30
Luke ignora el incesante ruego de Erredós de que responda a la señal de auxilio.
-Nuestras órdenes son encontrar una ubicación para la nueva base –dice-. Ese es ahora mismo nuestro deber principal.
Erredós se queda en silencio. Los droides no deberían ser capaces de mostrar emoción, pero Luke juraría que Erredós está enfurruñado. Las aventuras de su pequeño amigo se han cobrado ciertamente su precio en sus circuitos de motivación.
Treinta minutos más tarde, alcanzan el denso anillo de rocas y hielo que contiene la primera agrupación de asteroides. Es una grande. Más de 500 asteroides, variando en tamaño desde menos de un kilómetro de largo a más de un centenar, flotando al alcance de la vista unos de otros. Giran y orbitan alrededor de un centro de gravedad común como una manada de cautos rorks preparándose para una pelea.
Luke aminora a una marcha lenta y maniobra por el laberinto formado por el espacio libre entre las mastodónticas rocas. Cada asteroide marcha, aparentemente a la deriva, siguiendo un loco camino creado por las influencias gravitacionales de sus cientos de vecinos. Donde los asteroides más grandes han atraído demasiado fuerte a sus vecinos más pequeños, gigantescos cráteres de impacto mancillaban sus superficies. En otras ocasiones, rocas más pequeñas orbitaban como lunas alrededor de su monstruoso pariente.
Mientras Luke se adentra más en el interior, aprecia aún más la dificultad de seguir a una nave por la agrupación de asteroides. A menos que el perseguidor conozca el laberinto tan bien como el objetivo, ni tiene la menor esperanza de atraparlo. Y, tal y como Luke esperaba, las pesadas naves de línea no pueden amenazar a nada que se esconda en el turbulento nudo de rocas. Ningún capitán en su sano juicio llevaría nada más grande que una corbeta dentro de la agrupación de asteroides.
La radio de su cabina cobró vida de pronto crepitando.
-Wart, ¿eres tú?
Luke comprueba los sensores del ala-X, pero no ve ni rastro de otra nave. Rápidamente activa las sondas; este no es lugar para estar ciego.
-¡Ey, Wart! ¿Crees que eso es buena idea? ¿Quieres que Parnell descubra nuestro escondite?
En ese preciso instante, ambos conjuntos de sensores detectan una corbeta en el lado de estribor de Luke. Acaba de aparecer desde detrás de un asteroide de tamaño medio.
-¡Ey, tú no eres Wart! –anuncia el altavoz de la cabina.
-Lo siento –responde Luke.
A juzgar por el armamento pesado de la corbeta, o bien es un rebelde improvisado o un pirata. Luke está seguro de que ningún escuadrón rebelde opera en el Cinturón Sil’Lume.
Luke ignora el incesante ruego de Erredós de que responda a la señal de auxilio.
-Nuestras órdenes son encontrar una ubicación para la nueva base –dice-. Ese es ahora mismo nuestro deber principal.
Erredós se queda en silencio. Los droides no deberían ser capaces de mostrar emoción, pero Luke juraría que Erredós está enfurruñado. Las aventuras de su pequeño amigo se han cobrado ciertamente su precio en sus circuitos de motivación.
Treinta minutos más tarde, alcanzan el denso anillo de rocas y hielo que contiene la primera agrupación de asteroides. Es una grande. Más de 500 asteroides, variando en tamaño desde menos de un kilómetro de largo a más de un centenar, flotando al alcance de la vista unos de otros. Giran y orbitan alrededor de un centro de gravedad común como una manada de cautos rorks preparándose para una pelea.
Luke aminora a una marcha lenta y maniobra por el laberinto formado por el espacio libre entre las mastodónticas rocas. Cada asteroide marcha, aparentemente a la deriva, siguiendo un loco camino creado por las influencias gravitacionales de sus cientos de vecinos. Donde los asteroides más grandes han atraído demasiado fuerte a sus vecinos más pequeños, gigantescos cráteres de impacto mancillaban sus superficies. En otras ocasiones, rocas más pequeñas orbitaban como lunas alrededor de su monstruoso pariente.
Mientras Luke se adentra más en el interior, aprecia aún más la dificultad de seguir a una nave por la agrupación de asteroides. A menos que el perseguidor conozca el laberinto tan bien como el objetivo, ni tiene la menor esperanza de atraparlo. Y, tal y como Luke esperaba, las pesadas naves de línea no pueden amenazar a nada que se esconda en el turbulento nudo de rocas. Ningún capitán en su sano juicio llevaría nada más grande que una corbeta dentro de la agrupación de asteroides.
La radio de su cabina cobró vida de pronto crepitando.
-Wart, ¿eres tú?
Luke comprueba los sensores del ala-X, pero no ve ni rastro de otra nave. Rápidamente activa las sondas; este no es lugar para estar ciego.
-¡Ey, Wart! ¿Crees que eso es buena idea? ¿Quieres que Parnell descubra nuestro escondite?
En ese preciso instante, ambos conjuntos de sensores detectan una corbeta en el lado de estribor de Luke. Acaba de aparecer desde detrás de un asteroide de tamaño medio.
-¡Ey, tú no eres Wart! –anuncia el altavoz de la cabina.
-Lo siento –responde Luke.
A juzgar por el armamento pesado de la corbeta, o bien es un rebelde improvisado o un pirata. Luke está seguro de que ningún escuadrón rebelde opera en el Cinturón Sil’Lume.
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