martes, 18 de marzo de 2014

Hablando en silencio (y II)


No fue hasta que las puertas de la cañonera comenzaron a retirarse cuando Rex recordó que se había olvidado de preguntar algo a los milicianos.
-Es una caída de diez metros; ¿saben descender por cable? –preguntó, mientras las puertas se abrían por completo y Jesse y Ringo dejaban caer en la oscuridad los extremos de los pesados cables.
Para su alivio, ap-Orwien asintió, haciendo con las manos el gesto de descender por una cuerda.
-Vayamos entonces –ordenó Rex, y un instante después los dos clones estaban descendiendo por la soga al complejo bajo ellos. Los dos lorrdianos fueron los siguientes, y luego Rex y Kix.
Rex soltó la soga a un metro de altura del suelo, deslizó sobre un charco de fango en el permacemento y rodó sobre sus manos y rodillas. Maldiciendo, se puso en pie, sacando las pistolas. Estaban en una pequeña zona rodeada de paredes, con una puerta en un extremos y una plataforma en el otro; un muelle de carga para camiones deslizadores. El filtro de visión nocturna de su casco le mostraba a Jesse y Ringo, registrando el patio con los blásteres alzados. Los lorrdianos estaban espalda con espalda en el centro del patio, junto a Kix, con gafas de visión nocturna sobre los ojos.
Dogma aterrizó junto a Rex y escuchó el débil murmullo de los motores de la cañonera al acelerar, ascendiendo sobre sus cabezas.
-El patio está despejado –dijo Jesse.
-Entremos al almacén, entonces –dijo Rex-. Teniente; ¿hay forma de usar sus habilidades comunicativas en una situación de combate?
Ap-Orwien meneó la cabeza, pero Dafyd palmeó su bláster.
-Buenos disparos –dijo.
-Me alegro de oírlo –dijo Rex-. Entramos rápido, liberamos a nuestra gente, y salimos rápido. Sólo dejamos huellas y hojalatas en pedazos.
-Recibido –dijo Jesse, con una pizca de diversión en su voz. Él y Ringo se subieron al muelle de carga y colocaron cargas explosivas en la ancha puerta que conducía al almacén, mientras los demás clones y los lorrdianos se preparaban a ambos lados. La puerta estalló y los dos clones se colaron por el agujero dentado que habían creado, descargando sus blásters hacia lo que se encontraba al otro lado.
Rex saltó por el agujero de la puerta, cuyos bordes eran de un verde brillante en su visión nocturna. Dos droides de batalla estaban caídos en el suelo, separados de sus cabezas con aspecto de ave. Jesse y Ringo ya estaban al otro extremo de la bahía de carga, examinando la puerta exterior.
Al otro lado de esa puerta encontrarían una estrecha pasarela entre el muelle de carga y la oficina del almacén... si se podía confiar en las instrucciones silenciosamente transmitidas por el lorrdiano cautivo.
Rex decidió no pensar en ese si.
El indicador de la puerta mostraba que estaba desbloqueada. Ringo hizo un gesto a Jesse con la cabeza y entre los dos la abrieron y la atravesaron rápidamente, avanzando agachados con las armas levantadas. La pasarela era tal y como habían dicho los lorrdianos. La puerta del otro lado conducía a un estrecho espacio alrededor de una raquítica y poco atractiva oficina. Los clones despejaron el patio, moviéndose en parejas con fluidez nacida de la práctica, y luego avanzaron para cubrir la puerta que llevaba al interior.
Estaba cerrada.
-Nuestra gente debería estar dos pisos más abajo –dijo Rex mientras Jesse y Ringo preparaban las cargas-. Dogma, mándales un atonta-droides como regalo de bienvenida.
La puerta explotó hacia fuera y Dogma lanzó una granada PEM al interior, y casi de inmediato una nube de energía azul lo cubrió todo.
Esto es demasiado fácil, pensó Rex mientras cruzaba el humeante marco de la puerta, deteniéndose para disparar con su bláster a la unidad cognitiva de un droide de batalla cuyas piernas aún estaban convulsionándose. Demasiado fácil le ponía nervioso; nunca duraba mucho.
En el interior, las luces estaban encendidas. Los soldados apagaron su visión nocturna y los lorrdianos se levantaron las gafas sobre la frente. Sus botas resonaban en las escaleras... y entonces Jesse gritó.
-¡Comandos!
Bajando las escaleras, Rex agachó la cabeza para intentar localizar a los droides. Eso le salvó la vida. Mientras Jesse y Ringo disparaban a los droides comando que avanzaban subiendo las escaleras, un tercer comando se dejó caer de un grupo de tuberías en el techo sobre ellos, lanzando un tajo con su vibroespada en el lugar donde sólo segundos antes se encontraba la cabeza de Rex. El droide aterrizó en las escaleras detrás de Rex y le dio una patada en la espalda, haciéndole caer por las escaleras hacia Jesse y Ringo mientras los silbidos de los disparos bláster llenaban el aire de las escaleras.
Rex aterrizó sobre su pecho, aplastándose la nariz contra el interior del casco. Tenía las manos y las pistolas atrapadas bajo él. Trató de volver a ponerse en pie, sólo para que algo volviera a empujarlo hacia abajo, extrayendo el aire de sus pulmones. Algo estaba golpeando repetidamente su armadura... y se dio cuenta de que era el droide comando. Se giró hacia un lado en un esfuerzo por liberarse, preguntándose si escucharía el sonido de la vibroespada mientras esta cortaba su mono corporal y luego su carne. O tal vez no escucharía nada.
Se dio cuenta de que el droide era peso muerto. Sobre él, ap-Orwien tenía el bláster levantado y sonreía. Brotaban chispas de la parte trasera de la cabeza del droide comando.
-Buen disparo –dijo Rex, apartando el droide a un lado.
-¿Está bien, jefe? –preguntó Jesse.
-Nunca he estado mejor –dijo Rex. Tenía la boca llena de sangre, y le goteaba por la barbilla.
Estaban en la parte inferior de las escaleras, frente a una puerta cerrada. Rex la miró fijamente, consciente de los ojos de sus soldados pendientes de él.
Si los cautivos estaban directamente al otro lado, volar la puerta para abrirla podría herirlos o matarlos. Pero forzar su apertura segura tardaría su tiempo... tiempo que cualquier guardia podría usar para ejecutar a sus rehenes.
Miró a los lorrdianos. Ap-Orwien se encogió de hombros, con rostro sombrío.
A veces tienes que jugártela, pensó Rex.
-Cargas –dijo Rex-. Cuidado con los objetivos. Dogma, atonta-droides.
Se retiraron subiendo medio tramo de escaleras para alejarse del radio de explosión y luego bajaron corriendo cuando la luz y el ruido de la explosión se atenuaron. Al otro lado, no les esperaba ninguna maraña de cuerpos. Tras un desesperado instante, Rex vio a los prisioneros sentados contra la pared opuesta, con los brazos a la espalda. Sus ojos estaban fijos en...
Rex ya estaba disparando sus pistolas antes de ver al droide comando que estaba sobre ellos. La punta de su vibroespada golpeó el suelo con un agudo chirrido y luego giró por la sala, pasando a escasos milímetros de la cabeza de Dafyd. Luego la masa humeante del droide comando cayó tras ella.
-Los siete objetivos derribados –dijo Kix-. Daños mínimos.
Rex comenzó a activar su comunicador para llamar a la cañonera, y luego dudó. Se quitó el casco, limpiándose la sangre de la nariz.
-Usted... Sargento Palola –dijo-. El silo, ¿a qué distancia está?
Palola, que estaba abrazando a ap-Orwien y Dafyd, levantó la cabeza.
-A unos cien metros como máximo –dijo.
-¿Y está seguro de que ese droide táctico está usándolo como base?
Palola asintió, con rostro sombrío.
-Nos interrogó allí.
Ap-Orwien miró a Rex inclinando la cabeza.
-Y yo que pensaba que era usted un hombre cauto, capitán –dijo.
-Un día me gustaría serlo –dijo Rex-. De momento, quiero tener unas palabras con ese táctico. En persona.

