lunes, 5 de abril de 2010

Ylesia (VIII)

El Jefe de Estado de la Nueva República estaba en mitad de su discurso ante el Senado ylesiano cuando uno de los ayudantes de Thrackan —el humano, afortunadamente— llegó corriendo por el pasillo del edificio del Senado y empezó a susurrar al oído de Thrackan. Maal Lah, que estaba mirando el discurso desde otro asiento dercano, pareció de repente muy ocupado en hablar a uno de los villips que llevaba en los hombros de su armadura.
Thrackan escuchó el cuchicheo agitado de su ayudante, y entonces asintió y se levantó.
—Siento tener la necesidad de interrumpir —empezó a decir, y vio la mirada malévola del Senado volverse inmediatamente en su dirección—. Una flota de la Nueva República ha aparecido en el espacio ylesiano.
Vio como las augustas cabezas senatoriales se miraban entre sí con pánico creciente mientras un zumbido llenaba la sala. Thrackan se volvió hacia el Jefe de Estado de la Nueva República.
—Usted no dijo a nadie que iba a venir aquí, ¿verdad? —preguntó.
Si no fuera una emergencia horrible en la que podría morir, Thrackan casi podría disfrutar de esto.
—¡Son rebeldes! —proclamó el Jefe de Estado de la Nueva República—. ¡Rebeldes contra la autoridad justa! ¡No se atreverán a disparar contra su líder!
—Tal vez —sugirió Thrackan— le convendría tomar un comunicador y ordenarles que se detengan.
El Jefe de Estado dudó, y luego bajó del podio.
—Esta es la clase de malentendidos que sólo pueden aclararse después. Quizás antes debamos, umm, buscar un refugio.
—Una idea excelente —dijo Thrackan, y se volvió de nuevo al Senado—. Sugiero que los honorables miembros acudan a los refugios. —Cuando algunos de ellos salieron disparados a toda velocidad buscando la salida, agregó—: ¡De manera ordenada! —como si eso fuera a servir de algo. Sus palabras sólo parecían acelerar su huida, volcando escritorios mientras los fundadores de la noble República Ylesiana se encajaban hombro contra hombro en las puertas.
Thrackan se volvió a Maal Lah y suprimió un encogimiento de hombros. Estas personas no habían traicionado a su propia galaxia por un exceso de valor, y no podía decir que estuviera sorprendido por su conducta.
El comandante yuuzhan vong estaba vociferando al pequeño villip de su hombro. Su traductor se acercó a Thrackan.
—El comandante Lah está ordenando a las fuerzas que ya estaban en tránsito para la manipobra de unión que acudan en seguida.
—Muy bien. ¿El comandante irá a su nave de mando?
—La distancia al espaciopuerto es demasiado grande.
Sobre todo si se viaja al paso de un espantoso reptiloide grasiento del tamaño de un hutt, pensó Thrackan.
—Puedo ofrecer al comandante espacio en nuestro refugio —dijo Thrackan.
—El comandante no tiene ninguna necesidad de refugiarse —dijo el traductor—. En lugar de eso se encargará de las tropas aquí en la capital.
—¡Excelente! Estoy seguro de que estamos en buenas manos.
Maal Lah terminó su conversación unilateral y se acercó furtivamente hacia Thrackan, rodeando con sus dedos su bastón de mando.
—Necesitaré tomar el mando de su Guardia Presidencial y su paramilitares.
—Claro —dijo Thrackan—. Sírvase usted mismo. —Fingió pensar durante un instante, y agregó—: Es una lástima que los dioses yuuzhan vong se opongan de tal modo a la tecnología. Si no fuera así, habríamos instalado escudos planetarios y habríamos estado absolutamente seguros.
Maal Lah le lanzó una mirada asesina, y por un momento Thrackan notó un pinchazo en el riñón al pensar que había ido demasiado lejos.
—¿Dirigirá usted sus fuerzas en la batalla, Excelencia? —preguntó Lah—. ¿O buscará el refugio con los demás?
Thrackan levantó sus manos.
—Lamento no tener ningún entrenamiento de combate, Comandante. Dejaré todo eso a los profesionales. —Se volvió hacia Dagga, que había estado esperando educadamente detrás de él todo ese tiempo—. Ven, Marl.
Abandonó la sala con paso rápido pero digno, con Dagga siguiéndole a su lado, medio paso por detrás.
—¿Va a dirigirse al refugio, señor? —preguntó.
Thrackan le dio una sonrisa lateral.
—Soy más listo como para esconderme en un agujero sin puerta trasera —dijo.
Ella respondió a la sonrisa de él con su propia fría mueca.
—Muy bien, señor —dijo.
—Voy a ir a la bahía de atraque detrás del palacio Presidencial y tomaré mi deslizador en la ruta más rápida que salga de la ciudad.
La sonrisa de Dagga se ensanchó.
—Sí, señor.
—¿Sabes pilotar rápido, Marl?
Ella asintió.
—Sí, señor. Muy rápido.
—¿Por qué no pilotas tú, entonces? Mientras yo hago uso de la navaja de afeitar que tengo guardada en el asiento trasero, y me pongo la ropa limpia que guardé allí.

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