Reputación
Ari Marmell
Lo que caía a su alrededor, amortiguando el zumbido
de los deslizadores y los esquifes que pasaban sobre él, no era auténtica
lluvia. La lluvia de verdad nunca habría conseguido abrirse paso entre los
diversos obstáculos para alcanzar los niveles inferiores de la ciudad. No, esto
era condensación, que goteaba desde la parte inferior de los puentes, las
carreteras y las grúas gravitatorias de TaggeCo sobre su cabeza. Oleosa,
contaminada, apestosa e irritante, era suficiente para hacer que casi todo el
mundo buscase el refugio más cercano.
Casi todo el mundo. No el cazador.
Un sombrero de ala ancha y un recio abrigo de piel
de nashtah repelían el agua pútrida tan eficientemente como cualquier campo de
fuerza, pero incluso si no lo hicieran, la figura encogida bajo ellos
probablemente no habría llegado siquiera a notar la precipitación. Desde un
rostro plano y curtido bajo las alas del sombrero, los siniestros ojos
carmesíes de un duros miraban no a la multitud de torres por encima y de plataformas
por debajo, ni a los destellos de un millar de luces, sino a los años que
estaban por venir.
Se avecinaba una guerra.
La mayoría de la gente no quería pensar en ello, no
quería admitirlo. Fingían que los recientes embargos de la Federación de Comercio
eran coincidencias; ignoraban los crecientes murmullos de separación y secesión
de los sistemas del Borde Exterior; otorgaban una fe casi religiosa en la
capacidad del nuevo canciller para unificar un senado fraccionado.
El cazador era más listo que todo eso. Podía olerlo
en el aire, a lo largo y ancho de la República. Puede que aún faltasen algunos
años, pero habría guerra.
Y en la guerra podía ganarse dinero. Mucho dinero;
más riquezas de las que incluso el más codicioso de los corellianos pudiera imaginar.
Pero necesitaba un nombre, una reputación, para reclamarlas, razón por la cual
había aceptado esta empresa descabellada...
Sus ojos volvieron a enfocar la realidad en un
parpadeo al notar la súbita vibración de la banda metálica en su muñeca izquierda.
Algo había activado en campo sensor portátil –independiente de la seguridad
interna del edificio, y mucho menos fácil de soslayar- que el duros había
colocado en el tejado de abajo. En efecto, mientras se inclinaba para ver
mejor, vio el brillo de una luminiscencia verde, breve pero intensa, en una
oscura escotilla.
-Bueno, supongo que ya va siendo la hora...
–murmuró el cazador, con un gruñido rasposo en su voz. En una última
comprobación, sus dedos alargados recorrieron los blásters personalizados que
llevaba en la cintura y luego salió corriendo. Con el abrigo ondeando tras él
como si fuesen alas y las botas salpicando una estela de agua sucia, el cazador
de recompensas se impulsó al borde de la plataforma y saltó.
***
-¡Cerrad las puertas blindadas! ¡Cerrad las puertas
blindadas!
Akris Ur’etu, señor del joven pero adinerado y
brutal Consorcio Skar’kla, se avergonzó del sonido de su propia voz, lo
bastante estridente como para ahogar los golpes de las pesadas placas al
cerrarse. Sabía que eso le hacía parecer presa del pánico, incluso cobarde,
pero no podía hacer una maldita cosa al respecto. Cuando el señor del crimen
bothano se ponía nervioso, su pelaje gris oscuro se ponía de punta y su voz se
volvía aguda como la de los felinos a los que tanto se parecía.
Sin embargo, pensaran lo que pensasen sus hombres
sobre su valor –o su falta de él-, obedecieron. Media docena de guardias,
humanos y de otras especies, se acuclillaron por toda la sala o se pegaron a
las paredes, con sus blásters y lanzaproyectiles apuntando a la puerta casi
impenetrable. El propio Ur’etu sostenía un bláster de mano en una de sus
garras, oculto tras su magnífico escritorio de madera greel color rojo sangre.
