jueves, 14 de mayo de 2009

El honor de los Jedi (10)

10
Luke asiente como si fuera a obedecer las órdenes del general, y luego extrae su bláster de su funda. Aunque el general parece estar interesado sólo en el humano carismático, Luke no está dispuesto a arriesgarse. Una vez que dejase sus manos vacías a la vista, estaría a merced de la misericordia del general... y los imperiales no tienen misericordia.
Toda la familia de Luke había perecido a manos del Imperio. El Señor Oscuro Vader había matado a su padre cuando Luke era un bebé, y nunca conoció a su madre. Sus padres adoptivos, Owen y Beru Lars, murieron cuando las tropas de asalto arrasaron su granja de humedad en Tatooine. Eran gente sencilla, que no deseaban otra cosa salvo conseguir subsistir en la tierra desértica de Tatooine. Ciertamente, ni su tío ni su tía tenían ningún interés en la rebelión. Y aún así los soldados de asalto los mataron a ambos... porque Owen había tenido la desgracia de comprar un par de droides que una vez pertenecieron a un comandante de la Alianza.
No tenía la menor intención de convertirse en el último miembro de su familia en morir por un capricho Imperial. Si caía, caería resistiéndose al Imperio.
Sin alzar su bláster a donde los soldados pudieran verlo, Luke dispara. El disparo destella por debajo de la mesa, fallando al general por poco. Por un instante, un tenso silencio reina en la sala. Los parroquianos se quedan congelados, esperando la respuesta de los sorprendidos soldados de asalto. Nadie esperaba que Luke atacase; ni siquiera el general.
Luke no tenía la menor intención de permitir una respuesta imperial. Aparta su mesa de una patada y se pone en pie, disparando nuevamente. Esta vez, su relámpago azul encuentra su objetivo. Una placa pectoral se hace añicos, y un soldado cae.
La pared tras Luke estalla en una serie de golpes y chasquidos cuando los soldados de asalto finalmente devuelven el fuego. Son demasiado lentos; él ya se había echado al suelo, dando una voltereta para cubrirse bajo otra mesa. Apunta de nuevo al general. Justo cuando Luke aprieta el gatillo, un soldado de asalto se pone delante de su comandante. El hombre retrocede tambaleándose, deja caer su arma, y cae al suelo. El general se tiende boca abajo tras la forma inmóvil de su salvador y agarra el rifle bláster.
La mesa de Luke estalla en una lluvia de astillas rojas, azules y verdes. Encontrándose sin cobertura, Luke dispara unos cuantos tiros alocados para detener el fuego de sus oponentes. Su táctica le sirve de poca ayuda, porque se ha quedado sin lugares en los que ocultarse. Varias mesas están volcadas de lado, pero detrás de cada una se apelotonan agazapados los aterrorizados mineros. Si busca cobertura tras cualquier mesa, conseguirá que maten a una persona inocente.
El hombre carismático con los ojos feroces se levanta de pronto, haciendo de escudo entre Luke y los imperiales.
-¡Detengan esto! –brama-. ¡Detengan de inmediato esta carnicería!
Sorprendentemente, los soldados de asalto dejan de disparar... al menos temporalmente. Luke tampoco dispara, porque la voz del hombre tiene tal autoridad que se encuentra a sí mismo obedeciendo automáticamente.
-Mi libertad no vale el precio de esas muertes –dice el hombre a Luke-. Pero tienes mi gratitud. –Se vuelve de cara a los imperiales-. Me rindo, gobernador Parnell.
Los cuatro soldados de asalto, teniendo cuidado de evitar la línea de fuego de Luke, avanzan hacia el joven piloto rebelde. Luke tantea su bláster con los dedos. Si dispara, podría alcanzar al orador. A tan corta distancia, su sable de luz es un arma mucho más efectiva. Si trata de honrar la petición del hombre desconocido y abandona la lucha, está claro como el vacío espacial que acabará reuniéndose con los hombres del general; los imperiales no son la clase de personas que pasan por alto la muerte de unos soldados de asalto.

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