El viaje a la Bahía de Atraque 87 había demostrado
ser un éxito parcial. El comerciante corelliano al que el distribuidor de
deslizadores arcona les había mandado reconoció efectivamente a Aguilae, si bien
no a Mace. Mientras el comerciante se quejaba con vehemencia sobre la calidad
del droide de negocios que Aguilae le había vendido, el squib se entretuvo
estudiando las partes más brillantes del carguero del comerciante.
-Sus procesadores deben de haberse frito por el sol
-había dicho el comerciante había dicho, salpicando su discurso con unas
cuantas maldiciones socorranas-. Esa cosa ni siquiera tuvo el suficiente
sentido común para seguirme.
Después de exigir un reembolso completo, que Mace
consiguió negociar hasta un medio reembolso, un acoplador de transpondedor nuevo,
y la receta de los bocaditos crujientes de almendra kwewu de su madre, el
comerciante cedió, y dijo que había vuelto a vender el droide a otro grupo de jawas.
Por la descripción de los patrones de las capas y sus mercancías, Aguilae pudo
averiguar que era el grupo de Jek Nkik.
Los dos comerciantes regresaron a la tienda de Unut
y alquilaron un deslizador para entrar en la zona de desierto donde se sabía
que hacía su ronda el reptador de las arenas de Nkik. Los dos comerciantes no
sólo tuvieron que pagar al arcona por el deslizador, sino que también se
comprometieron a sustituir toda la unidad de control e interfaz del deslizador
Halcón Estelar.
Esto se está poniendo caro, pensó Aguilae,
limpiando una mancha de suciedad en el interior del parabrisas del deslizador Mobquet.
Mace estaba, como siempre, enloquecedoramente ajeno a todo, sacando la cabeza
fuera del parabrisas, con su pelaje gris erizado por el viento. Sus ojos
brillaban detrás de las lentes desparejadas de las gafas.
-Mace, se te van a meter moscas de la arena entre
los dientes -dijo Aguilae.
-Todavía no he comido, Aggy -gimió el Squib.
-¡Te comiste todos mis aperitivos de esporas snit!
-Eso es picar, no comer.
Ella agitó la cabeza, y decidió concentrarse en el
enfoque que tomaría con Jek. Ajustó la compensación en el control del deslizador,
suavizando el viaje sobre el terreno rocoso.
Jek y Aguilae se conocían de pasada, pero la
mayoría de los jawas que operaban alrededor de Mos Eisley sabían de ella por su
tienda. A pesar de eso, Aguilae se sentía bastante incómoda. Nunca se había llevado
bien con otros jawas, y era un paria entre su gente. Prefería la compañía
mecánica a los de su especie. Soportaba a Mace ya que este lograba demostrar
algún beneficio, pero la naturaleza competitiva de los jawas a menudo le
molestaba. Sabía que Nkik sólo tomaría dinero en efectivo y sus reservas iban
disminuyendo.
-¡Aggy, gran cosa-nave de metal jawa! ¡A las allí
en punto! -chilló Mace.
Aguilae entrecerró sus ojos brillantes, viendo el pesado
vehículo como un mero punto en el horizonte. Este era el territorio de Nkik, de
acuerdo. Activó el turbo del Mobquet, trazando una curva cerrada, y lanzando
tras ellos una lluvia de grava y arena.
***
Takeel había tardado casi tres horas en encontrar la
Bahía de Atraque 83, y otra hora en caminar hasta allí. Por supuesto, detrás de
él dejó una estela de transeúntes al tanto de su búsqueda conforme les iba
preguntando el camino. El snivviano jorobado vagó más allá del pequeño tapcafé
construido en una pequeña choza de adobe, en busca de pistas visuales de última
hora, como un número 83, cuando su memoria le falló.
-Disculpe -balbuceó a un comerciante pasaba por
allí.
-No me toques.
-Uhh... perdone -tartamudeó a un miliciano.
-No tengo cambio.
-Un momento, si me permite... -dijo vacilante a un
granjero de humedad.
-Maldita escoria callejera, fuera de mi camino.
-Me preguntaba... -farfulló a un droide blanco.
-Bzz-nkk, bzz-nkk.