-¿Es él? –preguntó, con su voz ligeramente más
controlada. Se pasó la garra vacía por la cabeza, como si pudiera obligar a su
pelaje a relajarse-. ¿Estamos seguros de que es él?
Un matón trandoshano de escamas cobrizas abrió sus
fauces para hablar, pero la respuesta pronto fue innecesaria. Un punto de calor
brillante atravesó la puerta blindada; el duracero fundido goteaba desde la el
agujero, perturbador como fluido emanando de un quiste reventado.
Rápida y suavemente, ese punto se convirtió en una
línea, trazando su camino por la superficie de la puerta. Ur’etu prácticamente
podía ver en su mente a la figura del otro lado, vestida con túnicas marrones,
presionando con fuerza su sable de luz contra la puerta.
-Como él quiera, entonces –dijo el bothano con una
mueca, ahogando su preocupación en una creciente marea de furia-. No sé por qué
este Jedi está interfiriendo mis operaciones, o qué ha pasado con el
cazarrecompensas que se supone que tiene que quitármelo de encima, ¡pero esto
acaba aquí! ¡En el instante que se abra esa puerta, quiero ese pasillo lleno de
suficiente fuego bláster como para carbonizar a un hutt!
Los guardias gruñeron, con los dedos flexionados
sobre los gatillos y botones de disparo... y lenta, metódicamente, fue
creciendo la brillante silueta en la puerta blindada...
Cuando el corte finalmente estuvo completo, un
pedazo de duracero se deslizó sin más y cayó en la sala. Claramente, el Jedi
había realizado el corte con una inclinación hacia abajo para que la misma
gravedad hiciera el trabajo de mover la pesada losa; si alguno de los hombres
de Ur’etu hubiera sido lo bastante tonto para estar demasiado cerca, habría
quedado reducido a pulpa.
Los blásters aullaron y los disparos volaron
mientras la sala aún temblaba por el impacto, tantos y tan rápidos que el aire
del ambiente quedó cargado, pero apareció ningún objetivo al que pudieran
darle. Después de unas cuantas ráfagas que no sirvieron para otro propósito
aparte de mellar las paredes del otro lado, finalmente la mayoría de ellos se
dieron cuenta de que estaban disparando a un pasillo vacío.
Vacío... hasta que, justo cuando el trandoshano
comenzaba a inclinarse hacia delante, una pequeña esfera metálica entró
rebotando en la sala desde la izquierda del agujero de la puerta.
-¡Detonador!
Ur’etu se arrojó bajo su pesado escritorio con un
alarido horrorizado; los guardias se echaron al suelo buscando cobertura o se
dieron la vuelta para escapar, como si realmente hubiera alguna forma de
escapar.
La explosión, cuando llegó, fue casi puro calor y
llamas sin onda expansiva. El trandoshano y otros dos matones fueron incinerados
al instante, y los demás quedaron chamuscados con heridas de diversa
consideración. El humo, mucho más del que debería haber emitido cualquier
detonador termal tradicional, brotó hacia arriba para nublar no sólo la puerta,
sino toda esa mitad de la sala.
-¡No perdáis de vista la puerta! –exclamó el
bothano desde detrás del escritorio-. ¡Estará...!
Ya estaba. Desde lo alto del humo, atravesando la
nube en un salto que ningún humano normal podría duplicar, el intruso vestido
con ropas oscuras apareció dando una voltereta. Un crepitante siseo, y un
reflejo esmeralda en la nube anunció su llegada. El sable de luz destelló, y el
primero de los guardias supervivientes cayó.
***
Desde bastante detrás del Jedi –quien resultó ser
un humano de altura media, de cabello y barba negros, vestido con una variante
de tonos oscuros del atuendo tradicional de la orden-, el cazador de
recompensas observaba a través de estrechas ranuras carmesíes. Tamborileaba con
un dedo en su barbilla, mientras que con otro seguía el mismo ritmo sobre la
culata de un bláster enfundado.
