domingo, 26 de junio de 2011

El honor de los Jedi (129)

129
A pesar de las palabras de Erling, Luke siente escasa simpatía por él. La muerte de Sidney está demasiado fresca en su mente. Sin embargo, no puede dejar que Erling muera... por sus propios motivos, además de los de Mon Mothma.
-Erling, no sé por qué eres tan importante para Sebastian Parnell. Desde luego, no eres un líder militar, y dudo que pudieras dirigir a un dewback hacia el agua. Pero no puedo dejar que mueras.
Por un instante, parece como si Erling fuera a protestar, pero como Luke no le aparta la mirada, permanece en silencio. Luke se dirige a Warburton.
-Hasta ahora, sólo mis compañeros han muerto. Por tanto, es mi derecho juzgar a este hombre.
Warburton estudia a Luke por un largo instante, luego mira al twi'lek. Finalmente, gruñe una larga respuesta.
-Dice que si permanecéis en nuestra ciudad, él es el juez del destino de esta persona. Si os marcháis, puedes juzgar tú.
-Entonces nos marcharemos.
Tormey les devuelve las armas, y luego sube a bordo del carro repulsor. Los escolta por un laberinto de pasillos que Luke cree que, en general, se alejan de la ciudad. Finalmente, les dice que paren.
-No volváis por aquí -advierte. Un instante después, el gorum desaparece en la oscuridad.
-¿Ahora hacia dónde, Erredós? -pregunta Luke.
El droide pita impotente.
-Yo nos sacaré de aquí -dice Erling.
-Claro. -Luke responde con la misma desesperanza que solía sentir cuando le pedía a su tío Owen que le mandase a la Academia. El pensamiento hace que cierre los ojos por un instante. Su testarudo y dogmático tío habría tenido mucho en común con Erling Tredway... si hubieran llegado a conocerse.
-Lo haré. Confía en mí.

El honor de los Jedi (125)

125
-Lo siento, Erling -dice Luke.
Erling traga saliva, palideciendo de golpe.
-Lo entiendo. Vete; ya ha muerto demasiada gente por mi culpa.
Tormey devuelve a Luke su sable de luz.
-Nadie puede sobrevivir solo en la instalación subterránea. Si quieres quedarte, eres bienvenido.
Luke niega con la cabeza.
-No puedo.
Tormey escolta a Luke al borde de la ciudad.
-Que el manto oscuro te oculte de los enemigos -dice.
-Y a ti también -dice Luke.
Luke avanza rápidamente en la oscuridad. Aunque la imprudencia de Erling había causado la muerte de dos buenos amigos, Luke siente que está mal dejarlo con los fugitivos. Pero no tiene otra elección; los hombres de Warburton lo superaban en número por cinco a uno, y ellos tenían armas. No respetar su ley sólo haría que le matasen. Además, tiene muchas más posibilidades de conseguir escapar sin Erling a su lado.

Luke tiene razón. Sin Erling a su lado, finalmente encuentra un camino de salida de la instalación subterránea y se cuela a bordo de una lanzadera de suministros. Sin embargo, cuando regresa a la base y presenta su informe, tanto el general Dodonna como Mon Mothma parecen decepcionados con él. Esta misión ha terminado con un fracaso para Luke; regresa a la sección uno y prueba de nuevo.

El honor de los Jedi (123)

123
-¡Aún no! -susurra Luke-. ¡Vuelve aquí!
-¿Qué? -pregunta Erling.
Los soldados de asalto se detienen. El soldado en el asiento del copiloto activa un foco. Sidney empuja a Erling, que queda tumbado en el suelo, y luego arroja su rifle y se lanza por el estrecho pasaje. Dos blásters destellan. Los disparos golpean al pada, lanzándolo varios metros más allá.
Luke se muerde la lengua para no gritar. Sólo puede esperar que Sidney sobreviva a las heridas que ha recibido, y que no sea la segunda vida que se cobre Erling. Jura que no habrá una tercera.
Los dos soldados de la parte trasera saltan del carro. Cubren los flancos mientras el copiloto ilumina con el foco las marañas que rodean el pasillo. Aunque la luz pasa sobre varios gorums, el soldado no se percata de ellos. Finalmente, uno de los guardias de la escolta apunta con una linterna al cuerpo inmóvil de Sidney.
-Era tan sólo un rezagado -informa-. Ni siquiera estaba armado.
Continúan su camino. Luke suelta el aire que había estado conteniendo mientras esperaba que los soldados no siguieran disparando al cuerpo del pada.
La columna principal llega unos instantes después. Consiste en un pelotón de soldados de asalto montados en 15 carros repulsores. Cuando el último de los carros entra en el pasillo, 20 blásters disparan. Los ocupantes de los carros a ambos extremos de la columna caen al suelo, con la armadura fragmentada y humeante. El carro final explota, bañando el pasillo con decenas de fragmentos de metal.
Los soldados de asalto restantes saltan de sus vehículos y disparan a ciegas hacia las oscuras marañas. Luke comprende de pronto por qué los gorums patrullan el exterior de la ciudad. Se cuelgan en lo más alto del bosque de metal, muy por encima del rango efectivo de los soldados de asalto. Disparan de nuevo y más soldados de asalto caen.
Los supervivientes se refugian rápidamente al abrigo de la jungla de equipamiento. Un soldado aterriza entre Luke y Erling. Erling grita de terror. Luke activa su sable de luz y luego atraviesa con su hoja el costado del soldado. La armadura se abre como el caparazón de un crustáceo. Varios disparos imperiales responden al grito del soldado de asalto, atraídos peligrosamente cerca por el brillo de la hoja de Luke. Desactiva la hoja y se pone a cubierto detrás de una caja de ventilación cubierta de cables.
La batalla se convierte en un patrón entretejido de destellos y brillos. Luke avanza y ve una forma blanca yaciendo sobre su costado. Dos disparos surgen de su arma y un gorum grita, y luego cae inerte al suelo. Luke activa su sable de luz y lanza un tajo al tronco del soldado. Un gorgoteo electrónico surge del vocalizador.
Luke desactiva su hoja y busca otro enemigo. Sin embargo, ya no destellan más disparos. Con cuidado, avanza hacia el cuerpo inmóvil de Sidney. Un quarren ha levantado con cuidado al minero.
-¿Está vivo? -pregunta Luke bruscamente.
-Apenas. Tenemos algo de equipo; este es valiente. Puede sernos de utilidad.
Varios gorums recogen las armas de los imperiales muertos. Luke admira la eficiencia de su emboscada. Pasará mucho tiempo antes de que Parnell limpie la instalación subterránea de prisioneros fugados.
Tormey -al menos el piloto rebelde cree que es Tormey- está de pie junto a la forma arrodillada de Erling. Sostiene una pistola contra la cabeza de Erling. Luke sujeta el sable de luz en su cinturón.
-Aquí estás -dice Tormey-. Has luchado bien. Warburton te dará la bienvenida a sus filas. Pero este... -dice, señalando con desdén a Erling- ...este es imprudente. Lo siento, debe morir.
El rostro de Erling no revela ninguna emoción. Sólo mira fijamente al suelo.
Luke se dirige a Erling.
-No entiendo por qué Sebastian Parnell tiene tanto interés en ti -dice, añadiendo para sí mismo el nombre de Mon Mothma junto al de Parnell-. Desde luego, no eres material militar. Y aunque das una buena primera impresión, no creo que seas capaz de dirigir a un bantha para salir de un corral ardiendo.
Erling no devuelve la mirada a Luke.
-Estoy de acuerdo -dice-. Ahora entiendo por qué Mon Mothma rechazó mi petición.
-¿Quieres hacerlo tú? -pregunta Tormey.
Luke niega con la cabeza.
-No. Y no puedo permitir que lo matéis.
Tormey se encoge de hombros.
-No tienes elección.
Erling mira a Luke a los ojos.
-No tengo miedo a morir -dice-. Lo único que temo es fracasar, y eso ya lo he hecho.
A pesar del cambio de actitud de Erling, Luke siente poca simpatía por él. La muerte de Sidney es una posibilidad demasiado real. Pero no puede dejar que Erling muera... por sus propias razones además de las de Mon Mothma.
-Erling, aunque sea por una vez cállate y haz lo que se te dice. ¿De acuerdo?
Por un instante, parece que Erling va a protestar. Pero cuando la mirada de Luke no se aparte, el otro hombre asiente.
-Os propongo un trato, Tormey. A cambo de la vida de Erling, os diré cómo encontraron vuestra ciudad los soldados de asalto.
Tormey lo piensa por un instante, agitando lentamente las orejas.
-Trato hecho; estoy seguro de que no os siguieron a vosotros.
Luke le cuenta a Tormey su anterior encuentro con el twi'lek que había visto en la sala del consejo de Warburton. Tiene cuidado en presentar únicamente el hecho de que había visto al twi'lek con el grupo de trabajo de la sub-instalación. No extrae ninguna conclusión, porque es probable que esté equivocado.
Tormey suelta un jadeo de sorpresa.
-¡Santo! Eso explica muchas cosas. Enviaré a alguien contigo para mostraros un camino de salida.
-Yo puedo encontrar el camino -dice Erling.
Tormey le mira con aire dubitativo.
-Si os perdéis y volvéis por aquí cerca, te mataremos.
-Puedo encontrar el camino -repite obstinado Erling-. Confía en mí -insiste a Luke.

