Demasiados tipos de ceguera
Kathy Tyers
La puerta de la oficina de la senadora Gaeriel
Captison se deslizó hacia un lado, y su hermana Ylanda pasó al interior. La
tosca túnica marrón de Landy casi se arrastraba por el suelo. Su cabello rubio
había sido eliminado de raíz media década atrás, cuando renunció a su aspecto,
a cambio de bendiciones para Gaeri... pero Gaeri miraba boquiabierta cómo se le
marcaban los prominentes huesos de los pómulos, cráneo y hombros. Landy no
mostraba ese aspecto tan demacrado cinco años antes, ni había olido de modo tan
extraño. ¿Qué había estado comiendo?
Gaeriel se apresuró a rodear su escritorio y abrazó
a su hermana.
-Me siento honrada. ¿Qué te trae por aquí?
Ylanda retrocedió liberándose del abrazo.
-Con la marcha del Imperio, la Madre del Hogar cree
que es seguro de nuevo que venga a visitarte. En ayuno, por supuesto. Para
evitar la tentación.
-¿Seguro de nuevo? El Imperio nos dio libertad
religiosa... –Gaeri dudó-. ¿No fue así?
-Para ser una niña tan brillante, te engañaron a
conciencia. ¿Verdad?
Landy no sonaba demasiado amargada. Los ascetas
encontraban regocijo al ser oprimidos. Eso les conseguía más bendiciones en la
Vida Futura.
-En efecto, me engañaron –admitió Gaeri-. Siéntate.
¿Puedes tomar té?
Ylanda sonrió con tolerancia.
-Por favor... adelante. Sírveme una taza de agua
caliente. Luego podemos sentarnos y beber juntas.
Varios minutos más tarde, Gaeri tomó asiento junto
a Ylanda frente a una gran ventana. De su taza se elevaba vapor de aroma
dulzón; lejos, más abajo, en el Parque de Estatuas, caía la lluvia sobre las
efigies de los antiguos colonos. Vapor elevándose; agua cayendo. Otro
equilibrio.
Jugueteó con su colgante esmaltado, sorprendida por
sentirse tan incómoda al estar sentada cerca de Ylanda. Las mejillas de Landy
mostraban un aspecto cetrino y sus ojos estaban apagados. De acuerdo con
algunos zanazi, el Cuenco y la Pluma eran como la materia y la antimateria.
¿Por qué no habían quedado aniquiladas al tocarse?
-Madre y Padre estarían complacidos –anunció
Ylanda.
-¿Hm? –preguntó Gaeriel.
-Porque el Imperio se ha marchado.
-¿Eso crees? Al renunciar al estatus comercial
imperial, Bakura sólo ha ganado imponderables.
Ylanda miró a Gaeri como si le acabara de crecer
una tercera oreja.
-No puedo creer que nunca lo supieras.
Gaeri frunció el ceño. En ocasiones, Ylanda podía
ser realmente irritante.
-¿Saber qué?
-Al final, pertenecían a la resistencia.
-¿Pertenecían?
-Madre y Padre.
Gaeriel se quedó sin aliento.
-¿Qué? ¿Cómo podrías saberlo, aunque fuera cierto?
-Estaba a salvo, enclaustrada. Podían confiar en
mí. Aún me sorprende que nunca te dieras cuenta. Tú eras la más dotada.
Así eran las cosas: Landy no había cambiado
realmente, ni siquiera con la cabeza calva y una túnica marrón. Aún estaba
resentida por comprar los privilegios de Gaeri a través de sus privaciones.
-No te creo.
Ylanda introdujo la mano en su
túnica y extrajo una pequeña tableta de datos, la única posesión –aparte de su
cuenco de limosnas- que se le permitía.
-Personal –dijo, tras teclear
varias veces en ella-. Archivo 12-16. Mostrar.
Entonces la tendió a Gaeri.
El fino rectángulo mostraba un
mensaje manuscrito de su padre: “Ylanda... Si ocurriera algo, debes saber que
estamos retransmitiendo mensajes para la resistencia. No se lo cuentes a
Gaeriel a menos que cambien las tornas, pero si el Imperio también le falla,
muéstrale este mensaje. Dile que seguimos apoyándola.”
Dol y Marga Captison... fiscal
general y portavoz de relaciones imperiales... no habían sido atrapados en el
lugar equivocado en el momento equivocado, después de todo. Durante casi tres
años, Gaeri había creído que la muerte de sus padres había sido accidental,
pero ahora sabía la verdad. Les habían tendido una emboscada mientras llevaban
mensajes secretos, y habían pagado por ello, igual que Eppie. Sintió un
hormigueo en los dedos.
-Jamás lo había sospechado –susurró.
¿Sus padres, bendecidos con la Pluma, habrían sido empobrecidos en la Vida Futura,
o su sacrificio había equilibrado la rueda?
De pronto, se dio cuenta de por
qué había venido Ylanda. La semana pasada, 32 ascetas habían pedido ayunar
durante un mes, deseando comprar prosperidad para la recién independizada
Bakura. Seguramente habían pedido a Landy que se uniera a ellos. Ella debía de
haber ido allí para cumplir su deuda con sus padres... por si acaso no
sobrevivía.
La semana pasada, Gaeriel había
pensado que el ayuno en masa era simplemente ridículo, pero entonces no había
parecido afectarle.
-Me pregunto cuántas vendas he
estado llevando –dijo con recato. Tenía entendido que hacían falta entre 40 y
50 días para morir de hambre, pero eso era para una persona sana, bien
alimentada.
Landy tomó un sorbo de su agua
caliente, sosteniendo su taza de cerámica con ambas manos como si fuera muy
pesada.
Gaeri fijó la mirada en la lluvia.
Había estado engañada respecto al Imperio. ¿Y si ella y Landy creyeran
equivocadamente en el Equilibrio? Algunas fes proclamaban que el universo no se
balanceaba sobre un estrecho punto, sino que fluía entre los dedos de una
entidad viva. Casi ahogó el pensamiento... y entonces, temerosa por Landy,
aflojó su presión y dejó que el pensamiento respirara. Luke nunca había
desafiado su Fe, sino que era ella quien la desafiaba ahora. ¿Y si Ylanda había
sufrido innecesariamente?
¿Y si Gaeri había rechazado las
dubitativas atenciones de un admirable joven Jedi... por nada? Su fuerza de
ataque había abandonado Bakura hace semanas...
Pero Landy estaba allí, y con
vida, y si Gaeri no decía nada, podría llevar eternamente a Landy en su
conciencia. Era ridículo pensar que el hecho de que alguien se arriesgara a
morir de inanición pudiera ayudar a la prosperidad de Bakura. Gaeri debía
acoger a Landy, apoyarla, revertir algunas de las injusticias entre ellas. El
tío Yeorg y la tía Tiree lo entenderían.
Ella ya no creía. La idea le
dejó atónita. Si no hubiera conocido a Luke, puede que hubiera dejado que Landy
siguiera adelante con eso.
-¿Puedes quedarte esta noche? -preguntó
con suavidad-. Tenemos tanto de que hablar.
Ylanda volvió a guardar su
tableta de datos entre sus ropas.
-Siempre que me permitas dormir
en el suelo –respondió remilgadamente-. Y no puedo comer tu comida.
Gaeri asintió.
-Se lo diré a la tía Tiree.
Voy a alimentarte con cosas peores que la comida, Ylanda, pensó. Tengo la cabeza llena de pensamientos
venenosos. Puede que salven mi conciencia... y tu vida.
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