jueves, 5 de marzo de 2009

El honor de los Jedi (23)

23
Luke aleja su mano de su bláster, aunque lo hace muy a regañadientes. Conoce a los imperiales demasiado bien como para confiar en ellos. Allá en Tatooine, las tropas de asalto arrasaron la granja de humedad de sus padres adoptivos. Aunque Luke había tenido durante mucho tiempo sueños de luchar por la Alianza, su tía Beru y su tío Owen eran gente sencilla sin simpatías rebeldes. Eso no detuvo a los soldados de asalto que quemaron su hogar y los asesinaron.
Tras la incursión, Luke convirtió sus sueños en realidad. Deseando poner freno al poder del Imperio, Luke se unió a la Rebelión y dedicó su vida a oponerse a la tiranía.
Este preciso instante, sin embargo, no es el mejor para ejercitar esa oposición. Los soldados de asalto le superan en número en una proporción de seis a uno, y Luke es lo bastante prudente como para darse cuenta de que no puede contar con ninguna ayuda por parte de extraños. Además, parece que los imperiales encuentran al hombre carismático más interesante que él. Incluso dadas las malas probabilidades, Luke podría ayudar al extraño, pero parece que este no desea resistirse al arresto.
Después de que Luke coloca sus manos sobre la mesa, el hombre se pone en pie y se gira para mirar al general imperial a la cara.
-Llévame, Sebastian -dice-. Sabes que no me resistiré.
-Mi título es Gobernador General, traidor -dice el imperial-. Y antes de que termine contigo, estarás suplicando que te conceda la muerte.
-Puede ser, Sebastian. Pero por cada gota de sangre que viertas, un millón de seres se alzarán en rebelión.
-Entonces verteré un millón de cubos de sangre.
Tras una breve duda, el hombre carismático vuelve su rostro a los mineros.
-¡Difundid la noticia de mi arresto entre vuestros compañeros, y resistid al malvado Imperio! No puede gobernar sin vuestra cooperación...
Un soldado de asalto avanza tranquilamente y estrella la culata de su rifle contra la cabeza del orador. Otros dos soldados recogen al hombre mientras se desploma, y lo arrastran hacia la puerta.
El Gobernador General estudia la sala con una mirada siniestra.
-Si el Imperio no puede gobernar sin vuestra cooperación -dice tras una larga pausa-, entonces os aplastará. Difundid esa noticia entre vuestros compañeros.
El general gira sobre sus talones y se marcha, seguido de sus soldados de asalto. Los parroquianos se ignoran entre ellos, ansiosos por no comentar lo que habían visto.
A su lado, el minero que Luke recordaba apartándose cuando aparecieron los imperiales agitó con tristeza la cabeza.
-¿Qué...? -El ultraje y la confusión soltaron la lengua de Luke, y tuvo que detenerse a sí mismo para no protestar en voz alta. ¿Aprenderá alguna vez a pensar antes de hablar?
Pero el sonido ha captado la atención del minero. Tiene la complexión rojiza y la nariz bulbosa de un hombre que disfruta de intoxicantes líquidos quizá más a menudo de lo que debiera, pero también tiene una mirada firme, honesta.

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