El honor de los Jedi (133)

133
Luke permanece en silencio, con la esperanza de que Erling espere a que los gorums disparen. Pero no tiene esa suerte. Erling se pone de pie de un salto y grita:
-¿A qué estamos esperando? ¡Atacad!
Dispara su rifle bláster. El disparo golpea inofensivamente en el capó del carro.
Los imperiales responden de inmediato. El soldado de asalto en el asiento del copiloto activa un foco e inunda de luz los alrededores de Erling. Los dos de la parte de atrás le proporcionan fuego de cobertura, y el conductor pone el carro marcha atrás.
El foco ilumina a Erling. Sidney se arroja sobre el joven Tredway, empujando al humano para ponerlo a salvo. Los soldados de asalto disparan y dos tiros impactan en el pada, arrojando su pequeño cuerpo al suelo.
Luke no puede evitar gritar. Activa su sable de luz y salta desde su escondite. Atraviesa con la hoja a los dos soldados del lado derecho del carro. Las placas pectorales se rompen como cáscaras de huevo. El operador del foco cae de su asiento, y luego el carro pasa de largo.
El conductor da media vuelta para enfrentarse a sus atacantes. Al detenerse para cambiar el impulso direccional, cinco disparos de bláster brillan desde la oscura maraña. El pasajero restante sale volando del carro y choca contra una caja de ventilación.
El conductor acelera, con una docena de disparos bláster persiguiéndole. Luke desactiva su sable de luz. Al volverse hacia Sidney, se encuentra cara a cara con los enfadados ojos rojos de Tormey.
-¡Esto os va a costar la vida!
El cañón de un bláster le presiona en la espalda. Un gorum al que no puede ver le toma el sable de luz.
Tormey y otro gorum llevan a Luke y Erling de vuelta al edificio de Warburton. Erling permanece en silencio durante el viaje de vuelta, pero Luke no puede retener su rabia.
Erling no responde. Cuando finalmente llegan al edificio de mando, Tormey los conduce a ambos al interior. Warburton está sentado a su mesa, con twi'lek junto a su hombro derecho y un calamariano de ojos tristes a su izquierda. El calamariano de cabeza de pez está trazando un plan de defensa desesperado.
Cuando el calamariano termina, Tormey explica el fracaso de la emboscada. Para sorpresa de Luke, Warburton permanece en calma. Envía a un sullustano y a un quarren con nuevas órdenes de defensa, y luego gruñe una larga pregunta a Tormey.
-En realidad -responde Tormey-, fue por estupidez. Este humano -dice señalando a Luke- destruyó a dos caparazones blancos arriesgando su propia vida. No habría hecho eso si fueran espías.
Warburton sopesa las palabras de Tormey y luego pronuncia su veredicto.
Tormey se vuelve a Erling y traduce el dictamen.
-A menos que podáis proporcionar algo de similar valor al daño que habéis causado, Warburton os condenará a muerte. Dado que no creemos que seáis espías imperiales, no habrá tortura.
Luke estudia al wookiee por un instante. Sabe que no servirá de nada discutir.
-Tengo algo de mayor valor -dice.
-Entonces habla, y hazlo rápido. Pronto tendremos que luchar.
Observando al twi'lek detenidamente, Luke explica que ya le había visto antes... con el equipo de trabajo de la sub-instalación.
-¡Mentiroso! -dice el twi'lek, alejándose de la mesa.
Con una gigantesca mano, Warburton agarra rápidamente al twi'lek por uno de sus tentáculos craneales. Gruñe algo en dirección a Tormey.
-Puedes unirte a nosotros -dice Tormey-, nos has ayudado mucho. Pero el otro humano debe morir. Esa es nuestra ley.
-No puedo permitirlo -dice Luke.
Tormey se encoge de hombros.
-Únete a él o no. Es tu elección.
Antes de que Luke pueda protestar de nuevo, Erling dice:
-No tengo miedo a la muerte. Lo único que me da miedo es fracasar, y ya lo he hecho.

sábado, 25 de junio de 2011

El honor de los Jedi (117)

117
El gamorreano se hizo a un lado.
“La ciudad” es una colección de tabiques fabricados con hojas de metal, plasticajas, cables envueltos en telas, o cualquier otra cosa que los habitantes pueden encontrar para dividir los espacios habitables. Cada diez metros o así brillan faroles, dando al lugar un la apariencia de un pueblo primitivo. Seres de todas clases y formas observan pasar el carro repulsor. Luke reconoce ithorianos, calamarianos, quarren, sullustanos, togorianos, kohanos e incluso un jawa. También ve una docena de razas que no puede identificar. La mayoría son bípedas y aproximadamente humanoides. Sin embargo, también pasan junto a una serpiente peluda con hocico canino que le da escalofríos a Luke.
Tormey los detiene finalmente frente a una gran estructura construida enteramente de láminas de metal. Abre la marcha al interior, seguido por Luke y sus acompañantes. Un gran wookiee con pelaje moteado y dientes amarillentos está sentado ante una mesa improvisada. Varios seres están sentados con él, pero sólo uno atrae la atención de Luke; un twi'lek con una cicatriz en forma de gancho sobre la ceja izquierda. El twi'lek no da muestras de reconocer a Luke.
El wookiee gruñe una pregunta a Tormey, observando a Erling como si sintiera instintivamente que él es el líder del grupo.
-Han venido a arrestarnos, Warburton -responde Tormey.
El wookiee ruge alarmado.
-¡Tormey está bromeando! -dice Luke rápidamente. Los wookiees tienen un peculiar sentido del humor-. Somos refugiados del Bloque de la Muerte.
Esto calma a Warburton. Gruñe una pregunta a Erling. Que Warburton asuma que Erling es el líder del grupo molesta a Luke. Más que intranquilidad, le causa incomodidad; Luke no tiene la menor duda de que Erling dirá algo que les meterá en más problemas.
Tormey se vuelve hacia Erling.
-Quiere saber... -Tormey se detiene en mitad de la frase y camina hacia la puerta. Inclina las orejas hacia delante y escucha intensamente durante varios segundos. Nadie dice ni una palabra. Finalmente, regresa-. ¡Los caparazones blancos se acercan, Warburton!
Warburton mira amenazadoramente a Erling y luego ladra una orden.
-Sí. -Tormey se gira hacia Erling-. Vais a encargaros del perímetro externo con mis gorums. Warburton teme que seáis espías imperiales.
Erling comienza a protestar, pero Luke le detiene.
-Demostremos que se equivoca -dice. Sabe que no conviene discutir con un wookiee.
Vuelven al carro repulsor y abandonan la ciudad. Aunque no dice nada, Luke siente que Sidney preferiría evitar el combate y huir. Erling, sin embargo, está entusiasmado con las expectativas. Luke se asombra en silencio por el cambio. Ciertamente, que asesinen a tu familia podría conducir a la violencia incluso al hombre más pacífico. Pero Erling debería estar huraño y retraído, no orgulloso y celoso. Parece considerar el ataque un desafío a su dignidad personal.
Tormey pide a Luke que estacione el carro repulsor. Asigna a Luke y sus compañeros a una pequeña maraña de equipamiento. No deben atacar hasta que no vean a los gorums luchar.
-¿Dónde están todos los demás? -pregunta Erling.
-Están aquí -responde Sidney, agitando las orejas a un lado y a otro-. Nunca había escuchado a unas criaturas tan silenciosas.
Luke desengancha el sable de luz de su cinturón. Las condiciones son ideales para un arma de lucha cuerpo a cuerpo. Mientras esperan, las mariposas en el estómago de Luke se agitan como murciélagos hambrientos. Sabe que no debe pensar en la muerte; ese es un camino seguro hacia el pánico. Pero no puede evitar estar asustado, y cuanto más espera más asustado está. No puede imaginarse cómo se sienten Sidney y Erling; ninguno de ellos tiene la clase de experiencia de combate que él tiene, y él aún se considera un soldado novato.
Finalmente, el zumbido de un motor repulsor anuncia la llegada de los imperiales. Luke se prepara para activar el sable de luz. Un único carro repulsor aparece ante su vista; transporta cuatro soldados de asalto armados con rifles bláster. Luke sabe que este carro es la unta de lanza. Se mueve por delante del grueso del enemigo para descubrir emboscadas.
Erling se agita, tal vez preparándose para atacar.

