lunes, 26 de abril de 2010

Ylesia (X)

—Compensadores inerciales —dijo Thrackan mientras contemplaba los restos de su deslizador de superficie accidentado—. Qué buena idea.
Thrackan y Dagga Marl habían tardado en escapar de la Ciudad de la Paz mucho más tiempo de lo esperado, principalmente porque muchos otros estaban huyendo a pie y se habían puesto en su camino. Apenas habían salido de los ruinosos límites de la Ciudad de la Paz cuando un colosal pedazo de coral yorik había caído desde el cielo, dando vueltas en una gran espiral, como un trozo verde grisáceo de vómito cósmico, impactando en el camino justo delante de ellos.
La explosión había lanzado el deslizador dando vueltas fuera del camino, hacia un grupo de árboles donde, entre los troncos de los árboles y los fragmentos volantes de coral yorik, había quedado destruido por completo. Pero el lujoso deslizador —construido originalmente para un hutt joven, a juzgar por sus características —estaba provisto con compensador inerciales, y éstos sólo habían fallado después de que el vehículo se hubo detenido por completo. Thrackan y Dagga surgieron indemnes del choque.
Thrackan se volvió a mirar a la destrozada fragata yuuzhan vong que yacía en pedazos bajo una espesa nube de humo y polvo.
—No creo que a las fuerzas de Maal Lah les esté yendo muy bien —dijo Thrackan. Había un olor horrendo de materia orgánica ardiendo, y recordó que la fragata realmente había estado viva, que algo semejante a sangre había pulsado a través de su cáscara.
Se volvió a Dagga.
—No tendrás medios privados para salir del planeta, ¿verdad?
—No, no los tengo.
—¿O conocimiento de un deslizador por aquí cerca?
Dagga negó con la cabeza. Thrackan se encogió de hombros.
—Está bien. Alguno vendrá dentro de poco, se detendrá para ver cómo conseguir rodear el accidente... y entonces nosotros lo robaremos.
Dagga lo deslumbró con su mueca de escualo.
—Jefe, me gusta cómo piensa.
Se agacharon durante algún tiempo entre los árboles junto al camino, pero no vino ningún landspeeder. La explosión, con su nube de humo, había disuadido a cualquiera de huir en esa dirección.
Thrackan se encogió de hombros.
—Supongo que tendremos que caminar.
—¿Hacia dónde vamos a caminar?
—Lejos de la ciudad que está a punto de ser convertida en gravilla.
Thrackan comenzó a elegir su camino a través del campo de escombros. Había quedado relativamente poca cosa para que ardiera —la mayor parte de la fragata había sido roca— y el humo se estaba disipando.
Él y Dagga retrocedieron al resguardo de los árboles cuando un grupo de cazas bajaron aullando desde el cielo y avanzaron chirriando por el camino hacia la Ciudad de la Paz. Los cazas eran muy reconocibles, con cabinas en forma de bola y extrañas superficies dentadas a cada lado. Thrackan se extrañó.
—¿Cazas TIE? ¿Ahora nos ataca el Imperio? —Miró con odio a las naves—. ¡Esto ya es excesivo! —Alzó el dedo al cielo—. ¡Esto ya es demasiado por parte del Destino!
Esperó unos minutos, y luego se levantó de su escondite entre los arbustos y examinó el cielo cuidadosamente.
—Supongo que se han ido. Pero quedémonos en los árboles y...
Dagga escuchó con atención el cielo.
—Escuche, jefe.
Thrackan escuchó, y entonces se agachó de nuevo en los arbustos.
—Esto es ultrajante —murmuró—. ¿No tienen estas personas algo mejor que hacer?
Otro escuadrón de cazas —alas-X esta vez— pasó como una exhalación por el camino, enviando con sus estelas los últimos jirones de humo arremolinándose a los lados en rápidas y grandes espirales. Entonces del humo apareció una falange de zumbantes naves de desembarco blancas que se posaron en la inmensa cicatriz creada por la fragata caída. Los últimos rastros de humo se aplanaron por los campos repulsoelevadores cuando las naves de aterrizaje se acercaron a la tierra, y entonces las grandes compuertas delanteras se abrieron y compañías enteras de soldados blindados salieron al exterior flotando en deslizadores terrestres militares erizados con armamento.
—Bien —dijo Thrackan mientras él y Dagga intentaban ocultarse tumbándose en el césped—. Esperamos hasta que hayan avanzado a la ciudad, y entonces robamos uno de los transportes y nos dirigimos hacia casa.
Dagga le echó una mirada.
—Será mejor que esa casa esté cerca. Esos transportes no tendrán capacidad de saltar al hiperespacio.
Thrackan apretó los dientes. Esto no estaba funcionando.
Los soldados afianzaron rápidamente un perímetro, y más naves zumbaron al aterrizar. Parecía como hubiera aterrizado por lo menos todo un regimiento de soldados.
—Creo que tenemos problemas —dijo Dagga.
