jueves, 13 de marzo de 2014

Reputación

Reputación
Ari Marmell

Lo que caía a su alrededor, amortiguando el zumbido de los deslizadores y los esquifes que pasaban sobre él, no era auténtica lluvia. La lluvia de verdad nunca habría conseguido abrirse paso entre los diversos obstáculos para alcanzar los niveles inferiores de la ciudad. No, esto era condensación, que goteaba desde la parte inferior de los puentes, las carreteras y las grúas gravitatorias de TaggeCo sobre su cabeza. Oleosa, contaminada, apestosa e irritante, era suficiente para hacer que casi todo el mundo buscase el refugio más cercano.
Casi todo el mundo. No el cazador.
Un sombrero de ala ancha y un recio abrigo de piel de nashtah repelían el agua pútrida tan eficientemente como cualquier campo de fuerza, pero incluso si no lo hicieran, la figura encogida bajo ellos probablemente no habría llegado siquiera a notar la precipitación. Desde un rostro plano y curtido bajo las alas del sombrero, los siniestros ojos carmesíes de un duros miraban no a la multitud de torres por encima y de plataformas por debajo, ni a los destellos de un millar de luces, sino a los años que estaban por venir.
Se avecinaba una guerra.
La mayoría de la gente no quería pensar en ello, no quería admitirlo. Fingían que los recientes embargos de la Federación de Comercio eran coincidencias; ignoraban los crecientes murmullos de separación y secesión de los sistemas del Borde Exterior; otorgaban una fe casi religiosa en la capacidad del nuevo canciller para unificar un senado fraccionado.
El cazador era más listo que todo eso. Podía olerlo en el aire, a lo largo y ancho de la República. Puede que aún faltasen algunos años, pero habría guerra.
Y en la guerra podía ganarse dinero. Mucho dinero; más riquezas de las que incluso el más codicioso de los corellianos pudiera imaginar. Pero necesitaba un nombre, una reputación, para reclamarlas, razón por la cual había aceptado esta empresa descabellada...
Sus ojos volvieron a enfocar la realidad en un parpadeo al notar la súbita vibración de la banda metálica en su muñeca izquierda. Algo había activado en campo sensor portátil –independiente de la seguridad interna del edificio, y mucho menos fácil de soslayar- que el duros había colocado en el tejado de abajo. En efecto, mientras se inclinaba para ver mejor, vio el brillo de una luminiscencia verde, breve pero intensa, en una oscura escotilla.
-Bueno, supongo que ya va siendo la hora... –murmuró el cazador, con un gruñido rasposo en su voz. En una última comprobación, sus dedos alargados recorrieron los blásters personalizados que llevaba en la cintura y luego salió corriendo. Con el abrigo ondeando tras él como si fuesen alas y las botas salpicando una estela de agua sucia, el cazador de recompensas se impulsó al borde de la plataforma y saltó.

