de Peter Schweighofer
Aquella noche el grupo de la taberna se había trasladado a través de las calles del espaciopuerto del distrito de Wroona, siguiendo una serie de callejuelas.
–Conozco al Moff Jellrek –dijo Jai, caminando a la cabeza del grupo–. Casi lo mato yo misma.
–Para aquellos que se encuentran con el Moff Jellrek, habitualmente la primera respuesta es intentar acabar con él –dijo Tru'eb.
–Yo lo he intentado tantas veces, que ha puesto una recompensa sobre mi cabeza –replicó Jai.
–¿Qué usaste, un rifle de francotirador? –preguntó Platt.
–Los rifles no son mi estilo –dijo Jai–. Usé explosivos. De tipo concentrado.
El grupo se detuvo ante una puerta al final de un callejón oscuro. Dirk golpeó tres veces con los nudillos, y entonces la puerta se abrió.
–Lo hong, lo hong, nechak –saludó el rodiano del interior.
–Vayamos a la caza, Tulagn –dijo Dirk, indicando con la mano a los demás que entrasen. El almacén trasero estaba repleto de contenedores de plástico sin etiquetar–. ¿Dónde está la mercancía?
El rodiano se inclinó sobre un contenedor cerca del centro de la habitación. Lo abrió y sonrió mostrando las cargas explosivas del interior.
–¡Guau! –exclamó Starter–. Debe haber suficientes bombas en ese contenedor como para volar un destructor estelar. ¿Qué vais a hacer con todo ese...?
Platt puso la mano sobre la boca de Starter, haciéndole callar.
Dirk tanteó en su mano una de las cargas. Miró a Jai.
–¿Cuántas crees que necesitaremos?
Jai se acercó al contenedor y examinó otra carga.
–Yo diría que unas cinco... deberían ser suficientes.
Starter, liberado del agarre de Platt, abrió otro contenedor y extrajo uno de los detonadores termales embalados en el contenedor.
–¡Eh, Jai! ¡Atrápalo! –exclamó Starter, lanzándole el detonador.
Ella se giró, abriendo los ojos como platos y mostrándose frenética cuando vio el detonador volando por el aire. Jai lo atrapó con una mano, y luego se aseguró de que no estaba activado.
Starter estaba de pie en una esquina, riéndose entre dientes.
–Te has alterado un poco, ¿no, Jai?
Antes de que Starter pudiera retomar el aliento, Jai lanzó su mano libre hacia su cuello, atrapándole contra el muro.
–Nunca, jamás, bromees con un detonador termal –resopló–. O te encontrarás con uno metido por la garganta...
–¿Podríamos intentar comportarnos un poco como seres civilizados? –preguntó Tru'eb. Jai soltó su presa y Starter jadeó en busca de aire–. Gracias –dijo Tru'eb.
–Nos llevaremos cinco –dijo Dirk al rodiano.
–¿Por qué estaba tan tensa con el detonador? –preguntó Starter a Platt–. Sólo era una broma.
–Tu reacción a la broma de Starter fue bastante extrema –apuntó Tru'eb.
–Digamos que he tenido algunas malas experiencias con detonadores termales –espetó Jai.
–¿Quieres contárnoslas? –sugirió Platt.
Jai recorrió con un dedo la cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda y luego miró a Dirk, quien estaba ocupado regateando con el rodiano por los explosivos.
–Supongo que tenemos tiempo –dijo, sentándose en un contenedor.
–El Moff Jellrek ya había puesto una recompensa sobre mi cabeza por varios intentos de asesinato frustrados –comenzó Jai–. Tenía que hacer volar por los aires a ese tío antes que uno de sus matones a sueldo hiciera lo mismo conmigo. Estaba en Romar, donde el Moff Jellrek tenía su finca. Había escondido mi nave en los páramos de Derrbi y caminé durante tres días, esquivando sensores y patrullas de exploración, hasta que llegué a la mansión...
Jai se agazapó tras unos arbustos podados con formas de fantasía, escaneando la zona en busca de patrullas. Dos soldados del ejército rondaban cerca de la entrada principal de la mansión, pero el breve trayecto hacia la puerta abierta del hangar de elevadores de repulsión estaba despejado. Comprobó su pistola bláster pesada, asegurándose de que el seguro estaba quitado, y asegurándose después de que las dos cargas explosivas de su mochila estaban listas. Cerró la solapa de la bolsa, miró en busca de más guardias, y entonces salió corriendo hacia la bahía.
No había nadie dentro. Unas pocas motos deslizadoras flotaban a lo largo de uno muro, pero la carro deslizador de comando del Moff estaba justo junto la ancha entrada del hangar. Jai echó un vistazo a su cronómetro: el Moff partiría en cinco minutos hacia el espaciopuerto. Si Jai trabajaba lo bastante rápido, sería el vuelo más corto de su vida.
Abrió la compuerta de la estación del piloto y se asomó al interior. Colocó el temporizador del detonador en cinco minutos, activó la carga y la fijó bajo la consola de mando del piloto con la placa de agarre magnética. Hizo lo mismo con la otra carga explosiva, pero la colocó bajo la consola opuesta.
Jai estaba a punto de deslizarse al exterior del deslizador cuando descubrió una pequeña pantalla y una rueda de control ocultas bajo la consola del copiloto. Tras chequear los cables y los circuitos unidos la pequeña unidad, hizo girar la rueda unas posiciones. La pantalla se iluminó: 01:00, 00:59, 00:58, 00:57...
El Moff Jellrek realmente va a llevarse su merecido esta vez, pensó Jai.
Se deslizó al exterior del deslizador de comando y se dispuso a cerrar la compuerta.
–¡Alto! –gritó el soldado cerca de la puerta del hangar–. Quédese donde está.
En un ágil movimiento Jai extrajo el bláster e hizo que el soldado cayera al suelo. Sin duda más guardias lo habrían oído. Necesitaba una escapatoria rápida, y no en el deslizador de comando.
El soldado salió disparado hacia un lado de ella y chocó contra las rocas en una feroz explosión.
Tras hacer algunas reparaciones en la unidad elevadora de repulsión de la moto deslizadora, Jai volvió a su nave, la Agorera, un pequeño carguero Ghtroc posado en uno de los cañones de los páramos de Derrbi. Saltó de la moto deslizadora y escupió en el polvo. Había vuelto a dejar escapar al Moff Jellrek.
Jai dio un paso hacia su nave y se detuvo. Algo iba mal. Sacó su bláster, escudriñando todo el rato los promontorios rocosos. Jai olisqueó el aire. Alguien había estado ahí.
Avanzando con cuidado a la compuerta de la nave más cercana, inspeccionó el polvo. Justo como pensaba: huellas de pisadas. Se dirigían desde el cañón directamente a la compuerta.
Jai presionó el panel de apertura de la compuerta y se agazapó a un lado de la rampa de entrada.
La rampa zumbó mientras descendía desde el casco. Huellas polvorientas conducían al interior del carguero. Jai entró cautelosamente en la nave, con el bláster preparado. Las huellas conducían a la cabina, pero Jai comprobó la estación de ingeniería, la cabina de tripulación y la bodega primero. Cuando la puerta de la cabina se abrió deslizándose, Jai no vio a nadie. Se aproximó a los asientos del piloto y el copiloto.
–¿Qué dem...?
Un detonador termal yacía en la silla del piloto, con varias luces de colores apagándose metódicamente...
Jai se giró y salió corriendo de la nave, cruzando de un salto la compuerta y cayendo al polvo.
Jai examinó a la cazadora, y entonces vio otro detonador termal enganchado a su cinto. Podía sentir el frío filo del cuchillo acercándose a su garganta. Jai alcanzó el detonador, giró el interruptor de armado y luego dio una patada en las tripas a la cazadora. El cuchillo se deslizó por su cara mientras caía de la mano de la cazarrecompensas. Jai saltó hacia la rampa de la nave y la cerró tras ella. Agarrándose en costado, encontró el detonador termal aún parpadeando en la silla del piloto: 00:00 00:00 00:00 00:00
Jai soltó una maldición y luego dio energía a la nave. Mientras despegaba, el detonador termal que había activado en la armadura de la cazarrecompensas incineraba el cañón y zarandeó la Agorera. Jai barrió todo el cañón con las armas de la Agorera, sólo para asegurarse. Pero no había ni rastro de la cazarrecompensas...
–Y hasta hoy, no tengo ni idea de qué pasó con Beylyssa –dijo Jai–. Por eso me altero tanto cuando gente como tú comienza a hacer el tonto con ellos. –Miró fijamente a Starter.
–Eh, no sabía que esa cazarrecompensas te hubiera cortado así la cara –dijo Starter–. No es que te haga parecer fea ni nada de eso... Quiero decir, es como, eh...
–Aquel que guarda silencio vive más que aquel que menea su lengua –aconsejó Tru'eb, dándole a Starter unos golpecitos en el hombro.
–He oído decir que Beylyssa sigue por ahí –añadió Platt–. O al menos alguien como ella que usa ese truco del detonador sin armar.
–Bueno, ella necesita comprar sus explosivos en algún sitio –gruñó Dirk–. Dime, Tulagn, ¿has conocido alguna vez una cazarrecompensas que extrajera los iniciadores de los detonadores termales?
El rodiano se encogió de hombros.
–Ne hinga, en lochak.
–Quizá... –murmuró Dirk–. Estamos listos.
–Genial –exclamó Platt–. ¿Qué os parece una copa en mi nave antes de dormir? Tengo una buena provisión de tovash gruviano para ayudarnos a todos a dormir bien...
–Conozco al Moff Jellrek –dijo Jai, caminando a la cabeza del grupo–. Casi lo mato yo misma.
–Para aquellos que se encuentran con el Moff Jellrek, habitualmente la primera respuesta es intentar acabar con él –dijo Tru'eb.
–Yo lo he intentado tantas veces, que ha puesto una recompensa sobre mi cabeza –replicó Jai.
–¿Qué usaste, un rifle de francotirador? –preguntó Platt.
–Los rifles no son mi estilo –dijo Jai–. Usé explosivos. De tipo concentrado.
El grupo se detuvo ante una puerta al final de un callejón oscuro. Dirk golpeó tres veces con los nudillos, y entonces la puerta se abrió.
–Lo hong, lo hong, nechak –saludó el rodiano del interior.
–Vayamos a la caza, Tulagn –dijo Dirk, indicando con la mano a los demás que entrasen. El almacén trasero estaba repleto de contenedores de plástico sin etiquetar–. ¿Dónde está la mercancía?
El rodiano se inclinó sobre un contenedor cerca del centro de la habitación. Lo abrió y sonrió mostrando las cargas explosivas del interior.
–¡Guau! –exclamó Starter–. Debe haber suficientes bombas en ese contenedor como para volar un destructor estelar. ¿Qué vais a hacer con todo ese...?
Platt puso la mano sobre la boca de Starter, haciéndole callar.
Dirk tanteó en su mano una de las cargas. Miró a Jai.
–¿Cuántas crees que necesitaremos?
Jai se acercó al contenedor y examinó otra carga.
–Yo diría que unas cinco... deberían ser suficientes.
Starter, liberado del agarre de Platt, abrió otro contenedor y extrajo uno de los detonadores termales embalados en el contenedor.
–¡Eh, Jai! ¡Atrápalo! –exclamó Starter, lanzándole el detonador.
Ella se giró, abriendo los ojos como platos y mostrándose frenética cuando vio el detonador volando por el aire. Jai lo atrapó con una mano, y luego se aseguró de que no estaba activado.
Starter estaba de pie en una esquina, riéndose entre dientes.
–Te has alterado un poco, ¿no, Jai?
Antes de que Starter pudiera retomar el aliento, Jai lanzó su mano libre hacia su cuello, atrapándole contra el muro.
–Nunca, jamás, bromees con un detonador termal –resopló–. O te encontrarás con uno metido por la garganta...
–¿Podríamos intentar comportarnos un poco como seres civilizados? –preguntó Tru'eb. Jai soltó su presa y Starter jadeó en busca de aire–. Gracias –dijo Tru'eb.
–Nos llevaremos cinco –dijo Dirk al rodiano.
–¿Por qué estaba tan tensa con el detonador? –preguntó Starter a Platt–. Sólo era una broma.
–Tu reacción a la broma de Starter fue bastante extrema –apuntó Tru'eb.
–Digamos que he tenido algunas malas experiencias con detonadores termales –espetó Jai.
–¿Quieres contárnoslas? –sugirió Platt.
Jai recorrió con un dedo la cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda y luego miró a Dirk, quien estaba ocupado regateando con el rodiano por los explosivos.
–Supongo que tenemos tiempo –dijo, sentándose en un contenedor.
–El Moff Jellrek ya había puesto una recompensa sobre mi cabeza por varios intentos de asesinato frustrados –comenzó Jai–. Tenía que hacer volar por los aires a ese tío antes que uno de sus matones a sueldo hiciera lo mismo conmigo. Estaba en Romar, donde el Moff Jellrek tenía su finca. Había escondido mi nave en los páramos de Derrbi y caminé durante tres días, esquivando sensores y patrullas de exploración, hasta que llegué a la mansión...
Jai se agazapó tras unos arbustos podados con formas de fantasía, escaneando la zona en busca de patrullas. Dos soldados del ejército rondaban cerca de la entrada principal de la mansión, pero el breve trayecto hacia la puerta abierta del hangar de elevadores de repulsión estaba despejado. Comprobó su pistola bláster pesada, asegurándose de que el seguro estaba quitado, y asegurándose después de que las dos cargas explosivas de su mochila estaban listas. Cerró la solapa de la bolsa, miró en busca de más guardias, y entonces salió corriendo hacia la bahía.
No había nadie dentro. Unas pocas motos deslizadoras flotaban a lo largo de uno muro, pero la carro deslizador de comando del Moff estaba justo junto la ancha entrada del hangar. Jai echó un vistazo a su cronómetro: el Moff partiría en cinco minutos hacia el espaciopuerto. Si Jai trabajaba lo bastante rápido, sería el vuelo más corto de su vida.
Abrió la compuerta de la estación del piloto y se asomó al interior. Colocó el temporizador del detonador en cinco minutos, activó la carga y la fijó bajo la consola de mando del piloto con la placa de agarre magnética. Hizo lo mismo con la otra carga explosiva, pero la colocó bajo la consola opuesta.
Jai estaba a punto de deslizarse al exterior del deslizador cuando descubrió una pequeña pantalla y una rueda de control ocultas bajo la consola del copiloto. Tras chequear los cables y los circuitos unidos la pequeña unidad, hizo girar la rueda unas posiciones. La pantalla se iluminó: 01:00, 00:59, 00:58, 00:57...
El Moff Jellrek realmente va a llevarse su merecido esta vez, pensó Jai.
Se deslizó al exterior del deslizador de comando y se dispuso a cerrar la compuerta.
–¡Alto! –gritó el soldado cerca de la puerta del hangar–. Quédese donde está.
En un ágil movimiento Jai extrajo el bláster e hizo que el soldado cayera al suelo. Sin duda más guardias lo habrían oído. Necesitaba una escapatoria rápida, y no en el deslizador de comando.
El soldado salió disparado hacia un lado de ella y chocó contra las rocas en una feroz explosión.
Tras hacer algunas reparaciones en la unidad elevadora de repulsión de la moto deslizadora, Jai volvió a su nave, la Agorera, un pequeño carguero Ghtroc posado en uno de los cañones de los páramos de Derrbi. Saltó de la moto deslizadora y escupió en el polvo. Había vuelto a dejar escapar al Moff Jellrek.
Jai dio un paso hacia su nave y se detuvo. Algo iba mal. Sacó su bláster, escudriñando todo el rato los promontorios rocosos. Jai olisqueó el aire. Alguien había estado ahí.
Avanzando con cuidado a la compuerta de la nave más cercana, inspeccionó el polvo. Justo como pensaba: huellas de pisadas. Se dirigían desde el cañón directamente a la compuerta.
Jai presionó el panel de apertura de la compuerta y se agazapó a un lado de la rampa de entrada.
La rampa zumbó mientras descendía desde el casco. Huellas polvorientas conducían al interior del carguero. Jai entró cautelosamente en la nave, con el bláster preparado. Las huellas conducían a la cabina, pero Jai comprobó la estación de ingeniería, la cabina de tripulación y la bodega primero. Cuando la puerta de la cabina se abrió deslizándose, Jai no vio a nadie. Se aproximó a los asientos del piloto y el copiloto.
–¿Qué dem...?
Un detonador termal yacía en la silla del piloto, con varias luces de colores apagándose metódicamente...
Jai se giró y salió corriendo de la nave, cruzando de un salto la compuerta y cayendo al polvo.
Jai examinó a la cazadora, y entonces vio otro detonador termal enganchado a su cinto. Podía sentir el frío filo del cuchillo acercándose a su garganta. Jai alcanzó el detonador, giró el interruptor de armado y luego dio una patada en las tripas a la cazadora. El cuchillo se deslizó por su cara mientras caía de la mano de la cazarrecompensas. Jai saltó hacia la rampa de la nave y la cerró tras ella. Agarrándose en costado, encontró el detonador termal aún parpadeando en la silla del piloto: 00:00 00:00 00:00 00:00
Jai soltó una maldición y luego dio energía a la nave. Mientras despegaba, el detonador termal que había activado en la armadura de la cazarrecompensas incineraba el cañón y zarandeó la Agorera. Jai barrió todo el cañón con las armas de la Agorera, sólo para asegurarse. Pero no había ni rastro de la cazarrecompensas...
–Y hasta hoy, no tengo ni idea de qué pasó con Beylyssa –dijo Jai–. Por eso me altero tanto cuando gente como tú comienza a hacer el tonto con ellos. –Miró fijamente a Starter.
–Eh, no sabía que esa cazarrecompensas te hubiera cortado así la cara –dijo Starter–. No es que te haga parecer fea ni nada de eso... Quiero decir, es como, eh...
–Aquel que guarda silencio vive más que aquel que menea su lengua –aconsejó Tru'eb, dándole a Starter unos golpecitos en el hombro.
–He oído decir que Beylyssa sigue por ahí –añadió Platt–. O al menos alguien como ella que usa ese truco del detonador sin armar.
–Bueno, ella necesita comprar sus explosivos en algún sitio –gruñó Dirk–. Dime, Tulagn, ¿has conocido alguna vez una cazarrecompensas que extrajera los iniciadores de los detonadores termales?
El rodiano se encogió de hombros.
–Ne hinga, en lochak.
–Quizá... –murmuró Dirk–. Estamos listos.
–Genial –exclamó Platt–. ¿Qué os parece una copa en mi nave antes de dormir? Tengo una buena provisión de tovash gruviano para ayudarnos a todos a dormir bien...
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