martes, 14 de junio de 2011

La Tribu Perdida de los Sith #6: Centinela (III)

Capítulo Tres
Era agradable volar de nuevo. Ori miró hacia abajo, a la campiña que se deslizaba bajo las batientes alas del uvak. De vez en cuando, se volvía para mirar a Jelph, aferrándose a ella mientras manejaba las riendas. Seguía sonriendo. Volar no era un misterio para él, ella lo sabía... pero había vivido en tierra durante tres años, observando cómo volaban los Sith. Este era un cambio bienvenido.
Se preguntó cómo sería volar en su nave espacial. Ahora sabía por qué él no se había marchado antes simplemente volando en ella... pero ahora que se habían encontrado el uno al otro, ya no había nada que los atase a Kesh por más tiempo. Estarían un poco incómodos en la única plaza del vehículo, y sabía que él quería volver a instalar algún tipo de sistema de comunicación antes de partir. Pero a pesar de que no habían hablado de ello, ella esperaba fervientemente esa huida.
¿Cómo sería la vida para ella, una hija de la Tribu en una galaxia dominada por los Jedi? Muy parecida a lo que Jelph debía haber sentido estos últimos años, se imaginó. Ahora estaba empezando a pensar de esa manera. La empatía era un rasgo que los Sith sólo entendían como un medio de conocer mejor a los enemigos; de otra manera no tenía ninguna finalidad práctica. Ori había comenzado a ver las cosas de manera diferente.
Como Candra, por ejemplo. Había muchas razones por las que Ori había querido restaurar la anterior posición de su madre... pero la mayor parte giraba en torno al orgullo, la venganza, y la vergüenza por su estado actual. Ahora se daba cuenta de que era más importante simplemente mejorar la vida de su madre consiguiendo liberarla de las garras de Venn. Los cuatro Sumos Señores podrían hacer eso, le aseguró Gadin Badolfa cuando contactó con él. Ella sólo necesitaba algo para negociar con ellos en lugar de la nave espacial de Jelph. Jelph había sugerido las cuatro armas bláster en perfecto funcionamiento que tenía escondidas en su casa; ella podría afirmar que las había descubierto en una tumba en alguna parte. Todas las armas que tenían de la tripulación del Presagio hacía mucho tiempo que se habían agotado. El descubrimiento de unas armas cargadas supondría una importante diferencia en la violenta política de los Sumos Señores.
-No vamos a llegar a tiempo -dijo Jelph. Su uvak no había querido llevar a dos jinetes extraños y había luchado con ellos todo el camino-. ¿Qué es eso allá arriba?
Ori levantó la vista para ver un grupo de uvak que volaba formando una V -una figura solitaria seguida por tres más a cada lado- y se alzaba en el aire por encima de ellos.
-¡Maldición! –Se dio cuenta de que habían encontrado la corriente de aire-. ¡Van a llegar allí antes que nosotros!
-Mantén el rumbo -dijo Jelph. Se agarró más fuerte a ella-. ¡Pero más rápido!

