Medidas
desesperadas
Carolyn Golledge
El sonido constante de los monitores de signos
vitales sonaba en contrapunto con el silbido rítmico del respirador. Escuchando
como lo había hecho casi constantemente durante el último día y medio, el líder
de escuadrón Stevan Makintay encontraba que los sonidos eran tan tranquilizadores
como irritantes.
Frotando sus ojos doloridos, se volvió y miró de
nuevo el rostro pálido de Ketrian Altronel. Despierta, Kel, por favor, le rogó
en silencio. Habla conmigo. Por favor, no te mueras.
Una mano fuerte y cálida apretó con simpatía el
hombro de Makintay, y él se sobresaltó, se volvió y vio a Tarrek, el médico de
la Base Nido de Águilas, inclinado sobre él.
-Realmente deberías ir a dormir un poco, Mak -repitió
Tarrek-. Te haré saber inmediatamente si hay algún cambio.
Makintay negó con la cabeza.
-Me quedo -dijo tercamente. Un brote de ira y dolor
hizo que los músculos de su mandíbula temblasen y luchó por recuperar el
control-. Yo le metí en este lío. Ese perro callejero imperial, Pedrin, nunca
la habría envenenado si yo no hubiera...
Tarrek suspiró ruidosamente, interrumpiéndolo.
-Eso no es verdad y tú lo sabes. -Se inclinó sobre
la figura inmóvil tumbada en la cama, levantó los párpados de Ketrian y probó
la respuesta de dilatación de la pupila-. El Alto Mando Imperial ya se había
imaginado el valor de la nueva aleación y sospechaba que ella escaparía para
traérnosla aquí. Habrían querido drogarla y enviarla a Coruscant tanto si tú y
el equipo aparecíais como si no.
-Bien -espetó Makintay-. Pero ella no estaría aquí tumbada...
-Se negó a decir “muriéndose”. Las lágrimas se escaparon de sus ojos y se las limpió
con enojo mientras terminaba-... de esta manera. Estaría en Coruscant sana y
salva. Habría recibido el tratamiento para la droga de seguridad y estaría
disfrutando de su fama recién obtenida. ¡Si tan sólo la hubiera dejado
tranquila!
-Nosotros -le corrigió con calma Tarrek mientras se
enderezaba de nuevo-. Contactar con ella fue una decisión del Mando de la Alianza.
-Fue idea mía -insistió Mak-. ¿Y bien? -preguntó,
inclinándose hacia delante para mirar el cuaderno de datos en el que Tarrek
estaba realizando otra anotación-. ¿Ha funcionado mejor que lo último que
intentaste? -Se refería a la siempre creciente lista de antídotos que Tarrek
había inyectado en Ketrian durante tres días desde su llegada a la enfermería
de la Base Nido de Águilas.
Tarrek no podía mirar a los ojos desesperados de
Makintay.
-No -admitió con tristeza-. Sigue perdiendo terreno
frente al veneno. -Frustrado, enojado por su incapacidad para ayudar, tiró el
cuaderno de datos sobre una mesa cercana-. No puedo entenderlo. Parecía estar rechazando
tan bien el veneno cuando la tratamos por primera vez...
-He estado pensando en eso -dijo Makintay. Su tono
era tan mortalmente frío que Tarrek se volvió y lo miró con ansiedad-. Tú no conoces
a Pedrin; yo sí. Poor desgracia. Pero sí sabes lo que me hizo a mí cuando me
interrogaron.
Tarrek se estremeció, recordando las evidencias
médicas... y lo que había oído cuando había colocado a Makintay en trance hipnótico
y trató de ayudar al hombre a superar los efectos psicológicos de su tortura a
través de un procedimiento estándar de desprogramación antitraumática de- para
ayudar al hombre a través de los.
-Pedrin es un sádico -convino.
-Más que eso. -Makintay apretó la mano inerte de
Ketrian, se inclinó y la besó tiernamente en la frente. Su carne parecía tan
suave como la cera y estaba perlada de sudor. No vas a morirte, Ket, juró en silencio.
No vamos a dejar que ese engendro de pantano imperial gane.
Makintay se puso de pie.
-Pedrin debe haber diseñado un veneno especial. Es
lo bastante inteligente. Y lo bastante malvado. Ketrian me dijo que realidad
odiaba pensar en que sería ella y no él quien regresase a Coruscant. Apuesto a
que en estos momentos está presumiendo ante su alto mando sobre cómo él
personalmente se aseguró de que nunca sobreviviría para transmitirnos su nueva tecnología.
-El puño de Makintay se cerró sobre la culata de su bláster enfundado y su
mirada ardiente se enfrentó a los horrorizados ojos de Tarrek-. Bueno, no va a
salirse con la suya. ¡Voy a volver a Hargeeva y juro que le haré hablar! Sólo
asegúrate de que Ket sigue respirando hasta que regrese con el antídoto
correcto.
-Pero, Mak -protestó Tarrek-, no puedes...
-¿Ah, no? Mírame.
Makintay giró bruscamente para salir de la pequeña
habitación y de inmediato se topó con una ayudante del médico que venía
sosteniendo una bandeja en sus manos. La dejó caer ruidosamente al suelo. Mak la
recogió y pidió disculpas, reconociendo a la ayudante, ligeramente encorvada y
de pelo castaño, como una compatriota hargeevana. El padre de Mak, el gran
señor, se habría referido despectivamente a ella como una plebeya, una pobre campesina
de las empobrecidas calles de los suburbios de la Ciudad Arginall. Mak prefería
completamente los términos igualitarios; esa actitud diferente, junto con la insistencia
de Mak en proponer matrimonio a la plebeya Ketrian Altronel había hecho que su
padre renegara de él y le arrojase en un planeta prisión.
La Asistente Médico Astina Griek parecía sentirse
intimidada a fondo por el Gran Señor Makintay. Mantenía los ojos bajos y casi hizo
una reverencia mientras se negaba a aceptar la disculpa del joven Makintay.
-Ha sido culpa mía, mi señor.
-No -dijo Mak entre dientes con irritación. Sin
duda, la mujer sabía lo mucho que odiaba que le llamasen "mi señor" Era
una broma recurrente entre los pilotos de Mak-. No ha sido culpa tuya, Astina.
Ya no estamos en Hargeeva más. Llevamos siendo amigos desde que nos unimos a la
Alianza. Por favor, olvídate del 'mi señor', ¿de acuerdo? Has estado trabajando
muy duro cuidando de Ketrian estos últimos tres días. Debes estar agotada.
Finalmente Griek lo miró, mostrando en sus ojos
azules algo menos de intimidación que su voz. Era mucho más baja que él, y su
espalda curvada menguaba aún más su estatura. Un legado de sus días en un campo
imperial de trabajos forzados. Unos pocos mechones de pelo castaño y largo
caían de los moños cuidadosamente peinados en su nuca mientras se echaba
ligeramente hacia atrás y le sonreía nerviosamente.
-Es usted tan diferente a su padre y al resto de
ellos –dijo-. Siempre se me olvida. Y es usted quien debe estar agotado. Yo al
menos he dormido un poco. -Se dio la vuelta y miró a Tarrek-. Entonces, ¿le ha
convencido para que se vaya a dormir, doctor?
-No -dijo Tarrek, mirando a Makintay con
desaprobación-. Ahora dice que va a volver a Hargeeva para obtener el antídoto.
-¿Qué? -Griek le miró asombrada.
-Descansaré cuando vuelva y vea a Ketrian curada.
Sin que el médico ni su asistente pudieran hacer
ningún otro comentario, Makintay salió por la puerta mientras hablaba.
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