Hablando en silencio
Jason Fry
El capitán Rex sabía que sus bruscas zancadas
hacían que su fastidio fuera obvio para cualquiera que le estuviera mirando. No
le importaba. Toda una escuadra capturada, los separatistas preparándose para
derribar su flanco izquierdo, los generales gritándole desde el Mando del
Sector, ¿y ahora alguien de la milicia local insistía en hacerle perder un
tiempo del que no disponía?
Rex se detuvo en medio de la base de operaciones de
vanguardia, haciendo una mueca ante la idea de que un puñado de refugios
prefabricados y redes de camuflaje mereciera un nombre tan rimbombante. Sus
soldados de la Compañía Torrente le vieron llegar y buscaron otros lugares en
los que estar. Por sus reacciones, Rex sabía cuál debía de ser el aspecto de la
expresión de su rostro. Esto tampoco le importaba.
El miliciano que le esperaba no dio ninguna señal
de captar la rabia apenas contenida del rostro de Rex. Era un humano alto,
delgado y de cabello castaño, con una barbilla pronunciada y ojos oscuros y penetrantes.
Otro miliciano se encontraba a su lado.
-¿Capitán Rex? –preguntó lánguidamente el hombre-.
Teniente Sollaw ap-Orwien, de las Fuerzas de Seguridad Planetarias de Ereesus.
Y este es el cabo Dafyd.
Técnicamente, supuso Rex, él superaba en rango a
los milicianos. Pero esto era Ereesus, y los lugareños de muchos mundos se
sentían ofendidos al recibir órdenes de clones, incluso cuando esas órdenes les
salvaban las vidas. Así que mantuvo su voz cuidadosamente controlada: brusca
pero no grosera.
-¿Qué ocurre, soldado? –preguntó.
-El holo de la escuadra de milicianos capturados la
pasada noche –dijo-. Necesito verlo.
Rex alzó una ceja.
-¿Y eso por qué?
-Era la escuadra del sargento Palola, ¿no es
cierto? –preguntó ap-Orwien-. Palola es un miliciano, más o menos de mi
estatura y complexión. Los separatistas lo exhibieron en el holo, mostrando sus
cautivos. Es correcto, ¿verdad, capitán?
-Podría serlo –gruñó Rex, pensando en los segundos
que pasaban en los cronos de las unidades lógicas de los droides tácticos
separatistas al otro lado de las colinas-. Si lo fuera, ¿por qué importaría
eso?
-Porque Palo es un lorrdiano como yo -dijo
ap-Orwien-. ¿La señal visual del holo es de buena calidad? Necesito saber lo
que dijo Palo.
Rex dejó caer la mano sobre una consola con un
golpe seco, sin preocuparse más por ser educado o por la posibilidad de quejas
de la milicia local al Mando del Sector. No podía permitirse perder ni una
mínima parte de su precioso tiempo respondiendo a estúpidas preguntas basadas
en ideas equivocadas.
-No dijo nada
–dijo Rex-. No le habrían dejado, por supuesto. Nos estamos enfrentando a
droides tácticos, teniente, no a esos B1s idiotas.
La comisura de los labios de ap-Orwien se levantó
en una sonrisa.
-Si la imagen es de buena calidad, le garantizo que
dijo muchas cosas –dijo ap-Orwien-. Sólo que el táctico nunca lo sabría,
capitán... ni usted tampoco.
-¿De qué me está hablando?
-Sólo otro lorrdiano lo entendería –dijo ap-Orwien.
Rex dudó. ¿Qué diría el general Skywalker? Tampoco
es que el general Skywalker fuera un claro ejemplo de cómo dirigir una
operación militar según el manual. Sin embargo... ciertamente el Jedi obtenía
resultados.
Voy a
lamentar esto, pensó Rex, haciendo una brusca señal con su mano a
ap-Orwien.
-Ustedes dos, vengan conmigo. Puede explicármelo de
camino.
***
-Le contaré la versión corta –dijo ap-Orwien
mientras se apresuraba a seguir a Rex, con sus botas deslizándose sobre el
espeso fango verduzco de una tarde de los últimos días de primavera de
Ereesus-. ¿Ha oído hablar de los Desórdenes Kanz?