La Tribu Perdida de los Sith #6: Centinela (y IV)

Capítulo Cuatro
La pequeña choza estaba tomando forma. Bajo un denso dosel de follaje que ningún explorador a lomos de un uvak podría penetrar, la nueva estructura se alzaba sobre un montículo relativamente seco en mitad de la espesura. Los brotes hejarbo crecían mucho más fuertes en esa parte de la selva; de no haber sido por el sable de luz de Jelph, Ori nunca habría podido despejar el terreno.
Habían pasado ocho semanas desde que la explosión se llevó consigo la granja. Jelph y Ori habían descendido desde la selva sólo una vez, al amparo de la noche, para investigar lo que quedaba. No había nada que ver. Toda la orilla se había hundido en el río Marisota. Aguas oscuras se arremolinaban y giraban sobre el cráter de la explosión. Todo lo que quedaba era el muñón de un camino cubierto de maleza que terminaba en el borde del río. La pareja regresó a la selva esa noche seguros de que nadie se enteraría de que una vez hubo un caza estelar en Kesh. Ori se rió por primera vez en varios días, citando la frase favorita de su madre.
-La Confianza del Callejón Sin Salida.
Desde ese viaje, su atención se había centrado exclusivamente en construirse un lugar donde permanecer ocultos. Ori se dio cuenta de que ya no había vuelta atrás; no después de la traición de su madre. La muerte de Venn sin duda habría sido transmitida a través de la Fuerza... e igualmente sin duda, eso habría hecho que los Sumos Señores restantes volvieran a enfrentarse entre sí. El juego había empezado de nuevo; tal vez incluso Candra encontrase un papel que jugar. Ori no quería tener nada que ver con eso. Eso formaba parte de su pasado.
Y si nadie lamentó la muerte de Lillia Venn, tampoco nadie había ido en busca de Ori y Jelph. De hecho, ambos descubrieron menos Sith y keshiri que de costumbre en los alrededores. Presumiblemente, la desaparición misteriosa de una Gran Señora en una zona considerada embrujada desde la tragedia de los Lagos Ragnos tendría ese efecto.
Mejor para ella. Ahora tenía una nueva visión de sí misma... basada en una vieja historia que había oído de niña. La leyenda keshiri decía que, poco después la legada de los Sith, parte de su población nativa había escapado cruzando el océano. Habían escogido un viaje sin retorno hacia la privación y una muerte probable antes que vivir al servicio de la Tribu. Actualmente, los keshiri más devotos la contaban como una advertencia: la elección del destino era un lujo reservado a los Protectores, no a sus siervos. El precio de la arrogancia, para un siervo, era el aislamiento.
Ori la veía de otra manera. Si el éxodo realmente había sucedido, quien hubiera dirigido a los esclavos en su huída habría sido el keshiri más grande de todos los tiempos. Su destino había sido decidido... y desafiado. Jelph estaba en lo cierto. Tenía que haber una manera de triunfar en la vida, aparte de trepar a la cima de una caótica orden... sólo para ser apuñalado con un shikkar o envenenado por un presunto aliado. Se preguntaba si Venn habría sido feliz, al ser inmolada en su momento de triunfo. Los miembros de la Tribu parecían tan irremediablemente atados a sus caminos como los keshiri que seguían siendo esclavos. ¿Y creían que eran más inteligentes?
Mirando hacia el sol que desaparecía entre los árboles, Ori comenzó a cortar los últimos de los brotes de un metro de longitud que formarían la puerta lateral. Se sentía extraña usando el arma de Jedi, pensó. Todos los sables de luz que usaban los Sith de Kesh eran de color rojo, pero algunos de los náufragos originales guardaban sables de luz Jedi como trofeos. Ella había visto a uno verde en el Museo Korsin. El color de este era extraño y hermoso, un azul brillante que no se encontraba en ninguna parte de la naturaleza. El único artefacto que indicaba el origen alienígena de Jelph.
Bueno, no el único, pensó, apagando el sable de luz.
Ella sabía que él estaría ahí ahora. Como de costumbre, se había levantado al amanecer para atrapar el desayuno y recoger fruta para más tarde. Aunque no tenía nada que ver con las condiciones para la agricultura que ofrecían las tierras bajas, la selva proporcionaba otros medios de sustento durante todo el año; en esta latitud, ella dudaba de que se enterasen cuando llegara el invierno. Pasó el resto del día construyendo su refugio, antes de retirarse, al anochecer, como siempre hacía, a mantener vigilancia junto al dispositivo... la única parte de la nave espacial que Jelph no había llevado a la granja. Se dirigió allí ahora, hasta el lugar entre los árboles donde Jelph había permanecido sentado sobre un tocón durante horas, mirando fijamente a la caja de metal oscuro y trasteando con sus instrumentos.
Él no se lo había mantenido oculto. Para los Sith, el "transmisor", como él lo llamaba, podía ser un descubrimiento tan explosivo como el caza estelar. Jelph lo había guardado por lo que representaba: su tabla de salvación hacia el exterior. Nunca había sido capaz de enviar un mensaje; como él mismo explicó, algo en Kesh y su campo magnético cambiante impedía tales intentos. Tal vez eso no fuera una situación permanente, pero podrían pasar siglos antes de que cambiara. Ori se preguntaba si ese mismo fenómeno había frustrado a los náufragos siglos antes. Todo lo que él podía hacer era configurar el dispositivo para buscar señales en el éter, registrándolas para su posterior reproducción. Tal vez, si algún viajero se acercaba lo suficiente, podría ser capaz de hacer llegar un mensaje más allá. Ori entendía ahora los viajes de Jelph río arriba durante los primeros meses: iba a la selva para ver qué sonidos había atrapado.
Normalmente, no escuchaba nada salvo estática. Pero fuera lo que fuese lo que Jelph acababa de oír le había dejado desconcertado.
-No puedo volver -dijo, mirando fijamente al dispositivo.
Ori miró al objeto parpadeante, sin comprender.
-¿Qué ha pasado?
-Capté una señal. -Le tomó varios segundos ser capaz de decir las palabras-. Los Jedi están en guerra entre sí.
-¿Qué?
-Un Jedi llamado Revan –dijo-. Cuando yo vivía allí, Revan era como nosotros... tratando de reunir a los Jedi contra un enemigo mayor. –Jelph tragó saliva, y encontró que tenía la boca seca-. Por lo que parece, algo ha ido mal. La Orden Jedi se ha dividido. Está en guerra consigo misma.
Jelph reprodujo para ella el mensaje grabado. Un fragmento de una advertencia de un almirante de la República, que advertía a los oyentes de que no se podía confiar en ningún Jedi. La antigua unión entre la República y los Jedi habían sido rota. Ahora sólo había guerra.
El mensaje terminó.
Agitado, Jelph desactivó el dispositivo.
-Esto... es culpa nuestra. Del Pacto.
-¿La secta Jedi a la que pertenecías?
-Sí. –Alzó la mirada al crepúsculo, incapaz de encontrar ninguna estrella vespertina a través del follaje-. Y ese es el problema. Se supone que no debería haber ninguna secta Jedi. Ahora la Orden está dividida... pero nosotros la dividimos en primer lugar. -Agitó la cabeza-. Que la Fuerza los ayude a todos.
Volvió de nuevo la mirada hacia la espesura. Ori le dejó sentarse en silencio. Se dio cuenta de que durante todos esos días en que ella se quejaba del mundo que había perdido, Jelph estaba viviendo con la pérdida de toda una galaxia. Y ahora la estaba perdiendo de nuevo.
Finalmente, Jelph se puso de pie y habló.
-Ya no sé qué hacer, Ori. Hemos evitado que la Tribu descubriera una forma de salir de Kesh. Pero siempre mantuve la esperanza de que, algún día, podría establecer contacto con el transmisor. Establecer contacto –dijo, mirándola por un instante-, para sacarnos de este lugar.
-Y para advertirles acerca de mi gente –dijo Ori.
Jelph apartó la mirada. No tenía sentido evitar la verdad.
-Sí.
Ori le puso la mano en el hombro.
-Es justo. Yo traté de advertir a mi gente acerca de ti.
-Bueno, ahora no tiene importancia -dijo él, agachándose para apartar una piedra de su futuro jardín delantero-. Si los Jedi están divididos, o, peor aún, si Revan o algún otro ha caído al lado oscuro, entonces llamar su atención sobre un planeta lleno de Sith es lo peor que podría hacer para la galaxia.
-Eso no lo sabes –dijo ella-. Podrías equivocarte. Tal vez los Jedi llegaran aquí y acabaran con todos.
-Sí, tal vez esté equivocado. -Riendo para sí mismo, la miró-. ¿Sabes? Es la primera vez que alguien me ha oído decir eso. Tal vez si lo hubiera dicho más a menudo antes, yo no estaría aquí ahora. -Lanzó la piedra a la corriente y se arrodilló de nuevo-. He vivido toda mi vida pensando que sabía lo que tenía que hacer. Pero no sé lo que debo hacer ahora.
Al mirarlo, Ori vio la mirada que había visto en él en sus anteriores visitas a la granja. Era la expresión que usaba cuando trabajaba en el lodo. Entonces estaba haciendo algo desagradable, pero que hacía porque tenía que hacerlo, para mantener vivo su jardín y contentos a los clientes. Su deber.
Deber. El término no significaba lo mismo para los Sith. En los Sables, Ori había tenido misiones que le habían encargado realizar... pero las había tomado como desafíos personales, no por ninguna lealtad a un orden superior. La galaxia no tenía derecho a darle extraños trabajos. Los seres verdaderamente libres tenían vidas. Los esclavos tenían deberes.
Y ahora Jelph estaba sufriendo, en la certeza de que tenía algún deber que cumplir, pero sin saber de qué se trataba. ¿Qué servicio le debía la galaxia... una galaxia que ya le había expulsado?
-Tal vez -dijo Ori-, tal vez la filosofía Sith tenga tu respuesta.
-¿Qué?
-Se nos enseña a ser egoístas. Nosotros no pensamos en nosotros y ellos. Eres sólo , contra todos los demás. Nadie más importa. –Rodeándole con los brazos desde atrás, ella se asomó a la corriente oscura, que burbujeaba en silencio al seguir su camino para alimentar al río Marisota-. Los Sith me expulsaron. Los Jedi te expulsaron. Tal vez ninguno de los dos lados merezca nuestra ayuda.
-¿El único lado digno de ser salvado -dijo, volviéndose hacia ella-, es el nuestro?
Ella le sonrió. Sí, había estado en lo cierto desde el principio. Él era mucho más que un esclavo.
-Inténtalo, Jedi –dijo-. Si yo puedo hacer algo desinteresado... entonces quizás sea el momento de que hagas algo egoísta.
Él la miró durante un largo instante, con un brillo en sus ojos. Sin decir palabra, rompió el abrazo y caminó hacia el receptor. Levantándolo del suelo, mostró una sonrisa torcida.
-¿Te parece bien?
Ori le vio acunar la parpadeante máquina un momento antes de darse cuenta de lo que pretendía. Exhalando, ella se acercó y le ayudó a llevar el transmisor al borde de la corriente. Con un gran empujón, lo arrojaron en ella. Golpeando un banco de arena bajo la corriente, el artilugio se rompió ruidosamente en mil pedazos. Observaron juntos por un momento como trozos de carcasa temblaban y desaparecían en la oscuridad. Luego volvieron a su casa.
Las ataduras habían sido cortadas.
Era el momento de vivir.

