Niriz no esperaba que Creysis fuera tan ingenuo
como para subir solo a bordo de una nave desconocida, y tenía razón. Cuando el
chillido penetrante de los cohetes de aterrizaje alienígenas a base de gas se
desvaneció finalmente, había cinco naves alienígenas descansando en el la
cubierta de la bahía de hangar Número 3: cuatro de los cazas que habían
encontrado en primer lugar formando un cuadrado alrededor de una nave más
pequeña, para una única persona.
O, más bien, para un único alienígena. El ser que
surgió era grande, desgarbado, y -en opinión de Niriz- bastante repugnante. Su deforme
cabeza carecía de pelo y nariz, con ojos ovalados que parecían estar colocados
demasiado separados en su cara y una boca arrugada rodeada de tentáculos ondulantes,
como gusanos. Desde lejos su piel parecía rosada; de cerca, Niriz pudo ver que
se trataba en realidad de un fondo de color blanco cremoso cubierto por un
patrón de delicadas líneas rojas entrecruzadas. Iba vestido con un largo chaleco
de pieles de animales de pelaje oscuro cosidas en un patrón aparentemente al
azar. Pendiendo de una cuerda alrededor de su cuello con una cuerda había un
colgante de oro con forma de lágrima doblada, salpicado de gemas de colores;
atada visiblemente a su costado había una gran arma de mano.
-Soy Creysis -siseó mientras avanzaba pesadamente
por la cubierta hacia los imperiales que lo esperaban-. ¿Quién está al mando?
-Yo -dijo Thrawn, dando medio paso adelante-. Me
llamo Thrawn. Este es el capitán Niriz, al mando del Amonestador en sí mismo.
-Ah -dijo Creysis, deteniéndose a dos metros de
distancia. Por un momento, los gusanos de su boca se movieron con un poco más
de fuerza, tal vez muestreando olores o sonidos-. ¿Cuántos colonos tienen?
-Cuarenta mil -dijo Thrawn-. Más siete mil miembros
de la tripulación que dirige la nave. ¿Sabe de algún planeta cercano que
podríamos colonizar?
-No tan rápido, ojos rojos -dijo Creysis, estrechando
sus ojos hasta convertirlos en rendijas-. ¿No va a honrarme con un regalo antes
de hablar?
-Por supuesto -dijo Thrawn, señalando a uno de los
soldados que esperaba unos metros más atrás. El otro se adelantó y entregó al
almirante una pequeña caja-. Veo por su colgante que aprecia las cosas bellas -dijo
Thrawn, abriendo la caja y sacando de ella una escultura dorada delicadamente
tallada-. Por favor, acepte esto como una muestra de nuestro honor para con ustedes.
-Es muy bonita -dijo Creysis, sin hacer ningún
movimiento para tomarla-. Pero mi deseo era un regalo diferente.
-Mis disculpas -dijo Thrawn-. ¿Tiene alguna
sugerencia?
-Uno de esos. -Creysis levantó su brazo derecho, lo
dobló con fuerza, y señaló con el codo hacia uno de los cazas TIE que
aguardaban preparados.
Thrawn negó con la cabeza.
-Lo siento, pero no puedo darle uno de estos –dijo-.
Tenemos un número limitado de naves de exploración, y el camino que tendremos
que tomar antes de llegar a nuestro destino final sigue siendo muy incierto. Si
eso calmara sus sentimientos, sin embargo, podría ofrecerle una segunda o
incluso una tercera escultura. Tenemos muchos de estos artículos a bordo para
su uso como productos de comercio.
-Eso no será necesario -dijo Creysis. Una vez más,
los gusanos de su boca oscilaron; luego, con un gesto complicado que parecía
comenzar en las caderas y recorrer todo el camino hasta la parte superior de
los hombros, se adelantó y cogió la escultura de las manos de Thrawn-. Tal vez
cuando se hayan asentado en su nuevo mundo tendrán una nave de exploración de
sobra para mí.
-Tal vez -dijo Thrawn-. Aunque eso, por supuesto,
dependerá de la rapidez con la que encontremos tal mundo.