-Sólo por encima –dijo Rex-. Un antiguo conflicto
localizado de la República.
Ap-Orwien y Dafyd intercambiaron una rápida mirada.
Cuando se volvieron hacia Rex, los ojos de ap-Orwien se habían vuelto duros y
fríos.
-Tiene razón acerca de lo de antiguo; los
Desórdenes Kanz tuvieron lugar hace casi cuatro milenios –dijo ap-Orwien-.
Murieron casi seis mil millones de seres, muchos de ellos camaradas lorrdianos.
-Sin ánimo de ofender, teniente –dijo Rex-, pero me
temo que hoy en día no tengo tiempo para mirar los libros de historia. Así que,
la versión corta, si no le importa.
-Muy bien, capitán –dijo ap-Orwien mientras se
agachaban para entrar en la sala de operaciones-. Durante los Desórdenes Kanz,
los fanáticos argazdanos esclavizaron a los lorrdianos. Durante tres siglos se
nos prohibió hablar unos con otros.
Rex devolvió el saludo a los soldados Jesse y
Ringo, y luego asintió a lo que había dicho ap-Orwien.
-Lamento escuchar eso –dijo Rex-. Jesse, activa la
holomesa y reproduce la transmisión separatista que recibimos la noche pasada.
Jesse asintió, con sus dedos flotando sobre el
teclado de la holomesa. Un instante después un centelleante holograma cobró
vida. El sargento lorrdiano capturado permanecía con aire taciturno junto a Oz,
el soldado de la Compañía Torrente que servía de enlace entre el Gran Ejército
de la República y la milicia.
El rostro del soldado –idéntico al de Rex y Jesse-
era perfectamente neutro, carente de toda emoción. Había sido entrenado para no
revelar nada si era capturado. Todos lo habían sido.
Droides de batalla rodeaban a los dos hombres. Un
droide táctico giró al lorrdiano para que mirase a la holocámara, con lo que de
algún modo parecía una exasperante arrogancia en su rostro mecánico.
Como Rex le había dicho a ap-Orwien, ni Palola ni
Oz habían dicho una sola palabra mientras el droide táctico formulaba amenazas,
seguidas por peticiones que sabía que la República no cumpliría. De hecho, Rex
apenas vio que el lorrdiano se moviera durante los dos minutos de duración de
la holograbación.
Ap-Orwien miró a Dafyd, asintió, y volvió a mirar a
Rex.
-Necesitaremos una cañonera –dijo ap-Orwien-. Pero
el equipo de extracción puede ser mínimo; cuatro o cinco soldados como máximo.
-Un momento –dijo Rex-. Aquí soy yo quien despliega
cañoneras y equipos de extracción, no ustedes. Y ahora, ¿de qué están hablando?
-Mis disculpas; a veces me olvido de que no todo el
mundo es lorrdiano –dijo ap-Orwien-. Su soldado, Palo, y el resto de la
escuadra están prisioneros en el sótano de un almacén en lo alto de la
cordillera Hidaci. Siete cautivos en total. La única forma de llegar son unas
escaleras estrechas, así que el número de guardias es mínimo. La base de
operaciones del droide táctico es un viejo silo a mitad de camino en la colina.
Los separatistas han acumulado artillería y combustible en diversos puntos a lo
largo del camino; Dafyd y yo podemos señalárselos en un mapa de satélite.
Ringo miró a Rex con aire incrédulo.
-¿Y cómo han descubierto esto? –preguntó Rex.
-¡Nos lo ha dicho Palo, por supuesto! –respondió
ap-Orwien-. Bueno, no nos lo dijo a
nosotros. Pero lo dijo a cualquier lorrdiano que pudiera estar observando.
Menos mal que los droides tácticos se preocupan por la cultura o la historia
tan poco como usted, capitán, o nunca le habrían puesto delante de la cámara.
-Sigo sin entender...
-Lo llamamos comunicación cinética, capitán –dijo
ap-Orwien-. Al prohibirnos usar la voz, aprendimos a hablar entre nosotros a
través de los más pequeños movimientos, los gestos más sutiles.
