martes, 13 de octubre de 2015

Extraños con caramelos

Extraños con caramelos
Kathy Tyers

No había demasiado trabajo para un historiador militar en el yermo G’rho. Demasiado alejado en el Borde para que ni siquiera los contrabandistas se preocupen por él, apenas se podía decir que estuviera colonizado –y mucho menos defendido- y la mayoría de sus habitantes eran alfareros o tejedores. Y pese a todo Ydra Kilwallen Sibwarra había abandonado Chandrila seis meses antes, cuando un compañero adepto en la Fuerza (que estudiaba con su mismo entrenador de la Fuerza) desapareció. De vacaciones con sus padres, Ydra ni siquiera se había comunicado con su marido. Ella y el pequeño Dev habían tomado la primera nave que saliera del planeta. Ese había sido el primer paso. Con el tiempo, contactó con su hermano Trig.
Trig ayudó a Ydra a insistir al jefe de la milicia de G’rho, un alienígena ilwizzt de piel color caoba cuyo rasgo facial más prominente no podía recibir otro nombre salvo trompa, para que la contratara como historiadora. Apenas ganaba los créditos necesarios para conseguir alimento para Dev y ella, pero allí se sentía a salvo. El goteo de datos a su oficina apenas interrumpía su auténtico trabajo: una historia de cómo el Imperio minó la sociedad de Chandrila.
De modo que esa mañana quedó conmocionada cuando su pantalla quedó en blanco y apareció un mensaje:

ACUDA INMED. BASE DEF.
BRCO.

En la oficina del comandante Brco, lo que encontró fue pánico.
-Son seis. –Brco se apartó de su pantalla visora agitando hacia Ydra su trompa de color marrón rojizo. Ambos orificios oscilaban en su extremo, vibrando mientras hablaba-. Sus naves son grandes.
Media docena de ayudantes y controladores se arremolinaban alrededor de la consola de Brco, que habitualmente era manejada sólo por dos o tres. Ydra tecleó en la pantalla táctil de su tableta de datos y miró fijamente la pantalla. Las naves se acercaban en una clásica maniobra de invasión, preparándose para aterrizar alrededor del Asentamiento Boku.
-¿Quiénes son? –preguntó, aturdida.
Él apuntó con su trompa al monitor principal.
-Desconocidos –dijo con su voz zumbante-. No responden a nuestros intentos de comunicación.
Ydra conectó su tableta de datos al monitor de Brco y lo dejó allí, y luego miró a otra pantalla de visualización a la derecha. Una nube de polvo se levantaba en el lugar donde se había posado una de las naves. Las bóvedas de Boku se habían construido cerca de una veta de mineral, lejos de las zonas montañosas cubiertas de arbustos juvica. Los colonos tendrían pocos lugares donde ocultarse.
En la pantalla, una columna de criaturas avanzaban por el polvo: reptiles marrones con corazas, de menor estatura que los humanos. Se desvanecieron en el interior de una bóveda residencial familiar clase 10... La suya.
¡Dev! Ydra se extendió con la Fuerza. A sus diez años, aunque era pequeño para su edad, cada vez era más fácil sentirle. Si tenía algún defecto, es que era demasiado sensible... demasiado confiado.
Y ahora no estaba en casa. ¿Podría albergar la esperanza de que estuviera fuera de alguna de las bóvedas circundantes?
El comandante Brco lanzó su trompa hacia el micrófono.
-¿Teniente Jerriman? –zumbó.
Una voz respondió por los altavoces sobre la cabeza de Ydra.
-Aquí Jerriman.
-No van a parlamentar. Lanza los cazas. Fuego a discreción.
Un rugido enervante recorrió la bóveda. Hasta ese día, la importancia de las Fuerzas de Defensa de G’rho había sido puesta en duda; ya no. Ahora Ydra buscó en la Fuerza el destello de su hermano Trig. Trig y su reciente esposa Seni pilotaban sendos cazas Conjo. Los encontró. Después...
Pensó con fuerza en el dulce y sombrío eco de sí misma; los sentidos de Dev temblaron, poniéndose alerta. Proyectó hacia él emociones y conceptos: ¡Alienígenas! ¡Peligro! ¡Huye!
La silueta mental de Dev prometió obedecer. Ydra se mordió los labios y disipó la conexión. Puede que acabara de mandarle lejos permanentemente. Solo.
¿Pero qué otra cosa podría haber hecho? Él se dirigiría hacia las tierras altas, a los bosques de juvica. Ahora mismo, cualquier lugar parecía más seguro que las bóvedas...
Escuchó una explosión y la onda expansiva la lanzó contra un controlador. Las pantallas de Brco se apagaron. Las luces también. De pronto, el aire tenía un olor extraño...
-¡Al suelo! –zumbó Brco-. ¡No respiréis! ¡Evacuad el edificio... reptando!
Ydra se dejó caer sobre sus rodillas y contuvo la respiración. ¿Estaban todos muertos... así, sin más? Ella podía llegar más lejos que otros sin respirar, usando la Fuerza. ¿Pero dónde estaba Dev? Su destello parecía más débil. ¡Bien! ¡Huye!