-Por supuesto -convino Creysis-. ¿Tiene una lista
de parámetros para el mundo que busca?
-Convocaré al Consejo de Colonos de inmediato -dijo
Thrawn-. Estoy seguro de que será capaz de elaborar una lista adecuada.
-Prepárela según le convenga -dijo Creysis, dando
un paso hacia su transporte-. Asegúrese de que es exactamente lo que quiere.
Cuando esté lista, puede traérmela a mi nave de mando. -Los gusanos temblaron-.
Cuando venga, asegúrese también de estar dispuesto a hacer un trato.
-¿Qué quiere decir con un trato? -preguntó Niriz.
Creysis lo miró.
-¿Espera obtener un mundo de forma gratuita, cabeza
blanca? -resopló, convirtiendo sus siseos en una forma de desprecio-. Si desean
que yo acorte su viaje, deben pagar por la información.
-Entiendo -le aseguró Thrawn-. El Consejo de
Colonos llegará completamente preparado para tratar con usted.
Los gusanos de la boca se tensaron por última vez, y
luego Creysis dio media vuelta y volvió rápidamente a su nave. Thrawn hizo un
gesto a los imperiales para que retrocedieran, y con otra violenta ráfaga del
gas de los cohetes de aterrizaje, las cinco naves alienígenas se alzaron de la
cubierta y se dirigieron a la compuerta de entrada del hangar.
-¿Evaluación, capitán? -preguntó Thrawn.
-Obviamente son primitivos –resopló Niriz,
fuertemente tentado de citar para sí mismo el viejo dicho imperial de que todos
los no humanos eran primitivos-. Ropa de piel de animal, unida bastante al azar.
-Sin embargo, las líneas de costura eran rectas y
utilizaban un hilo delgado -dijo Thrawn-. Yo diría que la falta de uniformidad
en el patrón era probablemente parte del estilo. ¿Algo más?
-No parecen tener repulsores -dijo Niriz-. Pero lo
compensan en armamento. Conté por lo menos diez cañones láser en cada uno de
esos cazas.
-Diez cañones, sí -dijo Thrawn-. Pero sospecho que
no más de dos de ellos eran en realidad láseres. Las puntas de los otros ocho
parecían más adecuadas para armas de proyectiles o incluso sensores enfocados.
¿Qué hay de nuestro visitante en sí mismo?
Niriz miró a las naves alienígenas que partían, con
tremendas ganas de decir a Thrawn que nada de eso importaba realmente demasiado.
Pero algo en el tono o las formas del almirante exigía una respuesta reflexiva.
-Muy confiado –dijo-. Arrogante, incluso. Típico de
un líder bárbaro, tanto si tiene algo para respaldar sus bravatas como si no. No
pretenderá en serio enviar una delegación a su nave, ¿verdad?
-Él ha estado dispuesto a venir aquí -señaló Thrawn-.
Negarse a la reciprocidad puede ser tomado como un insulto.
Niriz resopló.
-Me imagino que puede adivinar lo mucho que eso me
preocupa.
-Además, estamos aquí para explorar -dijo Thrawn-.
Esta es nuestra oportunidad de aprender más acerca de esta gente, y quizás
aprender algo sobre las inmediaciones.
Niriz hizo una mueca, pero Thrawn estaba en lo
cierto.
-¿Puedo recomendar, señor, que por lo menos
tratemos de averiguar a qué nos enfrentamos? Tenemos tres lanzaderas de asalto con
equipos sensores y de sigilo a bordo; permítame enviar una de ellas a la parte
posterior de esa luna y ver cuántas naves tiene Creysis.
-Si esa fuera realmente su base principal, eso nos
podría decir algo -convino Thrawn-. Pero no lo es. Dígame, capitán, usted ha
estado tratando de cerca con los pilotos de TIE del Amonestador estos últimos días. ¿Hay alguien en particular a quien
consideraría especialmente bueno bajo el fuego?