-¿Y pueden usar eso para hablar de silos y sótanos
y depósitos de artillería? –preguntó Rex.
-Tal vez quiera usted ponernos a prueba –dijo
ap-Orwien-. Abandonaré la sala. Dígale algo a su soldado, con Dafyd escuchando.
Volveré y Dafyd me transmitirá el mensaje.
-Está bien –dijo Rex.
Ap-Orwien asintió y abandonó la sala de
operaciones. Rex se acercó a Jesse y Ringo, y luego dudó. Jesse levantó una
ceja.
-Yo, eh, no suelo inventarme información táctica
–explicó Rex, ligeramente avergonzado-. Hmm... envíen tres escuadras a la
cadena de montañas. La escuadra de la izquierda fija el objetivo. La escuadra
de la derecha se desplegará con atonta-droides. ¿Sabe lo que son los
atonta-droides, cabo?
-Granadas de pulso electromagnético –dijo Dafyd en
básico con un fuerte acento-. Muy buenas contra los hojalatas.
Jesse sonrió.
-Exacto –dijo Rex. Asomó la cabeza fuera para
llamar a ap-Orwien, y luego se volvió para mirar a Dafyd. Ahora que estaba
mirando detenidamente, podía ver cómo el otro lorrdiano se movía ligeramente de
forma sutil; cambiando de posición los pies, parpadeando, torciendo las
comisuras de los labios. Pero no era nada que pudiera parecer fuera de lo
común.
-Tres escuadras a las montañas –dijo ap-Orwien-. La
de la izquierda fija el objetivo, la de la derecha lleva granadas PEM.
Ringo soltó un silbido.
-Lo ha clavado todo, capitán.
-¿No se trata de un oído excepcional, transmisores
ni nada parecido? –preguntó Rex.
-Sólo el arte lorrdiano, capitán, uno que nunca
hemos abandonado. ¿Necesita otra prueba?
-No será necesario –dijo Rex-. Jesse, prepara una
cañonera para despegar al atardecer. Tú, Ringo, Kix y Dogma. Más nosotros tres.
Que Kix lleve medikits de campo, y... no, espera un momento.
Se volvió a los dos lorrdianos.
-¿Están seguros acerca de los depósitos de
combustible y artillería? –preguntó Rex-. ¿Pueden señalar las ubicaciones?
Ap-Orwien asintió.
Rex hizo una pausa. ¿Cuántos riesgos tomaría el
general Skywalker en una oportunidad como esta, una oportunidad basada en algo
que apenas podía ver y que no tenía la menor esperanza de comprender?
Rex se dio cuenta de que ya sabía la respuesta a
esa pregunta.
-No envíes aún esa orden, Jesse... antes comunícame
con el Mando del Sector –dijo.
***
La cañonera había sido modificada para el sigilo;
equipada con escudos y deflectores de motores y cubierta con un polímero negro
de secado rápido que reducía sus emisiones electromagnéticas a un susurro y su
signatura térmica a un débil borrón. También estaba desarmada; sus
lanzamisiles, sus torretas en forma de bola y sus cañones láser sacrificados en
aras de eliminar la resistencia y el ruido.
Las modificaciones hacían que la bodega principal
estuviera tan silenciosa que los clones y los dos lorrdianos podían conversar
con voz normal... aunque Rex aún se encontró fulminando a sus soldados con la
mirada cada vez que alzaban sus voces por encima de un leve susurro. Las luces
estaban apagadas, pero podían ver con bastante facilidad bajo la luz de la
luna. Caía por las rendijas de las puertas retráctiles laterales de la cañonera,
plateada y acusadoramente brillante.
Olvídalo,
se dijo Rex. No puedes apagar la luna.
-¿Entonces los alas-Y vendrán desde el sudeste?
–preguntó ap-Orwien, queriendo repasar de nuevo el plan.
Rex asintió. Era mejor que los lorrdianos lo
preguntasen una vez de más que una vez de menos.