Ori dejó que Jelph saltara a tierra lejos de la vista de la granja antes de aterrizar. Vio cómo se posaba con agilidad en el suelo y rodaba para ponerse a cubierto. Era tan sorprendente verlo en acción, con la misma capacidad física que un Sable Sith en todos los sentidos. Y además sigiloso. Los visitantes, con sus criaturas estacionadas detrás de la casa, no llegaron a ver nada.
Respirando profundamente, Ori desmontó. El paquete de los blásters estaba donde Jelph había dicho que estaría, debajo del abrevadero. Se parecían mucho a los que había visto en el museo. Con suerte, bastarían para comprar la redención de su madre... y hacer que los visitantes se marcharan.
En voz baja, ensayaba lo que iba a decir mientras rodeaba la casa hacia el enrejado destruido. Sabía qué cuatro de los Sumos Señores esperar. Sintiendo familiares presencias oscuras, los saludó.
-Señores, tengo lo que estaban buscando...
-Sí, eso creo.
Ori palideció ante el sonido de la voz ronca. ¡La Gran Señora!
Pálida y encogida, Lillia Venn salió del establo. Levantando una mano manchada, agarró a Ori mediante la Fuerza, inmovilizándola. Cuatro de sus leales guardias aparecieron desde detrás del granero y sujetaron físicamente a Ori. Dándose la vuelta, la líder Sith habló hacia el granero.
-¡Señores Luzo!
Ori sintió que su columna vertebral se convertía en gelatina cuando Flen y Sawj Luzo abrieron las puertas del establo detrás de Venn, revelando la masa metálica del caza de ataque Aurek en el interior. Badolfa le había contado que Venn había ascendido a Flen y Sawj Luzo al rango de Señores por su lealtad. Ahora, los maquiavélicos hermanos habían regresado a la granja... con su peor enemiga.
-¿Cómo ha pasado esto? -preguntó Ori, debatiéndose contra los guardias-. ¿Badolfa me traicionó?
-Oh, permitimos que Badolfa entregara tus mensajes -dijo Sawj Luzo, alzando su voz chillona con deleite-. Tu madre hizo otro trato.
-¿Qué?
-Sí -dijo Venn, girándose y cojeando hacia el interior-. Ella no creía que tu descubrimiento existiera... ni que los otros Sumos Señores acudirían. Por lo que nos alertó acerca de la reunión.
Ori parecía horrorizada.
-¿A cambio de qué?
Venn se lamió los labios secos.
-Podrías llamarlo... mejores condiciones de trabajo. De haber acudido alguno de los Sumos Señores, los habría juzgado por traición-. Señaló el vehículo espacial-. Pero esto es un premio mucho mejor.
Luchando contra sus captores, Ori miró a su alrededor. Sabía que Jelph estaba ahí fuera, pero ellos eran demasiados. Y ahora el mayor de los hermanos Luzo estaba ayudando a la Gran Señora a avanzar a través del montón parcialmente excavado de estiércol del establo hacia su descubrimiento.
-Lo logré -dijo Venn, triunfante-. He vivido para ver este día-. Soltó el brazo de su acompañante y se apoyó en el caza estelar-. La vida es una broma cruel, Lord Luzo. Te pasas años tratando de llegar a la cima del poder... sólo para que entonces todo el mundo piense que es hora de que mueras.
-Ninguno de nosotros piensa eso, Gran Señora.
-Cállate. -Ella acarició el frío metal del vehículo-. Bueno, la vida de Lillia Venn no ha terminado. Hay otra cima, otro lugar que conquistar. Comenzaré de nuevo... en las estrellas. -Vagamente consciente de los pasos de sus aliados tras ella, añadió-: Os llevaré a todos conmigo, por supuesto.
-Por supuesto, Gran Señora.
En el exterior, dos de los guardias –que una vez fueron compañeros de Ori en los Sables- se apartaron de Ori, atraídos por las emociones del interior. Ni ellos ni los dos guardias que seguían sujetándola se habían percatado del paquete sin abrir de las armas, detrás de ellos, que levitaba en silencio hacia los arbustos junto a la granja. Pero Ori sí, comenzando a moverse incluso antes de que ella escuchar la orden mental de Jelph.
¡Ori! ¡Abajo!
En lugar liberarse para salir corriendo, Ori lanzó todo su peso hacia al suelo, sorprendiendo a los hombres que sujetaban sus brazos. La distracción fue suficiente para Jelph, que surgió de la granja disparando. Rayos brillantes que no se habían visto en Kesh desde el primer siglo de la ocupación golpearon a los dos guardias por la espalda. Más adelante, el resto de Sables se quedó en estado de shock.
En el interior, la avejentada forma de Venn recuperó el movimiento. Lanzó una mirada a sus nuevos Señores.
-¡Asegurad esta zona!
Jelph cargó hacia el patio, disparando de nuevo. Los demás Sables, que nunca en sus vidas habían desviado un disparo de bláster, se movieron frenéticamente para bloquear la energía. Ori rodó por el suelo, tratando de encontrar el sable de luz de alguno de los guardias caídos. Más adelante, vio a los hermanos Luzo montando guardia en la puerta del establo... mientras que tras ellos, la Gran Señora se había encaramado de alguna manera encima del caza estelar.
No, advirtió sobresaltada. No encima de la nave. Dentro de ella.
Ori se volvió hacia Jelph, que había llegado a su lado. Él también lo había visto Por un momento se quedó paralizado, dejando de disparar. La vieja estaba dentro de su preciada nave estelar. Agarró el brazo de Ori y la ayudó a ponerse en pie.
Disparando de nuevo contra los Luzos y sus guardias, le tiró del brazo.
-¡Ori, vamos!
Lanzada al movimiento de repente, Ori volvió la mirada hacia el granero. Era evidente que él no lo entendía.
-¡Jelph, no! La Gran Señora está aquí -dijo ella-. ¿Qué estás haciendo?
Jelph no respondió. En lugar de eso, la empujó hacia adelante. Lejos de la granja... hacia el río.