Niriz frunció el ceño; el repentino cambio de tema le
había dejado momentáneamente fuera de juego.
-El teniente Klar es muy bueno –dijo-. Excelente
piloto, muy frío.
-Que él y otros dos pilotos de TIE se presenten en
mi sala de mando dentro de una hora -dijo Thrawn-. Y que el general Haverel elija
a seis de sus soldados para reunirse conmigo en ese mismo tiempo. Los mismos
criterios.
Seis hombres especialmente buenos bajo el fuego. El
mítico Consejo de Colonos de Thrawn, sin lugar a dudas.
-Sí, señor -dijo Niriz rígidamente-. Si se me
permite otra sugerencia, almirante, creo más bien que este podría ser el
momento para una demostración de fuerza. Una lanzadera de asalto con un o dos
escuadrones de soldados de asalto a bordo, tal vez, más un ala completa de TIEs
para escoltarlos.
-Recomendación anotada, capitán -asintió Thrawn-.
Lleve a cabo sus órdenes.
Niriz apretó brevemente los dientes.
-Sí, señor.
Asintiendo de nuevo, Thrawn se volvió y se dirigió caminando
a paso ligero hacia el arco que conducía del hangar propiamente dicho a la
amplia zona de servicio y mantenimiento detrás de él. La actividad bulliciosa
parecía abrirse a su paso, con los técnicos e ingenieros de servicio apartándose
con respeto de su camino y, en la mayoría de los casos, mirando furtivamente
detrás de él al pasar.
Murmurando una maldición en voz baja, Niriz se
volvió y se dirigió hacia los turboascensores. No le gustaba nada de esto, pero
el servicio en la Flota Imperial no era algo que se hiciera en función del
estado de ánimo que tuvieras ese día. Él y el Amonestador tenían asignada una misión, y si eso significaba aguantar
a un caprichoso comandante alienígena, entonces simplemente tendría que
soportarlo.
Al menos, por ahora.
***
-Tres de los cazas alienígenas han aparecido desde
el lado oscuro de la luna -informó el oficial del sensor-. Moviéndose alrededor
de la lanzadera y la escolta de cazas TIE, y colocándose en una formación de
escolta exterior.
-Recibido -dijo Thrawn-. Mire a ver si hay más.
-Si no se han dormido todos de aburrimiento... -murmuró
Niriz al general Haverel, de pie junto a él. Él y Haverel habían suministrado
el personal que Thrawn había solicitado, dentro del límite de tiempo de una
hora especificado por el almirante. Pero, por alguna razón inexplicable, Thrawn
había tardado otras tres horas para poner toda esa charada en movimiento y en
el espacio.
Pero ahora estaban finalmente fuera. Y con los cazas
alienígenas escoltándolos a su alrededor, el juego había comenzado. Con seis
soldados, una lanzadera de largo alcance clase Zeta, y tres irremplazables cazas
TIE expuestos en la línea de apuestas.
Y junto a ellos, el comandante Parck. Niriz
contempló las distantes estelas de los motores de las naves imperiales y los
motores más débiles de los cazas alienígenas que volaban junto a ellos, aún sin
creer que Thrawn hubiera asignado una tarea tan arriesgada a un hombre que se
suponía que era su amigo, o al menos a su aliado. Pero, de todas formas, tal
vez Thrawn no lo viera de esa manera. Mentes alienígenas: ¿quién sabía
realmente cómo funcionaban?
-La nave de mando de Creysis ha hecho su aparición -continuó
el oficial-. También viene de detrás de la luna. Parece que se ha abierto un
hangar justo detrás y debajo del morro.
Presionados fuertemente contra el costado de la pernera
de su pantalón, los dedos de Niriz frotaban nerviosamente la tela mientras observaba
como la lanzadera Parck maniobraba hacia la abertura oscura. En las últimas
tres horas, la deriva del Amonestador
le había llevado a una distancia considerable de la luna que era la base de
Creysis. Si el alienígena estaba planeando alguna traición, pasarían preciosos
minutos antes de que el Destructor Estelar o sus cazas TIE pudieran llegar a
ayudar.