-Correcto, mientras damos un rodeo y entramos desde
el norte –dijo Rex-. Los alas-Y atacarán los depósitos de combustible y
artillería. Mientras tanto, nuestras unidades mostrarán gran actividad, como su
estuvieran planeando avanzar. Eso debería atraer a los hojalatas hacia el sur,
dándonos tiempo para colarnos y liberar a nuestra gente.
-Y su droide táctico, ¿no se lo imaginará?
–preguntó Dafyd.
-Pronto lo descubriremos, ¿no?
-No se preocupe, jefe –dijo Jesse con una sonrisa-.
Hacer volar por los aires esos depósitos de combustible atraerá sin duda su
atención.
-¿Qué te hace pensar que estoy preocupado?
–preguntó Rex, comprobando sus DC-17s para asegurarse de que las células de
energía estaban adecuadamente encajadas.
Jesse sonrió.
-Tal vez sea porque está poniendo esa cara que pone
cuando está preocupado.
-¿Y qué cara es esa? –preguntó Rex... pero fue
ap-Orwien quien respondió.
-Creo que es esta –dijo, y entonces apretó los
labios hasta que fueron una fina línea, abrió de par en par los ojos y miró
directamente al frente, con los hombros y la espalda rígidos, y las manos
moviéndose con movimientos rápidos y precisos, desmontando un arma de fuego
imaginaria.
Los clones miraron boquiabiertos al lorrdiano.
Ringo fue el primero en reír, seguido de Jesse y luego los demás. Rex se obligó
a sonreír. Se había reconocido a sí mismo al instante, aunque ap-Orwien no se
parecía en nada a él.
-Ahora imita a Jesse –pidió Ringo.
-¿Y de qué servirá? –preguntó Rex-. Somos la misma
persona.
-No lo son –dijo ap-Orwien-. Todos os movéis,
actuáis y reaccionáis de forma distinta.
Rex negó con la cabeza.
-Somos clones.
-Lo cual es relevante hasta que nacen –dijo
ap-Orwien-. Después de eso, la vida les hace distintos... como hace con todos
nosotros.
-Tal vez –dijo Rex-. La imitación... ¿es parte de su
comunicación cinética?
-Relacionado –dijo ap-Orwien-. Con un lenguaje de
pequeños gestos, aprendes a distinguir cosas. Somos excelentes actores,
imitadores, intérpretes.
-Y observadores –dijo Rex-. ¿Pero cómo funciona?
¿Cómo separan los gestos que comunican algo de los que son simplemente gestos?
-Eso es algo que no compartimos –dijo-. Hemos
tenido muchos enemigos a lo largo de los años. Hoy trabajamos con su República,
pero mañana las cosas podrían ser... diferentes.
Rex comenzó a protestar, pero uno de los pilotos
clon contactó por el comunicador.
-Capitán, los cazas están comenzando su pasada de
ataque –dijo el piloto-. Espero dejarles en tierra en ocho minutos.
Rex echó un vistazo a la bodega y vio cómo los
rostros de sus soldados se endurecían. Sabía que estaban repasando los
objetivos de la misión en sus cabezas. Eso era lo que él estaba comenzando a
hacer, como había hecho en miles de maniobras en Kamino, y luego en los campos
de batalla... tantos que le resultaba imposible recordarlos todos.
-Cascos –dijo, levantando el suyo y colocándolo
sobre su cabeza, reorientándolo para que la placa facial quedase hacia delante.
Jesse, Kix, Ringo y Dogma estaban haciendo lo mismo. Ap-Orwien y Dafyd estaban sentados,
rígidos.
-Comprobad vuestras pantallas de interfaz y
comunicadores –dijo Rex, con palabras que ya le salían de forma automática.
Un brillante destello naranja en alguna parte de la
superficie detrás de ellos iluminó la bodega principal, y casi instantáneamente
le siguió otro. Un momento más tarde la cañonera tembló y escucharon el rugido
de los impactos.
-Los cazas informan de que han soltado los
explosivos –dijo con calma uno de los pilotos-. Estamos sobre objetivo.
La cañonera viró a la derecha, comenzando su
descenso hacia los rectángulos y los cuadrados de los campos bajo ellos,
desprovistos de color por la luz de la luna.
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