martes, 14 de junio de 2011

La Tribu Perdida de los Sith #6: Centinela (III)

Capítulo Tres
Era agradable volar de nuevo. Ori miró hacia abajo, a la campiña que se deslizaba bajo las batientes alas del uvak. De vez en cuando, se volvía para mirar a Jelph, aferrándose a ella mientras manejaba las riendas. Seguía sonriendo. Volar no era un misterio para él, ella lo sabía... pero había vivido en tierra durante tres años, observando cómo volaban los Sith. Este era un cambio bienvenido.
Se preguntó cómo sería volar en su nave espacial. Ahora sabía por qué él no se había marchado antes simplemente volando en ella... pero ahora que se habían encontrado el uno al otro, ya no había nada que los atase a Kesh por más tiempo. Estarían un poco incómodos en la única plaza del vehículo, y sabía que él quería volver a instalar algún tipo de sistema de comunicación antes de partir. Pero a pesar de que no habían hablado de ello, ella esperaba fervientemente esa huida.
¿Cómo sería la vida para ella, una hija de la Tribu en una galaxia dominada por los Jedi? Muy parecida a lo que Jelph debía haber sentido estos últimos años, se imaginó. Ahora estaba empezando a pensar de esa manera. La empatía era un rasgo que los Sith sólo entendían como un medio de conocer mejor a los enemigos; de otra manera no tenía ninguna finalidad práctica. Ori había comenzado a ver las cosas de manera diferente.
Como Candra, por ejemplo. Había muchas razones por las que Ori había querido restaurar la anterior posición de su madre... pero la mayor parte giraba en torno al orgullo, la venganza, y la vergüenza por su estado actual. Ahora se daba cuenta de que era más importante simplemente mejorar la vida de su madre consiguiendo liberarla de las garras de Venn. Los cuatro Sumos Señores podrían hacer eso, le aseguró Gadin Badolfa cuando contactó con él. Ella sólo necesitaba algo para negociar con ellos en lugar de la nave espacial de Jelph. Jelph había sugerido las cuatro armas bláster en perfecto funcionamiento que tenía escondidas en su casa; ella podría afirmar que las había descubierto en una tumba en alguna parte. Todas las armas que tenían de la tripulación del Presagio hacía mucho tiempo que se habían agotado. El descubrimiento de unas armas cargadas supondría una importante diferencia en la violenta política de los Sumos Señores.
-No vamos a llegar a tiempo -dijo Jelph. Su uvak no había querido llevar a dos jinetes extraños y había luchado con ellos todo el camino-. ¿Qué es eso allá arriba?
Ori levantó la vista para ver un grupo de uvak que volaba formando una V -una figura solitaria seguida por tres más a cada lado- y se alzaba en el aire por encima de ellos.
-¡Maldición! –Se dio cuenta de que habían encontrado la corriente de aire-. ¡Van a llegar allí antes que nosotros!
-Mantén el rumbo -dijo Jelph. Se agarró más fuerte a ella-. ¡Pero más rápido!