Había señalado eso a Thrawn hace una hora, sugiriendo
que, al menos, redujeran parcialmente la distancia. El almirante había
respondido con algún sinsentido acerca de no asustarlos, y había hecho caso
omiso de la recomendación.
Al igual que había ignorado todas las demás
sugerencias que Niriz había hecho sobre toda esa operación. ¿Realmente podía ser
tan imprudente o incompetente?
¿O tal vez tuviera tenía alguna agenda privada?
El resplandor de los motores de la lanzadera Zeta
desapareció en el hangar alienígena.
-Que regrese la escolta -ordenó Thrawn. El oficial
confirmó la orden, y un instante después los tres TIEs comenzaron a trazar una curva
lejos de la nave de mando...
Y en ese momento, los cazas alienígenas atacaron de
repente. Abandonando su formación de escolta exterior, se colocaron detrás y
alrededor de los tres TIEs, escupiendo por sus láseres brillantes rayos de fuego
rojo.
-¡Acción evasiva! -espetó Niriz-. Timonel: avante
toda. Rumbo de intercepción.
-Anule esa orden -dijo Thrawn. Su voz todavía era
tranquila, pero había tomado un matiz cortante y helado-. Avante punto uno.
-¿Punto uno? -repitió Niriz, girando para mirar al
otro-. Almirante...
-Se supone que somos una nave colonia, capitán -dijo
Thrawn-. Las naves colonia no están diseñadas para la aceleración rápida.
-¡Al diablo con eso! -gruñó Niriz, girando de nuevo
para mirar los TIEs asediados. Dos de ellos iban por delante de sus perseguidores,
lenta pero constantemente distanciándose de ellos. Pero el tercero había sido
más lento en la salida y se estaba quedando peligrosamente atrás-. Mirad detrás
de vosotros -murmuró Niriz en voz baja a los otros pilotos de TIE. Sin duda,
los otros dos pilotos se daban cuenta de que su camarada estaba en problemas-.
¿Por qué no devuelven el fuego?
-Porque yo les di órdenes de que no lo hicieran -le
dijo Thrawn con frialdad-. Timonel, avante punto dos.
-¿Usted qué? Almirante...
-¡Le han dado! -gritó el oficial del sensor.
Niriz
giró de nuevo hacia la ventana. El panel solar de estribor del TIE retrasado se
había desintegrado en una bola de fuego salvaje, y el caza se retorcía
salvajemente mientras su piloto luchaba por recuperar el control. Tuvo éxito;
pero el esfuerzo le costó demasiada velocidad, y el resto de su insuficiente
ventaja. Mientras Niriz observaba impotente, tres de los cazas perseguidores
pulularon a su alrededor como una bandada de quamilla atacando a un redjik
lisiado. Hubo un destello múltiple de garfios de abordaje, y luego todo el
grupo dio la vuelta al unísono en una curva cerrada hacia la nave de mando de
Creysis.
Niriz maldijo por lo bajo, midiendo la distancia
con la mirada. Ahora que tenían su premio, el resto de los cazas alienígenas
había abandonado su persecución de los otros dos TIEs y se dirigían de vuelta a
casa.
La nave de mando también se volvía para huir; pero
si Thrawn daba toda la potencia a los motores del Amonestador en ese momento, todavía podrían ser capaces de atrapar
a los cazas y al TIE dañado antes de que consiguieran entrar...
-Timonel, avante punto dos cinco -ordenó Thrawn.
Niriz se volvió hacia el almirante, con la pura furia
ante las indiferentes chapuzas de Thrawn luchando contra la etiqueta militar
inculcada en él por cuatro generaciones de servicio familiar a la flota. La
etiqueta ganó, pero por poco.
-Almirante Thrawn -dijo, con voz casi firme-.
Entiendo su reticencia a revelar nuestra verdadera naturaleza ante estos alienígenas.
Pero ya es suficiente.
Los ojos brillantes de Thrawn tal vez brillaron con
un poco más de fuerza ante la palabra alienígenas. Pero cuando habló, su voz
estaba tan calmada como siempre.
