lunes, 5 de octubre de 2015

Desfile militar

Desfile militar
Kathy Tyers

Las articulaciones de Eppie Belden crujían a cada paso, pero no estaba dispuesta a dejar que eso la privara de ese placer. Ya tendría tiempo más tarde de sentarse y quejarse. Wilek Nereus caminaba varios pasos por delante de ella, con las manos levantadas a ambos lados... tal y como ella le había ordenado. El droide R2 de los rebeldes rodaba a su lado, lanzándole pequeñas descargas eléctricas cada vez que alguna de las manos se desviaba siquiera un centímetro.
El joven Yeorg Captison caminaba detrás junto a Eppie. Sostenía el bláster de Nereus –ajustado en aturdir- con un agarre cómodo y firme... a pesar de varias tiras de sintocarne fresca ocultas por los jirones de su manga izquierda. Clis casi le había rebanado las muñecas al cortarle las esposas con una vibronavaja. En esos días era difícil encontrar buenos ayudantes.
Eppie sabía sin necesidad de girarse que Gaeri caminaba en la parte trasera del grupo, sosteniendo un rifle bláster como si pretendiera usarlo como garrote para golpear a alguien. La chica no tenía entrenamiento con armas. La imagen de la joven sosteniendo un rifle había hecho palidecer a Wilek Nereus... así que Eppie había dejado que Gaeri lo conservara. Periódicamente, Gaeri dejaba escapar pequeños quejidos que sonaban como si tuviera una herida reciente, pero Eppie no podía prestar demasiada atención a Gaeri. Si sobrevivían a esa crisis, Eppie ofrecería a la chica una auténtica educación. Obviamente, el armamento no estaba cubierto en esa lamentable excusa de universidad en Coruscant.
Eppie apenas podía creer que estuviera de pie, caminando, dando órdenes... incluso sosteniendo un bláster. Ella y Orn nunca habían creído en nada que no pudieran sostener con sus propias manos. Pero ese joven Jedi había demostrado que Eppie era en parte física, y en parte... algo más que hormonas y nervios. Eso la atemorizaba más de lo que Nereus jamás había logrado hacerlo. Sacudía el núcleo de todo lo que siempre había creído... o, para ser más exactos, lo que no había creído.
Yeorg se sacudió una mota de polvo del lado izquierdo de su túnica hecha trizas.
-Eppie –dijo en voz baja-. Lamento terriblemente lo de Orn...
-No pasa nada –le interrumpió. Habría deseado que Orn hubiera sabido cómo se había curado a su misma. Aunque tampoco podía pensar en Orn en ese momento. Más tarde-. Estoy segura de que ambos hicisteis lo correcto. En cualquier guerra hay bajas. De hecho... –Miró con furia la ancha espalda de Nereus-. Creo que Orn habría estado encantado de morir como un héroe a los 164. Le habría dado algo por lo que afrontar sus achaques matutinos.
Al final del cavernoso pasillo, frente a un par de huecos de ascensor, Nereus se dio la vuelta. Eppie le miró por encima del visor de su bláster.
-Esta es tu última oportunidad, anciana –gruñó-. Sube a ese ascensor con tu grupo –dijo señalando a la derecha. Erredós le dio una descarga en el codo. Él encogió de nuevo la mano-. Yo tomaré el otro. Más tarde, puede que me sienta inclinado a ser clemente...
Eppie estalló en risas.
-¿Puede que te sientas inclinado? Eh, droide.
La unidad R2 trinó una pregunta.
-¿Puedes sujetar esto a su pierna? Nos lo llevamos al techo. No quiero que le dé por saltar desde allí.
El droide se acercó más a Nereus. Extendió un cepo metálico y rodeó la pernera del pantalón de Nereus. Zumbando para sí mismo, lo apretó tanto que recogió toda la tela sobrante de la pernera, haciendo que el tobillo de Nereus pareciera delgado en comparación.
Eppie dio unos golpecitos a Yeorg en el hombro.
-Eh –dijo-. Los droides pueden resultar útiles.
Yeorg se sujetó la mano del bláster con la otra mano, un gesto casual que dejaba claro que aún podía disparar en cualquier instante.
-Suba a bordo, gobernador –dijo.

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