jueves, 15 de octubre de 2015

Último ataque en G’rho

Último ataque en G’rho
Kathy Tyers

La alarma de muñeca de Seni Kilwallen la despertó con un sobresalto. Se incorporó rápidamente en el pequeño refugio de emergencia y sintió que la herida reciente cerca de su abdomen le ardía. Había recibido un disparo la pasada noche. Distaba mucho de estar curada, aunque si tenía cuidado podría evitar que se agravara aún más... al menos durante el tiempo suficiente para completar la misión de hoy.
Trig ya se había ido. Su manta térmica todavía olía ligeramente como su cuerpo. Seni no podía creer que hubiera sido capaz de dormir. Apresurándose, recogió sus suministros y trató de despejar su mente.
Trig se había marchado al atardecer, llevando la pareja de su alarma de muñeca a la nueva instalación de tecnificación Ssi-ruuvi. La flota de invasión de los alienígenas se había marchado, dejando atrás una fuerte y numerosa presencia para mantener el control del sistema planetario. Mientras tanto, las patrullas Ssi-ruuvi continuaban peinando G’rho en busca de humanos, que desaparecían en esa bóveda de tecnificación y jamás reaparecían. Probablemente Ydra, la hermana de Trig, ya estaría tecnificada, como otros miles.
Pero la Resistencia no se había dado por vencida. Si la nueva y abominable bóveda podía destruirse, alguna fuerza del orden podría responder a las desesperadas transmisiones de los humanos supervivientes pidiendo ayuda, con suerte antes de que todos ellos pasaran al interior de esas puertas. Después de cuatro meses, la pequeña Resistencia de G’rho había quedado reducida a una docena de soldados.
Trig había partido en una misión para inhabilitar la bóveda, mientras Seni quedaba atrás para pilotar el caza... eran los únicos pilotos cualificados que quedaban, pero si la bóveda quedaba inhabilitada, alguno de los otros podría ser capaz de enviar esa llamada de socorro. Su herida le incapacitaba para llevar a cabo la parte terrestre de la misión, pero Trig se había presentado voluntario: sus habilidades le daban una oportunidad de éxito donde tantos otros habían fracasado.
Seni salió arrastrándose en la noche. Su caza Conjo descansaba junto al de Trig, descendiendo una colina desde su campamento, donde lo había camuflado meticulosamente antes de acostarse. Con cuidado, retiró de sus alas la maleza cortada. A pesar de todos sus esfuerzos, sintió un súbito y doloroso latigazo en el costado. Se le había vuelto a abrir la herida. Se detuvo, presionándose el costado con una mano, deseando que el dolor remitiera.
No lo hizo. Volvió al trabajo.
Gradualmente, fue apareciendo la oscura silueta en forma de cuña del caza. Se había entrenado en un modelo menos avanzado, y pilotar esa bestia indómita había sido un puro placer. Con cautela, trepó por la escalerilla de la cabina. Era una noche hermosa para volar, despejada y con miles de millones de estrellas.
Se derrumbó en el asiento de la cabina, cerró la escotilla de un golpe, y miró a la oscuridad. Nada se movía. Trató de sentir presencias, del modo que Trig había intentado enseñarle... pero era él quien era sensible a la Fuerza. Él había recibido un poco de entrenamiento, en Chandrila, de manos de un adepto que desapareció años atrás. Él le suplicó que le guardara el secreto... como si suplicar fuera necesario. Si algo le pasaba a Trig, ella... bueno, preferiría morir con él. Se habían casado dos semanas antes de que llegaran los Ssi-ruuk, y habían escapado a la primera matanza despiadada Ssi-ruuvi porque Trig había sido capaz de “ver” la batalla desde ambas cabinas. Ahora ellos pilotaban los dos últimos Conjos de G’rho.
¡Si es que ella aún podía pilotar! Se negó a volver a examinar la herida; sin medikit para hacer una cura, la gravedad de la herida tenía poca importancia. En cambio, cerró los ojos y se concentró en respirar uniformemente. No era ni mucho menos lo que Trig era capaz de hacer, pero ayudaba. Herida o no, tenía que pilotar.
Se abrochó los arneses y se puso el casco. Los bancos de motores y armamento se encendieron a plena potencia. Desactivó los frenos. Su pequeña nave aceleró a velocidad de despegue. En cuestión de segundos, se elevó lejos del largo desfiladero hacia el oscuro cielo nocturno.