-En realidad, capitán, no creo que usted llegue a
entenderlo –dijo-. Los otros dos TIEs regresarán en breve; por favor, vaya a la
estación de comunicaciones del puente de popa y compruebe su estado.
-Almirante, la nave de mando se está alejando -informó
el oficial de sensor-. Treinta y ocho cazas se han unido a ella, todas las naves
que vimos antes. Están formando en una configuración de pantalla de vuelo
alrededor de la nave de mando.
-¿Cuál es su velocidad?
-Uno-seis-cinco.
-Timonel, aumente nuestra velocidad a uno-seis-tres
-ordenó Thrawn.
Niriz dio un paso más cerca de Thrawn.
-¿Qué pasa si saltan a la velocidad de la luz? -gruñó.
-Los estamos observando -le aseguró Thrawn-. Si
saltan, tendremos su vector. Pero no creo que lo hagan. -Levantó una ceja de
color negro azulado-. Creía que iba a comprobar los cazas TIE.
En otras palabras, podía marcharse.
-Recibido, almirante -espetó.
Se volvió y caminó por la pasarela de mando,
cruzando el arco hacia el puente de popa. Se volvió hacia la estación de
comunicaciones...
-¿Puedo hablar con usted, capitán?
Niriz se volvió. El general Haverel estaba de pie al
otro lado del puente de popa, entre el turboascensor y la plataforma holográfica.
Su rostro estaba tenso por la ardiente ira.
-¿Qué ocurre, general? -preguntó Niriz, dando un
paso hacia él.
-Creo que usted lo sabe tan bien como yo, señor -dijo
Haverel, señalando bruscamente con la cabeza hacia el puente principal-. Tengo
seis soldados a bordo de esa lanzadera. Seis buenos soldados. ¿Sabía usted que Thrawn
insistió en que fueran allí desarmados? Ni blásters de bolsillo; ni siquiera cuchillos.
-No sabía eso -dijo Niriz pesadamente-. Pero no
puedo decir que me sorprenda. Está tratando de mantener la ilusión de que somos
una inofensiva nave colonia.
-¿De verdad? -preguntó Haverel-. ¿O todo esto es
algo completamente distinto?
-¿Cómo qué?
-Como que tal vez haya hecho un trato privado con este
pirata Creysis -dijo Haverel sin rodeos.
Niriz sintió que sus ojos se estrechaban.
-Debe estar usted bromeando.
-¿Lo estoy? -respondió Haverel-. Observe los hechos
Thrawn acepta enviar un contingente para hablar con Creysis; pero en lugar de
enviarlo de inmediato, lo retiene durante tres horas. Mientras tanto, tiene la
lanzadera Zeta y uno de los cazas TIE encerrados en el área de mantenimiento Número.
Seis con unos cincuenta técnicos pululando por todas partes.
Niriz lo miró, con una sensación de frío en el
estómago. No había oído nada acerca de ningún trabajo realizado en la
lanzadera.
-¿Qué TIE fue?
-¿Tiene que preguntarlo? -dijo Haverel sombríamente-.
El que los alienígenas capturaron.
Niriz miró hacia delante, al almirante que permanecía
de pie, solo en la pasarela de comando, de espaldas a ellos. El hombre que de
hecho había organizado personalmente todo esto.
Y que ahora estaba permitiendo deliberadamente que las
naves enemigas les ganasen terreno.
-No creo que nos haya traicionado -dijo, volviendo
a mirar a Haverel. Sin embargo, las palabras sonaron huecas incluso para sí
mismo.
Y obviamente también para Haverel.
-¿Qué otra opción hay? -preguntó con rabia el
general-. Les ha dado una lanzadera Zeta, un caza TIE, ambas naves probablemente
cargadas hasta los topes con tecnología adicional, y ahora está dejando que escapen.
Y con ocho de nuestros hombres como prisioneros, como premio extra.