***

-¡Cerrad las puertas blindadas! ¡Cerrad las puertas blindadas!
Akris Ur’etu, señor del joven pero adinerado y brutal Consorcio Skar’kla, se avergonzó del sonido de su propia voz, lo bastante estridente como para ahogar los golpes de las pesadas placas al cerrarse. Sabía que eso le hacía parecer presa del pánico, incluso cobarde, pero no podía hacer una maldita cosa al respecto. Cuando el señor del crimen bothano se ponía nervioso, su pelaje gris oscuro se ponía de punta y su voz se volvía aguda como la de los felinos a los que tanto se parecía.
Sin embargo, pensaran lo que pensasen sus hombres sobre su valor –o su falta de él-, obedecieron. Media docena de guardias, humanos y de otras especies, se acuclillaron por toda la sala o se pegaron a las paredes, con sus blásters y lanzaproyectiles apuntando a la puerta casi impenetrable. El propio Ur’etu sostenía un bláster de mano en una de sus garras, oculto tras su magnífico escritorio de madera greel color rojo sangre.
-¿Es él? –preguntó, con su voz ligeramente más controlada. Se pasó la garra vacía por la cabeza, como si pudiera obligar a su pelaje a relajarse-. ¿Estamos seguros de que es él?
Un matón trandoshano de escamas cobrizas abrió sus fauces para hablar, pero la respuesta pronto fue innecesaria. Un punto de calor brillante atravesó la puerta blindada; el duracero fundido goteaba desde la el agujero, perturbador como fluido emanando de un quiste reventado.
Rápida y suavemente, ese punto se convirtió en una línea, trazando su camino por la superficie de la puerta. Ur’etu prácticamente podía ver en su mente a la figura del otro lado, vestida con túnicas marrones, presionando con fuerza su sable de luz contra la puerta.
-Como él quiera, entonces –dijo el bothano con una mueca, ahogando su preocupación en una creciente marea de furia-. No sé por qué este Jedi está interfiriendo mis operaciones, o qué ha pasado con el cazarrecompensas que se supone que tiene que quitármelo de encima, ¡pero esto acaba aquí! ¡En el instante que se abra esa puerta, quiero ese pasillo lleno de suficiente fuego bláster como para carbonizar a un hutt!
Los guardias gruñeron, con los dedos flexionados sobre los gatillos y botones de disparo... y lenta, metódicamente, fue creciendo la brillante silueta en la puerta blindada...
Cuando el corte finalmente estuvo completo, un pedazo de duracero se deslizó sin más y cayó en la sala. Claramente, el Jedi había realizado el corte con una inclinación hacia abajo para que la misma gravedad hiciera el trabajo de mover la pesada losa; si alguno de los hombres de Ur’etu hubiera sido lo bastante tonto para estar demasiado cerca, habría quedado reducido a pulpa.
Los blásters aullaron y los disparos volaron mientras la sala aún temblaba por el impacto, tantos y tan rápidos que el aire del ambiente quedó cargado, pero apareció ningún objetivo al que pudieran darle. Después de unas cuantas ráfagas que no sirvieron para otro propósito aparte de mellar las paredes del otro lado, finalmente la mayoría de ellos se dieron cuenta de que estaban disparando a un pasillo vacío.
Vacío... hasta que, justo cuando el trandoshano comenzaba a inclinarse hacia delante, una pequeña esfera metálica entró rebotando en la sala desde la izquierda del agujero de la puerta.
-¡Detonador!
Ur’etu se arrojó bajo su pesado escritorio con un alarido horrorizado; los guardias se echaron al suelo buscando cobertura o se dieron la vuelta para escapar, como si realmente hubiera alguna forma de escapar.
La explosión, cuando llegó, fue casi puro calor y llamas sin onda expansiva. El trandoshano y otros dos matones fueron incinerados al instante, y los demás quedaron chamuscados con heridas de diversa consideración. El humo, mucho más del que debería haber emitido cualquier detonador termal tradicional, brotó hacia arriba para nublar no sólo la puerta, sino toda esa mitad de la sala.
-¡No perdáis de vista la puerta! –exclamó el bothano desde detrás del escritorio-. ¡Estará...!
Ya estaba. Desde lo alto del humo, atravesando la nube en un salto que ningún humano normal podría duplicar, el intruso vestido con ropas oscuras apareció dando una voltereta. Un crepitante siseo, y un reflejo esmeralda en la nube anunció su llegada. El sable de luz destelló, y el primero de los guardias supervivientes cayó.

***

Desde bastante detrás del Jedi –quien resultó ser un humano de altura media, de cabello y barba negros, vestido con una variante de tonos oscuros del atuendo tradicional de la orden-, el cazador de recompensas observaba a través de estrechas ranuras carmesíes. Tamborileaba con un dedo en su barbilla, mientras que con otro seguía el mismo ritmo sobre la culata de un bláster enfundado.
¡Esa no era ninguna táctica Jedi de la que hubiera oído hablar! Cortar un agujero en la puerta blindada era una cosa, pero el duros nunca había visto un sable de luz como ese. Sólo el mango medía más de un metro, como si el arma hubiera formado parte de una pequeña pica, convirtiéndola en algo más parecido a una lanza que a una espada. Y observó cómo el Jedi se apartaba a un lado, refugiándose tras el trozo de la puerta que aún seguía en pie hasta que remitiera la inevitable salva de disparos. Y luego...
-¿Desde cuándo –se preguntó a sí mismo en voz baja-, el catálogo de trucos de los Jedi incluye detonadores termales?
Lo más curioso de todo, sin embargo, fue el salto que llevó al intruso al interior de la cámara más allá de la cortina de humo. Por tan sólo una fracción de segundo, mientras el Jedi se agachaba, el cazarrecompensas juró haber visto pequeños destellos de luz en las suelas de las botas del hombre.
-Vaya, vaya. ¿Qué es lo que tenemos aquí?
Levantándose el cuello de su abrigo para filtrar los peores vapores (¡Tubos de respiración! Será mejor que incluya tubos de respiración a mi propio catálogo de trucos...), el cazarrecompensas avanzó lentamente hacia el humo.

