jueves, 26 de febrero de 2009

El honor de los Jedi (1)

El honor de los Jedi
de Troy Denning

1
Luke Skywalker está sentado con su espalda contra el muro. Un hombre con una recompensa imperial sobre su cabeza siempre hace eso. No es una decisión consciente; es una costumbre de comodidad, como vestir una chaqueta preferida o llevar un bláster.
La puerta de entrada se abre chirriando y Luke vuelve su atención a los recién llegados. Antes de que la puerta neumática se ocultase hasta la mitad en el muro, seis siluetas blancas irrumpen en la sala. Con la escasa luz reflejándose en sus pulidas armaduras, las figuras parecen más bien espectros en lugar de soldados de asalto. Sosteniendo sus rifles bláster dispuestos para disparar, se quedan de pie a ambos lados de la entrada. Un hombre delgado de cabellos plateados con el uniforme negro de general imperial les sigue. El general tiene los rasgos estrechos y angulosos de un come-serpientes wheloriano. Mientras barre la sala con sus ojos azules como el hielo, la maldad se posa en ella como una niebla cáustica. Cuando la mirada del general se detiene en el rostro de Luke, el piloto rebelde trata de mantener sus facciones inmóviles mientras deja caer su mano sobre la pistola bláster ceñida a su cintura.
Con su cabello revuelto, sus ojos inquisitivos y su complexión curtida por el sol, Luke aparenta ser un joven ingenuo; una presa fácil para los sinvergüenzas, asesinos y agentes imperiales que infestaban los bebederos clandestinos. Cualquiera que juzgase a este joven por su rostro, sin embargo, pronto lamentaría su error. Tras la apariencia aniñada de Luke, yace una mente determinada y entusiasta que puede conducir hacia experiencias sorprendentes.
Está sentado en la pobremente iluminada cafetería de un hostal, con un insípido tazón de concentrados de proteínas sin ningún tipo de condimento frente a él. Treinta bípedos, con rango variable entre humanos hasta apenas humanoides, también están sentados en la lóbrega cafetería. En la esquina más lejana, cinco sullustanos ocupan una mesa. Tienen ojos oscuros y tristes, y mejillas fláccidas que caen desde sus narices como alforjas. Sus expresiones delatan un cinismo y una crueldad extrañas a la mayoría de los rostros de su raza. Un solitario twi'lek estudia a los sullustanos con ojos pálidos que delatan sus mezquinas intenciones. Los dos tentáculos craneales que cuelgan de su cabeza tiemblan y se balancean a su espalda, como la constantemente oscilante cola de una hembra togoriana. Cerca de una docena de otras razas, muchas de las cuales Luke no puede reconocer, comparten la sala. Tiene cuidado de no mirar fijamente, porque eso podría invitar a recibir a cambio una atención no deseada.
La mayoría de los ocupantes de la sala son mineros que trabajan en el cinturón de asteroides Sil'Lume. Aparentemente, no tienen objeción alguna con la insulsa comida, porque la engullen con placer. Quizá los precios del hostal les gusten más de lo que les disgusta la comida. Una colmena de insectoides parecidos a escarabajos regenta el hostal. La colmena pone tarifas considerablemente bajas, porque ellos mismos producen los concentrados de proteínas. Luke prefiere no pensar cómo.
Como Luke, los mineros ocupan toscos bancos a lo largo de las paredes. Un hombre es la excepción: humano, se sienta ante una mesa en el centro de la sala. Cuando Luke entró al hostal, este hombre fue el primer ser en el que se fijó. Se encontró inconscientemente forzado a mirar una y otra vez al hombre durante su almuerzo. El humano, que parece ser unos cinco años mayor que Luke, tiene una mandíbula firme, rasgos pronunciados, y feroces ojos de un marrón rojizo que atraen la atención del observador casual. De hecho, cerca de la mitad de los seres de la sala prestan algo más que una atención pasajera al hombre solitario. Y él, a cambio, sonríe y saluda con la cabeza a cada ser, como si fueran viejos colegas compartiendo algún noble secreto.
¿Es que ese hombre conoce a todo el mundo en la sala?, se pregunta Luke. ¿O todo el mundo le conoce a él? Se comporta como alguien destinado a gobernar, aunque se sienta solo como un humilde sacerdote. Aparentemente, el humano es la única criatura a la que no le preocupa lo que entra por la puerta, porque mira al lado contrario de la entrada. Luke envidia la confianza y la seguridad implícita en esa despreocupación; sólo lleva siendo rebelde unos pocos meses, pero parecen haber pasado años desde la última vez que no tuvo que cubrirse las espaldas.
Desde que destruyó la Estrella de la Muerte en la batalla de Yavin hacía unos meses, Luke ha estado tan ocupado con peligrosas misiones que casi ha olvidado lo que se siente al dormir en la relativa seguridad de una base rebelde. Este último trabajo es el que más le destroza los nervios de todos, ya que el general Dodonna ha asignado a todo el escuadrón de Luke a tareas de exploración en solitario.
Aunque la Alianza ganó la batalla de Yavin, Dodonna sabe que sólo tiene un breve lapso antes de que el Imperio prepare otro ataque. Si la Rebelión quiere sobrevivir, los rebeldes deben trasladar su base a otra ubicación. Encontrar esa ubicación recae sobre los hombros de Luke y sus compañeros de escuadrón.
Hasta ahora, Luke ha pasado más tiempo esquivando corbetas de patrulla imperiales que explorando mundos aislados. La última vez que inspeccionó un sistema “abandonado”, aterrizó en un puesto de avanzada imperial. Así pues, Luke ha decidido explorar las posibilidades del cinturón de asteroides Sil'Lume. A pesar de estar lejos de estar desierto, Sil'Lume tenía varias cosas que lo hacían recomendable. En primer lugar, el comercio de la minería pesada podría cubrir el tráficomilitar rebelde. En segundo lugar, literalmente un millón de planetoides ocupaban el mismo plano orbital. Incluso si el Imperio rastreaba una nave rebelde hasta el sistema, necesitarían semanas o incluso meses para encontrar la base. En tercer lugar, los rebeldes podrían camuflar su base como una operación minera, ocultarla en una mina profunda, o disfrazarla de un cientos de otras formas.
Pero Sil'Lume tiene una pega, y esta acaba de encontrar a Luke.
-¡Las manos sobre la mesa, muchacho! -ordena el general. Su voz contiene un matiz rencoroso. Tres soldados de asalto apuntan a Luke con rifles bláster, pero claramente no esperan que se resista a la orden del general. Los otros tres dirigen sus armas al humano con los feroces ojos marrones rojizos.
Los dos mineros a ambos lados de Luke se apartaron un poco, con cuidado de mantener sus propias extremidades a la vista. Un minero es un fornido humano con una barba entrecana, un curtido rostro rojizo y una inmensa nariz redonda. Luke no reconoce al otro ser; dos pesados cuernos se curvaban desde su prominente frente, sobre su hocico canino.
-¡No voy a repetírtelo! -ladra el general.
El humano carismático hace un ligero gesto a Luke, como diciendo: “Haz lo que dice”.

sábado, 21 de febrero de 2009

Dibujando los mapas de la paz: El relato del granjero de humedad (V)