¡Esa no era ninguna táctica Jedi de la que hubiera
oído hablar! Cortar un agujero en la puerta blindada era una cosa, pero el
duros nunca había visto un sable de luz como ese. Sólo el mango medía más de un
metro, como si el arma hubiera formado parte de una pequeña pica,
convirtiéndola en algo más parecido a una lanza que a una espada. Y observó
cómo el Jedi se apartaba a un lado, refugiándose tras el trozo de la puerta que
aún seguía en pie hasta que remitiera la inevitable salva de disparos. Y
luego...
-¿Desde cuándo –se preguntó a sí mismo en voz
baja-, el catálogo de trucos de los Jedi incluye detonadores termales?
Lo más curioso de todo, sin embargo, fue el salto
que llevó al intruso al interior de la cámara más allá de la cortina de humo.
Por tan sólo una fracción de segundo, mientras el Jedi se agachaba, el
cazarrecompensas juró haber visto pequeños destellos de luz en las suelas de
las botas del hombre.
-Vaya, vaya. ¿Qué es lo que tenemos aquí?
Levantándose el cuello de su abrigo para filtrar
los peores vapores (¡Tubos de respiración! Será mejor que incluya tubos de
respiración a mi propio catálogo de trucos...), el cazarrecompensas avanzó
lentamente hacia el humo.
***
Cuando el jefe del Consorcio Skar’kla se agachó
detrás de su escritorio, no fue sólo porque esperaba que la pesada madera greel
lo protegiera de la explosión. Un interruptor oculto, un rápido giro, y el
suelo bajo él se abrió con un siseo. Para cuando el último de los guardias cayó
bajo el sable de luz, Ur’etu ya estaba corriendo por un pasillo de paredes
cubiertas de paneles metálicos, jurando profusamente en bothés entre jadeos
entrecortados. Se había imaginado que tendría que escapar, que los guardias de
arriba podrían no ser suficiente... ¡pero esperaba que al menos hubieran
retenido un poco al maldito Jedi! A cada paso, tenía que reprimir el impulso de
mirar por encima de su hombro, convencido de escuchar pesados pasos o el
siniestro zumbido de la hoja acercándose a su espalda. Una docena de veces se
sobresaltó por un movimiento súbito, y una docena de veces resultó no ser nada
más que su propio reflejo en las pulidas paredes.
Finalmente, después de correr durante lo que le
pareció un año luz, o casi, llegó al final del pasillo, y a una pesada puerta
no mucho más delgada que las puertas blindadas de arriba. Un poco frenético
–porque esta vez escuchaba realmente los rápidos pasos del Jedi acercándose-
levantó una garra sobre un sensor incrustado en el duracero. Al instante la puerta
subió deslizándose por su marco, revelando el centro de seguridad de Ur’etu.
El jefe de seguridad weequay del bothano le miró, apartando
la mirada de un anillo de monitores de estado.
-¿Algún problema, jefe?
El golpe metálico de la puerta al cerrarse enmascaró
otra retahíla de obscenidades en bothés.
-¡¿Qué clase de estúpido estiércol de mradhe de
pregunta es esa?!
El weequay se encogió de hombros, y si sentía algún
remordimiento en absoluto, no lo mostró en los surcos y arrugas de su tosco
rostro.
-Creía que usted dijo que me llamaría cuando
necesitase...
-¡No había tiempo! ¡Ese Jedi ha hecho pedazos tus
hombres!
-¿Mis...?
-Va a atravesar esa puerta en cualquier momento
–continuó Ur’etu entre jadeos.
-¡Bien! –El jefe de seguridad se levantó de su
puesto, sosteniendo una robusta pica de fuerza en su puño izquierdo. Comenzó a
crepitar y chasquear, como si estuviera tan ansiosa como su portador de que
llegara el caos que se acercaba-. Siempre he querido medirme contra un Jedi.