El perímetro de los soldados se había extendido conforme aterrizaban nuevas naves, y los soldados estaban ahora bastante cerca. Un oficial con un escáner había descubierto las dos formas de vida en los árboles, y a su orden un par de deslizadores giraron hacia el área arbolada dónde Thrackan y Dagga se estaban escondiendo.
—Bueno —dijo Thrackan—. Vamos a entregarnos. En la primera ocasión que encuentres, me liberas y robamos una nave y nos dirigimos hacia la libertad.
—Estoy con usted —dijo Dagga—, hasta el momento en el que yo le llevo conmigo. No creo que usted vaya a tener acceso a un kilo semanal de especia después de esto.
—Tengo más que especia —dijo Thrackan—. Llévame a Corellia, y descubrirás que soy apestosamente rico y deseoso de compartir...
Sus palabras se vieron interrumpidas por la orden amplificada de un oficial.
Vosotros dos, en los árboles. Salid despacio, y con las manos en alto.
Thrackan vio los ojos fríos de Dagga endurecerse cuando ella calculó sus posibilidades, y sus nervios se estremecieron al pensar que podía verse atrapado en un fuego cruzado. Decidió que sería mejor que tomase una decisión por ella.
—¡Querida! —gritó—. ¡Estamos salvados! —Y entonces, mientras se ponía trabajosamente en pie, susurró—: Deja tus armas aquí.
Dibujó una sonrisa tonta en su cara y salió de los árboles, con las manos alto.
—Ustedes son de la Nueva República, ¿cierto? ¡Benditos sean por venir! —El oficial se acercó y lo escaneó en busca de armas—. Nosotros vimos cazas TIE y pensamos que quizá el Emperador había vuelto. De nuevo. Por eso nos estábamos escondiendo.
—¿Su nombre, señor?
—Fazum —dijo rápidamente Thrackan—. Ludus Fazum. Éramos parte de un convoy de refugiados de Falleen, y fuimos capturados y esclavizados por la Brigada de la Paz. —Se volvió hacia Dagga, que estaba saliendo cuidadosamente de los árboles con sus manos levantadas—. Ésta es mi novia Dagga, eh... —Tosió, dándose cuenta de que Dagga podría tener una orden de captura en su contra— ...Farglblag. —Le dirigió una sonrisa—. ¿Qué te parece, querida? —preguntó—. ¡Nos han rescatado!
Ella consiguió sonreír.
—¡Ya te digo! —dijo ella—. ¡Es genial!
Dagga fue escaneada y resultó estar limpia. El oficial les echó una mirada escrutadora desde el borde de su casco.
—Parecen bastante bien alimentados para ser esclavos —dijo.
—¡Éramos esclavos domésticos! —dijo Thrackan—. Sólo hacíamos, eh... —Su invención le falló—. Cosas domésticas.
El oficial se volvió para mirar por encima de su hombro.
—¡Cabo!
Thrackan y Dagga fueron dirigidos a una zona abierta bajo la vigilancia del cabo. El área, una hondonada de barro con pedazos dispersos de coral yorik caliente, había sido reservada para los civiles capturados, pero Dagga y Thrackan eran, por el momento, sus únicos dos ocupantes.
¿Farglblag? —preguntó ella, con voz cortante.
—Lo siento.
—¿Cómo se deletrea?
Thrackan se encogió de hombros. Él miraba a los soldados con su armadura blanca, listos para avanzar a la Ciudad de la Paz, y se preguntaba a qué estaban esperando.
La respuesta llegó en la forma de un par de alas-X que se detuvieron en pleno vuelo sobre sus cabezas, sin saber que el gran espacio abierto había sido reservado para los civiles. Thrackan y Dagga se vieron forzados a hacerse a un lado cuando los dos cazas aterrizaron con sus elevadores de repulsión. Thrackan habló bajo la cobertura del gemido de los motores.
—Tienes un arma de repuesto, ¿verdad?
—Claro. Siempre llevo un arma que pasa los escáneres.
Los motores dejaron de gemir, y las cabinas se abrieron. Un wookiee pelirrojo se puso en pie en la cabina del más cercano y bajó a tierra.
—Bien —dijo Thrackan, bajando su voz—. Es un wookiee. No son muy listos, ya sabes. Lo que haremos ahora es que inmovilizas al wookiee, y entonces los dos saltamos al caza y salimos disparados de aquí.
Dagga levantó una ceja.
—¿Sabe pilotar un ala-X?
—Sé pilotar cualquier cosa que Incom fabrique.
—¿No habrá poco espacio?
—Será incómodo, sí. Pero no será ni de lejos tan incómodo como una prisión. —Le echó una mirada significativa—. Puedes confiar en mi palabra acerca de esa última parte.
Y si la cabina del piloto pareciera ser demasiado pequeña para ambos, pensó Thrackan, él simplemente dejaría atrás a Dagga. Sin problema.
Dagga consideró el asunto, y entonces asintió con la cabeza.
—Merece la pena intentarlo.
Ella se volvió para examinar la situación más detenidamente justo cuando el segundo piloto caminó rodeaba la nave del wookiee. Thrackan vio la figura delgada, de cabello oscuro y sintió que todo el color abandonaba su rostro. Se dio rápidamente la vuelta, pero era demasiado tarde.
—Hola, primo Thrackan —exclamó Jaina Solo—. ¿Cómo has sabido que estábamos buscándote?

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