Día 15: Eyvind y Ariela

Tomé mi deslizador camino de la granja de Eyvind para recoger uno de sus viejos evaporadores estropeados, y él salió de su casa con una bella muchacha.
-Esta es Ariela, mi prometida -dijo-. Vamos a casarnos dentro de cinco semanas.
Tan sencillo como eso. Eyvind no le había hablado a nadie sobre eso, ni siquiera a mí. Yo no sabía que él mantuviera fronteras como esta en nuestra amistad.
-Encantado de conocerte -dije a Ariela-. Y felicidades a ambos.
-Tú eres el granjero con los grandes planes para todos nosotros -dijo ella.
Eyvind me miró fijamente.
-¿Comprendes ahora por qué no quiero que los moradores de las arenas ronden alrededor de mi granja? -dijo.
La discusión no podía detenerse. Apenas conocía a Ariela -apenas me habían informado de su boda- y ya estábamos los tres discutiendo.
-Mirad -dije-. Yo sólo creo que ninguno de nosotros puede sobrevivir ahí fuera si no podemos hacer las paces con los moradores de las arenas y los jawas. En cualquier caso, estoy seguro de que vosotros dos no queréis discutir conmigo cinco semanas antes de vuestra boda. Véndeme ese viejo evaporador, Eyvind, y me iré.
-Pero yo creo que estás haciendo lo correcto, Ariq -dijo Ariela, y eso me detuvo de golpe. No supe qué decir.
-Creo que deberíamos ayudarte... y creo que sé el modo de comenzar. ¿Podrían venir tus amigos jawas a nuestra boda? ¿Podrías invitarlos de nuestra parte? Como vecinos, deberían formar parte de los momentos importantes de nuestras vidas.
-Ella nunca los ha olido -dijo Eyvind.
-Vendrán -dije-. Iré hoy a invitarles.
Y lo hice. Dejé el viejo evaporador en mi casa, preparé un paquete con provisiones para una noche en el Cañón Bildor, y partí. Llegué a la fortaleza jawa antes de la puesta de los soles.
-¡Nos has honrado de nuevo! -gorjeó Wimateeka tras comunicarles la invitación-. ¿Pero qué hay de los presentes? Deberíamos llevar algo, pero ¡tenemos tan poco para dar! Nuestros regalos parecerán baratijas de mal gusto.
-Honrarán cualquier cosa que les deis -dije.
Me llevó, de nuevo, al interior de sus puertas, a la gran cámara del consejo. Hablamos hasta bien entrada la noche sobre regalos de boda: de rocas de sal, que ellos pensaban que podrían ser un buen regalo; de agua, de la que no podían prescindir; de ropa, de la que nunca había suficiente suministro; de droides reacondicionados, los cuales serían regalos elegantes, pero prohibitivamente caros.
-Ofrecedles enseñarles vuestro lenguaje -dije-. Eso sería un buen regalo.
Pero a ellos les gustaba más la idea de las rocas de sal.
No resolvimos el asunto esa noche.

viernes, 20 de febrero de 2009

Ascensión y caída de Darth Vader (VII)

Interludio

Darth Vader nunca pensaba en qué habría pasado si Qui-Gon Jinn no hubiera descubierto al joven Anakin Skywalker, o si Anakin no hubiera ganado aquella crucial carrera de vainas. Tampoco se preguntaba si la vida de Anakin habría tomado un rumbo diferente si Qui-Gon –en lugar de Obi-Wan– hubiera sobrevivido al duelo con el Señor del Sith Darth Maul en Naboo. En Tatooine, Qui-Gon había afirmado que nada pasa por accidente, y aunque había muchas cosas en las que Vader podría estar en desacuerdo con Qui-Gon, habría estado de acuerdo en esto, porque Vader creía en el destino.
Creía que había sido el destino de Anakin abandonar Tatooine y convertirse en Jedi, al igual que había estado destinado para todo lo que ocurrió tras eso. No tenía sentido especular sobre cómo su vida podría haber sido distinta.
Ahora, todavía de camino a Endor, el Señor Oscuro de máscara negra se preguntaba si Luke Skywalker tendría alguna ilusión de ser capaz de controlar su propio destino. Si lucha conmigo, pensó Vader, será derrotado.
Pese a todo, Vader se sentiría casi decepcionado si Luke se daba por vencido demasiado pronto, sin ningún intento de resistirse al poder del lado oscuro. Después de todo, Anakin Skywalker había sido una vez un hombre joven, y nunca se había dado por vencido fácilmente...

Superado por Fox

Superado por Fox1
de Rob Valois

Los disparos de bláster pasaban disparados junto a mi cabeza, estrellándose en el muro de piedra detrás mía. Estos cazarrecompensas se están volviendo bastante osados, pensé. O eso, o simplemente más estúpidos. Hubo una época en la que no se habrían aventurado muy lejos de la seguridad del Borde Exterior, pero ahora eran casi una vista habitual en las callejuelas de Coruscant. En Conde Dooku y los separatistas estaban dispuestos a pagar una considerable suma a cualquiera que pudiera secuestrar a un miembro del Senado Galáctico, de modo que cualquier loco con un bláster y una nave estelar vino aquí, a mi ciudad. Y como comandante de la Guardia de Coruscant, era mi trabajo detenerlos. La Guardia estaba compuesta por lo mejor de la élite de los soldados clon de la República, y era nuestro deber proteger al Canciller Supremo y a los miembros del Senado Galáctico.
De detrás de un viejo deslizador, un cazarrecompensas trandoshano asomó su reptilesca cabeza marrón. Le pude ver apuntando su rifle de dispersión APC2. Tenía una mirada nerviosa en sus ojos naranjas. Iba a por su cabeza, y él lo sabía. Ningún cazarrecompensas había logrado jamás secuestrar a un senador en Coruscant, no bajo mi vigilancia. Cuando se supo que la senadora Shayla Paige-Tarkin estaba en peligro, movilicé a mis hombres inmediatamente. Dooku no era el único que tenía espías. Conocía el complot de los trandoshanos antes de que su nave aterrizase siquiera en el espaciopuerto. Pocas cosas ocurrían en Coruscant que yo no supiera.
¡Fiuuu! Un segundo disparó paso rugiendo por mi rostro. Sentí fragmentos del disparo rebotando en mi armadura. Alcé mi bláster y apunté. Tenía un disparo limpio. Qué lástima que los quisieran vivos; me habría gustado cargármelo. Pero esas eran mis órdenes. El trandoshano echó un vistazo a mi bláster y comenzó a correr. Yo iba justo tras él, no había manera de que pudiera escapar. Me conocía las calles de la vieja ciudad mejor que nadie.
Me comuniqué con mis hombres y en pocos instantes las calles se inundaron con la familiar armadura roja de los guardias de Coruscant. El cazarrecompensas se detuvo, helado. No había lugar al que pudiera ir... salvo hacia arriba. Al parecer, el trandoshano tenía una mochila cohete. Realmente debería haberla visto antes. Pero bueno, yo estaba entrenado para estas circunstancias inesperadas. Y con un rápido disparo del cable de ascensión de mi bláster, ya estaba a mitad de camino por la pared del edificio antes de que el cazarrecompensas aterrizase en el tejado.
Tras unas rápidas zancadas, me alcé por el borde al tejado. Disparos del rifle de dispersión del trandoshano me pasaron rozando. Blandí mi bláster mientras me cubría tras una salida de ventilación, disparando por el camino unos cuantos disparos de advertencia.
–¡Ríndete, cazarrecompensas! –le grité mientras rodaba para ponerme en pie. El trandoshano quedó fijo en mi punto de mira–. No hay forma de escapar de aquí. Tira tu bláster y pon tus escamosas manos sobre tu cabeza.
–¡T'doshok no se rinde! –aulló mientras su dedo de garras afiladas apretaba el gatillo de su rifle de dispersión. Menos mal que los trandoshanos son lentos, pensé mientras apretaba el gatillo de mi propio bláster. Con un sonoro chasquido, mi descarga láser golpeó su arma y la hizo caer al suelo. El cazarrecompensas gritó algo en dosh mientras se agarraba la garra humeante.
–Ríndete –le advertí–. No hay modo de que puedas escapar vivo de mi ciudad. Ríndete ahora y te prometo que vivirás.
El trandoshano gritó algo más en su lengua nativa mientras ojeaba el borde del edificio.
–Y no pienses siquiera en usar tu mochila cohete –añadí–. Con gusto yo mismo te haría volar por los aires.
El cazarrecompensas sabía que había perdido. El fuego se diluyó en sus ojos naranjas mientras permanecía cabizbajo en el tejado, sujetándose la mano herida.
–¿Cuándo aprenderéis, idiotas? –dije al cazarrecompensas mientras el resto de los guardias de Coruscant llegaba al tejado y lo ponían bajo custodia–. Nadie escapa del comandante Fox.