***

Varias pantallas de visualización hexagonales formaban un mosaico en forma de panal en el mamparo delantero del vehículo de aterrizaje Ssi-ruuvi. El comandante de unidad Th’twirirl agitó la cola con satisfacción. Las naves p’w’eck habían aterrizado, y las fuerzas se expandían. Los escáneres de formas de vida mostraban cerca de doce mil humanos en este mundo: valía la pena saquearlos, pero eran demasiados pocos para resistirse. El equipo de Yifaii tecnificaría a cuatro docenas para refrescar los convertidores. Entonces los cautivos serían revividos, cuatro docenas cada vez, y tecnificados a placer. Sólo una docena de docenas, más o menos, había escapado a su cerco. Th’twirirl en persona había dirigido ese vuelo de reconocimiento.
Por debajo de su ventanilla de estribor, un pequeño humano se escabullía trepando por un estrecho desfiladero. Las dunas sobre el desfiladero parecían las arenas de anidación de Lwhekk, sin maleza a la vista.
-Aterriza cerca de ese canal lateral -silbó a su piloto-. Dame una lectura bioquímica completa de esa criatura. Parece inmadura.

***

Dev Sibwarra se detuvo de golpe junto a una roca de arenisca de color marrón amarillento y recobró el aliento. Había escuchado el despegue de la Fuerza de Defensa. Los sonidos atronadores y crepitantes y los estallidos de una batalla resonaron por el desfiladero... y después se detuvieron. Entonces el sol parpadeó. Escuchó un débil zumbido. Pero eso también se detuvo.
Volvió a salir corriendo. Mem quería que se alejara de la bóveda. La había notado preocupada, y no quería que él se diera cuenta. Había captado mensajes acerca de alienígenas, y una invasión. Al imperio no le gustaban los alienígenas.
Pero a Dev y a sus amigos sí. No era justo que le alejasen. Le habría gustado ver alguno... alguno que no fuera el viejo y aburrido comandante Brco. Se concentró para captar las sensaciones de Mem.
Ya no estaba asustada... ya ni siquiera estaba allí. Nunca se había alejado lo suficiente para dejar de sentirla a través de la Fuerza. Incluso cuando ella estaba dormida, él sentía algo.
Se alejó aún más, corriendo. Prometió que siempre estaría allí, pensó. Prometió que siempre la sentiría. Allí, en ese rincón de su mente, el vacío le aterrorizó.
Cinco siluetas aparecieron justo delante, en el borde del desfiladero. Se parecían a los lagartos brillantes que vivían allí debajo de cada roca, sólo que mucho mayores y de un marrón más oscuro... y además se mantenían de pie sobre las patas traseras. También eran más robustos, con cabezas más redondeadas.
Dev se escondió corriendo hacia un peñasco, y se agachó tras él.
Tal vez el silencio significaba que los alienígenas habían ganado. Tal vez Mem no iba a volver. Nunca.
Se agazapó en su escondite. Los sonidos de siseos y pasos sobre la roca se acercaron. Le habían visto. Iban a capturarle.
No ocurrió nada. El viento silbó por el desfiladero.
Después de un buen rato, se calmó. Echó un vistazo al exterior. Los cinco alienígenas se encontraban a cuatro metros de distancia. Tenían colas cortas y gruesas que sobresalían a su espalda. Sus brazos cortos y escamosos agarraban armas peculiares, pero no apuntaban hacia él con ellas. Se agachó de todas formas. Ellos no se movieron. Volvió a levantarse.
El mayor de ellos abrió la boca. Emitió un sonido extraño, algo parecido a un trino, pero más grave. Estaba tratando de hablar.
¿Estaría diciendo Ríndete o dispararemos? ¿Quédate quieto, para que no fallemos? O tal vez Hola, humano, ¿cómo te llamas? Dev trató de extenderse con la Fuerza, pero en realidad nunca había logrado conectar con nadie que no fuera Mem. Otros humanos eran difíciles de leer. Pero si esas criaturas tuvieran intenciones de matarle, ¿no lo habrían hecho ya?