Ori dejó que Jelph saltara a tierra lejos de la vista de la granja antes de aterrizar. Vio cómo se posaba con agilidad en el suelo y rodaba para ponerse a cubierto. Era tan sorprendente verlo en acción, con la misma capacidad física que un Sable Sith en todos los sentidos. Y además sigiloso. Los visitantes, con sus criaturas estacionadas detrás de la casa, no llegaron a ver nada.
Respirando profundamente, Ori desmontó. El paquete de los blásters estaba donde Jelph había dicho que estaría, debajo del abrevadero. Se parecían mucho a los que había visto en el museo. Con suerte, bastarían para comprar la redención de su madre... y hacer que los visitantes se marcharan.
En voz baja, ensayaba lo que iba a decir mientras rodeaba la casa hacia el enrejado destruido. Sabía qué cuatro de los Sumos Señores esperar. Sintiendo familiares presencias oscuras, los saludó.
-Señores, tengo lo que estaban buscando...
-Sí, eso creo.
Ori palideció ante el sonido de la voz ronca. ¡La Gran Señora!
Pálida y encogida, Lillia Venn salió del establo. Levantando una mano manchada, agarró a Ori mediante la Fuerza, inmovilizándola. Cuatro de sus leales guardias aparecieron desde detrás del granero y sujetaron físicamente a Ori. Dándose la vuelta, la líder Sith habló hacia el granero.
-¡Señores Luzo!
Ori sintió que su columna vertebral se convertía en gelatina cuando Flen y Sawj Luzo abrieron las puertas del establo detrás de Venn, revelando la masa metálica del caza de ataque Aurek en el interior. Badolfa le había contado que Venn había ascendido a Flen y Sawj Luzo al rango de Señores por su lealtad. Ahora, los maquiavélicos hermanos habían regresado a la granja... con su peor enemiga.
-¿Cómo ha pasado esto? -preguntó Ori, debatiéndose contra los guardias-. ¿Badolfa me traicionó?
-Oh, permitimos que Badolfa entregara tus mensajes -dijo Sawj Luzo, alzando su voz chillona con deleite-. Tu madre hizo otro trato.
-¿Qué?
-Sí -dijo Venn, girándose y cojeando hacia el interior-. Ella no creía que tu descubrimiento existiera... ni que los otros Sumos Señores acudirían. Por lo que nos alertó acerca de la reunión.
Ori parecía horrorizada.
-¿A cambio de qué?
Venn se lamió los labios secos.
-Podrías llamarlo... mejores condiciones de trabajo. De haber acudido alguno de los Sumos Señores, los habría juzgado por traición-. Señaló el vehículo espacial-. Pero esto es un premio mucho mejor.
Luchando contra sus captores, Ori miró a su alrededor. Sabía que Jelph estaba ahí fuera, pero ellos eran demasiados. Y ahora el mayor de los hermanos Luzo estaba ayudando a la Gran Señora a avanzar a través del montón parcialmente excavado de estiércol del establo hacia su descubrimiento.
-Lo logré -dijo Venn, triunfante-. He vivido para ver este día-. Soltó el brazo de su acompañante y se apoyó en el caza estelar-. La vida es una broma cruel, Lord Luzo. Te pasas años tratando de llegar a la cima del poder... sólo para que entonces todo el mundo piense que es hora de que mueras.
-Ninguno de nosotros piensa eso, Gran Señora.
-Cállate. -Ella acarició el frío metal del vehículo-. Bueno, la vida de Lillia Venn no ha terminado. Hay otra cima, otro lugar que conquistar. Comenzaré de nuevo... en las estrellas. -Vagamente consciente de los pasos de sus aliados tras ella, añadió-: Os llevaré a todos conmigo, por supuesto.
-Por supuesto, Gran Señora.
En el exterior, dos de los guardias –que una vez fueron compañeros de Ori en los Sables- se apartaron de Ori, atraídos por las emociones del interior. Ni ellos ni los dos guardias que seguían sujetándola se habían percatado del paquete sin abrir de las armas, detrás de ellos, que levitaba en silencio hacia los arbustos junto a la granja. Pero Ori sí, comenzando a moverse incluso antes de que ella escuchar la orden mental de Jelph.
¡Ori! ¡Abajo!
En lugar liberarse para salir corriendo, Ori lanzó todo su peso hacia al suelo, sorprendiendo a los hombres que sujetaban sus brazos. La distracción fue suficiente para Jelph, que surgió de la granja disparando. Rayos brillantes que no se habían visto en Kesh desde el primer siglo de la ocupación golpearon a los dos guardias por la espalda. Más adelante, el resto de Sables se quedó en estado de shock.
En el interior, la avejentada forma de Venn recuperó el movimiento. Lanzó una mirada a sus nuevos Señores.
-¡Asegurad esta zona!
Jelph cargó hacia el patio, disparando de nuevo. Los demás Sables, que nunca en sus vidas habían desviado un disparo de bláster, se movieron frenéticamente para bloquear la energía. Ori rodó por el suelo, tratando de encontrar el sable de luz de alguno de los guardias caídos. Más adelante, vio a los hermanos Luzo montando guardia en la puerta del establo... mientras que tras ellos, la Gran Señora se había encaramado de alguna manera encima del caza estelar.
No, advirtió sobresaltada. No encima de la nave. Dentro de ella.
Ori se volvió hacia Jelph, que había llegado a su lado. Él también lo había visto Por un momento se quedó paralizado, dejando de disparar. La vieja estaba dentro de su preciada nave estelar. Agarró el brazo de Ori y la ayudó a ponerse en pie.
Disparando de nuevo contra los Luzos y sus guardias, le tiró del brazo.
-¡Ori, vamos!
Lanzada al movimiento de repente, Ori volvió la mirada hacia el granero. Era evidente que él no lo entendía.
-¡Jelph, no! La Gran Señora está aquí -dijo ella-. ¿Qué estás haciendo?
Jelph no respondió. En lugar de eso, la empujó hacia adelante. Lejos de la granja... hacia el río.

En el interior, la anciana agarró el acelerador.
Una voz metálica llegó desde el compartimiento.
-Sistema automático de navegación activado. Modo de suspensión activo.
Venn abrió los ojos como platos cuando comenzó a ascender.
Fuera del Aurek, los hermanos Luzo ordenaban a los Sables supervivientes que vigilasen la entrada ante Ori y su desconocido protector. La puerta trasera del establo estaba diseñada para uvak de alas anchas; fácilmente permitiría la salida de un caza estelar en suspensión.
-Semejante poder -dijo Sawj Luzo, observando alzarse al monstruo de metal-. Ni siquiera nos necesitará para cortar los amarres.
-¿Amarres?
Flen miró debajo de la nave. Dos pequeñas cuerdas de monofilamento atadas alrededor de los trenes de aterrizaje eran ahora apenas visibles a la luz. Cuando las cuerdas quedaron tensas, los ojos amarillos del joven Señor fueron disparados a los otros extremos, enterrados en el cieno donde había estado estacionada la nave.
Allí, en el suelo, unos pequeños agarres saltaron... y derribaron los sueños de un Señor Oscuro.
El dispositivo de seguridad se había instalado antes de que Jelph trajera la primera pieza del caza estelar desde la selva. El Aurek había estado oculto bajo un montículo de estiércol en el granero... pero bajo él había enterrado algo más: dos de los torpedos de protones de la nave, rodeados de miles de kilogramos de explosivo con base de nitrato de amonio. Transformar los fertilizantes en algo que sirviera como sistema anti-robo había requerido mucha paciencia y atención... pero le había dado a Jelph una manera de convertir el trabajo que usaba como tapadera en algo útil para su misión.
Ahora, el sistema anti-robo había funcionado exactamente como estaba previsto. Cuando los cables tiraron hacia arriba, los disparadores golpearon las espoletas de los torpedos. Las armas detonaron, encendiendo los explosivos a su alrededor.
Un trueno azotó la granja cuando la bola de fuego se abrió camino surgiendo de la arcilla que lo rodeaba, consumiendo el establo y sus ocupantes en milisegundos. En el exterior, Jelph se lanzó sobre Ori, lanzando a ambos al agua justo cuando la onda de choque golpeaba el suelo tras ellos.
Lanzado a través de los pedazos techo del granero, el caza de ataque ascendió sobre un géiser de calor y fuerza. Por una fracción de segundo la mujer en su interior se regocijó ante el movimiento, suponiendo que se trataba de una manifestación natural del poder del vehículo. Su alegría terminó cuando, con los escudos de la nave desactivados, los otros cuatro torpedos detonaron en sus tubos de lanzamiento. Incluso desde Tahv, en la distancia, los trabajadores de turno de noche pudieron ver al nuevo cometa brillar cobrando vida y morir igual de rápido, bañando el cielo del sur con una luz extraña.
Lillia Venn había encontrado su camino hacia el cielo.

sábado, 4 de junio de 2011

El honor de los Jedi (142)

142
Luke sube de nuevo al carro y el líder salta sobre el capó. Les dirige por un laberinto de pasillos, y finalmente indica a Luke que se detenga junto a un muro de escombros. Un gigantesco gamorreano vigila un hueco en la barrera. La mugre cubre su piel verde, y uno de los colmillos que asoman hacia su hocico porcino está roto sobre el labio.
-Hola, Tormey -dice-. ¿Quiénes son estos tipos?
-Fugitivos -responde Tormey-. Los llevo a ver a Warburton.

El honor de los Jedi (110)

110
-Si no te importa, tenemos un poco de prisa -dice Luke.
-Es vuestra elección, pero manteneros alejados de la ciudad si sabéis lo que os conviene.
Los gorums desaparecen de nuevo en la oscuridad sobre sus cabezas.
-¡Hey! -exclama Luke-. ¿Y nuestra dirección?
No llega ninguna respuesta. Luke continúa por el laberinto, tratando de tomar el pasaje de la izquierda siempre que fuera posible. Sin embargo, sus intentos de recordar su camino no resultan demasiado exitosos. Pronto se encuentra más perdido de lo que jamas recuerda haber estado.
Una hora más tarde, un muro de escombros se alza ante ellos. El gamorreano más grande que Luke haya visto jamás se encuentra ante un hueco que conduce al otro lado del muro. Sostiene en sus brazos un cañón bláster ligero como si fuera un rifle.
-¿Quién va? -exclama.
Recordando su uniforme, Luke suspira.
-Ojalá tuviéramos a ese gorum con nosotros.
-Si hacéis exactamente lo que os digo, podremos salir de esta...
-¡Silencio! -dice Luke. Algo en la voz de Erling hace que el piloto rebelde quiera escucharle. Sin embargo, Erling casi había logrado por dos veces que les matasen... Luke no tenía intención de confiar en su buen juicio.
El gamorreano blande el cañón bláster amenazadoramente.
-¡Responded, o disparo!
Algo negro y amenazador cae en el capó del carro.
-Soy Tormey, con unos fugitivos. Los llevo a la ciudad. -Es el gorum que había molestado a Erling antes. Se vuelve hacia Luke-. De modo que teníais prisa, ¿eh?