***

Trig Kilwallen se agazapó en un abarrotado almacén de servicio. Había necesitado hacer uso de todas sus rudimentarias capacidades de la Fuerza para colarse en la bóveda y desactivar su escudo... sin un bláster. Los escáneres de armas Ssi-ruuvi habían atrapado a los tres miembros de la Resistencia que habían intentado previamente esta misión. Él se había presentado voluntario para tratar de infiltrarse desarmado, y ahora debía escapar antes de que llegara Seni y terminara el trabajo. A tientas en la oscuridad, cerró la mano alrededor de una pequeña herramienta. La empuñadura no quedaba equilibrada en su mano; había sido diseñada para garras de tres dedos. Dubitativo, la apretó. Una luz blancoazulada apareció en un extremo.
Era un cortador de fusión, tal y como esperaba. Se lo guardó en el cinturón y avanzó lentamente hacia la puerta. No sintió ningún lagarto en las inmediaciones. Extendiéndose al límite, trató de captar las sensaciones de Seni...
Su angustia le derribó.

***

A toda velocidad sobre colinas cubiertas de matorrales de juvica, Seni sintió un súbito toque suave como una pluma, que significaba que Trig estaba tratando de sentirla. Instantáneamente, su curiosidad se convirtió en preocupación. Ella ignoró el dolor pulsante de su costado, deseando ocultárselo a Trig, y dirigió sus pensamientos a una pregunta: ¿Había escapado de la bóveda?
No... pero la llamada para atacar era urgente y clara. Luego, con menos intensidad, vino una firme y seria preocupación por su estado. No debería estar tratando de pilotar un Conjo...
...Pero no había nadie más para hacerlo. Seni examinó sus sensores. La bóveda reflejaría la luz de las estrellas más que las rocas o los matorrales...
¡Allí! Dio media vuelta en un amplio arco y comenzó a descender. Aguantaría sus misiles hasta que Trig escapara. Supuestamente, la bóveda sólo tenía un campo de fuerza, sin artillería anti aérea.
Pronto lo descubrió. Abrió fuego con sus cañones láser duales. El duracero se fundió ante sus sensores, abriendo la bóveda como una fruta demasiado madura. Con una mueca de dolor, tiró de la palanca para ascender.
Entonces comenzó a pagar por su insistencia en volar herida. La fuerza de la gravedad tiró de la parte superior de su cuerpo hacia abajo, rasgando aún más la herida. Luchó contra el dolor cegador y redujo la velocidad, escorándose a estribor.

***

Trig había recibido un disparo de bláster una vez, justo antes de volar en una misión. Casi anuló sus reflejos. Cerró su consciencia al dolor y la ansiedad de Seni. Esprintando por el pasillo hasta el miro exterior de la bóveda, extrajo el cortador de fusión –sujetándolo bien- e hizo tres largos cortes en una puerta de servicio metálica.
Eso cortó un gran triángulo. Le dio una patada, lanzando al exterior la pieza cortada, y miró por la abertura. El rugido del Conjo se desvaneció cuando Seni se alejó preparándose para realizar otra pasada. Desde el interior de la bóveda resonaba un salvaje coro de trinos, ululares y gruñidos. Trig se pegó al muro plateado. Los lagartos no habían disparado a Seni; evidentemente la Resistencia había mantenido en secreto su capacidad de ataque. Hasta ahora. Si fracasamos, no habrá un segundo ataque.
Recortada contra las estrellas, una pequeña cuña negra se lanzó hacia la bóveda. Sintió la determinación de Seni. La mancha negra descendió y escupió fuego láser. Se agachó, cubriéndose los ojos y los oídos.
El rugido se fue apagando. Hora de marcharse...
Sintió a alguien y se dio la vuelta. Dos lagartos marrones –p’w’ecks, no la raza dominante, más grande- corrían hacia él. En su carrera, disparaban difusos disparos aturdidores.
Cruzó de un salto la puerta improvisada y se agachó. Entonces apretó con fuerza el cortador de fusión.
Un p’w’eck asomó su cabeza por la apertura. Trig la rebanó con el cortador, y luego perdió el agarre. El cortador cayó rebotando en la oscuridad. En lugar de bajar la vista para buscarlo, Trig buscó en el cielo. Seni había desaparecido. Debía estar acercándose a baja altura.
Un segundo p’w’eck cruzó de un salto. Trig volvió a encogerse. Pero en lugar de dispararle, salió agitando la cola hacia un edificio externo rectangular. ¿Estaba buscando refugio, o era un puesto de defensa?
Trig deseó en vano tener un bláster, y entonces se dio cuenta de que el lagarto no tendría tiempo de disparar. El dolor de Seni crecía en su mente. Estaba de vuelta.