***

Cuando el jefe del Consorcio Skar’kla se agachó detrás de su escritorio, no fue sólo porque esperaba que la pesada madera greel lo protegiera de la explosión. Un interruptor oculto, un rápido giro, y el suelo bajo él se abrió con un siseo. Para cuando el último de los guardias cayó bajo el sable de luz, Ur’etu ya estaba corriendo por un pasillo de paredes cubiertas de paneles metálicos, jurando profusamente en bothés entre jadeos entrecortados. Se había imaginado que tendría que escapar, que los guardias de arriba podrían no ser suficiente... ¡pero esperaba que al menos hubieran retenido un poco al maldito Jedi! A cada paso, tenía que reprimir el impulso de mirar por encima de su hombro, convencido de escuchar pesados pasos o el siniestro zumbido de la hoja acercándose a su espalda. Una docena de veces se sobresaltó por un movimiento súbito, y una docena de veces resultó no ser nada más que su propio reflejo en las pulidas paredes.
Finalmente, después de correr durante lo que le pareció un año luz, o casi, llegó al final del pasillo, y a una pesada puerta no mucho más delgada que las puertas blindadas de arriba. Un poco frenético –porque esta vez escuchaba realmente los rápidos pasos del Jedi acercándose- levantó una garra sobre un sensor incrustado en el duracero. Al instante la puerta subió deslizándose por su marco, revelando el centro de seguridad de Ur’etu.
El jefe de seguridad weequay del bothano le miró, apartando la mirada de un anillo de monitores de estado.
-¿Algún problema, jefe?
El golpe metálico de la puerta al cerrarse enmascaró otra retahíla de obscenidades en bothés.
-¡¿Qué clase de estúpido estiércol de mradhe de pregunta es esa?!
El weequay se encogió de hombros, y si sentía algún remordimiento en absoluto, no lo mostró en los surcos y arrugas de su tosco rostro.
-Creía que usted dijo que me llamaría cuando necesitase...
-¡No había tiempo! ¡Ese Jedi ha hecho pedazos tus hombres!
-¿Mis...?
-Va a atravesar esa puerta en cualquier momento –continuó Ur’etu entre jadeos.
-¡Bien! –El jefe de seguridad se levantó de su puesto, sosteniendo una robusta pica de fuerza en su puño izquierdo. Comenzó a crepitar y chasquear, como si estuviera tan ansiosa como su portador de que llegara el caos que se acercaba-. Siempre he querido medirme contra un Jedi.
-¡No tienes que derrotar a ese hijo de mynock! Sólo retenlo el tiempo suficiente para que... –El bothano alzó su bláster.
-Tenga cuidado de no darme a mí, jefe.
-Vaya, muchas gracias por el voto de...
No hubo cortes de sable de luz esta vez; la puerta simplemente se deslizó hacia arriba para revelar la figura encapuchada al otro lado.
Al instante Ur’etu retrocedió dando un paso a un lado, levantando su arma pequeña pero letal con la esperanza de obtener un tiro limpio. El weequay avanzó, haciendo girar ociosamente la pica de fuerza a un lado.
El Jedi alzó la mano izquierda, apuntando con sus dedos al bothano.
Ur’etu soltó un jadeo cuando el bláster salió disparado de sus manos y cruzó volando la cámara para golpear contra la palma de la mano enfundada en un guante negro.
De un brusco salto, el weequay había cubierto apenas la mitad de la distancia que los separaba, cuando el Jedi hizo girar el bláster y le disparó en la cara.
-E... espera un momento... –protestó el bothano, retrocediendo con ambas manos levantadas-. Mira, no sé qué problema tienes con mi organización, pero estoy
seguro de que hay algún acuerdo al que podamos glrk...
El Jedi dio un paso a un lado, apuntando de nuevo con su mano izquierda, y Ur’etu comenzó a asfixiarse.

