No fue hasta que las puertas de la cañonera
comenzaron a retirarse cuando Rex recordó que se había olvidado de preguntar
algo a los milicianos.
-Es una caída de diez metros; ¿saben descender por
cable? –preguntó, mientras las puertas se abrían por completo y Jesse y Ringo
dejaban caer en la oscuridad los extremos de los pesados cables.
Para su alivio, ap-Orwien asintió, haciendo con las
manos el gesto de descender por una cuerda.
-Vayamos entonces –ordenó Rex, y un instante
después los dos clones estaban descendiendo por la soga al complejo bajo ellos.
Los dos lorrdianos fueron los siguientes, y luego Rex y Kix.
Rex soltó la soga a un metro de altura del suelo,
deslizó sobre un charco de fango en el permacemento y rodó sobre sus manos y
rodillas. Maldiciendo, se puso en pie, sacando las pistolas. Estaban en una
pequeña zona rodeada de paredes, con una puerta en un extremos y una plataforma
en el otro; un muelle de carga para camiones deslizadores. El filtro de visión
nocturna de su casco le mostraba a Jesse y Ringo, registrando el patio con los
blásteres alzados. Los lorrdianos estaban espalda con espalda en el centro del
patio, junto a Kix, con gafas de visión nocturna sobre los ojos.
Dogma aterrizó junto a Rex y escuchó el débil
murmullo de los motores de la cañonera al acelerar, ascendiendo sobre sus
cabezas.
-El patio está despejado –dijo Jesse.
-Entremos al almacén, entonces –dijo Rex-.
Teniente; ¿hay forma de usar sus habilidades comunicativas en una situación de
combate?
Ap-Orwien meneó la cabeza, pero Dafyd palmeó su
bláster.
-Buenos disparos –dijo.
-Me alegro de oírlo –dijo Rex-. Entramos rápido,
liberamos a nuestra gente, y salimos rápido. Sólo dejamos huellas y hojalatas
en pedazos.
-Recibido –dijo Jesse, con una pizca de diversión
en su voz. Él y Ringo se subieron al muelle de carga y colocaron cargas
explosivas en la ancha puerta que conducía al almacén, mientras los demás
clones y los lorrdianos se preparaban a ambos lados. La puerta estalló y los
dos clones se colaron por el agujero dentado que habían creado, descargando sus
blásters hacia lo que se encontraba al otro lado.
Rex saltó por el agujero de la puerta, cuyos bordes
eran de un verde brillante en su visión nocturna. Dos droides de batalla
estaban caídos en el suelo, separados de sus cabezas con aspecto de ave. Jesse
y Ringo ya estaban al otro extremo de la bahía de carga, examinando la puerta
exterior.
Al otro lado de esa puerta encontrarían una
estrecha pasarela entre el muelle de carga y la oficina del almacén... si se podía confiar en las instrucciones
silenciosamente transmitidas por el lorrdiano cautivo.
Rex decidió no pensar en ese si.
El indicador de la puerta mostraba que estaba
desbloqueada. Ringo hizo un gesto a Jesse con la cabeza y entre los dos la
abrieron y la atravesaron rápidamente, avanzando agachados con las armas
levantadas. La pasarela era tal y como habían dicho los lorrdianos. La puerta
del otro lado conducía a un estrecho espacio alrededor de una raquítica y poco
atractiva oficina. Los clones despejaron el patio, moviéndose en parejas con
fluidez nacida de la práctica, y luego avanzaron para cubrir la puerta que
llevaba al interior.
Estaba cerrada.
-Nuestra gente debería estar dos pisos más abajo
–dijo Rex mientras Jesse y Ringo preparaban las cargas-. Dogma, mándales un
atonta-droides como regalo de bienvenida.
La puerta explotó hacia fuera y Dogma lanzó una
granada PEM al interior, y casi de inmediato una nube de energía azul lo cubrió
todo.
Esto es
demasiado fácil, pensó Rex mientras cruzaba el humeante marco de la puerta,
deteniéndose para disparar con su bláster a la unidad cognitiva de un droide de
batalla cuyas piernas aún estaban convulsionándose. Demasiado fácil le ponía
nervioso; nunca duraba mucho.
En el interior, las luces estaban encendidas. Los
soldados apagaron su visión nocturna y los lorrdianos se levantaron las gafas
sobre la frente. Sus botas resonaban en las escaleras... y entonces Jesse
gritó.
-¡Comandos!
Bajando las escaleras, Rex agachó la cabeza para
intentar localizar a los droides. Eso le salvó la vida. Mientras Jesse y Ringo
disparaban a los droides comando que avanzaban subiendo las escaleras, un
tercer comando se dejó caer de un grupo de tuberías en el techo sobre ellos,
lanzando un tajo con su vibroespada en el lugar donde sólo segundos antes se
encontraba la cabeza de Rex. El droide aterrizó en las escaleras detrás de Rex
y le dio una patada en la espalda, haciéndole caer por las escaleras hacia
Jesse y Ringo mientras los silbidos de los disparos bláster llenaban el aire de
las escaleras.
Rex aterrizó sobre su pecho, aplastándose la nariz
contra el interior del casco. Tenía las manos y las pistolas atrapadas bajo él.