El honor de los Jedi (126)

126
Continúan recorriendo el pasillo sin hacer comentarios durante dos kilómetros. Finalmente, Luke no puede contener su rabia por más tiempo.
-Comprendo cómo debes sentirte por tu familia -dice-, pero eso ha sido la cosa más estúpida que le he visto hacer a nadie, Erling.
-¿Qué? -pregunta Erling a la defensiva.
-¿Qué? -replica Luke con un chillido agudo-. ¡Gideon está muerto!
-La Rebelión exige sacrificios.
-¡No sabes nada de la Rebelión! -exclama Luke-. He visto hombres y mujeres morir por millares en nombre de la libertad... pero esta es la primera vez que veo a alguien morir en nombre de la estupidez.
-Algunos de nosotros no hemos tenido el beneficio de un entrenamiento de la Alianza -replica Erling-. Y si eres un guerrero tan bueno, ¿por qué no salvaste a mi familia de los imperiales?
-¡No creas que no lo intenté! -dice Luke, tratando de rechazar su ira. Aunque la pregunta de Erling está lejos de ser justa, Luke comprende que probablemente sea una consecuencia del pesar del aristócrata. Sin embargo, resulta dolorosa, porque Luke no puede evitar sentir algo de culpa por la destrucción de Tredway 24-. Todos lo hicimos... especialmente el hombre que hiciste que matasen.
-El hombre está muerto... ni siquiera yo puedo traerlo de vuelta. ¿Qué es lo que quieres?
-Nada -dice Luke-. Esperaba más del hijo de un Jedi.
Erling resopla.
-¿Qué significa eso?
-Ser un Jedi no salvó a mi padre. Su triste devoción a la “Fuerza misteriosa” no trajo sino dolor y mala suerte... y dejó a mi madre sola para criar a sus hijos.
-¿Culpas a la Fuerza de su muerte?
-No: a la ausencia de la Fuerza. No existe.
-¿Cómo estás tan seguro? -pregunta Luke.
-Lo estoy. -No hay el menor rastro de duda en su negación.
-Ciertamente nos has dado muchas razones hasta ahora para confiar en tu buen juicio -responde Luke. El ataque de Erling a los Jedi le toca muy de cerca.
Erling responde con un silencio herido, lo que a Luke le parece perfecto. Pero Sidney no se conforma con dejar el asunto así.
-Erling, ¿puedo hacer una pregunta?
-Desde luego. ¿Te conozco, verdad?
-He asistido a muchas conversaciones de la resistencia. Cuando disparaste al Gobernador Parnell, ¿pretendías matarle, verdad?
Erling tarda un rato en responder.
-Bajo ciertas condiciones -dice finalmente-, matar es justificable.
-¿Qué condiciones? -pregunta Sidney-. Allá en Tredway, maté en defensa propia y de mis amigos, y sigo sin poder justificarlo. ¿Cómo puedes justificar tu ataque? -Su voz era desesperada, no acusadora.
Aparentemente, Erling Tredway no está tan familiarizado con sus discípulos como le gustaría aparentar. Luke hace una mueca cuando se dirige al pada por un nombre incorrecto.
-¡Vamos, Seymour! ¡Ese hombre ordenó el asesinato de toda mi familia!
-No comprendo cómo su maldad justifica la tuya. ¿Acaso tus discursos consisten en palabras huecas? ¿Crees en la violencia?
-¿Cómo te atreves? -exclama Erling-. No tengo por qué justificar mis acciones ante ti... ni ante nadie, ya puestos.
Continúan viajando durante otra media hora en un silencio intranquilo. El pasillo alcanza una intersección con cuatro caminos. Luke se detiene. Ahí, la instalación subterránea pasa de ser pasillos a túneles cavernosos. Están repletos de cables, tubos, trampillas, rejillas, ventiladores, y otras formas oscuras. Luke no logra imaginar cómo los ingenieros y los droides de mantenimiento pueden encontrar su camino ahí abajo, por no hablar de localizar un problema. Una retorcida red de equipo ambiental se extiende en la oscuridad, una vasta maraña de maleza artificial que rivaliza con los mundos selváticos más inaccesibles de la galaxia.
Algo suelta un chasquido sobre sus cabezas.
Luke alza la mirada inmediatamente, pero no ve nada. Observa durante varios minutos, pero no detecta ningún indicio de que algo les esté acechando desde arriba.
-¿Alguna idea de dónde estamos, Erredós?
El droide zumba por un instante, luego suelta un pitido.
Luke mira a sus pasajeros. Ambos observan la penumbra sobre sus cabezas como si esperasen que una docena de soldados de asalto cayera sobre ellos en cualquier momento.
-¿Alguna idea? -pregunta Luke.
-¡Shhhh! -insta Sidney. Las orejas del pada giran como antenas de radar localizando una nave-. Se ha ido -dice un minuto más tarde-. Algo estaba respirando sobre nosotros.
Luke estudia el techo oscuro.
-Buen oído -comenta-. ¿Has escuchado algo que pueda ayudarnos a salir de aquí?
Fuera lo que fuese que estaba sobre ellos, Luke duda de que fuera imperial.
Sidney niega con la cabeza.
-No soy muy bueno bajo tierra.
-Deberíamos continuar recto hacia adelante -dice Erling.
Luke le ignora y gira a la izquierda. Cincuenta metros más allá, un disparo bláster se cruza en su camino. Luke detiene el carro, pero no pasa nada más.
-¿Alguien más ha visto eso?
-¡Sssh! -Las orejas de Sidney están girando de nuevo. Frunce el hocico para concentrarse-. Ha vuelto a irse -dice finalmente.
-¿Qué? -pregunta Luke. Está más que ligeramente impaciente.
-Algo sobre nosotros. Es muy silencioso.
-Y está armado -observa Luke. Vuelve a avanzar por el pasillo, pero otro disparo se cruza en su camino. Luke se detiene de inmediato, dándose cuenta de que alguien, o algo, no quiere que vayan más allá. Erredós extiende un corto apéndice y apunta una luz hacia el techo. Algo grande y correoso se escabulle.
Erling dispara al techo en penumbra. Antes de que Luke pueda reprenderle, disparos bláster de todos los colores e intensidades cubren la zona. Luke salta fuera del carro y gira por el suelo. Se detiene para enfrentarse cara a cara con un par de ranuras rojas.
Erling grita furioso, y Sidney lanza un grito parecido a un graznido. Luke alza lentamente sus manos y luego mira a sus compañeros. Seis criaturas, negras como el vacío y visibles sólo por su silueta, cuelgan del techo por sus largas y estrechas colas. Tienen orejas cuadradas, como alerones. Sus ojos rojos brillan cuando les da la luz. Cada uno de ellos tiene un bláster en sus manos con garras.
La criatura sobre Erling sostiene el rifle bláster de Erling. Otra cuelga con su cara frente a la de un tembloroso Sidney.
-Dadme una razón por la que no deberíamos mataros a todos -dice la criatura sobre Erling.
-Soy... soy Erling Tredway -responde él, con el rostro blanco como la armadura de un soldado de asalto.
La criatura parece aceptar eso de momento, luego arruga el rostro en lo que debe ser un gesto de auto-desaprobación. Luke comienza a soltar una risita. No puede evitarlo, porque sean quien sean esas criaturas, Luke duda que les importe quién sea Erling Trewday.
La criatura que cuelga frente a Erling sisea rítmicamente, temblando con todo su cuerpo. El miedo de Erling deja paso a la rabia, y mira primero a Luke, luego al horror infernal que cuelga ante él.
-¿Qué eres? -pregunta.
La criatura deja de sisear, luego se inclina lentamente hacia delante hasta que sus orejas rozan las mejillas de Erling.
-Un gorum, y voy a succionarte el cerebro por las orejas. -Acaricia el puente de la nariz de Erling con una lengua bifurcada.
Las rodillas de Erling ceden y cae sobre un asiento. Su rostro se ha vuelto de un amarillo pálido. La criatura gira sobre su cola para mirar a Luke.
-Succionar su cerebro por las orejas, ¿sí?
Las seis criaturas comenzaron a sisear rítmicamente.
Luke sonríe.
-Lo tendría bien merecido. -Se pone en pie y se sacude el polvo de la ropa-. Estamos algo perdidos.
-¿Entonces no eres un coronel? -Señala a la insignia del cuello de Luke.
Luke examinó conscientemente su uniforme.
-No. Sólo tomé esto prestado. -Comienza a desabrocharse el cuello, dolorosamente consciente de que sólo podría causarle problemas.
-No te preocupes. Uno de nosotros te vio huir de los caparazones blancos.
Luke deja escapar un suspiro de alivio.
-Gracias a la Fuerza. ¿Podéis decirnos cómo salir de aquí?
-¿A dónde? La instalación subterránea es el único lugar libre de Tol Ado.
-Queremos escapar de Tol Ado.
Las criaturas estallan en una nueva serie de siseos.
-¿Escapar? ¿En serio?
-Sí -dice Luke.

