en la oscuridad al moverse por el aire inmóvil y atravesar la chaqueta de Alex hasta su piel. Gritó de dolor, agarrándose su brazo herido.
-No sé por qué estás tan molesta –se burló Brandl-. Con Winger muerto, serás libre. Libre para unirte a tus amigos de la resistencia.
Alex la miró con los ojos como platos, sintiendo que el calor subía a sus mejillas.
Él rió ante su reacción de sorpresa.
-¿Pensabas que no sabía nada? ¿Sobre ti y tu relación con el movimiento de resistencia? Es la única razón por la que sigues con vida.
La presencia del lado oscuro era tan potente en él que ahogaba a Alex.
-¿Cómo podrías saberlo?
Brandl volvió a reír con franqueza, dejando que asomase a su rostro un encanto juvenil fácilmente oculto por la oscuridad de su ser.
-Tus pensamientos y emociones son muy fáciles de leer, Alexandra. Me sorprende que Skywalker te permita andar por ahí anunciándolos. –Abrió mucho los ojos, burlándose del asombro que podía verse en los ojos de ella-. Sí, conozco al gran Maestro Skywalker y tu peculiar afecto por él.
Airada por su insinuación, Alex se apresuró a ponerse en pie.
-¡No sabes nada! ¡Ni sobre mí ni sobre la resistencia!
-Oh, pero sí que sé –susurró con sinceridad ensayada-. Sé sobre la pequeña niña perdida, asustada y sola, enterrada bajo los ardientes escombros de su casa... huérfana y varada en un mundo distante y extinguido. –La risa de Brandl volvió a resonar en los árboles-. Suena a una tópica tragedia que escribí una vez cuando era un niño. –Su apatía era escalofriante-. No es de extrañar que ellos te encontraran.
-¿Ellos? –preguntó Alex, entrecerrando los ojos.
-Mi padre, Lord Adalric Cessius Brandl y el ejército imperial que destruyó Janara III. Mi padre era uno de los Altos Inquisidores del Emperador; los ejecutores Jedi que observaban más despiadadamente Su Voluntad Imperial. Debía de estar buscándote a ti y a otros como tú. –Brandl se sentó en un tocón cercano-. Un millar o más de vidas para encontrar a una niña pequeña y un puñado de aspirantes a Jedi.
Resopló por la nariz con desdén, retomando el aliento mientras soltaba una risita.
-Seguramente se reiría si estuviera aquí ahora con nosotros. Lo haría. Sé que lo haría...
El súbito trueno de una explosión le interrumpió. Tras ellos, brilló una cegadora luz blanca, desplazando momentáneamente la noche mientras las llamas y los escombros fundidos salían despedidos a casi 100 metros de altura.
Brandl volvió la espalda a la explosión y miró a Alex, estudiando su expresión. Con una siniestra sonrisa aún dibujada en su hermoso rostro, susurró:
-Y ahora, unos quince años después, la historia se repite.
-¡Padre! –Con una mueca de dolor cuando el doloroso corte de su brazo pellizcaba y tiraba de su suave piel, Alex salió disparada hacia las motos repulsoras. En el momento en que montó e hizo girar el manillar, ya había encendido los motores repulsores, impulsándola de vuelta al camino del bosque. Siguió a las brasas moribundas de la explosión y a un rastro de humo acre que surgía del lugar. Casi a un cuarto de kilómetro del búnker, los árboles estaban caídos, arrancados de raíz y aplastados por la explosión. Alex aceleró la moto deslizadora sobre el umbral del radio de la explosión. La maleza baja era poco más que cenizas que se levantaban en su estela a su paso.
En el exterior del puesto de escucha, los cuerpos de los soldados exploradores habían salido despedidos a treinta metros de la base de la escalera. Alex apenas pudo soportar el hedor a armadura quemada mientras detenía la moto deslizadora y saltaba al suelo. Corrió a lo que había sido la entrada al bunker.
Toda la cara de la montaña se había colapsado sobre sí misma. Con la feroz fuerza destructiva de la explosión, era imposible imaginar que nadie pudiera haber sobrevivido. Los motivos de Brandl para trasladarlos allí a ese lugar aislado en el bosque era un toque de genio. Estaban completamente incomunicados, aislados y sin personal de apoyo. Nada ni nadie podría haberle impedido matarles y conseguir escapar después.
