Desfile militar
Kathy Tyers
Las articulaciones de Eppie
Belden crujían a cada paso, pero no estaba dispuesta a dejar que eso la privara
de ese placer. Ya tendría tiempo más tarde de sentarse y quejarse. Wilek Nereus
caminaba varios pasos por delante de ella, con las manos levantadas a ambos
lados... tal y como ella le había ordenado. El droide R2 de los rebeldes rodaba
a su lado, lanzándole pequeñas descargas eléctricas cada vez que alguna de las
manos se desviaba siquiera un centímetro.
El joven Yeorg Captison caminaba
detrás junto a Eppie. Sostenía el bláster de Nereus –ajustado en aturdir- con
un agarre cómodo y firme... a pesar de varias tiras de sintocarne fresca
ocultas por los jirones de su manga izquierda. Clis casi le había rebanado las
muñecas al cortarle las esposas con una vibronavaja. En esos días era difícil encontrar
buenos ayudantes.
Eppie sabía sin necesidad de
girarse que Gaeri caminaba en la parte trasera del grupo, sosteniendo un rifle
bláster como si pretendiera usarlo como garrote para golpear a alguien. La
chica no tenía entrenamiento con armas. La imagen de la joven sosteniendo un
rifle había hecho palidecer a Wilek Nereus... así que Eppie había dejado que
Gaeri lo conservara. Periódicamente, Gaeri dejaba escapar pequeños quejidos que
sonaban como si tuviera una herida reciente, pero Eppie no podía prestar
demasiada atención a Gaeri. Si sobrevivían a esa crisis, Eppie ofrecería a la
chica una auténtica educación. Obviamente, el armamento no estaba cubierto en
esa lamentable excusa de universidad en Coruscant.
Eppie apenas podía creer que
estuviera de pie, caminando, dando órdenes... incluso sosteniendo un bláster.
Ella y Orn nunca habían creído en nada que no pudieran sostener con sus propias
manos. Pero ese joven Jedi había demostrado que Eppie era en parte física, y en
parte... algo más que hormonas y nervios. Eso la atemorizaba más de lo que
Nereus jamás había logrado hacerlo. Sacudía el núcleo de todo lo que siempre
había creído... o, para ser más exactos, lo que no había creído.
Yeorg se sacudió una mota de
polvo del lado izquierdo de su túnica hecha trizas.
-Eppie –dijo en voz baja-.
Lamento terriblemente lo de Orn...
-No pasa nada –le interrumpió.
Habría deseado que Orn hubiera sabido cómo se había curado a su misma. Aunque
tampoco podía pensar en Orn en ese momento. Más tarde-. Estoy segura de que
ambos hicisteis lo correcto. En cualquier guerra hay bajas. De hecho... –Miró con
furia la ancha espalda de Nereus-. Creo que Orn habría estado encantado de
morir como un héroe a los 164. Le habría dado algo por lo que afrontar sus
achaques matutinos.
Al final del cavernoso pasillo,
frente a un par de huecos de ascensor, Nereus se dio la vuelta. Eppie le miró
por encima del visor de su bláster.
-Esta es tu última oportunidad,
anciana –gruñó-. Sube a ese ascensor con tu grupo –dijo señalando a la derecha.
Erredós le dio una descarga en el codo. Él encogió de nuevo la mano-. Yo tomaré
el otro. Más tarde, puede que me sienta inclinado a ser clemente...
Eppie estalló en risas.
-¿Puede que te sientas inclinado?
Eh, droide.
La unidad R2 trinó una pregunta.
-¿Puedes sujetar esto a su
pierna? Nos lo llevamos al techo. No quiero que le dé por saltar desde allí.
El droide se acercó más a Nereus.
Extendió un cepo metálico y rodeó la pernera del pantalón de Nereus. Zumbando
para sí mismo, lo apretó tanto que recogió toda la tela sobrante de la pernera,
haciendo que el tobillo de Nereus pareciera delgado en comparación.
Eppie dio unos golpecitos a Yeorg
en el hombro.
-Eh –dijo-. Los droides pueden
resultar útiles.
Yeorg se sujetó la mano del
bláster con la otra mano, un gesto casual que dejaba claro que aún podía
disparar en cualquier instante.
-Suba a bordo, gobernador –dijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario