lunes, 16 de marzo de 2009

Tarifa de buscador

Tarifa de buscadorde Peter Schweighofer

Thella sabía que el Buscador les estaría esperando en la parte trasera del Laberinto de Lorana. Y sólo podría ser capaz de conseguir que su equipo de infiltración abandonase el planeta si el Imperio no les aguaba la fiesta.
Thella tomó a su primer oficial, un hombre zafio y bruto llamado Huffreys, y le condujo de la mano al interior del bar. El renombrado Laberinto del puerto estelar de Kelada era un laberinto de barras de bar retorcidas y mesas de la misma altura que las barras, organizadas en un puzzle a tamaño natural. Parroquianos de todas las especies abarrotaban el local, cortándoles el paso, fumando, bebiendo, conversando con diversos sonidos y tonos. Algunas criaturas, que no les llegaban más arriba de las rodillas, les estorbaban a su paso.
Thella se echó la mano al bolsillo del hombro de su chaqueta de vuelo y lo comprobó. La solapa estaba bien cerrada y la tarjeta de datos segura en su interior. Habían pasado por un montón de problemas para conseguir esa información del Imperio... no estaba dispuesta a que unas pocas dificultades se interpusieran en su camino.
Huffreys empujó a varias criaturas a su paso, mirando escépticamente a Thella durante todo el rato, como poniendo en duda su cordura por acudir allí. Thella sabía que no le gustaba tratar con alienígenas. Pero en ese momento, el Buscador era el único que podría ayudarles.
Los únicos tres cubículos de todo el bar estaban al final del laberinto, si se podía decir que el laberinto tuviera un fin, y si uno podía encontrarlo. Por momentos, la marcha pareció extenderse eternamente. Pero tras un buen rato de abrirse paso y empujar y casi caer tropezando en los pequeños alienígenas que deambulaban, Thella y Huffreys encontraron los tres cubículos al final del laberinto. Y sentado en uno de ellos estaba el Buscador.
Realmente no parecía tan omnipotente como Thella había imaginado. El Buscador era un twi'lek, algo más alto que la media, envuelto en una túnica gris y una capa negra con capucha. Sus manos flotaban majestuosas sobre unas cuantas tabletas de datos dispersas en la mesa. Dos de los pequeños alienígenas de escamas rojas miraban por encima de su hombro desde la esquina del cubículo, observando las tabletas de datos como si fueran comida.
–Yo soy Loh'khar, el Buscador –dijo el twi'lek, levantando la vista de sus tabletas de datos como si los saludos fueran una distracción–. ¿Está buscando una forma segura de abandonar Kelada para usted y sus amigos?
Thella retrocedió un paso.
–¿Cómo lo ha sabido?
Loh'khar le devolvió la mirada con ojos astutos.
–Mi trabajo es saber esas cosas –dijo–. Mi trabajo no es decirle cómo.
Oh. Thella se deslizó en el banco opuesto al del twi'lek. Huffreys se quedó de pie justo en el exterior del cubículo observando a Loh'khar y a los parroquianos del bar, con la mano sobre la culata de su bláster.
–¿Así es como es como esperaba la hospitalidad de su anfitrión? –preguntó Loh'khar, mirando a Thella por encima de las palmas de sus manos, vueltas hacia arriba. Los dos alienígenas de escamas rojas sonreían para sí mismos en la esquina.
Thella se mordió el labio, y entonces sacó un saquito de su cinturón de herramientas. Lo lanzó, y el saco aterrizó con un golpe seco cerca de una de las manos de Loh'khar. Él lo abrió, olió cuidadosamente el contenido, tiró de las correas para cerrarlo y secuestró el saco en uno de los pliegues de su túnica.
Kau'lehalle so fendoon –dijo–. Los huéspedes son bienvenidos. Bien, he oído que se han metido en problemas con las fuerzas del orden imperial.
–Vayamos al grano –dijo Thella, inclinándose sobre la mesa–. Tengo que sacar volando de aquí a seis miembros de mi equipo. Los imperiales confiscaron nuestro transporte dejándolo bajo vigilancia con dos escuadras de soldados de asalto en cuanto nos descubrieron entrando en su banco de datos.
–¿Para qué sistema requieren transporte? –preguntó tranquilamente Loh'khar.
–Cualquiera en el que no haya imperiales. Gelgelar servirá. Podemos tomar allí otro transporte para nuestro destino final. Necesito un piloto hábil que pueda abrirse paso por el bloqueo imperial de ahí arriba. Necesito un médico de campo, o al menos un droide Emedé que pueda curar a mi especialista en seguridad. Necesito una unidad de desencriptado.
–¿Está segura de que lo que recuperaron del puesto de la guarnición imperial necesita una unidad de desencriptado? –la reprendió Loh'khar–. Juraría que el procesador que robaron necesitaría una tableta de interfaz...
–Lo que sea. Y necesito todo pronto... antes de que los soldados de asalto que peinan este puerto estelar encuentren el escondite donde se oculta el resto de mi equipo.
–Lo que pide es complicado –suspiró Loh'khar–. Pero es posible... con la compensación adecuada.
–Todo lo que tengo, puede disponer de ello –replicó Thella, ofreciéndole a Loh'khar el signo de las palmas vueltas hacia arriba.
Loh'khar sonrió.
–Rizzal –exclamó, girándose a uno de los alienígenas de escamas rojas–. Ve a decirle al Bajomaestre Neffron que podría tener para él cierta valiosa información acerca de los imperiales si puede darme si tableta de interfaz cifrada. Tráeme personalmente el dispositivo. Y si ves a Nizzal por el camino, dile que se presente aquí inmediatamente.
Rizzal sonrió una vez, se escurrió bajo la mesa y se lanzó al abarrotado bar, esquivando a los parroquianos a la altura de las rodillas.
Loh'khar se volvió al compañero del alienígena, que se inclinaba servicial sobre la mesa.
–Vizzal, ve a visitar al vendedor de droides Fotane, y dile que voy a cobrarme ese favor que le hice en las aduanas del puerto estelar... y recuérdale que puede ser revocado. Vuelve con ese droide Emedé. Sí, el de la habitación trasera. Escóltalo a la bahía de atraque KB-101. –Vizzal sonrió una vez más–. ¡Y hazlo rápido! –exclamó Loh'khar. Vizzal partió por debajo de la mesa y se deslizó por el bar.
Otro alienígena de escamas rojas, casi idéntica a los otros dos, asomó su cabeza desde debajo de la mesa.
–Ah, Nizzal, me alegra que hayas podido venir –dijo Loh'Khar–. Tenemos aquí unos clientes que necesitan nuestra ayuda. Quiero que vayas a la bahía de atraque KB-101. Encuentra a La Dorada. Recuérdale amablemente ese tubo de misiles de conmoción que conseguí que le instalasen en su nave, y luego escóltala de vuelta aquí inmediatamente.
Nizzal asintió, con un punto salvaje en los ojos cuando miró a Thella, y luego salió corriendo por debajo de la mesa.
–Sólo les tomará unos instantes si todo va bien –dijo Loh'khar–. Por favor, pidamos unas bebidas. Algo para comer, quizá.
Huffreys resopló incómodo, observando al twi'lek y siendo especialmente cuidadoso de no dejar que uno de esos alienígenas de escamas rojas se le subiera encima. Thella miraba a Loh'khar mientras pasaba de una tableta de datos a otra, añadiendo información aquí, comprobando datos allá, deslizando una tarjeta de datos de una a otra para transferir más notas.
Una atractiva camarera twi'lek se abrió paso junto a Huffreys y dejó en la mesa las bebidas y una bandeja con unos nibbles chandad de aperitivo. Loh'khar tomó su copa con aire ausente, pero no bebió.
Thella comenzaba a acercar sus dedos a la mesa cuando uno de los alienígenas de escamas rojas se deslizó por debajo de la mesa y apareció junto a Loh'khar. Sonrió al twi'lek, y luego le ofreció lo que parecía una gruesa tableta de datos con varias teclas adicionales y clavijas de entrada.
–Ah, Rizzal, buen trabajo –dijo Loh'khar, quitándole a la criatura la tableta de interfaz codificada de las manos. El alienígena miró el plato de chandad–. Adelante –dijo Loh'khar–. Puedes coger dos.
Los ágiles brazos del alienígena saltaron de debajo de su ropa y atraparon dos nibbles. Los engulló sin pensárselo dos veces.
–Esto debería ayudaros a desencriptar el procesador que adquiristeis de los imperiales –dijo Loh'khar, deslizando la caja por la mesa hacia Thella.
–¿Cuándo podrá tener las demás cosas que necesitamos? –preguntó ella.
–Se lo aseguro, estarán en breves momentos. –Loh'khar se acercó majestuosamente a la bandeja de chandad y tomó un nibble–. En cuanto a mi compensación...
–No voy a pagar nada hasta que todo esté listo –dijo Thella.
Otro alienígena de escamas rojas apareció junto a Rizzal y sonrió a Loh'khar. Un instante después, una mujer de deslumbrante cabello rubio platino apareció en el cubículo. Por sus botas, ropa y bláster, Thella supuso que la mujer era una contrabandista.
–¿Llamabas? –dijo la contrabandista.
–Platt, qué alegría verte –dijo Loh'khar, sonriendo con una ancha mueca.
–Así que estos tipos y sus amigos necesitan transporte discreto a algún lugar fuera de la circulación. ¿Dónde dijo? ¿Gelgelar?
–Cualquier lugar apartado –dijo Thella.
–Me dirijo en esa dirección de todas formas –dijo la contrabandista, mirando a Loh'khar con lo que Thella pensó que era desdén–. ¿Es por eso que Vizzal ha traído ese droide quirúrgico a la Última Oportunidad?
Loh'khar la ignoró.
–Bien, ahora que todo es satisfactorio, hablemos sobre mi compensación...
–No llevo encima mucho dinero para pagar una tarifa de buscador... –comenzó Thella.
–He dicho compensación, no pago –la corrigió Loh'khar–. Tengo la idea perfecta.
Se acercó majestuosamente hacia Thella, con la aparente intención de golpearle en la barbilla. Antes de que su mano hubiera recorrido siguiera la mitad del camino sobre la mesa, Huffreys llegó desde su puesto de guardia en el borde del cubículo y atrapó la muñeca del twi'lek.
–¿Esta es manera de tratar a su anfitrión? –preguntó Loh'khar.
–Creo que sé lo que tenía en mente –dijo Thella a Huffreys. El hombre soltó su agarre de la muñeca de Loh'khar.
–Gracias.
–Quería esto –dijo Thella, abriendo el bolsillo del hombro de su chaqueta de vuelo y sacando una tarjeta de datos. Miró fijamente a Loh'khar–. Hemos superado muchos problemas para conseguir esto...
–Todo lo que pido es poder copiarlo –replicó el twi'lek, tomando una tableta de datos con una ranura para tarjetas de datos vacía–. Tengo ciertos amigos a los que les gustaría mucho saber qué planea la flota del sector. Además, nunca sabes qué tipo de información puede ser útil para otros.
Thella tendió de mala gana la tarjeta de datos a Loh'khar. El twi'lek insertó la tarjeta, tecleó algunas órdenes en la tableta de datos, retiró la tarjeta de datos de Thella e inserto una de las suyas.
–Gracias. Siempre es un placer hacer negocios con la Alianza Rebelde.

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