***

Esta vez, no hizo falta descender por cable; la cañonera se posó en la llanura fangosa en el exterior de la base de operaciones de vanguardia de la Compañía Torrente y los clones saltaron desde la cubierta, con los lorrdianos justo detrás.
Rex sostenía la cabeza amputada al droide táctico. Recibió los hurras de los clones que les aguardaban con un breve movimiento de cabeza, y luego se volvió al sonriente ap-Orwien.
-Un trabajo impresionante, teniente –dijo Rex-. Todo ha sido como usted dijo que sería.
-Exactamente como Palo dijo que sería –le corrigió ap-Orwien-. Yo fui sólo el traductor.
Rex miró a Palola, quien ofreció una sonrisa cansada.
-Bueno, desearía tener más como ustedes -dijo Rex-. Esa comunicación cinética es una magnífica obra de arte, pero además saben disparar.
-A mí también me gustaría que hubiera más como nosotros –dijo ap-Orwien-. A pesar de la victoria de hoy, nos vemos superados en número. Los separatistas pueden fabricar más droides, pero nosotros no podemos fabricar hombres.
Su voz se apagó de pronto y apartó la mirada, avergonzado.
-No pretendía ofenderles, capitán –dijo ap-Orwien en voz baja.
-No me ofende –dijo Rex-. Fuimos creados para ser soldados, es cierto, pero no somos máquinas. Al menos los Jedi no nos ven de ese modo.
-Ojala eso siempre sea así –dijo ap-Orwien, y luego miró a su alrededor-. Es demasiado tarde para que volvamos a nuestra base a pasar la noche. ¿Hay algún lugar donde podamos dormir?
-Nos sentiremos honrados en compartir nuestros barracones con ustedes, teniente –dijo Rex.
-Muy agradecidos –dijo ap-Orwien, y luego dudó-. ¿Y tal vez les gustaría unirse a nosotros para unas cuantas manos de sabacc antes de meterse al sobre?
Rex miró a ap-Orwien y luego a Palola. Sus rostros eran inexpresivos. Cuidadosamente inexpresivos, pensó.
Rex negó con la cabeza y sonrió.
-¿Sabacc con maestros de la comunicación no-verbal? Puede que sea un producto del crecimiento acelerado, teniente, pero no nací ayer.

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