viernes, 23 de abril de 2010

El honor de los Jedi (98)

98
Luke estudia al oficial, con una mueca depredadora en los labios.
El oficial pasa la mirada de Luke a Gideon y Sidney, y luego vuelve a Luke.
-¡Lo habíais planeado! -sisea.
-¡Ahora, Gideon!
El oficial deja caer la mano a su cinturón. Luke junta las manos y golpea al hombre en el estómago. El imperial se dobla sobre sí mismo, agarrándose el estómago con ambas manos. Gideon se coloca tras él y le rodea la garganta con sus grilletes.
-¡No te atreverás! -jadea el oficial.
Gideon tira de los grilletes. Una mueca de esfuerzo se dibuja en la boca del minero. Luke, que no ve otra salida que acabar con el oficial, le golpea en la sien. El cuello del hombre suena con un chasquido hueco, y entonces deja de debatirse.
-Sidney, acércame mi petate.
Sidney se libera y alcanza la bolsa. Luke extrae su sable de luz y lo activa, cortando entonces sus grilletes. Hace lo mismo con los de Sidney y Gideon.
Al otro lado de la esquina, el sonido de pisadas acorazadas anuncia el regreso de los soldados de asalto. Sidney comienza a retroceder hacia los otros dos petates, pero Luke lo detiene sujetándole del hombro.
-No tenemos tiempo -dice. Extrae su comunicador y su cronómetro de la bolsa que se encuentra a sus pies, y luego sale corriendo por el pasillo tan rápido como puede. Sidney y Gideon le siguen.
Pronto alcanzan otra intersección en forma de T. Luke toma la rama de la izquierda. Un instante después, un grito de alarma resuena por el pasaje. Luke aumenta su velocidad; sabe que si su fuga pretende ser permanente, deben poner la mayor distancia posible entre ellos y las tropas de asalto.
Cinco minutos, cuatro giros a la izquierda y dos a la derecha más tarde, Luke se detiene ante una puerta. Respira jadeando con tanta fuerza que siente como si sus costillas estuvieran a punto de romperse en cualquier momento. Los músculos le arden de tal modo que se siente como un tubo de escape, y sus rodillas tiemblan como un par de giroscopios defectuosos. Han pasado varias semanas desde la última vez que realizó ejercicio en la gravedad completa de un planeta, y su cuerpo se resiente de ello. Gideon y Sidney no se mantienen de pie tan bien como Luke. Como mineros de asteroides, raramente regresan a la superficie de los planetas. Tanto el humano como el pada parecen estar a punto de derrumbarse si corren un paso más.
Luke coloca la palma de la mano en el mecanismo de apertura y la puerta se abre haciéndose a un lado. Una lámpara sobre sus cabezas ilumina automáticamente la sala. Aunque la cámara está abarrotada con muebles, Luke no se toma tiempo en examinarlos. Todo lo que le importa es que no contiene ningún imperial. Sidney y Gideon se unen a él, y Luke cierra la puerta.
Mientras caen jadeando al suelo, Luke estudia la sala. Es algún tipo de sala de reuniones o de espera. Una gran mesa negra domina su centro, mientras que cómodas sillas tapizadas se alinean en las paredes. Con contiene ningún indicio de que nadie la haya usado nunca.
Tras retomar el aliento, Luke activa su comunicador y llama a Erredós. Indudablemente, los soldados de asalto se han olvidado del droide tras descubrir que su oficial ha caído. Luke indica a Erredós cómo encontrarlos, luego desactiva su comunicador.
Diez minutos después, Erredós pita en el exterior de la puerta, y Luke se une a él en el umbral. No hay soldados de asalto a la vista. Hace señas a Sidney y Gideon para que le sigan, y entonces avanza 50 metros por el pasillo. Otro pasadizo se abre a la derecha. Éste continúa recto como un disparo bláster y tan lejos como le alcanza la vista.
-Parece como si este llevase a algún sitio -dice Gideon.
Luke se encoge de hombros.
-Bien podríamos probarlo.

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