Takeel miró al droide defectuoso: un droide blanco,
alto y baqueteado. Sacudía la cabeza como si sus sellos no estuvieran apretados
alrededor del cuello. Por lo menos, pareció reconocer al snivviano en su
fotorreceptor casi vacío.
-¿Sabes dónde está la bahía de atraque 83? -preguntó.
El droide se detuvo en seco. Por un momento,
parecía como si fuera a caer, pero en cambio, lanzó su brazo hacia la dirección
desde donde venía caminando.
-Un millar de gracias, señor -dijo el snivviano,
dejando un rastro de municiones similares a perdigones a su paso.
***
Aguilae hizo aminorar el Mobquet para colocarse en paralelo
con el pesado reptador. El estruendo de metales antiguos, servos mal
lubricados, y acero temblando, superó el zumbido de los repulsores. Sacó de uno
de sus bolsillos un pequeño comunicador lleno de arañazos, y tecleó un canal jawa
estándar.
-Nkkek, hkkeuika, obvioaga -dijo entre dientes, sin
que su traductor pudiera captarlo desde su lugar en el asiento de Mace. Mace,
mientras tanto, estaba asomado fuera del deslizador, agitándose como un molino
de viento.
Por unos momentos, parecía como si el reptador de
las arenas fuera a continuar, pero, con un fuerte chirrido de motores enojados,
el reptador se detuvo. Mace, por supuesto, pensó que todo se debía a sus gesticulaciones.
Aguilae acercó el deslizador a la rampa del reptador, y ensayó su monólogo en su
cabeza una vez más.
Con un auténtico chirrido, el aletargado rastreador
bajó la rampa y varios pares de enfermizos ojos brillantes observaron desde la
oscuridad.
-Hkekk, Aguilae -graznó una voz desde arriba, pronunciando
el nombre con un desprecio inconfundible.
Los comerciantes y los humanos a menudo bromeaban
diciendo que no había nada que temer de los jawas, pero ahora, el grupo de unos
cinco o así que miraba hacia abajo de la rampa con los blásters desenfundados
era suficiente para hacer temblar el estómago de Aguilae. Mace, como era
previsible, seguía gesticulando.
Los jawas se separaron, y Jek salió de entre ellos,
con los brazos abiertos.
-Aguilae, ¿mencionaste un acuerdo? -dijo con voz
ronca en su lengua nativa. El jawa, con un manto de color bronce y marrón cosido
de una pieza, descendía por la rampa. Llevaba su bláster artesano escondido en el
cinturón, pero no había duda de su presencia, y de la arrogancia que lo
acompañaba. Los otros cuatro jawas le seguían, varios pasos detrás de Jek. Sus
ojos no se apartaban del deslizador.
Aguilae, el nombre que los humanos le habían dado, respiró
profundamente, afianzando su orgullo. Con la respiración, captó el ligero olor
de la indignación y el desprecio que los jawas emitían. Ella había descartado
su nombre Jawa, para vivir y vender entre los humanos, y ellos no lo habían
olvidado. Se aseguró de esconder el traductor; no había necesidad de molestar a
esos cinco más de lo necesario.
No muestres miedo, no muestres miedo, no muestres
miedo.
-Sí, Jek -habló en su lengua-, un acuerdo que
encontrarás muy rentable.
-¿En serio? Bueno, comprenderás que este es nuestro
territorio -siseó Jek, acariciando con su mano la empuñadura de arcilla de su
desintegrador-. Esto hace que tu presencia sea aún menos bienvenida.
Debe haber olido el miedo, pensó Aguilae. Se concentró
en su hambre. El hambre y el miedo olían muy similar para los jawas, por lo que
pensó con fuerza en su estómago vacío y los aperitivos de espora snit que Mace se
había comido. Un toque de odio tampoco vendría mal ahora.
-Entonces incluso tú podrás entender la magnitud de
la oferta que me llevaría tan lejos. -respondió Aguilae con frialdad. Uno de
los jawas detrás de Jek silbó una risa.
-Aguilae, o Khea Nkuul, ¿has olvidado lo que este
doble amanecer trajo hoy?