1 El título original, Out Foxed, parece jugar con la expresión “outnumbered”, que vendría a ser “superado en número”. De ahí la traducción elegida. (N. del T.)
2 Aceleración de Partículas Cargadas. En el original, ACP (Accelerated Charged Particle) (N. del T.)

viernes, 13 de febrero de 2009

Dibujando los mapas de la paz: El relato del granjero de humedad (IV)

Día 5: Un saludo
Eyvind y yo no sentamos relajadamente enfrente de nuestros deslizadores, en la duna al sudoeste del evaporador y de mi ofrenda diaria de agua a los moradores de las arenas.
-¿Así que vienen hasta aquí en busca de esa agua? –preguntó Eyvind.
-Cada día.
-¿Y no fuerzan el resto de tus evaporadores?
-No.
-Sigue sin gustarme. Tu granja es la más lejana, y estás separado del resto de nosotros, de modo que quizá tengas que vértelas con los moradores de las arenas. Pero mi granja es la segunda más alejada, y no quiero hacer nada que anime a los moradores de las arenas a acercarse a ella. Yo no voy a darles agua... ¿pero cuánto tardarán en aparecer por mi granja pidiéndola?
-Mira… puedo ver a uno de ellos. Mira las dunas del noroeste. Llegan más frecuentemente desde allí. Deben acampar en algún lugar al noroeste.
-Y tú les estás atrayendo hacia aquí.
No respondí a eso. Habíamos discutido acerca de eso una y otra vez en los últimos días. No iba a discutir con Eyvind cuando los moradores de las arenas estaban tan cerca de nosotros. En honor de Eyvind, hay que decir que él también dejó de discutir. El cañon quedó entonces completamente en silencio. Ni una ráfaga de viento. No podía escuchar a los moradores de las arenas al moverse. Era la primera vez que traía a alguien más para que viera cómo los moradores de las arenas tomaban mi ofrenda de agua.
Me puse en pie y puse la mano sobre el hombro de Eyvind. No pensaba que los moradores de las arenas fueran a hacerme daño. Esperaba que si me veían físicamente tan cerca de Eyvind decidieran no herirle, o ni siquiera quisieran hacerlo. Había tomado ciertas decisiones, y estaba dispuesto a mantenerme en ellas... pero me daba cuenta de que mis decisiones habían cambiado los límites del intercambio entre razas para todo el mundo, y deseaba que hubiera sido para bien, eso es lo que deseaba.
De pronto uno de los moradores de las arenas se alzó a la sombra del evaporador, cerca del odre de agua. No le había visto llegar. Simplemente, apareció de pronto allí. Alcé el brazo y apreté el puño como saludo, pero él no alzó su puño como respuesta.
-¿Quizá esto no haya sido una buena idea? –susurró Eyvind-. ¿Debería irme?
-Aún no –dije. Mantuve mi brazo alzado y mi puño cerrado-. Koroghh gahgt takt –exclamé.
El morador de las arenas dio un paso atrás, saliendo de la sombra a la luz del sol, casi como si fuera a huir.
-¡Koroghh gahgt takt! –exclamé de nuevo. Esperaba estar pronunciando bien las palabras... o que Wimateeka hubiera aprendido bien el saludo antes de enseñármelo a mí, y que no estuviera retando a los moradores de las en duelo, o mentándoles las madres.
Lentamente, el morador de las arenas comenzó a alzar su brazo y cerrar su puño.
-¡Koroghh gahgt takt! –gritó como respuesta.
O sea que lo he hecho bien, pensé. Eso funcionaba.
Escuché que me gritaban el saludo desde algún lugar más allá de las dunas del este... y luego desde todos los lados y desde las paredes del cañón, una y otra vez el mismo saludo: Koroghh gahgt takt.
Eyvind se puso en pie.
-¡Nos están rodeando! –dijo.
Pero solamente podíamos ver a uno de ellos. Aquél recogió el odre de agua y desapareció en las dunas.
Eyvind y yo montamos en nuestros deslizadores y nos fuimos de allí y no vimos a ningún morador de las arenas más aquél día. Fuimos a mi casa y hablamos hasta bien entrada la noche.
Le transmití la advertencia de Wimateeka acerca del rito de iniciación de los moradores de las arenas, para que la transmitiera a todos los demás granjeros de la región, y todo el mundo estuvo de acuerdo en que no podíamos salir huyendo a Mos Eisley. Si lo hacíamos, no podríamos esperar en absoluto permanecer aquí. Pero para permanecer, necesitábamos tener paz, y la mayoría de los granjeros sentían que eso sólo podía garantizarse con blásteres y quizá con protección imperial. Unos pocos escucharon mis ideas sobre mapas y buena vecindad. Eyvind no.
Ni una sóla vez Eyvind me habló de sus planes de boda.

martes, 10 de febrero de 2009

Ascensión y caída de Darth Vader (VI)