En el interior, la anciana agarró el acelerador.
Una voz metálica llegó desde el compartimiento.
-Sistema automático de navegación activado. Modo de suspensión activo.
Venn abrió los ojos como platos cuando comenzó a ascender.
Fuera del Aurek, los hermanos Luzo ordenaban a los Sables supervivientes que vigilasen la entrada ante Ori y su desconocido protector. La puerta trasera del establo estaba diseñada para uvak de alas anchas; fácilmente permitiría la salida de un caza estelar en suspensión.
-Semejante poder -dijo Sawj Luzo, observando alzarse al monstruo de metal-. Ni siquiera nos necesitará para cortar los amarres.
-¿Amarres?
Flen miró debajo de la nave. Dos pequeñas cuerdas de monofilamento atadas alrededor de los trenes de aterrizaje eran ahora apenas visibles a la luz. Cuando las cuerdas quedaron tensas, los ojos amarillos del joven Señor fueron disparados a los otros extremos, enterrados en el cieno donde había estado estacionada la nave.
Allí, en el suelo, unos pequeños agarres saltaron... y derribaron los sueños de un Señor Oscuro.
El dispositivo de seguridad se había instalado antes de que Jelph trajera la primera pieza del caza estelar desde la selva. El Aurek había estado oculto bajo un montículo de estiércol en el granero... pero bajo él había enterrado algo más: dos de los torpedos de protones de la nave, rodeados de miles de kilogramos de explosivo con base de nitrato de amonio. Transformar los fertilizantes en algo que sirviera como sistema anti-robo había requerido mucha paciencia y atención... pero le había dado a Jelph una manera de convertir el trabajo que usaba como tapadera en algo útil para su misión.
Ahora, el sistema anti-robo había funcionado exactamente como estaba previsto. Cuando los cables tiraron hacia arriba, los disparadores golpearon las espoletas de los torpedos. Las armas detonaron, encendiendo los explosivos a su alrededor.
Un trueno azotó la granja cuando la bola de fuego se abrió camino surgiendo de la arcilla que lo rodeaba, consumiendo el establo y sus ocupantes en milisegundos. En el exterior, Jelph se lanzó sobre Ori, lanzando a ambos al agua justo cuando la onda de choque golpeaba el suelo tras ellos.
Lanzado a través de los pedazos techo del granero, el caza de ataque ascendió sobre un géiser de calor y fuerza. Por una fracción de segundo la mujer en su interior se regocijó ante el movimiento, suponiendo que se trataba de una manifestación natural del poder del vehículo. Su alegría terminó cuando, con los escudos de la nave desactivados, los otros cuatro torpedos detonaron en sus tubos de lanzamiento. Incluso desde Tahv, en la distancia, los trabajadores de turno de noche pudieron ver al nuevo cometa brillar cobrando vida y morir igual de rápido, bañando el cielo del sur con una luz extraña.
Lillia Venn había encontrado su camino hacia el cielo.

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