***

-Bien. Creo que ya he visto suficiente.
Dos rostros, uno encapuchado y otro peludo, parpadearon cuando el cazador de recompensas entró con calma a la cámara de seguridad. La garganta de Ur’etu emitió un gorgoteo peculiar, gesticulando como loco hacia el Jedi con una garra mientras la otra continuaba agarrándose inútilmente su propio cuello.
El duros observó que el brazo del Jedi oscilaba bajo su túnica, vio la indecisión en el rostro del hombre, y ofreció una ancha sonrisa de dientes afilados.
-No te molestes por mí. No tengo ninguna intención de interferir. Por favor, termina.
Uno podría haber pensado que los ojos del bothano que se asfixiaba no podían abrirse más. Y se habría equivocado. Ur’etu, jefe del Consorcio Skar’kla, murió mirando con rabia aterrorizada al cazarrecompensas de piel azul.
-Y ahora –comenzó a decir el cazarrecompensas mientras el cuerpo se derrumbaba en el suelo-, tú y yo tendremos una breve conversación.
-¿Acerca de qué? –Aunque las palabras del Jedi no hubieran estado inmersas en un mar de suspicacia, la mano que reposaba sobre la empuñadura de su sable de luz habría sido indicio suficiente.
-Principalmente acerca de cómo has logrado falsificar todo... –Sus largos dedos azules oscilaron abarcando vagamente toda la sala en general-. Todo esto.
La mano en la empuñadura del sable de luz se tensó.
-No te lo recomiendo, chico. Ni siquiera un Jedi sería lo bastante rápido... y ambos sabemos que no eres ningún Jedi.
El hombre respondió con un siseo de anonadada rabia que se mezcló con el siseo más fuerte del plasma cuando la hoja del sable de luz cobró vida una vez más para bañarle con un débil resplandor verde...
Y se apagó casi tan rápidamente cuando un disparo de bláster atravesó el mango, enviando fragmentos de metal, cables al rojo y esquirlas de metal a través de la ropa y, en algunos dolorosos casos, de la carne.
-Un sable de luz robado, ¿verdad? –continuó el cazarrecompensas, con la misma naturalidad que si comentase el último partido de tirabola-. La empuñadura más larga hace que sea más fácil blandirlo sin dejar algunos de tus propios miembros en el camino, eso es obvio. ¿Qué más tienes?
El “Jedi” saltó, pasando por encima de los paneles de control y cruzando media sala de un salto, dirigiéndose hacia el weequay caído y –presumiblemente- hacia sus armas.
-Ah, sí, las botas. Impresionante. –Un segundo disparo de bláster atravesó por igual el motor en miniatura, el cuero y la carne. Un humo tan denso que casi era líquido brotó del talón derecho del humano. Impulsado ahora sólo por el otro, su salto cambió de rumbo, haciéndole chocar contra la pared en un crujido de huesos rotos. Se deslizó al suelo, gimiendo-. El cohete personal más pequeño que he llegado a ver era una mochila de 30 kilos –dijo el duros, apuntando ociosamente con la pistola-. Por cierto, tienes suerte de que hiciera ese disparo. Normalmente no suelo disparar a herir.
Agitando los dedos, el supuesto Jedi alzó la mano una vez más. El bláster tembló en las manos del cazador, y luego intentó soltarse de sus manos.
-¿Cable de monofilamento con garfio magnético? -El cazarrecompensas dio un tirón de su arma, y el hombre herido se deslizó por el suelo, arrastrado por su propia muñeca-. Probablemente ese estúpido bothano asustado pensó que era la Fuerza cuando le arrancaste su bláster.
El humano trató de incorporarse a los pies del cazador con un jadeo dolorido.
-Y la asfixia. Déjame ver... –Se inclinó, estudiando los guanteletes de la otra mano-. Emisor de gas. No recomendaría intentar eso, no estando tú y yo tan juntos. Podría asfixiarnos a los dos, ¿no?
”Un plan realmente ingenioso, tengo que admitirlo. –El duros enfundó su arma, y luego volvió a tamborilear ociosamente con un dedo en su barbilla-. Deja atrás unos cuantos cuerpos asesinados con un sable de luz o asfixiados sin ninguna marca, asegúrate de tener testigos que te vean realizando unos cuantos trucos, y todo el mundo pensará que tu objetivo ha hecho enfadar de verdad a los Jedi. De ese modo nadie, ni las autoridades, ni los aliados de Ur’etu, pensarán que haya sido ninguno de sus rivales de negocio. Inteligente.
”Así que, ¿para qué hutt trabajas?
-¿Qué...? Yo no he dicho... ¿Cómo...?
-No es difícil de imaginar. Nadie salvo los hutts ha estado tratando de introducirse en territorio Skar’kla.
El “Jedi” asintió una vez, con los dientes apretados.
-Muy bien. Entonces este es el trato, chico. Acepté el trabajo de Ur’etu, que era matarte a ti, en caso de que aún no lo tuvieras claro, porque supuse que abatir a un Jedi atraería cierta atención. Pero todo el mundo lo habría descubierto una vez que te entregase. Así que esto es lo que pretendo: La recompensa del hutt por el bothano debe de ser bastante considerable, así que voy a reclamarla.
”Y tú... Para convencerme de que he tomado la decisión correcta al dejarte vivir, vas a enseñarme cómo construir esta clase de equipo miniaturizado.
La mente del cazador ya estaba dando vueltas a las posibilidades; campos de energía, control de naves, armas ocultas, descifradores de códigos...
Obviamente, el falso Jedi era lo bastante sabio como para no molestarse en preguntar qué pasaría en caso de negarse. En lugar de eso, asintió una vez más, aún más tenso.
-No sé cómo te llamas, cazarrecompensas.
-Bane. Mi nombre es Cad Bane.
-Nunca he oído hablar de ti.
-No. –Bane no pudo evitar que una amplia y malvada sonrisa se extendiera por su rostro. La guerra estaba acechando... y el cazador con acceso a este tipo de equipo, y la disposición adecuada para usarlo, tendría una reputación mucho más que suficiente para canjear cuando llegase el momento-. No, no creo que lo hayas hecho.
”Aún no.

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