Capítulo 5

Era mediodía en Mos Espa, y Anakin estaba limpiando unos interruptores en la chatarrería de Watto cuando su amo le llamó a voz en grito para que vigilase la tienda. En el interior, Watto estaba hablando con un hombre alto y con barba que iba vestido como un granjero; el hombre iba acompañado por un alienígena humanoide de articulaciones flexibles, piel moteada y los ojos en la parte superior de la cabeza, una chica vestida con bastas ropas de campesina, y un droide astromecánico azul con la cabeza en forma de cúpula.
Mientras el hombre alto y el astromecánico seguían a Watto mientras este flotaba hacia el patio de chatarra en busca de piezas de motor, Anakin se aupó para subir al mostrador que serpenteaba por la tienda y estudió a la chica. Tenía rasgos delicados, su piel era demasiado perfecta para ser una campesina. Parecía tener pocos años más que él, y Anakin se encontró incapaz de apartar sus ojos de ella.
-¿Eres un ángel? -susurró.
Ella sonrió, y su corazón se aceleró.
-¿Qué? -dijo ella.
-Un ángel -respondió él mientras ella se le acercaba-. He oído hablar de ellos a los pilotos del espacio profundo. Son las criaturas más hermosas del universo. Viven en las lunas de Iego, creo.
-Eres un niño divertido -dijo ella dulcemente-. ¿Cómo sabes tanto?
-Escucho a los comerciantes y a los pilotos estelares que pasan por aquí. Soy piloto, ¿sabes? Y algún día pienso volar lejos de este lugar.
-¿Eres piloto? -dijo ella, como si lo encontrase difícil de creer.
-Mm-hmm. De toda la vida.
-¿Cuánto llevas aquí?
-Desde que era muy pequeño... tenía tres años, creo. Mi madre y yo fuimos vendidos a Gardulla la hutt, pero luego nos perdió, apostando en las carreras de vainas.
-¿Eres un esclavo? -dijo la chica, con voz sorprendida y alarmada.
Aunque la chica había acertado al suponerlo, a Anakin no le gustaba que le llamasen esclavo, y se sintió herido por su pregunta.
-¡Soy una persona -dijo, mirándola fijamente-, y mi nombre es Anakin!
-Perdona. Me cuesta entenderlo -respondió la chica, y Anakin sintió que lo decía en serio. Incapaz de mantener su mirada, ella echó un vistazo al interior de la tienda, como si buscase respuestas en el surtido de chatarra que se alineaba en los muros-. Este lugar es muy extraño para mí.
Anakin recordó su propia llegada a Tatooine, tuvo que admitir que él también lo encontró extraño. Trató de ignorar al patoso alienígena de piel moteada mientras seguía hablando con la chica durante unos minutos más, hasta que el hombre alto y el astromecánico regresaron con Watto. El hombre anunció que su grupo se iba, a Anakin le dio un vuelco el corazón cuando la ghica salió por la puerta.
Después de que Watto le diera permiso para abandonar la tienda, el chico alcanzó a los tres extranjeros y al astromecánico. Cuando descubrieron que se estaba aproximando una tormenta de arena, Anakin les convenció de que se refugiaran por un tiempo en su casa, donde les presentó a su madre y a C-3PO. Descubrió que el hombre era un caballero Jedi llamado Qui-Gon Jinn, la chica se llamaba Padme Naberrie y tenía catorce años, el patoso alienígena era un gungan llamado Jar-Jar Binks, y el astromecánico era R2-D2. Cuando R2-D2 hizo notar que el droide de protocolo, desprovisto de cubierta exterior, aparentaba estar desnudo, C-3PO se avergonzó bastante.
Anakin había sospechado que el hombre era un Jedi incluso antes de que el hombre lo admitiera con esas palabras. Había visto el sable de luz de Qui-Gon colgando de su cinturón en su camino a la casa de Anakin, y no pudo evitar preguntarse si Qui-Gon había venido a Tatooine a liberar a los esclavos. Aunque Qui-Gon había revelado pocos detalles acerca de sí mismo, Anakin podía decir que era un hombre honorable, del tipo que siempre había escaseado en la experiencia de Anakin. Anakin admiraba el modo en el que Qui-Gon se mantenía, con tranquila confianza. Cuando Jar-Jar cometió el error de usar su propia lengua para coger una pieza de comida de la mesa durante la cena, Anakin quedó a un tiempo divertido y soprendido al ver la mano de Qui-Gon lanzarse a la velocidad de la luz para atrapar la lengua retráctil del gungano entre el pulgar y el índice.
-No vuelvas a hacerlo -dijo Qui-Gon con cierta severidad antes de soltar su agarre, haciendo que la lengua de Jar-Jar volviera de golpe a su boca.
¡Un mago!, pensó Anakin. De pronto, se encontró deseando que Qui-Gon le enseñara cómo ser un Jedi. Pero debido a que Anakin había sufrido bastantes desengaños en su vida, le resultaba difícil imaginar que eso llegase a ocurrir nunca.
Mientras Anakin y su madre estaban sentados con sus nuevos amigos alrededor de la mesa, les contó sus sueños de llegar a ser un Jedi. Descubrió que Padme era una doncella de la reina Amidala del planeta Naboo, y que Qui-Gon estaba escoltando a la reina y su séquito en una importante misión al planeta Coruscant cuando su nave estelar resultó dañada, y se vieron obligados a aterrizar en Tatooine sin los fondos para pagar las reparaciones necesarias. Deseando ayudar, Anakin explicó que una gran carrera de vainas, la Clásica de la Noche Boonta, estaba programada para el día siguiente. Se ofreció a entrar en la carrera, que ofrecía como premio suficiente dinero como para pagar de sobra las piezas que necesitaban.
-¡Anakin! -protestó Shmi-. Watto no te lo permitirá.
-Watto no sabe que la he construído -Volviéndose hacia Qui-Gon, añadió-: Podría hacerle creer que es suya, y lograr que me deje pilotarla para usted.
Aunque a Padme le gustaba su idea tanto como a Shmi, Anakin estaba seguro de que su plan -al igual que su vaina de carreras secreta- funcionaría.

