Último
ataque en G’rho
Kathy Tyers
La alarma de muñeca de Seni Kilwallen la despertó
con un sobresalto. Se incorporó rápidamente en el pequeño refugio de emergencia
y sintió que la herida reciente cerca de su abdomen le ardía. Había recibido un
disparo la pasada noche. Distaba mucho de estar curada, aunque si tenía cuidado
podría evitar que se agravara aún más... al menos durante el tiempo suficiente
para completar la misión de hoy.
Trig ya se había ido. Su manta térmica todavía olía
ligeramente como su cuerpo. Seni no podía creer que hubiera sido capaz de
dormir. Apresurándose, recogió sus suministros y trató de despejar su mente.
Trig se había marchado al atardecer, llevando la
pareja de su alarma de muñeca a la nueva instalación de tecnificación Ssi-ruuvi.
La flota de invasión de los alienígenas se había marchado, dejando atrás una
fuerte y numerosa presencia para mantener el control del sistema planetario.
Mientras tanto, las patrullas Ssi-ruuvi continuaban peinando G’rho en busca de
humanos, que desaparecían en esa bóveda de tecnificación y jamás reaparecían. Probablemente
Ydra, la hermana de Trig, ya estaría tecnificada, como otros miles.
Pero la Resistencia no se había dado por vencida.
Si la nueva y abominable bóveda podía destruirse, alguna fuerza del orden
podría responder a las desesperadas transmisiones de los humanos supervivientes
pidiendo ayuda, con suerte antes de que todos ellos pasaran al interior de esas
puertas. Después de cuatro meses, la pequeña Resistencia de G’rho había quedado
reducida a una docena de soldados.
Trig había partido en una misión para inhabilitar
la bóveda, mientras Seni quedaba atrás para pilotar el caza... eran los únicos
pilotos cualificados que quedaban, pero si la bóveda quedaba inhabilitada,
alguno de los otros podría ser capaz de enviar esa llamada de socorro. Su
herida le incapacitaba para llevar a cabo la parte terrestre de la misión, pero
Trig se había presentado voluntario: sus habilidades le daban una oportunidad
de éxito donde tantos otros habían fracasado.
Seni salió arrastrándose en la noche. Su caza Conjo
descansaba junto al de Trig, descendiendo una colina desde su campamento, donde
lo había camuflado meticulosamente antes de acostarse. Con cuidado, retiró de
sus alas la maleza cortada. A pesar de todos sus esfuerzos, sintió un súbito y
doloroso latigazo en el costado. Se le había vuelto a abrir la herida. Se
detuvo, presionándose el costado con una mano, deseando que el dolor remitiera.
No lo hizo. Volvió al trabajo.
Gradualmente, fue apareciendo la oscura silueta en
forma de cuña del caza. Se había entrenado en un modelo menos avanzado, y
pilotar esa bestia indómita había sido un puro placer. Con cautela, trepó por
la escalerilla de la cabina. Era una noche hermosa para volar, despejada y con
miles de millones de estrellas.
Se derrumbó en el asiento de la cabina, cerró la
escotilla de un golpe, y miró a la oscuridad. Nada se movía. Trató de sentir
presencias, del modo que Trig había intentado enseñarle... pero era él quien
era sensible a la Fuerza. Él había recibido un poco de entrenamiento, en
Chandrila, de manos de un adepto que desapareció años atrás. Él le suplicó que
le guardara el secreto... como si suplicar fuera necesario. Si algo le pasaba a
Trig, ella... bueno, preferiría morir con él. Se habían casado dos semanas
antes de que llegaran los Ssi-ruuk, y habían escapado a la primera matanza
despiadada Ssi-ruuvi porque Trig había sido capaz de “ver” la batalla desde
ambas cabinas. Ahora ellos pilotaban los dos últimos Conjos de G’rho.
¡Si es que ella aún podía pilotar! Se negó a volver
a examinar la herida; sin medikit para hacer una cura, la gravedad de la herida
tenía poca importancia. En cambio, cerró los ojos y se concentró en respirar
uniformemente. No era ni mucho menos lo que Trig era capaz de hacer, pero
ayudaba. Herida o no, tenía que pilotar.