Excepto por el chisporroteo de algunas llamas restantes, el silencio reinaba en la zona derruida. Alex luchó por rechazar las lágrimas, temblando cuando una sensación de desesperación la invadió. Sus ojos pasaban de una sección destruida a la siguiente, determinada a encontrar una forma de llegar a su padre o de permitirle escapar. Aunque sabía que finalmente sus esfuerzos resultarían vanos, continuó examinando las ruinas aún ardientes. No podía permitirse asimilar la muerte de su padre.
Entonces escuchó unos suaves arañazos desde un lado. Enfocando su concentración, escuchó cómo el sonido se intensificaba. Venía de detrás de los escombros humeantes cerca del hangar. Canalizando sus sentidos hacia los arañazos, percibió un débil destello de vida enterrado entre las rocas y el mortero.
-¿Padre? –Su voz se rompió cuando la presencia se agudizó y pudo reconocerla. Lanzándose hacia los escombros, Alex comenzó a apartar rocas a un lado y a excavar entre los restos. Ignoró las dolorosas laceraciones que se extendían por sus dedos y sus manos, desesperada por llegar a Winger, que estaba enterrado justo bajo el muro de entrada colapsado. En cuestión de instantes, descubrió una de sus manos.
-¿Alexandra? –dijo una voz amortiguada en la que podía notarse la angustia.
Con esfuerzos renovados, ignoró el dolor de sus músculos y continuó liberándolo de debajo del muro caído del bunker.
-Padre, ¿puedes moverte? –susurró, descubriendo su torso, sus brazos y luego liberándole las piernas. Winger continuaba inmóvil y sin respuesta.
Tras ellos, escuchó el reconocible gemido de los motores repulsores cuando Brandl regresó al bunker en ruinas. Había en su rostro una expresión de satisfacción mientras se regodeaba examinando su obra.
Alex atrajo a su padre hacia sí, usando su ligero peso para extraerlo de su tumba humeante. Cuando salieron del cráter, hubo una explosión secundaria en las profundidades del bunker. La explosión causó un deslizamiento en los escombros de la superficie cuando el bunker se hundió más profundamente en la cavidad de la montaña, enterrando rápidamente los pies de Winger en las ruinas.
Cuando el ensordecedor temblor se apagó, Alex se lanzó junto a su padre y se puso de rodillas. Mirando por encima del hombro, vio cómo Brandl les observaba.
-Ayúdame –dijo.
-Eso no es parte de mi plan –respondió con una sonrisa arrogante-. En esta escena, el padre de la heroína debe morir.
-Maldito y despiadado... –Alex apretó los dientes y tiró, liberando finalmente el cuerpo de su padre de los escombros. Estaba vivo, aunque a duras penas, y sin la atención médica adecuada, los planes de Brandl se cumplirían.
Más allá de la destrucción de la explosión había un pequeño barracón de almacenamiento. Permanecía intacto, a pesar de la explosión, medio oculto en un nicho formado por grandes pedruscos. Apoyando contra ella el peso de su padre, Alex luchó por moverlo hacia el oscuro refugio. Lo depositó en un catre improvisado que debía haber sido usado por los centinelas entre turnos. Activando la fuente de energía, soltó un juramento cuando la parrilla de iluminación parpadeó con esporádicos y débiles destellos de luz. Los generadores de emergencia, sin atención en ausencia del personal de apoyo, eran inadecuados y estaban en mal estado. A los pocos momentos de encenderla, la unidad se apagó, permitiendo que la oscuridad regresase.
Viendo una vara luminosa en la esquina opuesta, Alex la sacó de su soporte en la pared u la activó. Junto con la vara luminosa, tomó un kit de primeros auxilios de un montón de cajas de equipo tiradas. Desvanecido detrás de ella, Tork Winger no era consciente de sus intentos por salvar lo que le quedaba de vida. Su trabajosa respiración se volvía cada vez más débil conforme empezaba a sucumbir a sus heridas.
-¡No! –susurró Alex, apretando las manos de Winger-. Padre, tienes que luchar. ¡Lucha! –Cuando la figura triunfante de Brandl oscureció la puerta del refugio, se volvió hacia él-. Se está muriendo.