La Clásica de la Noche Boonta era la carrera más peligrosa en la que Anakin había volado jamás. Era una competición feroz, todos contra todos, y más de un corredor se había convertido en víctima de los giros a gran velocidad, los obstáculos rocosos y los trucos sucios de sus ruines adversarios.
El comienzo de la carrera había sido difícil para Anakin. Con la señal de inicio, cuando aceleró los motores de su vaina de carreras, sus turbinas se pararon, y casi se puso enfermo al ver tras los cristales de sus gafas cómo los demás pilotos salían disparados cruzando la Llanura de la Luz Estelar, y haciéndole toser por el polvo que levantaban. Había perdido segundos preciosos mientras luchaba con los controles, pero cuando finalmente consiguió arrancar los Radon-Ulzer, lanzó su vehículo hacia delante y salió disparado del Estadio de Mos Espa a toda velocidad.
Planeando a través de cañones retorcidos y anchas llanuras, Anakin consiguió alcanzar a las demás vainas de carreras durante la primera vuelta. Cuando rebasó las inmensas formaciones rocosas que moteaban la Mesa de las Setas, sintió el olor a combustible ardiendo medio segundo antes de ver esparcidos los humeantes restos de la vaina de motores verdes que pilotaba un gran llamado Mawhonic. De algún modo, en lo más profundo de sí mismo sabía que Sebulba era responsable del accidente, y no tenía esperanzas de que el gran hubiera sobrevivido.
Aferrando con fuerza sus controles, Anakin apretó los dientes. ¡Yo no voy a morir de esa manera!, pensó.
Anakin progresaba a una velocidad feroz, adelantando a varios competidores mientras aceleraba su vaina de carreras aún más, atravesando los peligros de Boonta, con los exóticos nombres de Garganta de la Peña del Diente, Cuevas de la Laguna, y Giro Apurado. Mientras que otros pilotos aminoraban ligeramente para enfrentarse al cañón notoriamente retorcido conocido como el Sacacorchos, Anakin mantuvo una alta velocidad constante hasta que llegó al Aldabón del Diablo, un pasaje tan estrecho que los pilotos se veían obligados a inclinar sus vehículos sobre un costado para atravesarlo. Con una pericia de experto impropia para su edad, inclinó su vaina para lanzarla por el Aldabón del Diablo, y luego aceleró a una velocidad todavía mayor sobre la ancha extensión de un antiguo lecho marino conocida como la Llanura Hutt. Momentos después, el Estadio de Mos Espa apareció a la vista, y entonces pasó como una exhalación ante la multitud que había visto su salida retrasada sólo unos minutos antes.
Aún quedaban dos vueltas para el final.
Anakin sabía que estaba alcanzando rápidamente a los corredores que iban en cabeza. Mientras su vaina cruzaba disparada el Cañón del Mendigo, descubrió a Mars Guo por delante de él en la lejanía, justo detrás de Sebulba. De repente, uno de los motores de Mars Guo estalló, y un instante después su vaina estaba volando en todas direcciones. Anakin maniobró su propia vaina pegándose peligrosamente al suelo, en un esfuerzo desesperado de eludir los feroces escombros aéreos, pero un gran pedazo de metal suelto golpeó contra el cable de control de acerotón que unía su vaina al motor de estribor. El cable de control se liberó, y la vaina de Anakin -unida ahora sólo al motor de babor- comenzó a girar fuera de control.
Sujeto a su cabina con los cintos de seguridad, Anakin tensó los músculos de su cuello y apretó los dientes para evitar perder la cabeza. ¡Mantente enfocado! Sintió que seguía avanzando hacia delante, y supo que la única razón por la que no se había estrellado todavía era porque el arco de energía que unía los dos motores aún no había fallado.
Mientras la superficie de Tattoine giraba como un borrón a su alrededor, golpeó los controles de su cabina hasta que estabilizó la vaina, y luego alcanzó una herramienta de emergencia: su recuperador magnético extensible. Sacó la herramienta fuera de la cabina, apuntando con ella al extremo metálico del cable de control de estribor que serpenteaba y ondulaba cunto a su cabina. Hubo un satisfactorio golpe seco cuando el recuperados magnético enganchó el extremo del cable. Anakin sintió la tensión de su brazo cuando tiraba del cable, y luego dirigió la herramienta directamente a la clavija del cable de estribor. Un instante después, había recuperado el control de su nave.
Anakin no tuvo tiempo de felicitarse. Su pérdida de control momentánea había permitido que el piloto xexto Gasgano y un par de pilotos más le rebasaran, y Sebulba seguía en cabeza. Anakin hizo lo que tenía que hacer: siguió avanzando, sólo que más rápido.
Rodeó a Gasgano, pero mientras intentaba rebasar al piloto veknoide Teemto Pagalies, sintió una súbita sacudida que le hizo estremecerse cuando Pagalies viró bruscamente para empotrar deliberadamente uno de sus largos motores contra la vaina de Anakin. Anakin se tensó en el asiento de su cabina y mantuvo el control, terminando el tramo de las Cuevas de la Laguna por delante de Pagalies, para salir a la base del ancho cañón de elevadas paredes llamado el Giro del Cañón de las Dunas.
¡CRAC!
A pesar del rugido de sus motores, Anakin pudo oír el disparo que venía de arriba. Un milisegundo más tarde, chispas brillantes destellaron frente a él cuando los proyectiles disparados rebotaron en su vaina. ¡Moradores de las arenas! ¡Me están disparando! Empujó las palancas del acelerador, lo que le hizo cruzar el cañón con más velocidad. Anakin lo consiguió. Pagalies no fue tan afortunado.
Anakin alcanzó a Sebulba en el Sacacorchos, pero el cruel dug lanzó una ráfaga de sus motores directamente sobre el joven humano. La vaina de Anakin perdió distancia, pero seguía estando en segundo lugar cuando seguía a la vaina de Sebulba a través del Aldabón del Diablo. Menos de un minuto después, Anakin seguá a Sebulba cruzando de nuevo el Estadio de Mos Espa.
¡Sólo una vuelta más!
Anakin permaneció a cola de Sebulba durante todo el recorrido, y estaba casi justo tras él cuando comenzaron a virar entre los estrechos confines del Cañón del Mendigo. Sebulba se echó rápidamente a un lado, obligando a Anakin a salirse del recorrido, hacia la pronunciada pendiente de una rampa de servicio... Un instante después, los motores de Anakin le estaban llevando hacia arriba, fuera del cañón, impulsándole hacia el cielo.
¡No!, pensó Anakin. Si no ganaba la carrera y el dinero del premio, no sería capaz de ayudar al Jedi a comprar las piezas de la nave que necesitaban para abandonar Tatooine. Y quería con ansias ayudar al Jedi y a la chica que viajaba con él.
¡No puedo perder!
Cuando su vaina alcanzó la máxima altitud que permitían sus elevadores de repulsión, Anakin mantuvo la calma mientras el vehículo se inclinaba para empezar el descenso hacia la superficie de Tatooine. Lejos, abajo, podía ver la vaina de Sebulba que seguía avanzando a través del cañón. Manteniendo la vista en la posición de Sebulba, Anakin maniobró para caer en picado. Sintió el aire que reasgaba sus mejillas mientras caía hacia el cañón, y luego cambió el ángulo de su vaina y aceleró para colocarse delante del airado dug.
La emoción de ir el primero no duró mucho. Mientras Anakin y Sebulba atravesaron la Caída de Jett de camino al Sacacorchos, el motor izquierdo de Anakin se sobrecalentó y comenaron a salir nubes de humo. Los ágiles dedos del niño ajustaron rápidamente los controles para corregir el mal funcionamiento, pero mientras las dos vainas salían disparadas del Aldabón del Diablo y volaban sobre los últimos tramos de la Llanura Hutt, Sebulba comenzó a embestir a Anakin por el lateral en un último y odioso intento de obligarle a abandonar la carrera.
¡Está loco!, pensó Anakin.
El dug golpeó a Anakin de nuevo, pero en lugar de echar a Anakin fuera de la carrera, las barras de dirección de ambas vainas chocaron y se engancharon entre sí. Anakin miró a Sebulba y vio cómo el dug fruncía el ceño. Si permanecían enganchados en esa posición todo el camino hasta la línea de meta, la carrera sería un empate, pero Anakin sabía que eso nunca ocurriría. Sebulba antes me mataría, o haría que ambos nos matásemos, antes de permitir un empate.
Anakin sacudió las palancas del acelerador en todos los sentidos. Tengo que liberarme.
Hubo un fuerte chasquido cuando la vaina de Anakin se liberó de la de Sebulba, y entonces los motores del dug explotaron. Sebulba gritó mientras su despedazada vaina comenzó a chocar contra la arena; Anakin giró bruscamente para evitar los escombros, y luego aceleró para cruzar la línea de meta.
¡Lo he hecho! ¡He ganado! ¡He ganado! La multitud del estadio se volvió loca.
Tras la carrera, un jubiloso Anakin se reunió con su madre, Padme, Jar Jar, R2-D2 y C-3PO en el hangar principal del estadio, donde Watto había entregado las piezas de nave que Qui-Gon había pedido. Anakin no había esperado una celebración de su victoria, pero cualquier esperanza de pasar más tiempo con sus nuevos amigos terminó cuando Qui-Gon apareció unos minutos más tarde y miró a sus compañeros de viaje.
-Vámonos -dijo-. Tenemos que llevar estos componentes a la nave.
Anakin se mordisqueó el labio inferior. Deseaba poder abandonar Tatooine también, pero sabía que era inútil que lo dijera. Mientras Parme y los otros se preparaban para marcharse, miró a Qui-Gon.
-Tengo algunas cosas que hacer antes de irme -le dijo-. Vuelve a casa con tu madre, y te veré allí en cosa de una hora.
Tras volver a casa con Shmi y C-3PO y asearse, Anakin no pudo resistir la tentación de salir fuera para encontrarse con algunos niños entusiastas que le habían visto en la Boonta. Disfrutaba con su atención, y lo hizo lo mejor que pudo para narrar al detalle los numerosos peligros que se había encontrado durante la carrera. Muchos de los niños estaban muy impresionados. Escuchaban atentamente hasta que le interrumpió un joven rodiano.
-Qué pena que no ganases de forma limpia y legal -dijo, hablando en huttés.
Anakin miró fijamente al rodiano.
-¿Me estás llamando tramposo? -dijo.
-Sí -dijo el rodiano-. No hay otro modo de que un humano pueda ganar. Me imagino que seguramente tú...
Antes de que el rodiano pudiera decir otra palabra, Anakin le había derribado sobre el suelo arenoso de la calle. Los demás niños comenzaron a gritar mientras Anakin se abalanzaba sobre el rodiano y comenzaba a lanzarle puñetazos. Sólo se habían intercambiado unos pocos golpes cuando una larga sombra apareció sobre ambos chicos. Distraído, Anakin miró hacia arriba para ver a Qui-Gon de pie junto a él. Un instante después, el rodiano se quitaba a Anakin de encima.
-¿Qué pasa aquí? -dijo Qui-Gon secamente, mirando a Anakin.
-Dijo que hice trampa -dijo Anakin con el ceño fruncido.
Manteniendo sus ojos fijos en Anakin, Qui-Gon alzó las cejas ligeramente.
-¿Es cierto? -dijo.
Anakin se sintió ligeramente ofendido por la pregunta. Después de todo, Qui-Gon sabía que no había hecho trampa.
-¡No! -exclamó Anakin, preguntándose por qué Qui-Gon no le defendía.
Impasible, Qui-Gon miró al rodiano.
-¿Sigues creyendo que hizo trampa? -preguntó.
-Sí -respondió en huttés el rodiano.
Anakin se incorporó, levantándose del suelo.
-Bueno, Ani -dijo Qui-Gon-. Tú sabes la verdad. Tendrás que aceptar su opinión. Pelearse no cambiará nada.
Quizá no, pensó Anakin mientras caminaba junto a Qui-Gon, dejando al rodiano y a los demás niños atrás. Pero no estaba del todo seguro de que la tolerancia fuese la mejor opción. Si tú no defiendes tu honor, nadie lo hará. Se preguntaba si los Jedi tenían que defender su honor alguna vez, pero no se atrevía a preguntárselo a Qui-Gon. Incluso aunque el Jedi no le había reprendido por pelearse con el rodiano, Qui-Gon había dejado bastante claro que no lo aprobaba.
Mientras caminaban el corto trecho de vuelta a la casa de Anakin, Qui-Gon explicó que ya se estaban realizando las reparaciones en la nave estelar de la Reina Amidala, y que había vendido la vaina de Anakin. Le tendió a Anakin una pequeña bolsa llena de créditos.
-Ten. Esto es tuyo -dijo Qui-Gon.
-¡Bien! -dijo Anakin, sintiendo el peso del saquito. Seguido por Qui-Gon, entró en su hogar, donde encontró a su madre sentada ante la mesa de trabajo-. ¡Mamá -exclamó-, hemos vendido la vaina! ¡Mira cuánto dinero!
-¡Oh, cielos! -dijo Shmi cuando Anakin mostró el contenido de la bolsa que llevaba-. ¡Ani, es magnífico!