-¿Hoy? -se detuvo. El uso de su nombre la había descolocado,
pero hoy... ¿Su cumpleaños? ¿El inicio de la temporada de tormentas? ¿El final
de la temporada de cultivo? No. No era eso.
Luego consiguió juntar las piezas, un tributo a sus
habilidades como carroñera. El reptador, siguiendo su curso pasando de largo Mos
Eisley, hacia esta zona, de camino al intercambio: la reunión anual de todos
los reptadores de arena jawa de la zona para intercambiar bienes.
Luego comprendió el olor que emanaban los jawas. Avaricia,
más fuerte de lo habitual. Sus ojos siguieron la mirada de los cuatro jawas que
estaban detrás Jek, y todos ellos estaban mirando el brillante deslizador.
Jek sacó su pistola, mientras que el cuarteto de jawas
blandía cada uno una llave hidráulica a modo de garrote.
-Es el día en que vuelves a casa.
***
El temblor del reptador de las arenas hizo que el
trabajo de Aguilae fuera aún más difícil. Estaba sujeta en un estrecho compartimiento
dormitorio en el más alto de los 15 niveles del reptador. La abollada puerta
metálica estaba cerrada con llave. Sendas correas gastadas de plástico se le clavaban
en los hombros, y este módulo dormitorio en particular estaba diseñado para un jawa
más alto que ella, dado que no podía tocar el suelo con los pies. Se balanceó
hacia atrás y adelante, y casi deja caer la delicada pieza en la que estaba
trabajando. Estaba soltando pequeños tornillos haciéndolos girar con la uña del
pulgar, y utilizaba la poca luz que generaban sus ojos para trabajar en el
cableado. Unos toques más, y habría terminado.
Un rastro de olor, esta vez de curiosidad y algo
más, flotó hasta su nariz. Escondido su trabajo cuando la puerta se abrió,
derramando la débil luz del pasillo sobre los ojos de Aguilae. Jek proyectó una
sombra sobre ella, soltando las ataduras que la mantenían colgada de la pared.
-¿Realmente era necesario este alojamiento? -dijo
entre dientes, frotándose el hombro.
-Las precauciones son muestra de sabiduría; es lo
que los ancianos nos enseñan. -Jek la bajó a la cubierta-. Pero, es cierto...
no has escuchado las palabras de los ancianos durante, ¿cuánto? ¿Ocho estaciones?
-Siete y media, en realidad. -Apartó los brazos de
Jek, soltando arena de su túnica. Echó un vistazo alrededor. Sin la venda que
la obligaron a llevar ante los ojos previamente a colocarla en el armario dormitorio,
finalmente pudo ver los abarrotados compartimentos oxidados del nivel superior.
La luz del sol que se derrama por la izquierda le indicaba que el puente estaba
cerca. Un grupo de jawas estaba agrupado a la derecha. Su hedor mostraba que
estaban significativamente molestos. Miró un poco más y vio al squib de pelaje
gris entre ellos, mirando al techo del compartimiento.
-Me sorprende que te has dado cuenta -añadió Aguilae,
moviendo rápidamente los ojos de esquina a esquina.
-Nunca te he quitado el ojo de encima, Khea. -Jek
se paseaba de un lado a otro, con un llamador de droides en la mano,
supuestamente examinándolo con interés-. Sabes lo que dicen de ti, ¿no? ¿Sabes
lo que está pasando tu tribu?
-No -dijo ella, preguntándose cuánto tiempo tendría
que seguirle la corriente-, pero estoy seguro de que me lo dirás.
-No voy a tener que hacerlo. Sin duda estarán en el
intercambio, y finalmente te llevaremos donde debes estar. Debes seguir
nuestros caminos, Khea. Una mujer no puede abandonar su papel en la tribu y los
encuentros. Es peligroso.
En algún lugar de los oscuros pliegues de su
capucha, Aguilae hizo una mueca. De modo que eso era lo que iba a pasar. Hizo
una pausa, dejando que Jek saboreara su última sílaba glotal, mientras trataba
de recordar esos holovídeos que Mace había conseguido de un viajero dorcin.
¿Cómo solían decir...?
-¿De modo que es eso? -dijo, más fuerte de lo que
pretendía-. ¿Realmente es eso?
