viernes, 13 de febrero de 2009

Dibujando los mapas de la paz: El relato del granjero de humedad (IV)

Día 5: Un saludo
Eyvind y yo no sentamos relajadamente enfrente de nuestros deslizadores, en la duna al sudoeste del evaporador y de mi ofrenda diaria de agua a los moradores de las arenas.
-¿Así que vienen hasta aquí en busca de esa agua? –preguntó Eyvind.
-Cada día.
-¿Y no fuerzan el resto de tus evaporadores?
-No.
-Sigue sin gustarme. Tu granja es la más lejana, y estás separado del resto de nosotros, de modo que quizá tengas que vértelas con los moradores de las arenas. Pero mi granja es la segunda más alejada, y no quiero hacer nada que anime a los moradores de las arenas a acercarse a ella. Yo no voy a darles agua... ¿pero cuánto tardarán en aparecer por mi granja pidiéndola?
-Mira… puedo ver a uno de ellos. Mira las dunas del noroeste. Llegan más frecuentemente desde allí. Deben acampar en algún lugar al noroeste.
-Y tú les estás atrayendo hacia aquí.
No respondí a eso. Habíamos discutido acerca de eso una y otra vez en los últimos días. No iba a discutir con Eyvind cuando los moradores de las arenas estaban tan cerca de nosotros. En honor de Eyvind, hay que decir que él también dejó de discutir. El cañon quedó entonces completamente en silencio. Ni una ráfaga de viento. No podía escuchar a los moradores de las arenas al moverse. Era la primera vez que traía a alguien más para que viera cómo los moradores de las arenas tomaban mi ofrenda de agua.
Me puse en pie y puse la mano sobre el hombro de Eyvind. No pensaba que los moradores de las arenas fueran a hacerme daño. Esperaba que si me veían físicamente tan cerca de Eyvind decidieran no herirle, o ni siquiera quisieran hacerlo. Había tomado ciertas decisiones, y estaba dispuesto a mantenerme en ellas... pero me daba cuenta de que mis decisiones habían cambiado los límites del intercambio entre razas para todo el mundo, y deseaba que hubiera sido para bien, eso es lo que deseaba.
De pronto uno de los moradores de las arenas se alzó a la sombra del evaporador, cerca del odre de agua. No le había visto llegar. Simplemente, apareció de pronto allí. Alcé el brazo y apreté el puño como saludo, pero él no alzó su puño como respuesta.
-¿Quizá esto no haya sido una buena idea? –susurró Eyvind-. ¿Debería irme?
-Aún no –dije. Mantuve mi brazo alzado y mi puño cerrado-. Koroghh gahgt takt –exclamé.
El morador de las arenas dio un paso atrás, saliendo de la sombra a la luz del sol, casi como si fuera a huir.
-¡Koroghh gahgt takt! –exclamé de nuevo. Esperaba estar pronunciando bien las palabras... o que Wimateeka hubiera aprendido bien el saludo antes de enseñármelo a mí, y que no estuviera retando a los moradores de las en duelo, o mentándoles las madres.
Lentamente, el morador de las arenas comenzó a alzar su brazo y cerrar su puño.
-¡Koroghh gahgt takt! –gritó como respuesta.
O sea que lo he hecho bien, pensé. Eso funcionaba.
Escuché que me gritaban el saludo desde algún lugar más allá de las dunas del este... y luego desde todos los lados y desde las paredes del cañón, una y otra vez el mismo saludo: Koroghh gahgt takt.
Eyvind se puso en pie.
-¡Nos están rodeando! –dijo.
Pero solamente podíamos ver a uno de ellos. Aquél recogió el odre de agua y desapareció en las dunas.
Eyvind y yo montamos en nuestros deslizadores y nos fuimos de allí y no vimos a ningún morador de las arenas más aquél día. Fuimos a mi casa y hablamos hasta bien entrada la noche.
Le transmití la advertencia de Wimateeka acerca del rito de iniciación de los moradores de las arenas, para que la transmitiera a todos los demás granjeros de la región, y todo el mundo estuvo de acuerdo en que no podíamos salir huyendo a Mos Eisley. Si lo hacíamos, no podríamos esperar en absoluto permanecer aquí. Pero para permanecer, necesitábamos tener paz, y la mayoría de los granjeros sentían que eso sólo podía garantizarse con blásteres y quizá con protección imperial. Unos pocos escucharon mis ideas sobre mapas y buena vecindad. Eyvind no.
Ni una sóla vez Eyvind me habló de sus planes de boda.

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