-Tal como exige el guión.
Alex miró fijamente a Brandl, midiendo el desafío en sus ojos.
-Jaalib, por favor. Ya has ganado. Le diré al Imperio cómo les traicionaste. Cómo casi matas al gobernador. Se lo diré a la Nueva República. Conseguirás tu deseo. Por favor. –Sintió el aguijón de las lágrimas-. Por favor, ayúdame.
Sus ruegos no quedaron sin respuesta. Alex vio cómo la endurecida fachada de satisfacción se derrumbó de su rostro, reemplazada por una fina máscara de remordimiento.
-No eres lo bastante fuerte –respondió él.
-¡Entonces usaré el lado oscuro de la Fuerza si es necesario!
-¿Tan ansiosa estás de poner tus pies en esa senda, Alexandra?
-Sólo dime qué he de hacer.
-¿Sabes lo que estás pidiendo? –Al ver la mirada desafiante y llena de lágrimas en los ojos de ella, el Jedi se detuvo-. No, no creo que lo sepas.
-No es necesario que preocupes tu conciencia por las consecuencias.
-La traición es el peor delito que un Jedi puede cometer. Traición a un ser amado, a un amigo, a un mentor. La traición a sí mismo es un crimen aún mayor. –Brandl se irguió en toda su estatura, mirando a Alex desde lo que ella percibió como una altura imposible-. El camino al lado oscuro es diferente para cada uno de nosotros. No puedo decirte cómo llegar allí. Lo que te lleve a ti será completamente diferente de las circunstancias que me llevaron a mí. Pero una cosa es segura... ya has estado allí antes. El sendero es antiguo y conocido para ti. –Evitando mirarla a los ojos, susurró-: La rabia y el miedo serán tus guías.
Traición. Alex se quedó mirando al Jedi oscuro, inquieta por sus palabras. Cerrando los ojos, tomó una profunda respiración que hizo vibrar sonoramente sus pulmones. Se concentró en el rostro de su padre, sintiendo del dolor de sus heridas tan vivamente como el mordisco cauterizado del sable de luz. Sin previo aviso, su dolor se intensificó. Hemorragias internas, huesos rotos, órganos aplastados. Alex se derrumbó en el polvo del suelo con un sonoro golpe seco. Retorciéndose de agonía, buscó un alivio, una salida. Sus habilidades con la Fuerza eran limitadas y difusas. Su intento por controlar y definir ese poder sólo intensificaba el dolor y prolongaba el sufrimiento, enojándola.
Con los ojos abiertos como platos por el terror, se concentró en las sombras de la esquina opuesta de la sala. La estaban llamando, pero resistió la tentación, súbitamente insegura de lo que estaba ocurriendo... insegura de sí misma. El miedo al fracaso aumentaba su tormento, eliminando cualquier oportunidad de canalizar la Fuerza como Skywalker le había enseñado.
No te resistas. Las sombras permanecían, invitándola a entrar en la oscuridad. Alex bajó sus defensas y se rindió a ella, permitiendo que el lado oscuro la poseyera.
Hubo una súbita explosión de energía cuando cada célula de su cuerpo quedó impregnada de consciencia y sentidos. El desconcierto y el miedo dejaron paso al asombro cuando sus sentidos despertaron a la aparentemente infinita fuerza vital que rodeaba Garos. Acurrucada en esa vasta fuente de poder, creyó ser capaz de consumir la vida de cualquier criatura, realinear esa energía, y dirigirla a voluntad. Se deleitó en esa sensación, permitiéndose entrar en comunión con esa complicada telaraña de vida. Con la mente desbocada, sintió que los secretos ocultos del universo se ponían a su alcance. Luchó por mantener la mente concentrada en el aquí y el ahora, resistiendo la tentación de saltar a esos reinos desconocidos.
Apoyando sus manos en el pecho de su padre, dirigió la energía hacia él. Pero conforme sentía el asombro ante su recién adquirida habilidad, esta comenzó a escapársele. Sin la rabia ni el miedo, no había nada a lo que aferrarse salvo su propia frágil fuerza vital.
Cayó presa del pánico cuando la influencia del lado oscuro drenó su energía. Era un pequeño precio que pagar por la vida de su padre; pero ahora era ella quien se moría. Conforme el corrupto manantial continuaba alimentándose de ella, el poder de salvarse a sí misma huía de ella.