Los otros Jawas se acercaron, y sus olores
traicionaban su curiosidad. Una vez más, Aguilae se concentró en su hambre para
que su ansiedad no se revelase a través de su aroma.
-¿Qué quieres decir? -preguntó Jek.
-Oh, vamos, Jek. ¿Esperas que me crea que me estás llevando
todo el camino hasta el intercambio sólo para enseñarme una lección de los
ancianos? -Se acercó más a él, una acción que él obviamente no esperaba-. ¿Que
pondrías remotamente en peligro tu reclamación del deslizador llevándome
contigo? ¿Por qué no ser honesto, para variar? No soy ninguna agricultora a la
que estés tratando de engañar.
Por un breve momento, mientras citaba el diálogo que
alguna casquivana ho'din había grabado en otro mundo hace incontables años,
antes de que, sin duda, firmase un contrato por varios holos, Aguilae lamentó haberse
concentrado en su estómago. Esas palabras le daban nauseas.
-Esos los ojos de fuego que echaba de menos. -Jek
sonrió, extendiendo sus pequeñas manos sucias para tocarla en los hombros.
-Inténtalo, Jek., No me importa. Llévame ante mi
padre. Incluso si él lo decreta, no me uniré contigo. -Dejó que la última
palabra saliera siseando de sus labios, con toda la intensidad que pudo reunir.
En el interior, una parte de ella se rió. Puede que los jawas sepan de droides,
se dijo, pero son ajenos a los holomelodramas de serie B.
Jek pisó el pie en el suelo.
-¡Ese es el camino, Khea!
-¡No, Jek! Es tu camino. No el mío.
Por un momento o dos, todo lo que se oía era el omnipresente
ruido de las orugas del reptador de arena. Jek echaba humo, llenando el
compartimiento con el hedor de su rabia impotente. Se dio la vuelta, mirando a
los jawas que observaban desde la esquina.
-Lleváosla -graznó Jek-. Dejar que su padre se
ocupe de ella.
Jek salió airadamente de la cámara mientras los
otros jawas agarraron a Aguilae y la obligaron a entrar en el compartimiento.
Hizo todo lo posible para fingir resistirse, mientras miraba más allá de los
jawas.
Su señal había sido recibida. Mace no estaba allí.
***
Era como si fuera la mañana del Día de Regateo, y
Mace volviera a ser sólo un joven pelusilla. Los pelos de sus brazos se
erizaron mientras miraba alrededor de la habitación en la que había entrado apretando
su pequeño cuerpo.
Allí, en la esquina, había una unidad R1 inclinada.
Escondida bajo una pila de cableado óptico estaba la forma rechoncha de una
unidad BM-B. Una unidad WED-15 quemada se había convertido en poco más que un
batiburrillo de manipuladores, pero aún así era suficiente para hacer que el
corazón de Mace se disparara. Trató de correr en siete direcciones a la vez, y
acabó sentándose, recuperando el aliento.
Recobró el control de su mente frívola y se hizo
una idea mejor de su entorno. Era muy ingenioso, la verdad. La habitación era alguna
clase de compartimiento oculto, con los ángulos llenos de pesados tubos de
ventilación de vapor. Si alguna tribu jawa de la competencia consiguiera
tecnología de sensores, esta sala aparecería como un punto caliente, pero no
podría obtenerse ningún detalle del interior.
En este caso, era la firma repulsora de su deslizador
que se ocultaría. Mace saltó a los controles, echando una mirada superficial al
salpicadero. Las lecturas parecían positivas; parecía que los Jawas no habían
tenido aún la oportunidad de examinarlo. Una pequeña voz dentro de su cabeza le
devolvió a la situación actual. Aguilae le había dado una oportunidad, y no
podía desperdiciarla. Pero no se iría sin ella.
Metió la mano en uno de sus bolsillos ocultos, sacando
un puñado de cronómetros. Rápidamente encontró el que funcionaba. Quince
minutos. Le daría quince minutos.
Mientras tanto, pensó mientras su mirada se
encontraba con una unidad R5 roja ligeramente carbonizada y un droide de potencia,
sería mejor que encontrase una manera de mantenerse ocupado.
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