-¡No tienes que derrotar a ese hijo de mynock! Sólo
retenlo el tiempo suficiente para que... –El bothano alzó su bláster.
-Tenga cuidado de no darme a mí, jefe.
-Vaya, muchas gracias por el voto de...
No hubo cortes de sable de luz esta vez; la puerta
simplemente se deslizó hacia arriba para revelar la figura encapuchada al otro
lado.
Al instante Ur’etu retrocedió dando un paso a un
lado, levantando su arma pequeña pero letal con la esperanza de obtener un tiro
limpio. El weequay avanzó, haciendo girar ociosamente la pica de fuerza a un lado.
El Jedi alzó la mano izquierda, apuntando con sus
dedos al bothano.
Ur’etu soltó un jadeo cuando el bláster salió
disparado de sus manos y cruzó volando la cámara para golpear contra la palma
de la mano enfundada en un guante negro.
De un brusco salto, el weequay había cubierto
apenas la mitad de la distancia que los separaba, cuando el Jedi hizo girar el
bláster y le disparó en la cara.
-E... espera un momento... –protestó el bothano,
retrocediendo con ambas manos levantadas-. Mira, no sé qué problema tienes con
mi organización, pero estoy
seguro de que hay algún acuerdo al que podamos
glrk...
El Jedi dio un paso a un lado, apuntando de nuevo
con su mano izquierda, y Ur’etu comenzó a asfixiarse.
***
-Bien. Creo que ya he visto suficiente.
Dos rostros, uno encapuchado y otro peludo,
parpadearon cuando el cazador de recompensas entró con calma a la cámara de
seguridad. La garganta de Ur’etu emitió un gorgoteo peculiar, gesticulando como
loco hacia el Jedi con una garra mientras la otra continuaba agarrándose
inútilmente su propio cuello.
El duros observó que el brazo del Jedi oscilaba
bajo su túnica, vio la indecisión en el rostro del hombre, y ofreció una ancha
sonrisa de dientes afilados.
Uno podría haber pensado que los ojos del bothano
que se asfixiaba no podían abrirse más. Y se habría equivocado. Ur’etu, jefe
del Consorcio Skar’kla, murió mirando con rabia aterrorizada al
cazarrecompensas de piel azul.
-Y ahora –comenzó a decir el cazarrecompensas
mientras el cuerpo se derrumbaba en el suelo-, tú y yo tendremos una breve
conversación.
-¿Acerca de qué? –Aunque las palabras del Jedi no
hubieran estado inmersas en un mar de suspicacia, la mano que reposaba sobre la
empuñadura de su sable de luz habría sido indicio suficiente.
-Principalmente acerca de cómo has logrado
falsificar todo... –Sus largos dedos azules oscilaron abarcando vagamente toda
la sala en general-. Todo esto.
La mano en la empuñadura del sable de luz se tensó.
-No te lo recomiendo, chico. Ni siquiera un Jedi
sería lo bastante rápido... y ambos sabemos que no eres ningún Jedi.
El hombre respondió con un siseo de anonadada rabia
que se mezcló con el siseo más fuerte del plasma cuando la hoja del sable de
luz cobró vida una vez más para bañarle con un débil resplandor verde...
Y se apagó casi tan rápidamente cuando un disparo
de bláster atravesó el mango, enviando fragmentos de metal, cables al rojo y
esquirlas de metal a través de la ropa y, en algunos dolorosos casos, de la
carne.
-Un sable de luz robado, ¿verdad? –continuó el
cazarrecompensas, con la misma naturalidad que si comentase el último partido
de tirabola-. La empuñadura más larga hace que sea más fácil blandirlo sin
dejar algunos de tus propios miembros en el camino, eso es obvio. ¿Qué más
tienes?