Niriz se quedó mirando la espalda de Thrawn, con el
peso de cuatro generaciones de servicio negando que tal flagrante traición fuera
posible en un prominente oficial de alto nivel.
Pero contra eso estaba el peso de la evidencia
real.
-¿Por qué haría eso?
-¿Quién sabe? -murmuró Haverel, agitando una mano en
un brusco gesto de rechazo-. Es un alienígena. Aún peor, es un alienígena de
aquí mismo, de las Regiones Desconocidas. Quizás ya hace años que conozca a este
Creysis... puede que incluso haya preparado esta farsa de antemano. Eso no
importa. Lo que importa es lo que vayamos a hacer al respecto.
La sensación de frío en el estómago de Niriz se
convirtió en hielo afilado.
-¿Qué quiere decir? -preguntó con cautela.
-Ya sabe lo que quiero decir, capitán -dijo Haverel-.
Estoy diciendo que la única oportunidad que tienen esos hombres de ahí fuera es
que relevemos a Thrawn del mando.
-En otras palabras -dijo Niriz en voz baja-, está
sugiriendo un motín.
Un músculo de la mejilla de Haverel tembló.
-Estoy sugiriendo que el Imperio y nuestros
juramentos han sido traicionados –dijo-. Y estoy sugiriendo que es nuestro
deber arreglar las cosas.
-¿Mediante traición?
-Ese crimen ya ha sido cometido -insistió Haverel-.
Y no por nosotros. Todo lo que vamos a hacer es recuperar el Amonestador para el Imperio.
Niriz volvió a mirar de nuevo a Thrawn. El peso de
cuatro generaciones de servicio...
-Vamos a darle un poco más de tiempo -dijo al fin-.
A lo mejor... no sé. Tal vez entre en razón.
-Es demasiado tarde para eso -dijo Haverel
amargamente-. Ciertamente es demasiado tarde para los hombres buenos que envió
ahí fuera para morir.
Niriz respiró hondo.
-Somos guerreros de la Flota Imperial -recordó
Haverel. Y se lo recordó a sí mismo-. Es nuestro deber morir cuando la
situación lo requiere.
Por un momento, los dos hombres se miraron el uno
al otro.
-Está bien, capitán -dijo Haverel al fin-. Haga lo
que tenga que hacer. Yo haré lo mismo.
Se volvió y caminó hacia el turboascensor. Se dio
la vuelta cuando la puerta se cerró, mostrando a Niriz una fugaz visión de su
expresión implacable, y luego desapareció.
Con un suspiro de cansancio, Niriz se acercó a la
estación de comunicaciones. Los dos TIEs habían regresado a salvo, le informó
el control de hangar, y los pilotos estarían disponibles para hablar con él en
pocos minutos. Esperó hasta que hubieran descendido de sus cazas, confirmó que ninguno
estaba herido y que ninguno de los cazas había resultado dañado, y les ordenó
que se presentasen para dar su informe.
Cerró la comunicación, y durante unos minutos más
se quedó donde estaba, pensando en lo que había dicho Haverel y luchando una silenciosa
batalla en su interior. Pero realmente sólo había una única decisión posible. Volviendo
al puente principal, avanzó por la pasarela de mando.
Pareció un paseo más largo de lo habitual antes de
que llegara junto a Thrawn.
-Capitán -dijo el almirante, con su suave voz
habitual-. Informe.
-Ambos TIEs han regresado sanos y salvos -dijo
Niriz, contemplando las naves alienígenas que huían. Incluso en el poco tiempo
que había estado fuera, habían logrado aumentar notablemente su distancia-. ¿Cuál
es el estado de Creysis?
-Sin cambios -dijo Thrawn-. Los alienígenas han
aumentado su velocidad a uno-siete-dos. Estamos manteniendo la persecución en
uno-seis-tres.
Menos de una cuarta parte de lo que el Amonestador podía hacer en realidad.
-Probablemente Creysis esté desguazando tanto la
lanzadera como el caza TIE en este mismo momento –dijo-. Supongo que lo sabe.
-Sí.
-Posiblemente esté desguazando al comandante Parck
y su delegación, también.