Se abrochó los arneses y se puso el casco. Los
bancos de motores y armamento se encendieron a plena potencia. Desactivó los
frenos. Su pequeña nave aceleró a velocidad de despegue. En cuestión de
segundos, se elevó lejos del largo desfiladero hacia el oscuro cielo nocturno.
***
Trig Kilwallen se agazapó en un abarrotado almacén
de servicio. Había necesitado hacer uso de todas sus rudimentarias capacidades
de la Fuerza para colarse en la bóveda y desactivar su escudo... sin un
bláster. Los escáneres de armas Ssi-ruuvi habían atrapado a los tres miembros
de la Resistencia que habían intentado previamente esta misión. Él se había
presentado voluntario para tratar de infiltrarse desarmado, y ahora debía
escapar antes de que llegara Seni y terminara el trabajo. A tientas en la
oscuridad, cerró la mano alrededor de una pequeña herramienta. La empuñadura no
quedaba equilibrada en su mano; había sido diseñada para garras de tres dedos.
Dubitativo, la apretó. Una luz blancoazulada apareció en un extremo.
Era un cortador de fusión, tal y como esperaba. Se
lo guardó en el cinturón y avanzó lentamente hacia la puerta. No sintió ningún
lagarto en las inmediaciones. Extendiéndose al límite, trató de captar las
sensaciones de Seni...
Su angustia le derribó.
***
A toda velocidad sobre colinas cubiertas de
matorrales de juvica, Seni sintió un súbito toque suave como una pluma, que
significaba que Trig estaba tratando de sentirla. Instantáneamente, su
curiosidad se convirtió en preocupación. Ella ignoró el dolor pulsante de su
costado, deseando ocultárselo a Trig, y dirigió sus pensamientos a una
pregunta: ¿Había escapado de la bóveda?
No... pero la llamada para atacar era urgente y
clara. Luego, con menos intensidad, vino una firme y seria preocupación por su
estado. No debería estar tratando de pilotar un Conjo...
...Pero no había nadie más para hacerlo. Seni
examinó sus sensores. La bóveda reflejaría la luz de las estrellas más que las
rocas o los matorrales...
¡Allí! Dio media vuelta en un amplio arco y comenzó
a descender. Aguantaría sus misiles hasta que Trig escapara. Supuestamente, la
bóveda sólo tenía un campo de fuerza, sin artillería anti aérea.
Pronto lo descubrió. Abrió fuego con sus cañones
láser duales. El duracero se fundió ante sus sensores, abriendo la bóveda como
una fruta demasiado madura. Con una mueca de dolor, tiró de la palanca para
ascender.
Entonces comenzó a pagar por su insistencia en
volar herida. La fuerza de la gravedad tiró de la parte superior de su cuerpo
hacia abajo, rasgando aún más la herida. Luchó contra el dolor cegador y redujo
la velocidad, escorándose a estribor.
***
Trig había recibido un disparo de bláster una vez,
justo antes de volar en una misión. Casi anuló sus reflejos. Cerró su consciencia
al dolor y la ansiedad de Seni. Esprintando por el pasillo hasta el miro
exterior de la bóveda, extrajo el cortador de fusión –sujetándolo bien- e hizo
tres largos cortes en una puerta de servicio metálica.
Eso cortó un gran triángulo. Le dio una patada,
lanzando al exterior la pieza cortada, y miró por la abertura. El rugido del
Conjo se desvaneció cuando Seni se alejó preparándose para realizar otra
pasada. Desde el interior de la bóveda resonaba un salvaje coro de trinos,
ululares y gruñidos. Trig se pegó al muro plateado. Los lagartos no habían
disparado a Seni; evidentemente la Resistencia había mantenido en secreto su
capacidad de ataque. Hasta ahora. Si
fracasamos, no habrá un segundo ataque.
Recortada contra las estrellas, una pequeña cuña negra
se lanzó hacia la bóveda. Sintió la determinación de Seni. La mancha negra
descendió y escupió fuego láser. Se agachó, cubriéndose los ojos y los oídos.
El rugido se fue apagando. Hora de marcharse...
Sintió a alguien y se dio la vuelta. Dos lagartos marrones
–p’w’ecks, no la raza dominante, más grande- corrían hacia él. En su carrera,
disparaban difusos disparos aturdidores.