-Y ha sido liberado -añadió Qui-Gon, de pie en la puerta.
Anakin dio la espalda a su madre y miró a Qui-Gon.
-¿Qué? -dijo, preguntándose si había escuchado bien.
-Ya no eres esclavo -dijo Qui-Gon.
Todavía algo aturdido por esa noticia inesperada, Anakin volvió a mirar a su madre.
-¿Has oído lo que ha dicho? -dijo.
-Ahora tus sueños podrán convertirse en realidad, Ani -dijo su madre-. Eres libre.
Entonces suspiró y bajo la mirada al suelo sucio.
Anakin pensó que su madre parecá estar triste, y no podía entender por que podría estarlo. Antes de poder preguntarlo, ella volvió la mirada a Qui-Gon.
-¿Lo llevará con usted? -dijo-. ¿Se convertirá en un Jedi?
-Sí -dijo Qui-Gon-. Nuestro encuentro no fue una coincidencia. Nada ocurre por accidente.
Sospechando que en realidad estaba soñando, Anakin miró al Jedi.
-¿Significa eso que podré ir entonces con usted en su nave?
Qui-Gon se acuclilló para que sus ojos estuvieran casi al mismo nivel que los del chico.
-Anakin -dijo-, adiestrarse para ser un Jedi no es reto sencillo, y aunque lo superes, es una vida dura.
-¡Pero yo quiero ir! -dijo Anakin-. Eso es lo que siempre he soñado hacer -Dando la espalda a Qui-Gon, miró suplicante a su madre-. ¿Puedo ir, mamá? -dijo.
Shmi sonrió.
-Anakin, es un camino que se ha abierto ante ti. La elección es sólo tuya.
Anakin dudó tan sólo un instante.
-Yo quiero hacerlo -dijo entonces.
-Entonces coge tus cosas -dijo Qui-Gon-. No hay mucho tiempo.
-¡Yupi! -exclamó Anakin mientras corría hacia su habitación, pero entonces se paró en seco cuando un doloroso pensamiento cruzó de pronto su mente. Dejó que su mirada viajase de Qui-Gon hacia su madre, y de vuelta al Jedi otra vez-. ¿Qué hay de mamá? ¿Ella también es libre?
-Intenté liberar a tu madre, Ani -dijo Qui-Gon-, pero Watto no lo aceptó.
¿Qué? Anakin sintió como su le hubieran dado una patada. Se acercó lentamente a su madre.
-¿Vendrás conmigo, verdad, mamá? -dijo.
Sentada aún junto a su mesa de trabajo, Shmi tomó las manos de Anakin entre las suyas.
-Hijo, mi sitio está aquí -dijo-. Mi futuro está aquí. Es hora de que vueles solo.
Anakin frunció el ceño.
-Yo no quiero que las cosas cambien.
-Pero no puedes detener los cambios -dijo Shmi-, como no puedes detener la puesta de los soles -Entonces atrajo a su hijo hacia sí y lo abrazó fuertemente-. Oh, te quiero -dijo. Pasaron unos instantes preciosos, luego separó a Anakin de su cuerpo-. Anda, deprisa -dijo. Le dió una ligera palmada en la espalda antes de que él saliera trotando hacia su habitación, pero sin tanto entusiasmo como antes.
La esquelética forma de C-3PO estaba desactivada, y permanecía tan callada e inmóvil comouna estatua cuando Anakin entró en su habitación. Anakin pulsó un interruptro en el cuello del droide, y un instante después los ojos de C-3PO parpadearon al encenderse.
-¡Oh! -dijo el droide, balbuceando ligeramente como si estuviera sorprendido de encontrarse incorporado-. Oh, vaya -Entonces vio al chico-. ¡Oh! Hola, amo Anakin.
-Bueno, Trespeó -dijo Anakin mientras recogía algunas de sus pertenencias-, he sido liberado, y voy a marcharme en una nave estelar.
-Amo Anakin, tú eres mi hacedor, y te deseo lo mejor. Sin embargo, preferiría estar un poco más... completo.
-Lamento no haberte terminado, Trespeó, ponerte la cubierta y eso -dijo Anakin mientras introducía algunas cosas en una bolsa de viaje-. Echaré de menos trabajar en ti. Has sido un colega estupendo -Anakin se colgó la bolsa del hombro-. Me aseguraré de que mamá no te venda nunca.
La cabeza de C-3PO retrocedió ligeramente.
-¿Venderme? -dijo con genuina preocupación.
-Adiós -dijo Anakin mientras dejaba la habitación.
-¡Oh, vaya! -exclamó a su espalda el droide.
Qui-Gon y Shmi observaron a Anakin salir de su habitación. De repente, Anakin recordó el implante explosivo del interior de su cuerpo.
-¿Está seguro de que no voy a estallar cuando abandonemos Tatooine? -dijo, mirando a Qui-Gon.
-Me aseguréde que Watto desactivase el transmisor de tu implante -dijo Qui-Gon-. Cuando lleguemos a nuestro destino, te lo extirparemos quirúrjicamente.
-Entonces vale -dijo Anakin-. Supongo que estoy todo lo preparado que puedo llegar a estar.
Hasta el momento en el que Anakin salió de su hogar precediendo a su madre y Qui-Gon, no se le había pasado por la cabeza que no tenía ni idea de cuando podría regresar a Tatooine. ¿Qué pasa si nunca vuelvo? De repense se sintió como si le movieran por control remoto, como si no tuviera completo control de sus propias piernas que le conducían hacia la ardiente luz del sol. Era difícil pensar con claridad. Todo lo que había pasado desde que el Jedi llegase a Tatooine parecía más un sueño que la realidad.
Sintió un doloroso pesar en el pecho mientras se despedía de su madre, pero debido a que no quería defraudar a Qui-Gon, trató de no hacer un gran drama del asunto. Comenzó a alejarse con Qui-Gon, tratando de concentrarse en el camino ante él, pero, con cada paso, sus piernas se sentían cada vez más pesadas. Había caminado sólo una corta distancia, cuando se paró, se giró, y corrió de vuelta hacia su madre.
Shmi se acuclilló y abrazó con fuerza a Anakin.
-No puedo hacerlo, mamá -lloró Anakin, fracasando en su intento de reprimir las lágrimas-. No puedo.
-Ani -dijo Shmi, apartándololigeramente con sus brazos de modo que podía ver su entristecido rostro.
-¿Volveré a verte? -balbuceó él.
-¿Qué es lo que te dice el corazón?
Anakin trató de escuchar a su corazón, pero todo lo que sentía era su dolor.
-Eso espero -dijo-. Sí... eso creo -añadió.
-Entonces volveremos a vernos.
Anakin tragó saliva con dificultad.
-Volveré para liberarte, mamá. Te lo prometo.
Shmi sonrió.
-Ahora sé valiente, y no mires atrás. No mires atrás.
Anakin hizo lo que su madre le había dicho, bajando su mirada hacia la calle llena de arena mientras seguía a Qui-Gon en su camino al salir de las viviendas. Cada paso era un esfuerzo para no perder el equilibrio, como si no pudiera estar completamente seguro de que ssus piernas no se detendrían o darían media vuelta para volver con su madre. Avanzaba hacia delante con dificultad, tratando de mantener el ritmo de las medidas zancadas de Qui-Gon. Ahogó un suspiro y sintió que se le secaba la garganta. Gracias al aire árido, no tenía que apartarse las lágrimas, porque se evaporaban a mayor velocidad de lo que podía llorar.
Cuando salían de Mos Espa, Qui-Gon y Anakin se detuvieron brevemente en la plaza del mercado para que Anakin pudiera despedirse de su amiga Jira, una anciana que vendía frutas llamadas pallies. Sentada tras su pequeño puesto de frutas, la curtida cara de Jira brilló al ver acercarse a Anakin.
-He sido liberado -anunció Anakin. Antes de que Jira pudiera hacer ningún comentario, le tendió algunas de sus ganancias-. Tenga -dijo-. Cómprese un climatizador con esto. Si no, estaré preocupado por usted.
Asombrada, Jira se quedó boquiabierta por un instante.
-¿Puedo darte un abrazo? -dijo entonces.
-Claro -dijo Anakin mientras se inclinaba hacia Jira.
-Ay, te echaré de menos, Ani -dijo Jira al separarse de él-. Eres el chico más simpático de toda la galaxia -Radiante, meneó un dedo ante él-. Cuídate.
-De acuerdo -dijo Anakin-. Adiós -Se alejó caminando con dificultad tras Qui-Gon.
Anakin y Qui-Gon estaban justo en las afueras de Mos Espa cuando Anakin tuvo un raro mpresentimiento... Como si les estuvieran siguiendo. Dudaba de que mereciera la pena mencionar esa sensación, pero un instante después Qui-Gon se detuvo de repente y se dio la vuelta mientras activaba su sable de luz, atacando a algo detrás de ellos. Asombrado una vez más ante la velocidad del Jedi, Anakin se quedó boquiabierto al ver cómo el sable de luz pasaba a través de un dispositivo negro, de forma esférica y con repulsoelevadores, que había estado flotando en el aire a sus espaldas. Limpiamente partido por la mitad, el destrozado aparato cayó al suelo. Qui-Gon se inclinó para examinar los restos que seguían siseando y soltando chispas.
-¿Qué es eso? -dijo Anakin.
-Un droide sonda -dijo Qui-Gon-. Qué extraño. Nunca he visto nada parecido.
Anakin había oído hablar antes acerca de los droide sonda. Parecían droides de seguridad, que habían sido diseñados para vigilar lugares, pero sus sensores y programación especializados eran más propios para espiar. Había escuchado rumores de que algunos droides sonda estaban equipados con armas, y que los hutts los usaban como asesinos.
Mirando a su alrededor en busca de cualquier indicio del desconocido propietario del droide sonda, Qui-Gon se alzó rápidamente.
-Vamos -dijo. Se giró y comenzó a correr delante de Anakin, alejándose de Mos Espa y entrando en los páramos del desierto.
Anakin hizo todo lo que pudo para no distanciarse del alto Jedi mientras corrían por las dunas. Pero cuando Anakin pudo ver la larga, lisa y brillante nave estelar de la Reina Amidala justo frente a él, ya iba una buena distancia por detrás del Jedi. Anakin ninca había visto una nave como esa. Su superficie era tan altamente reflectante, que resultaba literalmente cegadora bajo la luz del sol, y Anakin tenía que entornar los ojos para mirarla directamente. Cuando quedó aún más retrasado tras Qui-Gon, temió no poder alcanzar nunca esa preciosa nave.
-¡Qui-Gon, pare! -gritó Anakin mientras avanzaba con dificultad por la oscilante arena-. ¡Estoy cansado!
Qui-Gon se giró y Anakin creyó que le estaba mirando a él, pero entonces escuchó el zumbido de un motor que se aproximaba por detrás.
-¡Anakin, al suelo! -gritó Qui-Gon.
Sin dudarlo, Anakin se lanzó contra la arena justo cuando una moto deslizadora con forma de guadaña pasba sobre él. Anakin alzó la mirada para ver una figura con una capucha negra encender un sable de luz de hoja roja y saltar de la moto. Mientras la moto seguía avanzando sin su piloto, Qui-Gon encendió su propio sable de luz justo a tiempo de bloquear un golpe de su letal asaltante.
-¡Corre! -gritó Qui-Gon a Anakin-. ¡Diles que despeguen!
De nuevo, Anakin obedeció al Jedi sin hacer preguntas. Mientras se levantaba y corría, tan sólo pudo echar un rápido vistazo al rostro del guerrero oscuro, que estaba cubierto por marcas dentadas rojas y negras. Anakin no se detuvo a evaluar si un color correspondía a la piel de la criatura, y el otro era tatuado. Tan sólo siguió corriendo. Y, tan cansado como estaba tras la larga marcha desde Mos Espa, nunca había corrido tan rápido de lo que lo hizo cuando se abalanzó hacia la nave. Prácticamente voló por la rampa de acceso hasta la bodega delantera de la nave. Justo en el interior dela escotilla, encontró a Padme hablando con un hopmbre alto con una túnica de cuero.
-¡Qui-Gon está en apuros! -exclamó Anakin entre jadeos-. ¡Dice que despeguemos! ¡Ya!
El hombre miró a Anakin con el ceño fruncido.
-¿Quién eres? -preguntó.
-Es un amigo -respondió Padme por Anakin mientras cogía al chico sin aliento de un brazo y lo condicía hacia el puente de la nave. El hombre les siguió mientras entraban en el puente, donde otros dos hombres -un tipo mayor con piloto de uniforme, y un hombre más joven con túnica- estaban comprobando los controles,
-Qui-Gon está en apuros -dijo el hombre que había seguido a Padme y Anakin.
El hombre joven de la túnica se agachó junto al piloto.
-Despegue -dijo-. Luego miró por la ventanilla de la nave-. Por allí -dijo, señalando-. Vuele bajo.
Anakin permanecía de pie tras el hombre de la túnica y siguió su mirada para ver a Qui-Gon batiéndose con el guerrero oscuro. En el breve tiempo que llevaba conociendo a Qui-Gon, Anakin había llegado a considerar al Jedi como un ser invencible, pero, ahora, realmente temía por la vida de Qui-Gon.
Los motores de la nave arrancaron, y entonces se elevó de la tierra y comenzó a moverse por el aire hacia la posición de Qui-Gon. Anakin mantuvo el aliento mientras pasaban sobre las figuras que luchaban, y luego miró un monitor que mostraba la bodega delantera. Un instante después, Qui-Gon entraba rodando en la bodega y se desplomaba contra el suelo. Anakin comprendió que Qui-Gon había saltado a la rampa de aterrizaje de la nave, que seguía extendida. ¡Lo logró!
El hombre de la túnica corrió del puente a la bodega delantera, y Anakin le siguió. Qui-Gon aún estaba recobrando el aliento cuando hizo las presentaciones entre Anakin y su aprendiz Jedi. Obi-Wan Kenobi.