-Venid conmigo. Entonces tal vez recobréis la razón.

viernes, 3 de junio de 2011

La Tribu Perdida de los Sith #6: Centinela (II)

Capítulo Dos
Odio: puro, y opresivo. Tahv era un monumento a ello. Jelph lo sentía en cada callejuela, en cada encrucijada. El lado oscuro de la Fuerza impregnaba este lugar, como en ningún sitio que hubiera visitado nunca.
Muchas veces, mientras crecía en Toprawa, Jelph había pensado que se estaba volviendo loco. Se veía acosado por constantes dolores de cabeza, cada momento de vigilia le pasaba factura. Sólo más tarde se dio cuenta de que la causa había sido su sensibilidad a la Fuerza al desarrollarse, en respuesta a las cicatrices psíquicas que Exar Kun y su clase habían causado a su mundo, años antes.
Pero su mal era pasado. El ácido psíquico que corría por las calles de Tahv estaba vivo. Estaba en todas partes. El edificio junto al que se ocultaba era el hogar de un anciano Sith que castigaba violentamente a un sirviente keshiri. La ventana de enfrente, más allá de la cual una joven pareja planeaba las muertes de sus vecinos. El vigilante que caminaba por la calle, cuyos recuerdos albergaban cosas peores de lo que Jelph era capaz de imaginar.
Jelph trató de rechazar las impresiones que le llegaban a través de la Fuerza sin atraer la atención sobre su presencia psíquica. Era casi imposible. Los Sith difundían felizmente su odio y su ira, como animales salvajes aullando a las estrellas.
Apoyándose contra una pared, Jelph se inclinó hacia delante. Demasiado tarde, se dio cuenta de que no había sido una buena idea comer antes de venir aquí. Se levantó, jadeando y limpiándose el sudor de la frente. ¿Cuántos Sith vivían aquí?, se preguntó. ¿En Tahv? ¿En Kesh? Nunca lo sabría. Seguía siendo un explorador de los Jedi, aunque no lo reconocieran como tal; le habría gustado entregar un informe completo cuando regresara. Pero cada vez que se había acercado a algún núcleo de población, había caído enfermo. Incluyendo ahora, cuando más necesitaba sus facultades.
Jelph luchó por ordenar sus pensamientos. Ori. Necesitaba encontrar a Ori. Su nombre, su rostro sería su salvavidas. Ella era la razón de que estuviera allí... y de que no se hubiera marchado.
Él conocía muy bien la presencia de Ori a través de la Fuerza, pero no tenía ninguna esperanza de encontrarla en el mar de fuertes sentimientos que era Tahv. Se preguntaba cómo había ella sobrevivido siquiera allí. Su naturaleza oscura nunca le había parecido del mismo tipo que la de los con los demás Sith de Kesh, por mucho que ella adoptase esa pose. Ori era orgullosa, no venal, indignada, no llena de odio. De haber sido de otro modo, él habría retrocedido ante su toque. Tenía que estar en lo cierto acerca de ella.
Pero, ¿y si estaba equivocado? ¿Estaba ella siquiera aquí?
Jelph estaba a punto de rendirse a la desesperación que le rodeaba cuando vio una cosa que hizo que algo se agitase en su memoria. En uno de sus primeros encuentros, Ori se había jactado acerca de cómo ninguno de los otros Sables tenía su conocimiento del sistema de acueductos de la ciudad. Era su territorio de patrulla, junto con sus aprendices. Jelph levantó la vista para ver uno de los varios gigantescos edificios de piedra repartidos por toda la ciudad, que recogían el agua que llegaba desde la sierra. Construidos en primer lugar por los keshiri, el sistema había sido mejorado por los primeros Sith, que añadieron depósitos de almacenamiento a decenas de metros del suelo. Ori estaba en lo cierto: desde allá arriba, podía verse todo Tahv. Y, con suerte, no sentirlo, pensó.
Se dirigió hacia las sombras bajo un inmenso soporte del acueducto, un pilar casi del tamaño de una manzana de casas. La sensación lado oscuro no era tan mala allí. Jelph escaló el soporte apoyo, cuidándose de permanecer constantemente en la oscuridad hasta que llegó a la cima.
Con una ancha cornisa a cada lado de las rugientes aguas canalizadas, el canal de piedra tenía el tamaño de una calle de la ciudad. Tumbado boca abajo en la cornisa, Jelph se maravilló del hecho de que los keshiri habían sido capaces de construir, en efecto, un río en el aire mucho antes de los Sith hubieran llegado. ¿De qué podrían haber sido capaces de no haber sido molestados? Sacudiendo la cabeza, alcanzó su mochila y sacó sus macrobinoculares.
Estudiando de la zona, advirtió una cadena de montañas que acechando lejos hacia el oeste. Le llenó de terror. Había escuchado que los Sith mantenían su nave naufragada allí, en un templo. ¿Serían capaces de utilizar materiales de su caza para repararla? ¿O tal vez un Sith simplemente trataría de escapar en su caza, planeando volver más tarde en busca de los demás? En cualquier caso, la búsqueda de Ori era ahora lo más importante. Devolviendo se atención hacia la ciudad que se alzaba bajo él, puso el visor de visión nocturna y escaneó las calles que conducían al gran palacio. ¿Habría ido ella allí, incluso a sabiendas de lo que la Gran Señora Venn había hecho a su familia? Tratando de ver más allá, se atrevió a ponerse en pie.
-Ori, ¿dónde estás?
De repente, una mano invisible le golpeó, haciéndole caer hacia atrás en la corriente de agua. Sus manos dejaron caer los macrobinoculares, que rebotaron una vez en la cornisa y se destrozaron, sin que él pudiera verlo, en un tejado de mármol mucho más abajo. Una vez que tocó fondo en el canal de un metro de profundidad, Jelph afianzó sus botas de trabajo contra el resbaladizo suelo de piedra y se dio impulso hacia arriba... sólo para salir volando de nuevo hacia atrás, empujado por la Fuerza. Incapaz de incorporarse, la corriente le arrastró.
La fuerza de la corriente disminuyó, depositándolo en un estanque de recogida... mucho más abajo, pero todavía muchos metros por encima de los tejados más cercanos. Luchó por llegar a la parte menos profunda, desenganchó el sable de luz de su cinturón, y lo encendió. Con destellos de luz azul en la noche, Jelph avanzó con dificultad en el agua que le cubría hasta la cintura, en busca de su asaltante.
-¡Mentiroso!
El grito provenía de arriba, en el canal. Allí Jelph vio la silueta de una mujer que se lanzaba hacia él, blandiendo un sable de luz carmesí. Agarrando el arma con ambas manos, desvió el potente golpe, permitiendo que la fuerza del ataque de la mujer la hiciera caer en el depósito con él. Ella recuperó su posición con rapidez y golpeó de nuevo.
-¡Mentiroso! -repitió Ori, con sus ojos normalmente marrones ardiendo en color naranja.
-Lo descubriste -dijo Jelph, chocando su sable de luz contra el de ella en un crepitante bloqueo. Era todo lo que se le ocurrió decir.
Ori gruñó algo inaudible y le lanzó una patada a través del agua. Jelph esquivó el movimiento, causando que ambos perdieran el equilibrio... y provocando que a Ori se le cayera su sable de luz a la parte más profunda del estanque.
Al verla chapoteando, buscando el arma, Jelph dio un paso atrás para darle espacio.
-Lo descubriste -dijo, desactivando su sable de luz-. Lo descubriste... y destruiste el jardín. No te culpo.
-¡Yo sí te culpo! –Poniéndose en pie de nuevo, lanzó la mano hacia el agua, sin éxito-. Eres un mentiroso. ¡Eres un Jedi!
-Lo fui -dijo. No tenía sentido negarlo-. Es mi nave espacial lo que encontraste. Gracias a la Fuerza que no trataste de entrar...