Thrawn negó con la cabeza, un movimiento casi
imperceptible de la cabeza.
-No, no los habrá perjudicado aún. La simple
prudencia lo dicta. Tampoco los habrá llevado lejos de la lanzadera.
Niriz frunció el ceño. Había pensado que lo primer
habría sido un viaje inmediato al centro de detención de Creysis.
-¿Por qué dice eso?
-Porque uno o más de ellos podrían llevar cámaras
de transmisión -dijo Thrawn-. Hasta que tenga una mejor idea de nuestro nivel
de tecnología, no correrá el riesgo de mostrarnos su nave de mando más de lo
necesario.
-Tal vez -dijo Niriz-. Por otro lado, entre la
lanzadera y el caza TIE, es de suponer que aprenda todo lo que necesite sobre
nosotros y nuestra tecnología.
Thrawn asintió.
-Es de suponer.
Niriz contempló aquel rostro alienígena, hirviendo
de frustración en su interior. Allí estaba él, tratando desesperadamente de dar
al almirante hasta el último beneficio de la duda. Y sin embargo, allí estaba
el almirante, admitiendo con desvergonzada franqueza lo mal que había manejado
toda esa operación. ¿Acaso deseaba que lo relevasen del mando?
-Lo que en última instancia se reduce a una simple
cuestión de confianza -dijo Thrawn en voz baja-. Si confía en mí,
personalmente; si confía en los oficiales que aprobaron mi ascenso al rango de
almirante; si confía en el Emperador y en su decisión de ponerme al mando aquí.
Niriz hizo una mueca.
-Habría sido más fácil si no hubiera mencionado eso
último.
Thrawn se volvió hacia él y, para sorpresa de Niriz,
el almirante sonrió. Una débil sonrisa enigmática, pero una sonrisa no
obstante.
-Nunca suponga que las cosas son necesariamente lo
que parecen, capitán –dijo-. Sobre todo cuando se trata del Emperador. -Los
ojos brillantes relucieron-. O de mí.
Niriz apartó los ojos de esa mirada penetrante que
no pestañeaba. Las dudas de Haverel sobre la lealtad de Thrawn pasaron por su
mente, junto con sus propias preguntas sobre una agenda privada. O tal vez el
problema era algo más inocente, pero no menos peligroso: que Thrawn había
logrado convencerse de que la misión del Amonestador
era algo más que una elaborada y costosa forma de exilio.
O tal vez el Emperador y todos los oficiales que
habían dado su aprobación sabían realmente lo que estaban haciendo.
Pero casi no importaba. Con esas cuatro
generaciones de servicio a sus espaldas, todavía seguía habiendo sólo una
decisión posible.
Miró de nuevo al rostro de Thrawn.
-Almirante, le recomiendo llamar a un escuadrón de
soldados de asalto al puente –dijo-. Podría haber problemas.
-Sí, lo sé. -Thrawn miró por encima de su hombro-.
Creo que los problemas ya han llegado.
Niriz se volvió. El general Haverel había vuelto y
estaba marchando impasible hacia ellos, con una formación de seis soldados
vestidos de negro tras su estela.
A mitad de la pasarela de mando, el general indicó
a los soldados que se detuvieran y continuó acercándose a ellos solo.
-Almirante Thrawn -dijo sin preámbulos-. En el
nombre del Imperio, pido que ceda el mando del Amonestador al capitán Niriz, y que permita que estos soldados le
escolten a su camarote.
Niriz miró por encima del hombro de Haverel a los
soldados. Sus rostros mostraban la expresión de los hombres que habían recibido
órdenes con las que estaban de acuerdo, pero que al mismo tiempo encontraban
muy desagradables. Detrás de ellos, los oficiales y tripulantes en las trincheras
de tripulación continuaban con sus funciones, aparentemente ajenos a lo que
sucedía ahí.
-Ya veo -dijo Thrawn con calma-. Confío, general,
que haya pensado detenidamente en esto.
-Hay hombres allá afuera -dijo Haverel con dureza-.