Trató de volver a ponerse en pie, sólo para que algo volviera a empujarlo hacia
abajo, extrayendo el aire de sus pulmones. Algo estaba golpeando repetidamente
su armadura... y se dio cuenta de que era el droide comando. Se giró hacia un
lado en un esfuerzo por liberarse, preguntándose si escucharía el sonido de la
vibroespada mientras esta cortaba su mono corporal y luego su carne. O tal vez
no escucharía nada.
Se dio cuenta de que el droide era peso muerto.
Sobre él, ap-Orwien tenía el bláster levantado y sonreía. Brotaban chispas de
la parte trasera de la cabeza del droide comando.
-Buen disparo –dijo Rex, apartando el droide a un
lado.
-¿Está bien, jefe? –preguntó Jesse.
-Nunca he estado mejor –dijo Rex. Tenía la boca
llena de sangre, y le goteaba por la barbilla.
Estaban en la parte inferior de las escaleras,
frente a una puerta cerrada. Rex la miró fijamente, consciente de los ojos de
sus soldados pendientes de él.
Si los cautivos estaban directamente al otro lado,
volar la puerta para abrirla podría herirlos o matarlos. Pero forzar su
apertura segura tardaría su tiempo... tiempo que cualquier guardia podría usar
para ejecutar a sus rehenes.
Miró a los lorrdianos. Ap-Orwien se encogió de
hombros, con rostro sombrío.
A veces
tienes que jugártela, pensó Rex.
-Cargas –dijo Rex-. Cuidado con los objetivos.
Dogma, atonta-droides.
Se retiraron subiendo medio tramo de escaleras para
alejarse del radio de explosión y luego bajaron corriendo cuando la luz y el
ruido de la explosión se atenuaron. Al otro lado, no les esperaba ninguna
maraña de cuerpos. Tras un desesperado instante, Rex vio a los prisioneros
sentados contra la pared opuesta, con los brazos a la espalda. Sus ojos estaban
fijos en...
Rex ya estaba disparando sus pistolas antes de ver
al droide comando que estaba sobre ellos. La punta de su vibroespada golpeó el
suelo con un agudo chirrido y luego giró por la sala, pasando a escasos
milímetros de la cabeza de Dafyd. Luego la masa humeante del droide comando
cayó tras ella.
-Los siete objetivos derribados –dijo Kix-. Daños
mínimos.
Rex comenzó a activar su comunicador para llamar a
la cañonera, y luego dudó. Se quitó el casco, limpiándose la sangre de la
nariz.
-Usted... Sargento Palola –dijo-. El silo, ¿a qué
distancia está?
Palola, que estaba abrazando a ap-Orwien y Dafyd,
levantó la cabeza.
-A unos cien metros como máximo –dijo.
-¿Y está seguro de que ese droide táctico está
usándolo como base?
Palola asintió, con rostro sombrío.
-Nos interrogó allí.
Ap-Orwien miró a Rex inclinando la cabeza.
-Y yo que pensaba que era usted un hombre cauto,
capitán –dijo.
-Un día me gustaría serlo –dijo Rex-. De momento,
quiero tener unas palabras con ese táctico. En persona.
***
Esta vez, no hizo falta descender por cable; la
cañonera se posó en la llanura fangosa en el exterior de la base de operaciones
de vanguardia de la Compañía Torrente y los clones saltaron desde la cubierta,
con los lorrdianos justo detrás.
Rex sostenía la cabeza amputada al droide táctico.
Recibió los hurras de los clones que les aguardaban con un breve movimiento de
cabeza, y luego se volvió al sonriente ap-Orwien.
-Un trabajo impresionante, teniente –dijo Rex-.
Todo ha sido como usted dijo que sería.
-Exactamente como Palo dijo que sería –le corrigió ap-Orwien-. Yo fui sólo el
traductor.
Rex miró a Palola, quien ofreció una sonrisa
cansada.
-Bueno, desearía tener más como ustedes -dijo Rex-.
Esa comunicación cinética es una magnífica obra de arte, pero además saben
disparar.
-A mí también me gustaría que hubiera más como
nosotros –dijo ap-Orwien-. A pesar de la victoria de hoy, nos vemos superados
en número. Los separatistas pueden fabricar más droides, pero nosotros no
podemos fabricar hombres.
Su voz se apagó de pronto y apartó la mirada,
avergonzado.
-No pretendía ofenderles, capitán –dijo ap-Orwien
en voz baja.
-No me ofende –dijo Rex-. Fuimos creados para ser
soldados, es cierto, pero no somos máquinas. Al menos los Jedi no nos ven de
ese modo.
-Ojala eso siempre sea así –dijo ap-Orwien, y luego
miró a su alrededor-. Es demasiado tarde para que volvamos a nuestra base a
pasar la noche. ¿Hay algún lugar donde podamos dormir?
-Nos sentiremos honrados en compartir nuestros
barracones con ustedes, teniente –dijo Rex.
-Muy agradecidos –dijo ap-Orwien, y luego dudó-. ¿Y
tal vez les gustaría unirse a nosotros para unas cuantas manos de sabacc antes
de meterse al sobre?
Rex miró a ap-Orwien y luego a Palola. Sus rostros
eran inexpresivos. Cuidadosamente
inexpresivos, pensó.
Rex negó con la cabeza y sonrió.
-¿Sabacc con maestros de la comunicación no-verbal?
Puede que sea un producto del crecimiento acelerado, teniente, pero no nací
ayer.
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