A la partida de Anakin de Tatooine siguió una vertiginosa serie de acontecimientos: su llegada al mundo cubierto de rascacielos de Coruscant, hogar del Senado Galáctico y del Templo Jedi; su encuentro con Yoda, Mace Windu y los demás miembros del Consejo Supremo Jedi, quienes probaron sus habilidades con el poder que ellos llamaban la Fuerza; el subsiguiente rechazo del consejo a la petición de Qui-Gon de entrenar a Anakin para que se convirtiera en Jedi, incluso a pesar de que Qui-Gon insistiera en que Anakin era el “elegido”. La mente de Anakin daba vueltas. ¿Elegido? ¿Elegido para qué?
Antes de que Anakin pudiera comenzar a comprender del todo su situación, estaba viajando de nuevo con Qui-Gon y Obi-Wan, mientras escoltaban a la suntuosamente vestida reina Amidala de vuelta a Naboo, que había sido invadida por los ejércitos droide de la Federación de Comercio nemoidiana. En Naboo, Anakin quedó anonadado al descubrir que Padme Naberrie se había hecho pasar por una doncella por razones de seguridad, y que ella era en realidad Padme Amidala, la auténtica reina de Naboo.
Empujado de repente a la batalla entre los droides de la Fedreación de Comercio y los habitantes de Naboo, Anakin apenas tuvo tiempo de refugiarse en la cabina de un caza estelar cuando Qui-Gon y Obi-Wan se enfrentaron al mismo guerrero oscuro que había aparecido en Tatooine. Aunque Anakin no había pretendido pilotar el caza estelar para destruir la gran nave que controlaba a los droides de la Federación, sus acciones llevaron un rápido final a la invasión.
Tras la batalla, Anakin se encontró con Obi-Wan en el palacio de la reina. Por la expresión de pesar de Obi-Wan, Anakin supo lo que había ocurrido. Qui-Gon Jinn había muerto.
Tres dáis más tarde, el Consejo Jedi aceptó el último deseo de Qui-Gon, y permitió que Anakin se convirtiera en el aprendiz de Obi-Wan. Cuando Anakin descubrió que incluso el nombrado Canciller Supremo Palpatine, el antiguo senador de Naboo, estaba al tanto de su papel en la destrucción de la nave de control de droides, pensó que había llegado todo lo lejos que un esclavo de Tatooine podía llegar.
Pero sus aventuras sólo acababan de empezar.