Mis hombres. No voy a abandonarlos sin más.
-Su lealtad es admirable -dijo Thrawn-. ¿Cómo
propone que los rescatemos?
-Tal vez deberíamos intentar atacar -dijo Haverel, con
voz llena de sarcasmo-. Se supone que un Destructor Estelar Imperial es bastante
bueno para eso.
-Ya basta, general -dijo Niriz.
-No, déjele continuar -dijo Thrawn-. Muy bien,
general, nos ponemos a plena potencia y atacamos. ¿Cuánto tiempo cree que tardaría
Creysis en matarlos a todos cuando nos vea dirigiéndonos hacia él? O,
alternativamente, ¿cuánto tiempo le llevaría a calcular un salto a la velocidad
de la luz y dejarnos atrás?
La mejilla de Haverel tembló de nuevo.
-Por supuesto, sería un riesgo -dijo obstinadamente-.
Pero quedarnos aquí sentados sin hacer nada garantiza su muerte.
-Eso da por supuesto que, de hecho, no estoy haciendo
nada -dijo Thrawn-. Pero dejemos eso a un lado un momento. ¿Propone usted tomar
el mando del Amonestador usted mismo con
seis soldados? ¿O ha sondeado a todos los 47.000 miembros de la tripulación
para ver cuál es su posición?
-No les gusta lo que está pasando más que a mí -exclamó
Haverel-. Muchos de ellos se pondrán de mi parte.
-¿En serio? -Thrawn desvió la mirada hacia Niriz-. ¿Está
de acuerdo, capitán?
Niriz se cruzó de brazos.
-No, almirante –dijo-. No creo que mis oficiales apoyen
un motín. -Se obligó a mirar a Haverel-. Ni tampoco yo.
Durante un largo rato nadie habló.
-Lo siento -dijo Haverel al fin-. Esto es algo que
tengo que hacer.
Empezó a levantar la mano...
-¡Almirante! -exclamó el oficial del sensor desde
la trinchera de tripulación-. Ocho de los cazas han salido de la formación, dirigiéndose
en diferentes vectores.
Niriz volvió a mirar por la ventana. Sólo pudo ver
fugazmente las estelas de los motores alejándose de la flota de Creysis antes
de que los ocho cazas saltaran a la velocidad de la luz.
-¿Tenemos vectores de salto para todos ellos? -preguntó
Thrawn.
-Sí, señor -respondió el oficial-. Espectro Dos indica
que el objetivo principal ha partido en el vector setenta y uno punto cinco.
Niriz parpadeó. No se había dado cuenta de que Thrawn
hubiera lanzado ninguna de sus lanzaderas de asalto con equipos de sensores y
sigilo.
-¿Qué están haciendo los Espectros ahí fuera? -preguntó.
-Esperar precisamente este momento -dijo Thrawn, y
no había duda de la macabra satisfacción en su voz-. Oficial de comunicaciones,
contacte en frecuencia cuarenta y seis. Mensaje: Ahora.
Niriz miró a Haverel, que parecía tan confundido
como él mismo se sentía.
-Almirante, si esto es algún intento tardío de mostrar
un poco de determinación...
-No es tardío en absoluto, general -lo interrumpió
Thrawn-. Es exactamente el momento adecuado. Quiero tres pelotones de sus
soldados en el hangar dentro de diez minutos. Allí ya hay dos escuadrones de
soldados de asalto... los llevarán a su posición correcta.
La mejilla de Haverel tembló.
-Sí, señor. –Se volvió, indicando a los soldados que
fueran delante de él, y se dirigió hacia el puente de popa.
-Su turno, capitán -continuó Thrawn-. Ordene al
timonel que vaya a máxima potencia y ocupen sus estaciones de batalla. -Sus ojos
brillaban-. La farsa ha terminado. Es hora de mostrarles quién y qué somos en
realidad.
Por reflejo, Niriz se puso completamente en
posición de firmes.
-Recibido, almirante. -Levantó la voz-. Timonel: avante
toda. Zafarrancho de combate.
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