***

Seni mantuvo el curso a base de pura determinación. Parte de la bóveda estaba ahora abierta al aire, y algo inhumano corría hacia un edificio externo. Abrió fuego con los láseres. Su trayectoria cortó otro pedazo de la bóveda y terminó en el cobertizo con forma de bloque.

***

Trig se agazapó, cubriéndose los ojos... pero, incluso a través de sus párpados, pudo ver el destello. En efecto, el edificio externo albergaba artillería. ¡Buen disparo! ¡Acaba con esto!
Pero cuando sondeó su dolor, se dio cuenta de que ella no lograría sobrevivir dos pasadas más. Una más podría matarla. Corrió hacia la débil cobertura de un bosquecillo de juvica, y mientras sus ojos se ajustaban a la oscuridad vio cómo ella realizaba una lenta curva. Debía darle fuerzas. ¿Recordaba cómo?

***

Seni apretó los dientes, ansiosa de terminar con todo. Olvidando por un instante que no estaba en su viejo simulador, dio demasiada potencia a un impulsor lateral. El horizonte dio vueltas. Casi se desmayó.
Algo en el exterior absorbió la mayor parte de su dolor. Gracias... Trig, pensó cansadamente. Luchó por poner de nuevo el caza en la dirección correcta. Debía soltar la carga en esta pasada. Le estaba empezando a costar respirar. Se lanzó en un ángulo más pronunciado que antes. Tendría que ascender rápidamente para escapar de la bola de fuego. Le dolería más de lo que nunca había imaginado. Apartando el miedo, deslizó el control gravítico al máximo y bajó el morro de la nave. Si tenía que morir en esta pasada, que así fuera. Trig trataría de ayudarla si podía.

***

Trig corrió atravesando un bosquecillo de árboles desaliñados. Sintió la determinación de Seni, y una rabia tan feroz que se acercaba al odio. Siguió su descenso con oídos entrenados en batalla. Cuando los misiles salieron aullando, se lanzó al áspero suelo y enterró la cabeza debajo de sus brazos. Entonces enfocó su voluntad y trató de proteger a Seni de su propio dolor.

***

Seni respiró hondo, soltó el aire, y murmuró una rápida plegaria... todo en medio segundo. Entonces tiró de la palanca de control.
La fuerza de la gravedad la aplastó contra el asiento. El dolor la cegó... pero ganó altitud. Soltó la palanca y el acelerador. La presión cesó. Abrió lentamente los ojos. Una bola de fuego iluminaba su sensor de popa. Victoria...
Pero a muy alto precio. Las estrellas desaparecieron en el límite de su campo visual, estrechándolo en una especie de túnel. En cuestión de segundos, quedaría ciega. Y luego inconsciente.
No podía aterrizar en la base oculta de la Resistencia por temor a conducir allí a los lagartos. Las erosionadas llanuras de G’rho se abrían al oeste de la vegetación juvica. Empujó la palanca de control hacia el oeste y luego pulsó el interruptor del ciclo de aterrizaje. El piloto automático la haría descender de forma segura.
Su último pensamiento fue otra plegaria: Si sobrevivo a este aterrizaje, que Trig me encuentre antes de que lo hagan los Ssi-ruuk...

No hay comentarios:

Publicar un comentario