Tal vez eran una especie amistosa. Una nueva, de la que el Imperio no hubiera escuchado hablar. G’rho estaba a parsecs de distancia de la nada. Tal vez esto fuera un primer contacto. Tal vez la Fuerza de Defensa hubiera reaccionado de forma exagerada. Tal vez esos cinco estaban tratando de pedir perdón...
-¿Qué queréis? –preguntó.
El grande de la izquierda volvió a trinar. Agachó tanto el cuerpo que casi rozó la arena con su barbilla escamosa.
Dev salió de detrás de la roca. Mantuvo las palmas de las manos unidas, del mismo modo que había visto a Mem saludar al comandante Brco, e hizo una reverencia desde la cintura.
El alienígena emitió un sonido estremecedor. Se irguió, extrajo algo de una bolsa que llevaba colgada a un costado, y lo acercó a su pico. Con dientes cortos y blancos, mordió la mitad. Luego sostuvo la otra mitad entre sus tres largas garras, moviendo el otro brazo en un gesto con el que le invitaba a acercarse.
Dev tragó saliva. En las lecciones del colegio le habían enseñado que la comida de los alienígenas era venenosa para los humanos, pero Mem siempre había dicho que el Imperio enseñaba muchas mentiras acerca de los alienígenas. Ella afirmaba que, antes de que ella naciera, había habido amigos alienígenas. Él quería creerla. Quería mantener la calma. Quería que todo esto se resolviera.
Aunque también le había dicho que no aceptara comida de extraños. Dev se acercó. Tendió la mano hacia el pedazo de comida. Al tomarlo, su meñique rozó la suave garra del alienígena. El alienígena olía a leche agria de vaca dun.
Pero la comida olía a pan, dulce y especiado. La boca se le hacía agua. Mordisqueó una esquina, la tragó, y la siguió mentalmente hasta su estómago. Mem le había enseñado a comprobar comidas extrañas. Sus jugos gástricos fluían como deberían. Ella decía que el proceso consistía en algo más que probar comida, pero era un comienzo.
Estaba delicioso. Dev se comió el resto.
Entonces rebuscó en el profundo bolsillo de su guardapolvo de tejido tosco. Se había escapado al exterior para recoger cristales de crism. A menudo regresaba a casa con el bolsillo lleno, y Mem nunca había tirado ninguno. Ella decía que valían mucho, allá en Chandrila. Eso le hacía albergar esperanzas de que algún día fueran a casa.
Haciendo rodar seis cristales en la palma de su mano, eligió el mayor de todos; una belleza, casi tan grande como su muñeca. Con un poco de saliva, lo limpió frotándolo en su pantalón, y se guardó los demás en el bolsillo. Tendió las palmas de las manos hacia delante y hacia atrás, mostrando el cristal. Las colas de los alienígenas se levantaron al echar las cabezas hacia delante. Dev alzó el cristal y observó los brillos que el sol creaba en su interior, para mostrarles que era para mirar, no para comer. Luego se lo ofreció.
El alienígena más cercano lo tomó, lo sostuvo, y lo escudriñó entrecerrando sus tres párpados. Una lengua negra y bífida salió culebreando de su nariz y rozó el cristal. Dev casi sintió arcadas al verlo. Pero se trataba de un alienígena. Sus miembros no se encontraban necesariamente donde estaban los de los humanos. Debía respetar a los alienígenas. Mem se lo había dicho.
El alienígena dejó caer el cristal de Dev en su bolsa.
Dev hizo otra reverencia.
Dos de las otras criaturas trinaron. Una de ellas agitó sus cortos brazos, se volvió, y comenzó a alejarse ruidosamente por una larga quebrada en la pared del desfiladero. Ese debía ser el lugar por el que habían bajado. Balanceaba la cola al andar, y su cabeza oscilaba hacia delante y hacia atrás.
No parecía que quisieran hacerle daño. Si, después de todo, no eran invasores, puede que él fuera su primer invitado.