El “Jedi” saltó, pasando por encima de los paneles
de control y cruzando media sala de un salto, dirigiéndose hacia el weequay
caído y –presumiblemente- hacia sus armas.
-Ah, sí, las botas. Impresionante. –Un segundo
disparo de bláster atravesó por igual el motor en miniatura, el cuero y la
carne. Un humo tan denso que casi era líquido brotó del talón derecho del
humano. Impulsado ahora sólo por el otro, su salto cambió de rumbo, haciéndole
chocar contra la pared en un crujido de huesos rotos. Se deslizó al suelo,
gimiendo-. El cohete personal más pequeño que he llegado a ver era una mochila
de 30 kilos –dijo el duros, apuntando ociosamente con la pistola-. Por cierto,
tienes suerte de que hiciera ese disparo. Normalmente no suelo disparar a
herir.
Agitando los dedos, el supuesto Jedi alzó la mano
una vez más. El bláster tembló en las manos del cazador, y luego intentó
soltarse de sus manos.
-¿Cable de monofilamento con garfio magnético? -El
cazarrecompensas dio un tirón de su arma, y el hombre herido se deslizó por el
suelo, arrastrado por su propia muñeca-. Probablemente ese estúpido bothano
asustado pensó que era la Fuerza cuando le arrancaste su bláster.
El humano trató de incorporarse a los pies del cazador
con un jadeo dolorido.
-Y la asfixia. Déjame ver... –Se inclinó,
estudiando los guanteletes de la otra mano-. Emisor de gas. No recomendaría
intentar eso, no estando tú y yo tan juntos. Podría asfixiarnos a los dos, ¿no?
”Un plan realmente ingenioso, tengo que admitirlo.
–El duros enfundó su arma, y luego volvió a tamborilear ociosamente con un dedo
en su barbilla-. Deja atrás unos cuantos cuerpos asesinados con un sable de luz
o asfixiados sin ninguna marca, asegúrate de tener testigos que te vean realizando
unos cuantos trucos, y todo el mundo pensará que tu objetivo ha hecho enfadar
de verdad a los Jedi. De ese modo nadie, ni las autoridades, ni los aliados de
Ur’etu, pensarán que haya sido ninguno de sus rivales de negocio. Inteligente.
”Así que, ¿para qué hutt trabajas?
-¿Qué...? Yo no he dicho... ¿Cómo...?
-No es difícil de imaginar. Nadie salvo los hutts
ha estado tratando de introducirse en territorio Skar’kla.
El “Jedi” asintió una vez, con los dientes
apretados.
-Muy bien. Entonces este es el trato, chico. Acepté
el trabajo de Ur’etu, que era matarte a ti, en caso de que aún no lo tuvieras
claro, porque supuse que abatir a un Jedi atraería cierta atención. Pero todo
el mundo lo habría descubierto una vez que te entregase. Así que esto es lo que
pretendo: La recompensa del hutt por el bothano debe de ser bastante
considerable, así que voy a reclamarla.
”Y tú... Para convencerme de que he tomado la
decisión correcta al dejarte vivir, vas a enseñarme cómo construir esta clase
de equipo miniaturizado.
La mente del cazador ya estaba dando vueltas a las
posibilidades; campos de energía, control de naves, armas ocultas,
descifradores de códigos...
Obviamente, el falso Jedi era lo bastante sabio como
para no molestarse en preguntar qué pasaría en caso de negarse. En lugar de
eso, asintió una vez más, aún más tenso.
-No sé cómo te llamas, cazarrecompensas.
-Bane. Mi nombre es Cad Bane.
-Nunca he oído hablar de ti.
-No. –Bane no pudo evitar que una amplia y malvada
sonrisa se extendiera por su rostro. La guerra estaba acechando... y el cazador
con acceso a este tipo de equipo, y la disposición adecuada para usarlo,
tendría una reputación mucho más que suficiente para canjear cuando llegase el
momento-. No, no creo que lo hayas hecho.
”Aún no.
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