Cruzó de un salto la puerta improvisada y se
agachó. Entonces apretó con fuerza el cortador de fusión.
Un p’w’eck asomó su cabeza por la apertura. Trig la
rebanó con el cortador, y luego perdió el agarre. El cortador cayó rebotando en
la oscuridad. En lugar de bajar la vista para buscarlo, Trig buscó en el cielo.
Seni había desaparecido. Debía estar acercándose a baja altura.
Un segundo p’w’eck cruzó de un salto. Trig volvió a
encogerse. Pero en lugar de dispararle, salió agitando la cola hacia un
edificio externo rectangular. ¿Estaba buscando refugio, o era un puesto de
defensa?
Trig deseó en vano tener un bláster, y entonces se
dio cuenta de que el lagarto no tendría tiempo de disparar. El dolor de Seni
crecía en su mente. Estaba de vuelta.
***
Seni mantuvo el curso a base de pura determinación.
Parte de la bóveda estaba ahora abierta al aire, y algo inhumano corría hacia
un edificio externo. Abrió fuego con los láseres. Su trayectoria cortó otro
pedazo de la bóveda y terminó en el cobertizo con forma de bloque.
***
Trig se agazapó, cubriéndose los ojos... pero,
incluso a través de sus párpados, pudo ver el destello. En efecto, el edificio
externo albergaba artillería. ¡Buen
disparo! ¡Acaba con esto!
Pero cuando sondeó su dolor, se dio cuenta de que
ella no lograría sobrevivir dos pasadas más. Una más podría matarla. Corrió
hacia la débil cobertura de un bosquecillo de juvica, y mientras sus ojos se
ajustaban a la oscuridad vio cómo ella realizaba una lenta curva. Debía darle
fuerzas. ¿Recordaba cómo?
***
Seni apretó los dientes, ansiosa de terminar con
todo. Olvidando por un instante que no estaba en su viejo simulador, dio
demasiada potencia a un impulsor lateral. El horizonte dio vueltas. Casi se
desmayó.
Algo en el exterior absorbió la mayor parte de su
dolor. Gracias... Trig, pensó cansadamente.
Luchó por poner de nuevo el caza en la dirección correcta. Debía soltar la
carga en esta pasada. Le estaba empezando a costar respirar. Se lanzó en un
ángulo más pronunciado que antes. Tendría que ascender rápidamente para escapar
de la bola de fuego. Le dolería más de lo que nunca había imaginado. Apartando
el miedo, deslizó el control gravítico al máximo y bajó el morro de la nave. Si
tenía que morir en esta pasada, que así fuera. Trig trataría de ayudarla si
podía.
***
Trig corrió atravesando un bosquecillo de árboles
desaliñados. Sintió la determinación de Seni, y una rabia tan feroz que se
acercaba al odio. Siguió su descenso con oídos entrenados en batalla. Cuando
los misiles salieron aullando, se lanzó al áspero suelo y enterró la cabeza
debajo de sus brazos. Entonces enfocó su voluntad y trató de proteger a Seni de
su propio dolor.
***
Seni respiró hondo, soltó el aire, y murmuró una
rápida plegaria... todo en medio segundo. Entonces tiró de la palanca de
control.
La fuerza de la gravedad la aplastó contra el
asiento. El dolor la cegó... pero ganó altitud. Soltó la palanca y el
acelerador. La presión cesó. Abrió lentamente los ojos. Una bola de fuego
iluminaba su sensor de popa. Victoria...
Pero a muy alto precio. Las estrellas
desaparecieron en el límite de su campo visual, estrechándolo en una especie de
túnel. En cuestión de segundos, quedaría ciega. Y luego inconsciente.
No podía aterrizar en la base oculta de la
Resistencia por temor a conducir allí a los lagartos. Las erosionadas llanuras
de G’rho se abrían al oeste de la vegetación juvica. Empujó la palanca de
control hacia el oeste y luego pulsó el interruptor del ciclo de aterrizaje. El
piloto automático la haría descender de forma segura.
Su último pensamiento fue otra plegaria: Si sobrevivo a este aterrizaje, que Trig me
encuentre antes de que lo hagan los Ssi-ruuk...
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