***

Ydra recordaba haber caído sobre su rostro, y un olor extraño y venenoso. Recordaba haber vuelto en sí sentada, luchando por soltarse. Algo le sujetaba los brazos.
Entonces sintió un dolor abrasador, como si la volvieran del revés y la cortaran en pedazos.
El pedazo que quedaba seguía intentando gritar. No podía moverse. Estaba ciega, sorda y entumecida. Sólo le quedaba su sentido de la Fuerza.
Lo que sentía era imposible. La habían estrujado en una espiral larga y fina. Una fuerza abrumadora tiraba de ella y la estiraba. Ydra se convulsionó y volvió a la espiral. La fuerza golpeó de nuevo... y rebanó otro pedazo de su existencia. Se enroscó. La fuerza golpeó de nuevo. Volvió a rebanar.
Los alienígenas. Esto era algo que habían hecho ellos. Cada momento que pasaba, pensar le producía más dolor. Pronto, también tendría que dejar de pensar. Entonces sólo quedaría la agonía.
Se proyectó en la Fuerza, lejos de la espiral de su prisión. Allí fuera, otras voluntades humanas yacían tirantes en sus bloques de corte. Otro humano –con cuerpo y todo- estaba siendo acercado a la fuerza. La energía estiró a Ydra. Un corte. Se encogió. El humano intacto se desvaneció... y otra espiral cobró vida con un alarido.
¡Los alienígenas usaban sus pedazos –y los de otros- para hacer esto! Ydra trató de usar cada clase de resistencia que se le ocurrió... quedar voluntariamente inconsciente, tratar de detener cualquier transmisión de pensamiento... pero nada supuso una diferencia. Esto no podía durar. Terminaría. Ella terminaría.
Pasaron siglos... parecían ser siglos...
¡Dev!
Su presencia atravesó el estupor de Ydra. Él también se había proyectado, sorprendido de encontrarla allí. Luego confuso. Vorazmente hambriento... le dolía el estómago.
Le convertirían en espiral. Ni siquiera se estaba resistiendo.
¡No! Su alarido sacudió su prisión. Explotó, lanzando astillas de su voluntad a otros tres circuitos. Una segunda explosión la lanzó a otro universo. Uno sin dolor...

***

El tecnificador jefe Yifaii rascó su panel de control con dos de sus garras.
-Estas lecturas son absurdas.
El humano pálido e inmaduro estaba sentado en silencio en su silla de tecnificación.
-¿Mem? –dijo con voz rota, mirando a su alrededor con los ojos muy abiertos mientras los p’w’ecks continuaban preparándole.
El comandante de unidad Th’twirirl supuso que quería más del dulce qrikki. Lo habían atraído a bordo, y luego lo habían llevado al laboratorio de Ptellung. Ptellung lo había desnudado, medido y sondeado; pero incluso un espécimen cooperador sólo tenía usos limitados. Ahora era propiedad de Yifaii.
-Cuando se sentó, reventó mis circuitos. –Yifaii hizo chasquear sus garras-. Llévatelo fuera de mi sala. Recíclalo.
Sus p’w’ecks retiraron los conectores del cuerpo de la criatura.
-¿Mem? –un arroyuelo de fluido claro descendió por su rostro.
Th’twirirl odiaba la idea de tener que arrojarlo por el pozo de reciclado. Los humanos tenían exactamente la clase adecuada de energía vital para la tecnificación. Tal vez este tuviera energía extra. Obviamente, no iba a causar problemas. Puede que mereciera la pena llevarlo a Lwhekk para estudiarlo más en profundidad.
Th’twirirl le hizo señas para que le siguiera. La criatura gimió una vez más y luego le siguió, tan dócil como un polluelo.
Th’twirirl decidió entregárselo al joven ayudante de Yifaii... Firwirrung.

No hay comentarios:

Publicar un comentario