domingo, 8 de febrero de 2009

Caza Tie: Las crónicas de Stele (y XII)

Epílogo
Maarek vio al almirante descender de su lanzadera personal y avanzar hacia la salida del hangar. Avanzaba lentamente, aparentemente sumido en una honda reflexión. Al cabo de un instante, se detuvo y miró a su alrededor. Sus ojos recorrieron la sala y se detuvieron sobre Maarek. Durante un instante, no le reconoció, pero la memoria le volvió rápidamente.
-¡Stele! -gritó.
-¿Almirante? -respondió el joven piloto mientras avanzaba hacia el almirante Mordon, y saludándole al modo oficial: la mano derecha posada sobre el pecho.
El almirante le hizo un gesto para que dejara de saludar, y le sonrió.
-Entonces, ahora que has probado las alegrías de la vida de piloto, ¿te gusta?
-¡Sí, señor! ¡Ya lo creo que sí!
Mordon rompió a reír.
-Te has convertido en un buen piloto, Stele, pero, ¿aún eres capaz de reflexionar? Voy a decirte una cosa: esta galaxia no hace ningún regalo a los que pierden su fuerza de voluntad. Y creo que las cosas van a cambiar muy pronto.
-¿Qué quiere decir? -preguntó.
-Ah, joven Stele. Siento la traición y la mentira. He sobrevivido mucho tiempo en este trabajo porque siento ese tipo de cosas. Así como también siento la lealtad, la devoción y la esperanza. Puedes creerme. No hay que fiarse de las apariencias -el almirante parecía tener ganas de hablar, aunque Maarek tuvo la impresión de que hablaba mientras pensaba en otra cosa. Pero aún no había terminado-. Hazte valer en las misiones y quizá tú también puedas adivinar los acontecimientos. Presta mucha atención a lo que te rodea, y puede que... puede que tú también llegues a comandar una nave almirante algún día.
-Sí, señor -respondió Maarek-. ¿Pero qué debo hacer hasta entonces?
-Es una buena pregunta, piloto. Sobrevivir. Destruir al enemigo. Obedecer las órdenes. Cumplir con tu misión, ganar tus citaciones, abrir los ojos y cerrar la boca. Pero, sobre todo, seguir vivo. Es lo esencial -el almirante encontraba sus palabras muy divertidas, y estalló en una enorme carcajada-. Stele, me diviertes. Ven a verme uno de estos días. Mi puerta siempre está abierta. Utiliza esta contraseña con el centinela. Dile que hay niebla sobre Ciudad Celadon, y te dejará entrar. Hasta pronto, Stele.
El almirante dio media vuelta. Maarek le oyó reír solapadamente al alejarse. Volvió a sus tareas intentando no pensar en Mordon.