Día 15: Eyvind y Ariela
Tomé mi deslizador camino de la granja de Eyvind para recoger uno de sus viejos evaporadores estropeados, y él salió de su casa con una bella muchacha.
-Esta es Ariela, mi prometida -dijo-. Vamos a casarnos dentro de cinco semanas.
Tan sencillo como eso. Eyvind no le había hablado a nadie sobre eso, ni siquiera a mí. Yo no sabía que él mantuviera fronteras como esta en nuestra amistad.
-Encantado de conocerte -dije a Ariela-. Y felicidades a ambos.
-Tú eres el granjero con los grandes planes para todos nosotros -dijo ella.
Eyvind me miró fijamente.
-¿Comprendes ahora por qué no quiero que los moradores de las arenas ronden alrededor de mi granja? -dijo.
La discusión no podía detenerse. Apenas conocía a Ariela -apenas me habían informado de su boda- y ya estábamos los tres discutiendo.
-Mirad -dije-. Yo sólo creo que ninguno de nosotros puede sobrevivir ahí fuera si no podemos hacer las paces con los moradores de las arenas y los jawas. En cualquier caso, estoy seguro de que vosotros dos no queréis discutir conmigo cinco semanas antes de vuestra boda. Véndeme ese viejo evaporador, Eyvind, y me iré.
-Pero yo creo que estás haciendo lo correcto, Ariq -dijo Ariela, y eso me detuvo de golpe. No supe qué decir.
-Creo que deberíamos ayudarte... y creo que sé el modo de comenzar. ¿Podrían venir tus amigos jawas a nuestra boda? ¿Podrías invitarlos de nuestra parte? Como vecinos, deberían formar parte de los momentos importantes de nuestras vidas.
-Ella nunca los ha olido -dijo Eyvind.
-Vendrán -dije-. Iré hoy a invitarles.
Y lo hice. Dejé el viejo evaporador en mi casa, preparé un paquete con provisiones para una noche en el Cañón Bildor, y partí. Llegué a la fortaleza jawa antes de la puesta de los soles.
-¡Nos has honrado de nuevo! -gorjeó Wimateeka tras comunicarles la invitación-. ¿Pero qué hay de los presentes? Deberíamos llevar algo, pero ¡tenemos tan poco para dar! Nuestros regalos parecerán baratijas de mal gusto.
-Honrarán cualquier cosa que les deis -dije.
Me llevó, de nuevo, al interior de sus puertas, a la gran cámara del consejo. Hablamos hasta bien entrada la noche sobre regalos de boda: de rocas de sal, que ellos pensaban que podrían ser un buen regalo; de agua, de la que no podían prescindir; de ropa, de la que nunca había suficiente suministro; de droides reacondicionados, los cuales serían regalos elegantes, pero prohibitivamente caros.
-Ofrecedles enseñarles vuestro lenguaje -dije-. Eso sería un buen regalo.
Pero a ellos les gustaba más la idea de las rocas de sal.
No resolvimos el asunto esa noche.
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