Las sombras se reunieron sobre ella y Alex sintió una presencia. Entre los hambrientos fantasmas, Brandl se alzó tras ella, dirigiendo la mano hacia ella. Tomó fuerza de ello, sin dudar un momento en aprovecharlo mientras el aliento se le escapaba del pecho. Se acercó más a la oscura visión, pero no era el rostro de Brandl el que veía devolviéndole la mirada tras el velo de oscuridad.
Reconociendo su propio rostro bajo la oscura capucha, trató de alejarse. Pero la aparición la agarraba fuerte de la muñeca con su mano descarnada. La otra mano se estaba dirigiendo a su garganta.
Alex reculó horrorizada al sentir los huesos escamosos en su cuello. Cuanto más luchaba por liberarse, más se apretaba la mano, dificultando el flujo de aire a sus pulmones.
-No te resistas –le decía-. No te resistas.
Alex se relajó, y por un breve instante la presión en su cuello disminuyó. Pero al renovar sus esfuerzos, sus músculos volvieron a apretarse, cortando el suministro de aire a sus pulmones.
Sacudiéndose salvajemente al intentar respirar, se lanzó contra la aparición. Sus manos la agarraron por la garganta conforme iba consiguiendo liberar su consciencia de las garras del fantasma, sólo para descubrirse a sí misma retorciéndose en el sucio suelo del refugio de almacenaje. Tiritando bajo una ligera capa de sudor, se incorporó de golpe y miró fijamente el rostro de su padre. Su respiración seguía siendo débil, pero estable. Conforme el siniestro poder del lado oscuro se desvanecía en ella, observó cómo las fuerzas aumentaban en su padre y cómo su respiración se suavizaba en el lento y uniforme ritmo de un pacífico sueño.
¿Y dónde está tu fuerza, Alex?
Cerró los ojos y se estremeció ante el eco de su enloquecida voz interior. Se sentía violada, engañada. Poniéndose rápidamente en pie, se apartó de las sombras, tratando de ocultarse en el débil halo de la vara luminosa.
-Cuidado con el brillo del lado luminoso –susurró Brandl-, porque aunque ilumina y calienta, arroja un brillo frío y cegador para aquellos demasiado humildes para mirar a las sombras más allá. –El Jedi se acercó a ella, ofreciéndole la mano-. Querida y dulce Alexandra –suspiró tristemente-, ¿no quieres regresar del frío?
Temblando en la luz, Alex le miró fijamente.
-¿Qué es lo que he hecho?
-El lado oscuro tiene un precio. Tan sólo has probado una pequeña parte de él. –Acariciándole el rostro, la rodeó con sus brazos en un intento de protegerla del frío.
Aunque Alex escuchaba la voz del Jedi, no podía registrar sus profundos y variables tonos. Lo sentía, pero sus sentidos estaban fallando. Los muros del refugio y otros elementos comenzaron a desenfocarse y sintió que las rodillas se doblaban bajo su peso. Brandl la tomó antes de que su cuerpo chocara contra el suelo. Incapaz de resistirse, Alex apoyó su cabeza contra el Jedi y, una vez más, se rindió a la oscuridad.

***

Alex se despertó con el lastimero aullido de un boetay. Desde la distancia, el grito desesperado resonaba en su cabeza, agravando la presión que sentía detrás de los ojos. Con un terrible dolor de cabeza, abrió los ojos y trató de sentarse. Cuando su visión comenzó a enfocarse, se concentró en la peculiar sombra sentada frente a ella. Pocos minutos después, el tranquilo rostro de Bane Werth apareció en la cálida estela de una vara luminosa.
Vestido con una chaqueta y unos pantalones de vuelo corellianos, parecía más cómodo con el atuendo de un contrabandista que con un uniforme imperial. Su cabello estaba húmedo y se apartó un mechón del rostro, mirándola con un pesar tan tangible que Alex pudo sentir sus emociones, claras y visibles.
-¿Dónde está mi padre? –preguntó ella, agarrando el borde del catre.
Werth se levantó de su silla y caminó unos pasos hacia la entrada del refugio.