-¿Qué? ¿No crees que sea lo bastante inteligente? –Con el agua goteándole por todo el cuerpo, le miró fijamente-. Para ti sólo soy una estúpida... ¡no mejor que los keshiri!
-¡Eso no es cierto!
-Llegamos del espacio, ya lo sabes. ¡Y volveremos a él! ¿Es eso de lo que tienes miedo?
-Sí... entre otras cosas. –Recordando de repente dónde estaba, Jelph miró nerviosamente hacia arriba. El depósito estaba demasiado alto para que pudieran escucharles desde abajo, pero antes había visto centinelas aéreos. Al menos la había encontrado-. ¿Qué... qué estás haciendo aquí?
Ori caminaba por el agua pisando con fuerza, todavía incapaz de encontrar su sable de luz.
-¡Vine a Tahv para hablarles de ti! ¡Para advertirles!
-¿Aquí arriba? -Él había esperado que ella fuera directamente a ver a alguien de importancia. La estudió mientras ella se sacudía el agua del cabello-. Espera. que viste a alguien importante. A tu madre.
La mujer Sith tan sólo frunció el ceño.
-Creía que tu madre ya no estaba en el poder...
-¡Eso va a cambiar! –El rostro de Ori se llenó de rabia-. ¡Con lo que sabemos ahora, ella volverá! ¡Yo volveré!
Jelph dio un paso atrás, como empujado por la fuerza de sus palabras.
-Esto no es propio de ti –dijo-. A la persona que estuvo conmigo esos días ya no le importaba eso. Esa persona...
-Esa no era yo -escupió Ori-. ¡Esa era un fracaso!
-Pero a mí me gustaba esa otra tú... y no me importa cómo la llames. Era una parte de ti.
-¡Esa persona no era Sith! -Señaló a las estrellas, que asomaban entre las nubes en lo alto-. ¡Aquello nos pertenece! No se trata sólo de mí. Hemos vivido aquí mil años, a la espera de volver allí. ¡A la espera de recuperar lo que es nuestro!
Jelph empezó a decir algo, pero se detuvo.
-Eso es cierto -susurró, pensando. La tribu era un remanente de la Gran Guerra Hiperespacial, que había tenido lugar más de un milenio antes. Ella no sabía lo que había ocurrido después.
Él tenía un arma. La Historia.
-Ya no existen los Sith -dijo Jelph.
-¿Qué?
-Ya no existen los Sith –repitió-. Se extinguieron.
-Estás mintiendo -dijo Ori, vadeando hacia el borde-. ¡Esa nave que ocultabas era una nave de guerra! Esas grandes... puntas a cada lado. ¿Me estás diciendo que son por decoración?
Jelph negó con la cabeza.
-Sí, tenemos enemigos. E incluso hemos luchado contra los Sith en tiempos recientes. Un Jedi, Exar Kun, cayó en el lado oscuro y revivió el movimiento. Pero fueron erradicados. Derrotados... todos ellos. -Con cuidado, comenzó a acercarse hacia ella-. Por lo que sé, tu pueblo son los únicos Sith que quedan con vida en la galaxia. Siente mis pensamientos. Sabes que estoy diciendo la verdad.
Respirando con dificultad, Ori le devolvió la mirada. Su ira pasó, se izó en el borde del estanque y se quitó la bota. Cayó agua de su interior.
-Nos alzaremos -dijo, más tranquila ahora-. Solos contra un Jedi, o contra mil millones. Nos arriesgaremos.
-Los Jedi os aplastarán.
-¿Sabe alguien siquiera que existamos? –preguntó ella-. Si los Sith no nos han estado buscando, no creo que los Jedi lo hayan hecho.
-Me están buscando a mí –dijo él-. Y créeme, los Jedi os están buscando.
No sabía que había sido de todos los miembros del Pacto desde que huyó... pero sabía que mientras Lucien Draay siguiera vivo, alguien estaría buscando a los Sith.
Ori se frotó la frente, exasperada.
-Si no puedo salvar a mi familia... y no puedo salvar a mi pueblo... ¿entonces qué se supone que debo hacer?
-¿Qué se supone que debes hacer? -Jelph se echó a reír-.Tú eres la que siempre dice que establece su propio camino. -Se acercó vadeando hacia su posición en el borde-. Simplemente decide lo que deseas.
Durante un largo momento, Ori lo miró, de pie ante ella en el agua iluminada por las estrellas. Finalmente, cerró los ojos y sacudió la cabeza.
-Nunca seremos capaces de confiar el uno en el otro -dijo.
Jelph la miró inquisitivamente.
Ella abrió los ojos y lo miró.
-Puedo sentirlo en tus pensamientos. Crees que soy hermosa. Crees que me quieres. Quieres confiar en mí. Pero estás examinando cada palabra que digo, tratando de descubrirme, tratando de atraparme. Por ser quien soy.
Jelph bajó la mirada hacia el agua. Él no había sabido por qué había venido hasta aquí, cuando tantas cosas estaban en juego. No hasta ese momento.
-Creo que sé quién eres, Ori.
Dio un paso adelante y le puso la mano en el hombro. Ella se encogió ante su toque.
-Jelph -dijo ella, agarrando su mano, pero sin apartarla-. No puedo ser la persona que era entonces en la granja. Si la única manera de estar contigo es ser débil, entonces no puedo hacerlo.
-Puedes ser fuerte –dijo él, agarrándola y tirando de ella fuera del borde, introduciéndola en el agua ante él. Cuando ella tocó el fondo con los pies, levantó la mirada hacia él-. Eres fuerte –dijo él-. Solo que no tienes por qué gobernar la galaxia.
Ella apartó la mirada de él, bajándola hacia el agua.
-Sabes que para eso es para lo nacemos. Para gobernar la galaxia.
-Entonces la Tribu se basa en un truco –dijo él-. En un engaño. Todo el mundo está luchando por algo que sólo una persona puede tener. Sólo una. Lo que significa que ser un Sith... es ser un fracaso casi seguro. Casi todos los que siguen vuestro Código están condenados al fracaso, incluso antes de empezar. -Jelph soltó una risita burlona-. ¿Qué clase de filosofía es esa? -Alzándole la barbilla con su mano, la miró a los ojos, marrones de nuevo-. No te dejes engañar. No se puede perder si no se juega.
La besó, sin preocuparse de lo que cualquier centinela aéreo Sith pudiera ver. Ori le devolvió el abrazo antes de retroceder.
-Espera -dijo ella-. Ya estamos jugando. Está en movimiento. No puedo pararlo.
-¿Qué quieres decir?
Frunciendo el ceño con aire tenebroso, Ori explicó lo que su madre había sugerido que hiciera.
-Ya he mandado aviso a los Sumos Señores rivales -dijo-. Se reunirán conmigo en tu granja para ver la nave espacial.
Súbitamente de vuelta a la realidad por la conmoción, Jelph la soltó.
-¿Qué... qué les has dicho?
Aturdido, salió del depósito.
Ori le siguió, apelando a él. Su madre le había dado una frase para que la usase... un código dentro de la pequeña comunidad de los Sumos Señores para un descubrimiento que pudiera conmocionar Kesh por su importancia.
-No les hablé acerca de la nave espacial, pero saben que es importante –dijo-. Se supone que se encontrarán conmigo allí mañana al atardecer.
-¡Al atardecer! –Jelph quedó abatido. Había tardado todo un día y una noche sólo para llegar allí a pie-. ¿Cómo pretendías llegar allí?
-Iba a robar un uvak -dijo Ori, de pie sobre el borde y señalando una figura oscura arriba en el cielo-. Es por eso que vine aquí arriba: sabía que desde el acueducto podría atraer a uno de los centinelas aéreos aquí abajo. -Ella le devolvió la mirada con petulancia-. Por supuesto, eso era cuando todavía tenía un sable de luz.
-Suerte que has hecho un amigo –dijo él, de pie en el borde a su lado y mirando al centinela volador. Sonrió-. ¿Sabes, Ori? Eres el primer Sith contra el que he luchado.
-Puede que tengas que esforzarse más contra este otro –dijo ella, viendo cómo su sable de luz cobraba vida-. No todos nos dejamos encandilar tan fácilmente.