-¡Está despierta! –gritó. Dubitativo junto a la puerta, se volvió para verla, con ese peculiar remordimiento intensificándose en su mirada. Luego, sin más comentarios, salió al exterior por la estrecha apertura.
Al marcharse, Alex pudo escuchar el ritmo estable de la lluvia cayendo en el exterior. Preocupada por su padre, dejó caer las piernas por el borde del catre y se puso lentamente en pie. El gobernador Winger estaba tumbado en el jergón improvisado donde lo había dejado. Arrodillándose junto a él, Alex comprobó sus constantes vitales y sonrió al comprobar que sus esfuerzos habían logrado una mejora en su condición. A pesar de su ligero toque, su padre se despertó ante la suave sensación de sus dedos.
Abriendo sus ojos hinchados, Winger sonrió al verla junto a él.
-Alexandra –susurró, tosiendo por el esfuerzo. Tembló visiblemente al levantar el brazo para acariciarle el rostro. Su sonrisa se ensanchó al confirmar lo que sus nublados sentidos le mostraban. Ella estaba viva y a salvo. Entonces, en silencio, volvió a sumirse en un pacífico sueño.
A cada momento que pasaba, Alex podía sentir cómo recobraba las fuerzas. Y al sentir esa energía, sintió el poder de Brandl en funcionamiento, sosteniendo la esencia vital de su padre. Sentada en el suelo junto a Winger, se volvió hacia la aparición que permanecía de pie tras ella en la puerta del refugio.
-¿Siempre vas a estar ahí, sobre mis hombros, observándome desde las sombras?
-La próxima vez que mires en la oscuridad, ¿te sentirás más a salvo sabiendo que yo estoy allí? –Brandl permaneció en la puerta, sin hacer ningún esfuerzo por acercarse más a la luz-. Si esa es tu petición, buena dama, como tu más amable caballero, siempre estaré donde más me necesites. –Alex escuchó la voz amortiguada de su sinceridad-. Las fuerzas de la Nueva República han llegado –dijo-. Me he tomado la libertad de alertarlos acerca de vuestro estado. Deberían estar aquí en pocos minutos.
-¿La invasión? –preguntó Alex, en vilo por el signo de la batalla.
-La Nueva República está ganando mientras hablamos. Tú y tus colegas de la resistencia podéis estar de enhorabuena. Garos IV es libre. –Alzando la barbilla con fría arrogancia, Brandl bajó la mirada hacia ella-. Puedo arreglar un regreso seguro de tu padre al Imperio. Estará bien protegido...
-¡Bien protegido! –escupió Alex-. ¿Por ti? –Negó con la cabeza, con firme determinación-. La lealtad de mi padre está con Garos, Lord Brandl. No con el Imperio ni la Nueva República. Haré los arreglos que sean necesarios para honrar sus deseos.
-Están aquí –dijo la voz de Werth desde la oscuridad-. Es hora de irse.
Evitando la mirada penetrante de Brandl, Alex se sentó sobre sus rodillas. Subió las mantas hasta el cuello de su padre, sosteniéndole la mano mientras dormía. Deseando que el Jedi se quedase, susurró:
-No sé si debería darte las gracias o maldecirte.
-Decidirás qué hacer a su debido tiempo. –El Jedi lanzó un objeto oscuro a través del refugio hacia ella.
Alex vio la extraña figurilla cayendo sobre las mantas. Recogiendo la pieza de Jj’abot esculpida, observó al caballero negro y recordó la obra de teatro.
-¿Qué será de ti? –declamó las frases que recordaba-. ¿A dónde irás?
-Me convertiré en una sombra, mi señora –respondió-. Y me iré, a donde sólo la oscuridad reina. –Brandl sonrió, ofreciéndole una leve reverencia con la cabeza. Era una expresión débil y melancólica que conmovió a Alex con su sinceridad-. Adiós, Alex.
Con el sonido de los equipos de búsqueda que llegaban, Brandl salió a la noche del exterior, como si esa fuera su señal para desvanecerse en las sombras. Alex escuchó a la hueca cadencia de la lluvia contra el tejado. Apretando con más fuerza la mano de su padre y el peón del juego, apoyó su cabeza contra la calidez de la manta y esperó hasta que la luz de las naves y las tropas terrestres de la Nueva República diluyó la oscuridad.

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